sábado, julio 28, 2012

El BCE debe rescatar Europa

Por Antonio Roldán Monés (El País, 23/07/2012)

A pesar del ruido y de la efímera euforia inicial, nos encontramos ante otra batalla perdida (la vigesimocuarta cumbre del euro en cuatro años) y en manos de un capitán miedoso (el BCE) incapaz de asumir el liderazgo que le corresponde. ¿Por qué la última cumbre no convenció a “los mercados”? ¿Le queda algún cartucho a la Eurozona para evitar el desastre?

La reciente cumbre dibujó un posible camino hacia la unión bancaria. Se avanzó en tres frentes importantes: (1) se creará un mecanismo común de supervisión bancaria liderado por el BCE a finales de 2012; una vez establecido ese mecanismo, (2) los bancos podrán tomar prestado (con condicionalidad) directamente del MEDE (Mecanismo Europeo de Estabilidad o fondo de rescate) y (3) el MEDE podrá comprar bonos soberanos directamente y sin necesidad de intervención.

Las medidas venían como una bola de oxígeno a evitar la asfixia del enfermo: se rompía el “abrazo mortal” entre banca y deuda soberana —el círculo vicioso de transferencia de riesgo del sector privado al público que tras Irlanda, estaba acabando con nosotros— y se atenuaba (por unos días) la ansiedad sobre los bonos italianos y españoles. También se abordaba el asunto de la seniority o “jerarquía” de los préstamos del MEDE, que dejará de ser tratado con estatus de acreedor preferente.

Simbólicamente, se trata de un acuerdo importante puesto que, si las promesas se cumplen, los bancos podrán ser rescatados a través del esfuerzo común y solidario de los países de la Eurozona: aunque no es una unión fiscal, se formaliza la mutualización de obligaciones (pérdidas bancarias) futuras. Ahora bien: (1) ¿Ofrece el acuerdo una respuesta a la crisis sistémica que sufre la Unión Monetaria? (2) ¿Es esta una solución de largo plazo? A ambas preguntas la respuesta es nein.

En primer lugar, deben aclararse algunas cuestiones para que el camino hacia la unión bancaria sea creíble: ¿podrán beneficiarse todos los bancos (incluyendo las cajas)? ¿O solo los sistémicamente importantes? ¿Cuál será la condicionalidad de los préstamos? ¿Quién gestionará los bancos recapitalizados? ¿Qué pasa si hay que nacionalizar un banco?

Además en el compromiso falta una pieza clave: ¿cómo piensan los líderes europeos frenar la progresiva huida de depósitos de la periferia al norte de Europa sin un fondo común de garantía de depósitos? Cómo reaccionarán si una eventual salida de Grecia acelera el proceso?

Pero más importante que eso, el problema es el tamaño del fondo. Los 500.000 millones de euros son simplemente insuficientes para asumir las funciones que se le atribuyen al MEDE: por sí solos, los bonos italianos en circulación representan cuatro veces esa cantidad. Si a eso le sumamos la refinanciación de los programas griego, irlandés y portugués; y las más probables inyecciones bancarias futuras, la aritmética no cuadra.

Como hemos podido comprobar a lo largo de la crisis del Euro, si el fondo de rescate no tiene recursos suficientes, cualquier giro en las expectativas puede convertir una crisis de liquidez en una crisis de solvencia.

Esto funciona a través de un mecanismo muy sencillo, parecido al del pánico bancario. En el momento en que los especuladores/inversores teman que el MEDE puede quedarse sin recursos, no esperarán a que eso pase para vender bonos españoles e italianos. Venderán antes de que llegue ese momento (en el que tendrían que asumir pérdidas), haciendo que la prima se dispare y convirtiendo en realidad sus propias expectativas. El que era aparentemente un problema de liquidez, con tipos de interés más altos, se ha convertido en un problema de solvencia. Tres semanas  después de la cumbre, ese proceso ya está en marcha. Y la situación de España e Italia vuelve a ser insostenible. A tipos por encima del 6% en Italia y España la Eurozona no llega a la Navidad.

¿Cómo salimos de esta? Merkel —en plan Clint Eastwood— ha dicho que los Eurobonos solo serán posibles por encima de su cadáver, así que, la única opción que queda para evitar un rescate es que el BCE actúe como prestamista de última instancia. Esto es: ofrecer un respaldo incondicional al sistema a través de garantizar directamente unos límites en los precios de mercado de los bonos soberanos. El problema es que para el Bundesbank eso es pecado mayor, si cabe, que los Eurobonos.

Como viene anunciando el profesor de Grauwe desde el principio de la crisis, la debilidad fundamental de los mercados de deuda soberana en la UME es que los miembros del Euro emiten deuda en una moneda que no es la “suya”. No controlan la política monetaria y por tanto no pueden garantizar a los bonistas que tendrán la suficiente liquidez para pagar el bono cuando este venza.

En las naciones que controlan su moneda, en cambio, existe una garantía implícita de que el banco central actuará como prestamista de última instancia, lo que explica, en gran parte la diferencia entre los intereses de la deuda española y la del Reino Unido (con unos niveles de déficit y deuda similares).

El BCE es el único organismo que tiene los suficientes recursos para despejar dudas y evitar que la crisis de confianza termine en una profecía que se acaba cumpliendo (self-fulfilling prophecy), como la expuesta más arriba. Además en un contexto en el que no hay espacio para el estímulo fiscal, esta es la única fórmula que puede darnos el tiempo necesario para aplicar las durísimas reformas comprometidas en los países del sur. Hasta el momento, ni las cumbres, ni la dogmática austeridad han mejorado las cosas. Lo único que funcionó (y muy bien, a pesar de tener fecha de caducidad) fue la “barra libre” (LTRO) del BCE.

Las reticencias de algunos para avanzar en esa dirección son comprensibles. El BCE debe elegir entre asumir cierto riesgo de inflación o permitir que continúe (¿hasta cuando?) la inestabilidad financiera en la eurozona. También es importante el “riesgo moral”: si aseguras que responderás con recursos ilimitados, los países podrían tener incentivos para emitir demasiada deuda. Pero, para eso hemos inventado el Semestre Europeo y el Pacto Fiscal, que mantienen un riguroso control de las cuentas nacionales.

En un reciente artículo, Roubini y Ferguson apuntaban que con su obsesivo miedo a la inflación los alemanes de hoy parecen darle más importancia a 1923 (el año de la hiperinflación) que a 1933 (el año en que murió la democracia). O el BCE asume una posición independiente, valiente y económicamente inteligente, o las ya muy desgastadas democracias europeas, pueden terminar colapsando.

Antonio Roldán Monés es máster en Política Económica por la Universidad de Columbia y en Relaciones Internacionales por la Universidad de Sussex.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona  

El otro candidato

Por Ibsen Marínez (El País, 23/07/2012)

¿Quién es el otro candidato en las elecciones venezolanas?

La respuesta corta la da Chávez: “Henrique Capriles Radonski es el candidato de la burguesía, de los yanquis y la derecha”. Opino que hará mal quien se conforme con esa parvedad. Hay respuestas más largas.
Al discurrir sobre nuestra América, a muchos analistas extranjeros les da por pensar que si el hombre es “carismático” —aunque sólo sea un espadón vociferante, tiránico e inepto—, habla “en nombre de los pobres” y llena de dicterios al imperialismo yanqui, entonces el tipo es de izquierdas y, sin más, el bueno de la película. A Capriles Radonski le pasa lo que a José Carreras en el chiste de Jerry Seinfeld sobre los tres tenores: es el otro tipo. Y supuesto que Chávez es la izquierda, entonces el otro tipo debe ser la derecha.
Sin embargo, las cosas no son tan simples en Venezuela, uno de los “petroestados” populistas más antiguos del planeta. El petroestado venezolano y sus singularidades podrían explicar porqué Hugo Chávez bien puede perder ante el otro tipo las presidenciales del 7 de octubre.

Cuando eres un petroestado hispanoamericano heredas la potestad de la corona española sobre la riqueza del subsuelo y acabas convirtiéndote en el “ogro filantrópico” descrito por Octavio Paz: sólo tú cortas el bacalao. Tu sólo dispensas todo el dinero de la renta petrolera y el resto de la población —incluida la burguesía local— no son más que cazadores o pedigüeños de esa renta. Y por lo mismo, menos ciudadanos que súbditos cuya religión laica es el estatismo redistributivo.

Clientes o aspirantes a serlo tienen poco o ningún margen para sentirse electores de libre conciencia en un país donde el petroestado-billetera es indistinguible del gobierno de turno y, en términos absolutos, el empleador de bastante más del 80% de la población económicamente activa.

Los petroestados experimentan fases maníacas y ciclos depresivos, según los vaivenes del precio del crudo. En fase maníaca, de altos precios, a sus gobernantes les da por pensar que ahora sí cegarán definitivamente la brecha que nos separa del Primer Mundo. Se arrogan toda clase de competencias, creando así más y más incentivos al despilfarro y la corrupción. En fase depresiva, los petroestados se endeudan y dan en garantía a los mercados la factura petrolera futura o bien aceptan las fórmulas del FMI.

La fase maníaca que siguió al embargo impuesto a Occidente por los países de la OPEP, en 1973, nos trajo al “primer” Carlos Andrés Pérez y la “Venezuela Saudita”. Chávez no ha sido el primero en pretender comprar con petrodólares el liderato de los condenados de la tierra. La verdad es que elencos estatistas, populistas y clientelares se han turnado en el poder desde 1945, época del primer gran auge petrolero venezolano. En un tal país, con tan colosal inflazón del Estado y sus recursos, con una inescapable sujeción de casi toda la población al Gran Dispensador, ¿qué significa estar a la derecha?

Chávez ha presidido el más prolongado boom de precios registrado hasta ahora, una fase maníaca que ha financiado fallidos planes sociales de subsidio directo a los más pobres, el subsidio a la dictadura castrista, un antiimperialismo tan vociferante como dispendioso e inconducente y un decidido e inequívoco empeño en instaurar un régimen totalitario. El elenco chavista añadió el colectivismo y el militarismo al habitual repertorio venezolano de creencias redistributivas y ha ido tan lejos como ha querido por el camino de abolir no sólo la propiedad privada, sino las más caras libertades individuales.

Con todo, ¿qué tienen de justiciera “izquierda” los modos falangistas con que Chávez segrega del favor estatal —ya sea empleo o contratos— a todo aquel que, amparado por la Constitución, haya firmado en 2004 la solicitud de un referéndum revocatorio? ¿Qué hay de democrático en un régimen cuyo presidente literalmente dicta crueles sentencias al poder judicial desde una cadena de televisión? ¿Que inconsultamente firma acuerdos binacionales con impresentables como Alexander Lukashenko o Mahmud Ahmadineyad? ¿Es posible que cinco millones y medio de venezolanos, el 52% del universo elector, que votaron por la oposición en las parlamentarias de hace año y medio, sean todos ellos elitesca minoría blanca, burgueses oligarcas y agentes de la CIA?

En Venezuela, y a partir de los años treinta del siglo pasado, los partidos modernos, casi sin excepción todos de izquierdas, fueron secreción de los conflictos sociales que trajo consigo el negocio petrolero. Modelados leninistamente, animados por la idea de un munificente Estado social de derecho, socialdemócratas y comunistas forjaron en seis décadas un país mayoritariamente ubicado a la izquierda del centro. El petroestado nos hizo también clientelares, manirrotos, consumistas. “En Venezuela, la derecha desentona”, sentenció alguna vez el desaparecido dramaturgo José Ignacio Cabrujas, voz de la tribu.

Tanto así, que la democracia cristiana, único partido que desde los años cuarenta aspiró a encarnar una derecha conservadora, hubo de mutar rápidamente en un partido populista más, so pena de “desentonar” en un país mamador de gallo donde el catolicismo se funde a menudo en cultos sincréticos afroantillanos. Esa escora “a la izquierda”, junto con el desgaste y descrédito de los viejos partidos, hizo posible, en 1998, el triunfo de Chávez.

Henrique Capriles Radonski recoge, sin duda, la mayoritaria propensión nacional al centro izquierda que la discordia y la polarización política, azuzadas por Chávez, parecieron haber sofocado para siempre. Ello se refleja en las encuestas más fiables: a cien días de la elección, figura ya en “empate técnico” con Chávez. Sin exagerar, también en el fervor de la calle, un fervor que recuerda al que nimbó a Chávez en su mejor momento electoral, allá por 1998.

Capriles ganó más que holgadamente las elecciones primarias, convocadas por la Mesa de Unidad Democrática para designar un candidato único de oposición, acaso justamente por ser el vocero más moderado de ella. Como gobernador del Estado Miranda, el segundo más poblado de Venezuela, que alberga la favela más grande de Suramérica, la mayor parte de la Caracas acomodada, populosas ciudades dormitorio y una vasta provincia rural y atrasada, Capriles ha administrado con éxito, durante casi cuatro años, una réplica demográfica del resto del país. Ganó la gobernación en 2008, al derrotar, contra todo pronóstico, a Diosdado Cabello, designado candidato por el dedo jupiterino de Chávez.

Capriles adoptó y mejoró sensiblemente los más emblemáticos planes sociales del chavismo —salud y vivienda—, mitigando de tal modo el sectarismo que los caracteriza en el resto del país que buena parte de la base social chavista de su Estado hoy le apoya. Capriles se declara de centro izquierda liberal, es manifiesto admirador y estudioso del papel jugado por Felipe González en la transición española y, en lugar de la Cuba castrista, propone al Brasil de Cardoso, Lula y Roussef como modelo. Todos los partidos venezolanos afiliados a la Internacional Socialista forman parte de la coalición que lo apoya.

Chávez ha malgastado 14 años en el poder. Esos años lo han gastado y ahora enfrenta a un adversario joven, sin especial don oratorio pero experimentado en funciones de gobierno y quien, desde que fue electo diputado en 1998, a los 26 años, nunca ha perdido una elección.

“¿Cuál crees que es tu mayor fortaleza?”, le pregunté hace unas semanas. Su respuesta: “Siempre me han subestimado y es mejor así”. Tal vez tenga razón, aunque hoy sean muchos quienes creen que con Capriles, el otro tipo, el péndulo venezolano puede regresar desde el caudillismo autoritario de Chávez al centro democrático y plural.

Se oyen apuestas.

Ibsen Martínez es escritor venezolano.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona  

Compaginar responsabilidades

Por Cristina Ruiz Coloma (La Vanguardia, 22/07/2012)

En las últimas décadas se han producido muchos cambios en la sociedad que han afectado tanto a la generación de mayores como a sus hijos. Tiempo atrás las parejas se casaban jóvenes, formaban una familia y solían permanecer en el hogar familiar, a veces incluso varias generaciones simultáneamente. Los abuelos fallecían relativamente jóvenes, tras ser atendidos por sus hijos. En el ámbito laboral, la mujer quedaba al cuidado del hogar y el esposo tendía a buscar un trabajo fijo y habitualmente en su ciudad natal.

Actualmente el escenario es distinto. Las parejas se unen a una edad más madura, las relaciones suelen ser menos duraderas. Un elevado porcentaje de las madres primerizas son mayores de 30 años y se han incrementado las familias monoparentales. Como ya es bien sabido, el momento actual laboral es muy complejo y de gran inestabilidad. Lo que obliga en muchos casos a la movilidad en busca de una ocupación e impide la independización de los jóvenes. Por otro lado, una serie de avances tales como los adelantos médicos y el énfasis en la prevención de enfermedades han aumentado significativamente la esperanza de vida.

La generación que está directamente afectada por estos movimientos es la que se sitúa a partir de los 30 años hasta los 60 o incluso más. A esta generación la llamamos la generación sándwich –personas que tienen a su cargo, simultáneamente, a sus padres y a sus hijos, y al mismo tiempo mantienen una vida profesional–. La palabra sándwich, que significa bocadillo en inglés, tiene como origen el apellido del conde de Sándwich, noble británico del siglo XVIII inventor del bocadillo. El paralelismo que establezco es que tanto por encima como por debajo, hay dos focos que presionan hacia el centro, a la generación sándwich. Vamos a ver de qué modo y cuáles son las implicaciones.

La generación sándwich se enfrenta a un incremento de la población de mayores, al surgimiento de una nueva tipología de familia en la que se entremezclan hermanos, padres y abuelos postizos, un decremento de su dedicación a sus hijos y a sus mayores, una mayor presión laboral, un distanciamiento geográfico, y un largo etcétera. Y surgen cuestiones: ¿Se pueden atender adecuadamente a los abuelos? ¿Cómo se compaginan las responsabilidades familiares cuando no se reside en la misma población?¿Qué ocurre cuando la propia generación sándwich entra en la generación de mayores? Las preguntas son incontables y las respuestas difíciles de encontrar.

Algunas de las consecuencias directas de estas circunstancias son comprensiblemente el estrés, el ineludible cambio de papeles familiares, la sobrecarga emocional, o el debate sobre quién asume la responsabilidad del cuidado de los mayores. Muchos adultos viven con culpabilidad y frustración esta situación, puesto que aún cuando lo intentan, no llegan a todo. Y la sensación es de no hacer nunca lo suficiente.

No se trata de cambiar lo que no se puede cambiar, pero una mayor comprensión y aceptación de las circunstancias actuales facilitará adaptarse a ellas. También son numerosas las soluciones que se pueden aplicar para mejorar el bienestar propio y de los demás. Por ejemplo, se puede tratar de aceptar las limitaciones de los mayores y promover su autonomía. ¿Cómo se puede hacer? Detectando sus habilidades (cocinar, llevar las cuentas) y potenciándolas. Ayudarás a fomentar su sentido de utilidad y valía. O por ejemplo, intenta favorecer el contacto cualitativo (no de obligatoriedad) de nietos y abuelos. Ambas partes se enriquecerán de la relación y … te darán un respiro.

Pero todo lo que hagas por los demás, hazlo también por ti mismo. Sé consciente de tu salud física y emocional. No es suficiente con comer y dormir, sino que hay que cuidarse de una manera más amplia. Quizá alguien piense: “¿Cuidarme yo? ¡Pero si no tengo tiempo!”. Y ahí empieza el problema. Para mantener un buen estado de salud es fundamental conseguir un reparto equilibrado del tiempo en los diferentes ámbitos de la vida. Por lo tanto, dedica un tiempo racional al trabajo. Aprende a decir que no a demandas excesivas y delega cuando sea necesario. Comparte la carga emocional de la situación, pero también tiempo cualitativo con tu familia. No dejes de desarrollar tus intereses. Y mantén el optimismo; trata de no fijarte tan sólo en los aspectos negativos de lo que va aconteciendo y valora lo positivo de cada situación. Esta actitud te ayudará a afrontar mejor las nuevas experiencias que se vayan sucediendo.

Es mucho lo que se puede hacer por cuidar de la propia familia y de uno mismo. Aunque no hay soluciones mágicas ni perfectas, si eres paciente y constante en tus esfuerzos poco a poco mejorará tu calidad de vida y la de tus familiares. Y entonces habrá llegado el momento de vivir en armonía y disfrutar de cada momento compartido.

Cristina Ruiz Coloma, psicóloga clínica del centro médico Teknon y docente de ISEP.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona 

El olvidado siglo XX

Por Jan-Werner Muller (La Vanguardia, 22/07/2012)

Pasaron 20 años desde la disolución de la Unión Soviética, que para muchos historiadores marcó el verdadero fin del “siglo XX corto” -un siglo que comenzó en 1914 y estuvo caracterizado por conflictos ideológicos prolongados entre el comunismo, el fascismo y la democracia liberal, hasta que esta última pareció haber surgido plenamente victoriosa-. Pero algo extraño sucedió en el camino hacia el Fin de la Historia: parecemos desesperados por aprender del pasado reciente, pero no estamos en absoluto seguros sobre cuáles son las lecciones.

Claramente, toda la historia es historia contemporánea, y lo que los europeos, en particular, necesitan aprender hoy del siglo XX tiene que ver con el poder de los extremos ideológicos en tiempos oscuros -y la peculiar naturaleza de la democracia europea tal como se la construyó después de la Segunda Guerra Mundial.

En algunos sentidos, las grandes luchas ideológicas del siglo XX hoy parecen tan cercanas y relevantes como los debates escolásticos de la Edad Media -especialmente, pero no exclusivamente, para las generaciones más jóvenes-. ¿Quién entiende hoy remotamente -para no hablar del problema de intentar entender- los grandes dramas políticos de intelectuales como Arthur Koestler y Victor Serge, gente que arriesgó su vida por y luego contra el comunismo?

No obstante, mucho más de lo que la mayoría de nosotros se atrevería a admitir, seguimos enredados en los conceptos y categorías de las guerras ideológicas del siglo XX. Esto quedó en evidencia de una manera más obvia que nunca en las respuestas intelectuales al terror islamista: términos como “islamo-fascismo” o ” tercer totalitarismo” fueron acuñados no sólo para caracterizar a un nuevo enemigo de Occidente, sino también para evocar la experiencia de las luchas anti-totalitarias que precedieron y siguieron a la Segunda Guerra Mundial.

Esos términos buscan extraer legitimidad del pasado y explicar el presente -de un modo que los académicos más serios del Islam o el terrorismo nunca encontraron muy útil-. La intención de hacer analogías de este tipo parecía más bien reflejar un deseo de volver a librar las antiguas batallas que la intención de agudizar el criterio político sobre los acontecimientos contemporáneos.

¿Cómo deberíamos pensar entonces sobre el legado ideológico del siglo XX? Por un lado, necesitamos dejar de ver al siglo XX como un paréntesis histórico plagado de experimentos patológicos perpetrados por pensadores y políticos trastornados, como si la democracia liberal hubiese existido antes de esos experimentos y sólo era necesario revivirla después de que estos experimentos hubieran fracasado.

No es un pensamiento agradable -y tal vez hasta sea peligroso-, pero la realidad sigue siendo que mucha gente, no sólo ideólogos, depositó sus esperanzas en los experimentos autoritarios y totalitarios del siglo XX y vio a políticos como Mussolini e incluso Stalin como solucionadores de problemas, mientras que los demócratas liberales fueron descartados como fracasos desconcertantes.

Esto no es para brindar algún tipo de excusa -no es cierto que comprender es perdonar-. Por el contrario, toda comprensión apropiada de las ideologías debe tener en cuenta su poder para seducir y hasta convencer genuinamente a quienes poco les importa su atractivo emocional -ya sea para enorgullecerse o para odiar- pero piensan que, efectivamente, ofrece soluciones políticas racionales. Cabe recordar que Mussolini y Hitler, en última instancia, llegaron al poder de la mano de un rey y un general retirado, respectivamente -en otras palabras, elites tradicionales, no fanáticos que se involucran en luchas callejeras.

En segundo lugar, tenemos que apreciar la naturaleza especial e innovadora de la democracia creada por las elites europeas occidentales después de 1945. A la luz de la experiencia totalitaria, dejaron de identificar a la democracia con la soberanía parlamentaria -la interpretación clásica de una democracia representativa moderna en todas partes excepto en Estados Unidos-. Nunca más una asamblea parlamentaria debería ceder poder a un Hitler o a un Pétain. Los arquitectos de la democracia europea de posguerra, en cambio, optaron por cuantos pesos y contrapesos fueran posibles -y, paradójicamente, por conferirle poder a instituciones no electas a fin de fortalecer la democracia liberal en su totalidad.

El ejemplo más importante son las cortes constitucionales -un animal diferente de la Corte Suprema de Estados Unidos, dedicado específicamente a asegurar el respeto por los derechos individuales-. Llegado el caso, hasta los países tradicionalmente sospechosos de un “gobierno en manos de jueces” -Francia es el ejemplo clásico- aceptaron este modelo de democracia restringida. Y prácticamente todos los países de Europa central y del este lo adoptaron después de 1989. Es importante destacar que las instituciones europeas -especialmente la Corte Europea de Justicia y la Corte Europea de Derechos Humanos- también concuerdan con este entendimiento de la democracia a través de mecanismos prima facie antidemocráticos.
Hoy, muchos europeos están claramente insatisfechos con esta concepción de democracia. Muchos tienen la impresión de que el continente está entrando en lo que el politólogo Colin Crouch ha dado en llamar una era “posdemocrática”. Los ciudadanos cada vez más sostienen que las elites políticas no los representan como corresponde, y que las instituciones elegidas de forma directa -en particular, los parlamentos nacionales- se ven obligadas a ceder ante organismos no electos como los bancos centrales. Las masas apasionadas protestan y el resultado es el surgimiento de partidos populistas en todo el continente.

No servirá de nada simplemente reafirmar el modelo europeo de democracia de posguerra, como si la única alternativa fuera el totalitarismo de algún tipo. Pero deberíamos ser claros respecto de dónde venimos y por qué -y sobre que no existió ninguna era dorada de democracia liberal europea ya sea antes de la Segunda Guerra Mundial, en los años 1950 o en algún otro momento mítico.

Los europeos corrientes durante mucho tiempo delegaron el ejercicio de la democracia en manos de las elites -y muchas veces hasta parecieron preferir las elites no elegidas-. Si ahora quieren modificar el contrato social (y asumir que la democracia directa sigue siendo imposible), el cambio debería estar basado en un criterio claro e históricamente fundamentado sobre cuáles son las innovaciones que la democracia europea realmente podría necesitar -y en quién confían verdaderamente los europeos para ejercer el poder-. Esa discusión recién acaba de comenzar.

Jan-Werner Mueller, escritor y profesor en la Universidad de Princeton

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona 

Un réquiem europeo

Por Víctor Gómez-Pin (El País, 22/07/2012)

En sórdido contrapunto, los argumentos relativos a la necesidad de no someterse a la política que representa la señora Merkel serían pronto adobados con la tesis de que es necesario resistir a los boches. Pues si el repudio del otro tiene a veces matriz en el sentimiento de la propia superioridad en la jerarquía de valores dominantes, también viene generado por el resentimiento, alimentándose tanto de las victorias como de las derrotas, y hasta de una mezcla de ambas, en una síntesis letal de superioridad fingida y rencor auténtico.
Muchos de los que denunciaban que tras los acuerdos políticos comunitarios se escondieran los intereses de la economía de mercado, reconocían sin embargo que, entre mil contradicciones, se estaba forjando un espacio en el que la diferencia, liberada de la connotación de jerarquía, posibilitaba la emergencia de una auténtica comunidad entre pueblos. Reconocerse en la alteridad mediterránea dejaría quizás en Alemania de ser algo exclusivo de sus intelectuales. Y siendo la recíproca cierta, tratados como el de Schengen que posibilitaban tal cosa eran, pese a todo, una promesa de libertad.

Cuando para los españoles o los griegos Alemania vuelve a ser presentada como una comunidad rica y extranjera, objeto de nuevo exilio al precio imprescindible de aprender su lengua, no es ocioso recordar que cabe amar la lengua de Rilke, Einstein o Kant más allá de que sea un vehículo para alcanzar un ganapán en Alemania. Y junto a la lengua cabe amar una cultura hasta tal punto universal que una meditación sobre el destino humano como el Réquiem alemán de Brahms puede con justicia ser considerado ese “Réquiem humano” que el compositor tenía en mente, y al que se refiere en una de sus cartas. Por desgracia un réquiem diferente se escucha hoy en todo el continente.

“Se trata de saber si el hombre será o no un esclavo en la comunidad, si será o no reducido al estado de eslabón de un engranaje”, se preguntaba el general de Gaulle en el evocado discurso de Ludwisburg. La respuesta es hoy bien sabida. Cuando un desembocado torrente financiero pisotea derechos elementales y amedrenta a los Estados que osan garantizarlos, cuando Schengen es decapacitado en lo esencial, cuando severos columnistas sostienen como evidencia trivial que la amenaza para Francia es caer en el bloque del sur, y cuando la gestión del resentimiento o el desprecio engrasa las contiendas electorales, cabe efectivamente decir que un engranaje, generado por el ser humano pero ciego a los intereses de la humanidad, encadena al hombre. La Europa del espíritu ilustrado muere entonces por inanición y el perseverante rumor de la Europa de los templos financieros es una suerte de música fúnebre.

Víctor Gómez Pin es catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona e investigador en la Universidad de París VII.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona 

El patetismo del plutócrata

Por Paul Krugman (El País, 22/07/2012).

“Permítanme hablarles de las personas muy ricas. Ellas no son como ustedes y yo”. Eso escribió F. Scott Fitzgerald (y no se refería solo a que tuviesen más dinero). A lo que se refería más bien, al menos en parte, era a que muchos de los muy ricos esperan un grado de deferencia que el resto de nosotros nunca experimenta, y se sienten profundamente consternados cuando no reciben el tratamiento especial que consideran un derecho de nacimiento; su riqueza “los hace blandos ahí donde nosotros somos duros”.
Y como el dinero manda, esta blandura —podríamos llamarla el patetismo de los plutócratas— se ha convertido en un factor de primer orden en la vida política de Estados Unidos.

No es ningún secreto que, en este momento, muchos de los hombres más ricos de Estados Unidos —entre ellos algunos antiguos defensores de Obama— odian, simplemente odian, al presidente Obama. ¿Por qué? Bueno, según ellos, porque “demoniza” los negocios (o, como Mitt Romney decía a principios de esta semana, “ataca el éxito”). Escuchándolos, cabría pensar que el presidente es la reencarnación de Huey Long, predicando el odio de clase y la necesidad de desplumar a los ricos.

Huelga decir que esto es una locura. De hecho, Obama siempre se esfuerza muchísimo por reafirmar su apoyo a la libre empresa y su idea de que hacerse rico es perfectamente correcto. Lo único que ha hecho es indicar que, a veces, las empresas se comportan de manera incorrecta y que esta es una de las razones por las que necesitamos cosas como la regulación financiera. No importa: la mera insinuación de que a veces los ricos no son absolutamente dignos de elogio ha bastado para volver locos a los plutócratas. Wall Street en concreto lleva dos años o más lloriqueando: “¡Mamá! ¡Se está metiendo conmigo!”.

Esperen, hay algo más. No es solo que muchos superricos se sientan profundamente agraviados por la idea de que alguien de su clase pueda recibir críticas, sino que también insisten en que su percepción de que a Obama no le gustan está en la raíz de nuestros problemas económicos. Las empresas no invierten, aseguran, porque los dirigentes empresariales no se sienten valorados. Romney también ha repetido esta frase y ha sostenido que, debido a que el presidente ataca el éxito, “tenemos menos éxito”.

Esto también es una locura (y resulta inquietante que Romney parezca compartir esta visión ilusoria sobre lo que aqueja a nuestra economía). No hay ningún misterio en los motivos por los que la recuperación económica ha sido tan débil. La vivienda sigue deprimida en el periodo posterior a una enorme burbuja y la demanda de los consumidores se ve frenada por un nivel elevado de endeudamiento familiar que es consecuencia de esa burbuja. La inversión empresarial ha aguantado en realidad bastante bien dada esta debilidad de la demanda. ¿Por qué deberían invertir más las empresas cuando no tienen suficientes clientes para hacer un uso pleno de la capacidad que ya poseen?

Pero da igual. Debido a que los ricos no son como usted y yo, muchos de ellos son increíblemente egocéntricos. Ni siquiera se dan cuenta de lo divertido que es —lo ridículo que resulta— que atribuyan la debilidad de una economía de 15 billones de dólares a sus propios sentimientos heridos. Después de todo, ¿quién va a decírselo? Están cómodamente instalados en una burbuja de deferencia y adulación. A menos, claro está, que se presenten a un cargo público.

Como toda persona que sigue las noticias, he sentido temor ante el hecho de que las preguntas sobre la carrera de Romney en Bain Capital, la empresa de capital riesgo que fundó, y su negativa a publicar su declaración tributaria hayan cogido a la campaña de Romney con la guardia baja de un modo tan evidente. ¿No debería un hombre muy rico que aspira a ser presidente —y que se presenta usando específicamente el argumento de que su éxito empresarial lo cualifica para el cargo— haber esperado que la naturaleza de ese éxito llegase a ser un problema? ¿No debería haber sido evidente que el hecho de negarse a publicar sus declaraciones tributarias anteriores a 2010 haría surgir toda clase de sospechas?

Por cierto, aunque no sabemos lo que oculta Romney en sus declaraciones anteriores, el hecho de que siga dando evasivas a pesar de las peticiones de transparencia tanto de republicanos como de demócratas indica que podría ser algo tremendamente perjudicial.

En cualquier caso, lo que ahora está claro es que la campaña no estaba preparada en absoluto para las preguntas evidentes y ha reaccionado a la decisión de la campaña de Obama de hacer esas preguntas con una histeria que seguramente provenga de lo más alto. Sin duda, Romney creía que podía presentarse a las elecciones mientras permanecía seguro dentro de la burbuja plutocrática y está conmocionado y enfadado por haber descubierto que las normas que se aplican a otros también se aplican a personas como él. Nuevamente Fitzgerald, sobre las personas muy ricas: “Piensan, en su fuero interno, que son mejores que nosotros”.

Vale, vamos a calmarnos. La verdad es que muchas, y probablemente la mayoría, de las personas muy ricas no encajan en la descripción de Scott Fitzgerald. Hay gran cantidad de estadounidenses muy ricos que tienen sentido de la perspectiva, que se enorgullecen de sus logros sin creer que su éxito les da derecho a vivir siguiendo unas normas diferentes.

Pero Mitt Romney, según parece, no es una de esas personas. Y puede que ese descubrimiento sea un problema mayor que lo que quiera que se oculte en esas declaraciones tributarias que no va a publicar.

Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008. © New York Times Service 2012. Traducción de News Clips

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

domingo, julio 15, 2012

El pueblo de España exige “¡democracia real, ya!”

Por Amy Goodman (Democracy now!, 13 de julio de 2012)


Luego del anuncio realizado el miércoles por el Presidente de España sobre los profundos recortes y las medidas de austeridad que aplicará para poder asegurar los fondos de la Unión Europea para rescatar a los bancos españoles que están al borde de la quiebra, el pueblo de España salió a las calles una vez más para exigir lo que denominan “¡democracia real ya!”. La medida tiene lugar una semana después de que el gobierno anunciara el lanzamiento de una investigación penal contra el ex presidente ejecutivo del cuarto banco más grande de España, Bankia, Rodrigo Rato. Rato es lo que se dice un pez gordo: antes de dirigir Bankia fue director del Fondo Monetario Internacional. Lo que los medios no mencionan es que esta investigación oficial del gobierno fue iniciada por la acción popular.

Al movimiento de indignados en España (el equivalente al movimiento Occupy estadounidense) se lo llama 15-M, por el día en que comenzó: el 15 de mayo de 2011. Conocí a uno de sus principales líderes la semana pasada en Madrid, el día en que se anunció la investigación de Rato. Me sonrió y dijo: “Por fin está sucediendo. Tal vez uno de estos tipos pague por sus actos. Porque nosotros, los ciudadanos, tenemos la impresión de que a ninguno de estos peces gordos jamás les sucederá nada. Hacen lo que quieren, roban, mienten y no pasa nada. Pero ahora, hoy, quizá suceda algo y me pone muy contento”.

El dirigente, Stephane Grueso, es un activista y realizador cinematográfico que está haciendo un documental acerca del movimiento 15 de Mayo. Es un profesional talentoso, sin embargo, al igual que el 25 por ciento de la población española, está desempleado: “No nos gustaba lo que veíamos, hacia donde nos dirigíamos. Sentimos que estábamos perdiendo nuestra democracia, que estábamos perdiendo nuestro país y nuestro modo de vida. Entonces diferentes personas nos unimos con intereses diferentes bajo una misma consigna: queremos '¡democracia real, ya!', igual que su programa. Y nos unimos y salimos a la calle, pero no teníamos demandas concretas ni acciones concretas. Se trataba simplemente de unirse y ver lo que sucedía y de hecho sucedió que nos quedamos protestando en las calles. Cincuenta personas decidimos pasar la noche en la Puerta del Sol, en esta plaza, y luego la policía trató de sacarnos. Pero regresamos. Y luego esto comenzó a multiplicarse en otras ciudades de España. En tres o cuatro días éramos decenas de miles de personas en decenas de ciudades españolas, acampando en medio de la ciudad, un tanto similar a lo que sucedió en la Plaza Tahrir en Egipto”.

La ocupación de la Puerta del Sol y de otras plazas en toda España continuó. Sin embargo, como sucedió con los campamentos del movimiento Occupy Wall Street en todo Estados Unidos, finalmente fueron desmantelados. A pesar de ello continuaron organizándose a través de grupos de trabajo y asambleas de vecinos centrados en diferentes temas. Uno de los grupos de trabajo del 15-M decidió demandar a Rodrigo Rato y reclutó a abogados que trabajaron en forma honoraria e identificaron a más de 50 demandantes, personas que se sintieron personalmente defraudadas por Bankia. Si bien los abogados trabajan en forma honoraria, una demanda tan grande es costosa, de modo que el movimiento, que tiene amplia difusión en las redes sociales, recurrió a la llamada “microfinanciación colectiva”: solicitaron pequeñas donaciones a la masa de seguidores del movimiento. En menos de un día recaudaron 25.000 dólares. La demanda fue presentada en junio de este año.

Olmo Gálvez es otro líder del movimiento 15-M que conocí en Madrid. Gálvez, un joven empresario con experiencia en varios países del mundo, fue uno de los “indignados” que apareció en la revista Time cuando la publicación eligió a “El manifestante” como personaje del año 2011. El supuesto fraude de Bankia cometido por Rato implicó la venta de “acciones preferenciales” de Bankia a pequeños ahorristas, denominados inversores minoristas, debido a que los inversores sofisticados no las estaban comprando. Gálvez explicó lo sucedido: “Estaban vendiendo esas acciones a personas que, en algunos casos, no sabían leer, algunos tenían dificultades para entender el producto y muchos eran ancianos. Fue un gran escándalo que no apareció en los medios”. Algunas de las personas que invirtieron en esta trampa creada por Bankia tuvieron que firmar el contrato con sus huellas dactilares porque no podían leer ni escribir y mucho menos comprender en qué estaban metiendo sus ahorros.

Esta semana, miles de mineros marcharon hacia Madrid. Algunos caminaron 380 kilómetros desde Asturias, en la costa norte de España. Según informó el periódico electrónico ElDiario.es, cuando los mineros llegaron a Madrid el martes por la noche coreando “somos el 99 por ciento”, fueron recibidos como héroes. El miércoles por la mañana, el Presidente Mariano Rajoy, del derechista Partido Popular, realizó su más reciente anuncio sobre las medidas de austeridad: el aumento del impuesto al consumo, una disminución del sueldo de los empleados públicos y la reducción del período de cobertura del seguro de desempleo a seis meses.

Mientras Rajoy realizaba su anuncio en el Parlamento, los mineros estaban en la calle junto a miles de ciudadanos que se sumaron, todos para exigir que se ponga fin a los recortes impulsados por el gobierno. Los manifestantes se enfrentaron a la policía antidisturbios, que les lanzó balines de acero recubiertos de goma y gases lacrimógenos. Algunos manifestantes regresaron con petardos y otros proyectiles y en medio del tumulto que siguió, al menos 76 personas resultaron heridas y ocho fueron arrestadas.

Stephane Grueso resume el movimiento de la siguiente manera: “Decimos que esta es una revolución popular. Nosotros somos el pueblo. No somos un partido. No somos un sindicato. No somos una asociación. No somos 'indignados'. No estamos enojados. Somos el pueblo. Estamos en todas partes. Aquí, en Madrid, cada fin de semana hay 104 asambleas de vecinos. En cada una de las asambleas hay de cinco a quince personas que se reúnen para hablar de política a gran escala, de lograr la paz en el mundo, pero también de política a pequeña escala: qué problemas enfrentamos en nuestro vecindario. Esto sucede cada semana y esto es el 15-M. Estamos conectados y trabajamos juntos en España y con otros países. Estamos logrando cosas, no nos hemos detenido. No somos tan visibles ahora pero seguimos trabajando y volveremos a salir a las calles”.


Denis Moynihan colaboró en la producción periodística de esta columna.
© 2012 Amy Goodman

Texto en inglés traducido por Mercedes Camps. Edición: María Eva Blotta y Democracy Now! en español, spanish@democracynow.org

Amy Goodman es la conductora de Democracy Now!, un noticiero internacional que se emite diariamente en más de 550 emisoras de radio y televisión en inglés y en más de 350 en español. Es co-autora del libro "Los que luchan contra el sistema: Héroes ordinarios en tiempos extraordinarios en Estados Unidos", editado por Le Monde Diplomatique Cono Sur.