martes, noviembre 03, 2009

La subversión de la función del Estado

Por Francesc Sanuy, abogado (EL PERIÓDICO, 01/11/09):

Aquí, lo que ha ocurrido es que se ha roto el gran pacto sobre cuál debe ser el rol del Estado. Habíamos quedado, en efecto, en que la sociedad encomendaba al poder público la preservación de determinadas actividades económicas aunque no fueran rentables y que la función de los gobiernos era impedir que el 1% de la población controlara el 95% de la riqueza e invertir en carreteras (no concesiones de peajes a empresas privadas), escuelas, bomberos, sanidad, etcétera. Pero en los últimos 10 años se ha hecho exactamente lo contrario. Una serie de individuos sin escrúpulos y portadores de un solo valor en forma de ánimo de lucro, junto con los banqueros, cajeros, aseguradores y fondos de inversión de alto riesgo, han privatizado el Estado y lo han puesto a sus pies y en el comedero. Ahora, la gran cuestión ya no es nacionalizar la banca, sino nacionalizar el Estado y volver a las pautas de actuación que son la única justificación posible de su existencia. No ganarán la partida ni Smith ni Marx. Será entre Schumpeter y Keynes que se perfilará un neocapitalismo en el que el mercado quede en libertad vigilada y sometido al control social de la comunidad.

Las finanzas modernas que se iniciaron a partir de 1950 ponían el acento en los modelos matemáticos y partían de la base de que el comportamiento de los mercados era racional. Es más, la idea central era la vigencia de la hipótesis del mercado eficiente, o sea, que la formación de los precios daba un resultado correcto y, al mismo tiempo, imprevisible. La prueba de esta falacia teórica, según el profesor Richard Thaler, de la Universidad de Chicago, la encontramos en los estudios de Benjamin Graham, que ya durante los años 30 demostraba que las cotizaciones en la bolsa de los fondos de inversión no coincidían en absoluto con las de las empresas participadas presentes también en el mismo mercado bursátil. Son los milagros de los que le hacen una cartera al inversionista modesto y dan después un rendimiento inferior al que obtendría si la eligiera él mismo.

El profesor de Harvard Michael Jensen afirmó que durante muchos años parecía indiscutible la hipótesis del mercado eficiente, pero en 1968 ya subrayó que los gestores de fondos de inversión no podían mejorar el resultado del mercado y, a pesar de todo, los inversionistas modestos siguieron confiando los ahorros a gestores de fondos de alto riesgo que cobraban tarifas y comisiones absolutamente exageradas. ¿Alguien les ha explicado en qué consiste la práctica del churning? Pues, para ser breve, dado que ahora no viene al caso, se trata de mover sus ahorros comprando y vendiendo al menos una vez al mes y, al final del ejercicio, cobrarle un 20% de comisiones y abonarle a usted un 3% o un 4% de rendimiento neto. En todo caso, el mercado pretendidamente eficiente se ha desacreditado él mismo con la burbuja tecnológica y con la inmobiliaria y las hipotecas. Ha quedado claro también que los inversionistas no son racionales, porque del colapso del Long Term Capital Management ya deberían haber escarmentado del espejismo de que siempre esconden unos beneficios muy altos con unos apalancamientos muy elevados. Hemos sufrido, por tanto, unas enormes distorsiones de precios que han comportado unas pésimas asignaciones de recursos y una disolución del sistema crediticio global. Así, pues, si tenemos que conservar el mercado será necesario que inexorablemente los gobiernos pongan en marcha mecanismos de estabilización automática, por ejemplo, a fin de garantizar que las reservas, provisiones y dotaciones de los bancos sean fijadas de forma dinámica según las situaciones coyunturales.

Lord Robert Skidelsky ha ultimado el libro Keynes: el retorno del maestro. Obviamente, el título es evocador de lo que dijo Margaret Thatcher, ya jubilada, en el congreso del Partido Conservador británico, al que dirigió un discurso inaugural que empezó con esta frase: «Al venir al centro de convenciones he pasado delante de un cine que anunciaba la proyección de El retorno de la Momia». Skidelsky explicará que, desde el siglo XVIII, la economía moderna nunca se ha presentado como una disciplina predictiva parecida a las ciencias naturales. En consecuencia, es perfectamente lógico que, con escasas excepciones (por ejemplo, Roubini en EEUU o Niño en el Instituto Químico de Sarrià), el gremio no fuera capaz de prever la catástrofe que se acercaba. Aparte de que la pregunta por ella misma era equivocada, porque, tal como dijo Karl Popper, en los asuntos humanos es imposible anticipar un invento nuevo debido a que si fuera posible ya se habría inventado.

Es más, si el comportamiento social fuese racional y basado en la información disponible, ya no habría incertidumbre y se podrían asumir unos riesgos calculados. Pero a la hora de la verdad, tal como reconoció Alan Greenspan (naturalmente, después de cesar como presidente de la Reserva Federal), el esquema adoptado condujo al mundo entero a infravalorar el riesgo existente.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

¿El final de la democracia?

Por Walter Laqueur, director del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington (LA VANGUARDIA, 01/11/09):

Las capitales occidentales están de mal talante. Y su mal humor tiene poco que ver con la situación económica que puede decirse que ha mejorado algo en las últimas semanas. Hace veinte años, cuando cayó el muro de Berlín en Alemania y finalizó la guerra fría, verdaderas multitudes se pusieron a bailar en las calles de la Europa central y oriental. Hace diez años, los primeros ministros y ministros de Economía y de Asuntos Exteriores de Europa se reunieron en Lisboa y en su comunicado final pronosticaron un esplendoroso futuro para el continente en casi todos los aspectos. Se publicaron libros titulados, por ejemplo, El fin de la Historia.La libertad y la democracia estaban a punto de triunfar en todo el mundo; los conflictos internos y tensiones entre los países habían finalizado.

¿Qué cabe decir del momento actual? Discursos pesimistas y numerosos libros y artículos titulados Posdemocracia o incluso El fin de la democracia dudan de si las actuales instituciones políticas en Occidente podrán solucionar los problemas que afrontan estas sociedades. El gran intelectual italiano Claudio Magris, al agradecer la concesión del premio de la Paz de los libreros alemanes en la Feria del Libro de Frankfurt, no tuvo palabras de consuelo, sino de lamentación, sobre la impotencia de Europa, sobre su falta de propósito y de progreso y sobre la falta de cumplimiento de todos los sueños de antaño. Los grandes partidos tradicionales de derecha e izquierda en Europa pierden apoyo, como han mostrado las recientes elecciones en Alemania y harán probablemente lo propio las británicas. El pesimismo reina en Europa del este y la situación italiana suministra materia a los autores satíricos en mayor medida que a los comentaristas políticos serios. En EE. UU. no hace tanto tiempo, se depositaban grandes esperanzas en la elección de Obama como presidente. Su prestigio personal sigue siendo notablemente elevado. Sin embargo, cunde el pesimismo con relación a los resultados de su Administración tanto en el interior como en el exterior.

Hace veinte años, reinaba un optimismo general acerca del avance de Rusia hacia la democracia y su aproximación a Occidente. Poco queda de tal optimismo. Vladimir Putin y su círculo parecen convencidos de que aunque Occidente siga siendo un importante cliente del petróleo y gas rusos, Rusia tiene más que aprender de China desde el punto de vista político. Con su sistema de partido único, China ha realizado grandes progresos en muchos aspectos y se ha convertido en una gran potencia. ¿No está enseñando a Rusia la vía para recuperar su grandeza anterior? Ex Oriente lux…Numerosos pensadores rusos (y no sólo ellos) han pregonado durante mucho tiempo que la salvación provendría de Oriente y no del decadente (y hostil) Occidente.

¿Cómo explicar este cambio radical de talante en pocos años? Algunos motivos son evidentes: las expectativas, sencillamente, eran demasiado elevadas. Reinaba el convencimiento de que cada año seríamos más felices y gozaríamos de mayor seguridad y riqueza. Eran fantasías de capitalismo de casino, por un lado, y antiglobalización revolucionaria, por otro. Pero no había razón alguna para presuponer que porque había terminado la guerra fría la paz irrumpiría en toda la Tierra. Numerosos conflictos sofocados durante la guerra fría salieron a la luz cuando acabó. En las democracias occidentales ganó terreno el convencimiento de que la ciudadanía podía – como en el Cándido,de Voltaire-retirarse tranquilamente y sin riesgo a cultivar su jardín dejando al Estado y a los partidos políticos la tarea de lidiar con los escasos problemas que pudieran quedar. La idea de que la libertad y la defensa de los derechos humanos implicaran una vigilancia constante y una participación activa en la vida pública, de que las sociedades democráticas proporcionaran no sólo derechos sino también deberes… todo eso parecía pertenecer a tiempos pasados.

El problema no está en que las sociedades democráticas afrontaran súbitamente dificultades sin precedentes, tal vez insuperables, que no pudieran posiblemente abordar salvo en el caso de un esfuerzo sobrehumano bajo la guía y liderazgo de líderes que fueran verdaderos genios. No. La cuestión es que la vida se había vuelto excesivamente cómoda. No había peligros evidentes e inmediatos en casa o en el extranjero y se esparcieron toda suerte de fantasías e ilusiones acompañadas de una creciente indolencia e indiferencia.

Veinte años después del famoso “fin de la Historia”, la mayor parte de la humanidad no vive en el seno de sociedades democráticas y las posibilidades de que esto cambie radicalmente en el futuro son casi inexistentes. Al contrario, la influencia política de la democracia liberal en el mundo ha disminuido. EE. UU. se debilita y Europa mucho más. Pero ello no significa el fin de la democracia. Las ganas de vivir en libertad no desaparecen del planeta. Incluso las autocracias han de fingir que son también partidarias de la democracia; sólo que de un modo distinto, no al estilo occidental. Tal vez las sociedades occidentales puedan despertar aún de su sopor y los cambios de talante sigan produciéndose como han hecho a lo largo de la historia.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

El año de los milagros

Por Alexandre Muns, profesor de Integración Europea de la Escola Superior de Comerç Internacional, ESCI-UPF (LA VANGUARDIA, 01/11/09):

El 9 de noviembre de 1989, el Comité Central del Partido Comunista de la República Democrática de Alemania (SED) decidió suavizar las restricciones de sus ciudadanos para viajar a Europa occidental en un intento desesperado para detener la revolución popular que desde septiembre desafiaba al régimen comunista de Berlín Este. El decreto ley en principio preveía que los ciudadanos de la RDA solicitaran visados para viajar. Pero en la rueda de prensa convocada por la tarde, Günther Schabowski – miembro del Politburó del SED-explicó por error ante la perplejidad general que la medida entraba en vigor con carácter inmediato.

Los ciudadanos de Berlín Este no esperaron más aclaraciones oficiales, acudieron al muro y lo franquearon. Las horas posteriores a la caída del muro fueron las de mayor euforia pero también potencial peligro. Las dos Alemanias eran dos de los países más militarizados del mundo. Cientos de miles de soldados y decenas de misiles nucleares de la OTAN estacionados en la República Federal Alemana (RFA) se encontraban a poca distancia de los 370.000 soldados soviéticos y armamento nuclear de la Unión Soviética estacionados en la RDA.

Algunos de los acontecimientos del año de los milagros (1989) pueden parecer inevitables desde la perspectiva actual posterior al fin de la guerra fría. Al fin y al cabo, hoy Alemania está sólidamente anclada en una Unión Europea de 500 millones de habitantes y una unión económica y monetaria (UEM) de 16 miembros con moneda y política monetaria únicas. Los ex aliados de la URSS en el Pacto de Varsovia se han incorporado entre el 2004 y el 2007 a la UE. Pero la caída del muro de Berlín y la reunificación de Alemania en 1989-90 de manera completamente pacífica no tuvieron nada de inevitables.

La RDA se hundió por una combinación de factores. Su economía en 1989 se encontraba al borde de la quiebra, con una deuda externa de 26.500 millones de dólares y un aparato productivo incapaz de suministrar bienes de consumo. A la frustración por las escaseces se sumó la indignación popular por el enésimo pucherazo efectuado por el SED en las elecciones de mayo de 1989. La apertura de la frontera entre Hungría y Austria en septiembre fue tolerada por la URSS de Mijail Gorbachov. El líder inmovilista de la RDA, Erich Honecker, fue incapaz de amedrentar al gobierno de Budapest a pesar de su amenaza de convocar una reunión extraordinaria del Pacto de Varsovia. Los germanorientales se lanzaron a las calles de Leipzig y Dresde en octubre en manifestaciones que Honecker se planteó reprimir.

Pero el mensaje transmitido desde Moscú fue tajante: la URSS no apoyaría ninguna acción militar de Honecker. La dimensión de las manifestaciones hizo finalmente desistir a Erich Honecker, que fue apartado del poder el 18 de octubre. Pero las pequeñas concesiones de los reformistas del SED no evitaron el hundimiento de la RDA.

A partir de noviembre de 1989, Kohl aprovechó magistralmente el ímpetu generado por los acontecimientos ocurridos en la calle – caída del muro, éxodo de miles de germanorientales a la RFA-para conseguir en once meses una absorción pacífica de la RDA por parte de la RFA. Kohl logró primero el apoyo decidido del gobierno de Bush Sr. prometiendo que mantendría a la Alemania unificada en la OTAN. Disipó los temores del Reino Unido y Francia (que, junto a Estados Unidos y la URSS, conservaban derechos de potencias vencedoras sobre Alemania) incluyéndolos en las negociaciones sobre los aspectos internacionales de la reunificación y accediendo a la UEM. Sedujo a un Gorbachov desesperado por salvar la perestroika y la URSS con créditos y la promesa de una relación privilegiada. La suerte de la RDA estaba echada. En julio de 1990 se selló el acuerdo definitivo. La Alemania reunificada permanecía en la OTAN, con derecho a desplegar armas nucleares en todo el territorio alemán, y la URSS se comprometía a retirar sus tropas en cuatro años. A cambio, Gorbachov obtenía ayudas de la RFA por valor de 24.000 millones de euros. Alemania se unificó el 3 de octubre de 1990, y la CDU de Kohl arrasó en las elecciones al Bundestag de diciembre.

La RDA era la joya europea de un imperio soviético cuyo triunfo sobre el nazismo había costado la vida a 20 millones de soviéticos. La ayuda concedida por Kohl a la URSS doblegó la resistencia de Gorbachov a una reunificación rápida de las dos Alemanias dentro de la OTAN. Putin y otros líderes rusos posteriormente acusaron a Occidente de haberse aprovechado de la debilidad de la URSS, especialmente cuando la OTAN prosiguió su expansión hacia el este. Pero la complicidad generada por las negociaciones de 1989-90 paradójicamente ha convertido a Alemania en el mejor socio en Occidente de la Rusia actual.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Nosotras siempre somos más

Por Esther Tusquets, escritora (EL PAÍS, 01/11/09):

Desde siempre he sabido que las mujeres tenemos una vida más larga que los hombres. Lo oí desde niña, y también me explicaron que esto se debía a que las mujeres, dado que no trabajábamos (o, por lo menos, no trabajábamos fuera de casa, en profesiones estresantes y de responsabilidad), consumíamos menos energía y nuestro organismo sufría un desgaste mucho menor. Siempre lo di por bueno.

En efecto, si una máquina se utiliza poco, tiene por lo general más duración que si está a tope muchas horas. Vivíamos más porque no dábamos golpe, y lo malo era que, al integrarnos cada vez más en el mundo del trabajo, íbamos a perder una de las pocas ventajas de las que disfrutábamos, íbamos a morir más jóvenes y nuestra longevidad se equipararía a la de los varones.

Han transcurrido muchos años y las cosas no han ido por este camino. Cada vez son más las mujeres que trabajan -incluso en profesiones tan intensas y absorbentes como la política o los altos cargos de las grandes empresas, donde están presentes las dos máximas ambiciones del ser humano de hoy: el poder y el dinero- y es posible que anden estresadísimas, que sobrevivan a base de ansiolíticos y antidepresivos, pero la verdad es que no por ello mueren antes, ni siquiera las deteriora la mala conciencia de que por su culpa no pueda yo seguir citando (mi hermano Óscar, implacable y para mí utilísimo Pepito Grillo, me advirtió que estaba haciendo el ridículo) aquella frase que me gustaba tanto, según la cual el día que mujeres ineptas e incapaces ocuparan cargos de responsabilidad se habría logrado la igualdad entre los sexos.

¡Dios mío, si habremos visto mujeres incompetentes, ignorantes y estúpidas y nefastas ocupando cargos de poder! Y lo habrán hecho muy mal, y desde luego no se ha logrado la paridad con los varones (a partir de ahora puedo decir que la igualdad entre los sexos se habrá empezado a lograr cuando se equiparen los salarios), pero seguimos viviendo más que ellos. Es fácil comprobar que habitamos un mundo lleno de viudas.

Hace muy poco tiempo, unos meses, supe la verdadera razón de que las mujeres fuéramos más longevas. Y resultó ser la opuesta a aquella que yo había aceptado como buena desde niña.

Lo descubrí por casualidad, en una conferencia sobre el cerebro que dio el neurólogo que maneja con extraña sabiduría mi Parkinson (e incluso, y tiene mayor mérito, me controla a mí), Nolasc Acarín. Aunque iba dirigida a profanos, yo me perdí de la misa la mitad. Pero algo quedó claro: el cerebro del hombre no envejece por exceso de uso sino por uso insuficiente. Cuanto más activo esté uno, más probabilidades tiene de llegar a viejo. Y esto cobra especial importancia cuando se empieza a envejecer, cuando al jubilarte tienes la oportunidad de elegir en qué vas a emplear tu tiempo, o si no vas a emplearlo en nada. Y, al parecer, las mujeres nos mantenemos infinitamente más activas que los hombres.

“¿Sí?”, pregunté un poco sorprendida, porque nunca lo había visto desde este punto de vista.

Y hubo una respuesta unánime y entusiasta por parte de las asistentes. “¿No te has dado cuenta? ¡Siempre somos más! ¡En las conferencias! ¡En los teatros! ¡En las presentaciones de libros! ¡En las bibliotecas públicas! ¡En las excursiones! ¡En las clases de yoga! ¡En las de gimnasia! ¡En los cursos para la tercera edad! ¡En los clubs de bridge! ¡En las conferencias! ¡Aquí mismo!”.

Efectivamente, habían acudido a oír hablar del funcionamiento del cerebro humano muchas más mujeres que hombres. “En todas partes somos más, ¡menos en el fútbol!”, zanjó una la cuestión. Las mujeres, además, -mucho más que los hombres- se han mantenido siempre activas al alcanzar la tercera edad. Porque parte de las funciones que tradicionalmente se les asignan -el cuidado de la casa, de los ancianos y, sobre todo, de los niños- no desaparecen con la edad. Las “tareas domésticas” siguen siendo las mismas; los padres de la pareja han llegado a la vejez y requieren mucha atención y ocupan mucho tiempo, y con frecuencia han aparecido los nietos.

También los varones se preocupan por sus padres, “colaboran” con creciente frecuencia en los trabajos caseros, y suelen adorar a sus nietos, de modo que desarrollan actividades con ellos. Pero la responsabilidad recae en la mujer. Mientras muchos hombres, al alcanzar la jubilación, consideran haber concluido con sus obligaciones y -menos curiosos, menos dados a múltiples intereses, menos activos- se pasan las horas muertas delante de la televisión.

Si esto es así, resulta que las mujeres vivimos más, no por estar ociosas, sino por mantenernos más activas, por tener intereses más amplios y variados, por forzar a nuestro cerebro (¿será siquiera verdad que, como pretenden algunos, el tamaño del cerebro se relacione con la inteligencia?, tendré que preguntárselo a Acarín) a seguir funcionando a buena marcha.

Me gusta la idea. Por una vez una teoría establecida por hombres y mujeres no nos deja relegadas a ciudadanos de segunda…

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

La desaparición del erotismo

Por Mario Vargas Llosa. Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2009 (EL PAÍS, 01/11/09):

Hay muchas formas de definir el erotismo, pero tal vez la principal sea llamarlo la desanimalización del amor físico, su conversión, a lo largo del tiempo y gracias al progreso de la libertad y la influencia de la cultura y las artes en la vida privada, de mera satisfacción de una pulsión instintiva en un quehacer creativo y compartido que prolonga y sublima el placer físico rodeándolo de rituales y refinamientos que llegan a convertirlo en obra de arte.

Tal vez en ninguna otra actividad se haya ido estableciendo una frontera tan evidente entre lo animal y lo humano como en el dominio del sexo, diferencia que, en un principio, en la noche de los tiempos, no existía y confundía a ambos en un acoplamiento carnal sin misterio, sin gracia, sin sutileza y sin amor. La humanización de la vida de hombres y mujeres es un largo proceso en el que intervienen el avance de los conocimientos científicos, las ideas filosóficas y religiosas, el desarrollo de las artes y las letras y en esa trayectoria nada se enriquece más ni cambia tanto como la vida sexual. Ésta ha sido siempre un fermento ígneo de la creación artística y literaria y, recíprocamente, pintura, literatura, música, escultura, danza, todas las manifestaciones artísticas de la imaginación humana han contribuido al enriquecimiento del placer a través de la práctica sexual. Por eso, no es abusivo decir que el erotismo representa un momento elevado de la civilización y es uno de sus ingredientes determinantes. Para saber cuán primitiva es una comunidad o cuánto ha avanzado en su proceso civilizador nada tan útil, rompiendo sus secretos de alcoba, que averiguar cómo hace el amor.

El erotismo, sin embargo, no sólo tiene esa función positiva y ennoblecedora de embellecer el placer físico y abrir un amplio espectro de sugestiones y posibilidades que permitan a los seres humanos satisfacer sus particulares deseos y fantasías. Es también un quehacer que saca a flote aquellos fantasmas escondidos en la irracionalidad que son de índole destructiva y mortífera. Freud los llamó la vocación tanática, que se disputa con el instinto vital y creativo -el Eros- la condición humana. Librados a sí mismos, sin freno alguno, aquellos monstruos del inconsciente que asoman y piden derecho de ciudad en la vida sexual si no son frenados de algún modo podrían acarrear la desaparición de la especie. Por eso el erotismo no sólo encuentra en la prohibición un acicate voluptuoso, también un límite violado el cual se vuelve sufrimiento y muerte.

Nadie ha estudiado con más lucidez que Georges Bataille este aspecto dual -vida y muerte, placer y dolor, creación y destrucción- del erotismo y por eso ha hecho bien Guillermo Solana poniendo de título a la exposición que ha organizado en los locales del Museo Thyssen y Caja Madrid el que dio el gran ensayista francés al último libro que publicó en vida: Lágrimas de Eros. Se trata de una excelente muestra que con unos 120 cuadros, esculturas, fotografías y vídeos ilustra la variedad temática y la excelencia formal que ha llegado a alcanzar la experiencia sexual en sus mejores expresiones artísticas. El asunto es tan vasto que una exposición de arte erótico sólo puede aspirar a ser la punta del iceberg, pero, en este caso, la antología ha sido elegida con la sabiduría y el buen gusto necesarios para dar al espectador una idea clara de la exuberancia ilimitada de que ella es apenas un indicio.

Una de las enseñanzas más flagrantes que se desprende de la exposición es que el erotismo no es tanto un hecho en sí, una entidad aislada y diferenciada de otras, sino más bien una mirada, una elección subjetiva, una pasión o una manía que se proyectan sobre todo lo existente, erotizando a veces cosas que parecerían serle totalmente ajenas y hasta írritas, como la religión. Es natural y obligatorio que la antigüedad pagana, con su amoralismo, haya sido una fecunda inspiradora de pintura y escultura eróticas -también lo ha sido de literatura- y que temas como el nacimiento de Venus, las esfinges y las sirenas, Apolo y Jacinto, Andrómada encadenada y Endimión dormido -salas de la exposición- hayan incitado a grandes artistas y debamos a ello un buen número de obras maestras. Pero no menos estimulante para la fantasía erótica lo ha sido el cristianismo, desde Eva y la serpiente, un tema recurrente a extremos de enloquecimiento de centenares de pintores, hasta la Magdalena, la pecadora arrepentida y penitente cuyas formas desnudas, ampulosas o góticas, son uno de los íconos del imaginario erótico en todas las épocas y para todas las escuelas. Y qué decir del martirio de San Sebastián y de las tentaciones de San Antonio en el desierto que a su vez han tentado a una numerosa genealogía de artistas que van de Brueghel a Picasso y Saura, pasando por Jan Wellens de Cock (su pequeño cuadro es uno de los más memorables de la muestra) y Paul Cézanne.

La religión sirvió de aguijón al vuelo creativo y, también, de coartada para sortear la censura eclesiástica. Si la exhibición de las formas desnudas de hombres y mujeres del común en nombre de la estricta belleza era censurable, no lo era tanto si quien exhibía sus pechos, muslos, nalgas y hasta el vello púbico y los órganos sexuales eran el mismísimo Redentor o una santa o un santo. De esta estrategia se valieron para saturar sus murales y lienzos de desnudos y discreta o descarada concupiscencia pintores tan respetados por el establecimiento y la jerarquía como un Rubens, un Ingres, un Rodin o un Gustave Doré.

Otra curiosa conclusión algo deprimente se desprende de Lágrimas de Eros, por cierto profetizada también por el propio Bataille. La desaparición de frenos y censuras, la permisividad total en el campo amoroso, en lugar de enriquecer el amor físico y elevarlo a planos superiores de elegancia, exquisitez y creatividad, lo banaliza, vulgariza y, en cierto modo, lo regresa a aquellos remotos tiempos de los primeros ancestros, cuando consistía apenas en el desfogue de un instinto animal. Un testimonio de ello es la extraordinaria pobreza del arte erótico contemporáneo que Guillermo Solano, pese a sus esfuerzos en la selección de obras para la muestra, no ha podido disimular. Es verdad que un Picasso o un Delvaux elevan considerablemente el promedio, pero la mayoría de las pinturas, vídeos o esculturas de artistas modernos representados son de una indigencia imaginativa lastimosa cuando no de una triste idiotez. Pasar del Endimión dormido de Antonio Canova al vídeo David, de Sam Taylor-Wood en el que vemos al futbolista David Robert Joseph Beckham durmiendo beatíficamente apoyado en su diestra, no sólo es un anticlímax sino un salto dialéctico del arte genuino al arte frívolo (o la simple tontería).

Este abaratamiento y degradación del erotismo en nuestros días es, vaya paradoja, consecuencia de una de las grandes conquistas de la libertad que ha experimentado el mundo occidental: la permisividad sexual, la tolerancia para prácticas y fantasías que antaño merecían el rechazo de la moral imperante y eran objeto de condena social y castigo judicial. Al desaparecer la prohibición desapareció también la transgresión, aquel aura temeraria, la sensación de violentar un tabú, de pecar, que condimentó la práctica del erotismo en el pasado y que atizó tanto la invención literaria y artística. Para la experiencia común de las gentes, que la vida sexual haya migrado de la existencia clandestina que tenía a la luz de la plaza pública (o poco menos) y que ahora el “erotismo” sea un ingrediente privilegiado de la publicidad comercial (la Eva y la serpiente fotografiada por Richard Avedon con Nastassja Kinski y el boa constrictor que la abraza son un ejemplo de lo que quiero decir) y de los avisos económicos en los diarios con que las prostitutas atraen clientes, significa pura y simplemente que el erotismo ya no existe, que pasó a ser caricatura y esperpento de lo que fue.

¿Es bueno o malo que haya ocurrido así? En términos sociales, bueno, sin la menor duda. La vigencia de prejuicios, prohibiciones y censuras trajo consigo atropellos, abusos, discriminación y sufrimiento para muchos (en este caso, sobre todo, para las mujeres y las minorías sexuales). Pero desde el punto de vista de las bellas artes y de la literatura ha significado que el placer físico se volvió un tema anodino y convencional, semejante al paisajismo, el retrato de caballete, las marinas o las odas patrióticas. Hacer el amor ya no es un arte. Es un deporte sin riesgo, como correr en la cinta del gimnasio o pedalear en la bicicleta estática.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

martes, septiembre 15, 2009

El nudo gordiano de Honduras

Por Rubén Herrero de Castro, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid (EL PERIÓDICO, 11/09/09):

Ha comenzado hace poco la campaña electoral en Honduras y el nudo que ata la vida social y política del país desde el pasado mes de junio se ajusta cada vez más. ¿Qué puede pasar en Honduras? Antes de abordar el futuro, hagamos un ejercicio de memoria.

Manuel Zelaya, del Partido Liberal (centro liberal-progresista), es presidente desde el 2006. Al principio de su mandato, aplicó un programa económico liberal que produjo muy buenos resultados. La CEPAL (Comisión Económica de Naciones Unidas para América Latina y el Caribe) situó a Honduras entre los primeros puestos de crecimiento económico de la región centroamericana.

En el plano económico, consiguió, además, la condonación de la deuda externa del Banco Interamericano de Desarrollo. Hasta la mitad de su mandato, seguía la letra del himno de su partido: «Adelante liberales, continuemos de frente sin parar».

Pero, entonces, se detuvo a escuchar los cantos de sirena que provenían de Hugo Chávez y Daniel Ortega. Para sorpresa de todos, declaró que la orientación de su Gobierno a partir de ese momento sería socialista. Y así, giró diplomáticamente hasta incorporar a Honduras en las estructuras bolivarianas de Petrocaribe (enero del 2008) y ALBA (agosto del 2008).

Para entendernos, es como si Zapatero, a mitad de la legislatura, se declarase neoconservador y comenzara a actuar como tal en todos los órdenes. En medio del desconcierto que causaba su actuación, Zelaya quiso celebrar un referendo para convocar una Asamblea Nacional Constituyente, que diera paso a una nueva Constitución que levantara la limitación de mandatos.

Ante tales intenciones, su partido le retiró el apoyo y el Congreso, la Fiscalía General, el Tribunal Supremo y la Corte Suprema de Justicia declararon ilegal la pretendida consulta. El enfrentamiento y la crisis estaban servidos.

El presidente Zelaya hizo oídos sordos y ordenó al jefe del Estado Mayor, el general Romeo Vásquez, la distribución de urnas y papeletas. Este último se negó a ello y Zelaya lo destituyó el 24 de junio. Los días siguientes fueron de locos. Primero, la Corte Suprema de Justicia de forma unánime y el Congreso por mayoría absoluta revocaron la decisión de Zelaya y restituyeron al general Vásquez en su cargo. Al mismo tiempo, el Congreso abría una investigación sobre la legalidad de los actos del presidente Zelaya. Sus actos fueron considerados ilegales e inconstitucionales y el 28 de junio, el día en que debía celebrarse el referendo, el presidente Zelaya fue arrestado y expatriado en Costa Rica por militares que seguían el mandato del Tribunal Supremo.

Zelaya fue sustituido por el presidente del Congreso y compañero suyo de partido, Roberto Micheletti.

La confusión reinante, las formas empleadas en la detención y la participación del Ejército contribuyeron a la percepción generalizada de golpe de Estado y generaron de forma inmediata el rechazo al Gobierno de facto que se establecía en Honduras.

El presidente de Costa Rica, Oscar Arias, presentó un plan para solventar la situación, que todos quieren utilizar en su beneficio y los involucrados hablan para sus seguidores, en vez de hablar entre ellos con el ánimo de encontrar un verdadero punto de encuentro. Los actos y palabras de Zelaya y Micheletti son de todo menos una llamada a la concordia.

Sin embargo, pese a todo, Zelaya ha perdido la batalla. Ha gestionado muy mal su imagen, siempre dejándose ver junto a Chávez y Ortega. Sus otros apoyos no son del todo sólidos y da la sensación de que actúan de cara a la galería. Además, desde el principio se enfrentaba a un rival casi invencible en relaciones internacionales, la política de reconocimiento de hechos consumados que, más pronto o más tarde, practican la mayoría de los actores internacionales. Esto es, cuando un Gobierno domina de forma efectiva población y territorio, los demás actores optan por continuar las dinámicas políticas y económicas con el nuevo actor. El mundo está lleno de gobiernos en el exilio a los que, legítimos o no, nadie hace ni caso. Así las cosas, pueden darse dos escenarios.

El primero sería la aplicación del plan de Óscar Arias, que implica inmunidad para ambos bandos, el retorno de Zelaya y la celebración de las elecciones previstas.

En el segundo escenario, Zelaya no retorna al poder, se celebran las elecciones de noviembre y el presidente y el Parlamento entrantes autorizan o deniegan la vuelta de Manuel Zelaya.

Dada la situación actual, es más probable el segundo, con la variante del regreso del expresidente, pactando la inmunidad de este y su reingreso en la vida política, a cambio de que reconozca al nuevo Gobierno. Este supuesto contaría también con el respaldo de la comunidad internacional, que hasta la fecha se ha caracterizado por una medida condena del Gobierno de facto de Micheletti.

Seamos claros, esta situación no puede ir más allá de las elecciones. Entonces, ya sin Micheletti, el nuevo Gobierno y el propio Zelaya deberán ceder en sus posiciones. Y lo harán para alegría de una sociedad internacional que no quiere complicarse la vida y menos por el presidente Zelaya y sus amistades peligrosas.

Todo apunta a que este nudo gordiano no necesita de un Alejandro Magno que lo corte, se deshará solo.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

¿Qué amenaza implica el terrorismo global para las sociedades abiertas?

Por Fernando Reinares, catedrático de la Universidad Rey Juan Carlos Investigador Principal del Real Instituto Elcano (ABC, 11/09/09):

Hablar de terrorismo global es hacerlo del terrorismo relacionado directa o indirectamente con Al Qaeda. Este terrorismo global, que lo es por cuanto ambiciona la instauración de un califato panislámico que implique el dominio del credo musulmán sobre la humanidad, por la extensión geográfica de sus actores y de sus acciones, y por haber mostrado capacidad para perpetrar atentados a escala mundial, como los ocurridos hace ocho años en Nueva York y Washington, se ha transformado desde entonces. Hoy en día incluye no sólo a la elusiva estructura terrorista liderada por Osama bin Laden y Ayman al Zawahiri, sino también a sus extensiones territoriales –como Al Qaeda en la Península Arábiga, Al Qaeda en Irak o Al Qaeda en el Magreb Islámico-, a un diverso elenco de grupos y organizaciones que mantienen estrechos ligámenes con aquella -especialmente, aunque no sólo, de talibanes afganos y paquistaníes- y, por último, a células independientes e incluso individuos aislados únicamente inspirados por la propaganda extremista.

Pues bien, desde hace más de dos años ocurren cada mes centenares de atentados atribuibles a ese terrorismo global. La mayoría son obra de las aludidas extensiones territoriales de Al Qaeda o de algunos de los grupos y las organizaciones afines a la misma. No estamos ante un fenómeno amorfo, carente de articulación y liderazgo, sino ante uno polimorfo, cuyos elementos constitutivos varían en estructura y estrategia, pero comparten en lo fundamental una ideología y una agenda. Sus escenarios preferentes están en el Sur de Asia y Oriente Medio, más concretamente en Afganistán -donde el terrorismo es parte sustancial de una actividad insurgente más amplia-, Pakistán, Irak e incluso India. En estos países, los atentados perpetrados por actores vinculados al actual terrorismo global son prácticamente cotidianos, aunque difieran en magnitud y consecuencias. Sin olvidar que son asimismo frecuentes en otros como Argelia, Somalia o Yemen. Y que en la misma categoría cabría incluir un significativo número de cuantos acontecen en el norte del Cáucaso.

Pese a la retórica antioccidental que lo acompaña, el terrorismo relacionado con Al Qaeda se produce sobre todo en países cuyas poblaciones son mayoritariamente musulmanas y la mayoría de sus víctimas son musulmanes, calificados de apóstatas o renegados por los extremistas, en ocasiones por tratarse de chiíes y otras veces, las más, por no acatar las directrices que tratan de imponer los terroristas. Esta realidad pone de manifiesto que el actual terrorismo global es más la expresión de un conflicto entre musulmanes que el exponente de un choque de civilizaciones. Dicho lo cual, sus orígenes se remontan a una alianza de Al Qaeda con algunos pequeños grupos armados de orientación islamista, establecida en febrero de 1998, denominada Frente Islámico Mundial contra Judíos y Cruzados. Un eufemismo para señalar como adversario principal a las sociedades abiertas de Norteamérica y Europa, además de Israel. Este discurso se ha mantenido hasta nuestros días e implica que ciudadanos e intereses occidentales son blanco ubicuo y permanente del terrorismo global.

Ahora bien, sólo unos pocos de los miles y miles de sus atentados contabilizados desde el 11-S han tenido lugar en países occidentales. En nuestras sociedades abiertas, los actos de terrorismo global son episódicos si comparamos su frecuencia con la de otras demarcaciones geopolíticas. Este dato sitúa la amenaza para el mundo occidental en su adecuada dimensión, sin exagerar pero sin negar que dicho problema es real y todo indica que duradero. Durante los últimos ocho años, en Estados Unidos se han podido desbaratar al menos una docena de atentados en cuya planificación y ejecución intervinieron individuos relacionados con la urdimbre terrorista que gira en torno a Al Qaeda. Ahora bien, la sofisticación de estas tentativas y el perfil de sus autores han sido muy variados. No ha cesado la amenaza procedente del exterior -perpetrar un nuevo gran atentado en territorio estadounidense continúa estando entre los propósitos de Al Qaeda-, pero la eventualidad de que sean células endógenas e independientes las que perpetren actos relativamente menores de terrorismo en suelo norteamericano -incluyendo a Canadá- está ahí.

Durante ese mismo periodo de tiempo, en la Unión Europea han tenido lugar atrocidades como el 11 de marzo o el 7 de julio, si bien el número de atentados relacionados con el terrorismo global que las policías y los servicios de inteligencia han impedido es mayor del contabilizado en Estados Unidos. Entre los planes que fracasaron adquiere especial significación el que en agosto de 2006 pretendió hacer estallar, mediante explosivos líquidos, al menos siete aeronaves comerciales en ruta desde el aeropuerto de Heathrow hacia sus destinos transatlánticos. Pero no menos relevantes son los atentados previstos en Alemania para el otoño de 2007 o los que pudieron haber afectado a Barcelona y otras metrópolis continentales en 2008. En conjunto, son incidentes en los que han intervenido tanto individuos con pasaporte comunitario -algunos conversos radicalizados- como extranjeros. Individuos que constituían células dirigidas por el directorio de Al Qaeda o vinculadas con su extensión norteafricana, estaban ligados a entidades asociadas -como el Grupo Islámico Combatiente Marroquí, la Unión de Yihad Islámica o Therik e Taliban Pakistan- o formaban redes terroristas independientes.

Tal y como evoluciona, la amenaza del terrorismo global en el mundo occidental sugiere aún la posibilidad de atentados múltiples, con bombas u otros artefactos explosivos, en cuya ejecución participarían suicidas. El transporte público y la aviación civil serían blancos preferentes, sin olvidar otros cuyo menoscabo pudiera ocasionar entre decenas y centenares de muertos, o las infraestructuras energéticas. Esto alude, con todo, a atentados que, si bien pueden ocurrir en cualquier momento y sin previo aviso -¿no es una lección a extraer de los ocurridos en Madrid y Londres?-, causarían numerosas víctimas y una conmoción en la opinión pública tan considerable como coyuntural. Pero seguirían sin afectar en lo esencial el modo de vida y las instituciones occidentales. A este respecto, las sociedades abiertas han mostrado una evidente resiliencia. Para que fuese de otro modo tendrían que producirse atentados de cadencia e intensidad inusitadas, lo que no parece verosímil. O que Al Qaeda tenga éxito en la innovación devastadora que persigue. Es decir, en cometer algún acto de megaterrorismo con armas de destrucción masiva. Un atentado nuclear, por ejemplo, sí podría socavar gravemente los fundamentos del orden social y político inherentes al mundo occidental. Estadísticamente es improbable. Prevenirlo es inexcusable.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

El primer 11 de septiembre: Viena, 1683

Por Paolo Mieli, presidente de RCS Libros y ex director del Corriere della Sera (EL MUNDO, 11/09/09):

Seguramente será una coincidencia, -no así para el intelectual católico Michael Novak- el hecho de que el primer 11 de septiembre que aparece en los libros de Historia no sea el del 2001 sino el de 1683, día en que comenzó la contraofensiva con la que, en 36 horas, las tropas del emperador Leopoldo I -con la decisiva ayuda del rey de Polonia Jan Sobieski-, derrotaron e hicieron huir a decenas de miles de turcos que, a las órdenes del gran visir Kara Mustafá, asediaban desde hacía dos meses la ciudad de Viena.

Extraña coincidencia la que hay entre los dos 11 de septiembre. Porque las analogías no se ciñen a la fecha en la que termina el verano. Ya desde el mes de agosto de 1682, el sultán Mehmet IV había planificado la denuncia del tratado de paz vicenal firmado con Leopoldo, que expiraría en el 84, amén de haber lanzado una ofensiva que, desde los Balcanes, debería pasar por Hungría y terminar con la ocupación de Viena, la capital del imperio.

¿Terminar? Nadie puede asegurar que la conquista de Viena, un evento clamoroso en sí mismo, fuese la última etapa de la penetración turca en Europa. Más aún, parece poco probable que, ocupada la capital austriaca, la conquista no continuase en el resto del continente. Las ambiciones del sultán eran similares a las de su predecesor Suleimán, que había desencadenado en 1529 y en 1541 una incursión en Europa, en la que conquistó gran parte de Hungría.

Pero el 11 y el 12 de septiembre de 1683 los turcos fueron derrotados y tuvieron que hacer frente a una contraofensiva que duró 15 años y que, por sus características de Santa Alianza bendecida por el Sumo Pontífice, fue llamada la última cruzada. Más aún, en 1699 fueron obligados a firmar la paz de Karlowitz que, según la opinión unánime de los historiadores, marcó el punto de inflexión, lento pero irreversible, del hundimiento del Imperio Otomano.

Aquel día, pues, cambió la Historia y es un gran servicio el que presta la editorial Mulino traduciendo el mejor libro sobre el acontecimiento, obra del historiador inglés John Stoye, titulado El asedio de Viena. En este amplio y profundo ensayo, Stoye, amén de explicar cómo sucedieron las cosas, se detiene en las contradicciones de la Europa cristiana que permitieron a los turcos atreverse a desafiarla. Fue, de hecho, el rey católico francés, Luis XIV, el que animó con todos los medios a su alcance al sultán a atacar al Imperio Austriaco.

Su embajador en Estambul, Guilleragues, llega a decir abiertamente que, aunque su rey mantuviese el compromiso de acudir en ayuda de los polacos si fuesen agredidos por los turcos, nada hacía pensar que haría lo mismo para apoyar a Leopoldo.

De esta forma y mientras iban pasando las semanas, Guilleragues repetía, una y otra vez, que, en el caso de que los turcos atacasen a Austria, los franceses no moverían un dedo e, incluso, podrían asestar una puñalada trapera a Leopoldo, aprovechando así la ocasión para vengarse de 1673, cuando el emperador se había aliado con los herejes holandeses en guerra contra Luis XIV.

Un argumento tremendamente atractivo para los turcos, dado que recordaban lo eficaz que había sido la fuerza de expedición enviada por los franceses en auxilio de Austria en 1664, así como la enviada a Creta en 1669. De hecho, desde entonces, nunca se atrevieron a enfrentarse a una coalición, aunque sólo fuese ocasional, entre austriacos y franceses.

Pero, en Roma se habían dado cuenta de lo real que era la amenaza turca. En 1676, había subido al solio pontificio Inocencio XI, que declara de inmediato su deseo de pacificar Occidente para lanzar un ataque contra el sultán. En un primer momento, sin embargo, el Papa Inocencio apoya las reivindicaciones del rey francés en contra del emperador austriaco, que le parecía titubeante ante el proyecto antiturco.

El Papa comienza a cambiar de idea con la predicación de Marco d’Aviano, un fraile capuchino que obtuvo una enorme popularidad entre 1679 y 1680 tras una epidemia de peste bubónica. Durante esta epidemia le fueron atribuidos, tanto en las Cortes Reales como entre la gente del pueblo, episodios milagrosos de curaciones que le confirieron un aura de santidad. Carlo de Lorena, por ejemplo, considera haber sido curado gracias a sus oraciones y, desde ese momento, se convierte en su hijo espiritual. D’Aviano pidió a la gente que se alistase en la guerra contra los turcos y, en 1681, intentó llevar su predicación a Francia, pero Luis XIV lo expulsó por la fuerza del país, algo que disgustó profundamente al Papa.

Menos incluso le gustó al Pontífice que, para testimoniar que estaba contra los turcos, el mismo Luis XIV que secretamente animaba al sultán a atacar Viena, hubiese enviado su armada, a las órdenes del almirante Du Quesne, a realizar una insensata agresión contra la ciudad de Argel, bombardeada sin piedad en 1682 y en 1683, precisamente mientras comenzaba el asedio de la capital austriaca (provocando, como revancha, la ejecución del cónsul francés en Argel).

Stoye describe a la perfección el juego francés, que consistía en aprovechar la presión turca sobre Viena para atacar a España, en cuyo auxilio no podía acudir una Austria distraída por los turcos (y España pedía a Austria que la defendiese en vez de enfrentarse con los musulmanes), mientras los principados de la Alemania septentrional se deberían ocupar de la crisis báltica, alimentada, también ella, por Francia (lo que les induciría a subestimar el alcance de las iniciativas del sultán).

El historiador tiene el enorme mérito de esclarecer las responsabilidades europeas en el ámbito cristiano -ocasionadas precisamente por las divisiones y las rivalidades- en la cuasi capitulación de Viena, la ciudad de la que Leopoldo se aleja a comienzos de julio mientras los primeros estandartes turcos se disponían al asedio y la defensa de entonces de la capital habría cedido con casi total seguridad, si no hubiese sido por la sorpresa Sobieski. ¿Pero sorpresa, por qué?

Jan Sobieski, nacido en 1624 en una ciudad cercana a Leópolis y educado en París como muchos de los retoños de la aristocracia polaca, había subido al trono de Polonia en 1674 adoptando el nombre de Juan III y con la inestimable ayuda del propio Luis XIV. Todo hacía presumir que en medio del torbellino de aquella época -la católica Francia y la católica Polonia habían ayudado incluso a los protestantes húngaros en contra del católico emperador austriaco-, Sobieski iba a permanecer siempre al lado del Rey Sol.

Pero Juan III no sólo salió en ayuda de Leopoldo sino que, además, fue el protagonista de la batalla para la liberación de Viena del asedio, ocupó los campamentos que habían sido turcos hasta unas horas antes y entró en la capital acogido como el liberador. Esto le dio celos a Leopoldo, al que no se le perdonaba el haberse alejado de Viena cuando los turcos se habían presentado a las puertas de la ciudad ni el haberla abandonado a su suerte durante dos largos meses de hambre, epidemias, bombardeos e incendios.

La verdad, escribe Stoye, es que Leopoldo tenía una personalidad muy compleja. El emperador tomaba decisiones «sólo con temerosa repugnancia», una característica de su personalidad de la que los protestantes y los embajadores venecianos en Viena culpaban a los jesuitas, por haberle educado con tanta rigidez que «habían reprimido su energía innata».

Leopoldo no era menos católico que Sobieski, pero tendía a sopesar más los pros y los contra de sus actos, amén de sentir una profunda aversión hacia los que, como Juan III, actuaban por impulsos y eran, por eso, más amados por la gente. Estos celos de Leopoldo hacia Sobieski imposibilitaron el que ambos aprovechasen la ocasión y se lanzasen de inmediato a la persecución de los turcos con óptimas probabilidades de derrotarlos por completo y en poco tiempo. Eso fue, sin embargo, lo que hicieron unos meses después a petición del Papa, pero entonces ya necesitaron 15 años para concluir su misión.

Un plazo de tiempo tan largo que se debió también a que Francia había vuelto a reactivar sus intrigas dirigidas exclusivamente a crearle dificultades a Austria. Luis XIV, que se seguía proclamando Rey cristianísimo, demostraba tal falta de escrúpulos que quedaba en evidencia incluso ante sus propios contemporáneos. Hasta el punto de que, en una carta del 15 de septiembre de 1690 escrita por el conde Filippo Guglielmo a Marco d’Aviano, el Rey Sol es definido como «un turco cristiano peor que el bárbaro».

En cuanto a los turcos, su ofensiva, amén de psicológica, era bastante refinada. «Aceptad el Islam», escribió el gran visir Kara Mustafá en un documento que fue presentado a los austriacos a primeros de julio como oferta de solución política, «y viviréis en paz bajo el sultán. O entregad la fortaleza y viviréis en paz bajo el sultán como cristianos y el que quiera podrá irse en paz llevándose sus bienes. En cambio, si resistís, la muerte o la expoliación o la esclavitud serán el destino de todos vosotros».

Kara Mustafá tenía muchos rivales en el seno del propio Imperio Otomano, pero Mehmet IV siempre lo había protegido, hasta el punto de darle carta blanca y 200.000 hombres para la gran expedición de asedio de Viena. En cuanto a lo que hizo en aquellos dos meses de operaciones, no se le puede imputar el haber contemporizado: la empresa era muy difícil y las fortificaciones de la ciudad resistían. Tras la derrota, consiguió evitar que su Ejército se desarticulase, aunque en retaguardia tuvo que sufrir deserciones y traiciones. Algo previsible. Hubiera querido consultar con el sultán para decidir qué hacer en los meses siguientes. Pero por culpa de determinados contratiempos no se reunió con él.

El 19 de octubre las tropas del Imperio cruzaron el Danubio y conquistaron Esztergón. El capitán otomano de la ciudad se rindió y Kara Mustafá reaccionó ordenando la ejecución de los oficiales que habían abandonado la importante plaza fuerte, pero ya casi todos se habían fugado. De ahí que el embajador francés en Estambul comentase: «Acabo de enterarme de que los imperiales han tomado Esztergón y que las deserciones, el terror, los desórdenes y la agitación contra el gran visir y el propio sultán crecen día en día».

Los rumores de que los descontentos apuntaban al sultán debieron llegar a oídos de Mehmet IV, que pidió de inmediato la cabeza de Kara Mustafá. La noticia le llegó al gran visir, que se encontraba en Belgrado, el 25 de diciembre de ese mismo año. Ésta fue su respuesta: «Lo que Dios quiera». Devolvió los símbolos de su autoridad, el sello, el sagrado estandarte del Profeta y la llave de la Kaaba en La Meca. Fue estrangulado por un emisario de Mehmet ese mismo día. Para el mundo cristiano era la Navidad de 1683.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Un vuelo de gansos mancha el azul celeste

Por Sergio Ramírez, escritor y ex vicepresidente de Nicaragua (EL PAÍS, 11/09/09):

Algunos piensan que hay reelecciones buenas y reelecciones malas en América Latina, dependiendo del color del cristal ideológico con que se mire. Que lo que hace el ganso no tiene nada que ver con lo que hace la gansa. Me parece un error.

De acuerdo con la tradición agitada del continente, toda reelección ha dejado siempre un rastro negativo de violencia y desconcierto, quizás porque la voluntad arbitraria sigue oponiéndose tercamente al ideal en nuestra historia, y lo que se consuman son siempre los hechos aciagos. Pero el ideal suele volver por sus fueros, y nunca de manera pacífica ni ordenada. Es una especie de cadena perpetua, que va repitiendo sus eslabones, como si nunca se aprendiera de las lecciones de la realidad.

Es lo mismo con los golpes de estado. No hay golpes buenos y golpes malos. No hay asalto militar a los palacios presidenciales que merezca aplausos, ni nobleza alguna en sacar de su cama a un presidente. Porque cuando los sables se alzan contra la democracia, cualesquiera que sean las circunstancias, las instituciones sufren heridas graves que cuesta mucho sanar, no importan los deméritos de los presidentes derrocados.

Estamos, por desgracia, en una etapa de nuestra historia en la que los cambios constitucionales, que pretextan reformar las estructuras políticas para volverlas más abiertas, pasando de la democracia representativa a la participativa, llevan consigo necesariamente la prolongación de la estancia en el poder de los mismos presidentes que promueven esas reformas, una prolongación que se vuelve indefinida. Es como decirles a los pueblos que la pretendida modernidad constitucional lleva siempre al cuello la rueda de molino de la tiranía. Porque no hay prolongación de poder a largo plazo que no termine sacrificando la libertad.

¿Por qué no puede haber proyectos políticos que representen cambios justos de fondo, apertura de las estructuras institucionales, ampliación de los espacios de participación ciudadana, y que al mismo tiempo aseguren la alternancia en el poder?

La presencia indefinida del caudillo corrompe las aguas de la democracia, cualquiera que sea el contexto ideológico en que se dé la prolongación del mandato presidencial forzado por medio de reformas constitucionales. Es la ambición mesiánica de poder la que hace al caudillo buscar como quedarse a toda costa, sea de izquierda o de derecha, crea en el populismo benefactor o en el orden público y la seguridad nacional, sea en una situación de paz o de guerra. Es su idea obsesiva de que sin su presencia en la presidencia el proyecto que él representa se verá frustrado, porque nadie más tendrá la habilidad, o las agallas, para llevarlo adelante.

Es lo que he pensado ahora que se plantea, en apariencia ya de manera irreversible, la reelección por segunda vez del presidente Álvaro Uribe, fin para el cual se está moviendo toda la maquinaria institucional de Colombia. Un triple mandato que no se repite desde los tiempos del presidente conservador Rafael Núñez, quien pudo concentrar en sus manos todo el poder posible en los finales del siglo XIX.

Electo por primera vez en 2002, el presidente Uribe hizo pasar ya a la Constitución Política de Colombia por una reforma que le permitió la primera reelección, y ahora lleva adelante otra, mediante el complejo proceso de dictámenes de la Corte Constitucional y de la Corte Suprema de Justicia, y votaciones en ambas cámaras del poder legislativo, para hacer posible un tercer mandato. Todo el poder del estado ha sido puesto al servicio de esta causa, un esfuerzo que merecería mejores motivos.

Y sucede entonces lo inevitable. Que comienzan a alzarse rumores de corrupción, de compra de votos entre los diputados y senadores, de violencia en contra de la libre voluntad de quienes están llamados por la ley a decidir. El dirigente del Partido Liberal, adverso a Uribe, Rafael Pardo, aspirante él mismo a la presidencia, ha denunciado que se están invirtiendo más de cien millones de dólares en la compra de votos legislativos para allanar el camino a la reelección.

En este contexto, las reformas terminan siendo legales pero no llegan a ser legítimas, por mucho que se amparen en el respaldo popular. Porque nadie duda de que el plebiscito que se necesita para sancionar las reformas sería ganado ampliamente por el presidente Uribe, quien tiene un apoyo cercano al 70% en las encuestas de opinión; y que lo mismo ganaría las elecciones presidenciales de 2010, seguramente en la primera vuelta.

Pero es allí donde reside precisamente la calidad del estadista, en saber rechazar las tentaciones del poder en la cumbre del poder mismo, y en la plenitud de la popularidad, como ocurre con el presidente Ignacio Lula da Silva del Brasil, que no tendría, sin duda, ningún problema para perseguir su tercer periodo, con más respaldo de los electores que el propio Uribe. Ya ha dicho que no, sin embargo, con gran sabiduría.

Frente a las necesidades éticas de América Latina, y en tiempos en que lo que se requiere son ejemplos de recta conducta en la política, ¿qué diferencia separa entonces al presidente Chávez del presidente Uribe, si ambos buscan quedarse en el poder a toda costa?

Si la reelección es mala para el ganso, tiene que serlo también para la gansa.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

La reinvención del libro

Por Juan Villoro, escritor (EL PERIÓDICO, 10/09/09):

¿Qué tan novedoso debe ser un invento? La importancia de un producto suele depender de su capacidad de sustituir a otro. La tecnología necesita contrastes; sus aportaciones se miden en relación con lo que había antes. El inventor es el hombre que llega después.

Lo nuevo existe en serie: es la última parte de una secuencia, requiere de algo que lo anteceda. Esto lleva a una pregunta: ¿podemos inventar hacia atrás?, ¿qué pasa si le asignamos otro orden a la historia de la técnica?

Imaginemos una sociedad con escritura y alta tecnología, pero sin imprenta. Un mundo donde se lee en pantallas y se dispone de muy diversos soportes electrónicos. Abundan los receptores de textos e incluso se han diseñado pastillas con resúmenes de libros y métodos hipnóticos para absorber documentos. Esa civilización ha transitado de la escritura en arcilla a los procesadores de palabras sin pasar por el papel impreso. ¿Qué sucedería si justo ahí se inventara el libro? Sería visto como una superación de la computadora, no solo por el prestigio de lo nuevo, sino por los asombros que provocaría su llegada.

Los irrenunciables beneficios de la computación no se verían amenazados por el nuevo producto, pero la gente, tan veleidosa y afecta a comparar peras con manzanas, celebraría la ultramodernidad del libro. Después de años ante las pantallas, se dispondría de un objeto que se abre al modo de una ventana o una puerta. Un aparato para entrar en él. Por primera vez el conocimiento se asociaría con el tacto y con la ley de la gravedad. El invento aportaría las inauditas sensaciones de lo que solo funciona mientras se sopesa y acaricia. La lectura se transformaría en una experiencia física. Con el papel en las manos, el lector advertiría que las palabras pesan y que pueden hacerlo de distintos modos.

La condición portátil del libro cambiaría las costumbres. Habría lectores en los autobuses y en el metro, a los que se les pasaría la parada por ir absortos en las páginas (así descubrirían que no hay medio de transporte más poderoso que un libro).

La variedad de ediciones fomentaría el coleccionismo; los pretenciosos podrían encuadernar volúmenes que no han leído y los cazadores de rarezas podrían buscar títulos esquivos y acaso inexistentes. Solo los tradicionalistas extrañarían la primitiva edad en que se leía en pantalla.

En su variante de bolsillo, el libro entraría en la ropa y sería llevado a todas partes. Esta ubicuidad fomentaría prácticas escatológicas en las que no nos detendremos. Baste decir que acompañaría a quienes necesitaran de distracción para ir al baño.

Las más curiosas consecuencias del invento tardarían algún tiempo en advertirse. Una de ellas está al margen de la ciencia y la comprobación empírica, pero sin duda existe. El libro se mueve solo. Lo dejas en el escritorio y aparece en el buró; lo colocas en la repisa de los poetas románticos y emerge en un coloquio de helenistas. Las bibliotecas no conocen el sosiego.

El hecho de que incluso los tomos pesados se desplacen sin ser vistos representaría un misterio menor, como el de los calcetines a los que se les pierde un par en el camino a la azotea, si no fuera porque los libros se mueven por una causa: buscan a sus lectores o se apartan de ellos. Hay que merecerlos. El password de un libro es el deseo de adentrarse en él.

Las pantallas son magníficas, pero les somos indiferentes. En cambio, los libros nos eligen o repudian. Otras virtudes serían menos esotéricas. ¡Qué descanso disponer de una tecnología definitiva! El sistema operativo de un libro no debe ser actualizado. Su tipografía es constante. Eso sí: su mensaje cambia con el tiempo y se presta a nuevas interpretaciones.

Para quienes vivimos en tristes ciudades en las que se va la luz, como México DF, el libro representa un motor de búsqueda que no requiere de pilas ni electricidad.

Qué alegrías aportaría el inesperado invento del libro en una comunidad electrónica. Después de décadas de entender el conocimiento como un acervo interconectado, un sistema de redes, se descubriría la individualidad. Cada libro contiene a una persona. No se trata de un soporte indiferenciado, un depósito donde se pueden borrar o agregar textos, sino de un espacio irrepetible. Llevarse un libro de vacaciones significaría empacar a un sueco intenso o a una ceremoniosa japonesa.

Con el advenimiento del libro, la gente se singularizaría de diversos modos. Esto tendría que ver con los plurales contenidos y la manera de leerlos, pero también con el diseño. Los fetichistas podrían satisfacer anhelos que desconocían.

¿Hasta dónde podemos apropiarnos de un artefacto? El libro es el único aparato que se inventó para ser dedicado, ya sea por los autores o por quienes lo regalan. Qué extraño sería instalar un programa de Word dedicado con cariño a la esposa de Bill Gates. En cambio, el libro llegó para ser firmado y para escribir un deseo en la primera página.

En el siglo XVIII, el alemán Georg Christoph Lichtenberg escribió: «Un libro es como un espejo: si un mono se asoma a él, no puede ver reflejado a un apóstol». Las páginas reflejan lo que el lector lleva dentro.

Las novedades deslumbran a la gente. El libro ya cambió al mundo. Si se inventara hoy, sería mejor.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Blair no es lo que Europa necesita

Por Carlos Carnicero Urabayen, máster en Relaciones Internacionales de la UE, London School of Economics (EL PERIÓDICO, 10/09/09):

Todo parece indicar que José Manuel Durao Barroso será reelegido presidente de la Comisión por el Parlamento Europeo el 16 de septiembre. Y una vez que los gobiernos europeos han tomado conciencia de los resultados de las elecciones europeas, ha comenzado el baile de nombres para ocupar los otros puestos clave de la UE, si los irlandeses aprueban en referendo el Tratado de Lisboa el 2 de octubre, tal y como es previsible. Habrá que desarrollar el nuevo tratado eligiendo al presidente del Consejo Europeo; lo más parecido que tendremos los europeos a un presidente para la Unión.

Todo esto ocurre en un momento crítico de la crisis mundial y de cambios de políticas internacionales promovidos por la propia crisis y por las nuevas políticas de Barack Obama. La relación de Estados Unidos con China, verdadero poder financiero de la deuda norteamericana, y con los países emergentes (India, Brasil, Rusia…) está definiendo sinergias, alianzas y estrategias que dibujarán un mundo en el que la Unión Europea tiene asignado un papel menor, fruto de sus propias debilidades: al no ser un Estado, tiene serias dificultades para articular una política exterior y de defensa sólida y eficaz. Un presidente furibundamente europeísta podría ser un primer paso para cambiar esa tendencia.

El presidente del Consejo Europeo tendrá un mandato de dos años y medio, reelegible por un segundo periodo, y facilitará la identificación en el mundo de Europa como una unidad política. Después de la presidencia checa, en la que Vaclav Klaus hizo de caballo de Troya de los sectores más antieuropeístas, ha quedado de manifiesto que la nueva figura de la presidencia no es solo un arreglo institucional, sino además un cambio necesario para evitar que determinados actores internos utilicen el poder de las instituciones comunitarias para dañar el proyecto colectivo.

Ha trascendido que Tony Blair es uno de los candidatos bien situados para ser presidente del Consejo Europeo. La reciente noticia sobre su futura declaración en la comisión independiente que investiga en el Reino Unido las razones por las que se invadió Irak nos retrotraen a su etapa política más comprometedora. La aspiración de un liderazgo europeo se vería empañada por estar personalizada por un gran líder político que, sin embargo, demostró no tener a Europa como su principal prioridad.

Nadie puede dudar de su peso político. Su histórica victoria en 1997 puso fin a 18 años de duro conservadurismo y fue el primer ministro más joven que tuvo el Reino Unido en todo el siglo XX. Su victoria supuso, además, la incorporación de muchas mujeres a la Cámara de los Comunes, que hasta entonces había estado compuesta por una abrumadora mayoría masculina. Sus tres victorias electorales (1997, 2001, 2005) le han avalado como un gran estratega.

Sin embargo, como recordaba hace unas semanas Wolfgang Munchau desde el Financial Times, a pesar de sus destacadas cualidades, Blair no es lo que Europa necesita. Su seguidismo hacia las políticas de Estados Unidos y su abdicación moral durante la era de Bush en cuestiones como la tortura hacen cuestionable su idoneidad como líder para Europa. Su frugal europeísmo, manifestado en 1998 con su lanzamiento junto a Jacques Chirac de la Europa de la defensa en la declaración de Saint-Malo, quedó mermado cuando prefirió apoyar una invasión ilegal aun a expensas de dividir a Europa y tocar de muerte su incipiente política exterior.

La reelección de Barroso como presidente de la Comisión Europea parece ya inevitable, a pesar de que los analistas coinciden en que su primer mandato ha distado mucho de ser brillante. La credibilidad de la Comisión ha quedado severamente dañada durante la crisis, al haber sido incapaz de coordinar las respuestas de los gobiernos europeos y evitar que los estados miembros actuaran por su cuenta. Es más, se piensa que una de las la razones por las que será reelegido es porque no será un presidente de la Comisión incómodo para los gobiernos europeos.

Para contrarrestar el nombramiento de Barroso, conservador, la izquierda europea, debilitada tras las pasadas elecciones al Parlamento Europeo, no debería caer en la tentación de apoyar a Blair, laborista, para el puesto. El nombramiento del presidente del Consejo Europeo debe depender más de elegir a un líder con indudable vocación europeísta que del eje derecha–izquierda. Hace falta un político que, además de dotar de visibilidad a la Unión en el ámbito mundial, sea capaz de ejercer su liderazgo con genuina autonomía europea. Tal vez por eso algunos gobiernos conservadores no ven con malos ojos a un político perteneciente a la izquierda que, sin embargo, no se caracteriza por romperse el alma por sus convicciones europeas.

El tándem Barroso y Blair –de confirmarse este último– constituiría una peligrosa senda para la Unión. Las personas que se ponen al frente de las instituciones son tan importantes como los cambios institucionales mismos. Europa se enfrenta en los próximos años a un escenario global cambiante en donde habrá de tomar posiciones para garantizarse un puesto de primer nivel en el nuevo orden internacional. Es quizá más importante que nunca elegir bien quién nos represente. Europa se juega su futuro ahora.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Filicidio

Por José Guimón, catedrático de Psiquiatría de la UPV-EHU (EL CORREO DIGITAL, 10/09/09):

La joven que mató a su bebé porque pensaba que se lo ordenaban unas voces; aquélla que lo ahogó después de matar también a su madre; y la que mató a su recién nacido tras dar a luz a escondidas en un viaje de vacaciones nos han enfrentado, en un corto espacio de tiempo, a ejemplos de una realidad que aterra al público incrédulo. Sin embargo, aunque el filicidio es una realidad no frecuente, su explicación no es, en general la ‘locura’.

La primera referencia a un filicidio (la muerte dada por uno de los padres a su hijo) se remonta a la Biblia, con la inmolación de Isaac por Abraham. En la mitología griega se narra el asesinato de sus dos hijos por Medea, despechada por el abandono de Jasón. Los romanos, por su parte, merced a la ‘patria potestad’, podían disponer de la vida de sus hijos, y no es hasta 300 años después de Cristo cuando empezó a considerarse el filicidio un crimen. Sin embargo, las madres que mataban a sus hijos recibían frecuentemente sentencias más leves, argumentándose que los niños habían muerto al aplastar y sofocar a sus bebés accidentalmente durante el sueño. Hay quien ha querido ver en aquellas leyes tanto civiles como eclesiales una comprensión no explicitada de los problemas de sobrepoblación y la falta de medios consiguiente.

Pero los países desarrollados occidentales no se libran hoy de esa lacra. Las escasas estadísticas fiables señalan que en Estados Unidos 600 niños fueron asesinados por sus padres en 1983. En Canadá se informó de 114 casos de muerte de un niño a manos de un padre entre 1964-1968. Las cifras son variables en Finlandia, Australia, Canadá, Japón o Alemania, aunque parece que han disminuido algo. En España no hemos encontrado datos fiables recientes.

En EE UU entre el 8% y el 9% de la totalidad de los asesinatos se cometen sobre personas de menos de 18 años (de ellos, el doble son varones) y aproximadamente el 1,1%, sobre niños de menos de un año. El 45% de ese 8% ocurrieron en las primeras 24 horas, por lo que en aquel país son clasificados de ‘neonaticidios’ (el infanticidio de un bebé de menos de 24 horas), aunque en algunos textos se extiende el plazo hasta un mes. Del conjunto de las investigaciones que he revisado se concluye que, en los neonaticidios realizados en los primeros días, la inmensa mayoría de las autoras eran mujeres y de hecho se citan sólo dos hombres en la literatura. En niños de más edad el porcentaje se equilibra y a partir de los 8 años son ya más frecuentes los varones.

El homicidio se realizó preferentemente por estrangulamiento o ahogamiento. Un tercio de los padres o madres homicidas se suicidaron, por lo que se consideró que las muertes de esos niños eran ’suicidios extendidos’ o altruistas, es decir, realizados supuestamente para que los niños ‘no sufrieran’. Un tercio de los padres tenían trastornos psicóticos y otros estaban deprimidos. Muchos habían consultado con psiquiatras anteriormente. Sin embargo, los autores no consideran que haya datos clínicos predictores claros, aunque recomiendan explorar durante el embarazo la presencia de ideas de incapacidad para hacerse cargo de un hijo en las embarazadas que den señales de problemas psicológicos.

En los neonaticidios maternos, con frecuencia las razones esgrimidas por las madres solían ser más personales: para ocultar el deshonor del embarazo, por no poder mantenerle, como venganza hacia el abandono del padre. Hay quien evoca en estas razones cierto parecido con las argüidas en la violencia de pareja: ‘La/o maté porque era mía/o’. Se debe recordar, en cualquier caso, que la mayoría de las matricidas provenían de un entono sociocultural desfavorecido. El 90% de las madres tenían menos de 25 años y menos del 20% estaban casadas. Era frecuente que las madres atribuyeran su estado psíquico al recién nacido o al embarazo. A menudo dieron a luz solas y disponen del bebé como si fuera un aborto ¿que hubiera ocurrido demasiado tarde? A nadie se le escapan las relaciones de estas situaciones con la controversia de los plazos en la interrupción voluntaria del embarazo. En cualquier caso, las neonaticidas son miradas con benevolencia por la mayoría de los jueces en el mundo occidental, rara vez pasan tiempo en la cárcel y son frecuentemente excelentes madres de futuros hijos.

Pero el infanticidio no es cosa de los demás ni de la antigüedad, sino que está presente en nuestro inconsciente colectivo y en los fondos recónditos de nuestra psicología individual. Freud consideró que los mitos y leyendas representan, de forma más o menos velada, a la vez los deseos fundamentales del ser humano y las fuerzas que se oponen a su realización. El psicoanalista argentino Raskovsky publicó un excelente libro respecto a las motivaciones inconscientes del filicidio. Mitos y leyendas serían vestigios distorsionados de las fantasías figurativas de naciones en su totalidad, los sueños seculares de la juventud de la Humanidad. Por ello, una construcción mitológica puede prestar la base para una exploración de la historia psíquica del hombre. En los mitos se presentan, en toda su crudeza, pasiones y deseos aterradores, como el filicidio, el parricidio, el incesto, etcétera. Pero si Cronos devoró a sus hijos para evitar ser destronado y si Medea mató a los suyos por despecho, esos mismos deseos nos acechan agazapados en nuestro inconsciente, incluso aunque los hayamos criado en el ambiente cultural de Euskadi. ¿O es que hemos olvidado la leyenda que recogió Don José Miguel de Barandiarán en Rentería, y de la que me ocupé hace unos años? «Érase una vez una familia compuesta por el padre, la madre y dos hijos: Catalina y Beñardo. Cierto día, la madre les dijo que quien regresara primero de los dos encontraría en el armario una taza de leche. El primero en volver a la casa fue Beñardo, pero no pudo hallar la leche. La madre le dijo que metiera la cabeza más adentro del armario para buscarla y, cuando lo hizo, la mujer cerró de golpe la puerta y le cortó la cabeza. A continuación lo dividió en trozos y lo puso a cocer en una caldera».

El filicidio ha sido y es aún hoy una práctica extendida y más o menos permitida en muchos países del mundo. Hay referencias entre los esquimales, en los indios mohave y en otros muchos lugares. En la actualidad, aunque el infanticidio es ilegal en India, se sigue practicando, al parecer, con permisividad, en el medio rural. Según un informe de Unicef (rebatido por la Asociación Médica India) ésa sería la causa de los desequilibrios en la población del país, en especial de la menor proporción de mujeres. En China hasta el siglo XIX se sacrificaba a las niñas recién nacidas porque no podían llevar el nombre del padre y eran más débiles para los trabajos del campo. Recientemente se ha acusado a la República Popular China de que existen desequilibrios en la población (menos niños y, en especial, niñas) debido a la política de ‘un solo hijo por pareja’. Aunque la acusación es negada, resulta sospechoso que la venta ambulante de aparatos de ultrasonidos para detectar el sexo de los fetos se ha extendido desproporcionadamente (Klasen and Wink, 2003).

Pero no siempre son las mujeres las que resultan mal paradas. Un artículo reciente (Richard Shears, 2008) que no he podido contrastar informa de que en los pueblos Agibu y Amosa de la región de Gimi, en la provincia de Nueva Guinea Papúa, se habría llevado a cabo el exterminio durante 10 años de todos los recién nacidos varones para evitar que, al crecer, perpetuaran las guerras que ocurren en aquella región. Es de esperar que soluciones tan drásticas no sean imitadas en nuestras latitudes por algunos movimientos radicales.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

El emperador está desnudo

Por Fawaz a. Gerges, de la cátedra Christian A. Johnson sobre Oriente Medio, Sarah Lawrence College (Nueva York). Autor de El viaje del yihadista: dentro de la militancia musulmana, ed. Libros de Vanguardia. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 10/09/09):

Es indudable que la guerra global de Estados Unidos contra el terrorismo ha sido un desastre. En el fondo de la cuestión late una incapacidad para entender el contexto y la dinámica de la política musulmana; por ejemplo, las diferencias y límites conceptuales entre islamistas moderados, activistas radicales no violentos, yihadistas locales y yihadistas globales como los miembros de Al Qaeda.

A lo largo de ocho años, el discurso dominante estadounidense desdibujó los contornos entre los términos islamista, radical, militante, extremista, yihadista y terrorista.Estados Unidos equiparó el lenguaje ofensivo y escandaloso de los islamistas a la acción violenta de los yihadistas. Pero existen marcadas diferencias entre grupos políticos de ámbito local y regional como el palestino Hamas y el libanés Hizbulah y los grupos yihadistas sin fronteras y de alcance global como Al Qaeda, en guerra contra Estados Unidos y sus aliados occidentales desde mediados de los años noventa.

En lugar de adoptar un enfoque más constructivo –que distinga entre los numerosos rostros del islam en su vertiente política-, los expertos en terrorismo y los amantes de la cruzada optaron por el enfoque más cómodo y de talante reduccionista de meter a todos los islamistas en el mismo saco. Juzgaron tanto a los integrantes del núcleo principal del islam como a los militantes radicales a través del prisma de Al Qaeda.

Tales observadores, a sabiendas o sin querer, suscribieron la agenda oficial presentando al islamismo no sólo como yihadismo o como movimiento marginal sin fronteras, sino también como amenaza mortal a Occidente y como ideología agresiva y totalitaria dedicada a la destrucción ciega y a la dominación global. E incluso otros abogaron por una guerra total contra cualquier expresión del islam en su vertiente política.

Basándose en tal consenso de analistas incompetentes y manipuladores de la opinión, el presidente Bush y el vicepresidente Cheney inflaron la retórica metiendo en el mismo saco al conjunto de integrantes del núcleo principal del islam y a los militantes radicales, bajo la etiqueta de islamofascistas.Bush apeló a Estados Unidos a prepararse para una guerra global contra el terrorismo haciendo “un llamamiento que nuestra generación no puede eludir”.

La guerra global contra el terrorismo –dijo Bush- erradicaría la amenaza del terrorismo radical islámico (otro término vago e incoherente) y apuntaría contra los estados que no respetan las normas de la comunidad internacional y patrocinan el terrorismo o le ofrecen refugio. Valiéndose de un lenguaje ampuloso y dramático, de tintes ideológicos, la cruzada de Bush y Cheney creó el marco propicio para la ocupación e invasión estadounidense de Iraq, costosa en vidas humanas y en dinero y que además perjudicó el prestigio moral de EE. UU. en el mundo. Una y otra vez, Bush y Cheney y sus aliados presentaron su guerra global contra el terrorismo como una cuestión fundamentada en la información de los servicios de inteligencia del país, en especial de la CIA.

“Lejos de eso”, argumenta un nuevo libro cuyo autor, Emile A. Nakhleh, es un experimentado y acreditado especialista de la CIA, donde fue director del programa de análisis estratégico del islam en su faceta política, en el directorio de inteligencia de la agencia, poderoso e influyente departamento de esta organización.

En un texto ilustrativo y revelador, Un compromiso necesario: renovar las relaciones de Estados Unidos con el mundo musulmán (Princeton University Press, 2008), Nakhleh observa que aunque funcionarios estadounidenses de nivel medio eran demasiado perspicaces como para enjuiciar la guerra en términos de blanco y negro y de un campo enemigo siempre creciente, lo cierto es que apenas dijeron esta boca es mía ni sugirieron adoptar directriz alguna sobre la cuestión.

Según Nakhleh, que estaba al tanto de los debates internos de la CIA y de los núcleos oficiales de poder en Washington, existían ciertos obstáculos e intermitencias entre el primer y el segundo escalón del equipo de política exterior de Bush en términos de acceso a la información de los servicios de inteligencia y de nivel profesional en este campo. El relato de Nakhleh en calidad de persona con acceso a información privilegiada da el tiro de gracia a la pretensión de Bush y Cheney en el sentido de que ellos, como también el establishment político, fueron engañados y recibieron información errónea de los organismos de inteligencia. Al contrario, el equipo de política exterior de Bush hizo caso omiso del consejo de la CIA y cedió a los espejismos ideológicos y a la tentación de la arrogancia.

Nakhleh traza un desalentador y descarnado panorama de los fracasos de los responsables de la política estadounidense a la hora de entender las ideas y perspectivas básicas que los musulmanes tienen de sí mismos, entre sí y sobre Occidente. Da cuenta de modo implacable de la resistencia de veteranos funcionarios de la administración Bush a enterarse de la complejidad y diversidad de movimientos de matiz religioso del mundo musulmán, pese a los numerosos esfuerzos que hicieron tanto él como otros cargos directivos de la CIA en el sentido de aconsejarles de forma más conveniente.

Uno de los argumentos esenciales de Nakhleh es que existen diferencias cualitativas y notables entre los violentos yihadistas globales, seguidores de Osama bin Laden, y los partidos y grupos políticos islamistas componentes del núcleo principal del islam y dotados de amplia base social como los Hermanos Musulmanes en Egipto, Hizbulah en Líbano y Hamas en Palestina. Nakhleh argumenta que mientras habría que hacer frente y arrinconar a los primeros, “habría que acoger a los segundos como socios potencialmente dignos de crédito en el empeño de la transformación política de sus respectivas sociedades”. Por el contrario, la administración Bush juzgó el mundo musulmán, con sus 1.400 millones de ciudadanos, a través “del prisma del terrorismo”, metiendo en el mismo saco a terroristas de Al Qaeda y a activistas religiosos que han mostrado “su compromiso con el proceso democrático y su enfoque realista de la política y del cambio político”.

Según Nakhleh, tal opción era la peor que podía haber tomado Estados Unidos Mezclar en la retorta a todos esos protagonistas de orientación religiosa – como hizo la administración Bush-y declarar una guerra total contra ellos es una receta ideal para el fracaso y el conflicto permanente con importantes sectores de sociedades musulmanas.

En una reveladora entrevista publicada en el periódico árabe Al Hayat,Nakhleh dice que intentó –aunque fracasó en el intento- persuadir a sus superiores en la administración Bush de la conveniencia de captar a Hamas después de su victoria electoral en el 2006. El punto de vista oficial dominante se oponía a hablar con los dirigentes de Hamas a menos que modificaran radicalmente su postura en relación con Israel.

La alternativa –observa Nakhleh- consiste en que la Administración Obama reconsidere el enfoque de Bush, porque no puede haber estabilidad o auténtica reforma política en la región sin comprometer a Hamas, Hizbulah y organizaciones similares en el proceso. Estos influyentes movimientos han evolucionado políticamente y han alcanzado una legitimidad pública en casa a costa tanto de partidos y grupos laicos como de grupos extremistas.

Con la presencia de un nuevo y visionario presidente estadounidense en la Casa Blanca, la obra de Nakhleh Un compromiso necesario no podría haberse publicado en mejor momento. Aunque Barack Obama no ha elaborado aún el conjunto de sus distintas políticas hacia el Gran Oriente Medio, puede afirmarse que sus ideas y principios básicos toman prestados algunos pasajes de la obra en cuestión. Desde su toma de posesión, el nuevo presidente afroamericano ha emprendido un esfuerzo concertado para enmendar el perjuicio causado durante los últimos siete años de la administración Bush.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

¿Qué hacemos en Afganistán?

Por Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB (LA VANGUARDIA, 10/09/09):

Mañana, 11 de septiembre, se cumplirán ocho años del bárbaro ataque aéreo a las Torres Gemelas de Nueva York. ¡Cómo pasa el tiempo!

Tras la inmensa tragedia, se identificó inmediatamente al enemigo: los terroristas de Al Qaeda encabezados por Osama bin Laden. Horas después, este enemigo estaba ya localizado: se le situaba en el Afganistán gobernado por los talibanes, unos fundamentalistas islámicos que habían alcanzado el poder en 1996 con el beneplácito de grupos económicos norteamericanos. A principios de octubre, Afganistán fue atacado por las fuerzas armadas de EE. UU., y cinco semanas después, a mediados de noviembre del 2001, los últimos reductos talibanes se rendían en Kabul. La operación había sido, aparentemente, un éxito.

Sin embargo, ocho años después la realidad ha resultado ser otra: los talibanes han recuperado el ochenta por ciento del territorio, las tropas occidentales aliadas están cada vez más acosadas por los yihadistas, el Gobierno títere de Karzai es cada vez más débil y comienza a temerse que Afganistán puede convertirse en un nuevo Vietnam, en un nuevo Iraq. La cuestión está en cómo abandonar aquel territorio salvando los intereses y el honor. Recientemente, Vanguardia Dossier ha publicado un completísimo estudio sobre estos problemas (número 31, abril-junio 2009) bajo el expresivo título: “Afganistán ¿el Iraq de Obama?”. No se puede olvidar que anteriormente en Afganistán fueron derrotados el imperio británico y el soviético. Pero la historia sólo enseña a quienes quieren aprender de ella.

Esta catastrófica situación era previsible desde el principio, desde el trágico septiembre del 2001. Los errores de partida fueron, sobre todo, dos. Primero, si de lo que se trataba era de acabar con el terrorismo de Bin Laden y Al Qaeda, la guerra convencional no era el método adecuado. Al terrorismo no se le combate enfrentándose con todo un pueblo sino mediante los servicios de inteligencia, los policías y los jueces. Era evidente que el ataque militar y la posterior ocupación sólo podían conducir al desastre. El resultado es que no se ha alcanzado ninguno de los objetivos iniciales, empezando por el principal: encontrar a Bin Laden, vivo o muerto, como dijo Bush. Nada digamos ya de frenar el terrorismo islámico, más sangriento que nunca desde entonces.

Pero, en segundo lugar, como era de prever, se ha fracasado también en ir convirtiendo Afganistán en un país democrático. El fraude masivo en las elecciones de hace un par de semanas no es ninguna sorpresa. En los últimos años, la ONU ha recogido en sus informes que el respeto a los derechos humanos ha empeorado desde el 2001, especialmente la situación de la mujer. Hace un par de meses, el actual Parlamento afgano aprobó una ley que reducía a la mujer a mera esclava del hombre: hasta para salir de casa necesita el permiso del marido y sólo puede pedirlo por causa justificada.Además, Afganistán es considerado por los organismos internacionales el segundo país más corrupto del mundo, yen la actual guerra han muerto ya seis veces más civiles que en el atentado de las Torres Gemelas, entre ellos mujeres, ancianos y niños, incluida una novia cuando se estaba casando, al ser bombardeada una boda el año pasado. Todo ello, naturalmente, justificado como daños colaterales y errores militares.

A la vista de estos datos, cunde una sospecha: la ocupación de Afganistán por las tropas occidentales no se hizo por los motivos que se alegaron (lucha contra el terrorismo y establecimiento de una democracia) sino por otros motivos menos confesables y más vergonzosos. Apuntemos dos: controlar la producción de opio (materia prima de las drogas duras, especialmente de la heroína) y convertir a Afganistán –debido a su posición geográfica- en guardián de los países ex soviéticos del Asia Central, cuyo subsuelo contiene una de las mayores bolsas de petróleo y gas del mundo.

Efectivamente, los talibanes habían dejado casi de producir opio en el 2001 y ya en el año siguiente, tras su derrota, se restablecieron los niveles anteriores a la guerra. Hoy rebasan el 90% de la producción mundial. La droga, tan hipócritamente prohibida en Occidente como ineficazmente perseguida, está protegida e incentivada en los territorios productores de la materia prima a partir de la cual se produce. La implicación militar de Estados Unidos en Colombia, que encabeza el cultivo de la coca, refuerza este argumento. Por otro lado, Afganistán no tiene salida al mar pero es una alternativa ideal, frente a Rusia e Irán, para acceder al mar Caspio y así asegurar las rutas de oleoductos y gasoductos mediante los cuales se exportará en el futuro hacia Europa el petróleo y el gas de los países centroasiáticos. Véase una detallada explicación en el documentado estudio de David Michael Smith, profesor de Texas, en el mencionado número de Vanguardia Dossier.

El motivo de la guerra de Iraq no fue, como se dijo, que allí se fabricaran armas de destrucción masiva. Tampoco la razón de la guerra de Afganistán es la lucha antiterrorista. Sin embargo, allí están las tropas españolas, arriesgando vidas. Frente a la guerra de Iraq hubo una reacción popular, manifestaciones masivas en todo el país. En cambio, en la de Afganistán la pasividad ciudadana es total. Ciertamente, eran menos simpáticos Bush y Aznar que Obama y Zapatero. Pero también se nos ocultan los motivos, y el engaño, en el fondo, es muy similar.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Los errores de información del Gobierno

Por Antoni Gutiérrez-Rubí, asesor de comunicación (EL PAÍS, 10/09/09):

En política, cuando hay errores en la gestión de la información casi siempre hay un trasfondo de inadecuada, inexistente o ignorada estrategia de comunicación pública y política. Una información de calidad sobre los asuntos y servicios públicos es un síntoma de buen gobierno, sí, y también de buena política.

Algunos responsables políticos, excesivamente confiados, quizás puedan convivir con la ausencia de una política de comunicación eficaz. Pero tiene sus costes en forma de “errores de información” y también previsibles resultados negativos en la opinión pública, y hasta puede tenerlos en los procesos electorales. Felipe González, en el mitin final que los socialistas catalanes organizaron en la campaña de las generales de 2008, dijo, sin acritud, refiriéndose a la obra de gobierno de la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero: “Lo habéis hecho bien, pero no lo habéis explicado bien”. La frase sonó a reprimenda de la experiencia. Lo cierto es que el PSC consiguió entonces los mejores resultados de su historia con 25 diputados y Carme Chacón de cabeza de cartel. Pero las advertencias razonadas tienen la virtud de anticiparse en el tiempo, aunque no sean una alerta inminente. Ignorarlas puede ser temerario.

Hacer política sin comunicación es el atajo más directo al desastre. Pero lo que es inexcusable, y un derecho ciudadano, es el rigor, la sobriedad y la ejecución eficiente de la información de la gestión pública. Algunos políticos parece que puedan prescindir (si la soberbia los nubla y la vanidad los ensordece) de la comunicación. Pero los ciudadanos no podemos estar sin información pública. Éstos son algunos de los errores más frecuentes:

Improvisación. Peter Drucker, el mayor experto contemporáneo en liderazgo, afirmaba: ¡Ojo con el carisma! Es cierto que algunos políticos tienen facilidad de palabra, gran empatía y dotes naturales para la comunicación. Pero, a veces, la importancia de los temas y la responsabilidad pública exige seguir un guión antes que dejarse llevar por la intuición. Si, además, ésta no está garantizada, mejor seguir la senda del rigor y de la prudencia.

Leer lo escrito no garantiza el éxito. Pero incorpora más control y más equipo. La mayoría de los guiones, notas o argumentarios que utilizan nuestros líderes están hechos por equipos de competencias plurales que han pensado (o contrastado) antes de escribir. Seguir el guión no es un demérito cuando lo exige la responsabilidad pública. Y los ciudadanos lo agradecen. Y cuando el guión simplemente no existe o se improvisa, se cometen errores. Por ejemplo, la medida anunciada, matizada, rectificada y finalmente ampliada de la ayuda económica de 420 euros a los parados que han dejado de cobrar el subsidio es un ejemplo caótico de comunicación que ha llevado al mismo ministro de Trabajo a reconocer públicamente sus improvisaciones.

Precipitación. Es la consecuencia lógica -y letal- de la falta de planificación. Se confunde celeridad con eficacia, aceleración con rapidez. El resultado es que las acciones precipitadas, desconectadas y aisladas, inician procesos que no están maduros organizativamente. La precipitación desborda los recursos logísticos y técnicos por falta de capacidad de respuesta adecuada a la nueva demanda estimulada. Y el desencuentro entre el servicio público y la ciudadanía se lleva por delante la paciencia, primero, y la credibilidad, después. La precipitación comunicativa puede provocar problemas adicionales al introducir nuevas variables de interpretación y desdibujar una buena idea o un compromiso público como, por ejemplo, el de la retirada de las tropas de Kosovo. Aunque este caso nada tiene que ver con otras precipitaciones que pueden rozar la responsabilidad penal y causan un daño adicional, como vimos desgraciadamente en la gestión posterior al dramático accidente del Yak-42. A veces la prisa se lleva por delante protocolos, leyes y normas que son doblemente exigibles a los responsables políticos.

Confusión. Una promesa política no es lo mismo que una información pública. La ciudadanía tiene derecho a que sus gobernantes no confundan deseos con realidades, intenciones con acciones. Los gobernantes están obligados a ser extraordinariamente transparentes. Sus palabras, por la responsabilidad que ostentan (no hablan casi nunca “a título individual”), tienen un efecto amplificado en la sociedad a través de los medios de comunicación.

Lo sabe bien el ministro de Fomento cuando ha explorado, en voz alta, los posibles cambios en la política fiscal del Gobierno. Las palabras cuando son ambiguas o confusas pueden tener consecuencias económicas y sociales no deseadas de gran trascendencia. La confusión es la munición del caos porque deja espacio a las interpretaciones múltiples, se pierde la iniciativa y se abre la puerta a la especulación, que no es lo mismo que la opinión razonada y argumentada. Los globos sonda casi siempre explotan en la cara del que sopla.

Imprecisión. Las imprecisiones alimentan la arbitrariedad interpretativa o a las casuísticas no contempladas. La claridad es una exigencia de la buena gestión y de la buena política. Stéphane Dion, político canadiense que destacó por la manera en que había defendido sus posiciones políticas en favor del federalismo canadiense frente a los independentistas quebequenses, impulsó “la política de la claridad”. El mérito estuvo en no abordar las diferencias desde posiciones ideológicas, sino desde las consecuencias que en la vida real de las personas tendrían la aplicación de determinados postulados. Claridad en los costes y en las repercusiones de las decisiones políticas. Ahí está la clave.

Y también en el lenguaje. La prestigiosa revista The Economist, en su libro de estilo, recomienda: “La claridad en la escritura refleja la claridad del pensamiento. Piensa lo que quieras decir y entonces dilo tan simple como sea posible”.

Descoordinación. La información pública no depende sólo de los medios de comunicación. La praxis en la ejecución es tan determinante como las ideas o las iniciativas. Detrás de cada decreto, reglamento, orden o instrucción hay muchos organismos, instituciones y administraciones implicadas. Y en ellas funcionarios, técnicos y proveedores que en su función de servidores públicos son insustituibles para una información de calidad. Los recursos humanos asociados a la información se convierten en clave para el éxito, así como la coordinación institucional.

Ignorar estos principios es un craso error. Las decisiones en la vida pública se materializan en personas que atienden a ciudadanos a través de teléfonos, mostradores o servicios de e-Administración, entre otros. Sin ellas, y sin su escucha activa sobre cómo orientar o ejecutar la praxis pública, no hay políticas de información con garantías. Y la publicidad, con su eficacia limitada, no puede soportar todo el peso de las políticas de información.

El Gobierno español parece que haya tenido este verano una insolación informativa. Demasiada exposición sin protección. Ahora el presidente Zapatero, consciente de que la frontera entre la desconfianza, el ridículo y la falta de respeto se cruza con facilidad, parece que ha decidido cambiar el paso. La seriedad informativa y la coordinación comunicativa sólo pueden obtenerse con mejor dirección política, y parece que los vicepresidentes van a jugar un papel más proactivo. El Gobierno tiene también algunos sólidos y eficaces puntales comunicativos como los responsables de Interior o Sanidad. El tiempo de los conejos en la chistera ya pasó. No hay nada más triste que un mago al que se le ven todos los trucos con el auditorio en silencio, atrapado por la incomodidad. Se impone una reacción. El orden será importante: políticas claras, informaciones precisas, comunicación convincente, coordinación eficaz y gestión ejemplar.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona