jueves, marzo 01, 2012

Los cristianos de Oriente y las primaveras árabes

Por Alain Juppé, ministro de Asuntos Exteriores de Francia (EL PAÍS, 29/02/12):

Los cristianos de Oriente están preocupados. Preocupados por la continuidad de su presencia en la que es su región desde hace 2.000 años. Preocupados por el respeto de sus derechos en un contexto de enorme conmoción. Preocupados frente a la intensificación de las tensiones vinculadas a la confesionalidad. Quiero decirles que escucho, que entiendo sus temores.

Desde hace siglos, a Francia se le ha conferido una misión particular para con los cristianos de Oriente. Y no la eludirá. Por esto mismo, el presidente de la República fijaba el marco de nuestra política, ya en enero de 2011, subrayando que el destino de los cristianos de Oriente simboliza “mucho más que a Oriente, los retos del mundo globalizado en el que hemos entrado de forma irreversible”. Nuestra visión es clara: no puede haber una auténtica revolución democrática sin la protección de las personas que pertenecen a las minorías. Los cristianos de Oriente están destinados a permanecer en su región. Están destinados a participar en la construcción de su futuro como lo han hecho siempre en el pasado.

La cuestión no es nueva. Data de varios siglos. Pero desde hace algunos años se plantea con una intensidad creciente.

Francia se ha mostrado alerta, primero, dirigiendo mensajes claros a los Estados implicados, que son los primeros responsables de la seguridad de sus ciudadanos. Francia se movilizó igualmente para que el Consejo de Asuntos Exteriores de la Unión Europea del pasado 21 de febrero de 2011 condenara las agresiones a los cristianos y para que, tras el atentado de Bagdad, se les dirigiera una declaración presidencial del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas el 10 de noviembre de 2010.

De hecho, los cristianos de Irak han pagado un tributo muy alto estos últimos años. Hemos expresado nuestra solidaridad con la acogida en suelo francés de más de 1300 de ellos desde 2008 y con la evacuación sanitaria de heridos tras el atentado contra la Catedral de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro el 31 de octubre de 2010, concretamente.

En Egipto, los coptos ocupan un lugar particular. Enraizados en la larga historia del país, estos últimos años han sufrido agresiones, exacciones, discriminaciones, tal y como lo demostró el siniestro atentado contra la iglesia de Alejandría en 2011. Pero, desde la revolución, los coptos se han implicado en la vida política de su país como nunca antes, han participado en las elecciones, quieren ser escuchados y contribuir junto a sus conciudadanos a la transición democrática del país. El Parlamento egipcio recientemente elegido ha comunicado su compromiso de garantizar los derechos de los coptos: contamos con su decisiva actuación.

En el Líbano, la coexistencia de varias minorías es una realidad. Pero este modelo debe preservarse constantemente para responder a distintos intentos de ponerla en tela de juicio. Todos los agentes de la sociedad y de la vida política libanesa tienen la responsabilidad de velar por ello.

Tal y como le afirmó el presidente de la República a su beatitud Bechara Rai, patriarca maronita, durante su visita oficial a París el pasado mes de septiembre, la mejor protección para los cristianos de Oriente y la verdadera garantía de la continuidad de su presencia residen hoy en la instauración de la democracia y del Estado de Derecho en los países árabes.

Por ello, recomendamos a los cristianos de Oriente Próximo que no se presten a las maniobras de instrumentalización que llevan a cabo regímenes autoritarios cortados de su propio pueblo. Sigo muy preocupado por la situación dramática que reina en Siria, por la represión feroz que ejerce un régimen condenado que emplea la fuerza militar contra su propio pueblo. Deseo con todas mis fuerzas que los cristianos, como todas las demás comunidades, participen en la creación de una Siria nueva y democrática donde todos los ciudadanos tengan los mismos derechos y los mismos deberes.

No somos ingenuos. Sabemos que el camino será largo y caótico. Pero más allá de los riesgos y los peligros, que no deben negarse, las primaveras árabes brindan una oportunidad histórica a los cristianos de Oriente. ¿Quién puede creer que los derechos de las minorías están mejor protegidos por dictaduras sanguinarias que por regímenes democráticos? ¿Quién puede negar que hay cristianos, kurdos, drusos, alauitas, asirios también, que son asesinados, torturados, encarcelados, en Siria? Y en esta primavera árabe hay señales de esperanza: quiero rendir homenaje a la iniciativa del gran imán de al Azhar Sheikh Al Tayyeb, que elaboró y publicó el pasado mes de enero un documento sobre las libertades públicas en Egipto. Este escrito hace hincapié en la libertad de culto, la libertad de expresión, la libertad de investigación científica y la libertad de creación, incluida la creación artística. Este tipo de iniciativas, que refuerzan el diálogo interreligioso, demuestran que la reunión de sociedades distintas alrededor de valores universales que permiten a todos coexistir en armonía es posible.

Aunque siga habiendo incógnitas sobre el futuro, quiero decirles a los cristianos de Oriente que se encuentran en otros muchos países que no he citado (como en Israel y en los territorios palestinos) que Francia no les abandonará. Nuestra confianza en las revoluciones de 2011 va acompañada de una observación absoluta del respeto de los derechos humanos, en particular de los de las minorías. Yo mismo he insistido mucho en esta cuestión durante mis contactos con el Consejo Nacional Sirio, que se emplea en agrupar a la oposición siria y que se ha comprometido a garantizar dichos derechos.

En Siria, como en otros lugares, lo que interesa a los cristianos de Oriente es abrazar estas evoluciones, a la vez ineluctables y positivas. Implicándose con decisión en la construcción de una región nueva protegerán su futuro; como volvió a afirmar el presidente de la República ante las autoridades religiosas durante su mensaje de felicitación del año nuevo el 25 de enero: “Los cristianos forman parte de la Historia de Oriente; no se les puede arrancar de esta tierra. Las primaveras árabes cumplirán sus promesas si las minorías son respetadas”.

El mensaje que deseaba trasladarles es sencillo: Francia ha estado, y seguirá, a su lado.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Rusia: El Zar se tambalea

Por Mira Milosevich, escritora y Doctora en Estudios Europeos (ABC, 29/02/12):

En agosto del año pasado, cuando vimos las imágenes de Vladimir Putin sacando dos ánforas griegas del siglo V del mar Negro en Fanagoria, frente a las costas de Crimea, supimos que esta no era solo una foto más para su bookegolátrico, donde ya almacenaba imágenes suyas montando a caballo con el torso desnudo como en una película de Nikita Mijailov, practicando judo o apagando un incendio desde un helicóptero, sino que formaba parte de la propaganda electoral para las presidenciales rusas de 2012. No sorprende que Putin, tras ejercer como presidente entre 2000 y 2008, y como primer ministro desde 2008 a 2012, quiera volver a la Presidencia durante otros dos mandatos, es decir, doce años más. Si cumple su aspiración, terminará habiendo reinado en Rusia durante 24 años, seis años más que Brezhnev y seis menos que Stalin. A pesar de la considerable pérdida de votos de su partido, Rusia Unida, en las elecciones legislativas del pasado diciembre, en las que bajó del 64% que había obtenido en 2007 al 49%, y de las protestas multitudinarias por el fraude electoral, todos los pronósticos le auguran una victoria en los comicios del próximo 4 de marzo. Así que la cuestión no es si Vladimir Putin ganará o no las elecciones presidenciales, sino si podrá mantenerse en el poder tanto tiempo como pretende. El hecho de que Rusia sea un Estado neoautoritario, disfuncional e incapaz de solucionar los complejos problemas económicos, sociales, étnicos y demográficos a que se enfrenta, contribuye a reforzar la hipótesis de que no llegará al final del primer mandato, pero no ofrece respuestas a la incógnita sobre lo que vendrá después.

Desde el año 2000, Putin está construyendo un Estado ruso que constituye por sí solo una nueva especie política, combinación de lo que él define como «democracia soberana» (sobre el supuesto de que cada pueblo, según su carácter y tradición, debe poseer su propia democracia) y lo que calla pero es perceptible en la eliminación física de sus adversarios, sean periodistas, políticos de la oposición o antiguos espías. Un Estado, en fin, dirigido y dominado por los miembros del Servicio Secreto. Ni los Estados fascistas ni la antigua URSS —sin duda, peores en muchos aspectos que la actual Rusia— fueron controlados en tal grado por los profesionales del espionaje. Su estrategia política para las elecciones presidenciales de 2012, al margen de las imágenes del macho fuerte (que no son cosa baladí en un país donde la fuerza ha sido y es la base última del poder) y de la retórica sobre la urgencia de la modernización y de la lucha contra la corrupción, sigue siendo la misma que desplegó en las presidenciales del año 2000. Su proyecto político sigue siendo el mismo que entonces, dentro y fuera de Rusia.

Putin llegó al poder prometiendo la «renacionalización»; es decir, la restauración de la gobernabilidad del país, muy dañada durante los años de presidencia de Boris Yeltsin. Es cierto que Rusia se deslizó entre 1992 y 1999 hacia la condición de Estado fallido, porque el Kremlin no dejó de perder influencia sobre las repúblicas de la antigua URSS (algo bastante lógico, después del colapso del comunismo) y la liberalización económica desembocó en la corrupción generalizada. Yeltsin, un excomunista alcohólico de salud precaria, no fue capaz de enderezar aquella deriva. La campaña electoral de Putin se basó entonces en la necesidad de «poner orden en el caos reinante». En la actual, el «caos de los noventa» le sirve de amenaza. Putin o el diluvio. El caos volverá si no logra mantenerse en el poder, porque él es el Libertadorde Rusia. No hay que olvidar que, para un antiguo miembro del KGB, la liberalización democrática supone un escenario incontrolable, un sinónimo del caos, y «poner orden» significa restringir la libertad. Como en la campaña de 2000, Putin añade a la insistencia obsesiva en el mantenimiento del orden un discurso virulentamente antioccidental que hace de sus opositores cómplices de un frente contra Rusia dirigido desde Washington, convirtiéndolos así en traidores. Por lo demás, su programa de política exterior consiste, como siempre, en conservar las zonas de influencia en las repúblicas exsoviéticas y en los Balcanes, y en cultivar la imagen rusa de gran potencia, manteniendo el pulso con EE.UU. y la Unión Europea a través de gestos como el rechazo de la resolución de la ONU sobre Siria, el apoyo a Hugo Chávez en Venezuela y a Ahmadineyad en Irán, la negativa al reconocimiento de Kosovo como Estado y la oposición a la implantación del sistema norteamericano BMD (Ballistic Missile Defense) en Rumanía (2015) y Polonia (2018).

Vladimir Putin no ha cambiado, pero hay indicios de que el paisaje político ruso es distinto. Las protestas por el fraude electoral reunieron el pasado 24 de diciembre a 80.000 personas, y a 100.000 el 4 de febrero. Estas movilizaciones reflejan la indignación creciente de la ciudadanía rusa, que no acepta las nuevas formas de despotismo, sospecha que la política actual no puede solucionar los complejos problemas del país y reclama una alternativa a los clanes del poder del Kremlin. Las encuestas demuestran que Putin ha perdido Moscú y el apoyo de la intelligentsia, dos pérdidas a las que ningún régimen ruso sobrevivió. Así que el zar no solo está desnudo (y no solo de torso), sino que además su sistema entra en una fase preagónica.

¿De dónde saldrá una nueva fuerza política capaz de articular la indignación ciudadana y derrocar el putinismo? La situación actual no tiene precedentes en la historia rusa, porque no se trata de sustituir a Putin por un nuevo zar que se ajuste a cualquier modelo precedente, sea el de Pedro el Grande o el de Stalin, sino de convertir Rusia en lo que nunca ha sido, un país democrático. El zarismoestá arraigado profundamente en la tradición política rusa, marcada por el autoritarismo tanto bajo los zares como bajo las dictaduras de partido único.

A través de su historia, las respuestas a la tiranía han oscilado del anarquismo a absolutismos de signo opuesto al gobernante. Solo una nueva cultura democrática podría cambiar a Rusia, pero ninguna de las tres instancias actuantes en la historia de Rusia —la clase política, la Iglesia ortodoxa y la intelligentsia— parece capaz de dirigir tal transformación. La clase política, por razones obvias. La Iglesia ortodoxa rusa, pasiva y complaciente ante el poder establecido, siempre ha sido reacia a los cambios. La inteligencia no es en absoluto de fiar, porque siempre terminó avalando los regímenes anteriores. Como observó Isaiah Berlín, la inteligencia rusa ha tendido a creer religiosamente en las ideas, al contrario que en Occidente, donde las ideas circulan libremente, creando un clima de opinión. Los rusos tienen pasión por las ideas fuertes y excluyentes, esto es, por las ideologías. El cambio solo podría llegar desde la propia sociedad civil, que, aunque carece aún de una clara alternativa al putinismo, está mejor organizada que hace doce años, gracias a las redes sociales y a los movimientos cívicos. Si recibiera un apoyo internacional, como Solidarnosc en Polonia, tendría mayores posibilidades. Rusia produjo el zarismo, un paradigma autoritario, pero también la disidencia, que lo ha sido de la libertad individual bajo condiciones extremas de tiranía, como lo demuestran los casos de Anna Ajmatova, Alexandr Solzhenytsin, Yuri Sajarov o Anna Politkovskaya, entre muchos otros. El Zar Nicolás I solía decir que los rusos solo pueden confiar en su Ejército y en su Armada. Acaso ha llegado la hora de que confíen en sí mismos.

 Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

La revolución de la nieve

Por Anders Aslund, Instituto Peterson de Economía Internacional (LA VANGUARDIA, 29/02/12):

El régimen de Vladímir Putin está advirtiendo a los rusos que su incipiente revolución de la nieve será un gran error igual que la revolución naranja de Ucrania en el año 2004. No obstante, si bien las similitudes entre estos dos movimientos populares son tangibles, sus diferencias son esenciales, por lo que compararlos podría ayudar a la oposición rusa a evitar algunos errores.

Al igual que la revolución de la nieve, la revolución naranja fue una reacción generalizada de las clases medias en contra de la corrupción y la falta del Estado de derecho. A diferencia de la primavera árabe, la revolución naranja fue totalmente pacífica, como lo ha sido la revolución de la nieve, y ninguna de las dos fue resultado de una crisis económica o social. En el 2004, la economía ucraniana tuvo un crecimiento sin precedentes de 12%, y el PIB de Rusia aumentó el año pasado en un considerable 4.3%. Sin embargo, también hay diferencias significativas. En Ucrania hay una gran división étnica entre las personas que hablan ruso y las que hablan ucraniano. La oposición ucraniana estaba bien anclada en el Parlamento y en los medios de comunicación, un factor que la hacía parte del viejo sistema.

Los grandes logros de la revolución naranja fueron las libertades políticas y civiles. Sin embargo, la semiparalización política fue su peor fallo, que condujo a una mayor corrupción y autoritarismo. Estuve en Ucrania, antes y después de la revolución naranja, y al pasar un tiempo en Moscú, noté claramente algunas de las trampas en las que puede caer la revolución de la nieve.

La revolución naranja fue pacífica porque un número suficientemente grande de personas tomó las calles. La oposición rusa ya se ha dado cuenta de ello y ha minimizado el riesgo de violencia.

No obstante, pudo haber sido un error en el 2004 ocupar el centro de Kiev y continuar con las constantes manifestaciones para provocar una rápida solución de la crisis porque condujo a un mal arreglo con el viejo régimen. El alivio repentino provocó una euforia peligrosa y orgullo en los miembros de la revolución naranja.

Por esta razón, tal vez la oposición rusa está siendo razonable y por ello realiza ocasionalmente grandes manifestaciones con las que muestra al régimen su fuerza, pero no presiona para llegar a una solución inmediata. En efecto, la repentina resolución de la revolución naranja condujo a la adopción de una Constitución disfuncional que marcaba una división de poderes confusa y compleja. Parecía una trampa preparada por los operadores del viejo régimen. No hay razones para repetir ese error. Una Constitución requiere de un análisis serio. Si el proceso va demasiado rápido, los adherentes del viejo régimen pueden fácilmente engañar a los nuevos actores para que asuman compromisos peligrosos.

Otro gran error de la revolución naranja es que Víktor Yúschenko resultó ser un presidente ineficaz e irresponsable. Al principio viajó por todo el mundo durante meses para celebrar su victoria ignorando el caos en su país. Después, empezó a vetar prácticamente todas las decisiones del Gobierno causando una paralización política y, en la parte final de su administración, tácitamente se unió a la vieja guardia (ahora de nuevo en el poder) en contra de la primera ministra, Yulia Timoshenko, (cuyo partido, hay que reconocerlo, había votado contra la Constitución.)

Sin embargo, mientras Víktor Yúschenko sirve de advertencia a los rusos para no elegir un presidente accidental con poderes excesivos, una de las causas subyacentes de la descomposición del gobierno naranja fue que la mayoría de sus ministros (nombrados por Yúschenko) pertenecían al viejo régimen. La mayoría casi nunca se opuso a la corrupción, y los hombres destacados que fundaron la revolución naranja tenían la esperanza de obtener ganancias generosas a cambio de su inversión política. Como resultado, no hubo una limpieza de los viejos cuadros, y la corrupción disminuyó pero sólo temporalmente.

En contraste, la revolución rosa de Georgia del 2003 conllevó un cambio general de los altos funcionarios, y se permitió la llegada de dirigentes jóvenes bien preparados en instituciones occidentales. Rusia necesita seguir el ejemplo de Georgia (y Estonia) promoviendo una nueva generación de profesionales calificados, jóvenes y limpios.

El error de política más grave de la revolución naranja fue haberse concentrado al principio en la reprivatización –renacionalización y reventa de empresas que se habían privatizado a precios excesivamente bajos–. El Gobierno naranja dedicó su primer semestre a discutir qué empresas debían privatizarse y cómo. Mientras tanto, la producción disminuía cada mes porque la incertidumbre sobre los derechos de propiedad ahuyentaba a los empresarios. Al final, solamente se reprivatizó una empresa grande de metalúrgica llamada Krivoryzhstal; para ese entonces la coalición naranja ya se había dividido. Para los políticos rusos, la reprivatización es una gran tentación política. De hecho, los tres partidos de la oposición en la Duma (el Parlamento) demandan una renacionalización de largo alcance, aunque tendría efectos políticos y económicos devastadores. En cambio, un nuevo gobierno democrático pediría mayores impuestos a la propiedad y el enjuiciamiento de los funcionarios corruptos. En comparación con Ucrania, Rusia tiene una legislación digna y sus tribunales económicos son respetados.

La razón fundamental por la que es de esperar que haya avances democráticos más exitosos en Rusia que los que hubo en Ucrania en el 2004 es que Rusia es mucho más rica y desarrollada que Ucrania, con un PIB per cápita (al tipo de cambio actual) cuatro veces superior. Como habrían observado teóricos de la modernización como Seymour Martin Lipset y Samuel Huntington, Rusia es sencillamente demasiado rica, bien preparada y abierta como para ser tan autoritaria. De acuerdo con la oenegé Freedom House, sólo siete pequeños estados exportadores de petróleo y Singapur son más ricos que Rusia y siguen siendo autoritarios.

Rusia debería aprender cuatro grandes lecciones de la revolución naranja a medida que su propia revolución de la nieve continúa. Primero, los nuevos demócratas deben evitar caer en la trampa de un compromiso disfuncional con el viejo régimen. Segundo, los dirigentes son esenciales para un avance democrático sostenible, y esta elección es tanto vital como difícil. Tercero, Rusia necesita hacer una limpieza de los funcionarios corruptos, por lo que debería recurrir a su vasta juventud talentosa y bien preparada. Finalmente, la reprivatización es una píldora venenosa que hay que evitar.

La revolución naranja no fue un error, pero una causa justa no es garantía de victoria. Los revolucionarios de invierno rusos deben asegurar que su lucha es adecuada e inteligente.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Cuando la tecnofobia se vuelve tóxica

Por Henry Miller, médico y biólogo molecular, profesor de filosofía científica y políticas públicas en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Fue el director fundador de la Oficina de Biotecnología en la Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos. Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos (Project Syndicate, 29/02/12):

A finales de los años noventa 1990 apareció un fenómeno singular en los países de todo el mundo. Las empresas de alimentos y bebidas, una tras otra, se rindieron ante los activistas que se oponían a una tecnología nueva y prometedora: la ingeniería genética de las plantas para la producción de ingredientes. Hasta la fecha aún continúan rindiéndose ante dichos activistas.

La cervecería japonesa Kirin y la cervecería danesa Carlsberg eliminaron de sus cervezas ingredientes genéticamente modificados. En los Estados Unidos, el gigante de comida rápida McDonald’s ha prohibido incluir dichos ingredientes en sus menús, los fabricantes de alimentos Heinz y Gerber (en ese momento una división de Novartis, una empresa con sede en Suiza) retiraron dichos ingredientes de sus líneas de alimentos para bebés, y Frito-Lay exigió que sus productores agrícolas dejen de sembrar maíz que había sido genética modificado con el objetivo de hacerlo resistente ante el ataque de insectos.

Estas medidas se han manejado conceptualmente de varias maneras, pero la realidad es que, al ceder ante las demandas de un número minúsculo de activistas hipócritas, las empresas optaron por ofrecer productos menos seguros a los consumidores, con lo que dichas empresas se exponen a riesgos legales.

Cada año en todo el mundo se retienen o se retiran del mercado innumerables productos alimenticios envasados debido a la presencia de contaminantes “totalmente naturales”, como ser partes de insectos, hongos tóxicos, bacterias y virus. Debido a que la producción agrícola es una actividad que se realiza al aíre libre y en la tierra, la contaminación es un hecho con el que se tiene que vivir. A través de los siglos y de manera frecuente el principal culpable de la intoxicación alimentaría masiva ha sido la contaminación por toxinas de hongos que sufren los productos agrícolas no elaborados; este es un riesgo de que se ve exacerbado cuando los insectos atacan a los cultivos de alimentos, abriendo resquebrajaduras que permiten que los hongos (los mohos) obtengan lugares donde desarrollarse.

Por ejemplo, las fumonisinas y algunas otras toxinas de hongos son altamente tóxicas, ya que provocan cáncer de esófago en seres humanos y enfermedades mortales en el ganado cuando se ingiere el maíz infectado. Las fumonisinas también interfieren con la absorción celular de ácido fólico, una vitamina que reduce el riesgo de defectos del tubo neural en los fetos en desarrollo, y por lo tanto puede causar deficiencia de ácido fólico, y defectos como ser la espina bífida, incluso cuando la dieta contiene lo que de otra forma se podría considerar como una cantidad suficiente de dicha vitamina.

Por lo tanto, diversas agencias reguladoras han establecido los niveles máximos recomendados de fumonisinas que se pueden permitir en productos alimenticios elaborados con maíz para humanos y para animales. La forma convencional para cumplir con dichas normas y para evitar el consumo de toxinas de hongos es, simplemente, llevar a cabo pruebas en cereales procesados y no procesados y proceder a descartar aquellos que se determine que están contaminados; este es un enfoque que tiende a fallar y lleva a grandes derroches.

Pero la tecnología moderna, concretamente, la ingeniería genética de las plantas que utiliza la tecnología del ADN recombinante (también conocida como la biotecnología o modificación genética de alimentos), ofrece una manera de prevenir el problema. De manera contraria a las afirmaciones de los críticos de los alimentos biotecnológicos, que insisten en afirmar que los cultivos modificados genéticamente plantean riesgos (en los hechos, no se ha producido ninguno de dichos riesgos) relacionados a nuevos alérgenos o toxinas en los alimentos, los productos de dichos cultivos ofrecen a la industria alimentaria un medio comprobado y práctico para luchar contra la contaminación por hongos en el mismo lugar donde se origina.

Un excelente ejemplo es el maíz que se obtiene al modificar un gen (o genes) mediante un proceso co-transcripcional de corte y empalme utilizando una bacteria inofensiva con el objetivo de obtener variedades comerciales de dichos genes. Los genes bacterianos producen proteínas que son tóxicas para los insectos barrenadores del maíz, pero que son inofensivas para las aves, peces y mamíferos, incluyendo para los seres humanos. A medida que el maíz modificado mantiene a raya a las plagas de insectos, también se reducen los niveles de moho Fusarium, lo que a su vez reduce los niveles de fumonisinas.

Justamente los investigadores de Iowa State University y del Departamento de Agricultura de EE.UU. han determinado que se reduce el nivel de fumonisinas en el maíz modificado hasta en un 80% en comparación con el nivel que está presente en el maíz convencional. De manera similar, un estudio italiano con lechones destetados que fueron alimentados ya sea con maíz convencional o con la misma variedad modificada que sintetiza una proteína bacteriana que confiere resistencia a la depredación de insectos ha determinado que la variedad modificada contenía niveles más bajos de fumonisinas. Es aún más importante el hecho de que los lechones que consumieron el maíz modificado lograron un mayor peso final, lo que se constituye en una medida de su salud en general, a pesar de que no existieron diferencias en la cantidad de alimento que se consumió en ambos grupos.

Teniendo en cuenta los beneficios para la salud, sin tener que entrar a hablar sobre el hecho de que frecuentemente la producción agrícola es más alta y más confiable, los gobiernos deberían introducir incentivos para el uso cada vez mayor de dichos granos y de otros cereales que se han sido genéticamente modificados. Además, cabría esperar que los defensores de salud pública exijan que se cultiven y se utilicen estas variedades mejoradas, un pedido que no es diferente al de que se añada flúor y cloro al agua potable. Y los productores de alimentos que tienen el compromiso de ofrecer los mejores y más garantizados productos a sus clientes deberían entrar en competencia para lograr que los productos modificados genéticamente ingresen al mercado.

Desafortunadamente, nada de esto ha ocurrido. Los activistas siguen oponiéndose a voz en cuello y de manera tenaz a los alimentos genéticamente modificados, a pesar de que ya han transcurrido casi 20 años en los cuales se han demostrado importantes beneficios, incluyéndose entre ellos, el uso reducido de pesticidas químicos (y por lo tanto menos residuos químicos en las vías fluviales), un mayor uso de prácticas agrícolas que evitan la erosión de los suelos, mayores ganancias para los agricultores, y menos contaminación por hongos.

En respuesta a los clamores de los activistas, las autoridades han supeditado a las pruebas y a la comercialización de cultivos genéticamente modificados a reglamentos no científicos y draconianos, lo que conlleva graves consecuencias. Un estudio pionero de la economía política en biotecnología agrícola llegó a la conclusión de que el exceso de regulación causa “demoras en la difusión global de tecnologías probadas, resultando en una menor tasa de crecimiento de la oferta mundial de alimentos y en precios de alimentos que son altos”. Las políticas actuales también crean “desincentivos para invertir en más actividades investigación y desarrollo, lo que conduce a una desaceleración en la innovación de las tecnologías de segunda generación previstas para introducir vastos beneficios para los consumidores y el medio ambiente”.

Todas las personas involucradas en la producción y consumo de alimentos han sufrido: los consumidores (sobre todo en los países en desarrollo) han sido sometidos a riesgos de salud que podrían evitarse, y los productores de alimentos se han puesto en peligro legal debido a que venden productos que se sabe que tienen “defectos de diseño”.

Las políticas públicas que discriminan innovaciones vitales y desalientan la producción de alimentos no son políticas que toman a pecho el interés del público en general.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona  

El sospechoso habitual

Por J. Bradford DeLong, ex Secretario Asistente del Tesoro de EE.UU., profesor de economía en la Universidad de California en Berkeley e investigador de la Oficina Nacional de Estudios Económicos. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen (Project Syndicate, 29/02/12): 

En todo el mundo euro-atlántico, la recuperación de la recesión de 2008-2009 sigue siendo lenta y vacilante, convirtiendo en desempleo estructural lo que era un desempleo cíclico fácilmente remediable. Y lo que era un mero hipo en el proceso de acumulación de capital se ha convertido en un prolongado déficit de inversión, lo que significa menores niveles del capital y el PIB real, no solo hoy, mientras aún no se completa la recuperación, sino posiblemente por décadas. 

Uno de los legados de la experiencia de Europa Occidental en la década de 1980 es una regla de oro: cada año que una menor cantidad de personas trabajando y un menor nivel de capital, resultados de una inversión en declive, deprimen la producción $100 mil millones por debajo de lo normal implica que el potencial productivo a pleno empleo en los años siguientes será unos $10 mil millones inferior al que habría habido en condiciones normales.

Las implicaciones fiscales son sorprendentes. Supongamos que Estados Unidos o las economías más importantes de Europa Occidental incrementan sus compras gubernamentales el próximo año en $100 mil millones. Supongamos además que sus bancos centrales, si bien están poco dispuestos a involucrarse aún más en políticas monetarias no convencionales, tampoco están dispuestos a bloquear las políticas de gobiernos electos haciendo contrapeso a sus esfuerzos por estimular sus economías. En ese caso, un simple multiplicador de condiciones monetarias constantes indica que podemos esperar unos $150 mil millones de PIB adicional. Ese aumento, a su vez, genera $50 mil millones en ingresos fiscales adicionales, lo que implica una adición neta a la deuda nacional de apenas $50 mil millones.

¿Cuál es la tasa de interés real (ajustada a la inflación) que EE.UU. o las economías más importantes de Europa Occidental tendrán que pagar por esos $50 mil millones de deuda adicional? Si es un 1%, impulsar la demanda y la producción por $150 mil millones el próximo año significa que hay que recaudar $500 millones cada año en el futuro para evitar que la deuda crezca en términos reales. Si fuera un 3%, el aumento necesario de los ingresos tributarios anuales se elevaría a $1,5 mil millones al año. Si es un 5%, el gobierno necesitaría $2,5 mil millones adicionales por año.

Suponiendo que la producción sigue siendo inferior a la normal y proyecta una sombra del 10% sobre los potenciales niveles futuros de producción, ese adicional de $150 mil millones de la producción significa que en el futuro, cuando la economía se haya recuperado, habrá $15 mil millones de producción adicionales y $ 5 mil millones de ingresos tributarios extra. Los gobiernos no tendrán que subir los impuestos para financiar la deuda adicional que se asuma para financiar estímulos fiscales. En lugar de ello, sería muy probable que el impulso de la oferta a la producción potencial en el largo plazo generado por la política fiscal expansiva baste no solo para pagar la deuda adicional necesaria para financiar el aumento del gasto, sino también para permitir en el futuro recortes adicionales de impuestos sin por ello desequilibrar el presupuesto.

Esta es, por decir lo menos, una situación muy inusual. Normalmente, los multiplicadores aplicados a la expansión de las compras gubernamentales son mucho menores que 1,5, debido a que el banco central no mantiene constantes las condiciones monetarias a medida que el gasto público se expande, sino que actúa para mantener la economía en camino de cumplir el objetivo inflacionario de la autoridad monetaria. Un multiplicador más habitual es el de contrapeso de la política monetaria, de 0,5 o cero.

Más aún, en una situación normal, los gobiernos (incluso el gobierno de EE.UU. y los de Europa Occidental) no pueden elevar la deuda nacional y aún así pagar una tasa de interés real del 1%, o incluso del 3%. Normalmente, los cálculos de las compras gubernamentales nos indican que un pequeño o dudoso impulso a la producción hoy trae consigo una carga financiera más pesada en el futuro, lo que hace que la deuda financiada por la expansión fiscal sea una mala idea.

Pero la situación hoy en día no es en lo absoluto habitual. Hoy la economía mundial está, como hace hincapié Ricardo Cabellero, del MIT, desesperadamente carente de activos seguros. Los inversionistas de todo el mundo están dispuestos a pagar precios extraordinariamente altos por deuda de economías centrales y aceptar tasas de interés muy bajas por ella, ya que valoran como un beneficio extraordinario el poseer un activo seguro que pueden utilizar como garantía.

En este momento, la preferencia de los inversionistas por la seguridad hace que la financiación de la deuda pública adicional sea anormalmente barata, mientras que las sombras de largo plazo proyectadas por la prolongada situación de anormalidad de la producción y el empleo vuelven costosa la lenta recuperación actual. Teniendo en cuenta la necesidad de movilizar recursos inactivos en el corto plazo con el fin de mantener el potencial productivo en el largo plazo, un mayor nivel de deuda sería, como expresara Alexander Hamilton, el primer secretario del Tesoro de EE.UU., una bendición nacional.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona