martes, septiembre 15, 2009

El nudo gordiano de Honduras

Por Rubén Herrero de Castro, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid (EL PERIÓDICO, 11/09/09):

Ha comenzado hace poco la campaña electoral en Honduras y el nudo que ata la vida social y política del país desde el pasado mes de junio se ajusta cada vez más. ¿Qué puede pasar en Honduras? Antes de abordar el futuro, hagamos un ejercicio de memoria.

Manuel Zelaya, del Partido Liberal (centro liberal-progresista), es presidente desde el 2006. Al principio de su mandato, aplicó un programa económico liberal que produjo muy buenos resultados. La CEPAL (Comisión Económica de Naciones Unidas para América Latina y el Caribe) situó a Honduras entre los primeros puestos de crecimiento económico de la región centroamericana.

En el plano económico, consiguió, además, la condonación de la deuda externa del Banco Interamericano de Desarrollo. Hasta la mitad de su mandato, seguía la letra del himno de su partido: «Adelante liberales, continuemos de frente sin parar».

Pero, entonces, se detuvo a escuchar los cantos de sirena que provenían de Hugo Chávez y Daniel Ortega. Para sorpresa de todos, declaró que la orientación de su Gobierno a partir de ese momento sería socialista. Y así, giró diplomáticamente hasta incorporar a Honduras en las estructuras bolivarianas de Petrocaribe (enero del 2008) y ALBA (agosto del 2008).

Para entendernos, es como si Zapatero, a mitad de la legislatura, se declarase neoconservador y comenzara a actuar como tal en todos los órdenes. En medio del desconcierto que causaba su actuación, Zelaya quiso celebrar un referendo para convocar una Asamblea Nacional Constituyente, que diera paso a una nueva Constitución que levantara la limitación de mandatos.

Ante tales intenciones, su partido le retiró el apoyo y el Congreso, la Fiscalía General, el Tribunal Supremo y la Corte Suprema de Justicia declararon ilegal la pretendida consulta. El enfrentamiento y la crisis estaban servidos.

El presidente Zelaya hizo oídos sordos y ordenó al jefe del Estado Mayor, el general Romeo Vásquez, la distribución de urnas y papeletas. Este último se negó a ello y Zelaya lo destituyó el 24 de junio. Los días siguientes fueron de locos. Primero, la Corte Suprema de Justicia de forma unánime y el Congreso por mayoría absoluta revocaron la decisión de Zelaya y restituyeron al general Vásquez en su cargo. Al mismo tiempo, el Congreso abría una investigación sobre la legalidad de los actos del presidente Zelaya. Sus actos fueron considerados ilegales e inconstitucionales y el 28 de junio, el día en que debía celebrarse el referendo, el presidente Zelaya fue arrestado y expatriado en Costa Rica por militares que seguían el mandato del Tribunal Supremo.

Zelaya fue sustituido por el presidente del Congreso y compañero suyo de partido, Roberto Micheletti.

La confusión reinante, las formas empleadas en la detención y la participación del Ejército contribuyeron a la percepción generalizada de golpe de Estado y generaron de forma inmediata el rechazo al Gobierno de facto que se establecía en Honduras.

El presidente de Costa Rica, Oscar Arias, presentó un plan para solventar la situación, que todos quieren utilizar en su beneficio y los involucrados hablan para sus seguidores, en vez de hablar entre ellos con el ánimo de encontrar un verdadero punto de encuentro. Los actos y palabras de Zelaya y Micheletti son de todo menos una llamada a la concordia.

Sin embargo, pese a todo, Zelaya ha perdido la batalla. Ha gestionado muy mal su imagen, siempre dejándose ver junto a Chávez y Ortega. Sus otros apoyos no son del todo sólidos y da la sensación de que actúan de cara a la galería. Además, desde el principio se enfrentaba a un rival casi invencible en relaciones internacionales, la política de reconocimiento de hechos consumados que, más pronto o más tarde, practican la mayoría de los actores internacionales. Esto es, cuando un Gobierno domina de forma efectiva población y territorio, los demás actores optan por continuar las dinámicas políticas y económicas con el nuevo actor. El mundo está lleno de gobiernos en el exilio a los que, legítimos o no, nadie hace ni caso. Así las cosas, pueden darse dos escenarios.

El primero sería la aplicación del plan de Óscar Arias, que implica inmunidad para ambos bandos, el retorno de Zelaya y la celebración de las elecciones previstas.

En el segundo escenario, Zelaya no retorna al poder, se celebran las elecciones de noviembre y el presidente y el Parlamento entrantes autorizan o deniegan la vuelta de Manuel Zelaya.

Dada la situación actual, es más probable el segundo, con la variante del regreso del expresidente, pactando la inmunidad de este y su reingreso en la vida política, a cambio de que reconozca al nuevo Gobierno. Este supuesto contaría también con el respaldo de la comunidad internacional, que hasta la fecha se ha caracterizado por una medida condena del Gobierno de facto de Micheletti.

Seamos claros, esta situación no puede ir más allá de las elecciones. Entonces, ya sin Micheletti, el nuevo Gobierno y el propio Zelaya deberán ceder en sus posiciones. Y lo harán para alegría de una sociedad internacional que no quiere complicarse la vida y menos por el presidente Zelaya y sus amistades peligrosas.

Todo apunta a que este nudo gordiano no necesita de un Alejandro Magno que lo corte, se deshará solo.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

¿Qué amenaza implica el terrorismo global para las sociedades abiertas?

Por Fernando Reinares, catedrático de la Universidad Rey Juan Carlos Investigador Principal del Real Instituto Elcano (ABC, 11/09/09):

Hablar de terrorismo global es hacerlo del terrorismo relacionado directa o indirectamente con Al Qaeda. Este terrorismo global, que lo es por cuanto ambiciona la instauración de un califato panislámico que implique el dominio del credo musulmán sobre la humanidad, por la extensión geográfica de sus actores y de sus acciones, y por haber mostrado capacidad para perpetrar atentados a escala mundial, como los ocurridos hace ocho años en Nueva York y Washington, se ha transformado desde entonces. Hoy en día incluye no sólo a la elusiva estructura terrorista liderada por Osama bin Laden y Ayman al Zawahiri, sino también a sus extensiones territoriales –como Al Qaeda en la Península Arábiga, Al Qaeda en Irak o Al Qaeda en el Magreb Islámico-, a un diverso elenco de grupos y organizaciones que mantienen estrechos ligámenes con aquella -especialmente, aunque no sólo, de talibanes afganos y paquistaníes- y, por último, a células independientes e incluso individuos aislados únicamente inspirados por la propaganda extremista.

Pues bien, desde hace más de dos años ocurren cada mes centenares de atentados atribuibles a ese terrorismo global. La mayoría son obra de las aludidas extensiones territoriales de Al Qaeda o de algunos de los grupos y las organizaciones afines a la misma. No estamos ante un fenómeno amorfo, carente de articulación y liderazgo, sino ante uno polimorfo, cuyos elementos constitutivos varían en estructura y estrategia, pero comparten en lo fundamental una ideología y una agenda. Sus escenarios preferentes están en el Sur de Asia y Oriente Medio, más concretamente en Afganistán -donde el terrorismo es parte sustancial de una actividad insurgente más amplia-, Pakistán, Irak e incluso India. En estos países, los atentados perpetrados por actores vinculados al actual terrorismo global son prácticamente cotidianos, aunque difieran en magnitud y consecuencias. Sin olvidar que son asimismo frecuentes en otros como Argelia, Somalia o Yemen. Y que en la misma categoría cabría incluir un significativo número de cuantos acontecen en el norte del Cáucaso.

Pese a la retórica antioccidental que lo acompaña, el terrorismo relacionado con Al Qaeda se produce sobre todo en países cuyas poblaciones son mayoritariamente musulmanas y la mayoría de sus víctimas son musulmanes, calificados de apóstatas o renegados por los extremistas, en ocasiones por tratarse de chiíes y otras veces, las más, por no acatar las directrices que tratan de imponer los terroristas. Esta realidad pone de manifiesto que el actual terrorismo global es más la expresión de un conflicto entre musulmanes que el exponente de un choque de civilizaciones. Dicho lo cual, sus orígenes se remontan a una alianza de Al Qaeda con algunos pequeños grupos armados de orientación islamista, establecida en febrero de 1998, denominada Frente Islámico Mundial contra Judíos y Cruzados. Un eufemismo para señalar como adversario principal a las sociedades abiertas de Norteamérica y Europa, además de Israel. Este discurso se ha mantenido hasta nuestros días e implica que ciudadanos e intereses occidentales son blanco ubicuo y permanente del terrorismo global.

Ahora bien, sólo unos pocos de los miles y miles de sus atentados contabilizados desde el 11-S han tenido lugar en países occidentales. En nuestras sociedades abiertas, los actos de terrorismo global son episódicos si comparamos su frecuencia con la de otras demarcaciones geopolíticas. Este dato sitúa la amenaza para el mundo occidental en su adecuada dimensión, sin exagerar pero sin negar que dicho problema es real y todo indica que duradero. Durante los últimos ocho años, en Estados Unidos se han podido desbaratar al menos una docena de atentados en cuya planificación y ejecución intervinieron individuos relacionados con la urdimbre terrorista que gira en torno a Al Qaeda. Ahora bien, la sofisticación de estas tentativas y el perfil de sus autores han sido muy variados. No ha cesado la amenaza procedente del exterior -perpetrar un nuevo gran atentado en territorio estadounidense continúa estando entre los propósitos de Al Qaeda-, pero la eventualidad de que sean células endógenas e independientes las que perpetren actos relativamente menores de terrorismo en suelo norteamericano -incluyendo a Canadá- está ahí.

Durante ese mismo periodo de tiempo, en la Unión Europea han tenido lugar atrocidades como el 11 de marzo o el 7 de julio, si bien el número de atentados relacionados con el terrorismo global que las policías y los servicios de inteligencia han impedido es mayor del contabilizado en Estados Unidos. Entre los planes que fracasaron adquiere especial significación el que en agosto de 2006 pretendió hacer estallar, mediante explosivos líquidos, al menos siete aeronaves comerciales en ruta desde el aeropuerto de Heathrow hacia sus destinos transatlánticos. Pero no menos relevantes son los atentados previstos en Alemania para el otoño de 2007 o los que pudieron haber afectado a Barcelona y otras metrópolis continentales en 2008. En conjunto, son incidentes en los que han intervenido tanto individuos con pasaporte comunitario -algunos conversos radicalizados- como extranjeros. Individuos que constituían células dirigidas por el directorio de Al Qaeda o vinculadas con su extensión norteafricana, estaban ligados a entidades asociadas -como el Grupo Islámico Combatiente Marroquí, la Unión de Yihad Islámica o Therik e Taliban Pakistan- o formaban redes terroristas independientes.

Tal y como evoluciona, la amenaza del terrorismo global en el mundo occidental sugiere aún la posibilidad de atentados múltiples, con bombas u otros artefactos explosivos, en cuya ejecución participarían suicidas. El transporte público y la aviación civil serían blancos preferentes, sin olvidar otros cuyo menoscabo pudiera ocasionar entre decenas y centenares de muertos, o las infraestructuras energéticas. Esto alude, con todo, a atentados que, si bien pueden ocurrir en cualquier momento y sin previo aviso -¿no es una lección a extraer de los ocurridos en Madrid y Londres?-, causarían numerosas víctimas y una conmoción en la opinión pública tan considerable como coyuntural. Pero seguirían sin afectar en lo esencial el modo de vida y las instituciones occidentales. A este respecto, las sociedades abiertas han mostrado una evidente resiliencia. Para que fuese de otro modo tendrían que producirse atentados de cadencia e intensidad inusitadas, lo que no parece verosímil. O que Al Qaeda tenga éxito en la innovación devastadora que persigue. Es decir, en cometer algún acto de megaterrorismo con armas de destrucción masiva. Un atentado nuclear, por ejemplo, sí podría socavar gravemente los fundamentos del orden social y político inherentes al mundo occidental. Estadísticamente es improbable. Prevenirlo es inexcusable.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

El primer 11 de septiembre: Viena, 1683

Por Paolo Mieli, presidente de RCS Libros y ex director del Corriere della Sera (EL MUNDO, 11/09/09):

Seguramente será una coincidencia, -no así para el intelectual católico Michael Novak- el hecho de que el primer 11 de septiembre que aparece en los libros de Historia no sea el del 2001 sino el de 1683, día en que comenzó la contraofensiva con la que, en 36 horas, las tropas del emperador Leopoldo I -con la decisiva ayuda del rey de Polonia Jan Sobieski-, derrotaron e hicieron huir a decenas de miles de turcos que, a las órdenes del gran visir Kara Mustafá, asediaban desde hacía dos meses la ciudad de Viena.

Extraña coincidencia la que hay entre los dos 11 de septiembre. Porque las analogías no se ciñen a la fecha en la que termina el verano. Ya desde el mes de agosto de 1682, el sultán Mehmet IV había planificado la denuncia del tratado de paz vicenal firmado con Leopoldo, que expiraría en el 84, amén de haber lanzado una ofensiva que, desde los Balcanes, debería pasar por Hungría y terminar con la ocupación de Viena, la capital del imperio.

¿Terminar? Nadie puede asegurar que la conquista de Viena, un evento clamoroso en sí mismo, fuese la última etapa de la penetración turca en Europa. Más aún, parece poco probable que, ocupada la capital austriaca, la conquista no continuase en el resto del continente. Las ambiciones del sultán eran similares a las de su predecesor Suleimán, que había desencadenado en 1529 y en 1541 una incursión en Europa, en la que conquistó gran parte de Hungría.

Pero el 11 y el 12 de septiembre de 1683 los turcos fueron derrotados y tuvieron que hacer frente a una contraofensiva que duró 15 años y que, por sus características de Santa Alianza bendecida por el Sumo Pontífice, fue llamada la última cruzada. Más aún, en 1699 fueron obligados a firmar la paz de Karlowitz que, según la opinión unánime de los historiadores, marcó el punto de inflexión, lento pero irreversible, del hundimiento del Imperio Otomano.

Aquel día, pues, cambió la Historia y es un gran servicio el que presta la editorial Mulino traduciendo el mejor libro sobre el acontecimiento, obra del historiador inglés John Stoye, titulado El asedio de Viena. En este amplio y profundo ensayo, Stoye, amén de explicar cómo sucedieron las cosas, se detiene en las contradicciones de la Europa cristiana que permitieron a los turcos atreverse a desafiarla. Fue, de hecho, el rey católico francés, Luis XIV, el que animó con todos los medios a su alcance al sultán a atacar al Imperio Austriaco.

Su embajador en Estambul, Guilleragues, llega a decir abiertamente que, aunque su rey mantuviese el compromiso de acudir en ayuda de los polacos si fuesen agredidos por los turcos, nada hacía pensar que haría lo mismo para apoyar a Leopoldo.

De esta forma y mientras iban pasando las semanas, Guilleragues repetía, una y otra vez, que, en el caso de que los turcos atacasen a Austria, los franceses no moverían un dedo e, incluso, podrían asestar una puñalada trapera a Leopoldo, aprovechando así la ocasión para vengarse de 1673, cuando el emperador se había aliado con los herejes holandeses en guerra contra Luis XIV.

Un argumento tremendamente atractivo para los turcos, dado que recordaban lo eficaz que había sido la fuerza de expedición enviada por los franceses en auxilio de Austria en 1664, así como la enviada a Creta en 1669. De hecho, desde entonces, nunca se atrevieron a enfrentarse a una coalición, aunque sólo fuese ocasional, entre austriacos y franceses.

Pero, en Roma se habían dado cuenta de lo real que era la amenaza turca. En 1676, había subido al solio pontificio Inocencio XI, que declara de inmediato su deseo de pacificar Occidente para lanzar un ataque contra el sultán. En un primer momento, sin embargo, el Papa Inocencio apoya las reivindicaciones del rey francés en contra del emperador austriaco, que le parecía titubeante ante el proyecto antiturco.

El Papa comienza a cambiar de idea con la predicación de Marco d’Aviano, un fraile capuchino que obtuvo una enorme popularidad entre 1679 y 1680 tras una epidemia de peste bubónica. Durante esta epidemia le fueron atribuidos, tanto en las Cortes Reales como entre la gente del pueblo, episodios milagrosos de curaciones que le confirieron un aura de santidad. Carlo de Lorena, por ejemplo, considera haber sido curado gracias a sus oraciones y, desde ese momento, se convierte en su hijo espiritual. D’Aviano pidió a la gente que se alistase en la guerra contra los turcos y, en 1681, intentó llevar su predicación a Francia, pero Luis XIV lo expulsó por la fuerza del país, algo que disgustó profundamente al Papa.

Menos incluso le gustó al Pontífice que, para testimoniar que estaba contra los turcos, el mismo Luis XIV que secretamente animaba al sultán a atacar Viena, hubiese enviado su armada, a las órdenes del almirante Du Quesne, a realizar una insensata agresión contra la ciudad de Argel, bombardeada sin piedad en 1682 y en 1683, precisamente mientras comenzaba el asedio de la capital austriaca (provocando, como revancha, la ejecución del cónsul francés en Argel).

Stoye describe a la perfección el juego francés, que consistía en aprovechar la presión turca sobre Viena para atacar a España, en cuyo auxilio no podía acudir una Austria distraída por los turcos (y España pedía a Austria que la defendiese en vez de enfrentarse con los musulmanes), mientras los principados de la Alemania septentrional se deberían ocupar de la crisis báltica, alimentada, también ella, por Francia (lo que les induciría a subestimar el alcance de las iniciativas del sultán).

El historiador tiene el enorme mérito de esclarecer las responsabilidades europeas en el ámbito cristiano -ocasionadas precisamente por las divisiones y las rivalidades- en la cuasi capitulación de Viena, la ciudad de la que Leopoldo se aleja a comienzos de julio mientras los primeros estandartes turcos se disponían al asedio y la defensa de entonces de la capital habría cedido con casi total seguridad, si no hubiese sido por la sorpresa Sobieski. ¿Pero sorpresa, por qué?

Jan Sobieski, nacido en 1624 en una ciudad cercana a Leópolis y educado en París como muchos de los retoños de la aristocracia polaca, había subido al trono de Polonia en 1674 adoptando el nombre de Juan III y con la inestimable ayuda del propio Luis XIV. Todo hacía presumir que en medio del torbellino de aquella época -la católica Francia y la católica Polonia habían ayudado incluso a los protestantes húngaros en contra del católico emperador austriaco-, Sobieski iba a permanecer siempre al lado del Rey Sol.

Pero Juan III no sólo salió en ayuda de Leopoldo sino que, además, fue el protagonista de la batalla para la liberación de Viena del asedio, ocupó los campamentos que habían sido turcos hasta unas horas antes y entró en la capital acogido como el liberador. Esto le dio celos a Leopoldo, al que no se le perdonaba el haberse alejado de Viena cuando los turcos se habían presentado a las puertas de la ciudad ni el haberla abandonado a su suerte durante dos largos meses de hambre, epidemias, bombardeos e incendios.

La verdad, escribe Stoye, es que Leopoldo tenía una personalidad muy compleja. El emperador tomaba decisiones «sólo con temerosa repugnancia», una característica de su personalidad de la que los protestantes y los embajadores venecianos en Viena culpaban a los jesuitas, por haberle educado con tanta rigidez que «habían reprimido su energía innata».

Leopoldo no era menos católico que Sobieski, pero tendía a sopesar más los pros y los contra de sus actos, amén de sentir una profunda aversión hacia los que, como Juan III, actuaban por impulsos y eran, por eso, más amados por la gente. Estos celos de Leopoldo hacia Sobieski imposibilitaron el que ambos aprovechasen la ocasión y se lanzasen de inmediato a la persecución de los turcos con óptimas probabilidades de derrotarlos por completo y en poco tiempo. Eso fue, sin embargo, lo que hicieron unos meses después a petición del Papa, pero entonces ya necesitaron 15 años para concluir su misión.

Un plazo de tiempo tan largo que se debió también a que Francia había vuelto a reactivar sus intrigas dirigidas exclusivamente a crearle dificultades a Austria. Luis XIV, que se seguía proclamando Rey cristianísimo, demostraba tal falta de escrúpulos que quedaba en evidencia incluso ante sus propios contemporáneos. Hasta el punto de que, en una carta del 15 de septiembre de 1690 escrita por el conde Filippo Guglielmo a Marco d’Aviano, el Rey Sol es definido como «un turco cristiano peor que el bárbaro».

En cuanto a los turcos, su ofensiva, amén de psicológica, era bastante refinada. «Aceptad el Islam», escribió el gran visir Kara Mustafá en un documento que fue presentado a los austriacos a primeros de julio como oferta de solución política, «y viviréis en paz bajo el sultán. O entregad la fortaleza y viviréis en paz bajo el sultán como cristianos y el que quiera podrá irse en paz llevándose sus bienes. En cambio, si resistís, la muerte o la expoliación o la esclavitud serán el destino de todos vosotros».

Kara Mustafá tenía muchos rivales en el seno del propio Imperio Otomano, pero Mehmet IV siempre lo había protegido, hasta el punto de darle carta blanca y 200.000 hombres para la gran expedición de asedio de Viena. En cuanto a lo que hizo en aquellos dos meses de operaciones, no se le puede imputar el haber contemporizado: la empresa era muy difícil y las fortificaciones de la ciudad resistían. Tras la derrota, consiguió evitar que su Ejército se desarticulase, aunque en retaguardia tuvo que sufrir deserciones y traiciones. Algo previsible. Hubiera querido consultar con el sultán para decidir qué hacer en los meses siguientes. Pero por culpa de determinados contratiempos no se reunió con él.

El 19 de octubre las tropas del Imperio cruzaron el Danubio y conquistaron Esztergón. El capitán otomano de la ciudad se rindió y Kara Mustafá reaccionó ordenando la ejecución de los oficiales que habían abandonado la importante plaza fuerte, pero ya casi todos se habían fugado. De ahí que el embajador francés en Estambul comentase: «Acabo de enterarme de que los imperiales han tomado Esztergón y que las deserciones, el terror, los desórdenes y la agitación contra el gran visir y el propio sultán crecen día en día».

Los rumores de que los descontentos apuntaban al sultán debieron llegar a oídos de Mehmet IV, que pidió de inmediato la cabeza de Kara Mustafá. La noticia le llegó al gran visir, que se encontraba en Belgrado, el 25 de diciembre de ese mismo año. Ésta fue su respuesta: «Lo que Dios quiera». Devolvió los símbolos de su autoridad, el sello, el sagrado estandarte del Profeta y la llave de la Kaaba en La Meca. Fue estrangulado por un emisario de Mehmet ese mismo día. Para el mundo cristiano era la Navidad de 1683.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Un vuelo de gansos mancha el azul celeste

Por Sergio Ramírez, escritor y ex vicepresidente de Nicaragua (EL PAÍS, 11/09/09):

Algunos piensan que hay reelecciones buenas y reelecciones malas en América Latina, dependiendo del color del cristal ideológico con que se mire. Que lo que hace el ganso no tiene nada que ver con lo que hace la gansa. Me parece un error.

De acuerdo con la tradición agitada del continente, toda reelección ha dejado siempre un rastro negativo de violencia y desconcierto, quizás porque la voluntad arbitraria sigue oponiéndose tercamente al ideal en nuestra historia, y lo que se consuman son siempre los hechos aciagos. Pero el ideal suele volver por sus fueros, y nunca de manera pacífica ni ordenada. Es una especie de cadena perpetua, que va repitiendo sus eslabones, como si nunca se aprendiera de las lecciones de la realidad.

Es lo mismo con los golpes de estado. No hay golpes buenos y golpes malos. No hay asalto militar a los palacios presidenciales que merezca aplausos, ni nobleza alguna en sacar de su cama a un presidente. Porque cuando los sables se alzan contra la democracia, cualesquiera que sean las circunstancias, las instituciones sufren heridas graves que cuesta mucho sanar, no importan los deméritos de los presidentes derrocados.

Estamos, por desgracia, en una etapa de nuestra historia en la que los cambios constitucionales, que pretextan reformar las estructuras políticas para volverlas más abiertas, pasando de la democracia representativa a la participativa, llevan consigo necesariamente la prolongación de la estancia en el poder de los mismos presidentes que promueven esas reformas, una prolongación que se vuelve indefinida. Es como decirles a los pueblos que la pretendida modernidad constitucional lleva siempre al cuello la rueda de molino de la tiranía. Porque no hay prolongación de poder a largo plazo que no termine sacrificando la libertad.

¿Por qué no puede haber proyectos políticos que representen cambios justos de fondo, apertura de las estructuras institucionales, ampliación de los espacios de participación ciudadana, y que al mismo tiempo aseguren la alternancia en el poder?

La presencia indefinida del caudillo corrompe las aguas de la democracia, cualquiera que sea el contexto ideológico en que se dé la prolongación del mandato presidencial forzado por medio de reformas constitucionales. Es la ambición mesiánica de poder la que hace al caudillo buscar como quedarse a toda costa, sea de izquierda o de derecha, crea en el populismo benefactor o en el orden público y la seguridad nacional, sea en una situación de paz o de guerra. Es su idea obsesiva de que sin su presencia en la presidencia el proyecto que él representa se verá frustrado, porque nadie más tendrá la habilidad, o las agallas, para llevarlo adelante.

Es lo que he pensado ahora que se plantea, en apariencia ya de manera irreversible, la reelección por segunda vez del presidente Álvaro Uribe, fin para el cual se está moviendo toda la maquinaria institucional de Colombia. Un triple mandato que no se repite desde los tiempos del presidente conservador Rafael Núñez, quien pudo concentrar en sus manos todo el poder posible en los finales del siglo XIX.

Electo por primera vez en 2002, el presidente Uribe hizo pasar ya a la Constitución Política de Colombia por una reforma que le permitió la primera reelección, y ahora lleva adelante otra, mediante el complejo proceso de dictámenes de la Corte Constitucional y de la Corte Suprema de Justicia, y votaciones en ambas cámaras del poder legislativo, para hacer posible un tercer mandato. Todo el poder del estado ha sido puesto al servicio de esta causa, un esfuerzo que merecería mejores motivos.

Y sucede entonces lo inevitable. Que comienzan a alzarse rumores de corrupción, de compra de votos entre los diputados y senadores, de violencia en contra de la libre voluntad de quienes están llamados por la ley a decidir. El dirigente del Partido Liberal, adverso a Uribe, Rafael Pardo, aspirante él mismo a la presidencia, ha denunciado que se están invirtiendo más de cien millones de dólares en la compra de votos legislativos para allanar el camino a la reelección.

En este contexto, las reformas terminan siendo legales pero no llegan a ser legítimas, por mucho que se amparen en el respaldo popular. Porque nadie duda de que el plebiscito que se necesita para sancionar las reformas sería ganado ampliamente por el presidente Uribe, quien tiene un apoyo cercano al 70% en las encuestas de opinión; y que lo mismo ganaría las elecciones presidenciales de 2010, seguramente en la primera vuelta.

Pero es allí donde reside precisamente la calidad del estadista, en saber rechazar las tentaciones del poder en la cumbre del poder mismo, y en la plenitud de la popularidad, como ocurre con el presidente Ignacio Lula da Silva del Brasil, que no tendría, sin duda, ningún problema para perseguir su tercer periodo, con más respaldo de los electores que el propio Uribe. Ya ha dicho que no, sin embargo, con gran sabiduría.

Frente a las necesidades éticas de América Latina, y en tiempos en que lo que se requiere son ejemplos de recta conducta en la política, ¿qué diferencia separa entonces al presidente Chávez del presidente Uribe, si ambos buscan quedarse en el poder a toda costa?

Si la reelección es mala para el ganso, tiene que serlo también para la gansa.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

La reinvención del libro

Por Juan Villoro, escritor (EL PERIÓDICO, 10/09/09):

¿Qué tan novedoso debe ser un invento? La importancia de un producto suele depender de su capacidad de sustituir a otro. La tecnología necesita contrastes; sus aportaciones se miden en relación con lo que había antes. El inventor es el hombre que llega después.

Lo nuevo existe en serie: es la última parte de una secuencia, requiere de algo que lo anteceda. Esto lleva a una pregunta: ¿podemos inventar hacia atrás?, ¿qué pasa si le asignamos otro orden a la historia de la técnica?

Imaginemos una sociedad con escritura y alta tecnología, pero sin imprenta. Un mundo donde se lee en pantallas y se dispone de muy diversos soportes electrónicos. Abundan los receptores de textos e incluso se han diseñado pastillas con resúmenes de libros y métodos hipnóticos para absorber documentos. Esa civilización ha transitado de la escritura en arcilla a los procesadores de palabras sin pasar por el papel impreso. ¿Qué sucedería si justo ahí se inventara el libro? Sería visto como una superación de la computadora, no solo por el prestigio de lo nuevo, sino por los asombros que provocaría su llegada.

Los irrenunciables beneficios de la computación no se verían amenazados por el nuevo producto, pero la gente, tan veleidosa y afecta a comparar peras con manzanas, celebraría la ultramodernidad del libro. Después de años ante las pantallas, se dispondría de un objeto que se abre al modo de una ventana o una puerta. Un aparato para entrar en él. Por primera vez el conocimiento se asociaría con el tacto y con la ley de la gravedad. El invento aportaría las inauditas sensaciones de lo que solo funciona mientras se sopesa y acaricia. La lectura se transformaría en una experiencia física. Con el papel en las manos, el lector advertiría que las palabras pesan y que pueden hacerlo de distintos modos.

La condición portátil del libro cambiaría las costumbres. Habría lectores en los autobuses y en el metro, a los que se les pasaría la parada por ir absortos en las páginas (así descubrirían que no hay medio de transporte más poderoso que un libro).

La variedad de ediciones fomentaría el coleccionismo; los pretenciosos podrían encuadernar volúmenes que no han leído y los cazadores de rarezas podrían buscar títulos esquivos y acaso inexistentes. Solo los tradicionalistas extrañarían la primitiva edad en que se leía en pantalla.

En su variante de bolsillo, el libro entraría en la ropa y sería llevado a todas partes. Esta ubicuidad fomentaría prácticas escatológicas en las que no nos detendremos. Baste decir que acompañaría a quienes necesitaran de distracción para ir al baño.

Las más curiosas consecuencias del invento tardarían algún tiempo en advertirse. Una de ellas está al margen de la ciencia y la comprobación empírica, pero sin duda existe. El libro se mueve solo. Lo dejas en el escritorio y aparece en el buró; lo colocas en la repisa de los poetas románticos y emerge en un coloquio de helenistas. Las bibliotecas no conocen el sosiego.

El hecho de que incluso los tomos pesados se desplacen sin ser vistos representaría un misterio menor, como el de los calcetines a los que se les pierde un par en el camino a la azotea, si no fuera porque los libros se mueven por una causa: buscan a sus lectores o se apartan de ellos. Hay que merecerlos. El password de un libro es el deseo de adentrarse en él.

Las pantallas son magníficas, pero les somos indiferentes. En cambio, los libros nos eligen o repudian. Otras virtudes serían menos esotéricas. ¡Qué descanso disponer de una tecnología definitiva! El sistema operativo de un libro no debe ser actualizado. Su tipografía es constante. Eso sí: su mensaje cambia con el tiempo y se presta a nuevas interpretaciones.

Para quienes vivimos en tristes ciudades en las que se va la luz, como México DF, el libro representa un motor de búsqueda que no requiere de pilas ni electricidad.

Qué alegrías aportaría el inesperado invento del libro en una comunidad electrónica. Después de décadas de entender el conocimiento como un acervo interconectado, un sistema de redes, se descubriría la individualidad. Cada libro contiene a una persona. No se trata de un soporte indiferenciado, un depósito donde se pueden borrar o agregar textos, sino de un espacio irrepetible. Llevarse un libro de vacaciones significaría empacar a un sueco intenso o a una ceremoniosa japonesa.

Con el advenimiento del libro, la gente se singularizaría de diversos modos. Esto tendría que ver con los plurales contenidos y la manera de leerlos, pero también con el diseño. Los fetichistas podrían satisfacer anhelos que desconocían.

¿Hasta dónde podemos apropiarnos de un artefacto? El libro es el único aparato que se inventó para ser dedicado, ya sea por los autores o por quienes lo regalan. Qué extraño sería instalar un programa de Word dedicado con cariño a la esposa de Bill Gates. En cambio, el libro llegó para ser firmado y para escribir un deseo en la primera página.

En el siglo XVIII, el alemán Georg Christoph Lichtenberg escribió: «Un libro es como un espejo: si un mono se asoma a él, no puede ver reflejado a un apóstol». Las páginas reflejan lo que el lector lleva dentro.

Las novedades deslumbran a la gente. El libro ya cambió al mundo. Si se inventara hoy, sería mejor.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Blair no es lo que Europa necesita

Por Carlos Carnicero Urabayen, máster en Relaciones Internacionales de la UE, London School of Economics (EL PERIÓDICO, 10/09/09):

Todo parece indicar que José Manuel Durao Barroso será reelegido presidente de la Comisión por el Parlamento Europeo el 16 de septiembre. Y una vez que los gobiernos europeos han tomado conciencia de los resultados de las elecciones europeas, ha comenzado el baile de nombres para ocupar los otros puestos clave de la UE, si los irlandeses aprueban en referendo el Tratado de Lisboa el 2 de octubre, tal y como es previsible. Habrá que desarrollar el nuevo tratado eligiendo al presidente del Consejo Europeo; lo más parecido que tendremos los europeos a un presidente para la Unión.

Todo esto ocurre en un momento crítico de la crisis mundial y de cambios de políticas internacionales promovidos por la propia crisis y por las nuevas políticas de Barack Obama. La relación de Estados Unidos con China, verdadero poder financiero de la deuda norteamericana, y con los países emergentes (India, Brasil, Rusia…) está definiendo sinergias, alianzas y estrategias que dibujarán un mundo en el que la Unión Europea tiene asignado un papel menor, fruto de sus propias debilidades: al no ser un Estado, tiene serias dificultades para articular una política exterior y de defensa sólida y eficaz. Un presidente furibundamente europeísta podría ser un primer paso para cambiar esa tendencia.

El presidente del Consejo Europeo tendrá un mandato de dos años y medio, reelegible por un segundo periodo, y facilitará la identificación en el mundo de Europa como una unidad política. Después de la presidencia checa, en la que Vaclav Klaus hizo de caballo de Troya de los sectores más antieuropeístas, ha quedado de manifiesto que la nueva figura de la presidencia no es solo un arreglo institucional, sino además un cambio necesario para evitar que determinados actores internos utilicen el poder de las instituciones comunitarias para dañar el proyecto colectivo.

Ha trascendido que Tony Blair es uno de los candidatos bien situados para ser presidente del Consejo Europeo. La reciente noticia sobre su futura declaración en la comisión independiente que investiga en el Reino Unido las razones por las que se invadió Irak nos retrotraen a su etapa política más comprometedora. La aspiración de un liderazgo europeo se vería empañada por estar personalizada por un gran líder político que, sin embargo, demostró no tener a Europa como su principal prioridad.

Nadie puede dudar de su peso político. Su histórica victoria en 1997 puso fin a 18 años de duro conservadurismo y fue el primer ministro más joven que tuvo el Reino Unido en todo el siglo XX. Su victoria supuso, además, la incorporación de muchas mujeres a la Cámara de los Comunes, que hasta entonces había estado compuesta por una abrumadora mayoría masculina. Sus tres victorias electorales (1997, 2001, 2005) le han avalado como un gran estratega.

Sin embargo, como recordaba hace unas semanas Wolfgang Munchau desde el Financial Times, a pesar de sus destacadas cualidades, Blair no es lo que Europa necesita. Su seguidismo hacia las políticas de Estados Unidos y su abdicación moral durante la era de Bush en cuestiones como la tortura hacen cuestionable su idoneidad como líder para Europa. Su frugal europeísmo, manifestado en 1998 con su lanzamiento junto a Jacques Chirac de la Europa de la defensa en la declaración de Saint-Malo, quedó mermado cuando prefirió apoyar una invasión ilegal aun a expensas de dividir a Europa y tocar de muerte su incipiente política exterior.

La reelección de Barroso como presidente de la Comisión Europea parece ya inevitable, a pesar de que los analistas coinciden en que su primer mandato ha distado mucho de ser brillante. La credibilidad de la Comisión ha quedado severamente dañada durante la crisis, al haber sido incapaz de coordinar las respuestas de los gobiernos europeos y evitar que los estados miembros actuaran por su cuenta. Es más, se piensa que una de las la razones por las que será reelegido es porque no será un presidente de la Comisión incómodo para los gobiernos europeos.

Para contrarrestar el nombramiento de Barroso, conservador, la izquierda europea, debilitada tras las pasadas elecciones al Parlamento Europeo, no debería caer en la tentación de apoyar a Blair, laborista, para el puesto. El nombramiento del presidente del Consejo Europeo debe depender más de elegir a un líder con indudable vocación europeísta que del eje derecha–izquierda. Hace falta un político que, además de dotar de visibilidad a la Unión en el ámbito mundial, sea capaz de ejercer su liderazgo con genuina autonomía europea. Tal vez por eso algunos gobiernos conservadores no ven con malos ojos a un político perteneciente a la izquierda que, sin embargo, no se caracteriza por romperse el alma por sus convicciones europeas.

El tándem Barroso y Blair –de confirmarse este último– constituiría una peligrosa senda para la Unión. Las personas que se ponen al frente de las instituciones son tan importantes como los cambios institucionales mismos. Europa se enfrenta en los próximos años a un escenario global cambiante en donde habrá de tomar posiciones para garantizarse un puesto de primer nivel en el nuevo orden internacional. Es quizá más importante que nunca elegir bien quién nos represente. Europa se juega su futuro ahora.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Filicidio

Por José Guimón, catedrático de Psiquiatría de la UPV-EHU (EL CORREO DIGITAL, 10/09/09):

La joven que mató a su bebé porque pensaba que se lo ordenaban unas voces; aquélla que lo ahogó después de matar también a su madre; y la que mató a su recién nacido tras dar a luz a escondidas en un viaje de vacaciones nos han enfrentado, en un corto espacio de tiempo, a ejemplos de una realidad que aterra al público incrédulo. Sin embargo, aunque el filicidio es una realidad no frecuente, su explicación no es, en general la ‘locura’.

La primera referencia a un filicidio (la muerte dada por uno de los padres a su hijo) se remonta a la Biblia, con la inmolación de Isaac por Abraham. En la mitología griega se narra el asesinato de sus dos hijos por Medea, despechada por el abandono de Jasón. Los romanos, por su parte, merced a la ‘patria potestad’, podían disponer de la vida de sus hijos, y no es hasta 300 años después de Cristo cuando empezó a considerarse el filicidio un crimen. Sin embargo, las madres que mataban a sus hijos recibían frecuentemente sentencias más leves, argumentándose que los niños habían muerto al aplastar y sofocar a sus bebés accidentalmente durante el sueño. Hay quien ha querido ver en aquellas leyes tanto civiles como eclesiales una comprensión no explicitada de los problemas de sobrepoblación y la falta de medios consiguiente.

Pero los países desarrollados occidentales no se libran hoy de esa lacra. Las escasas estadísticas fiables señalan que en Estados Unidos 600 niños fueron asesinados por sus padres en 1983. En Canadá se informó de 114 casos de muerte de un niño a manos de un padre entre 1964-1968. Las cifras son variables en Finlandia, Australia, Canadá, Japón o Alemania, aunque parece que han disminuido algo. En España no hemos encontrado datos fiables recientes.

En EE UU entre el 8% y el 9% de la totalidad de los asesinatos se cometen sobre personas de menos de 18 años (de ellos, el doble son varones) y aproximadamente el 1,1%, sobre niños de menos de un año. El 45% de ese 8% ocurrieron en las primeras 24 horas, por lo que en aquel país son clasificados de ‘neonaticidios’ (el infanticidio de un bebé de menos de 24 horas), aunque en algunos textos se extiende el plazo hasta un mes. Del conjunto de las investigaciones que he revisado se concluye que, en los neonaticidios realizados en los primeros días, la inmensa mayoría de las autoras eran mujeres y de hecho se citan sólo dos hombres en la literatura. En niños de más edad el porcentaje se equilibra y a partir de los 8 años son ya más frecuentes los varones.

El homicidio se realizó preferentemente por estrangulamiento o ahogamiento. Un tercio de los padres o madres homicidas se suicidaron, por lo que se consideró que las muertes de esos niños eran ’suicidios extendidos’ o altruistas, es decir, realizados supuestamente para que los niños ‘no sufrieran’. Un tercio de los padres tenían trastornos psicóticos y otros estaban deprimidos. Muchos habían consultado con psiquiatras anteriormente. Sin embargo, los autores no consideran que haya datos clínicos predictores claros, aunque recomiendan explorar durante el embarazo la presencia de ideas de incapacidad para hacerse cargo de un hijo en las embarazadas que den señales de problemas psicológicos.

En los neonaticidios maternos, con frecuencia las razones esgrimidas por las madres solían ser más personales: para ocultar el deshonor del embarazo, por no poder mantenerle, como venganza hacia el abandono del padre. Hay quien evoca en estas razones cierto parecido con las argüidas en la violencia de pareja: ‘La/o maté porque era mía/o’. Se debe recordar, en cualquier caso, que la mayoría de las matricidas provenían de un entono sociocultural desfavorecido. El 90% de las madres tenían menos de 25 años y menos del 20% estaban casadas. Era frecuente que las madres atribuyeran su estado psíquico al recién nacido o al embarazo. A menudo dieron a luz solas y disponen del bebé como si fuera un aborto ¿que hubiera ocurrido demasiado tarde? A nadie se le escapan las relaciones de estas situaciones con la controversia de los plazos en la interrupción voluntaria del embarazo. En cualquier caso, las neonaticidas son miradas con benevolencia por la mayoría de los jueces en el mundo occidental, rara vez pasan tiempo en la cárcel y son frecuentemente excelentes madres de futuros hijos.

Pero el infanticidio no es cosa de los demás ni de la antigüedad, sino que está presente en nuestro inconsciente colectivo y en los fondos recónditos de nuestra psicología individual. Freud consideró que los mitos y leyendas representan, de forma más o menos velada, a la vez los deseos fundamentales del ser humano y las fuerzas que se oponen a su realización. El psicoanalista argentino Raskovsky publicó un excelente libro respecto a las motivaciones inconscientes del filicidio. Mitos y leyendas serían vestigios distorsionados de las fantasías figurativas de naciones en su totalidad, los sueños seculares de la juventud de la Humanidad. Por ello, una construcción mitológica puede prestar la base para una exploración de la historia psíquica del hombre. En los mitos se presentan, en toda su crudeza, pasiones y deseos aterradores, como el filicidio, el parricidio, el incesto, etcétera. Pero si Cronos devoró a sus hijos para evitar ser destronado y si Medea mató a los suyos por despecho, esos mismos deseos nos acechan agazapados en nuestro inconsciente, incluso aunque los hayamos criado en el ambiente cultural de Euskadi. ¿O es que hemos olvidado la leyenda que recogió Don José Miguel de Barandiarán en Rentería, y de la que me ocupé hace unos años? «Érase una vez una familia compuesta por el padre, la madre y dos hijos: Catalina y Beñardo. Cierto día, la madre les dijo que quien regresara primero de los dos encontraría en el armario una taza de leche. El primero en volver a la casa fue Beñardo, pero no pudo hallar la leche. La madre le dijo que metiera la cabeza más adentro del armario para buscarla y, cuando lo hizo, la mujer cerró de golpe la puerta y le cortó la cabeza. A continuación lo dividió en trozos y lo puso a cocer en una caldera».

El filicidio ha sido y es aún hoy una práctica extendida y más o menos permitida en muchos países del mundo. Hay referencias entre los esquimales, en los indios mohave y en otros muchos lugares. En la actualidad, aunque el infanticidio es ilegal en India, se sigue practicando, al parecer, con permisividad, en el medio rural. Según un informe de Unicef (rebatido por la Asociación Médica India) ésa sería la causa de los desequilibrios en la población del país, en especial de la menor proporción de mujeres. En China hasta el siglo XIX se sacrificaba a las niñas recién nacidas porque no podían llevar el nombre del padre y eran más débiles para los trabajos del campo. Recientemente se ha acusado a la República Popular China de que existen desequilibrios en la población (menos niños y, en especial, niñas) debido a la política de ‘un solo hijo por pareja’. Aunque la acusación es negada, resulta sospechoso que la venta ambulante de aparatos de ultrasonidos para detectar el sexo de los fetos se ha extendido desproporcionadamente (Klasen and Wink, 2003).

Pero no siempre son las mujeres las que resultan mal paradas. Un artículo reciente (Richard Shears, 2008) que no he podido contrastar informa de que en los pueblos Agibu y Amosa de la región de Gimi, en la provincia de Nueva Guinea Papúa, se habría llevado a cabo el exterminio durante 10 años de todos los recién nacidos varones para evitar que, al crecer, perpetuaran las guerras que ocurren en aquella región. Es de esperar que soluciones tan drásticas no sean imitadas en nuestras latitudes por algunos movimientos radicales.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

El emperador está desnudo

Por Fawaz a. Gerges, de la cátedra Christian A. Johnson sobre Oriente Medio, Sarah Lawrence College (Nueva York). Autor de El viaje del yihadista: dentro de la militancia musulmana, ed. Libros de Vanguardia. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 10/09/09):

Es indudable que la guerra global de Estados Unidos contra el terrorismo ha sido un desastre. En el fondo de la cuestión late una incapacidad para entender el contexto y la dinámica de la política musulmana; por ejemplo, las diferencias y límites conceptuales entre islamistas moderados, activistas radicales no violentos, yihadistas locales y yihadistas globales como los miembros de Al Qaeda.

A lo largo de ocho años, el discurso dominante estadounidense desdibujó los contornos entre los términos islamista, radical, militante, extremista, yihadista y terrorista.Estados Unidos equiparó el lenguaje ofensivo y escandaloso de los islamistas a la acción violenta de los yihadistas. Pero existen marcadas diferencias entre grupos políticos de ámbito local y regional como el palestino Hamas y el libanés Hizbulah y los grupos yihadistas sin fronteras y de alcance global como Al Qaeda, en guerra contra Estados Unidos y sus aliados occidentales desde mediados de los años noventa.

En lugar de adoptar un enfoque más constructivo –que distinga entre los numerosos rostros del islam en su vertiente política-, los expertos en terrorismo y los amantes de la cruzada optaron por el enfoque más cómodo y de talante reduccionista de meter a todos los islamistas en el mismo saco. Juzgaron tanto a los integrantes del núcleo principal del islam como a los militantes radicales a través del prisma de Al Qaeda.

Tales observadores, a sabiendas o sin querer, suscribieron la agenda oficial presentando al islamismo no sólo como yihadismo o como movimiento marginal sin fronteras, sino también como amenaza mortal a Occidente y como ideología agresiva y totalitaria dedicada a la destrucción ciega y a la dominación global. E incluso otros abogaron por una guerra total contra cualquier expresión del islam en su vertiente política.

Basándose en tal consenso de analistas incompetentes y manipuladores de la opinión, el presidente Bush y el vicepresidente Cheney inflaron la retórica metiendo en el mismo saco al conjunto de integrantes del núcleo principal del islam y a los militantes radicales, bajo la etiqueta de islamofascistas.Bush apeló a Estados Unidos a prepararse para una guerra global contra el terrorismo haciendo “un llamamiento que nuestra generación no puede eludir”.

La guerra global contra el terrorismo –dijo Bush- erradicaría la amenaza del terrorismo radical islámico (otro término vago e incoherente) y apuntaría contra los estados que no respetan las normas de la comunidad internacional y patrocinan el terrorismo o le ofrecen refugio. Valiéndose de un lenguaje ampuloso y dramático, de tintes ideológicos, la cruzada de Bush y Cheney creó el marco propicio para la ocupación e invasión estadounidense de Iraq, costosa en vidas humanas y en dinero y que además perjudicó el prestigio moral de EE. UU. en el mundo. Una y otra vez, Bush y Cheney y sus aliados presentaron su guerra global contra el terrorismo como una cuestión fundamentada en la información de los servicios de inteligencia del país, en especial de la CIA.

“Lejos de eso”, argumenta un nuevo libro cuyo autor, Emile A. Nakhleh, es un experimentado y acreditado especialista de la CIA, donde fue director del programa de análisis estratégico del islam en su faceta política, en el directorio de inteligencia de la agencia, poderoso e influyente departamento de esta organización.

En un texto ilustrativo y revelador, Un compromiso necesario: renovar las relaciones de Estados Unidos con el mundo musulmán (Princeton University Press, 2008), Nakhleh observa que aunque funcionarios estadounidenses de nivel medio eran demasiado perspicaces como para enjuiciar la guerra en términos de blanco y negro y de un campo enemigo siempre creciente, lo cierto es que apenas dijeron esta boca es mía ni sugirieron adoptar directriz alguna sobre la cuestión.

Según Nakhleh, que estaba al tanto de los debates internos de la CIA y de los núcleos oficiales de poder en Washington, existían ciertos obstáculos e intermitencias entre el primer y el segundo escalón del equipo de política exterior de Bush en términos de acceso a la información de los servicios de inteligencia y de nivel profesional en este campo. El relato de Nakhleh en calidad de persona con acceso a información privilegiada da el tiro de gracia a la pretensión de Bush y Cheney en el sentido de que ellos, como también el establishment político, fueron engañados y recibieron información errónea de los organismos de inteligencia. Al contrario, el equipo de política exterior de Bush hizo caso omiso del consejo de la CIA y cedió a los espejismos ideológicos y a la tentación de la arrogancia.

Nakhleh traza un desalentador y descarnado panorama de los fracasos de los responsables de la política estadounidense a la hora de entender las ideas y perspectivas básicas que los musulmanes tienen de sí mismos, entre sí y sobre Occidente. Da cuenta de modo implacable de la resistencia de veteranos funcionarios de la administración Bush a enterarse de la complejidad y diversidad de movimientos de matiz religioso del mundo musulmán, pese a los numerosos esfuerzos que hicieron tanto él como otros cargos directivos de la CIA en el sentido de aconsejarles de forma más conveniente.

Uno de los argumentos esenciales de Nakhleh es que existen diferencias cualitativas y notables entre los violentos yihadistas globales, seguidores de Osama bin Laden, y los partidos y grupos políticos islamistas componentes del núcleo principal del islam y dotados de amplia base social como los Hermanos Musulmanes en Egipto, Hizbulah en Líbano y Hamas en Palestina. Nakhleh argumenta que mientras habría que hacer frente y arrinconar a los primeros, “habría que acoger a los segundos como socios potencialmente dignos de crédito en el empeño de la transformación política de sus respectivas sociedades”. Por el contrario, la administración Bush juzgó el mundo musulmán, con sus 1.400 millones de ciudadanos, a través “del prisma del terrorismo”, metiendo en el mismo saco a terroristas de Al Qaeda y a activistas religiosos que han mostrado “su compromiso con el proceso democrático y su enfoque realista de la política y del cambio político”.

Según Nakhleh, tal opción era la peor que podía haber tomado Estados Unidos Mezclar en la retorta a todos esos protagonistas de orientación religiosa – como hizo la administración Bush-y declarar una guerra total contra ellos es una receta ideal para el fracaso y el conflicto permanente con importantes sectores de sociedades musulmanas.

En una reveladora entrevista publicada en el periódico árabe Al Hayat,Nakhleh dice que intentó –aunque fracasó en el intento- persuadir a sus superiores en la administración Bush de la conveniencia de captar a Hamas después de su victoria electoral en el 2006. El punto de vista oficial dominante se oponía a hablar con los dirigentes de Hamas a menos que modificaran radicalmente su postura en relación con Israel.

La alternativa –observa Nakhleh- consiste en que la Administración Obama reconsidere el enfoque de Bush, porque no puede haber estabilidad o auténtica reforma política en la región sin comprometer a Hamas, Hizbulah y organizaciones similares en el proceso. Estos influyentes movimientos han evolucionado políticamente y han alcanzado una legitimidad pública en casa a costa tanto de partidos y grupos laicos como de grupos extremistas.

Con la presencia de un nuevo y visionario presidente estadounidense en la Casa Blanca, la obra de Nakhleh Un compromiso necesario no podría haberse publicado en mejor momento. Aunque Barack Obama no ha elaborado aún el conjunto de sus distintas políticas hacia el Gran Oriente Medio, puede afirmarse que sus ideas y principios básicos toman prestados algunos pasajes de la obra en cuestión. Desde su toma de posesión, el nuevo presidente afroamericano ha emprendido un esfuerzo concertado para enmendar el perjuicio causado durante los últimos siete años de la administración Bush.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

¿Qué hacemos en Afganistán?

Por Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB (LA VANGUARDIA, 10/09/09):

Mañana, 11 de septiembre, se cumplirán ocho años del bárbaro ataque aéreo a las Torres Gemelas de Nueva York. ¡Cómo pasa el tiempo!

Tras la inmensa tragedia, se identificó inmediatamente al enemigo: los terroristas de Al Qaeda encabezados por Osama bin Laden. Horas después, este enemigo estaba ya localizado: se le situaba en el Afganistán gobernado por los talibanes, unos fundamentalistas islámicos que habían alcanzado el poder en 1996 con el beneplácito de grupos económicos norteamericanos. A principios de octubre, Afganistán fue atacado por las fuerzas armadas de EE. UU., y cinco semanas después, a mediados de noviembre del 2001, los últimos reductos talibanes se rendían en Kabul. La operación había sido, aparentemente, un éxito.

Sin embargo, ocho años después la realidad ha resultado ser otra: los talibanes han recuperado el ochenta por ciento del territorio, las tropas occidentales aliadas están cada vez más acosadas por los yihadistas, el Gobierno títere de Karzai es cada vez más débil y comienza a temerse que Afganistán puede convertirse en un nuevo Vietnam, en un nuevo Iraq. La cuestión está en cómo abandonar aquel territorio salvando los intereses y el honor. Recientemente, Vanguardia Dossier ha publicado un completísimo estudio sobre estos problemas (número 31, abril-junio 2009) bajo el expresivo título: “Afganistán ¿el Iraq de Obama?”. No se puede olvidar que anteriormente en Afganistán fueron derrotados el imperio británico y el soviético. Pero la historia sólo enseña a quienes quieren aprender de ella.

Esta catastrófica situación era previsible desde el principio, desde el trágico septiembre del 2001. Los errores de partida fueron, sobre todo, dos. Primero, si de lo que se trataba era de acabar con el terrorismo de Bin Laden y Al Qaeda, la guerra convencional no era el método adecuado. Al terrorismo no se le combate enfrentándose con todo un pueblo sino mediante los servicios de inteligencia, los policías y los jueces. Era evidente que el ataque militar y la posterior ocupación sólo podían conducir al desastre. El resultado es que no se ha alcanzado ninguno de los objetivos iniciales, empezando por el principal: encontrar a Bin Laden, vivo o muerto, como dijo Bush. Nada digamos ya de frenar el terrorismo islámico, más sangriento que nunca desde entonces.

Pero, en segundo lugar, como era de prever, se ha fracasado también en ir convirtiendo Afganistán en un país democrático. El fraude masivo en las elecciones de hace un par de semanas no es ninguna sorpresa. En los últimos años, la ONU ha recogido en sus informes que el respeto a los derechos humanos ha empeorado desde el 2001, especialmente la situación de la mujer. Hace un par de meses, el actual Parlamento afgano aprobó una ley que reducía a la mujer a mera esclava del hombre: hasta para salir de casa necesita el permiso del marido y sólo puede pedirlo por causa justificada.Además, Afganistán es considerado por los organismos internacionales el segundo país más corrupto del mundo, yen la actual guerra han muerto ya seis veces más civiles que en el atentado de las Torres Gemelas, entre ellos mujeres, ancianos y niños, incluida una novia cuando se estaba casando, al ser bombardeada una boda el año pasado. Todo ello, naturalmente, justificado como daños colaterales y errores militares.

A la vista de estos datos, cunde una sospecha: la ocupación de Afganistán por las tropas occidentales no se hizo por los motivos que se alegaron (lucha contra el terrorismo y establecimiento de una democracia) sino por otros motivos menos confesables y más vergonzosos. Apuntemos dos: controlar la producción de opio (materia prima de las drogas duras, especialmente de la heroína) y convertir a Afganistán –debido a su posición geográfica- en guardián de los países ex soviéticos del Asia Central, cuyo subsuelo contiene una de las mayores bolsas de petróleo y gas del mundo.

Efectivamente, los talibanes habían dejado casi de producir opio en el 2001 y ya en el año siguiente, tras su derrota, se restablecieron los niveles anteriores a la guerra. Hoy rebasan el 90% de la producción mundial. La droga, tan hipócritamente prohibida en Occidente como ineficazmente perseguida, está protegida e incentivada en los territorios productores de la materia prima a partir de la cual se produce. La implicación militar de Estados Unidos en Colombia, que encabeza el cultivo de la coca, refuerza este argumento. Por otro lado, Afganistán no tiene salida al mar pero es una alternativa ideal, frente a Rusia e Irán, para acceder al mar Caspio y así asegurar las rutas de oleoductos y gasoductos mediante los cuales se exportará en el futuro hacia Europa el petróleo y el gas de los países centroasiáticos. Véase una detallada explicación en el documentado estudio de David Michael Smith, profesor de Texas, en el mencionado número de Vanguardia Dossier.

El motivo de la guerra de Iraq no fue, como se dijo, que allí se fabricaran armas de destrucción masiva. Tampoco la razón de la guerra de Afganistán es la lucha antiterrorista. Sin embargo, allí están las tropas españolas, arriesgando vidas. Frente a la guerra de Iraq hubo una reacción popular, manifestaciones masivas en todo el país. En cambio, en la de Afganistán la pasividad ciudadana es total. Ciertamente, eran menos simpáticos Bush y Aznar que Obama y Zapatero. Pero también se nos ocultan los motivos, y el engaño, en el fondo, es muy similar.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Los errores de información del Gobierno

Por Antoni Gutiérrez-Rubí, asesor de comunicación (EL PAÍS, 10/09/09):

En política, cuando hay errores en la gestión de la información casi siempre hay un trasfondo de inadecuada, inexistente o ignorada estrategia de comunicación pública y política. Una información de calidad sobre los asuntos y servicios públicos es un síntoma de buen gobierno, sí, y también de buena política.

Algunos responsables políticos, excesivamente confiados, quizás puedan convivir con la ausencia de una política de comunicación eficaz. Pero tiene sus costes en forma de “errores de información” y también previsibles resultados negativos en la opinión pública, y hasta puede tenerlos en los procesos electorales. Felipe González, en el mitin final que los socialistas catalanes organizaron en la campaña de las generales de 2008, dijo, sin acritud, refiriéndose a la obra de gobierno de la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero: “Lo habéis hecho bien, pero no lo habéis explicado bien”. La frase sonó a reprimenda de la experiencia. Lo cierto es que el PSC consiguió entonces los mejores resultados de su historia con 25 diputados y Carme Chacón de cabeza de cartel. Pero las advertencias razonadas tienen la virtud de anticiparse en el tiempo, aunque no sean una alerta inminente. Ignorarlas puede ser temerario.

Hacer política sin comunicación es el atajo más directo al desastre. Pero lo que es inexcusable, y un derecho ciudadano, es el rigor, la sobriedad y la ejecución eficiente de la información de la gestión pública. Algunos políticos parece que puedan prescindir (si la soberbia los nubla y la vanidad los ensordece) de la comunicación. Pero los ciudadanos no podemos estar sin información pública. Éstos son algunos de los errores más frecuentes:

Improvisación. Peter Drucker, el mayor experto contemporáneo en liderazgo, afirmaba: ¡Ojo con el carisma! Es cierto que algunos políticos tienen facilidad de palabra, gran empatía y dotes naturales para la comunicación. Pero, a veces, la importancia de los temas y la responsabilidad pública exige seguir un guión antes que dejarse llevar por la intuición. Si, además, ésta no está garantizada, mejor seguir la senda del rigor y de la prudencia.

Leer lo escrito no garantiza el éxito. Pero incorpora más control y más equipo. La mayoría de los guiones, notas o argumentarios que utilizan nuestros líderes están hechos por equipos de competencias plurales que han pensado (o contrastado) antes de escribir. Seguir el guión no es un demérito cuando lo exige la responsabilidad pública. Y los ciudadanos lo agradecen. Y cuando el guión simplemente no existe o se improvisa, se cometen errores. Por ejemplo, la medida anunciada, matizada, rectificada y finalmente ampliada de la ayuda económica de 420 euros a los parados que han dejado de cobrar el subsidio es un ejemplo caótico de comunicación que ha llevado al mismo ministro de Trabajo a reconocer públicamente sus improvisaciones.

Precipitación. Es la consecuencia lógica -y letal- de la falta de planificación. Se confunde celeridad con eficacia, aceleración con rapidez. El resultado es que las acciones precipitadas, desconectadas y aisladas, inician procesos que no están maduros organizativamente. La precipitación desborda los recursos logísticos y técnicos por falta de capacidad de respuesta adecuada a la nueva demanda estimulada. Y el desencuentro entre el servicio público y la ciudadanía se lleva por delante la paciencia, primero, y la credibilidad, después. La precipitación comunicativa puede provocar problemas adicionales al introducir nuevas variables de interpretación y desdibujar una buena idea o un compromiso público como, por ejemplo, el de la retirada de las tropas de Kosovo. Aunque este caso nada tiene que ver con otras precipitaciones que pueden rozar la responsabilidad penal y causan un daño adicional, como vimos desgraciadamente en la gestión posterior al dramático accidente del Yak-42. A veces la prisa se lleva por delante protocolos, leyes y normas que son doblemente exigibles a los responsables políticos.

Confusión. Una promesa política no es lo mismo que una información pública. La ciudadanía tiene derecho a que sus gobernantes no confundan deseos con realidades, intenciones con acciones. Los gobernantes están obligados a ser extraordinariamente transparentes. Sus palabras, por la responsabilidad que ostentan (no hablan casi nunca “a título individual”), tienen un efecto amplificado en la sociedad a través de los medios de comunicación.

Lo sabe bien el ministro de Fomento cuando ha explorado, en voz alta, los posibles cambios en la política fiscal del Gobierno. Las palabras cuando son ambiguas o confusas pueden tener consecuencias económicas y sociales no deseadas de gran trascendencia. La confusión es la munición del caos porque deja espacio a las interpretaciones múltiples, se pierde la iniciativa y se abre la puerta a la especulación, que no es lo mismo que la opinión razonada y argumentada. Los globos sonda casi siempre explotan en la cara del que sopla.

Imprecisión. Las imprecisiones alimentan la arbitrariedad interpretativa o a las casuísticas no contempladas. La claridad es una exigencia de la buena gestión y de la buena política. Stéphane Dion, político canadiense que destacó por la manera en que había defendido sus posiciones políticas en favor del federalismo canadiense frente a los independentistas quebequenses, impulsó “la política de la claridad”. El mérito estuvo en no abordar las diferencias desde posiciones ideológicas, sino desde las consecuencias que en la vida real de las personas tendrían la aplicación de determinados postulados. Claridad en los costes y en las repercusiones de las decisiones políticas. Ahí está la clave.

Y también en el lenguaje. La prestigiosa revista The Economist, en su libro de estilo, recomienda: “La claridad en la escritura refleja la claridad del pensamiento. Piensa lo que quieras decir y entonces dilo tan simple como sea posible”.

Descoordinación. La información pública no depende sólo de los medios de comunicación. La praxis en la ejecución es tan determinante como las ideas o las iniciativas. Detrás de cada decreto, reglamento, orden o instrucción hay muchos organismos, instituciones y administraciones implicadas. Y en ellas funcionarios, técnicos y proveedores que en su función de servidores públicos son insustituibles para una información de calidad. Los recursos humanos asociados a la información se convierten en clave para el éxito, así como la coordinación institucional.

Ignorar estos principios es un craso error. Las decisiones en la vida pública se materializan en personas que atienden a ciudadanos a través de teléfonos, mostradores o servicios de e-Administración, entre otros. Sin ellas, y sin su escucha activa sobre cómo orientar o ejecutar la praxis pública, no hay políticas de información con garantías. Y la publicidad, con su eficacia limitada, no puede soportar todo el peso de las políticas de información.

El Gobierno español parece que haya tenido este verano una insolación informativa. Demasiada exposición sin protección. Ahora el presidente Zapatero, consciente de que la frontera entre la desconfianza, el ridículo y la falta de respeto se cruza con facilidad, parece que ha decidido cambiar el paso. La seriedad informativa y la coordinación comunicativa sólo pueden obtenerse con mejor dirección política, y parece que los vicepresidentes van a jugar un papel más proactivo. El Gobierno tiene también algunos sólidos y eficaces puntales comunicativos como los responsables de Interior o Sanidad. El tiempo de los conejos en la chistera ya pasó. No hay nada más triste que un mago al que se le ven todos los trucos con el auditorio en silencio, atrapado por la incomodidad. Se impone una reacción. El orden será importante: políticas claras, informaciones precisas, comunicación convincente, coordinación eficaz y gestión ejemplar.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Viejo corazón de América

Por Pablo Salvador Coderch, catedrático de Derecho Civil de la Universitat Pompeu Fabra (EL PAÍS, 10/09/09):

Ni somos ni tenemos su voz, pero cuando Bruce Springsteen cumpla 60 años, el próximo 23 de septiembre, el corazón de América habrá empezado a envejecer. “¿Has visto alguna vez a un perro con una sola pata abriéndose camino calle abajo?”, pregunta en su última canción. “Si alguna vez has visto a un perro con una sola pata, entonces me has visto a mí” (The Wrestler, Working on a Dream, 2009).

La letra de esta canción de perdedores es tan disparatada que casi rocé la tentación de masacrarla. Hay muchos perros cojos -yo tengo uno- pero aunque no sé de ninguno que a falta de tres patas camine, la canción lo hace y de qué manera: último eslabón de una cadena de aciertos, cierra los créditos de El Luchador, de Darien Aronofky (2008), anudando el estómago de los espectadores sobrecogidos por el regreso infinito de Randy The Ram -El ariete- Robinson, viejo luchador profesional idéntico al mejor Mickey Rourke, sólo que más mayor.

Springsteen parece haber nacido para correr en defensa de las personas corrientes, cuyos sueños se desvanecen invariablemente al cabo de la adolescencia. Canta y vuelve a cantar historias de trabajadores blancos, escolarizados lo justo y que habitan los Estados casi en ruinas del oxidado Medio Oeste. Década tras década, en sus baladas aparecen mujeres desesperanzadas (Thunder Road), chavales casados a trompicones (The River), ciudades que se vienen abajo (My Hometown, Youngstown, My City of Ruins). Pero siempre, absolutamente siempre, estalla entre ellas un rock comercial excelente, interpretado con rudeza y un magnetismo que conjura a tres generaciones de aficionados en centenares de estadios (Badlands, Prove it All Night, Radio Nowhere).

Alma de cantautor felizmente vendida al diablo del éxito, Bruce Springsteen domina el oficio de detenerse al borde del abismo insufrible, tedioso o -aún peor- dulzón del apólogo. Uno va a un concierto para divertirse, no a que le riñan. Añadan la habilidad de haber sabido rodearse de todo aquello que un hombre blanco no conseguirá ser jamás: una mujer, Patti Scialfa, que es la suya, o la sombra cálida y gigantesca de Clarence Clemons. El que, finalmente, su banda se caiga a pedazos ya casi no importa.

Renacido al éxito en esta década con un disco compuesto en respuesta al atentado a las Torres Gemelas de Nueva York en 2001 (The Rising, 2002), Bruce Springsteen hizo ver a sus compatriotas que la mayor parte de las víctimas habían sido trabajadores, el corazón de América, no ejecutivos ni profesionales de Manhattan. Siguieron otros cuatro buenos discos y una gira tras otra. Hasta hoy.

Sin embargo, demográfica y culturalmente, el mundo que canta Springsteen lleva años despidiéndose: hoy ni el país ni su presidente, ni el Partido Demócrata en el poder giran en torno al cinturón industrial del Medio Oeste -el Ohio de Youngstown y sus acererías arruinadas-, aunque para la victoria de Obama fue crucial su condición de senador por Illinois. De nuevo, el índice de paro roza el 10%, como hace un cuarto de siglo, cuando Bruce Springsteen estaba en su apogeo. Pero sus canciones de jóvenes blancos recién salidos de una escuela católica y arrojados a las líneas de montaje de los Grand Torino de Clint Eastwood pertenecen al pasado. Por cada cuatro escolares adolescentes blancos ya hay uno hispano, y muchos jóvenes profesionales de la década actual saben más de Steven van Zandt por su papel en Los Soprano, una serie de televisión, que por su contribución crucial al mejor Springsteen y a su E Street Band.

Pero resistan ustedes también a la tentación de enterrar a la vieja América. Obama prevalecerá si acierta a soldarla con la nueva, pues el éxito del último intento recrea, mágico, el interés por los logros anteriores. Los norteamericanos conservan una genuina capacidad de reinventarse a sí mismos, de encarar nuevos retos más allá de las fronteras de la edad. En el sueño americano sigue habiendo un optimismo envidiable y que, en buena medida, está integrado por la sólida creencia de que a uno sólo le retira obligatoriamente la biología, de que siempre se puede volver a empezar. Si usted sabe hacer algo y está dispuesto a esforzarse por conseguirlo, no se preocupe, le dejarán intentarlo.

Springsteen encarna ese viejo corazón de América hasta en su último disco (Working on a Dream): si trabajáis de verdad para que vuestro sueño cobre vida, no os preocupéis; aunque todos digan que los problemas están ahí para quedarse, no os preocupéis, saldréis adelante. Sigue siendo el amo.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

¿El fin del dólar como divisa suprema?

Por Paul Kennedy. Ocupa la cátedra Dilworth de Historia y es director de Estudios sobre Seguridad Internacional en la Universidad de Yale. Autor de Auge y caída de las grandes potencias. © 2009, TRIBUNE MEDIA SERVICES, INC. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 10/09/09):

Está en marcha un debate muy interesante en medios académicos sobre la suerte a largo plazo del dólar estadounidense como suprema divisa para las transacciones en moneda extranjera y, cosa más importante, para las reservas de divisas de los Gobiernos nacionales, las empresas multinacionales y los productores de petróleo, gas y otras materias primas.

En la cumbre del G-20 que se celebró en Londres el pasado abril, llamó la atención de los periodistas que el Fondo Monetario Internacional recibiera una asignación de 250.000 millones de dólares en derechos especiales de giros (DEG). Dos meses después, la cuestión volvió a surgir en Ekaterimburgo (Rusia). La reunión de los líderes de los países BRIC -Brasil, Rusia, India y China- sugirió a los comentaristas que una coalición internacional de Estados emergentes podría cantar las cuarenta al Tío Sam, en parte a base de que los países cambiaran sus reservas de divisas desde el dólar a esas unidades de cuenta del FMI.

Una interpretación generosa de toda esta “confabulación” internacional es que, en realidad, es mejor para el mundo que sus transacciones monetarias se basen en un “abanico” internacional de divisas que en una sola que, si cae por culpa de la mala gestión de su Gobierno, podría llevar a la ruina a muchos actores inocentes, especialmente los Estados más pobres que dependen del dólar estadounidense. ¿No lo había propuesto el gran economista John Maynard Keynes en 1944 a fin de evitar un mundo basado en un dólar que acabara sufriendo la maldición de llevar demasiado peso sobre los hombros?

Habría sido positivo para la comunidad internacional y para Estados Unidos. ¿Por qué tenía que tambalearse el Titán Cansado bajo el destino excesivo de su carga de ser la divisa suprema? Pero Washington, con todos los dólares que tenía en el bolsillo, puso el veto al plan de Keynes. Está bien saber que eres el más fuerte. Además, si uno posee la principal divisa del mundo puede caer en enormes déficits comerciales y de cuenta corriente sin que le castiguen por ello; un país con una divisa poco importante como Islandia o Corea del Sur no puede permitírselo.

Otra interpretación más desagradable de este paso para acabar con la hegemonía del dólar es el antiamericanismo. Es habitual que la primera potencia mundial despierte el resentimiento de otros países menos poderosos, incluso cuando esa potencia consigue distribuir bastante bien lo que los economistas llaman los “bienes públicos”. Por consiguiente, si las economías emergentes de Brasil, Rusia, India y China deciden reunirse, no es extraño que hablen sobre el sistema financiero y comercial internacional y sobre cómo depender menos de la capacidad de Estados Unidos para dañarlo (a través de hipotecas basura, pésimos bancos, el dominio de la divisa).

Para algunos, un dólar debilitado puede ser también un golpe contra la arrogancia de Estados Unidos y un recordatorio de que hasta los más poderosos pueden tropezar. Eliminar la “injusta” ventaja del dólar como divisa fundamental de reserva ha sido siempre una idea del agrado de los intelectuales franceses y, como demuestra la historia, de los presidentes franceses, desde De Gaulle hasta Sarkozy. ¿Por qué no, entonces, propugnar una “cesta de divisas” más equitativa que facilite los intercambios comerciales o, como variante, intentar organizar el comercio mediante los derechos especiales de giros del FMI? Parece razonable -y, por tanto, defendible- y bajaría los humos a los estadounidenses.

Pero resulta que hay todo tipo de razones por las que los DEG no pueden servir en la actualidad como divisa común, es decir, algo en lo que podría fijarse el precio de un coche Toyota o algo de lo que se podría sacar un puñado de billetes de un cajero automático. Su función es de carácter intergubernamental y no tiene nada que ver con, por ejemplo, los departamentos de divisa extranjera de Barclay’s.

Esto lo explicó muy bien el especialista financiero Swaminathan S. Anklesaria Aiyar, del Cato Institute de Washington (An International Monetary Fund Currency to Rival the Dollar?, ¿Una divisa del Fondo Monetario Internacional que rivalice con el dólar?, julio de 2009, para los lectores que quieran más detalles). Hay que advertir que Aiyar no es como esos comentaristas estadounidenses nacionalistas que parecen creer que la reducción del papel del dólar en el mundo es una especie de amenaza contra su virilidad. Es más, como investigador del Cato Institute, famoso por sus opiniones libertarias sobre política y economía, Aiyar alega sin reparos que la caída relativa del dólar se producirá seguramente debido al crecimiento continuo del PIB chino y la futura llegada del yuan como divisa plenamente convertible, y no porque los Gobiernos mundiales recurran a un instrumento artificial del FMI como los derechos especiales de giros. Cuando el yuan entre a formar parte de las grandes divisas, junto con el euro, el yen y el dólar, habrá todavía menos presiones y menos razones para sustituir los medios tradicionales de compraventa de dinero.

Poco después de leer el ensayo de Aiyar, me llamó la atención un artículo extraordinario titulado The World Supremacy of the Dollar at the Rendering (1917-2008) (La supremacía mundial del dólar a la hora de rendir cuentas), escrito por el especialista italiano Antonio Mosconi, del Centro Einstein de Estudios Internacionales (CESI). El título es tan bíblico -el rendir cuentas evoca el “dar al César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios”- que inmediatamente quise saber lo que decía.

Para quienes disponen de menos tiempo libre que los profesores de universidad, lo resumiré así: el dólar estadounidense ha vivido dos vidas, la primera como divisa de un poderoso país acreedor, desde los años veinte hasta los sesenta, y la segunda como divisa de un “imperio de la deuda”, desde los setenta hasta hoy, aún tiene que llegar mucho más endeudamiento internacional tan sólo con la desgraciada liquidación de los bonos del Tesoro cada semana.

Es imposible resumir en unas frases la devastadora y elegante descripción que hace Mosconi de la explotación, por parte del Gobierno estadounidense, de su capacidad de imprimir papel en el escenario fiscal internacional. Pero su conclusión está clara: “Esta crisis no es como las demás, es la última convulsión del papel internacional del dólar”. En algún momento futuro, gran parte del mundo tomará medidas para evitar que su destino dependa de las decisiones aisladas del Tesoro estadounidense y el Banco de la Reserva Federal. Y entonces llegará la hora de rendir cuentas…

Ya veremos. Dado el nerviosismo de los mercados mundiales en la actualidad, tan posible es que veamos una mejora en el valor de cambio del dólar como que veamos una caída repentina. Ahora bien, en general, estos artículos académicos tienen bastante sentido. Vivimos hoy en un mundo en el que un sólo país, que no tiene más que el 5% de la población mundial, posee aproximadamente el 20% de su PIB, gasta casi el 50% de sus inversiones totales en defensa e imprime billetes que representan entre el 65 y el 70% de las reservas mundiales de divisa extranjera.

De creer en la teoría de la “convergencia” que propugnan los economistas -es decir, el acercamiento del producto y la renta de empresas, regiones y países-, la conclusión está clara: a medida que China, India, Corea del Sur, Brasil, México e Indonesia “se pongan al día”, la parte correspondiente a Estados Unidos disminuirá de forma proporcional, aunque los habitantes de Virginia y Vermont sean más ricos, en términos absolutos, en el año 2050. Tarde o temprano -y lo que se discute es si va a ser “tarde” o “temprano”, no si va a ser- vamos a presenciar otro gran cambio en los equilibrios mundiales de poder.

Incluso a corto plazo, y sobre todo si yo fuera un gestor de dinero interesado en proteger los futuros intereses de mis clientes, supongo que observaría con más cuidado la distribución actual de mis carteras, sólo para asegurarme de que, cuando me llegara la hora de “rendir cuentas”, no pareciera completamente anticuado. Y, cuando cobro como autor internacional, me gusta recibir mis honorarios y derechos en muchas monedas, sólo para estar tranquilo.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

domingo, septiembre 13, 2009

Alemania se enfrenta al declive de los grandes partidos

Por JUAN GÓMEZ - Berlín - (ElPais.com, 13/09/2009)

A finales de agosto, cuando la campaña electoral alemana estaba aún desperezándose, saltó la noticia de que la canciller Angela Merkel había celebrado, en la misma Cancillería, una comida de cumpleaños para el banquero Josef Ackermann. Precisamente el multimillonario suizo y presidente del mayor banco de Alemania, Deutsche Bank, uno de los ejecutivos más impopulares del país, celebró en el año de la crisis su 60 cumpleaños rodeado de la élite política y empresarial del país en la Cancillería. El Schnitzel y los espárragos los pagó el contribuyente, la factura política de la noticia corría de cuenta de Merkel.

Sin embargo, pese a la crisis y a los temores económicos de la ciudadanía, el caso apenas dio para unos cuantos artículos de opinión en la prensa alemana. El pretendido escándalo no cuajó y los socialdemócratas del candidato Frank-Walter Steinmeier (SPD) no insistieron. La crisis y los temores económicos de la ciudadanía no están desempeñando un papel clave en la campaña para las elecciones del 27 de septiembre.

La Unión Demócrata Cristiana (CDU), favorita en los sondeos, se enfrenta al mismo problema que su rival y socio de gran coalición, el Partido Socialdemócrata. El ascenso de los partidos pequeños, La Izquierda, Los Verdes y los liberales del FDP parece imparable y apenas les exige gestas como la que protagonizó Barack Obama en las presidenciales de EE UU.

Hasta los años ochenta, los dos grandes partidos cosechaban juntos más del 80% de los votos, y entre ellos estaba solo el FDP. Este año, CDU y SPD podrían no alcanzar el 60%, según apuntan los sondeos.

El tirón electoral de Merkel se mantiene, pero su partido ha encajado dramáticos reveses en los recientes comicios de Sarre y Turingia. Los democristianos perdieron dos mayorías absolutas, 13 y 12 puntos respectivamente.

El SPD, por su parte, celebra como un triunfo haber frenado su desmoronamiento electoral en ambos Estados federados, donde se afana ahora para formar sendos tripartitos con los Verdes y La Izquierda. Estos resultados apuntan a que la preponderancia de los dos grandes "partidos populares" (Volksparteien) SPD y CDU está entonando su canto del cisne.

Los graves problemas económicos de Alemania no han cristalizado de momento en despidos masivos. La contención gubernamental y la unidad demostrada por CDU y SPD cuando el sistema financiero mundial parecía saltar por los aires han quedado como un mérito de Merkel.

El "apocamiento" del que acusaba a la canciller el semanario Der Spiegel en noviembre o a la "pasividad ante la crisis" que percibían algunos medios económicos, se han tornado en elogios a su prudencia. La sorpresa económica del verano fueron los datos del segundo semestre de 2009. El PIB alemán registró un crecimiento del 0,3%.

Tras haber vencido al SPD por un solo punto en las generales de 2005, Angela Merkel no logró disimular su pasmo ante millones de espectadores televisivos. Esperaba un resultado mucho mejor. En estos cuatro años como canciller, Merkel ha conseguido que su limitada agilidad mediática se perciba como imperturbabilidad y coherencia. El repunte económico, después de las críticas de 2008, contribuye a esta imagen y a la popularidad de la canciller.

No obstante, con la crisis aparentemente domesticada y a la espera de su previsible impacto en el mercado laboral, los votantes parecen haber cambiando de preocupaciones. Si la debacle financiera pudo capearse, ahora queda el miedo de muchos a perder el trabajo y a que continúen los recortes sociales, como consecuencia del enorme gasto público en programas de reactivación económica y financiera.

Aquí puntúa La Izquierda, que además cuenta con apoyos tradicionalmente altos en los cinco Estados federados que fueron la antigua República Democrática Alemana. La Izquierda nació en 2007 de la fusión de los ex-comunistas del Este con los disidentes socialdemócratas del entorno de Oskar Lafontaine en el Oeste.

Antes de la irrupción de La Izquierda, que entró en el parlamento de Hesse en 2008, llegó el ascenso político de los Verdes, que precisamente en Hesse colocaron a Joschka Fischer en el Ministerio de Medio Ambiente en 1985. En los noventa, los Verdes parecían a punto de acabar con los liberales. Se decía que no había espacio político para un cuarto partido.

Los Verdes fueron hace años un partido contestatario y ecopacifista. Hoy cuentan con el apoyo de los más jóvenes y de votantes de clase media universitaria. Siete años de Gobierno con el canciller Gerhard Schröder (1998- 2005), con varias intervenciones militares y bombardeos de por medio, privaron al partido de cualquier aura rebelde o pacifista. También despejaron la desconfianza de los acomodados. El grueso de la clientela política de los liberales tiene un nivel educativo similar pero menos preocupaciones medioambientales. Según los analistas, el problema de ambos es que estos son votantes volátiles y exigentes, más dispuestos a cambiar su voto que el resto.

Gregor Gysi, tribuno de La Izquierda, señaló en el último pleno de la legislatura cuál es el problema de CDU y SPD ante la ciudadanía: "En este Bundestag [Cámara baja del Parlamento] hay, en realidad, un puré de consenso". La convivencia en los Consejos de Ministros y la unidad de los dos grandes partidos frente a la crisis, sumada a la lógica debilidad de una oposición formada sólo por partidos pequeños, ha deslavazado los perfiles políticos de CDU y SPD.

Los grandes partidos disienten en dos puntos fundamentales. Uno es el cierre de las centrales nucleares, pactado por Verdes y socialdemócratas en 2002 y que Merkel quiere aplazar. El otro, la introducción de un salario mínimo propugnada por el SPD.

Merkel se ha aferrado a su exitosa partitura durante lo que va de campaña. Deja que sus barones arremetan contra los socialdemócratas y sacudan a la oposición y se reserva las notas amables del pentagrama. Para el Bundestag, las encuestas siguen otorgando al tándem CDU-FDP una mayoría, aunque ajustada. De no alcanzarla, es probable una segunda parte de la gran coalición. Los tres partidos pequeños volverían a quedarse sin participar en el Gobierno, pero seguirían ganando apoyos durante otros cuatro años.

Planes electorales

CDU

- Los democristianos de Angela Merkel y sus socios bávaros de la CSU han presentado un programa electoral juzgado por muchos analistas como bastante genérico, estudiado para permitir a la canciller un amplio margen de maniobra a la hora de formar coalición después de las elecciones.

- La CDU promete una progresiva, pero leve, bajada de impuestos. El programa prevé un recorte del tipo impositivo mínimo del 14% al 12% y una subida del umbral a partir del que se contribuye al tipo máximo. Los liberales del FDP, socios preferentes de Merkel para la próxima legislatura, abogan por un recorte más radical, que reduciría la recaudación en unos 35.000 millones.

- En otro asunto clave de la pugna electoral —el debate energético— la CDU propone postergar de 10 o 15 años el apagón atómico previsto para 2021. Alemania tiene actualmente 17 reactores nucleares activos.


SPD


- Los socialdemócratas proponen en materia fiscal una leve reducción de impuestos a las rentas bajas, y una subida a las altas. Además, plantean crear un impuesto sobre transacciones financieras.

- El SPD promete convertir a Alemania en una suerte de Silicon Valley de las tecnologías verdes y anunció pleno respaldo a la industria alemana, inversiones y reforma en el sector de la sanidad y de la educación.

Miles de 'ultras' protestan en Washington contra el "socialismo" de Obama

Por YOLANDA MONGE - Washington - (ElPais.com, 13/09/2009)

Los más conservadores entre los conservadores; los ultras; los radicales a la derecha de la derecha más recalcitrante; los que creen que la Administración de Barack Obama lleva el país al socialismo; los que niegan que el presidente haya nacido en Hawai y sea norteamericano -y por tanto elegible electoralmente-; los que han adoptado la esvástica nazi y claman por la pureza de la raza americana.

Todos ellos, muchos más de los que esperaban las previsiones más optimistas, decenas de miles, se concentraron ayer en las cercanías del Capitolio de Washington para protestar contra las políticas y "el gasto descontrolado" del Gobierno.

Si la marcha debía de haber comenzado al mediodía, se inició pasadas las diez y media de la mañana debido a la gran acumulación de gente que reclamaba comenzar a andar por Pensylvania Avenue hacia las escalinatas del Capitolio. Indignados, desafiantes y, en ocasiones, beligerantes contra la prensa que consideran izquierdista y a favor de Obama, los manifestantes dejaron oír alto y claro su descontento con el plan de salud propuesto por el Gabinete demócrata. "El plan de Obama me pone enferma", portaba Lisa Tobbe, llegada a la capital de la nación la noche anterior procedente de Carolina del Norte. "Yo no soy tu cajero automático", gritaba encolerizado Art Murphy, 76 años, que asegura que nunca antes se había manifestado pero que "todo tiene un límite".

Una manifestante contraria a la reforma sanitaria porta una fotografía de Obama caracterizado como Hitler con la frase: "Yo he cambiado".- EFE

El límite está en la talla del Gobierno. Y los ultras conservadores que ayer tomaron el Capitolio están convencidos de que ha superado el tamaño aceptable -que en opinión de los más recalcitrantes debería ser ninguno- y se acerca peligrosamente al "socialismo". "La frase 'Nosotros, el pueblo' está dejando de existir", protesta Greg Huntley.

"Hay que parar los pies a Obama y sus agentes antes de que acaben con América", añade. "Nadie habla por nosotros, nadie nos escucha, así que hemos tenido que salir a la calle", dice Kathleen Motes, con dos niños agarrados a la mano izquierda y una pancarta en la derecha donde se lee: "Seamos ecológicos, reciclemos el Congreso". Motes llegó a Washington tras 20 horas de autobús desde Montgomery (Alabama). "Es momento de actuar o dentro de poco será demasiado tarde", decía.

Demasiado tarde será si la Casa Blanca logra aprobar el plan de salud propuesto por Obama. "Gasto, gasto y más gasto", se queja esta mujer cuyo marido pertenece al Movimiento Nacional Socialista, un grupo supremacista blanco, y que ayer mostraba orgulloso a las cámaras la bandera que mezcla la enseña norteamericana con la esvástica. "Poder para los blancos", repetía monocorde.

El Partido Republicano tenía su representación en los discursos que ayer se pronunciaron. Desde el senador de Carolina del Sur Jim DeMint hasta los congresistas Mike Pence, Tom Price y Marsha Blackburn. Pero también teme que se le identifique con elementos muy radicales u opiniones como las vertidas en el blog de Freedomworks, que comparaba el discurso que Obama dio en un colegio el pasado martes con las tácticas de los dictadores Mao Zedong, Stalin o Pol Pot.

El acto de ayer fue la culminación de un movimiento de protesta generalizado contra los impuestos comenzado a mediados del mes de abril. No es coincidencia que se iniciara en la fecha en la que los estadounidenses entregan su declaración de la renta, que responde al nombre de tea party, en referencia al Motín del Té de Boston de 1773, acto de protesta de los colonos contra los británicos por gravar la importación de ciertos productos, entre ellos el té. Aquel motín fue el detonante de la guerra de Independencia contra la metrópoli británica.

"Mentiroso, mentiroso", gritaba ayer la masa haciendo alusión a Obama y recogiendo el sentir expresado por el congresista republicano Joe Wilson que interrumpió con su grito al presidente el pasado miércoles durante su comparecencia extraordinaria en el Capitolio. "Ni siquiera es uno de los nuestros", decía Nora, que no quería aportar su apellido pero repartía sin problemas fotocopias del certificado de nacimiento de Obama que aseguraban que no es un ciudadano norteamericano. "Tenemos un presidente ilegítimo", decía. "Un presidente que va a acabar con América y los americanos. Ha llegado el momento de actuar, abajo el Gobierno".

Desde la cadena Fox, el presentador, fanático político y ultra radical Glenn Beck llamaba a la causa. El locutor Rush Limbaugh asegura que él hace años que la reclama.

Gripe nueva cada día menos nueva

Por Jordi Casabona, médico y periodista (EL PERIÓDICO, 09/09/09):

En julio, sin protocolo real pero con una buena cobertura mediática, la gripe A (también llamada gripe nueva) llegó al palacio de Buckingham; dicen que la reina del que fue uno de los mayores imperios del mundo no resultó afectada, pero que por si acaso hizo desinfectar sus estancias. En agosto, quien sí cogió la gripe fue el presidente de Colombia, Álvaro Uribe; dicen que en aplicación del protocolo previsto se retiró unos días a su residencia de descanso. Como esta gripe preocupa a Occidente, conoceremos todos los detalles de su propagación, incluyendo la afectación de famosos, y en realidad ya se ha convertido en la primera epidemia de gripe seguida on line. Pero ¿por qué esta pandemia tiene una repercusión tan especial en los medios de comunicación y en la opinión pública?

La historia empezó en abril, cuando un brote de pulmonías graves en México se atribuyó a un virus nuevo, el A(H1N1). Rápidamente se empezaron a reportar más casos en EEUU, Canadá y, posteriormente, Europa y el resto del mundo. Las incertidumbres iniciales sobre el número de defunciones atribuidas al virus, y el estado de opinión entre los expertos internacionales de que desde hace años es plausible la aparición de una pandemia de gripe con una alta mortandad, dispararon las alarmas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y se inició una exhaustiva monitorización de esta infección a nivel internacional. En junio, reflejando la extensión geográfica de la infección, la OMS declaró el estado de pandemia. La percepción de gravedad asociada al «estado de pandemia», las peculiaridades clínicas y de los grupos más afectados y, en especial, la alarma social que crean los fallecimientos entre niños y gente joven han facilitado que sea un tema sensible y susceptible de ser sistemática y exhaustivamente tratado por los medios de comunicación. Por otro lado, mientras con los datos actuales sabemos que esta gripe tiene una tasa de letalidad ligeramente superior a la gripe estacional, también es cierto que hay incógnitas por resolver sobre cuáles son los factores de riesgo para los casos graves, cómo va a comportarse cuando en otoño coincida con la gripe estacional y si el virus puede mutar y adquirir una mayor virulencia. Con el actual número de traslados de personas en todo el planeta, y considerando también la velocidad con que se desplazan, un hipotético virus con la transmisibilidad de la nueva gripe y la virulencia de la gripe de 1918 tendría graves consecuencias sociales y económicas. El doble mensaje, pues, de tranquilidad, pero a la vez advirtiendo de que hay potenciales peligros, no es nada fácil de transmitir a la opinión pública y dificulta el posicionamiento de las administraciones sanitarias, que tienen la obligación de tranquilizar, pero también de planificar las intervenciones que serían necesarias si el escenario cambiara.

Frente a un agente fácilmente transmisible, y en ausencia de un tratamiento farmacológico o una vacuna efectivos y al alcance de todo el mundo, las alternativas se reducen a las medidas clásicas de control de las infecciones aplicadas desde hace siglos, a menudo empíricamente: la interrupción de la cadena de transmisión, la cuarentena y el aislamiento. Pero la aplicación de estas medidas no siempre es coste-efectiva y a menudo ni siquiera es viable. Teóricamente, el cierre de una escuela o de una empresa en la que se han dado casos evitaría un gran número de casos secundarios, pero ¿se pueden asumir las consecuencias sociales y económicas de estas intervenciones si muchas personas ni siquiera se habrían infectado, y la mayoría de infectados tendría una evolución benigna ? Pero, por el contrario, ¿cuál sería el impacto social y político si en una escuela donde se han dado casos se produjera un fallecimiento entre los alumnos? Dadas las posibles repercusiones tanto de actitudes conservadoras como intervencionistas y la escasez de evidencia científica para cuantificar los riesgos, la prudencia y la monitorización de la situación parece la actitud más sensata. Paralelamente, avanzar la campaña de vacunación de la gripe estacional para disminuir el posible número de coinfecciones, habilitar espacios hospitalarios por si hay un aumento de casos graves y un plan de distribución de la vacuna específica –cuando esté lista– son medidas complementarias para disminuir el impacto de la segunda oleada de la epidemia, que se espera para este otoño.

Así pues, es positivo que el Ministerio de Sanidad haya optado por la moderación recomendando que se inicie el curso escolar, que los pacientes se queden en casa unos días y que se reserven los tratamientos e ingresos hospitalarios para los casos graves, dejando la puerta abierta a medidas más drásticas para situaciones especiales y a la revisión de recomendaciones en función de la información disponible. Y, sobre todo, es positivo que se haya hecho de forma consensuada con las comunidades autónomas. Demasiado a menudo, en este país temas técnicos acaban teniendo un componente partidista nefasto para el ciudadano, y siempre hay quien, si las cosas van bien, habla de alarmismo innecesario, y si las cosas no van bien, critica la tardanza en la intervención. La gripe nueva, de aquí a un tiempo ya será vieja, pero mientras tanto tendremos que aprender a gestionar la incertidumbre y a consensuar decisiones, especialmente teniendo en cuenta que la actual cantidad de información existente y su velocidad de circulación genera más preguntas –y miedos– que respuestas.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona