lunes, junio 30, 2008

"¿Qué clase de peinado es ése?"

Por ÁNGELES ESPINOSA - Teherán - 30/06/2008

Nada más ver acercarse el coche de la policía, Siavosh y Sohrab supieron que iban a por ellos. No es que los dos jóvenes universitarios hubieran cometido delito alguno, pero ambos lucían una cresta engominada y en Irán eso es suficiente para tener problemas con las autoridades. La policía lanzó la semana pasada una nueva fase de su campaña contra "la corrupción social". En esta ocasión, los vigilantes de la moral quieren dar una lección no sólo a los chicos con "peinados occidentales" y a las mujeres "mal veladas", sino a sus peluquerías y tiendas de ropa.

"Sohrab venía de cortarse el pelo y nos dirigíamos a hacer unas compras", recuerda Siavosh, que ya no lleva gomina. "El agente nos preguntó '¿qué clase de apariencia es ésa?' y yo le contesté que cuál era el problema y a quién hacía daño. Eso le molestó y nos dijo: 'Venid conmigo que os lo voy explicar". Ninguno de los dos había oído hablar de la nueva campaña y, aunque acostumbrados a los controles aleatorios, el celo policial les pilló por sorpresa.

Siguieron al agente a la furgoneta del Ministerio de Orientación Islámica, donde pese a sus 23 años, un oficial les echó un rapapolvo por su aspecto y les pidió que entraran en el vehículo vacío hasta que se llenara para ir a comisaría. Al darse cuenta de que la cosa iba en serio, Siavosh llamó a un amigo coronel de su padre y en 45 minutos estaban libres.

Pero no todo el mundo tiene los contactos adecuados. Ese mismo día, el portavoz policial, el coronel Mehdi Ahmadi, anunció que en las primeras 48 horas de campaña habían cerrado 32 tiendas de moda y peluquerías en Teherán. Su delito: vender ropa o hacer cortes de pelo "demasiado occidentales". También dijo que sus patrullas habían "detenido a 21 conductoras porque llevaban ropa poco convencional".

Tras la revolución islámica de 1979, las autoridades impusieron que todas las mujeres se taparan el cuerpo de la cabeza a los pies, con un manto (chador) y una bata larga, el ropuch. También desincentivan que los hombres usen corbatas, camisetas, camisas de manga corta o pantalones ajustados. El control se relajó durante la presidencia del reformista Mohamed Jatamí (1997-2005), pero con la llegada del ultraconservador Mahmud Ahmadineyad se organizan redadas periódicas para recordar las normas, en especial en verano cuando el calor predispone a aligerar la ropa.

Lo novedoso en esta ocasión es que los agentes de la moral tratan de averiguar dónde se han cortado el pelo los chicos. O, en el caso de las chicas, dónde han comprado esas batas cada vez más cortas, estrechas y ligeras, pero recatadas para los usos occidentales. "La gente que se viste con ropa inapropiada o quienes se la venden, ya saben que están violando la ley", ha justificado Nader Sarkani, un funcionario policial citado por la agencia Irna.

B., el propietario de una peluquería del este de Teherán, no está tan seguro. Su local ha sido cerrado tres veces en el último año durante 15 días a pesar de que él asegura no hacer cortes prohibidos. "El estilo apropiado para los jóvenes significa que el pelo no se despegue de la cabeza", explica este hombre que ahora recibe la visita de la policía casi a diario.

"Si tanto les preocupa la corrupción en la sociedad, ¿por qué no ponen coto al tráfico de influencias o de drogas?", se pregunta Asié Amini, una destacada activista de los derechos humanos. En su opinión, la policía sólo está protegiendo a las autoridades y el asunto del hiyab (el velo islámico) no es religioso sino político: "El Gobierno quiere asustar a la gente, en especial en este momento en el que está sometido a una gran presión internacional y no desea ser percibido como débil".

Pero con un 60% de la población menor de 30 años, suprimir el deseo de singularizarse de toda una generación puede resultar complicado. A diferencia de Siavosh, Sajede, una fotógrafa de 24 años, sí que estaba al tanto de la campaña. Así que cuando el miércoles por la noche, de regreso a su casa cerca de la plaza de Vali Asr, un policía se acercó para decirle que su ropuch era muy corto, le dijo que no se lo volvería a poner y sin darle opción se escapó por una calle lateral.

"Ya me detuvieron en septiembre porque llevaba una bata demasiado corta para su gusto y no estaba dispuesta a repetir la experiencia", justifica antes de relatar el calvario de sus cinco horas en la comisaría contra la corrupción social, en la calle Vozara, donde las chicas detenidas por llevar ropa demasiado ajustada esperan junto a prostitutas y drogadictos. "La mayoría lloraba desconsoladamente", recuerda Sajede.

Y no es para menos. La primera visita a la comisaría se salda con la firma de una declaración en la que las infractoras prometen respetar la ley. Una nueva detención conlleva una multa, pero la tercera acaba ante los tribunales que suelen castigar su rebeldía con un número variable de latigazos. Sin embargo, tras dos meses de batas largas e informes, Sajede volvió a modelos más estilizados: "La ropa refleja mi personalidad y, aunque debo respetar las normas, no me identifico con esos sacos sin forma que quiere imponernos este Gobierno".

Leyes que rigen los precios agrarios

Por Lourdes Viladomiu, miembro de Saó, colectivo de reflexión rural (EL PERIÓDICO, 30/06/08):

En las últimas semanas se han publicado muchos artículos explicando las razones del aumento de los precios de las materias primas agrícolas y sus consecuencias tanto en los países desarrollados como en vías de desarrollo.

Para comprender qué ha pasado y está pasando en dichos mercados, resultan útiles una serie de leyes sobre el comportamiento de las variables que inciden en los mercados de los productos agrarios, a las que es posible añadir algunas otras.

La ley de King –economista inglés del siglo XVII– nos dice que los precios agrarios reaccionan de forma exagerada a las disminuciones y aumentos de la oferta, es decir una disminución de la producción genera un incremento extremo de los precios, y viceversa. Por esta razón, desde la época de los faraones egipcios, la intervención pública ha constituido estocs para permitir la regulación de los mercados y evitar así las alzas o las caídas desmesuradas de los precios. En las últimas décadas, y bajo las tendencias liberalizadoras, se olvidó la importancia de disponer de existencias. A mitad de la actual década, los almacenes estaban casi vacíos de forma que la ley de King ha actuado con todo su rigor. Hoy, la UE reconoce disponer de cereales para menos de 30 días.

LA LEY DE Engel –estadístico alemán– supone que la elasticidad, es decir, el incremento de la demanda de alimentos al aumentar la renta, varía según el nivel de renta. Los países pobres tienen una elevada elasticidad de los alimentos, pero, señalaba Engel, con el aumento de renta, esta variable disminuye situándose por debajo de la unidad. Actualmente, la elasticidad de la demanda de proteínas animales (carne, leche…) en los países en desarrollo –algunos de ellos entre los más poblados del mundo: China, India, Brasil, etcétera– es muy elevada y por tanto el aumento de la demanda de materias primas agrarias está garantizado si estos países crecen.

La tercera ley corresponde a Turgot –político francés del siglo XVIII– y afirma que los rendimientos del suelo tienden a disminuir, es decir, que sin la incorporación de innovaciones significativas, el sector agrario sufrirá incrementos de productividad cada vez menores. Según los expertos, desde mitad de los años 80, la modernización de los sectores agrarios se había desacelerado bajo el convencimiento de que no era necesario incrementar la producción ya que existían excedentes en algunos de los principales países productores y el recurso al mercado mundial estaba garantizado.

En los últimos meses hemos podido apreciar que los países más pobres, con baja inversión en agricultura, son los que están sufriendo en mayor medida el impacto del aumento de los precios y de la limitación de la oferta. En esta situación se encuentran una parte importante de África y algunos países de Asia. Además, la garantía del mercado mundial tampoco se ha hecho evidente ya que algunos de los países han respondido a la crisis prohibiendo sus exportaciones y limitando en consecuencia la oferta en los mercados mundiales.

Pero para comprender mejor la situación actual es necesario incorporar algunas leyes adicionales. A la primera la podríamos denominar la ley de Caín y Abel, y señala que los intereses y el comportamiento de los sectores agrícola y ganadero no convergen necesariamente, y que en determinados contextos pueden ser opuestos. Actualmente, el modelo más extendido de producción de carne se basa en una amplia utilización de materias agrícolas para la alimentación del ganado. Los altos precios de cereales y proteaginosas comportan un aumento en los costes de los ganaderos que no han podido trasladarse a los precios finales. De esta forma, la bonanza de precios no se ha reflejado positivamente en todos los subsectores que constituyen el sector agrario. En Catalunya, dada la importancia de la ganadería intensiva, son muchos los agricultores que han experimentando dificultades y de hecho son pocos los beneficiarios del incremento de precios registrado.

LA SEGUNDA ley adicional podemos denominarla ley de los biocombustibles subvencionados, o mejor dicho, de los agrocombustibles con demanda garantizada. Según dicha ley, cualquier utilización alternativa de las materias primas agrarias reduce la oferta en los mercados alimentarios y desencadena, de un lado, la entrada en funcionamiento de la ley de King, y, de otro, asegura procesos especulativos en los mercados de futuros de cereales-oleaginosas auspiciados por el compromiso de los gobiernos de garantizar la utilización energética de dichos productos agrícolas. Los agrocombustibles están disminuyendo la oferta de alimentos, y de cumplirse con los objetivos previstos en los planes energéticos de muchos países del mundo, la reducción ha de ser drástica. En EEUU, un 28% del consumo de maíz en la última campaña se ha destinado a etanol. En la UE, el 60% del aceite de colza y el 20% de todos los aceites vegetales se han destinado a biodiesel. Con los objetivos marcados, Europa necesitará incrementar sustancialmente sus importaciones de oleaginosas e incluso algunas estimaciones señalan que pasará a ser importadora neta de cereales, mientras que EEUU reducirá sustancialmente sus exportaciones.

Las cinco leyes juntas nos permiten entender mejor el comportamiento reciente de los mercados. Sería bueno que los encargados de diseñar la política agraria no las olvidaran, incluso en los años de vacas gordas.

Enough Rope for Russia

By Jim Hoagland (THE WASHINGTON POST, 29/06/08):

Vladimir Putin’s switch from running Russia as its president to running Russia as its prime minister has changed traffic patterns here but little else.

Traffic jams knot into epic proportions as streets around the Kremlin are regularly shut down for the motorcades of Putin and his handpicked successor as president, Dmitry Medvedev. “It is natural,” a Russian motorist said the other day. “We have two presidents now.”

Since his May inaugural, Medvedev has put a softer face on Putin’s fierce determination to show the world that Russia is back as a major power. Traveling to Berlin early this month on one of his first trips as president, Medvedev stressed the need for “a new world order.”

Leaders call for the founding of a new world order only when they are convinced that their nation will dominate it. That was true for George H.W. Bush in 1991, and it is true today for Putin, Medvedev and others in Russia’s reformulated leadership.

The term Bush popularized in the wake of his heady military triumph in Kuwait is increasingly used by Kremlin officials to demonstrate that the U.S. moment in world power has passed and that Russia’s moment is fast arriving.

For a variety of reasons, Putin is likely to come up as short in reshaping the world as Bush did — if the next U.S. administration is smart about handling the challenges Russia intends to mount to America’s lessening but still dominant role in European security and in international financial institutions.

In Berlin, Medvedev provided few details of Russian intentions. But Foreign Minister Sergei Lavrov, in a June 20 speech and a follow-up conversation I had with him here, outlined an ambitious agenda of change in a new era of “multipolar cooperation . . . and collective leadership” in international affairs.

A “new world order” cannot be based on “an Anglo-Saxon pattern that some have tried to establish for the rest of the world,” Lavrov said. It would involve doing away with “the Cold War architecture for the security of Europe.”

He proposed a European Security Conference to bring together the United States, Russia, the European Union and other regional organizations, such as NATO, to establish new controls on armies and alliances in the “Euro-Atlantic space.”

The idea as presented will not appeal to either the Bush administration or its successor. The unacknowledged intent is to reduce the importance of the United States and NATO in European security.

But it does reflect a realization by Russian leaders that they are now seen by the rest of the world as a “veto power” constantly saying no — to NATO expansion, Kosovo independence or greater international involvement in Darfur. They have concluded that under Medvedev, they need instead to start putting forward more positive-sounding proposals.

Medvedev’s role so far involves presentation more than substance. He has not been able to name his own foreign policy adviser, while Putin is installing Yuri Ushakov, the outgoing and effective ambassador to Washington, as his deputy chief of staff and de facto diplomatic adviser.

Lavrov also fleshed out general criticisms that Medvedev had voiced of U.S. financial markets and their influence on the world economy. A new world economic order “must also be multipolar and must include a more balanced distribution of finances and national resources,” Lavrov said.

Russia is reported to be considering an effort to bring other natural gas exporters into an international cartel similar to the Organization of the Petroleum Exporting Countries. Venezuela and Iran are also said to be pushing the cartel idea for an October unveiling.

Energy exports have earned Russia massive foreign reserves. But the natural resources boom masks a general failure to develop other sectors of the economy.

Industry has stagnated, while annual inflation runs at 12 percent. Reforms launched in the 1990s under former prime minister Yegor Gaidar brought growth in Russia to 10 percent. Now it has fallen to about 7 percent under Putin and Medvedev.

In short, the Russian economy has feet of clay that will prevent the Kremlin from dominating a new world order for very long — if at all. The effort expended and the animosities incurred in trying to remake the world quickly will put that goal beyond reach, as the United States has already learned.

The next U.S. administration should give Russia time and rope enough to prove it again. Either John McCain or Barack Obama can play a long game in which Russia is taken seriously but not necessarily on its own terms.

Contar cuentos

Por Mario Vargas Llosa (EL PAÍS, 29/06/08):

Gracias a su inventiva prodigiosa y a sus sutiles artes de contadora de cuentos, Sherezada salva su cabeza de la cimitarra del verdugo. Arreglándoselas cada noche para tener a su esposo y señor, el rey Sahrigar, fascinado por sus historias, e interrumpiendo su relato cada amanecer en un momento particularmente hechicero de la intriga, durante mil noches y una noche consigue aplazar su ejecución hasta que, al cabo de esos casi tres años, el sanguinario monarca sasánida le perdona la vida y comienza para la pareja su verdadera luna de miel.

Sherezada lleva a cabo una verdadera proeza, sin duda. No puede devolver la vida a las decenas de muchachas sacrificadas a lo largo de un año por el déspota salvaje que vengaba en esas efímeras esposas de una noche la humillación que había sufrido al verse engañado por sus disolutas concubinas de antaño, pero, con sus astucias de gran narradora, desanimaliza al bárbaro que hasta antes de casarse con ella era puro instinto y pulsión y desarrolla en él las escondidas virtudes de lo humano. Haciéndolo vivir y soñar vidas imaginarias, lo enrumba por el camino de la civilización.

No existe en la historia de la literatura una parábola más sencilla y luminosa que la de Sherezada y Sahrigar para explicar la razón de ser de la ficción en la vida de los seres humanos y la manera como ella ha contribuido a distanciarlos de esos oscuros orígenes de su historia en los que se confundían con los cuadrúpedos y las fieras. Y ésa es sin duda la razón de que Sherezada sea uno de los personajes literarios más seductores y perennes en todas las lenguas y culturas.

Para Sherezada, contar cuentos que capturen la atención del rey es cuestión de vida o muerte. Si Sahrigar se desinteresa o se aburre de sus historias, será entregada al verdugo con las primeras luces del alba. Ese peligro mortal aguza su fantasía y perfecciona su método, y la lleva, sin saberlo, a descubrir que todas las historias son, en el fondo, una sola historia que, por debajo de su frondosa variedad de protagonistas y aventuras, comparten unas raíces secretas, que el mundo de la ficción es, como el mundo real, uno, diverso e irrompible. Para el bruto que la escucha y se deja llevar de la nariz por la destreza de Sherezada hacia los laberintos de la vida fantaseada donde permanecerá prisionero y feliz mil noches y una noche, aquella trenza de cuentos le enseñará que, dentro de la violenta realidad de matanzas, cacerías, placeres ventrales y conquistas en que ha vivido hasta ahora, otra realidad puede surgir, hecha de imaginación y de palabras, impalpable y sutil pero seductora como una noche de luna en el desierto o una música exquisita, donde un hombre vive las más extraordinarias peripecias, se multiplica en centenares de destinos diferentes, protagoniza heroísmos, pasiones y milagros indescriptibles, ama a las mujeres más bellas, padece a los magos más crueles, conoce a los sabios más versados y visita los parajes más exóticos. Cuando el rey Sahrigar perdona a su esposa -en verdad, le pide perdón y se arrepiente de sus crímenes- es alguien al que los cuentos han transformado en un ser civil, sensible y soñador.

Las mil noches y una noche no es un libro árabe traducido a las lenguas occidentales, como se suele creer. Sus orígenes son remotos, intrincados y misteriosos. Se trata de multitud de historias, orales y escritas, de origen principalmente persa, indio y árabe, pero también de otras culturas menos extendidas, algunas antiquísimas, procedentes las más viejas de los siglos IX y X, aunque sobre todo del siglo XIII, que, a partir del siglo XVIII, fueron recopiladas y vertidas al francés, al inglés y al alemán por arabistas europeos. El primer traductor europeo de Las mil noches y una noche fue el francés Antoine Galland (1646-1715). Esta traducción tuvo un éxito extraordinario y fue vertida a su vez a otras lenguas europeas. La enorme difusión de estos relatos en Europa y el prestigio que alcanzaron hicieron que en el mundo árabe, donde hasta entonces eran desdeñados por los intelectuales como literatura barata y populachera, se rectificara este criterio y empezaran a aparecer las primeras recopilaciones en la lengua original de la mayoría de los cuentos. Recomiendo a quien quiera orientarse en esta enmarañada genealogía los eruditos estudios del arabista español Juan Vernet, uno de los mejores traductores al español de los célebres relatos.

En el siglo XIX aparecieron las primeras versiones directas al inglés, las de los orientalistas Edward Lane y Sir Richard Burton, que, al igual que la de Galland, se difundirían por el mundo entero. Desde entonces, las traducciones directas o indirectas de Las mil noches y una noche se multiplicarían en todas las lenguas al extremo de competir con la Biblia y Shakespeare en ser el libro más divulgado, adaptado, traducido, vestido y desvestido de la historia. La que más circuló, por largo tiempo, en el ámbito de la lengua española fue la retraducción que hizo Vicente Blasco Ibáñez de la versión francesa del pintoresco doctor J. C. Mardrus, la más cargada de erotismo que se conoce. Luego, aparecerían varias más, directas del árabe.

Lo característico de estas traducciones es que prácticamente ninguna es idéntica a la otra. O porque cada traductor se sirvió de diferentes manuscritos, o porque lo que añadió o quitó fue tan grande como los mismos cuentos originales que utilizó, o porque las tendencias morales, religiosas y estéticas de cada época y sociedad lo empujaron a dar una orientación determinada a los textos traducidos, el hecho es que las diferencias entre las distintas versiones de estos relatos son probablemente mayores que los parecidos, como mostró Borges en su célebre ensayo, Los traductores de las mil y una noches, incluido en Historia de la Eternidad. Lo cual quiere decir que, aunque orientales en su origen, los cuentos de Las mil noches y una noche forman parte también, de pleno derecho, de la literatura occidental. Y, como todo texto clásico -pero, más que cualquiera de ellos, por su naturaleza proteica y su origen colectivo y plural-, son susceptibles de ser leídos e interpretados de manera distinta por cada generación de lectores. La buena literatura, como la vida, nunca se está quieta: evoluciona, se adapta, se renueva y, sin dejar de ser la misma, es siempre otra, con cada época y lector.

Para escribir mi propia versión he consultado distintas traducciones, pero, sobre todo, la -excelente- de M. Dolores Cinca y Margarita Castells, publicada por Ediciones Destino, el año 2006. He intentado una adaptación minimalista para el teatro, que consta sólo de dos intérpretes pero de muchos personajes. Los actores que representan el espectáculo encarnan sus propios roles y a su vez se metamorfosean en el rey Sahrigar y Sherezada y en los diversos protagonistas de las historias que aquélla cuenta al rey para escabullirse del verdugo. Mi versión es muy libre. Respetando vagamente la estructura primigenia de algunos relatos -entre ellos no figura ninguno de los más conocidos-, recrea sus contenidos -añadiendo y recortando- desde lo que podría llamarse una sensibilidad moderna.

Los personajes principales ejercen y disfrutan el placer de contar, una de las más antiguas formas de relación desarrolladas entre los seres humanos, una vez que tuvieron que agruparse en comunidades para defenderse mejor de la fiera, las inclemencias del tiempo, las tribus enemigas y procurarse el sustento. Como Sherezada al rey Sahrigar, esas historias que ardían en la caverna primitiva, alrededor del fogón que apartaba a las alimañas, fueron humanizando a sus oyentes. Ellas son el despuntar de la civilización, el punto de arranque de ese prodigioso camino que llevaría a los seres humanos, al cabo de los siglos, a los grandes descubrimientos científicos, a la conquista de la materia y del espacio, a la creación del individuo, de los derechos humanos, de la democracia, de la libertad y, también, ay, de los más mortíferos instrumentos de destrucción que haya conocido la historia. Nada de eso hubiera sido posible sin el apetito de vida alternativa, de otro destino distinto al propio, que hizo nacer en la especie la idea de inventar historias y contarlas, es decir, de hacerlas vivir y compartir mediante la palabra y, luego, más tarde, la escritura. Ese quehacer, esa magia, refinó la sensibilidad, estimuló la imaginación, enriqueció el lenguaje, deparó a hombres y mujeres todas las aventuras que no podían vivir en la vida real y les regaló momentos de suprema felicidad. Eso es también la literatura: un permanente desagravio contra los infortunios y frustraciones de la vida. Como en una obra mía anterior, Odiseo y Penélope, en Las mil noches y una noche, el teatro, la lectura y el contador de historias se funden para dar una versión en formato menor de un gran clásico de la literatura.

Debo a mis queridos y admirados amigos Aitana Sánchez-Gijón y Joan Ollé, compañeros y maestros de aventura teatral, sugerencias e ideas que corrigieron muchas imperfecciones de mi texto.

Europa: de las Luces al Apagón

Por Juan Goytisolo, escritor (EL PAÍS, 29/06/08):

La lectura de la prensa de estas últimas semanas llena de estupor a cualquier ciudadano por curtido que esté a la sucesión de malas nuevas que llueven sobre él. ¿Puede ser cierto lo que lee sobre la patria de Cervantes, de Dante, de Goethe, de Diderot? ¿O se trata de una broma de mal gusto, de un mediocre invento de ciencia-ficción?

Nos enteramos un buen día de que la directiva de Bruselas que permite retener a los inmigrantes indocumentados durante 18 meses, aprobada por una abrumadora mayoría en el Parlamento Europeo, es un “progreso” y responde a “criterios humanitarios”. De que el tiempo máximo de “custodia” de los mismos en centros administrativos -¡por favor, no sean mal pensados, no se trata de cárceles ni de campos de concentración!- obliga a algunos países tenidos hasta ahora por modelos de la gloriosa civilización europea -¡crasa ignorancia la nuestra!- a reducir el amable alojamiento de “irregulares” en espera de su deportación de los 20 meses de Estonia y de la duración ilimitada de Dinamarca, Holanda, Reino Unido y Suecia, a tan sólo 18, lo que autorizaría en contrapartida a los otros -Francia, España, Italia, etc.- a prolongar la suya al amparo de dicha normativa. De que derecha e izquierda -salvo raras excepciones en la última- entremezclaron sus votos en un ejercicio de buen entendimiento, pragmatismo y encomiable responsabilidad.

Mas las noticias insólitas no se detienen ahí. El ministro sarkozyano de Inmigración, Integración, Identidad Nacional y Desarrollo Solidario -cóctel de títulos que deberían ser analizados uno por uno con la atención que merecen- resalta, con la satisfacción de quien anuncia, digamos, una subida espectacular de la renta per cápita de su país, que el número de expulsiones de emigrantes en situación irregular ha aumentado, señoras y señores, desde que ocupa el cargo, ¡en más de un 80%! (aplausos cerrados).

Ni Sarkozy ni el señor Hortefeux nos dicen si los enviados a perdurables vacaciones gratuitas a sus países de origen dispusieron de asistencia jurídica para aceptar el ofertón, ni si el package tour incluía a niños expedidos a países distintos de los suyos. Estos detalles insignificantes no preocupan demasiado a la burocracia bruselense.

Lo importante es dar muestras de firmeza ante un electorado temeroso de la “plaga de langosta” -así llamaba a los africanos un distinguido arabista español- procedente del Sur, de Asia y de Iberoamérica que, según lee día tras día en la prensa amarilla, se le va a caer encima como en el relato de la Biblia.Tampoco las medias tintas y componendas de la izquierda más boba y mostrenca corresponden en modo alguno al genio y figura de Berlusconi. El honestísimo espejo de demócratas, vate de Forza Italia, padre de la gloriosa emergencia gitana y propagandista ferviente del empleo de métodos drásticos para limpiar el espacio de Schengen de ocho millones de huéspedes indeseables, se muestra incluso contrariado e insatisfecho con los paños calientes de sus colegas. “La Unión Europea -dice- necesita un empujón”, y él se encargará de dárselo. ¿Empujón hacia dónde?, se preguntará el cándido lector. Il Cavaliere -muy ocupado en su porfiada defensa de un feminismo de buena ley y de la justa causa del pueblo que le aclama- se guarda la respuesta para luego. Quizá para cuando las Luces de Europa se hayan apagado del todo como en los buenos tiempos del Duce, al que los suyos saludan ya brazo en alto en las gradas del Capitolio romano.

El incendio de los campamentos de rumanos azuzado por la Camorra napolitana y la multiplicación de incidentes xenófobos contra magrebíes y subsaharianos constituyen la prueba tangible de que los ciudadanos honrados encarnados en Il Cavaliere están hasta los güevos de tanto cachondeo. Por ello, junto al crecimiento de los presupuestos militares indispensables para luchar eficazmente contra el terrorismo, habrá que acelerar la creación -en estos benditos tiempos de desaceleración- de los dispositivos de seguridad, no en los campos, sino en los “jardines de concentración” -así los llamó hace cuatro décadas, con un humor que le costó muy caro, el poeta cubano Heberto Padilla, refiriéndose a los de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP).

Los muros de protección exterior no bastan, en efecto, sin el complemento de estos “jardines” cuyo acondicionamiento e higiene no son, según las ONG que alcanzan a visitarlos, los de un hotel de cinco estrellas. Y mientras el número de eufemismos en torno al problema se extiende entre los Gobiernos, el rastreo por los servicios secretos de los correos electrónicos, faxes y llamadas telefónicas sin autorización judicial alguna coronan el cuadro de esta dulce Europa tan distinta de aquella con la que soñaron Olof Palme y las grandes figuras de la socialdemocracia de nuestra posguerra.

La indignación de los líderes de Suramérica contra la que denominan la “directiva de la vergüenza”, no afecta desde luego a Berlusconi ni siquiera a Sarkozy, para quienes no pasa de ser una mera pataleta, convencidos como están de que la historia rueda cuesta abajo y de que la vuelta a la semana de 60 horas marca un hito histórico del desmantelamiento del funesto Estado de bienestar creado por el infantilismo gauchista. Pero ¿qué piensa de ello el actual Gobierno español? ¿Qué hace un partido digno como el PSOE ante un retroceso generalizado como éste? El presidente que elegimos con razonable esperanza y su ministro del Interior tienen que sacarnos de dudas. ¿Aspiramos aún a la Europa de las Luces o nos resignamos a la del Apagón?

Dos fenómenos rivales o complementarios

Por Andrea Noferini, Institut Universitari d´Estudis Europeus (LA VANGUARDIA, 29/06/08):

Veamos algunos aspectos de la controvertida relación entre desarrollo económico y democracia (y viceversa): ¿es verdad que a mayor riqueza per cápita se incrementan también las posibilidades para la democracia?; ¿cómo influyen los regímenes políticos sobre el desempeño económico de un país?

Empecemos por la segunda cuestión. Desde una óptica economicista, y para la desolación de los defensores de la democracia, cabe afirmar con cierta confianza que los regímenes políticos no influyen significativamente en el crecimiento económico de un país. Los economistas han invertido mucho tiempo en la elaboración de refinados análisis econométricos para encontrar, finalmente, que la relación entre democracia y crecimiento no es estadísticamente significativa.

Además, no es necesario llamarse Joseph Stiglitz para observar que uno de los países que más vigorosamente han estado creciendo en estos últimos años, la República Popular de China, no es precisamente un régimen democrático, tal como lo entendemos en Occidente. Lo que sí se puede afirmar es que el desempeño económico de las democracias suele ser más estable. Las democracias crecen, en media, más lentamente que los regímenes autoritarios, pero no alcanzan nunca resultados económicos tan negativos como los presentados por las peores dictaduras.

En cuanto a la primera pregunta - la relación entre niveles de desarrollo y democracia- propongo aquí un ejercicio intelectual que escandalizaría a un simple estudiante con rudimentarios conocimientos de inferencia estadística, pero que puede resultar útil justamente para no incurrir en aproximaciones simplistas.

Si consideramos la lista de los países “más democráticos”, encontramos, sin mayores sorpresas, a Finlandia en el primer lugar, seguida por Dinamarca, Suecia, Nueva Zelanda, Suiza, Holanda, Noruega, Canadá, el Reino Unido y Australia. Las primeras diez democracias del mundo son claramente economías capitalistas opulentas, con una renta anual per cápita que oscila entre los 26.400 de dólares de Nueva Zelanda y los 53.000 de Noruega.

Si observamos, por el contrario, el final de la lista, entre los diez países “menos democráticos” (de menos a más), encontramos a países como Birmania, Turkmenistán, Uzbekistán, Somalia, Bielorrusia, Libia, Zimbabue, Eritrea, Laos y la República Democrática de Congo. También sin sorpresas, podemos observar que la mitad de ellos son estados africanos y que se encuentran entre los países más pobres, con una renta per cápita anual que (excluyendo el caso de Birmania) varía desde los 188 dólares per cápita de Zimbabue hasta los 12.000 dólares de Libia.

¿Podemos entonces concluir que el nivel de renta per cápita predice bien el régimen político de un país? Rotundamente, ¡no!

Afortunadamente, hoy el debate es mucho más complejo que cuando se aceptaba como una verdad absoluta el paradigma de la modernización. Desde tal óptica - en sus múltiples versiones, desde Marx hasta Weber, pasando por Lipsey e Inglehart- se mantenía que la industrialización, al promover el crecimiento económico, llevaría a la formación de una clase media urbana con mayores niveles educativos y a nuevas demandas políticas.

A largo plazo, esta clase cuestionaría el dominio de la elite gobernante, que se vería obligada a conceder libertades políticas a la población. Pero en realidad, en la actualidad sabemos que los cambios estructurales que promueven el desarrollo de la democracia no siguen ningún recorrido predeterminado. En la segunda mitad del siglo XIX, John Stuart Mill planteaba, siguiendo las líneas de pensamiento de su época, que sin un pueblo dispuesto a aceptarla, conservarla y defenderla, cualquier forma de gobierno representativo estaba destinado al fracaso. Actualmente, la idea prevalente es otra y sugiere un cambio de perspectiva relevante. Un pueblo no tiene que ser considerado apto para la democracia. Un pueblo deviene apto para la democracia mediante la democracia misma.

Finalmente, como ya Albert Hirschman había intuido hace más de veinte años, no existe ninguna relación causal directa entre democracia y desarrollo económico. Ambos fenómenos pueden coevolucionar, sea en términos de rivalidad o en términos de complementariedad. Al reconocer esta complejidad, perdemos capacidad de predicción como científicos sociales.

Pero también evitaremos el enunciado de nuevas profecías incumplidas.

Hamastán cumple un año

Por Samuel Hadas, analista diplomático y primer embajador de Israel en España y ante la Santa Sede (LA VANGUARDIA, 29/06/08):

Un año ha transcurrido desde que la organización fundamentalista islámica Hamas abatiera a las fuerzas de seguridad de la Autoridad Nacional Palestina identificadas con Fatah, el partido del presidente Mahmud Abas, en las sangrientas jornadas de junio del 2007 en Gaza, haciéndose con el poder en esta parte de Palestina. No habían transcurrido entonces sino tres meses del acuerdo para el establecimiento de un gobierno de unidad nacional palestino agenciado por Arabia Saudí, con el apoyo de la Liga Arabe. Hamas, recordemos, había derrotado a Fatah en las elecciones a la ANP en enero del 2006, ante el desconcierto de todos los actores en la región. Las esperanzas de que Gaza pudiera transformarse en la Singapur de Oriente Medio después de que Israel evacuara este territorio, se disiparon como el humo: en esta parte del mundo la realidad se resiste a transitar por carriles previstos y Gaza no tuvo mejor suerte que Somalia.

La situación en este territorio palestino es desde entonces un infierno: las condiciones de vida han empeorado notablemente y dos de cada tres de sus habitantes viven por debajo de la línea de pobreza, mientras el paro asume proporciones catastróficas. La mayoría de sus habitantes depende de la caridad de instituciones internacionales. Gaza no es hoy sino un gran problema humano. Desde junio del 2007, centenares de militantes de Fatah pueblan las cárceles de Gaza como resultado de la persecución política. Mientras que el gobierno de la ANP paga los salarios de sus 78.000 ex funcionarios en Gaza, Irán cubre los gastos de Hamas, incluso los militares.

Hamas ha logrado sobrevivir hasta ahora al cerco internacional con el que Israel, con el consentimiento de la ANP y con la ayuda de Estados Unidos y la Unión Europea, busca proscribirlo internacionalmente y expulsarlo del poder. El resultado: Hamas, una organización calificada terrorista por Estados Unidos y la Unión Europea y, por supuesto, Israel, es hoy más popular que nunca entre los cercados palestinos de Gaza. Para estos, los responsables de su calamitosa situación son los israelíes y “sus aliados norteamericanos” y no los fundamentalistas de Hamas, cuya prédica nacionalista-religiosa gana día a día más adeptos. El empobrecimiento ha contribuido a la radicalización religiosa. “Antes - explica un palestino-, veíamos en las mezquitas mayoritariamente a gente adulta, y hoy vemos allí más y más jóvenes”. Mientras, un resignado compatriota suyo explica que están acostumbrados a la situación, dado que al fin y al cabo “las condiciones han sido siempre malas y nada sucede si con Hamas son un poco peores”. El hecho es que a un año de su golpe de mano, Hamas ha logrado superar políticamente el bloqueo que ha arruinado la economía de Gaza y sigue en el poder.

Hamas conmemora el primer aniversario de Hamastán con dos clamorosos éxitos políticos: las renovadas conversaciones con la ANP para la reconciliación nacional (hasta ahora, su presidente, Mahmud Abas, rechazaba categóricamente negociar con Hamas, exigiendo el retorno al statu quo anterior al golpe) y, sobre todo, el acuerdo de “tregua” con Israel, que no es otra cosa que compromisos que Israel y Hamas asumen ante Egipto, que mediará el cese de fuego que ponga fin a la cotidiana lluvia de cohetes sobre las poblaciones israelíes y las consiguientes represalias.

La tregua es extremadamente frágil y cualquier incidente menor podría rematarla. Hamas necesitaba urgentemente un respiro que permita aliviar la penuria de los habitantes de Gaza mientras que para el Gobierno israelí, presionado por una opinión pública cada vez más crítica por la situación de las poblaciones en la frontera con Gaza, era menester apaciguar los caldeados ánimos políticos. Entre la incerteza y el pesimismo, israelíes y palestinos dudan que la calma pueda mantenerse mucho tiempo. Problemas conflictivos como el cese del masivo contrabando de armas a Gaza por parte de Hamas, gentileza de Irán, o la liberación del soldado israelí Gilad Shalit, a cambio de terroristas palestinos, podrían hacer saltar por los aires la tregua.

Exultantes líderes de Hamas presentan la tregua como una “gran victoria” sobre Israel y Estados Unidos, mientras que es rechazada por los israelíes que exigen una operación militar que destruya la infraestructura de Hamas y ponga fin a su régimen. Pero, sobre todo, porque al aceptar la iniciativa egipcia, el Gobierno israelí reconoce, de facto, la legitimidad del régimen de Hamas en Gaza, lo que podría conducir a algo que intenta evitar: el reconocimiento internacional de esta organización radical, cuyos sectores más duros siguen sin demostrar la mínima disposición a aceptar la existencia de Israel. En las escuelas, mezquitas y los medios de comunicación de Gaza, sobre todo en la televisión de Hamas, se predica sin tregua la yihad, la guerra santa contra los judíos. La carta fundamental de Hamas nos recuerda que no hay otra solución para el problema palestino que la yihad.

De ahí que en Israel no son pocos los que consideran inevitable una contienda en gran escala con Hamas, cuyo objetivo prioritario sigue siendo reforzar su “brazo armado”, según el exitoso modelo de Hizbulah en su guerra con Israel en el 2006. La tregua proporciona a Hamas una oportunidad de oro para prepararse para la próxima vuelta.

Sacrificios equilibrados

Por Ignacio Marco-Gardoqui (EL CORREO DIGITAL, 29/06/08):

Con la cantidad de datos proporcionados diariamente por la actualidad económica, ya nos hemos enterado de que estamos en una situación difícil. Si la denominemos crisis o desaceleración aguda tiene cierto morbo y mucha intencionalidad política, pero escasa importancia práctica. Lo relevante es saber dónde estamos, qué podemos hacer para mejorar las cosas y qué debemos hacer para conseguirlo. Ya hemos comentado en varias ocasiones que muchos de los principales ingredientes de la crisis proceden de ámbitos que se nos escapan de las manos y responden a causas que no controlamos. Poco o nada podemos hacer frente a la cotización del petróleo, la subida de los tipos de interés, el tipo de cambio del dólar, la desaceleración europea o la crisis inmobiliaria. Incluso estamos limitados a la hora de luchar contra la inflación, debido a que una buena parte de ella nos llega del exterior. Y esta impotencia vale tanto para los ciudadanos individuales como para los agentes sociales considerados globalmente o, incluso, para los gobiernos.

Sin embargo, esta sensación de impotencia no debe conducirnos a la inacción, porque es sólo relativa. Hay también muchas cosas que podemos hacer y, varias, que debemos hacer. Esta misma semana, el gobernador del Banco de España -que no es sospechoso de connivencia estrecha con la patronal, ni de estar al servicio del gran capital internacional-, nos daba algunas recetas que considero interesantes y que deberían servir como base de un debate social de altura y de profundidad. Cuando nos enfrentamos a problemas difíciles y complejos, lo mejor siempre es ir a su meollo sustancial. En este caso, la raíz se encuentra en la desagradable constatación de que nuestro sistema económico ha perdido capacidad de competir. Las causas son variadas. En unos casos es por los avances tecnológicos que nos han desbordado; en otros, por la excesiva elevación de los costes y, en no pocos, por la desidia empresarial que nos ha impedido acomodar la oferta de productos y servicios a los caprichosos vaivenes de la demanda.

La competencia se ha hecho mundial y, en consecuencia, se ha endurecido. Por eso, o recuperamos capacidad de competir o, simplemente, perderemos empleo, cerraremos empresas, disminuiremos el PIB y tendremos problemas para mantener el edificio de la protección social, ya que éste no se sostiene ni sobre la voluntad de los gobernantes ni encima de las exigencias de los gobernados, sino sobre la riqueza total generada. Hace un par de décadas, hubiésemos solucionado estos problemas con una severa devaluación de la peseta, pero ya no tenemos peseta y corremos el riesgo de efectuar el ajuste con el empleo. Una manera, muy simple y demasiado torpe, de recuperar productividades perdidas consiste en hacer lo mismo con menos gente. Hay otra forma más complicada, pero más conveniente, que consiste en hacer más cosas y mejores con la misma gente.

¿Qué podemos hacer para mantenernos competitivos? El Banco de España nos daba algunas ideas. Recordemos dos, aunque sólo con mencionarlas se desatan las iras de muchos. Una consistía en abaratar el despido y la otra en eliminar el IPC como efecto de referencia fundamental en la revisión salarial. La primera causa zozobra a los que tenemos la suerte de contar con un empleo, pero es necesario tener en cuenta que todas las barreras colocadas para impedir la salida del mercado laboral de unos, acaban por convertirse en barreras para la entrada en él de otros, en general los más jóvenes y mejor preparados. No se trata de dar carta blanca y barra libre para que cada uno haga lo que quiera, sino de permitir a los empresarios que acomoden sus estructuras a los cambios de la coyuntura. Impedirlo alivia el presente, a cambio de conducir a las empresas hacia un futuro negro. ¿Cuántos empleos son temporales, cuándo deberían ser definitivos? ¿Cuántos no lo son por el miedo que provoca la legislación actual que regula el despido?

La segunda se refiere a la acentuada costumbre de ligar la revisión salarial con el IPC, lo que tiene un gran sentido a nivel personal -la gente trabaja fundamentalmente para pagar sus facturas-, pero ninguno a nivel empresarial. Los trabajadores deberíamos cobrar en función del producto que se obtiene de nuestro trabajo y la referencia debería ser la productividad, mucho antes que el precio de las patatas. Lo malo de estas propuestas, su gran debilidad, radica en el momento en el que se proponen. Hemos perdido un tiempo valiosísimo. Hubiese sido mucho más sencillo hacerlo con inflaciones del 2% y con carteras de pedidos obesas que ahora, cuando los precios se nos han ido al 5,1% y los pedidos de muchas empresas se encuentran en peligro de extinción.

Como vemos, una buena parte del coste del ajuste recae necesariamente sobre las espaldas de los trabajadores. Los empresarios tienen también una tarea ardua, como es mejorar la eficacia de sus sistemas de producción, la calidad, el valor y el diseño de sus productos y aumentar la agresividad exportadora. Casi nada. Así que, si el Gobierno y los agentes sociales quieren que el proceso de diálogo social tenga algún resultado tangible que se traduzca en una mejora de la competitividad global del sistema, deben buscar el equilibrio de los esfuerzos y de los sacrificios. No se trata hoy de ganar posiciones a costa del de enfrente, sino de lograr juntos un gran acuerdo equitativo.

La UEFA, la Eurocopa y los Balcanes

Por Boban Minic, periodista (EL PERIÓDICO, 29/06/08):

Estos días son días de emociones. Los de Luis Aragonés dicen que pueden, y buena parte del país les cree. Es un mes de patriotismo español. Se olvidan el paro, los precios, las sequías e inundaciones… La UEFA (y los bares) hacen el agosto en el mes de junio. Por eso no me extrañaré si ya han olvidado uno de los espots de la propia UEFA en cuya primera parte, ambientada evidentemente en la Bosnia de 1994 como paradigma de la dejadez balcánica, unos chavales sucios y mal vestidos corren detrás del balón en un campo lleno de cristales rotos y con unas casas destruidas al fondo. La segunda parte ya está situada en el año 2004, también en los Balcanes, pero con los niños limpios, bien vestidos y el campo reconstruido, igual que las fachadas de casas del fondo. En la pantalla aparecen las letras: “Nosotros nos cuidamos del fútbol”. Visto desde fuera, el espot puede parecer incluso simpático. Pero desde Bosnia, a la gente le parece un insulto que hiere el orgullo que les queda.

Andrej Nikolaidis es un joven periodista y escritor montenegrino, nacido y crecido en Sarajevo –¿en qué otro lugar de Europa podría nacer un chaval de matrimonio bosnio-albanés, con un nombre ruso, apellido griego y residencia montenegrina?–. Con un estilo un poco brusco, pero directo, está permanentemente amenazado, incluso de muerte, por los grupos del poder y las mafias balcánicas (un artículo sobre el controvertido director de cine Emir Kusturica le costó dos juicios, una condena y, también, 2.000 firmas de apoyo de los intelectuales y artistas de todo el mundo). Su denuncia del oportunismo de la UEFA es contundente: “La propaganda de la UEFA es falsa, porque todo lo que, siempre cuidando el fútbol, nos ha dado nosotros ya lo tuvimos. Antes de 1994 tuvimos el sistema, los campos e instalaciones, buenos equipos y prestigio en el mundo futbolístico y del deporte en general. La propaganda de la UEFA es solo la continuación de la ideología de la UE con otros medios, y, entre otras cosas, contiene un desprecio permanente hacia los Balcanes”.

Como representante de una nueva generación sin complejos, el joven compañero de profesión propone una réplica a ese espot. En la primera parte, la de 1994, las imágenes de Srebrenica asediada, cuando los europeos todavía estaban allí. En la segunda, las filas de ca- dáveres y las fosas comunes después de que los europeos abandonaran la “zona protegida” y dejaran a su gente en manos de los asesinos del general Mladic. En la pantalla aparece: “Nosotros cuidamos de vosotros”.

LA RÉPLICA es dura y directa, pero refleja muy bien la opinión que comparte cada día más gente y que es solo una parte de una cuestión que, para los de allí, importa más que el fútbol: el trato que los Balcanes y los balcánicos reciben en la sociedad occidental. Los Balcanes no eran colonia de Occidente, sino de los turcos, así que los occidentales no sienten la más mínima culpa moral por lo que ocurre allí. Los balcánicos son blancos, así que pueden decir de ellos lo mismo que dirían de los negros o los árabes sin ser acusados de racistas. “Los Balcanes son la única África que les queda”, concluye Nikolaidis.

Desde hace tiempo, los Balcanes son el punto negro de Europa, y parece que lo serán una buena temporada más. El término balcanización entró en el diccionario político y, ya en el mundo entero, sirve para descalificar el adversario: sus intenciones, su política y conducta. “Los Balcanes tienen la peculiaridad de generar más historia de la que pueden absorber”, ironizaba Winston Churchill. Pero se olvida fácilmente que la península es la cuna de la civilización occidental; que la escritura no nació, como se creía, en Mesopotamia, sino a orillas del Danubio, hace 7.000 años; que Grecia, antigua y moderna, es un país balcánico. La extensión de la cultura helénica también era balcanización. Pero, como en la eterna pregunta de la gallina y el huevo, ¿creen que esta zona es tan desgraciada porque la gente es desgraciada, o al revés: la gente es así porque su tierra, con ellos incluidos, siempre ha sido objeto de intercambio, conquista, compra y venta por parte de imperios occidentales y orientales, y lugar de constantes choques entre civilizaciones, culturas y religiones?

“CREO QUE las terribles imágenes televisivas de la guerra de los Balcanes son, en realidad, como una especie de escudo”, dice Slavenka Drakulic, la escritora croata cuyo nuevo libro, No matarían ni una mosca, ya presentó EL PERIÓDICO. Si los europeos dijeran que entienden esos espantosos sucesos, significaría que somos iguales o, al menos, parecidos. Como si Occidente fuera un territorio inmaculado, nunca hollado por el mal. Como si los estados nacionales o las revoluciones europeas no hubieran nacido con sangre. Como si no hubiera existido Auschwitz”.

No hay disculpas. Si Occidente pudo pacificar Alemania y, después de tantas barbaridades y crímenes cometidos en dos guerras mundiales, convertirla en referente democrático, ¿por qué no quiso hacer lo mismo con los Balcanes y así salvar una bellísima y apasionante península con historia y culturas milenarias?

Sé que en este mundo turbulento hay más preguntas que respuestas. Además, ¿quién tiene tiempo de pensar en estas cosas tan lejanas y complicadas cuando Viena ocupa todo nuestro tiempo y, para algunos, todas las emociones?

Respuesta a las crisis: desarrollo global

Por Federico Mayor Zaragoza, presidente de la Fundación Cultura de Paz (EL PAÍS, 28/06/08):

“Es de necio confundir valor y precio”. Antonio Machado

De todas las crisis a las que, como era previsible, conduce una “globalización” que ha sustituido la justicia y el buen criterio político por las leyes del mercado, la más grave es la alimentaria. Las crisis económica y medioambiental permiten planteamientos a más largo plazo -aunque en la segunda pueden alcanzarse gravísimas situaciones de irreversibilidad-, pero la alimentación constituye una cuestión básica directamente relacionada con el derecho humano supremo: el derecho a la vida.

Al afectar la supervivencia de mucha gente -casi 1.000 millones de personas no reciben la dieta mínima-, el hambre desemboca en disturbios, en malestar social irreprimible. Los mínimos nutritivos deben garantizarse. Es un desafío común y una amenaza a la estabilidad de las naciones. El cambio se volverá irrefrenable si, a la crisis financiera, se unen las de la alimentación y la del agua, porque son las necesidades básicas las que movilizan no sólo a los ciudadanos que sufren estas carencias directamente sino a los que, en toda la Tierra, sabiendo lo que sucede, reclaman con apremio que la actual economía de guerra y de dominio se transforme aceleradamente en una economía de desarrollo global, con grandes inversiones -que serán también excelente negocio y aumentarán el número de “clientes”- en las infraestructuras apropiadas para producir energía en grandes cantidades y a buen precio; para la producción y transporte de agua potable; para la obtención de alimentos para todos; para transportes y sistemas de calefacción y refrigeración que consuman progresivamente menos carburantes… y para viviendas dignas.

Existe ya el conocimiento. Debemos ser capaces de aplicarlo. Es incuestionable que la gran urgencia actual consiste en hacer posible el disfrute por parte de todos de los frutos del saber. Podemos imaginar islas, incluso artificiales, con fuentes de energía eólica, termomarina, termosolar… produciendo grandes cantidades de energía y agua potable. Los desafíos globales requieren soluciones globales, que implican a su vez cooperación a escala mundial. Debe ahora fomentarse la investigación en la producción incrementada de alimentos con un consumo de agua ajustado y el máximo ahorro en abonos. A este respecto, la transferencia del sistema nitrogenasa, que capta directamente el nitrógeno atmosférico en las leguminosas, a los cereales y al arroz en particular, representaría un paso gigantesco no sólo en relación a la mayor disponibilidad de alimentos sino por la reducción del impacto medioambiental de los fertilizantes.

Pero en lugar de desacelerar el ritmo trepidante de la producción bélica, se le imprime mayor velocidad por necesidades de la economía mundial. A los gastos militares actuales hay que sumar lo que representarán los escudos antimisiles y, a pesar de estar “de salida”, las recientes decisiones de la Administración Bush relativas a la estrategia del Pacífico (Robert Gates acaba de anunciar 15.000 millones de dólares para conferir a la base de Guam las características requeridas) y a “garantizar la seguridad marítima” de todo el contorno suramericano, resucitándose a este efecto por el Pentágono la IV Flota de Estados Unidos.

Hay que dejar de depender, con un plan mundial de emergencia, de las energías fósiles, cuyo precio se ha duplicado en los últimos tres años, y favorecer lo que durante décadas las grandes compañías petroleras han desacreditado y ocultado descaradamente: la contribución que pueden aportar las energías renovables, la nuclear (de fisión y de fusión), el hidrógeno… La producción de biocombustibles debe regularse con gran autoridad para que no incida, de forma tajante, en la disponibilidad de nutrientes. Las prácticas de cultivo deben mejorarse, sobre todo en lo que se refiere al uso de agua, evitando transportes innecesarios y fertilizantes que pueden tener un efecto ecológico negativo, y sobre todo, afrontar de una vez la cuestión de los subsidios y otras formas de protección.

El desarrollo global representaría una solución firme y desplazaría el actual sistema que sigue intentando permanecer desesperadamente a través de parches: inversiones en “nuevas oportunidades” que ofrecen algunos países asiáticos o del Golfo… o en productos alimenticios. Se insiste en el escándalo de los corruptos de los países en desarrollo sin tener en cuenta el de los corruptores. La especulación sobre materias primas, con el petróleo y los alimentos en primer lugar, ha llegado a niveles intolerables. Los países del G-8 renacionalizan lo que habían privatizado (como se ha hecho recientemente con bancos y entidades financieras) al tiempo que presionan para que sus multinacionales en los países pobres no sean objeto de nacionalización ni reducción de las condiciones actuales de explotación.

El sistema económico actual es el que hay que cambiar. Joaquín Estefanía ha advertido que es imposible dificultar al mismo tiempo la entrada libre, sin aranceles, de los productos que exportan los países africanos y de los ciudadanos que huyen de la miseria. Para superar los retos actuales, el tema de la Conferencia Mundial de Revisión del Consenso de Monterrey sobre la financiación para el desarrollo, que tendrá lugar próximamente en Doha, es realmente crucial: aplicar, de una vez por todas, impuestos sobre las transacciones de divisas que, según las palabras del propio secretario general de Naciones Unidas, no afectarían el funcionamiento del mercado.

No creo aventurado calcular que, en 10 o 15 años, con la tecnología de la comunicación más adecuada para la participación no presencial y con un porcentaje de influencia femenino muy superior al actual -calculado en el 5% a nivel mundial-, la genuina democracia se consolidará a todas las escalas y se iniciará una nueva era: la de la ciudadanía. Se habrá producido una gran transición desde vasallos y súbditos a ciudadanos plenos. De una cultura de imposición, violencia y guerra a una cultura de diálogo, conciliación y paz.

Los Estados se habrán asociado a escala regional (Estados Unidos de Norteamérica, Unión Europea, de América del Sur, de África…) y las Naciones Unidas se habrán refundado de tal manera que, dotadas de los medios personales, financieros y técnicos necesarios actúen como “democracia global”, habiendo sustituido a la actual plutocracia en la que, además, los Estados ven mermadas su autoridad nacional e internacional y su capacidad de acción al haber trasladado buena parte del poder real a grandes corporaciones supranacionales. El resultado está a la vista: carentes de instituciones internacionales capaces de regular los distintos aspectos de la gobernación mundial, tiene lugar la concentración progresiva del poder económico, tecnológico y mediático en lo que, junto a la industria bélica, constituye el “gran dominio”. Acabamos de comprobarlo en la Conferencia de la FAO, que ha concluido -como era lamentablemente de esperar- empecinados los países más prósperos en no modificar un ápice un sistema injusto y arbitrario, aferrados a unas pautas que les permitirán seguir explotando, con miope avidez, los recursos naturales sobre los que se ha basado hasta ahora su prosperidad. Pero será por poco tiempo.

Ninguna nación está exenta de responsabilidad: es inadmisible que se transfieran “al mercado” deberes morales y responsabilidades políticas que corresponden a los gobernantes democráticos. La necesidad urgente de unos códigos de conducta mundiales en el marco jurídico-ético de unas Naciones Unidas debidamente reformadas es, por cuanto antecede, una imperiosa exigencia.

El mundo ha cambiado y, por fortuna, ya son muchos los mandatarios y pueblos que han dejado de ser obedientes y sumisos, capaces de ceder a las presiones -las conozco bien- que ejercen los más poderosos. Empresas, medios de comunicación, ONG… se sumarán a un movimiento que, en pocos años, dará la medida del nuevo “poder ciudadano”.

Los diagnósticos ya están hechos. Ahora es necesario aplicar los tratamientos adecuados a tiempo. En momentos de gran aceleración histórica, son más necesarios que nunca los asideros morales. Se avecina una nueva era. Como en 1945.

Amartya Sen, premio Nobel de Economía, ha dicho recientemente que “el Estado, no el mercado, debe ser el responsable del bienestar de los ciudadanos, sobre todo de los países en vías de desarrollo”. Para evitar la revolución del hambre, activar la evolución a un nuevo sistema económico planetario. La diferencia entre revolución y evolución es la r de responsabilidad.

Inmigrantes, cuestión de principios

Por Javier Moreno, eurodiputado socialista y miembro de la Comisión de Justicia y Libertades Civiles del Parlamento Europeo (EL PAÍS, 28/06/08):

Más de 1.300 agentes de nueve países europeos se han necesitado para desmantelar una de las mayores redes de traficantes de personas de Europa. Ha sido una operación compleja que ha logrado detener a 75 personas supuestamente implicadas en la extorsión de inmigrantes clandestinos que llegaban a pagar hasta 12.000 euros por entrar en la Unión Europea. Sólo gracias a la coordinación de Europol -la oficina de policía europea- y Eurojust -el servicio de cooperación judicial de la UE- se ha podido acabar con un negocio que se nutre de la desesperanza de tantas personas que sueñan con El Dorado europeo.

Ante el fenómeno de la inmigración irregular, los políticos tenemos dos opciones: mirar hacia otro lado y pretender que estos abusos no se producen, o buscar una solución. Durante años, el Gobierno del PP eligió mirar hacia otro lado y permitir que miles de inmigrantes se quedaran en nuestro país sin documentación y sin derechos, obligados a aceptar cualquier trabajo, a cualquier precio, para sobrevivir.

Desde que asumió el Gobierno el presidente Rodríguez Zapatero todos los socialistas españoles hemos trabajado por dar una solución al drama de la inmigración clandestina: potenciando la ayuda al desarrollo, firmando acuerdos de cooperación con los países de origen y de tránsito, y por supuesto convenciendo a nuestros socios europeos de la necesidad de actuar de forma coordinada, igual que ya hacemos en Europol y Eurojust. El señor Rajoy piensa que los socialistas no tenemos principios. Quizás debería preguntarse qué hizo él por los inmigrantes que ahora tanto le preocupan.

Nosotros hemos preferido afrontar el problema en vez de mirar hacia otro lado. Abandonarlos en un limbo jurídico y personal, dejados a su suerte sin medios para integrarse en nuestras sociedades después de haber atravesado el Estrecho engañados por las mafias, no encaja con nuestros principios.

Hemos peleado durante más de tres años para lograr una Directiva de Retorno europea que garantice el respeto a los derechos de los inmigrantes que deben regresar a sus países. Llegado el momento de la votación en el Parlamento Europeo había dos opciones: aceptar el acuerdo mínimo posible en un hemiciclo dominado por los conservadores, o volver al inicio de la discusión legislativa entre el Consejo y la Eurocámara, retrocediendo a 2005, cuando la Comisión presentó su propuesta. Cada uno de los eurodiputados socialistas españoles votó en conciencia, haciendo un ejercicio de responsabilidad. Sin ser el resultado que buscábamos, a la mayoría nos pareció urgente un marco común europeo, pues la Comisión estima que llegan entre 1,5 y 2 millones de inmigrantes a Europa cada año. Estas cifras no van a reducirse; muy al contrario, la inestabilidad global, la crisis alimentaria, el cambio climático y el imaginario de una Europa próspera empujarán a muchos más a venir, a menudo arriesgando sus vidas.

Hasta ahora, cada país europeo regulaba a su manera cómo se detenía, se retenía y se expulsaba a los inmigrantes irregulares. Y esto es a lo que la directiva ha puesto punto final, estableciendo un marco claro de garantías que todos los Estados deberán respetar. Con la aprobación de esta norma, el acervo comunitario ha incluido numerosas garantías de protección de derechos humanos para mejorar la situación en la que se encuentran los irregulares en muchos países europeos.

Creemos necesarias algunas aclaraciones a lo que se ha venido afirmando: la directiva garantiza en todos los casos la revisión judicial del procedimiento de expulsión y la comunicación por escrito de las decisiones de expulsión, en lengua comprensible y con indicación de las posibilidades de recurso judicial. Respecto a las condiciones del internamiento, garantiza el acceso de las ONGs. Además, los menores tienen garantizados en centros especiales de acogida sus derechos básicos (incluida la educación), y su repatriación sólo será posible, tras tomar en consideración el principio del interés superior del menor, a sus familiares, tutores o centros de acogida que cumplan los requisitos exigidos.

Numerosas instituciones internacionales (OCDE, Consejo de Europa y Comisión Europea) han elogiado el modelo español para gestionar la inmigración, que se basa en tres pilares: la lucha contra la inmigración ilegal y las mafias, la apertura de cauces de migración legales y el apoyo a la integración en la sociedad de los inmigrantes que llegan, además de la cooperación con países terceros. En la Eurocámara hemos empezado a trabajar ya en la lucha contra las mafias a través de la Directiva sobre las sanciones a los empleadores de residentes ilegales y en la tramitación de un permiso único de residencia y trabajo, para que la inmigración sea una oportunidad tanto para los países receptores como de origen.

Europa seguirá siendo tierra de acogida y abanderada en la defensa de los derechos y libertades en el mundo. Europa no es una fortaleza, y muestra de ello es que en España hemos acogido en los últimos años un número de inmigrantes similar a la población de Irlanda, cuatro millones de personas. La inmigración que queremos es la de personas con derechos y obligaciones.

La coalición de los vivos

Por Daniel Innerarity, profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza y autor de El nuevo espacio público. (EL PAÍS, 28/06/08):

Todo el debate acerca de la llamada justicia intergeneracional se resume en las siguientes preguntas: ¿quiénes tienen más derechos, nosotros o nuestros hijos? ¿Es justo formular una “preferencia temporal por los actualmente vivos”? ¿No sería esto una versión temporal del privilegio que algunos quieren realizar en el espacio, una especie de colonialismo temporal? En ambos casos se establece una complicidad del nosotros a costa de un tercero: si en el exclusivismo de los espacios era el de fuera, en el imperialismo temporal es el después quien corre con los gastos de nuestra preferencia. Y esto es precisamente lo que ocurre cuando el horizonte temporal se estrecha: que tiende a configurarse una especie de “coalición de los vivos” que constituye una verdadera dominación de la generación actual sobre las futuras. Se ha invertido aquel asombro del que hablaba Kant cuando observaba lo curioso que era que las generaciones anteriores hubieran trabajado penosamente por las ulteriores. Hoy parece más bien lo contrario: que con nuestra absolutización del tiempo presente hacemos que las generaciones futuras trabajen involuntariamente a nuestro favor.

Puede estar ocurriendo que los actualmente vivos estemos ejerciendo una influencia sobre el futuro que cabe entender como una rapiña del futuro. Hay una especie de impunidad en el ámbito temporal del futuro, un consumo irresponsable del tiempo o expropiación del futuro de otros. Somos okupas del futuro. Cuando los contextos de acción se extienden en el espacio hasta afectar a personas del otro punto del mundo y en el tiempo condicionando el futuro de otros cercanos y distantes, entonces hay muchos conceptos y prácticas que requieren una profunda revisión.

Este entrelazamiento, espacial pero también temporal, debe ser tomado en consideración reflexivamente, lo que significa hacer transparentes los condicionamientos implícitos y convertirlos en objeto de procesos democráticos. Una de las exigencias éticas y políticas fundamentales consiste precisamente en ampliar el horizonte temporal. Dicho sumariamente: dejar de considerar al futuro como el basurero del presente, como un lugar donde se desplazan los problemas no resueltos y se alivia así al presente.

Este tipo de evidencias ha puesto en marcha todo un conjunto de nuevas reflexiones acerca de la justicia intergeneracional. Las discriminaciones que están vinculadas a la edad o condición generacional (que una generación se imponga sobre otra o viva a costa de ella) plantean unos desafíos particulares al ejercicio de la justicia. La mayor parte de las decisiones políticas que adoptamos tiene un impacto sobre las generaciones futuras. Por ejemplo, los problemas de la seguridad social (salud, pensiones, desequilibrios demográficos, seguros de desempleo) necesitan un marco temporal amplio y un enfoque cognitivo que considere los posibles escenarios futuros. ¿Es moralmente aceptable transmitir a las generaciones futuras los residuos nucleares o un medio ambiente degradado o una deuda pública considerable o un sistema de pensiones insostenible? Se trata de examinar con criterios de justicia las transferencias que se realizan de una generación a otra, la herencia y la memoria, pero también las expectativas y posibilidades que se entregan a las generaciones futuras, en términos de capital físico, ambiental, humano, tecnológico e institucional. Habría que pasar de una propiedad “privada”, generacional, sobre el tiempo a una colectivización intergeneracional del tiempo, y especialmente del tiempo futuro.

La interdependencia de las generaciones exige un nuevo modelo de contrato social. El modelo del contrato social que regula únicamente las obligaciones entre los contemporáneos ha de ampliarse hacia los sujetos futuros respecto de los cuales nos encontramos en una completa asimetría. Hay una desigualdad básica entre el presente y el futuro que no existe entre los contemporáneos. Si únicamente tenemos en cuenta el significado de nuestras acciones para nuestros intereses presentes, no seremos capaces de comprender de qué modo incidimos en el futuro y hasta qué punto esta repercusión nos apela en un sentido ético y político.

La cuestión de la responsabilidad frente a las generaciones futuras debería estar en el centro de lo que podría denominarse una “ética del futuro”. Y la primera reflexión que esta nueva textura del mundo nos impone es preguntarnos a quién hemos de considerar como “prójimo”: en definitiva, pasar de una responsabilidad de las “relaciones cortas” (Paul Ricoeur) a otra cuya regla sean “las cosas más lejanas” (Nietzsche), que el prójimo no sean simplemente los más cercanos en el espacio o en el tiempo. El principio de responsabilidad está orientado precisamente al futuro lejano. Y parte de la conciencia de que nos ha sido confiado algo que es frágil: la vida, el planeta o la polis.

Los revolucionarios franceses y americanos formularon un principio que podría denominarse de autodeterminación generacional y que exigía el respeto ante las voluntades futuras. La historia es escenario de la libertad para todas las naciones y para todas las generaciones; por eso, nuestras decisiones deben estar abiertas a la ratificación y la revocación. No podemos asegurar qué querrán los que vengan después, y por eso hemos de arbitrar procedimientos para dejar el futuro a su libre disposición. En ese contexto, Jefferson llega a plantear la cuestión de si todas las leyes deben ser aprobadas de nuevo, según el ritmo de las generaciones. Afirmaba incluso que podemos considerar a cada generación como una nación diferente con un derecho a tomar decisiones vinculantes, pero sin el poder de obligar a las siguientes, de la misma manera que no pueden obligar a los habitantes de otro país. Los contratos mueren con quienes los han firmado. Una posición similar parece defender actualmente el filósofo moral Peter Singer cuando se pregunta, por ejemplo, si nuestros descendientes valorarán la vida en la naturaleza o se sentirán mejor en centros comerciales climatizados, frente a juegos de ordenador incomprensibles para nosotros.

Ambos son, a mi juicio, planteamientos abstractos, ya que no toman en suficiente consideración el solapamiento y la interacción entre las generaciones, como tampoco la imposibilidad de delimitarlas estrictamente. Aunque está claro que debe haber cláusulas y procedimientos de revisión, cualquier interrogación sobre la justicia entre las generaciones ha de tomar en cuenta también su interacción, el hecho de que la historia no es una sucesión de discontinuidades, sino que hay vínculos entre ellas sin los cuales la idea misma de una sociedad sería incomprensible, como los deberes de memoria o la legitimidad de configurar el futuro colectivo.

El tema no es tanto dejar libertad a las generaciones siguientes como la necesidad de legitimar nuestro inevitable condicionamiento del futuro y configurarlo de acuerdo con criterios de justicia que vayan más allá de los intereses actuales. No podemos abandonarnos a la comodidad de manejar como único criterio de actuación el respeto a las decisiones futuras de la posteridad, porque incluso esa libertad de elección de las generaciones venideras exige de nosotros la adopción de muchas decisiones. La paradoja del respeto intergeneracional podría formularse así: hemos de tomar ahora determinadas decisiones para que ellos tengan después la libertad de elegir.

Una mujer en la historia

Por Manuel Castells (LA VANGUARDIA, 28/06/08):

Ha muerto Ruth Cardoso de Leite. El mundo oficial la recordará como la primera dama de Brasil entre 1994 y 2002, una primera dama muy querida por su pueblo y que siempre tuvo personalidad propia. El mundo académico la recordará como una de las mejores antropólogas urbanas de América Latina, catedrática de la Universidad de São Paulo, profesora en París y en Berkeley, creadora de escuela y maestra de generaciones de estudiosos de la sociedad a partir de la observación de las comunidades urbanas. El mundo de la lucha contra la pobreza la recordará como la fundadora de Comunidade Solidária, una red de 1.300 organizaciones de base centradas en la mejora de la vida en las localidades más pobres de Brasil mediante el apoyo a la autogestión de programas sociales en dichos lugares.

El mundo feminista la recordará como la feminista práctica que centró su esfuerzo en concienciar, organizar y apoyar a las mujeres realmente existentes en los sectores populares de Brasil y de América Latina. El mundo de la resistencia contra las dictaduras en Brasil y en el continente americano la recordará como la militante política - clandestina o no según los momentos-, independiente de los partidos pero cercana de la gente, centrada en conseguir avances reales de democracia más allá de las fantasmagorías ideológicas que rodearon su tiempo en América Latina. El mundo de sus amigos la recordaremos como la mujer serena y sonriente por cuyo rostro nunca parecieron pasar los años, y cuyo dulce hablar le permitía decidir las cosas más serias e incluso las más espinosas con una sensatez convincente que transformaba la polémica en reflexión compartida.

Porque Ruth transmitía paz en un mundo atormentado. Y su gente, la gente de su Brasil que siempre llevaba en el corazón, de su São Paulo con un sentido profundo de hogar perdurable en la globalidad que vivió, su gente la recordará como la doctora Ruth, la mujer en quien siempre podían confiar, la mujer sin miedo pero sin rencor, la mujer comprometida con los objetivos de la política y ajena a las mezquindades de la política. La mujer que, como primera dama, fue capaz de salir en la televisión criticando la ley del aborto que el partido de su marido apoyaba, motivando que el presidente, o sea su marido, la cambiase. Todo ello sin acrimonia, sin oponerse a su marido por afirmación personal, sino simplemente lo hacía cuando pensaba que no tenía razón en esa y en otras muchas cosas. Eso explica que su popularidad fuera aún más alta que la de su marido (que fue un presidente muy popular).

Recuerdo en uno de los viajes con mi mujer durante la presidencia de Cardoso la pintada que vimos en las paredes de un barrio popular: “Fernando Henrique, no. Doña Ruth, sí”. Pero nunca se le ocurrió jugar a la Hillary. Porque ella estaba en otra cosa, estaba en cambiar las cosas desde abajo, con la gente y a través de la participación de la gente. Pensaba que la política, y por tanto los partidos, las elecciones, la presidencia, eran instrumentos imprescindibles del cambio, pero no era lo suyo y siempre se pensó como complementaria.

Mientras su marido fue senador, ella permaneció en su piso de São Paulo, en su cátedra universitaria y en su trabajo comunitario. Cuando tuvo que asumirse como primera dama inventó una función para sí misma, aparte de desempeñar con dignidad, pero lo mínimo posible, sus tareas protocolarias. Trató de utilizar el prestigio de su situación, pero no el presupuesto del Estado, para crear su programa de organizaciones comunitarias en las zonas más pobres del país. No para hacer de Evita, sino para solucionar problemas concretos a personas concretas, con la menor publicidad posible y sin instrumentalización política. Creó una fundación que financió con donaciones que pidió a las grandes empresas, sin vinculación política con su marido y con plena transparencia contable. Por ejemplo, pidió, y obtuvo, de una empresa de automóviles un real por coche vendido. Negoció acuerdos con las universidades para que sus estudiantes hicieran trabajo comunitario. Y se puso de acuerdo con las redes de asociaciones existentes en toda la geografía brasileña para dotarlas de recursos y reforzar su participación en las políticas sociales. Recuerdo una visita con ella en la cooperativa de mujeres de Mamiraua en la selva amazónica, donde pude observar cómo las mujeres indias discutían de todo con doña Ruth, sin complejos, sin servilismo, y como ella se sentaba durante horas a ver cómo iba la gestión de la cooperativa. Y la vi negociar con los aldeanos que se lamentaban de que la protección de las especies les privaba de la pesca de la que dependía su subsistencia y su única fuente de ventas.

Y consiguió trocar autocontrol de los pescadores pescando dentro de límites a cambio de la mejora de sus condiciones de vida. Su ecologismo, su feminismo, su lucha por la democracia y contra la república de caciques que persiste en Brasil se rigieron siempre por ese sentido práctico de ir poco a poco, pero sin pausa, haciendo que la gente asumiera la gestión de su propia vida y contribuyendo con los recursos que pudo a incrementar esa autonomía. Comunidade Solidária continúa. Es uno de sus legados. Porque tiene otros muchos Y todos ellos, todo lo que nos dejó se alberga en el lugar más perdurable: en las mentes y en el corazón de quienes supimos de ella o de quienes supieron de quienes supimos.

Y así la recordará su pueblo. Y sus compañeros. Y sus colegas intelectuales. Y sus amigos. Y su familia, su marido, sus hijos y esos nietos a los que tanto esfuerzo y amor dedicó. Ruth Cardoso de Leite fue una mujer multidimensional que hizo historia simplemente siendo ella, sin proclamas ideológicas, con esa determinación profunda de quien hace todo porque es lo que hay que hacer. Y su serena sonrisa seguirá dibujándose en el cielo de los cafetales que la vieron nacer.

María Emilia y el lobo

Por Alfred Font Barrot, director del posgrado de Negociación Estratégica del IDEC, y Carmen García Ribas, directora del posgrado de Liderazgo Femenino del ESCI, Universidad Pompeu Fabra (EL PAÍS, 27/06/08):

La calidad profesional y la integridad de María Emilia Casas, presidenta del Tribunal Constitucional, están fuera de duda para cuantos la conocen, empezando por sus no siempre fáciles compañeros de tribunal. Y, sin embargo, cuando una lejana relación le pide que se interese por el caso judicial de una desconocida -posible víctima de malos tratos-, en lugar de adoptar una actitud de cautela estratégica, decir, por ejemplo, “me encantaría poder ayudarla pero mi cargo no me lo permite” y facilitarle el teléfono de una abogada especializada, la señora Casas se siente obligada a estudiar el asunto, llamar personalmente por teléfono a la desconocida y mantener con ella una larga conversación en el curso de la cual acabará descubriendo que su interlocutora, entre otras inquietantes características, es sospechosa de haber inducido el asesinato de su marido. Como es natural, en ese momento se activan todas las alarmas que habían sido generosamente desconectadas, la señora Casas reintegra al instante su rol institucional y se retira como puede de la situación. Pero el mal estaba hecho. Meses después, con la interlocutora ya en prisión, la conversación, que fue grabada, sale a la luz.

Los estudiantes de estrategia saben que si uno empieza por colocarse mal, esto es, en la posición vulnerable de una estructura relacional, todo irá mal. El simple hecho de llamar uno por teléfono -a diferencia de ser llamado o de otro tipo de contacto- implica hacerse responsable de la conversación, conducirla y llenarla de contenido. No digamos ya si se trata de llamar a un desconocido. Uno tiene que explicar quién es y justificar la llamada, mientras que la otra parte, en su posición de solicitada, se limita a emitir desconfiados monosílabos. Además, si uno llama para cumplir un auto-impuesto deber compasivo y solidario tiene que hablar mucho -y por tanto exponerse mucho- para que el interlocutor se sienta bien atendido. Incluso la retirada es difícil cuando es uno el que ha llamado. Para cortar, para “quitármela de encima” como ha dicho la señora Casas y como sin duda es verdad, la presidenta del Tribunal Constitucional tuvo que decir algo que, visto luego por escrito y fuera de contexto, da, francamente, muy mala impresión: “Si recurres en amparo (esto es, al Tribunal Constitucional) vuelve a llamarme”.

Como dicen los analistas norteamericanos de la teoría de juegos: ya que todos somos estrategas, más vale ser un buen estratega que uno malo. Estrategia es una palabra con mala prensa, porque suena a cálculo, a manipulación. Sin embargo, ser estratega consiste simplemente en tomar en cuenta por anticipado el conjunto de los incentivos que mueven a las personas en sus interacciones con nosotros. Prever y detectar a tiempo cómo se comportan, qué objetivos persiguen, cómo afectan sus movimientos a nuestras expectativas y cómo nos inducen a actuar en un sentido u otro. Nuestra vida personal, social y profesional es una sucesión de situaciones interactivas de este tipo. Reconocerlas y anticiparlas nos permite estar alerta, evitar entrar a ciegas en un terreno peligroso y también, sobre todo en ámbitos que involucran nuestra responsabilidad profesional, nos ayuda a diseñar preventivamente una estructura relacional que nos deje un margen amplio de seguridad.

Ser estratega no significa ser sistemáticamente desconfiado. Significa proceder objetivamente, con independencia de la confianza, para así poder discriminar a tiempo entre quienes merecen nuestra confianza y quienes deben ser mantenidos a distancia. Ser estratega no significa ser egoísta, porque si uno quiere ser altruista también necesita desplegar estrategias que eviten la explotación de la propia generosidad. Ser estratega no significa carecer de emociones; significa reconocerlas, gestionarlas y, singularmente, evitar la confusión de registros de comunicación. Ser estratega no significa mantenerse inaccesible, pero sí reservarse la facultad de graduar la proximidad, según las situaciones y las reglas del juego. En definitiva, ser estratega no es lo opuesto a ser decente, bueno o solidario. Es tan sólo lo opuesto a ser ingenuo.

Esa ingenuidad en la administración de las buenas intenciones aparece con frecuencia en el comportamiento de mujeres que ocupan cargos de alta responsabilidad. Son personas inteligentes, profesionalmente impecables, conocen las reglas del entorno y, sin embargo, como decía un grupo de ellas en un reciente seminario, “no saben detectar las amenazas”. Actúan según expectativas ajenas, que racionalmente no comparten; de manera inconsciente, cumplen estereotipos sociales que las inducen a tener actitudes complacientes hacia cualquier persona, sin tener en cuenta las consecuencias.

Si uno cree que ha de orientar sus acciones a gustar, a complacer, a cuidar, será incapaz de autorizarse a actuar estratégicamente por temor a defraudar a quienes en realidad están esperando un comportamiento de sumisión. Y sobre esta base, ningún liderazgo es posible. Ya advertía Maquiavelo (El Príncipe, 1513) que “todo príncipe debe desear que le consideren piadoso y no cruel; sin embargo, tiene que procurar no usar mal la piedad”.

A las mujeres se les suponen talentos emocionales refinados (acogida, escucha, compasión, etcétera) que, naturalmente, son un valor en sí mismos. Sin embargo, como cualquier otro talento, deben ubicarse en la estrategia personal y profesional de quien los posee. Para ello hay que transitar por un proceso de autorización interna que conduzca a una conclusión asertiva: se puede ser buena y estratégica. En ausencia de esa autorización, las mujeres, que desde niñas han recibido el mensaje de ser buenas, en su vida adulta siguen queriendo responder a lo que se espera de ellas. Esa voz interior, que permanece durante toda la vida, desactiva el natural instinto de autodefensa y les hace perder la capacidad de alerta ante situaciones de peligro real.

La sumisión, históricamente necesaria para conseguir la protección del varón, parece haber quedado escrita en la memoria genética de las mujeres y llevarlas a orientar su actividad a la búsqueda de los afectos, de la aceptación, por encima de sus intereses. Las mujeres que llegan a puestos de responsabilidad y de prestigio social se sienten a menudo impostoras, como si ocuparan un lugar que no les corresponde, porque pese a que han hecho un largo trayecto que las hace sobradamente merecedoras del cargo, su educación “en la bondad” las lleva a no querer destacar, a ser humildes y, sobre todo, “iguales” -tremenda palabra devastadora de la identidad-, y a una imprudente proximidad.

Una habilidad básica para ejercer la comunicación estratégica consiste en adecuar el registro al interlocutor, marcando la distancia emocional que nos coloque en situación de decidir lo que deseamos dar y obtener de la relación con el otro. Muchas mujeres suelen mostrar un único registro, la complicidad, especialmente si es otra mujer quien les plantea un problema para el que están sensibilizadas. Pero el registro amistoso es propio de la vida privada, no de la vida profesional, y aun en la vida privada debemos ser capaces de realizar esta adecuación porque también ahí se dan diferentes públicos que a su vez requieren diferentes registros, si no queremos llevarnos sorpresas desagradables.

El registro en la vida profesional viene marcado por factores variados, que además son fluidos y están en transformación, pero se apoya sobre todo en el reconocimiento compartido de las reglas de juego en cada caso. Los hombres parecen tenerlo bien asumido pero las mujeres que acceden a cargos directivos, formadas en la igualdad dentro del género, tienen quizás más dificultades para marcar las distancias, quién sabe si por temor a ser tildadas de arrogantes. La tendencia a la proximidad -en lugar de la ubicación preventiva a la distancia adecuada- no sólo las puede poner en situación de riesgo sino que genera confusión en sus interlocutores, desconcertados ante una cercanía que no esperaban merecer. La incapacidad para mantener la distancia estratégica supone también una devaluación de la propia actividad que puede ser percibida por el interlocutor como de escasa importancia.

Reconocer las reglas del juego que se está jugando, autorizarse internamente a ser y anticiparse estratégicamente a las situaciones amenazantes son tres pasos a seguir. De lo contrario, las mujeres profesionales continuarán sintiéndose intrusas en el mundo del éxito y expiando “la culpa” con movimientos de auto-sabotaje que arruinarán su esfuerzo y su talento.

Turquía: la fractura

Por Antonio Elorza (EL PAÍS, 27/06/08):

La gestación del conflicto remite a los primeros años de la República turca. El proyecto de modernización autoritaria de Kemal Atatürk, de contenido laico y europeísta, pudo triunfar gracias al desplome del imperio otomano y por el inmenso prestigio obtenido con la victoria militar contra Grecia. La religión quedó entonces como último bastión frente al cambio, y si bien se vio obligada a retroceder, desprestigiada políticamente por su vinculación al antiguo régimen, no por eso dejó de contar con el respaldo mayoritario en la sociedad cada vez que el régimen kemalista se abrió a la democracia. La secuencia de prohibiciones de partidos religiosos y golpes militares, desde los tiempos de Kemal hasta fines de los 90, fue el reflejo de esa tensión.

Pero ahora parecía alcanzado el equilibrio con la llegada al Gobierno de un partido islamista dispuesto en principio a acentuar la modernización, vincularse a Europa y mantener el respeto a una Constitución que literalmente blindaba al Estado secular. Así estaría el país en condiciones de abordar las reformas imprescindibles para el acceso a la Unión Europea, al consagrar el respeto a los derechos civiles, eliminar la tutela del Ejército sobre las instituciones, suprimir el ultranacionalista artículo 301 del Código Penal en virtud del cual fueron acusados Orhan Pamuk y el escritor armenio Hrant Dink (cuyo asesinato posterior sigue en la práctica impune) y, tal vez, soñemos, mostrarse realista en la cuestión de Chipre y justo al reconocer la herida de ese genocidio armenio que como muestra el reciente libro de Gurriarán, Armenios, gravita aún sobre los herederos de las víctimas. Nadie podría entonces cerrarle a Turquía las puertas de Europa.

Todo se ha venido abajo con la batalla sobre el velo. En principio, la cosa no debiera ser tan grave, ya que la restricción levantada por el Parlamento y restablecida por el Constitucional se limita a las universidades, y no afecta al uso masivo de la prenda en la vida civil. No existen las restricciones a la libertad religiosa en Turquía de que habla el ministro Ali Babacan.

Sólo que el tema ha destapado la dureza del enfrentamiento entre el laicismo intransigente a la defensiva de juristas y militares, de un lado, e islamistas gubernamentales de otro. Hasta el punto de que pronto el Tribunal Constitucional puede declarar la ilegalización del partido de gobierno y condenar a decenas de sus dirigentes, con Erdogan a la cabeza, por impulsar una anticonstitucional islamización del país. Ya con anterioridad el mismo fiscal Yalçincaya había promovido la ilegalización del partido nacionalista kurdo, con veinte diputados, cuyas “actuaciones e ideas” les convertirían en instrumento del independentista y terrorista PKK. Un poco más y vacía el Parlamento de Ankara.

Lo cual no debe llevarnos a la angelización de Erdogan, que ha elegido la línea de aceptar la prueba de fuerza. ¿Por qué Parlamento contra Tribunal si en la Constitución están los artículos 2, 4 y 148? ¿Por qué reaccionar enviando al infierno a sus antagonistas citando el versículo 7.179 del Corán? ¿Por qué emplear los recursos del Estado laico desde la Dirección de Asuntos Religiosos preparando una actualización de los hadices o sentencias de Mahoma si no se está pensando en reintroducir la sharía (Corán más hadices) en la legislación del país?

Y si el supervisor del mastodóntico proyecto, Mehmet Gormez, asegura que hay sólo un islam, rechazando ser un islamista moderado, que no será borrado ni un hadiz ni alterada la palabra de Alá, tal puesta al día es ante todo de temer. Hay en los 7.000 hadices de las compilaciones fiables (sahih) demasiados yihad como guerra, antijudaísmo y voluntad punitiva. En suma, la línea de Erdogan apunta a una islamización larvada, conforme destacan los representantes de los 15 millones de alevíes, que le han retirado su colaboración. Ahora bien, son signos, no pruebas.

Acaba de proponer Juan Goytisolo razonablemente que el tránsito musulmán hacia la democracia no sea forzado desde Occidente. Es menos seguro, sin embargo, que las cosas se vean mejor desde dentro cuando la atmósfera es autoritaria (su propio caso en Marruecos) y que debamos menospreciar el peso ideológico de los orígenes en el islam.

Las normas del Corán y de los hadices son de obligado cumplimiento, incluso para islamistas modernizadores como los turcos o como Tariq Ramadan: de ahí que tenga éste que admitir a regañadientes el castigo físico a la mujer desobediente, la pena de muerte para los apóstatas o esa misma centralidad del velo en que ha caído Erdogan. Cierto que islamismo no equivale a nazismo, pero dentro del abanico de islamismos, siempre orientados a regir las sociedades por la sharía o ley coránica, las fórmulas radicales, de los Hermanos Musulmanes a los tablighi o a los wahhabíes de Arabia Saudí, desembocan inevitablemente en un totalitarismo horizontal o totalismo, sociedades cerradas en que todos cumplan con el mandato de “ordenar el bien y prohibir el mal”.

Ante la ejecutoria de Erdogan, es de rigor la desconfianza, pero también lo es el reconocimiento de que el fracaso forzado de su conciliación hoy amenazada entre islam y democracia supondría un desastre para Turquía y para Europa.

Perder los papeles

Por Jorge Volpi, escritor mexicano (EL PAÍS, 27/06/08):

A fines de los noventa, mientras preparaba mi doctorado en Salamanca, descubrí que era latinoamericano. Durante los 30 años que viví en México jamás reparé en esa condición: sólo el contraste con mis anfitriones españoles, más directos y claros que mis compañeros costarricenses, venezolanos y colombianos, me hizo sentir parte de la comunidad bolivariana. La identidad, comprendí entonces, es mutable y se construye en perpetuo contraste con los otros.

Aun así, frente a los conflictos que desgarraban a otros países europeos, en esa época España lucía como un paraíso para los inmigrantes, en especial para los pocos que, como yo, disfrutaban de un visado. Salvo un par de ocasiones en que, con más torpeza geográfica que discriminatoria, fui llamado sudaca, siempre me sentí bien acogido, en casa.

Más o menos en esa época el presidente del Gobierno español proclamó: “España va bien”, y de la noche a la mañana miles de ciudadanos de países que no iban tan bien giraron sus brújulas hacia esa nación cuyos habitantes tanto se enorgullecían de su hospitalidad hacia los extranjeros, acaso porque aún no se topaban con ellos en cada esquina.

Han pasado diez años desde entonces y España ha dejado de ser aquel reducto. Sus grandes ciudades se han poblado de restaurantes mexicanos, peruanos y argentinos -por no hablar de marroquíes-, símbolos de los cientos de miles de latinoamericanos que ahora viven y trabajan, con o sin papeles, en sus tierras.

Como era natural que sucediera, el racismo y la discriminación han aumentado ante este flujo repentino, pero no de manera alarmante. Incluso, adelantándose a su tiempo y despertando la ira de la derecha europea, el primer Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero decretó una amplia regularización de indocumentados -para usar el término de los mexicanos en Estados Unidos- aunque, como me hizo ver José María Ridao hace poco, en términos económicos se tratase más bien de una regularización de empleos.

De forma predecible, la derecha no tardó en aprovechar el descontento o la simple molestia de ciertos sectores de la población -los parados o quienes de pronto se fijaban en el acento o el color de la piel en las filas de los servicios sociales- para obtener un beneficio electoral. Sin papeles y extranjeros ilegales comenzaron a llenar las primeras planas gracias a políticos sin escrúpulos que confiaban en ganar votos recogiendo -o de plano inspirando- el miedo de sus electores.

Menos previsible ha sido la forma cómo el actual Gobierno socialista ha reculado frente asus posiciones anteriores y, en vez de priorizar la defensa de los derechos humanos -uno de sus principios esenciales-, ha preferido congraciarse con la derecha europea.

Hay que repetirlo con claridad: el nacionalismo es -siempre ha sido- una fuente de discriminación basada en el más puro azar. Uno no puede decidir dónde nacer -el jus soli- o de dónde son sus padres -el jus sanguini-, de modo que el acta de nacimiento, el pasaporte y el DNI son instrumentos que el poder impone a los individuos de forma arbitraria: el biopoder denunciado por Foucault.

¿Qué diferencia a un niño nacido en Albacete de padres españoles de uno nacido en Madrid de padres ecuatorianos, aun si éstos son ilegales? Nada, excepto que uno de ellos puede ser enviado a un lugar que ni siquiera conoce y el otro no. ¿Y a un adulto peruano y uno español, ambos con empleos legales en Madrid? Nada excepto que, sin haber cometido delito alguno, uno puede ser internado durante semanas en una cárcel -desterremos el eufemismo un centro de detención- o expulsado del hogar que ha elegido libremente -repatriado- y otro no. Ambos trabajan, ambos pagan impuestos, ambos se ganan la vida. ¿Por qué esta injusticia? Porque a uno le hace falta un papel: eso es todo.

Mi amigo Nacho Padilla, también alumno de Salamanca, escribió un magnífico cuento para niños, Los papeles del dragón típico. Un día el dragón de los cuentos extravía sus papeles -aquellos que lo acreditan como dragón- y a partir de entonces ninguna princesa acepta ser raptada por él y ningún príncipe quiere combatirlo. Poco a poco deja de ser relevante y al final se desvanece. Carecer de papeles significa dejar de existir. O, en nuestro mundo, dejar de ser visto como humano.

La nueva directiva europea sobre inmigración, como las que existen en otros países -incluido, dolorosa y patéticamente, el mío, México-, legitima la discriminación de Estado. Todos odiamos las comparaciones con el nazismo, pero ello no impide denunciar la lógica fascista de este tipo de ordenamientos. Ahora nos parece monstruoso que se haya discriminado a los judíos a causa de su “raza”: un concepto inventado por el poder para legitimar la persecución. ¿No es igual de atroz discriminar a alguien por su “nacionalidad”, otro concepto igualmente arbitrario?

En su artículo 13, la Declaración Universal de los Derechos del Hombre establece: “1. Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado”. Uno tiene derecho a vivir y trabajar legalmente en cualquier parte: interpretar este precepto de otra forma significa acotar, impunemente, la igualdad entre los seres humanos. Duele oír que los socialistas españoles hablen de regular la “inmigración legal” y rechazar la “inmigración ilegal”, porque en esta última sólo cabrían quienes han sido arrancados de su país contra su voluntad y, aun en ese caso, la ilegalidad sólo afecta a los tratantes, no a las víctimas.

Basta de hipocresías: la derecha ha ganado la partida desde el momento en que incluso la izquierda teme defender a seres humanos que sólo persiguen un mejor nivel de vida y cuyo único delito es no haber nacido en el lugar correcto. Hace unos meses viajé de México, donde ahora resido, a Barcelona, una ciudad tan importante en mi mundo imaginario como Salamanca. Por primera vez el guardia fronterizo me exigió mi boleto de regreso y me llenó de improperios al no poder mostrárselo. He vivido casi cinco años en España y no tengo dudas: también es mi país aunque no tenga -y quizás nunca vaya a tener- papeles para demostrarlo. De tenerlos, hubiese votado por los socialistas. Y ahora me sentiría doblemente dolido al constatar su olvido y su traición.