viernes, abril 30, 2010

Riesgo nuestro que estás en los cielos

Por Ramon-Jordi Moles Plaza, director del Centre de Recerca en Governança del Risc en la UAB (EL PERIÓDICO, 22/04/10):

La nube de ceniza que ha paralizado el tráfico aéreo de Europa ha puesto en evidencia tres cuestiones: que Europa no ha resuelto la gestión de la seguridad de su espacio aéreo, que evaluación de riesgos y prevención de peligros son conceptos distintos y que el principio de precaución sirve, al menos en este caso, solo para eludir la responsabilidad política en la gestión de riesgos.

En primer lugar, la gestión de la seguridad aérea en Europa corresponde a Eurocontrol, un organismo que agrupa a 38 estados europeos, pero que precisa del aval de los ministros de Transporte para aplicar sus decisiones. No es un regulador-gestor con plenas competencias y, en este sentido, adolece –como casi todo en la Administración europea– de una complicación excesiva que genera situaciones en las que la reacción ante los peligros, por ejemplo la nube de cenizas volcánicas, puede resultar desproporcionada. Si Europa pretende ser algo, debe disponer de un modelo coherente de seguridad de la navegación aérea en su espacio. Si disponemos ya de una moneda europea, de un embrión de Ejército europeo, de un espacio económico europeo, bien podemos disponer de un Eurocontrol independiente de las estructuras civiles y militares de los estados.

En segundo lugar, evaluación de riesgos y prevención de peligros son conceptos distintos. Los riesgos son potenciales y construidos socialmente mientras que los peligros son intrínsecos a una situación o producto. La nube de ceniza es un peligro siempre que existan nube y vuelos operativos, y que coincidan en el espacio aéreo. En caso contrario, no existe peligro. Podría existir un riesgo en la medida en que podamos calcular una probabilidad de daño potencial: a mayor probabilidad y daño resultante, mayor riesgo. Para que haya riesgo también debe haber nube de cenizas y navegación aérea. Pues bien, en el tema que nos ocupa ha habido nube de cenizas, aunque no ha habido navegación aérea, lo que nos conduce a una conclusión: no han existido ni peligro ni riesgo puesto que no ha habido vuelos. ¿Cuál ha sido pues el modelo de gestión de riesgos en esta crisis? Ninguno: simple y llanamente aplicar radicalmente el principio de precaución. Un principio que se ha basado en modelos informáticos excesivamente rígidos, que no tienen en cuenta el conjunto de factores que inciden en este caso.

Así lo han constatado las compañías aéreas que han cuestionado una metodología de simulación informática que no toma en consideración comprobaciones empíricas que puedan contrastar los datos simulados. No es una cuestión menor: las mismísimas autoridades europeas del sector aéreo reconocieron que la reacción ante la nube puede haber sido desproporcionada y admitieron que los protocolos de seguridad para estos casos excepcionales podrían ser revisados. Si mantener la seguridad es una exigencia ineludible, no es menos cierto que ello es posible mediante modelos de gestión del riesgo que conlleven consecuencias menos traumáticas que las vividas estos últimos días en los aeropuertos europeos. Así, por ejemplo, el modelo de alerta estadounidense se limita a comunicar la presencia de ceniza volcánica en el aire y deja libertad a la compañía o al piloto para tomar la decisión de atravesar o no la zona. También es posible evaluar el riesgo en función de la altitud de la nube de ceniza, lo que puede permitir que los aviones sobrevuelen la zona peligrosa.

En tercer lugar, parece que una vez más nos hallamos ante la elusión de responsabilidades políticas en la gestión del riesgo, gestión que no se justifica, como debería, en la prevención de peligros, sino en la autoprotección de los políticos y gestores. En otras palabras, ante la eventualidad de un peligro, el gestor público tiende a optar por aquella opción con menor coste político, esto es, la más precavida, la más conservadora, la más paralizante, no vaya a ser que tenga que asumir como gobernante una catástrofe que hubiera podido ser evitada, aunque sea al precio de paralizar el mundo.

A pesar del principio de precaución, cuesta creer que en materia de gestión de riesgos debamos movernos en el terreno del todo o nada. Menos aún en un ámbito tan extenso como el del espacio aéreo europeo. Algo así han tenido que admitir los ministros de Transporte de la UE cuando han convalidado la decisión de Eurocontrol de una «progresiva y coordinada» apertura del espacio aéreo europeo basada en distribuirlo en tres zonas en función de su grado de afección por la nube volcánica: una primera en la que se mantiene la restricción absoluta de las operaciones, una segunda en que no se impide el tráfico aéreo, y una tercera que está libre de la nube.

Es evidente que la seguridad es prioritaria, aunque los gestores públicos –europeos y estatales– deben ser conscientes de que el perjuicio para las compañías aéreas, los usuarios, la sociedad y la economía en general es enorme y debe ser evaluado coherentemente en los procesos de gestión de riesgos, también de los que están en nuestros cielos.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

The next arms-control agreement

By Joe Ralston, the former NATO Supreme Allied Commander, Europe, George Robertson, the former NATO secretary-general, Frank Miller, a former senior Defense Department and National Security Council official and Kori Schake, a fellow at the Hoover Institution (THE WASHINGTON TIMES, 22/04/10):

With the new START treaty and the Nuclear Posture Review accomplished, the Obama administration has an enormous opportunity to capitalize on its momentum. It should propose that NATO negotiate with Moscow to reduce the number of short-range nuclear weapons in Europe. Under NATO, there are only about 200 air-delivered short-range nuclear weapons. Russia has more than 5,000 short-range nuclear weapons, which pose a serious proliferation risk even inside Russia, being smaller, more easily portable and with fewer security protections than strategic nuclear forces.

NATO maintains its significantly smaller arsenal in five European countries. However, since the end of the Cold War, the NATO alliance has reduced its nuclear arsenal by around 90 percent. NATO’s unilateral reductions are a good-news story that NATO countries have done too little to publicize. Russia, on the other hand, has failed to make reductions. It’s time to do something about this. NATO should propose an arms-reduction negotiation with Russia on these tactical nukes in the ideally suited NATO-Russia Council.

We don’t propose that NATO eliminate its European-based nuclear stockpile. On the contrary, we believe that the alliance will need to maintain some forward-deployed nuclear capabilities for the foreseeable future. Sharing the risk of nuclear stationing and participation in nuclear missions reinforces the commitment – the promise – between Europe and the United States. It tells Americans that Europeans remain involved in the dangerous and difficult work of defending freedom. It tells Europeans that Americans will not let European security be separated from America’s own, even if it puts our homeland at greater risk. These commitments will be less robust without European involvement in nuclear deterrence.

We do propose instead that NATO and Russia agree to cut their short-range nuclear weapons by some mutually acceptable common percentage. The alliance will need to decide how deep its reductions could be; this undoubtedly will be tied to progress in conventional-force improvements and progress in missile defense. And, as the Nuclear Posture Review makes clear, any changes are for NATO to decide, taking account of the security needs of all of its members. But the need to work this out is not a reason for delaying an offer to begin talks with Russia on nuclear reductions in parallel.

Some in the administration may be hesitant to undertake negotiations on short-range nuclear forces, concerned it might slow START ratification or bog down over difficult verification issues. (Counting launchers won’t work for short-range systems, inspectors will need access to weapons stockpiles, given the portability of these systems.) We think this logic is topsy-turvy: Russia’s enormous stockpile of short-range systems is a legitimate concern when reducing strategic weapons to low levels. Seeking to constrain Russian short-range systems through negotiation should increase support for START ratification.

While dealing with reducing short-range nuclear forces will involve dealing with truly difficult issues (verification being one of the hardest), these difficulties do not need to be resolved in advance of proposing such a negotiation to the Russians. We believe the U.S. administration and the alliance should capitalize on the momentum of the START agreement to demonstrate – before the Non-Proliferation Treaty review conference this May – our continued willingness to reduce our nuclear arsenal as we have committed to doing in the NPT. Reducing Europe’s exposure to more than 5,000 short-range nuclear weapons would be a genuinely important achievement, which would reinforce our alliance.

NATO foreign ministers will meet in Talinn, Estonia, on April 24 and 25. Short-range nuclear forces are already on the agenda. We strongly recommend the administration work intensively with its NATO allies to make an offer of short-range nuclear-weapons reduction negotiations with Russia.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Afganistán, país incomprendido (1)

Por William R. Polk, miembro del consejo de planificación política del Departamento de Estado durante la presidencia de John F. Kennedy. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 22/04/10):

Más de mil soldados españoles están destacados en Afganistán y aproximadamente un centenar han muerto. De estos, 62 murieron en un accidente de camino a casa en el 2003 y 26 resultaron muertos en Afganistán. Por tanto, aunque el Parlamento español ha dispuesto que las tropas no participen en operaciones ofensivas, las víctimas se elevan a casi un 10% de las fuerzas. Así pues, los españoles poseen un sincero interés en dar con la forma de abreviar y finalizar la guerra de forma satisfactoria.

Desde mi primera visita a Afganistán en 1962, cuando redacté un documento sobre la política estadounidense en este país, lo he visitado en reiteradas ocasiones y he recorrido en avión, jeep y a caballo casi todos sus rincones. Recientemente, analicé la evolución actual de los acontecimientos, incluyendo los planes para intensificar la guerra. Considero que esta guerra se está perdiendo. Y esto está sucediendo en parte por un fracaso a la hora de comprender a los afganos y porque (si es que queremos cumplir la misión que nos hemos impuesto) debemos comprenderles en lugar de intentar imponerles nuestro propio sistema. En este primer artículo y en otros dos posteriores me propongo afrontar la esencia del conflicto. Lo primero es entender qué es Afganistán.

Se trata de un país árido, sin salida al mar, abrupto y de escasos recursos. Aun en sus mejores épocas, en sus escasos periodos de paz, la población del país ha sido pobre. Y ahora, tras sufrir más de 30 años de guerra de forma esporádica aunque devastadora, buena parte de la población está al borde de la inanición. Las estadísticas son horrorosas: más de uno de cada tres habitantes subsiste con el equivalente a unos 0,30 euros al día. El hambre retrasa el crecimiento de la mitad de los párvulos y uno de cada cinco muere antes de los cinco años. Las enfermedades infecciosas transmitidas por bacterias, virus y parásitos a través del agua minan las energías de casi toda la población.

Pese a estas calamidades, los afganos constituyen un pueblo orgulloso y resuelto que cuenta con una reputación histórica de valentía. Desde antes de Alejandro Magno, gentes de conquista han invadido el país a la carrera en busca de horizontes más cálidos, ricos y propicios a una acogida más cordial, aunque quienes intentaron permanecer en el país sufrieron duras derrotas. Los británicos sufrieron su mayor afrenta en el siglo XIX en estas tierras, donde perdieron a todos sus soldados, y las tropas rusas tuvieron 15.000 bajas en los años 80. De hecho, la derrota en Afganistán fue una de las causas principales de la caída de la Unión Soviética.

El factor que venció a los rusos fue la circunstancia de que en ningún momento lograron hallar una vía para negociar una paz. Y la razón estriba en que Afganistán es un país dividido, salvo un puñado de localidades importantes, en más de 20.000 pueblos o aldeas más o menos autónomos. Los rusos intentaron ganarse a sus residentes mediante lo que ahora llamamos programas “de acción cívica”, pero cuando esto no funcionó mataron a casi medio millón de personas y expulsaron al menos a otros cinco millones de habitantes al exilio. Ganaron casi todas las batallas y en un momento u otro ocuparon casi cada centímetro del país, pero cuando partieron sus tropas desapareció, asimismo, su autoridad. Nunca lograrían que los mismos afganos se unieran para poder negociar con ellos. Ningún tipo de autoridad podría ya someter a la población ni podría rendirla. Por tanto, cuando los rusos se marcharon en 1989, los afganos que quedaban o regresaban reanudaron su tradicional estilo de vida.

Este estilo de vida se halla incrustado literalmente en un código social, conocido como el Pashtunwali, que conforma las formas específicas del islam que los afganos han practicado durante mucho tiempo. A ojos de elementos foráneos – cristianos o musulmanes-,la forma afgana del islam resulta “medieval”. Sin embargo, el papel del estamento religioso, la situación de la mujer y su estricto sistema judicial no habrían causado excesiva extrañeza a los españoles, rusos y alemanes de hace dos o tres siglos. Ocurre, sin embargo, que los europeos han evolucionado y los afganos, no.

Tal vez el rasgo más atractivo del código social de Afganistán es una forma de democracia participativa. Cada pueblo o aldea es gobernada por un consejo elegido entre sus habitantes. Sus miembros no son elegidos, como es de rigor en Occidente, sino que reciben su estatus y rango mediante consenso. Además, tales consejos no son, en el sentido que lo son entre nosotros, instituciones, sino verdaderas ceremonias o actos solemnes que se aplican cuando se suscita un problema apremiante que no puede solucionarse de modo informal por parte del mulá (guía y maestro religioso) o el emir (jefe o representantes de la autoridad) de la localidad. Cuando se convoca el consejo, todos los residentes de sexo masculino se congregan para debatir la cuestión, hacer uso de la palabra, desprenderse de la ira y el enfado y alcanzar un consenso. Una vez alcanzado, el consenso vincula a la comunidad.

Cuando surge una cuestión que sobrepasa los límites de la localidad, el sistema se amplía al ámbito de las distintas tribus y provincias. En último término, la pirámide de los consejos de las distintas localidades o jirgas alcanza un vértice en forma de asamblea nacional que, según la Constitución, es “la máxima manifestación de la voluntad del pueblo de Afganistán”. Es tal organización, y no las elecciones o el Parlamento, la única instancia que puede dar lugar a un gobierno dotado de legitimidad a ojos del pueblo afgano.

Pero es precisamente esta asamblea nacional la instancia cuyo pleno funcionamiento no sólo los rusos, sino también la administración Bush, han entorpecido. Cuando fue convocada en el 2002, casi dos tercios de sus miembros presionaron a favor de un gobierno provisional dirigido por el antiguo rey, que habría autorizado el proceso conducente al consenso. Pero el procónsul Zalmay Khalilzad obligó al rey a retirarse en interés de un gobierno de elección estadounidense. El gobierno resultante de Hamid Karzai se ha visto aquejado por la corrupción y la falta de legitimidad. Hemos pagado un elevado precio en vidas y haciendas.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

The Rise of Asia’s Universities

By Richard C. Levin, president of Yale University. A fuller version of this article appears in the May/June Issue of Foreign Affairs (THE NEW YORK TIMES, 21/04/10):

The rapid economic development of Asia since World War II — starting with Japan, South Korea and Taiwan, then extending to Hong Kong and Singapore, and finally taking hold powerfully in India and mainland China — has forever altered the global balance of power. These countries recognize the importance of an educated work force to economic growth, and they understand that investing in research makes their economies more innovative and competitive.

Beginning in the 1960s, Japan, South Korea and Taiwan sought to provide their populations with greater access to post-secondary education, and they achieved impressive results. Today, China and India have an even more ambitious agenda. Both seek to expand their higher-education systems, and since the late 1990s, China has done so dramatically.

The results of Beijing’s investment have been staggering. Over the past decade, the number of institutions of higher education in China more than doubled, from 1,022 to 2,263. Meanwhile, the number of Chinese who enroll in a university each year has quintupled.

India’s achievement to date has not been nearly as impressive, but its aspirations are no less ambitious. To fuel the country’s economic growth, India aims to increase its gross enrollment ratio in post-secondary education from 12 percent to 30 percent by 2020. This goal translates to an increase of 40 million students in Indian universities over the next decade.

Having made tremendous progress in expanding access to higher education, the leading countries of Asia are focused on an even more challenging goal: building universities that can compete with the finest in the world. The governments of China, India, Singapore and South Korea are explicitly seeking to elevate some of their universities to this exalted status because they recognize the important role that university-based scientific research has played in driving economic growth in the United States, Western Europe and Japan.

Developing top universities is a tall order. World-class universities achieve their status by assembling scholars who are global leaders in their fields. In the sciences, this requires first-class facilities, adequate funding, and competitive salaries and benefits. China is making substantial investments on all three fronts. And beyond the material conditions required to attract faculty, an efficient system of allocating research funding is also needed.

It takes more than research capacity alone for a nation to develop economically, however. It takes well-educated citizens of broad perspective and dynamic entrepreneurs capable of independent and original thinking. The leaders of China, in particular, have been very explicit in recognizing that two elements are missing from their universities: multidisciplinary breadth and the cultivation of critical thinking.

The traditional Asian approaches to curriculum and pedagogy may work well for training line engineers and midlevel government officials, but they are less suited to fostering leadership and innovation. Students who aspire to be leaders in business, medicine, law, government or academia need “the discipline” of mind — the ability to adapt to constantly changing circumstances, confront new facts, and find creative ways to solve problems. Cultivating such habits requires students to be more than passive recipients of information; they must learn to think for themselves.

There has already been dramatic movement toward American-style curriculum in Asia. But changing the style of teaching presents a more challenging problem. It is more expensive to offer classes with smaller enrollments, and it requires the faculty to adopt new methods.

Not every university can or needs to be world class. Japan and South Korea have learned this lesson and have well-funded flagship universities. China understands this strategy, too. But India is an anomalous case. It established five Indian Institutes of Technology in the 1950s and 1960s, and 10 more in the past two decades. These are outstanding institutions for educating engineers, but they have not become globally competitive in research. The egalitarian politics of India make it difficult to focus on developing a small number of world-class research universities.

In one respect, however, India has a powerful advantage over China, at least for now. It affords faculty members the freedom to pursue their intellectual interests wherever they may lead and allows students and faculty alike to express, and thus test, their most heretical and unconventional theories — freedoms that are an indispensable feature of any great university.

As barriers to the flow of people, goods and information have come down, and as the process of economic development proceeds, Asian countries have increasing access to the human, physical and informational resources needed to create top universities. If they concentrate their growing resources on a handful of institutions, tap a worldwide pool of talent, and embrace freedom of expression and freedom of inquiry, they will succeed in building world-class universities. It will not happen overnight; it will take decades. But it may happen faster than ever before.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

¿Guerrillas en India?

Por Walter Laqueur, director del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington (LA VANGUARDIA, 19/04/10):

En una emboscada en la mañana del 6 de abril, 75 policías indios murieron a manos de los guerrilleros maoístas. Fue el mayor ataque, aunque en absoluto el primero, de estas características; pocos días antes, otros once policías habían corrido la misma suerte. En los últimos años han sido asesinados unos 6.000 agentes de las fuerzas de seguridad y civiles, un número notablemente superior al de otras operaciones terroristas, con las únicas excepciones de Afganistán e Iraq.

Tales hechos apenas han obtenido difusión ni en India ni en el mundo, lo que obedece a diversas razones. La emboscada tuvo lugar en el estado de Chattisgarh y cabe dudar de que fuera de India una persona entre diez millares haya oído hablar alguna vez de él. Los maoístas indios (también llamados naxalitas) tienen básicamente su asiento en zonas boscosas remotas y de difícil acceso, en el llamado cinturón tribal que se extiende desde la zona central del país al nordeste (Bengala occidental). En el marco de la Constitución india, lo cierto es que las tribus – con decenas de millones de miembros-no han resultado bien paradas durante mucho tiempo y, a semejanza de los dalits (intocables), deberían ser objeto de trato preferencial en el ámbito social. Pero mientras los dalits han prosperado relativamente en las últimas décadas en el plano social y político (uno de ellos fue presidente de India, otro primer ministro y otro ministro de Justicia), la prosperidad de los últimos años no ha redundado en una mejora de la situación de las tribus.

Los maoístas indios constituyen una realidad singular. Se consideran comunistas, pero el Partido Comunista indio (que tiene representación en algunos gobiernos locales) los combate duramente. Es dudoso que hayan oído hablar siquiera de Marx o de Lenin y sólo poseen una vaga idea de Mao. Han estado activos más de cuarenta años. Primero operaron en el sur (Kerala), pero últimamente han trasladado sus actividades al norte, a zonas más atrasadas del país. No es un partido de la clase trabajadora sino que cuenta más bien con el apoyo del campesinado y también de figuras del mundo artístico y literario como la famosa escritora Arundhati Roy y el músico Kabir Suman (que es, asimismo, miembro del Parlamento).

En los últimos años han logrado infiltrarse en varias regiones de India y, pese a que se calcula que sus combatientes no superan los diez mil, parecen contar con el apoyo de parte de la población rural que (según palabras de Mao) aporta el agua sin la que los peces no pueden sobrevivir.

Los gobiernos indios, en general, no han hecho caso del auge del movimiento maoísta. Aunque el presidente ha dicho que los maoístas eran la mayor amenaza planteada a India en materia de seguridad en el plano interno, apenas se ha hecho nada para contrarrestar su influencia. El ministro del Interior, Chidambaram, lanzó una importante ofensiva conocida como operación Caza Verde contra los maoístas que cosechó cierto éxito con el apresamiento de varios líderes guerrilleros; la emboscada mencionada parece ser una respuesta a la ofensiva del Gobierno.

Los maoístas, según algunas fuentes, cuentan a veces con mejor armamento que las propias fuerzas gubernamentales y poseen además un mejor conocimiento del terreno. Las fuerzas gubernamentales no han desplegado gran pericia en esas condiciones y el Gobierno no ha empleado tropas de élite en las áreas afectadas.

¿Qué posibilidades de éxito tiene el movimiento maoísta? India no es China ni Nepal, donde los maoístas se han convertido en una fuerza de notable influencia en el país. India es un país que ha experimentado un vigoroso proceso de urbanización y, a diferencia de la China de hace setenta años, el campo no podrá “rodear a la ciudad” (estrategia de Mao). Pero, a menos que el Gobierno mejore su estrategia, India y su economía pueden resultar muy perjudicadas ya que la acción guerrillera puede amenazar notablemente el impulso al desarrollo en el medio rural.

Los líderes maoístas parecen ser plenamente conscientes de su debilidad a largo plazo, por lo que han dado señales de aspirar a una tregua. Quizá confían en lograr una mayor cuota de poder si participan en el proceso político y optan por concurrir a las elecciones en lugar de llevar a cabo ataques guerrilleros.

Sin embargo, esta disposición no puede aún darse por descontada. El Gobierno indio no debe únicamente ser más eficaz en su acción antiterrorista, sino que ha de mejorar las condiciones de vida en el medio rural. El producto nacional bruto de India creció un 8% incluso en el último año de crisis, y su producción industrial aumentó un 17%. Pero tal fenómeno apenas se ha notado en el medio rural. Lo propio puede decirse prácticamente de todos los países asiáticos (y occidentales), por lo que cabría preguntarse, por ejemplo, por qué no hay actualmente rebeldes maoístas en China. La respuesta es patente: porque China posee un Gobierno mucho más poderoso y enérgico, aunque incluso China habrá de abordar este problema si quiere evitar tensiones internas. Con mayor razón, pues, resulta pertinente subrayar el problema en el caso de India.

Adoptar la iniciativa de reducir los niveles de pobreza en el medio rural no bastará para aplastar a la guerrilla y al terrorismo en India, pero es una parte esencial de la solución.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

jueves, abril 29, 2010

Pacto nuclear: histórico, "ma non troppo"

Por Jesús A. Núñez Villaverde, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (EL PAÍS, 19/04/10):

Por ser el primer tratado de reducción de armamento entre Washington y Moscú desde 1991, y referirse además al arma nuclear, parece obligado considerar su firma como histórica. Lo que acaban de acordar en Praga los presidentes Obama y Medvédev -limitando sus respectivos arsenales a un máximo de 1.550 cabezas y a no más de 800 vectores de lanzamiento en un plazo de siete años- es, sin duda, un paso positivo en el largo proceso que idealmente debe conducir a la completa desnuclearización del planeta. Pero conviene no dejarse llevar por ese primer impulso, cuando son todavía numerosas las incertidumbres que rodean su aplicación y cuando quedan aún por resolver muchas otras incógnitas de la ecuación nuclear.

Ambos países -que acumulan más del 95% de toda la capacidad nuclear mundial- han llegado a este punto desde caminos distintos y cuando no existe entre ellos ninguna luna de miel. Por contra, son muchos más los elementos de divergencia entre ellos. Rusia vuelve por sus fueros, tratando de liberarse de lo que percibe como un largo asedio liderado por Washington y de ser reconocido como un actor relevante, como mínimo en lo que considera su espacio natural de influencia (valgan Georgia y Ucrania como ejemplos). Estados Unidos, por su parte, sigue mirando con recelo e indisimulado desprecio a una Rusia que sólo ve como fuente de problemas y como un segundón reacio a colaborar plenamente con Washington (véase Irán o Afganistán). Fruto de esa percepción, Washington no tuvo reparos en denunciar en 2001 el tratado ABM (misiles antibalísticos) e iniciar el despliegue de su escudo de defensa antimisiles, mientras empujaba a la OTAN hasta la frontera rusa. Mientras tanto, Moscú se ha empeñado en estos últimos cinco años en una carrera armamentística, con la puesta en servicio de nuevos sistemas de armas en todos los ámbitos (como el misil intercontinental SS-NX-30 [Bulava], de dotación en los flamantes submarinos Borei).

Si ambos han llegado a Praga no es porque hayan abandonado ese comportamiento, sino básicamente por tres motivos. Rechazar la firma no sólo hubiera generado una profunda y generalizada inquietud -dado que desde el 5 de diciembre pasado no existía ninguna base de acuerdo efectivo en materia nuclear, una vez extinguido el tratado de reducción de armas estratégicas (START 1)- sino que, automáticamente, hubiera retratado al díscolo como un proliferador. Además, los dos necesitan aminorar momentáneamente su creciente desencuentro, aunque solo sea para rearmarse éticamente contra otros visibles proliferadores (Corea del Norte e Irán) y contra el terrorismo nuclear (como se ha visto en la Conferencia de Seguridad Nuclear [CSN] que acaba de reunir a 47 países en Washington). Por último, en mitad de una seria crisis económica como la actual, el gasto en mantenimiento y modernización de los arsenales ya acumulados -estimado en unos 70.000 millones de euros anuales para los nueve países nucleares- resulta una carga difícilmente soportable, sobre todo cuando desde la perspectiva militar no es necesario un arsenal de esas dimensiones para garantizar la capacidad de disuasión que les da razón de ser.

A partir de ahí, un somero repaso al nuevo START confirma la impresión de que conviene no lanzar todavía las campanas al vuelo. La duda principal deriva de la considerable dificultad para lograr su ratificación.

La Duma rusa ha dejado saber que no lo hará si el tratado impone medidas de verificación que considere demasiado intrusivas y si no establece un claro vínculo con el escudo estadounidense (percibido por Rusia como una amenaza). No existe tal vínculo y aunque Obama renunció al despliegue en territorio polaco y checo, inmediatamente lo ha compensado con la propuesta de hacerlo en Bulgaria y Rumania (sin que sea previsible que el guiño a Moscú para que colabore en el desarrollo de un sistema conjunto vaya a apaciguar los ánimos).

El Senado estadounidense presiona en dos direcciones, sosteniendo que no lo ratificará si se aceptan las condiciones de la Duma y, sobre todo, si no se aprueba un notable incremento presupuestario en modernización del arsenal nuclear remanente. Sensible a la posición de los 41 senadores que así se han manifestado y sabiendo que necesita el voto de, al menos, 67 (del total de 100), Obama ha prometido ya 8.500 millones de euros para 2011 en esta materia. Aun así, será altamente improbable lograr la ratificación antes de que el país entre en campaña para las elecciones del próximo noviembre y, por tanto, todo queda al albur de los resultados de dichos comicios (con el riesgo de que se repita lo ocurrido con el START 2, firmado en 1993 pero nunca ratificado).

A esa incertidumbre se añade el problema que plantea la conversión de los arsenales (cabezas) y vectores nucleares eliminados (misiles, submarinos y bombarderos) en sistemas convencionales, teniendo en cuenta que Rusia se encuentra ya prácticamente por debajo del umbral máximo acordado, mientras que EE UU tendrá que destruir varios centenares. Queda por concretar, asimismo, el mecanismo para financiar la retirada y destrucción de los ingenios fijados en el tratado, considerando que Moscú espera, como hasta ahora, ayuda económica para llevarlo a cabo. En paralelo, cabe imaginar que la reducción del arsenal nuclear irá acompañada de una renovada apuesta por sistemas convencionales que, al menos, mantengan la paridad global entre ambos y eleven el umbral nuclear para hacer más improbable su uso.

Con la vista puesta en la llamada “opción cero” -un mundo desnuclearizado-, que sus propios promotores sitúan después de 2030, este tratado será, si finalmente entra en vigor, un paso en la dirección adecuada. Pero para acelerar ese proceso habrá que ir mucho más allá de lo que hasta ahora ha dejado ver un Obama sobradamente consciente de los límites políticos en su propia casa (que pueden empantanar su agenda interior y exterior si los republicanos cantan victoria en noviembre) y, más aún, de que el desarme nuclear no puede ser unilateral. Con su nueva Postura Nuclear (6 de abril), EE UU parece elevar el listón para decidir su uso -renunciando a hacerlo incluso ante un ataque con armas químicas o biológicas por parte de países firmantes del Tratado de No Proliferación (TNP)-, pero eso no afecta a los que poseen armas nucleares (Irán y Corea del Norte incluidos). Publicitada como una nueva visión, en realidad esta Postura mantiene todas las constantes de sus antecesoras.

En ese mismo tono hay que entender la CSN contra el terrorismo nuclear: El comunicado final apenas es un texto voluntarista y no vinculante y si la reunión ha resultado interesante es, más bien, por el esfuerzo bilateral de Obama con China, Brasil y Turquía (miembros del Consejo de Seguridad de la ONU), buscando su apoyo a una cuarta ronda de sanciones contra Irán.

Queda también por ver si la inminente Conferencia de Revisión del TNP concede a la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) poderes suplementarios para mejorar su nivel de vigilancia ante una proliferación que todos dicen temer. Pero la tarea pendiente no se acaba ahí. Recordemos que las armas nucleares tácticas se cuentan todavía por millares, sin que exista hoy ningún proceso en marcha para su eliminación (de ellas hay varios centenares de propiedad estadounidense en suelo europeo). Y no olvidemos tampoco que Francia, Gran Bretaña y China siguen mirando desde lejos esta dinámica de reducción, mientras Israel, Pakistán e India simplemente viven al margen del TNP.

Obama, caracterizado por un realismo innegable, quiere ser coherente con su sueño de desnuclearización sin dinamitar las bases de un juego estratégico que viene desarrollándose desde hace décadas. A Rusia le basta hoy con sentirse tratada como un igual, sabiendo que su colaboración es necesaria para desactivar buena parte de las amenazas que percibe EE UU. La partida está lejos de su conclusión.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Benedicto XVI, cinco años de pontificado

Por Antonio Mª Rouco Varela, Cardenal-Arzobispo de Madrid (ABC, 18/04/10):

En la tarde del 19 de abril del año 2005, segundo día del Cónclave, era elegido Papa el Cardenal Joseph Ratzinger. Hacía poco más de dos semanas que había fallecido el Siervo de Dios, Juan Pablo II. La multitud reunida en la Plaza de San Pedro recibía la noticia con expresiones de un sentido júbilo nada artificial. «Pedro» volvía a hacerse presente en la Iglesia, a través de un nuevo Sucesor, como Cabeza del Colegio Episcopal y Pastor Universal: como «el Vicario de Cristo en la Tierra». El pueblo cristiano venía aplicando al Papa este bellísimo título desde una antiquísima y venerable tradición teológica y espiritual, cultivada con conmovedor afecto y devoción, especialmente en los dos típicos siglos de la modernidad -el XIX y el XX-. Siglos estos de «Calvario» para esa pléyade de figuras insignes que ocuparon la Sede de Pedro desde los tiempos de las vejaciones revolucionarias de comienzos del siglo XIX hasta hoy mismo. Siglos también de tiempos eclesiales de comunión y unión con el Romano Pontífice, de una intensidad espiritual y pastoral desconocida. Pastores y fieles pudieron comprobar y experimentar en carne viva, en una época marcada por tantos, tan graves y tan dramáticos acontecimientos, cómo la Iglesia necesitaba de ese servicio de la unidad y la verdad en la caridad de Cristo, que el Señor había confiado a Pedro y a sus sucesores, si quería vivir en la libertad de los hijos de Dios y ser fiel al testimonio íntegro del Evangelio. «El Dulce Cristo en la Tierra» es la forma como Santa Catalina de Siena llamó al Papa en el momento quizá más dramático de la historia del Papado, el Cisma de Occidente, en el quicio del siglo XIV al XV de nuestra Era. La expresión podía -y puede, de hecho- parecer a muchos, teólogos y no teólogos, melosa; pero lo cierto es que el Concilio Vaticano II no le retiró a su significado, profundizado por el Concilio Vaticano I, ni un ápice de su valor teológico y pastoral. Sí, el Obispo de Roma, el Papa, es Vicario de Cristo para la Iglesia de modo eminente. (LG 18).

Joseph, Cardenal Ratzinger, aceptaba la elección del Colegio Cardenalicio «en espíritu de obediencia» y se daba el nombre de Benedicto XVI; no sin sorpresa para muchos de los observadores intra y extraeclesiales del acontecer de la Iglesia. El nuevo Papa explicaba su decisión con su habitual claridad intelectual y lucidez pedagógica. El nombre de Benedicto le evocaba el «no anteponer nada a Cristo»: quintaesencia de la espiritualidad benedictina; máxima que había conformado no sólo el monacato latino siglos y siglos, sino también lo más íntimo y profundo de la experiencia cristiana de la vida, sobre todo en Occidente. El nombre le vinculaba, además, al gran «leit-motiv» de la paz, que había caracterizado la trayectoria pastoral del último Papa «Benedicto», Benedicto XV: el Papa testigo indomable del valor de la verdadera paz fundada en la aceptación común de la ley moral, que Dios graba en las conciencias de cada persona y de la propia familia humana. Testigo en medio de la tragedia de la I Guerra Mundial, que había sumido primero a Europa y finalmente al mundo en una contienda crudelísima y en una ruina material y espiritual sin precedentes. ¿No era la catástrofe el precio de haber preterido las normas más substanciales de una elemental humanidad? El ya Papa Benedicto XVI vivió y vio en su niñez y adolescencia cómo el menosprecio de los principios de la ley natural conducía de nuevo al mundo a una versión todavía más devastadora de cuerpos y de almas de lo que había sido la tragedia sufrida entre los años 1914 y 1918, a la de la II Guerra Mundial, en la que habían jugado un papel decisivo los totalitarismos ateos: el comunismo soviético, el fascismo y el nacionalsocialismo. ¿Cómo se podían sembrar paz, justicia, solidaridad, progreso humano, sin ley moral, sin una consideración trascendente de la dignidad de cada persona? ¿Y cómo se podía conocerla, valorarla y respetarla, en toda su profunda y plena verdad, sin Cristo? En su primera aparición en la «logia» de «San Pedro», el Papa se presentaría al mundo como «un sencillo y humilde trabajador en la viña del Señor». A cuantos era familiar la figura modesta y casi imperceptible del cardenal Ratzinger, cruzando la Plaza de San Pedro desde el Borgo Pío hasta el viejo «Palazzo» del Santo Oficio, con su dulleta y boina negra, la cartera de documentos en la mano, no podría resultarles extraña la presentación del Papa. Siempre había sido «un sencillo y humilde trabajador en la viña del Señor» -de sacerdote y profesor, de arzobispo de Múnich y de cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, al lado de Juan Pablo II-, y lo continuaría siendo como vicario de Cristo y pastor de la Iglesia universal.

El nuevo Papa había centrado desde el principio la línea de su pontificado y de su servicio pastoral a la Iglesia y al mundo inequívocamente en el anuncio y proclamación de Cristo, Salvador del hombre. Se constituiría como la médula misma de un Magisterio desplegado con una profundidad, transparencia y abundancia teológica y catequética admirables. Ninguno de los ámbitos en los que se sitúan la existencia y la vida personal y social de la persona se escapa a la iluminación penetrante del pensamiento y de la palabra del Papa. Conoce la coyuntura cultural y espiritual del hombre contemporáneo: sus dudas y depresiones, su angustia existencial, su desorientación moral, su escepticismo religioso, sus miedos ante un futuro histórico después de la soterrada -o abierta- decepción sobrevenida por las crisis de los modelos de desarrollo, acusadamente materialistas y agnósticos, propuestos para «el después» de la caída del Muro de Berlín. Se había quedado de nuevo sin horizontes positivos y ciertos para sus proyectos de una vida personal con esperanza y de una configuración social y cultural de la Humanidad, asentada ética y jurídicamente sobre los derechos fundamentales y el bien común universal, capaz de asegurar y de garantizar la paz. No es extraño que su gran Magisterio -las tres Encíclicas y su Exhortación Postsinodal del Sínodo del año 2005 sobre la Eucaristía- se hubiese situado en la perspectiva espiritual y pastoral de las virtudes teologales de la caridad y la esperanza. Perspectiva, en la que se encuentran los más hondos y cruciales interrogantes del hombre con la respuesta luminosa y gozosa de la Palabra de Dios, que es Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado por nosotros, para que tengamos vida, y esta, abundante, eterna y feliz.

Incluso, cuando Benedicto XVI aborda el complejo y gravísimo problema de la crisis financiera y económica, que azota hoy al mundo, elige como punto de mirada intelectual para comprenderla, analizarla en sus raíces más profundas y sugerir caminos morales, sociales y culturales de verdaderas soluciones, «la verdad en la caridad». Sólo el amor, vivido de verdad y en la verdad, comprende y garantiza la realización de la justicia y la aspiración de una solidaridad generosa. Tanto el método adoptado en sus enseñanzas como el estilo de su acción de gobierno pastoral responden a ese modelo supremo de la caridad de Cristo. Lo demuestran tanto el diálogo fe-razón practicado sin desviación alguna intelectual o vital, antes y después del inicio de su pontificado, como la mansedumbre, la bondad y la serena y paciente firmeza al señalar la recta dirección para el camino de la Iglesia en el siglo XXI. La continuidad creativa con la obra de Juan Pablo II es evidente. Su fidelidad a la aplicación del Concilio Vaticano II con el sentido innovador de la permanente y viva tradición de la Iglesia, sin ruptura dogmática y espiritual alguna.

Celebramos el quinto aniversario de la elección de Benedicto XVI en un momento histórico en que los ataques mediáticos a su persona y ministerio han adquirido las formas de una virulencia dialéctica insultante y difamatoria. Son «hora de Cruz» para aquel que representa heroicamente al Crucificado. La Iglesia se siente más unida a Él que nunca en la oración y en la veneración y el afecto filiales. Se repite una vez más la historia: «Pedro» es perseguido; la comunidad universal de los fieles permanece perseverante y fiel en la oración a su Señor por él, sintiéndose cobijada por un amor maternal de exquisito valor: el amor de su Madre y nuestra Madre, María.

La invisibilidad de las víctimas

Por Juan Diego Botto, hijo de desaparecido de la dictadura argentina, es actor (EL PAÍS, 18/04/10):

La primera persona que va a ser juzgada por los crímenes del franquismo es precisamente la única que ha pretendido investigarlos. Esta paradoja cuestiona la naturaleza de nuestro Estado de derecho y nuestra democracia. La transición nació fruto del siguiente pacto: Estado de derecho sí, pero vamos a hacer un aparte con este genocidio y estos crímenes de lesa humanidad para que sea posible avanzar. Y así se desarrolla nuestra democracia, manteniendo en los aparatos del Estado a quienes habían administrado la dictadura.

Mi generación (nacidos en 1975) siempre pensó que era cuestión de tiempo, que cuando la democracia estuviera asentada llegaría el momento de las víctimas. Lo que ha ocurrido es precisamente lo contrario. Este auto del juez Luciano Varela es el equivalente a la peor de las leyes de punto final. Peor, porque en este país ya nadie pedía sentar en el banquillo a los responsables. Lo único que se pedía era dar amparo a víctimas y familiares.

Preguntémonos con qué autoridad moral se asienta un Estado de derecho que investiga a quien comete un asesinato pero no a quienes cometen 100.000; que investiga la desaparición de una niña pero no la de decenas de miles de personas; que persigue a quien roba un coche pero no a quien organiza un entramado para robar niños. Sobre esa estructura es improbable que alguien llegue a confiar en sus instituciones. La mejor manera de garantizar que ningún grupo ose alzarse de nuevo contra la democracia es demostrar que la justicia será con ellos implacable. Pero a quienes lucharon por la República se les ha premiado con una fosa común con vistas al olvido.

Según las encuestas, la mayoría de los españoles prefiere la democracia a la dictadura franquista, a la que la mayoría considera sangrienta. Ello presupone que cualquier gobierno en estos años de democracia estaba legitimado para enfrentar una tarea que, sin embargo, ninguno acometió.

Se trataba, simplemente, de catalogar esos delitos como lo que son y, más importante aún, ofrecer reparación a las víctimas. Si desde el Estado se cometieron los crímenes -y se hizo además desde las fuerzas del Estado y en nombre del Estado- es éste, sin duda, el que debe asumir buscar, desenterrar y averiguar cómo fueron eliminados sus ciudadanos. La visibilidad de casi 1.000 víctimas del terrorismo etarra es uno de los grandes aciertos de la democracia española; sin embargo, la lacerante invisibilidad de los al menos 113.000 desaparecidos y miles de torturados, encarcelados y exiliados es una de sus más imperdonables deudas.

En cuanto a la Historia, se recurre a menudo al argumento de la equidistancia: “Por ambos bandos se cometieron atrocidades”. Sí, muy probablemente el bando republicano cometiera crímenes de guerra. Todos deberían ser investigados. Ahora bien, eso no puede nunca oscurecer el hecho históricamente nítido de que la contienda tuvo un responsable, un bando que se sublevó contra la democracia y que ello derivó en una guerra. Más aún, no se puede negar que hubo durante la guerra y también en los años posteriores a ella un plan sistemático para acabar con un grupo político o ideológico.

Ampararse en que ambos bandos cometieron atrocidades para igualar a los contendientes sería tanto como afirmar que no se puede juzgar a los nazis porque los aliados también cometieron crímenes. Sin lugar a dudas las cometieron. Es difícil pensar que los bombardeos sobre Dresde no fueran un crimen de guerra. Eso, sin embargo, no ampara ni una sola de las atrocidades cometidas por los nazis.

Para sostener que hubo prevaricación, el juez Varela señala que la Ley de Amnistía impide juzgar los crímenes del franquismo. Pues bien, aclaremos que la propia Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas pide la nulidad de dicha ley, porque los delitos de lesa humanidad y genocidio no pueden estar sujetos a leyes de amnistía. Son delitos considerados tan graves que no se permite a los políticos el derecho de amnistiarse ni arrebatar a las víctimas el derecho a obtener justicia. Por otra parte, esa interpretación que coloca la Ley de Amnistía por encima del amparo a las víctimas es contradictoria con los artículos 10.2 y 96.1 de la Constitución, en vinculación con varios tratados y convenciones internacionales suscritos por España.

Varela indica, además, que los delitos han prescrito, pero eso solo sería posible si se observa cada caso individualmente, es decir, si se niega la existencia de crímenes masivos y por ende, la intencionalidad del franquismo de cometerlos, dado que los crímenes de genocidio y lesa humanidad no prescriben.

Varela señala también que Garzón ha incumplido la Ley de la Memoria Histórica al usurpar tareas que corresponden a la administración, lo cual es falso, porque dicha ley señala en su disposición adicional segunda que las previsiones contenidas en la misma son compatibles con el ejercicio de las acciones establecidas en las leyes o tratados y convenios internacionales suscritos por España.

Cuando la justicia da cobertura a una dictadura a costa de negar auxilio a sus víctimas, cuando se actúa de espaldas a la voluntad de la mayoría, ¿qué Estado de derecho es éste? ¿Qué democracia es ésta?

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

La compañía del Querido Líder

Por Yuriko Koike, ex ministra de Defensa y ex consejera de Seguridad Nacional de Japón © Project Syndicate, 2010. Traducción: Kena Nequiz (LA VANGUARDIA, 18/04/10):

Los presidentes estadounidense, Barack Obama, y ruso, Dimitri Medvedev, acaban de firmar un importante tratado de control de armas nucleares en Praga. Las grandes potencias nucleares del mundo se han reunido en Washington y en mayo lo harán en la ONU para discutir recortes adicionales. Son buenas noticias para todo el mundo. Pero ni el acuerdo Estados Unidos-Rusia ni las próximas negociaciones sobre armas nucleares tendrán mucho impacto sobre la amenaza actual más peligrosa: la luna de miel nuclear entre un Irán decidido a adquirir la capacidad para fabricar armas nucleares y una Corea del Norte dispuesta a venderle los medios para adquirirla a cambio de divisas duras.

Más de 6.000 norcoreanos trabajan en Irán y en zonas vecinas de Oriente Medio. Muchos lo hacen en la construcción y la industria del vestido como mano de obra barata. Pero en Irán y Siria también hay un número creciente de trabajadores especializados. Cuando Israel atacó una instalación nuclear en Siria en septiembre del 2007, se descubrió que los norcoreanos estaban participando en su desarrollo en cooperación con el Centro Nacional de Investigación Técnica de Siria.

De los muchos norcoreanos que viven en Irán, la mayoría participa en actividades a nombre del Partido de los Trabajadores Coreano. Su misión es hacer propaganda a favor de la ideología del partido en la República Islámica. Algunos de ellos reciben sus instrucciones de la embajada de Corea del Norte en Teherán, que se ocupa principalmente de actuar como el vigilante del partido de los ciudadanos destinados en Irán. Se exige que los agregados diplomáticos norcoreanos lleven a cabo sesiones semanales y mensuales de autocrítica. No obstante, hay otros norcoreanos en Irán que no reciben órdenes de la embajada; son de tres tipos. Los de la Oficina 99 dependen del Departamento de la Industria de Municiones en Pyongyang.

Los de la Oficina 39, del Departamento de Finanzas y Contabilidad. Un último grupo depende directamente de la Oficina de la Secretaría del Querido Líder de Corea del Norte, Kim Jong Il.

En el 2002 se calculaba que había más de 120 norcoreanos trabajando en más de diez lugares relacionados con la investigación nuclear o sobre misiles en todo Irán. Las actividades nucleares y las relacionadas con los misiles de los norcoreanos en Irán son una mina de oro que da al régimen de Kim Jong Il divisas duras y crea una alianza virtual antiestadounidense. Al fomentar la proliferación nuclear y la transferencia de tecnologías nucleares esenciales al régimen más radical de Oriente Medio, Kim Jong Il espera que el fundamentalismo islámico se convierta en un bastión de sentimiento procoreano.

Hasta el 2009, el Departamento de Finanzas y Contabilidad y la Oficina de la Secretaría de Corea del Norte se han encargado de las exportaciones de misiles y de la tecnología relacionada con ellos a Irán mediante las compañías falsas que administra la Oficina 99. Todas esas transacciones se han llevado a cabo bajo las órdenes directas de Kim Jong Il. La cosa funciona así: el Segundo Comité Económico, bajo el mando del liderazgo central del partido, fabrica los misiles con la ayuda de la Segunda Academia de Ciencias Naturales de Corea del Norte. Las empresas de la Oficina 99 exportan los misiles a Irán. Las divisas obtenidas con esa exportación van directamente al bolsillo de Kim Jong Il o se utilizan para financiar más investigaciones nucleares.

Tras el ensayo nuclear que hizo Corea del Norte en el 2009, la ONU impuso sanciones al régimen de Kim mediante la resolución 1874 del Consejo de Seguridad, que interrumpió el flujo de divisas a Corea del Norte. Debido a las sanciones, Irán se ha convertido en un socio aún más importante para Corea del Norte de lo que ya era. Así pues, las sanciones han fortalecido, en lugar de debilitar, la relación nuclear. De acuerdo con documentos internos de alto nivel del Partido de los Trabajadores que llegaron a Japón mediante informantes norcoreanos, en el 2010 se creó una nueva empresa ficticia, la Lyongaksan General Trading Corporation. Aparentemente, la intención es que esta organización desempeñe ahora el papel central de la administración de las exportaciones de misiles y tecnología nuclear a Irán. Corea del Norte ha usado regularmente compañías ficticias para exportar misiles. Los nombres, direcciones y números telefónicos de esas compañías no existen, como demostraron los documentos que se encontraron cuando la ONU confiscó armas que se habían exportado ilegalmente.

La situación financiera de Corea del Norte es tan desesperada que en diciembre el Ministerio de Seguridad Popular suspendió el uso interno de divisas extranjeras. Las infracciones se castigan con la pena de muerte. Kim Jong Il buscará mantener la relación con Irán a cualquier costo. Para detener este comercio, China –a través de cuyo territorio pasa la mayoría de los envíos desde y hacia Corea del Norte- tendrá que desempeñar un papel más responsable. Dada la amplitud de la relación nuclear entre Irán y Corea del Norte, las democracias de Asia deben empezar a pensar seriamente en cooperar en materia de defensa regional de misiles. Cuando hay tanto en juego, la respuesta debe ser creativa y audaz.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

El dinero público como motor

Por Pedro R. García Barreno, catedrático de la Universidad Complutense. De la Real Academia Española. De la Real Academia de Ciencias, Exactas, Físicas y Naturales (LA VANGUARDIA, 18/04/10):

Hace quince años, a través de un prestigioso diario, dieciséis presidentes de las más importantes empresas de EE. UU. llamaban la atención del Congreso sobre el papel de la ciencia y la tecnología en el liderazgo de la nación. Hoy, nos viene a pelo.

¿Se imaginan la vida sin fármacos? ¿O sin microchips? ¿O sin cosechas resistentes a las enfermedades o a la sequía? ¿O sin la Red? Hemos heredado esos y miles de otros avances tecnológicos que han hecho de las sociedades occidentales industrializadas las más avanzadas de la historia. Logros que se han traducido en una economía más competitiva, han creado millones de puestos de trabajo y han aupado nuestro estándar de vida. Definen el estatus social occidental y representan el modelo de las economías emergentes

Pero esos avances no han sido fruto de la casualidad. Son productos de un compromiso a largo plazo, fruto de un esfuerzo de las políticas nacionales encaminado a fomentar la innovación, el descubrimiento y el desarrollo de nuevas tecnologías. Durante muchos años, las administraciones públicas han alentado y han financiado los programas de investigación en sus instituciones – universidades y organismos públicos de investigación (OPI)-como una inversión vital para el futuro de los países. La industria ha tenido un papel igualmente crítico, encauzando ese conocimiento y esas nuevas tecnologías hacia el mercado, y a través de él a la sociedad.

Esta complicidad – los activos educativos y científicos institucionales, el apoyo financiero de los gobiernos y el desarrollo de productos por la empresa-ha sido un factor decisivo para mantener el prestigio y el liderazgo tecnológico de las naciones a lo largo de gran parte del siglo XX. De igual modo, la continua atención a la investigación científica institucional ha servido para formar y capacitar a ingenieros, científicos y técnicos que han hecho posible dar rienda suelta a sus potencialidades para conseguir aquellos avances excepcionales. Ello en un equilibrio entre una innovación provocadora y una cierta prudencia en la toma de riesgos.

Desafortunadamente, la fortaleza científica y tecnológica de las naciones occidentales está amenazada. Cuando los gobiernos se plantean recortes o dudan del papel de la ciencia y la tecnología, se producen tensiones que ponen en grave riesgo la investigación científica institucional. La investigación en la Universidad y en los OPI es un blanco fácil, porque mucha gente no es consciente del papel crítico que representa. Pueden pasar años de intenso trabajo antes de que las tecnologías emergentes puedan acceder al mercado. Pero la historia ha demostrado que la investigación científica de calidad, con objetivos ambiciosos, financiada con capital público, es la base para mantener el sistema de ciencia y tecnología y crear el ambiente de confianza empresarial, necesarios para la innovación tecnológica.

Hoy, los datos apuntan que la economía y el bienestar de los ciudadanos se hallan sobre arenas movedizas. Y esos dos factores, claves para la convivencia social, dependen de tres productos básicos de nuestras instituciones: buena ciencia, nuevas tecnologías y científicos e ingenieros bien formados. Ello exige que los gobiernos mantengan su papel como financiadores de esa investigación científica de calidad en sus instituciones. Si se quiere mantener el estatus conseguido por las naciones industrializadas, es necesario mantener aquella complicidad que lo hizo posible.

Apenas consumida la primera década del nuevo siglo debe reconocerse que ha llegado el “momento de la verdad”: se quiere mantener el espíritu innovador que catapultó a las naciones democráticas, el siglo pasado, hacia el bienestar social que disfrutamos, o la inoperancia, una vez más, ganará la partida. Cuando los representantes de los ciudadanos toman decisiones sobre cuestiones de ciencia y tecnología en las instituciones legislativas de la nación o en las de las autonomías, están decidiendo el futuro: fortalecerlo o hipotecarlo está en su actitud.

La importancia creciente del papel de la ciencia en la solución de los problemas complejos que nos desbordan y la dificultad de los temas sociales y éticos que de ello deriva exigen una mayor inmersión en la cultura científica. Los políticos deben conocer los rudimentos de la ciencia y la tecnología, y la sociedad debe estar suficientemente informada para comprender lo que ello significa para el díaa día de sus vidas y, también, para poder participar en el debate de las consecuencias del desarrollo científico.

Ello requiere que la enseñanza de la ciencia comience en la escuela, y exige también que quienes dictan las leyes de los hombres trabajen, codo a codo, con quienes comprenden las leyes de la naturaleza.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

El único remedio de la culpa

Por Salvador Giner, presidente del Institut d’Estudis Catalans (EL PERIÓDICO, 18/04/10):

En 1940, cuando más desesperada estaba Polonia en su heroica lucha contra la invasión nazi, Stalin ordenó asesinar a todo el cuerpo de oficiales del Ejército polaco. Unos 22.000 murieron en la matanza del bosque de Katyn. Setenta años después, este mismo abril, la actual presidencia de Rusia ha reconocido el crimen y ha abierto la vía de la reconciliación entre ambos países eslavos. Hasta hoy, la versión oficial era que el Ejército alemán, a las órdenes de Hitler, fue el autor del exterminio. Decir la verdad era aceptar una patraña urdida por la CIA contra la sacrosanta Unión Soviética.

Los abundantes –se cuentan por millares– casos de pederastia cometidos por curas católicos en diversos países se pierden sin duda en la noche de los tiempos, pero hoy muchas de sus víctimas están llevando a la Iglesia a los tribunales, aportando todas las pruebas que sea menester. Aunque tímida y poco categórica aún en sus excusas, la vía de la confesión pública se abre en el seno de la Iglesia. Se abre mal a veces, puesto que el cardenal Tarsicio Bertone, hace unos días, se sumió y nos sumió en la confusión al relacionar peregrinamente homosexualidad con pederastia. Su Eminencia había sido precedido por unas declaraciones no menos surrealistas del fraile confesor personal del Papa.

Los ejemplos de confesión pública tarde y mal podrían multiplicarse. Así, en estos momentos de crispación ideológica en España, en que un magistrado como Baltasar Garzón es llevado a los tribunales por Falange Española para oprobio de la decencia pública, no habría que ir muy lejos para encontrarlos. Las víctimas de la barbarie franquista no solo están exigiendo el levantamiento de la acusación contra él, sino también el reconocimiento público de aquellos crímenes. El clamor se ha extendido por el mundo, para estupor de la prensa internacional más solvente. Spain is different? Va a resultar que tenía razón el egregio inventor del eslogan, don Manuel Fraga Iribarne.

Las confesiones públicas retrasadas y a regañadientes sirven de poco. Entre otras cosas, porque en la inmensa mayoría de los casos las emiten gentes que no estaban cuando se cometió el desmán, o que, compungidas, son ya muy mayores. Cuando no toman medidas blandas e insuficientes, o se refugian en subterfugios y lo estropean todo pidiendo perdón por un pasado inaprensible. Durante las celebraciones de los 500 años del Descubrimiento de América, en Sevilla, hubo quien exigió que España pidiera perdón por haber creado su imperio. Aparte de que ningún imperio conocido ha sido creado por las Hermanitas de los Pobres, si empezáramos a pedir perdón por los crímenes de hace 500 años no iríamos a ninguna parte. Solo puede pedir perdón quien cometió el crimen, no sus descendientes. Ni siquiera los turcos de hoy son responsables del genocidio de Armenia. Ya no queda un solo anciano asesino vivo.

Hay solo una respuesta aceptable para la moral de los tiempos modernos, y solo una: asumir responsabilidades y actuar en consecuencia. Reparar lo que sea reparable con energía y reconocer sin ambages la culpa, sobre todo por aquellas instituciones que se presentan a sí mismas como intérpretes precisamente de la culpa, el perdón, la reparación. Es, sorprendentemente, una solución práctica. Útil.
En la reacción responsable ante crímenes como los señalados hay que actuar castigando a los culpables sin esperar a que una denuncia los lleve a los tribunales. La huida hacia adelante les exonera: es la reacción más conveniente precisamente para ellos. La moral laica, vinculada a los derechos humanos y a su universalidad, sirve a unos y otros en esta tarea. Hay quien piensa que la laica es enemiga de otras posibles morales, y no es así. Porque la moral laica, por ejemplo, no es anticlerical, sino que afirma la laicidad a la vez que respeta las creencias de todos. Su universalidad no solo permite que un juez español pueda llevar a un tirano golpista extranjero como el general Augusto Pinochet ante la justicia. Pone en tela de juicio, también, que un país tan notable como Estados Unidos se escabulla de la justicia del Tribunal de la Haya y se crea totalmente soberano para autorregularse en estos asuntos. Como si Guantánamo fuera aceptable por parte de nadie. De poco servirá que algún futuro presidente de aquel país pida perdón, dentro de unos años, por los crímenes cometidos antaño.

Se comprende la dificultad humana para reconocer la culpa, sobre todo cuando ello conlleva un daño a los propios intereses. Se entiende mucho menos, sin embargo, cuando reconocerla y tomar las medidas necesarias para enmendar lo hecho solo puede redundar en salvar la propia piel así como aquello al servicio de lo que uno está. Es bueno y conveniente para las instituciones y colectividades culpables hacerlo. Y, sin embargo, solo lo hacen tarde y mal. Un enigma que no logro desvelar.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Crisis (19): el tsunami que viene

Por Xavier Sala i Martín, Columbia University, UPF y Fundació Umbele (LA VANGUARDIA, 17/04/10):

¿Han notado ustedes la cantidad extravagante de sucursales de bancos y cajas que hay en nuestras ciudades? No tengo los números exactos, pero comparando a simple vista con los países en los que he vivido, me da la sensación de que aquí sobran oficinas bancarias. De hecho, no sólo es una sensación visual, sino que el proceso de fusiones que estamos viviendo confirma que durante las últimas décadas ha habido una explosión de oficinas financieras difícilmente justificable desde la racionalidad económica. Y ahora toca deshacer los excesos del pasado.

Aunque parezca mentira, los bancos y cajas españoles también se han dejado llevar por la mentalidad de burbuja que obnubiló la mente de tantos ciudadanos de a pie que llegaron a creer que los precios de las viviendas siempre seguirían subiendo. Ese falso dogma les llevó a comprar residencias pensando que eran una inversión segura. Pues la misma creencia llevó a los expertos de bancos y cajas a pensar que el sector inmobiliario era una especie de gallina de los huevos de oro en la que tenían que invertir, por eso prestaron todo lo que pudieron a promotores y constructores. Y el negocio funcionó de manera casi milagrosa durante mucho tiempo. De hecho, funcionó tan bien que bancos y cajas se expandieron más de lo que convenía e instalaron sucursales hasta el punto de que uno tiene la sensación de que en su ciudad hay más cajas que bares…, y eso que de bares no anda corta.

El problema es que en economía no existen los milagros y a todo cerdo le llega su sanmartín (que no su Sala i Martín): los precios dejaron de subir, las familias vieron que la inversión inmobiliaria no era tan infalible como se les había prometido, dejaron de comprar viviendas, las constructoras y las promotoras se arruinaron y no pudieron devolver el dinero prestado. Los bancos y las cajas se tuvieron que quedar todo tipo de solares, parcelas, edificios e inmuebles a medio construir. Para recuperar el dinero, el sector financiero va a tener que gestionar y vender todo este patrimonio, y nadie sabe exactamente cuánto va a recobrar. Lo que está claro es que sus pérdidas serán importantes. Tan importantes, que van a obligar a más de uno y a más de dos a cerrar las puertas. El sistema financiero español, pues, tiene un problema importante.

Lo embarazoso del caso es que, aun siendo importante, todo eso que les explico no es lo más grave: ¡lo más grave está todavía por llegar! Sí, sí. De cara a los próximos meses, los bancos y cajas españoles se enfrentan a cuatro problemas muy pero que muy serios. El primero es que el negocio bancario es hoy mucho más pequeño de lo que era y lo va a seguir siendo durante bastante tiempo: centenares de miles de empresas familiares (que tradicionalmente viven del crédito bancario) están desapareciendo, la construcción (que había concentrado la parte más importante del negocio bancario) no es lo que era y no volverá a serlo en muchos años, los tipos de interés son bajos, los márgenes con los que operan los bancos son cada día menores y, finalmente, las tasas de crecimiento económico son y van a seguir siendo mucho más pequeñas que antes, por lo que menos gente se va a atrever a pedir prestado. Todo esto hace que el negocio bancario para repartir entre los que hasta ahora jugaban la partida se ha reducido, y no todos podrán sobrevivir. Todo eso se agrava por el ya mencionado fenómeno del exceso de sucursales, exceso que es incompatible con un negocio agregado mucho más reducido. Las fusiones y la progresiva eliminación de oficinas y empleados son inevitables.

El segundo gran problema es la nueva regulación. La idea de que la crisis ha sido causada por la falta de regulación financiera ha cuajado entre los políticos de todo el mundo y eso les está llevando a introducir una nueva regulación (a la que llaman Basilea III) que, entre otras cosas, va a endurecer las condiciones en las que operan: con toda probabilidad se van a reducir los préstamos que bancos y cajas pueden conceder por cada euro de capital, cosa que va a reducir obligatoriamente su volumen total de negocio.

El tercer problema es que ya hace 18 meses que comenzó la crisis. Eso quiere decir que las prestaciones de desempleo de los primeros trabajadores que perdieron su trabajo están empezando a expirar. Esa primera oleada de parados está dejando de pagar su hipoteca y contribuyendo a aumentar las tasas de morosidad. El nuevo stock de viviendas en manos de entidades financieras se suma al que dejaron las empresas promotoras y constructoras en la primera fase de la recesión. Este hecho es más grave de lo que parece, ya que ni bancos ni cajas son especialistas en gestión de patrimonio inmobiliario, por lo que sus pérdidas son potencialmente cuantiosas.

El último problema, y yo diría que el más significativo e importante, es que la crisis financiera ha dejado una gran huella grabada en la mente de bancos y cajas: ¡el miedo! El ADN de las entidades financieras ha mutado y han pasado de la alegría prestamista de los tiempos de la burbuja al actual pánico a perder dinero en cualquier operación. Esa nueva y profunda aversión al riesgo es muy perniciosa para unas empresas que viven, precisamente, de prestar dinero: sin préstamos no hay negocio y sin negocio no se puede sobrevivir.

El sector financiero español ha salido relativamente ileso de la primera oleada de la crisis causada por la quiebra de promotoras inmobiliarias y constructoras. En los próximos meses veremos qué capacidad de resistencia tiene… ante el tsunami que viene.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Crisis (18): neoluddismo

Por Xavier Sala i Martín, Columbia University, Fundació Umbele y UPF (LA VANGUARDIA, 17/03/10):

Nottingham, Inglaterra, 11 de marzo de 1811. Son los albores de la revolución industrial y las empresas del textil están adoptando una nueva tecnología de tejido. Miles de artesanos entran en las fábricas y destruyen las nuevas tejedoras. Las manifestaciones se generalizan por todo el país en lo que se da en llamar “movimiento luddita” (llamado así porque aseguran estar liderados por un tal Ned Ludd a quien, todo sea dicho de paso, nadie ha visto jamás). El rey inglés, temiendo una revolución parecida a la que acabó guillotinando a sus aristocráticos colegas franceses, envía 35.000 soldados a Nottingham. Las batallas campales se saldan con cientos de trabajadores ejecutados o desterrados a Australia. El movimiento luddita desaparece trágicamente.

A raíz de la crisis económica actual, sin embargo, una especie de neoluddismo parece haber reaparecido con fuerza, pero no entre los ignorantes artesanos del siglo XIX que defendían sus puestos de trabajo, sino entre economistas serios del siglo XXI. Los intelectuales dicen que la modernización y el cambio tecnológico hacen que las máquinas produzcan lo que antes hacían los trabajadores y eso genera desempleo crónico. El luddismo del siglo XIX era comprensible porque defendía sus puestos de trabajo. El del siglo XXI carece de sentido porque se basa en una falacia económica.

Me explicaré con un ejemplo: imaginemos un país con 6 millones de trabajadores que sólo produce dos bienes, pan y tomate (resulta que a los ciudadanos les encanta comer las dos cosas juntas ya que han inventado el “pan con tomate”). Las empresas panaderas emplean a 3 millones de trabajadores, cada uno de los cuales produce una barra cada día. Las tomateras emplean a los otros 3 millones de trabajadores y cada uno produce un tomate diario. Total, cada día se producen 3 millones de panes y 3 millones de tomates. Hasta aquí todo es sencillo.

Imaginemos ahora que al sector pan llega una máquina que permite a cada trabajador producir no una sino dos barras al día. La productividad de los trabajadores se dobla y eso es fantástico, ¿no? Pues no: un catedrático neoluddita explica que, dado que el sector tomate no ha mejorado y seguirá produciendo sólo 3 millones de tomates al día y dado que, con la nueva tecnología, el sector pan puede producir los 3 millones de panes con la mitad de trabajadores, los empresarios despedirán a la mitad de sus empleados. Es decir, el progreso tecnológico habrá destruido 1,5 millones de puestos de trabajo y el paro subirá hasta el 25%. ¡La innovación es una tragedia!

Todo esto sería correcto si no fuera por el hecho de que es incorrecto. Y es que el catedrático debería saber que, en un mundo donde los ciudadanos se buscan la vida, aparecerán emprendedores que verán una buena oportunidad de negocio: si crean nuevas empresas de tomate que contraten a un millón de trabajadores y crean nuevas empresas de pan que contraten al medio millón restante, podrán producir y vender en total un millón adicional de unidades de pan con tomate y el paro desaparecerá. El progreso tecnológico, pues, no habrá generado desempleo sino que la producción (el PIB) habrá aumentado en un… ¡33%! Los neoludditas, pues, caen en la “falacia de la composición” que dice que lo que es verdad en un sector, también lo es para la economía en su conjunto. En realidad, aunque es cierto que el sector del pan pierde empleo en primera instancia, una vez producidos los ajustes, la macroeconomía no pierde empleo sino que gana riqueza.

Naturalmente, el ejemplo es muy sencillo y no refleja completamente la compleja realidad de nuestro país, pero si ustedes sustituyen la palabra pan por la palabra industria y la palabra tomate por la palabra servicios verán que eso es más o menos lo que ha pasado en nuestra economía en los últimos cien años: el progreso tecnológico en la industria ha hecho que el empleo en ese sector haya ido cayendo. Pero, a diferencia de lo que dicen los neoludditas, eso no ha provocado masivas tasas de paro, sino que los trabajadores se han ido recolocando en el sector servicios al tiempo que la riqueza del país aumentaba.

Todo esto es todavía más cierto si tenemos en cuenta que la mayor parte del progreso tecnológico no consiste en aumentar la productividad en sectores tradicionales, sino en crear nuevos productos que requieren trabajo: desde iPods hasta Nespressos pasando por Googles, Viagras o YouTubes. Ahora bien, el ejemplo demuestra que, incluso cuando el cambio tecnológico tiende a ahorrar mano de obra, se crea riqueza y el desempleo no aumenta. Aquí es donde ustedes se preguntan: si cuando hay desempleo, rápidamente aparecen empresas nuevas que crean puestos de trabajo, ¿por qué hay un 20% de paro en España? Pues porque en España esas empresas no aparecen rápidamente. Y no lo hacen porque existen muchas barreras prohibitivas, entre las que destacan el exceso de regulación, la rigidez de los convenios, una banca excesivamente obsesionada con el negocio hipotecario ignorando a los emprendedores y un sistema educativo que permite a los trabajadores adaptarse a los cambios impuestos por la innovación. Y todo eso no sólo hace que las tasas de paro sean altas, sino que hace que sean crónicas. Para arreglarlo hay que liberalizar esos mercados, facilitar la actividad empresarial y conseguir que los trabajadores sean más productivos. La productividad, pues, no sólo no es el problema que causa el paro, sino que es exactamente la solución… por más que digan los intelectuales del neoluddismo.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Crisis (17): el liderazgo alemán

Por Xavier Sala i Martín, Columbia University y Fundació Umbele (LA VANGUARDIA, 17/02/10):

Lo confieso: cuando en los años noventa se discutía la conveniencia de adoptar el euro yo era de los que pensaban que era una mala idea por varias razones, entre las que destaco dos. La primera es que estaba convencido de que llegaría el día en que algunos de los países de la zona euro estarían inmersos en una gran crisis económica al tiempo que los otros estarían bien. Esa asimetría sería un problema porque la política monetaria debía ser la misma para todos, a pesar de que lo que conviene a los que están en crisis es distinto de lo que necesitan los que no. Eso generaría tensiones inaguantables.

La segunda era que la histórica voracidad fiscal de países periféricos como España, Portugal, Grecia o Italia resultaba incómoda para los estados fiscalmente disciplinados como Alemania u Holanda hasta el punto de que estos tendrían que acabar pagando la polifagia de los primeros para no hundir la moneda común. Es más, pensaba que el mero hecho de saber que acabarían siendo rescatados incentivaba a los indisciplinados a excederse fiscalmente cuando llegara la primera gran crisis.

Y la primera gran crisis llegó y también llegó la temida situación: la periferia está en recesión mientras que el centro ya ha salido de ella. Es más, como estaba previsto, para intentar salir del agujero algunos países generaron unos déficits fiscales tan extravagantes y pidieron prestadas tan ingentes cantidades de dinero que les será difícil devolver el crédito. De momento, nadie sabe de dónde sacará el dinero Grecia para afrontar los pagos de las próximas semanas… aunque todo el mundo mira hacia la economía más solvente de Europa, Alemania, para que pague la factura. Y Alemania no sonríe.

Resumiendo, los temores que me llevaron a concluir hace diez años que el euro era una mala idea se han hecho realidad. Pero no me voy a poner ninguna medalla porque… ¡he cambiado de opinión!: en mi análisis de entonces infravaloré algo que hoy me lleva a pensar que la moneda única puede haber sido y puede seguir siendo buena para sus países miembros. Me explico. El proceso de europeización de España permitió hacer necesarias e importantes reformas bajo la excusa de que “Europa lo requería”. Por ejemplo, los criterios de Maastricht para entrar en el euro requerían que el déficit fiscal fuera inferior al 3% del PIB. La reducción del déficit impuso una disciplina fiscal que, a la postre, fue muy beneficiosa para el país. Cuando los diferentes grupos de presión se dirigían al Gobierno pidiendo subsidios y ayudas, este se podía negar con la excusa perfecta: “yo te daría el dinero… pero es que Europa no me lo permite”. Bajo ese pretexto se eliminó el déficit fiscal, se redujo la deuda pública, se rebajó la inflación hasta niveles civilizados y se abarataron los tipos de interés. Nada de eso hubiera sucedido sin el euro.

Pues bien, España se encuentra en una nueva encrucijada y el euro puede ser otra vez la solución. La crisis actual ha puesto de manifiesto que la productividad de muchos trabajadores españoles es preocupantemente baja, hasta el punto de que no compensa el salario que cobran. Cuando los salarios son más altos que la productividad, las empresas despiden trabajadores y el paro se dispara. Hay que volver a equiparar salarios y productividad.

Para ello sólo hay dos posibilidades: reducir los salarios y aumentar la productividad. No hay más. Algunos analistas (entre los que destacan importantes y barbudos economistas de izquierda con premio Nobel incluido) abogan por las reducciones salariales. En mi modesta opinión de economista sin premio Nobel, creo que se equivocan: hay que apostar por la productividad. Ahora bien, que quede claro que eso no va a ser fácil ya que requiere unas reformas que van a chocar frontalmente con los intereses de importantes grupos de presión: habrá que reformar el sistema educativo y eso molestará a los profesores, habrá que reformar el mercado laboral y eso contará con la oposición de los sindicatos, habrá que reducir el exceso de regulación y eso fastidiará a ecologistas, habrá que reformar el sistema financiero y eso incomodará a cajas y bancos, habrá que reformar la función pública y eso enfurecerá a funcionarios o habrá que reformar el Estado de bienestar (incluido el sistema de pensiones y asistencia sanitaria) y eso alienará a los votantes progresistas.

¡Sí! Todas estas reformas van a levantar ampollas políticas. Pero es imperativo que se lleven a cabo porque la alternativa es o la reducción masiva de salarios o unos niveles de paro inaceptablemente altos durante décadas. La pregunta es: ¿se pueden implementar tan impopulares medidas cuando los líderes políticos tienen miedo de enfrentarse a los grupos de presión? No lo sé, pero se podría intentar la solución de los años noventa: ¡darle las culpas a Europa! Para ello sería importante que los países de la verdadera Champions League europea (y en particular Alemania) pidieran que las ayudas que van a tener que dar a los otrora fanfarrones de la periferia para salvar el euro, tengan como contrapartida la implementación de reformas de fomento de la competitividad. Los gobiernos de Grecia, España, Portugal e Italia, por su parte, deberían aprovechar esas imposiciones europeas para sacarse de encima la presión de los lobbies interesados.

Es muy fácil ser líder cuando el viento sopla a favor. Ahora bien, cuando la cosa está cuesta arriba los fachendas se paralizan y entonces sólo queda lo único que ha funcionado bien en Europa en los últimos cincuenta años: el liderazgo alemán.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Crisis (16): enterrar a Keynes

Por Xavier Sala i Martín, Columbia University, UPF y Fundació Umbele (LA VANGUARDIA, 17/12/09):

Una de las frases más archirrepetidas del economista más famoso del siglo XX, John Maynard Keynes, es: “En el largo plazo, todos estaremos muertos”. Con ello, Keynes quería decir que las políticas económicas debían centrarse en sus efectos inmediatos e ignorar sus consecuencias futuras. Por eso, la recomendación estrella de Keynes para acabar con la gran depresión de los años treinta fue el aumento del gasto público financiado con deuda. Su argumento: el dinero que el Gobierno gastara tendría efectos inmediatos sobre la demanda mientras que la deuda generada no tendría consecuencias negativas hasta un futuro lejano… pero eso no era problema porque, para entonces, “todos estaríamos muertos”.

Durante mucho tiempo, muchos creyeron que Keynes tenía razón. Y los políticos del mundo entero se dedicaron a gastar y endeudarse cada vez que venía una recesión. Con los años, la idea fue perdiendo adeptos. Por un lado los economistas notaron que la duración de la gran depresión había sido excepcional. La mayoría de recesiones eran mucho más cortas. De hecho, eran tan cortas que entre que el Gobierno decidía y aprobaba los programas de gasto, organizaba los concursos públicos de adjudicación y comenzaban las obras, la crisis ya había terminado, por lo que el gasto llegaba a la economía cuando no se necesitaba.

Por otro lado, durante los años ochenta y noventa, se vieron claramente las consecuencias de un excesivo endeudamiento: igual que pasa con todas las familias, cuando un Estado se endeuda por encima de sus posibilidades llega un momento en que los acreedores le cortan el grifo. Entonces sólo se pueden hacer dos cosas: aumentar dramáticamente los impuestos y reducir drásticamente el gasto. El problema es que ambos tienden a causar una profunda recesión. Eso es exactamente lo que pasó en países de América Latina y Áfricadurante la llamada “crisis de la deuda” de los ochenta y en países asiáticos y europeos durante los noventa. Estaba claro, pues, que eso de que la deuda no nos debía preocupar no era exactamente cierto y decenas de países de todo el mundo lo aprendieron por la vía más cruel. Eso puso el último clavo en el ataúd del keynesianismo tradicional: en el largo plazo no todos estábamos muertos. ¡En el largo plazo quien estaba muerto era Keynes!

Parecía que todo esto eran lecciones bien aprendidas. Al menos eso es lo que enseñábamos en las facultades de Economía y eso es lo que hacían los ministros de Finanzas de los países bien gestionados que incluso llegaban a tener superávits fiscales por si las moscas. Pero luego, con la crisis del 2008-2009, sucedió algo asombroso: ¡todo lo que habíamos aprendido durante un siglo se lanzó por la borda! Presas del pánico del momento, profesores, economistas y políticos que hasta entonces habían sido sensatos, abandonaron su cordura y aplicaron los programas de dispendio público más grandes que jamás ha visto el hombre (o la mujer). Los déficits fiscales y la deuda pública aumentaron hasta límites que sólo dos años antes habrían sido catalogados de locura. De hecho, en los países de la zona euro eran ilegales porque violaban los pactos de estabilidad sobre los que se había construido la moneda única. Pero nada de eso pareció importar. El beneficio económico a corto plazo era lo único relevante y las nefastas consecuencias de la deuda eran ignoradas porque sus efectos ocurrían en el largo plazo y “en el largo plazo estamos todos muertos”. Keynes había resucitado.

El problema es que, cuando el 2009 todavía no ha finalizado y todavía no estamos muertos (y algunos países como España ni siquiera han salido de la crisis), el largo plazo parece haber llegado. Y es que los mercados financieros ya están anunciando problemas para algunos de los estados que más se han endeudado. Las primas de riesgo de la deuda española, griega e irlandesa son cada día más altas. Es decir, el riesgo de morosidad de esos países aumenta diariamente. Las primas de seguro que se pagan para asegurar a los acreedores del Gobierno español han subido en un 75% (repito ¡75%!) en los últimos cuatro meses. Eso ha hecho reaccionar a las tres grandes empresas de rating (firmas independientes que evalúan el riesgo de que un gobierno no pueda pagar lo que debe y se convierta en moroso), que han hecho movimientos. La empresa Fitch Ratings ha bajado la categoría de los bonos del Gobierno de Grecia dos veces en pocas semanas. Por su parte, Standard & Poor´s ha rebajado la perspectiva de su valoración del Gobierno de España de “estable” a “negativa”. Finalmente, Moody´s predice que España es el país con mayor riesgo económico de Europa para el 2010.

Esta situación no es buena. Todavía no es dramática pero no es buena. En el mejor de los casos, todo esto quiere decir que ya no queda margen para la expansión fiscal. Si es así, a las economías que todavía no han salido de la crisis, como la española, sólo les quedan las famosas reformas estructurales de las que tanto se habla y de las que tan poco se sabe. En el peor de los casos, los acreedores pueden cerrar el grifo del crédito que obligue al Gobierno a equilibrar sus cuentas subiendo impuestos y reduciendo gasto de un día para otro. Cuando uno actúa pensando que los costos de largo plazo no deben ser tenidos en cuenta, uno acaba intentando salir de una crisis plantando las semillas de la siguiente. Y es que, a veces, el largo plazo llega muy pronto. Tan pronto que lo mejor que podemos hacer es reinstaurar la cordura fiscal… y enterrar a Keynes.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Crisis (15): Los nuevos desequilibrios

Por Xavier Sala i Martín, Universidad de Columbia, Universitat Pompeu Fabra y Fundació Umbele (LA VANGUARDIA, 05/10/09):

La buena noticia: Ben Bernanke dijo el otro día que “es muy probable que, técnicamente, Estados Unidos ya haya salido de la recesión”. La mala noticia: acto seguido, dijo “pero dará la sensación de que la economía es débil durante bastante tiempo”. Mi interpretación: el crecimiento económico será diminuto, hay riesgo de recaída y, de momento, no se creará empleo.

¿Por qué es Bernanke tan poco optimista? Pues porque sabe que los gobiernos de todo el mundo no se enfrentaron a los grandes desequilibrios financieros y económicos que causaron la presente recesión corrigiéndolos, sino creando la antesala de una nueva crisis: más desequilibrios.

Desde mi punto de vista, hoy tenemos siete peligrosos problemas. Primero, el monetario. Nada más empezar la crisis financiera, los bancos centrales imprimieron trillones de dólares. En situaciones normales eso hubiera causado una hiperinflación. Esta no se dio porque la velocidad de circulación del dinero cayó en picado. El problema es que, cuando la economía se recupere, el dinero volverá a correr y, si no se elimina todo lo impreso durante la crisis, subirá la inflación. Habrá, pues, que quitar liquidez de una manera quirúrgica porque el dinero es como la pasta de dientes: es muy fácil sacarla del tubo pero es muy difícil volverla a meter porque, para conseguirlo, se deben subir los tipos de interés y eso puede causar nuevas recesiones.

El segundo desequilibrio es el fiscal. Al ver la gravedad de la situación, todos los gobiernos del mundo se lanzaron a gastar cantidades ingentes de recursos. Resultado: déficits extravagantes que superan el 13% del PIB en Estados Unidos, el 10,5% en España y el 6,5% en la zona euro. La OCDE estima que la deuda alcanzará el 115% del PIB. Lógicamente, esa insostenible voracidad fiscal tiene que acabar (sobre todo teniendo en cuenta que los baby boomers se están empezando a jubilar). El problema es que eso sólo se puede hacer subiendo impuestos o bajando gasto y ambas estrategias conducen hacia una nueva recesión. Habrá que ser creativo y tocar los impuestos que menos distorsionen (y no subirlos alocadamente como se ha hecho en España) y eliminar los gastos menos productivos.

El tercer gran desequilibrio es el internacional. Los déficits exteriores de algunos países (destacan Estados Unidos y España) son compensados por superávits gigantes de algunos países asiáticos (sobre todo China). La corrección va a tener dos componentes. El primero, una caída del dólar que puede ser paulatina o puede ser catastrófica. Depende del banco central chino. El segundo, la tentación proteccionista. La semana pasada el presidente Obama ya impuso aranceles a los neumáticos chinos, y China respondió con aranceles equivalentes a los pollos norteamericanos. De momento, la guerra comercial es poca cosa y esperemos que no escale y que todo el mundo recuerde que lo que transformó la crisis de 1929 en la Gran Depresión de los años treinta fue el proteccionismo.

Cuarto, el desequilibrio financiero. El pánico de finales del 2008 hizo que todo el mundo desinvirtiera en los mercados financieros y pasara a comprar lo único que parecía seguro, unos bonos del Tesoro norteamericano que llegaron a absorber el 80% del ahorro mundial: trillones de dólares que no financiaban inversión productiva. Eso ya se está empezando a corregir y el dinero ya está volviendo a la bolsa. El problema es que si el retorno no se hace de manera ordenada, puede dar lugar a nuevas burbujas que, al explotar, causen nuevas crisis económicas. De hecho, el boom inmobiliario del 2008 se gestó cuando el dinero salió despavorido de la bolsa al reventar la burbuja puntocom en el 2001. Que no nos vuelva a pasar lo mismo.

El quinto desequilibrio es el regulatorio. Los primeros diagnósticos de la crisis apuntaron (en mi opinión, equivocadamente) en una dirección: la falta de regulación del sistema financiero. El resultado fue la aparición de los don quijotes del intervencionismo que quisieron regular no sólo el sector financiero sino, ya puestos, el resto de la economía. ¡Algunos incluso querían “refundar el capitalismo”! Ahora bien, ¡que el sector financiero norteamericano estuviera infrarregulado no quiere decir que el sector de la automoción en España también lo esté! La cordura debe volver pronto a los legisladores. Si no, corremos el riesgo de que el Estado acabe asfixiando la recuperación.

El sexto desequilibrio es sectorial. Países como España dependían excesivamente de unos pocos sectores (construcción, promoción inmobiliaria) que se han hundido sin esperanza de recuperación. Para reequilibrar, no hay que caer en la tentación de que el Estado subsidie unos sectores escogidos a dedo por el funcionariado. Al contrario, el Estado debe poner las bases para que los innovadores decidan, con su creatividad e iniciativa, qué sectores van a tomar las riendas de la economía.

Y el último desequilibrio es, lógicamente, el laboral. Los países con un rígido mercado de trabajo corren el riesgo de convertir el paro temporal causado por una recesión pasajera en una situación permanente para millones de ciudadanos. Si el mercado laboral no se flexibiliza, el ejército de parados de largo plazo puede acabar causando una inestabilidad social insostenible. Nuestros intentos de salir de la crisis han originado siete grandes vulnerabilidades que amenazan el futuro de nuestras economías. Bernanke piensa que lo peor ya ha pasado. Quizá sí. Pero si queremos evitar la recaída, es imperativo que se corrijan… los nuevos desequilibrios.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona