lunes, noviembre 26, 2007

Cooperación en materia de enseñanza/formación militar entre España y los Estados de Iberoamérica

Por Javier Chinchón Álvarez, Doctor (premio extraordinario) y licenciado en Derecho por la UCM, y licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración por la UAM (FUNDACIÓN ALTERNATIVAS, 06/11/07):

Este trabajo tiene por objeto analizar un ámbito tan clave como de creciente importancia, tanto nacional como internacional, como es la cooperación en materia de enseñanza/formación militar entre España y los Estados de Iberoamérica. Para ello, tras plantear una serie de presupuestos básicos sobre los que se sustentará todo el estudio, se comenzará por presentar un diagnóstico del estado de cosas actual, tanto en lo relativo a las Fuerzas Armadas españolas como a las de los países iberoamericanos, prestando atención singular a las iniciativas, posiciones y políticas en curso en lo referente a la cooperación en enseñanza/formación militar a día de hoy. A continuación se examinarán, comparativamente, los programas que desarrollan algunos países de nuestro entorno en lo que generalmente se ha denominado como “sus zonas de influencia históricas”. Finalmente, se presentarán una serie de recomendaciones, cuantitativas y cualitativas, en aquellos puntos o aspectos en los que se identifiquen, bien deficiencias, bien posibilidades de potenciar los programas implementados, bien oportunidades de explorar (o explotar) nuevas iniciativas; guiando siempre tal empeño, además, en el expreso deseo y necesidad compartidos por el Ejecutivo y el Legislativo españoles de reforzar la cooperación entre las Fuerzas Armadas españolas y las de los países iberoamericanos.

Leer artículo completo (PDF). Disponible también en la Fundación Alternativas.

El nomadismo de las palabras

Por Fred Halliday, profesor visitante del Institut Barcelona d´Estudis Internacionals (IBEI) y profesor de la London School of Economics. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 06/11/07):

En un sagaz comentario, el escritor Juan Goytisolo criticó hace años la idea de que los seres humanos tienen “raíces”. “El hombre no es un árbol: carece de raíces, tiene pies, camina” (El País,24/ IX/ 2004). Por sorprendente que sea esta afirmación, tal vez quepa efectuar una observación similar sobre otra clase de realidad acerca de la que se suele convenir con práctica unanimidad que posee raíces; esto es, las palabras.

Para conocer el origen de una palabra resulta en realidad pertinente entender el vocabulario e historia de una lengua. De hecho, uno de los placeres de estudiar una lengua estriba en observar cómo las palabras han evolucionado a lo largo del tiempo. Sin embargo, en este tránsito suele producirse un desplazamiento espurio que cabe calificar de “determinismo etimológico”, según el cual se afirma que las palabras poseen un significado “verdadero”, “original”, “auténtico” o cualquier otro de modo y manera que los usos subsiguientes serán objeto de crítica si se apartan demasiado de este origen o raíz. Los escritores de convicciones nacionalistas y las autoridades religiosas que emplean textos sagrados profesan especial aprecio a tal pretensión. La palabra griega etimos - de la que deriva etimología- significa ella misma “real” o “verdadero”.

Sin embargo, si se presta un mínimo de atención a cualquier lengua podrá comprobarse que el determinismo etimológico, en el sentido de una declaración de las raíces y la fijeza semántica, resulta insostenible. Nadie que hable de las islas Canarias piensa en su significado original, las islas del Perro (del latín canis).No se da por sentado de ningún manifestante político a favor de un boicot que esté pensando en Charles Cunningham Boycott, el nombre del capitán inglés Charles Cunningham Boycott, administrador de las fincas de un terrateniente absentista en Irlanda en 1880, la fuente de tal calificación. Los que apoyan a ETA que lanzan cócteles Molotov no conocen - ni les importa- la biografía del ministro de Asuntos Exteriores de Stalin, de dilatada carrera.

Esta costumbre del viaje, deambulación y migración de las palabras es evidente a ojos de cualquier persona que, conocedora del inglés, lea actualmente un periódico español o de quien, conocedora del español, lea un periódico en inglés. A primera vista, la prensa española está llena de palabras inglesas, términos que equivalen en mayor o menor medida a su significado inglés original y en consecuencia se clasifican adecuadamente como “préstamos” (palabras prestadas de otro idioma). Algunos se introdujeron en el español a finales del siglo XIX y principios del XX. Se incluirían, entre otros: mitin, líder, fútbol, póquer, rosbif. Muchos más, en los campos de la tecnología, el deporte, la adicción a las drogas, la música, la cultura juvenil y así sucesivamente, han entrado en el lenguaje en tiempos más recientes.

No obstante, el factor que de entrada llama la atención al lector de lengua inglesa de La Vanguardia o El País es la cantidad de estas palabras supuestamente “prestadas” que han adquirido nuevos y distintos significados al emplearse en español. No se trata aquí de los denominados “falsos cognados” ( “falsos amigos”), palabras con un origen común, con frecuencia el latín, que significan cosas distintas tales como por ejemplo “profesor” o “presidente” que en inglés son “teacher” y “primer ministro”. Ejemplos de palabras nómadas incluirían standing, feeling/ filin, footing, pudin cuya traducción en inglés sería “status”, “afection”, “jogging”, “backed dessert”. Algunas palabras supuestamente inglesas no existen en absoluto en inglés: “bicing”, “birding”, “bulling”, cuya forma correcta es, respectivamente, bicycling, bird-watching, bullying.Hallucinated en inglés significa experimentar fantasías o sueños, algo distinto del español “alucinado” ( “fascinado”). I flipped significa en inglés “perdí los estribos”, algo distinto del español “flipar”, estar encantado o entusiasmado por algo. Crack es en inglés una palabra para designar una droga o bien una grieta en una pared u otra superficie; el equivalente del “crack” español, como en el caso de Ronaldinho, se refiere a una “estrella”.

En los últimos decenios, a resultas del turismo británico en España y al propio tiempo de la influencia mexicana e hispana en general en Estados Unidos, muchas palabras españolas han entrado en el inglés: “paella”, “tapas”, “amigo”, “enchilada”, “machismo” o “sangría” por citar sólo algunas. Sin embargo, la influencia del español o el inglés se remonta mucho más atrás, hasta el siglo XVI y los choques de las flotas inglesas y españolas en aguas europeas y caribeñas: así por ejemplo, en 1700 el inglés contaba con las voces “armada”, “junta”, “mosquito”, “armadillo”, “sherry” (de Jerez). Debido a una curiosa transferencia del sentido de respeto, el “don” español dio en emplearse hacia 1660 para designar a los profesores de las universidades de Oxford y Cambridge, de lo que derivó el adjetivo donnish.Poco después vinieron “sombrero”, “patio”, “extravaganza”, “bonanza”, “siesta”, “cork” (de corcho). Muchas palabras inglesas para designar comida o alimentos tuvieron su origen en el español o eran árabes, y posteriormente americanas. Palabras que llegaron al inglés a través de la península Ibérica: tea, coffee, orange, candy del árabe o, por ejemplo, chocolate, chili, tomato, potato, guacamole de las Américas.

Muchas de estas palabras son, en el sentido estricto de la palabra, “préstamos”, equivalentes en mayor o menor medida en inglés al uso español. Sin embargo, también en este caso es de observar un grado notable tanto de nomadismo como de reutilización de palabras o términos.

En algunas ocasiones el inglés intenta imprimir un tono o matiz español espurio a palabras prestadas, generando así palabras inexistentes en español; así por ejemplo, “aguacate” se convierte en avocado,”torero” y “matador” se funden en el híbrido toreador y una tormenta en espiral es un tornado.Aun se halla más extendida, no obstante, la tendencia a dar a estas palabras españolas sentidos considerablemente distintos de los que poseen en la lengua de origen: así por ejemplo en inglés patio es cualquier superficie pavimentada o enlosada cercana a un edificio y no como en español, un patio entendido como espacio cerrado; guerrilla es una persona que libra una “guerra menor o pequeña” equivalente al español guerrillero y no la guerra propiamente dicha; aficionado es una persona con intereses y formación en un asunto o parcela del saber; junta es un régimen militar ilegítimo; macho es una palabra generalmente despectiva, totalmente distinta de la más neutra masculino;cafetería es un local de restauración en régimen de autoservicio adscrito a un lugar de trabajo.

Las implicaciones de este nomadismo son análogas a las que Juan Goytisolo trataba de apuntar con su observación sobre los seres humanos y las raíces: a pesar de que hay gente que intenta fijar, definir y aislar para siempre las lenguas y el vocabulario, lo cierto es que el propio proceso de cambio lingüístico e interacción de las culturas y pueblos así como la pura y esencial creatividad del lenguaje humano a lo largo de los siglos, muy anterior a la globalización actual, son factores que impiden que se produzca esta parálisis.

En lo concerniente a las palabras - como a las personas- es hora de reconocer que poseen ciertamente puntos de origen - y puntos de partida- en común, pero también de constatar que gran parte de su vida posterior las conduce a encontrar moradas, y nuevos significados, en otras tierras y latitudes.

Se acabó hacer las cosas solos

Por Joseph S. Nye, catedrático en la Escuela Kennedy de Gobierno de la Universidad de Harvard; su última obra es Understanding International Conflicts. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. © Project Syndicate, 2007 (EL PAÍS, 06/11/07):

Una lección fundamental que el próximo presidente de Estados Unidos seguramente habrá aprendido de las experiencias del Gobierno de Bush es que el multilateralismo es importante. Las ideas de hegemonía estadounidense y respuestas unilaterales no tienen mucho sentido cuando la mayoría de los grandes retos que afrontamos hoy -problemas como el cambio climático, las pandemias, la estabilidad financiera y el terrorismo- están fuera del control de cualquier país, por grande que sea. Todos ellos requieren la cooperación multilateral.

Naciones Unidas puede contribuir de forma importante a legitimar y hacer realidad los acuerdos entre países, pero hasta sus más ardientes defensores reconocen que su enorme tamaño, los rígidos bloques regionales, la formalidad de los procedimientos diplomáticos y la pesada máquina burocrática impiden, muchas veces, obtener un consenso. Como dice un sabio, el problema de las organizaciones multilaterales es “cómo conseguir que todo el mundo actúe y, al mismo tiempo, que se haga algo”.

Una solución es complementar la ONU con una serie de organizaciones consultivas informales de ámbito regional y mundial. Por ejemplo, durante las crisis financieras que siguieron a las sacudidas del petróleo de los años setenta, el Gobierno francés acogió a los líderes de las cinco principales economías del mundo para debatir y coordinar sus respectivas políticas. La idea era celebrar una reunión pequeña e informal, y para ello limitaron el número de participantes a los que cupieran en la biblioteca del palacio de Rambouillet.

Pero mantener un tamaño reducido resultó imposible. El grupo pasó pronto a ser el G-7 de economías industriales avanzadas. Después se incluyó a Rusia, con lo que se convirtió en el G-8. En los últimos tiempos, la cumbre anual del G-8 ha adoptado la costumbre de invitar a otros cinco países como observadores, con lo que, de hecho, se ha transformado en el G-13.

Con esa expansión han surgido varios problemas. A los nuevos asistentes no les gusta que no se les considere miembros de pleno derecho, con derecho a intervenir en la preparación y organización de las reuniones, y las delegaciones de los países originales están formadas por centenares de miembros cada una. Aquellas cumbres informales se han vuelto poco manejables.

Se han hecho varias propuestas sobre posibles organizaciones multilaterales complementarias. Todd Stern y William Antholis han sugerido la creación de un “E-8″: un foro compacto de dirigentes de países desarrollados y en vías de desarrollo -Estados Unidos, la Unión Europea, Japón, Rusia, China, India, Brasil y Suráfrica- que dedique toda su atención, una vez al año, a los desafíos ambientales y el cambio climático global. Esos Estados constituyen las economías fundamentales de sus respectivas regiones, representan tres cuartas partes del PIB mundial e incluyen a los seis emisores principales de gases de efecto invernadero.

Sin embargo, a algunos críticos les preocupa la idea de que exista un grupo dedicado exclusivamente a un tema. El tiempo de los gobernantes es un bien escaso. No pueden permitirse el lujo de asistir a varias cumbres para cada problema. Además, una geometría variable de asistencia a las reuniones podría dificultar el desarrollo de las relaciones personales y la amplitud de las negociaciones que se dan cuando un mismo grupo de dirigentes se reúne periódicamente para hablar de una mayor variedad de cuestiones. El ex primer ministro canadiense Paul Martin, a partir de su experiencia personal en el Grupo de los 20 ministros de Economía y el G-8, ha propuesto un nuevo grupo informal que denomina el “L-20″, en el que la “L” significa que estaría reservado a los líderes. El L-20 aprovecharía las virtudes originales del G-8, la informalidad y la flexibilidad, para proporcionar un foro consultivo sobre temas como el cambio climático, la salud mundial y la gestión de conflictos.

Martin opina que una reunión de 20 personas tiene seguramente un tamaño razonable para intentar abordar problemas difíciles que afectan a varios sectores. Con un grupo más amplio, se pierde la oportunidad de tener discusiones significativas, y con uno más pequeño, es difícil contar con una auténtica representación regional. El grupo comprendería el G-8 actual, otras economías importantes y las grandes potencias regionales, independientemente de su situación económica.

Marcos de Azambuja, ex secretario general del Ministerio de Exteriores de Brasil, está de acuerdo en que no es posible administrar la vida internacional sólo o principalmente mediante grandes asambleas de casi 200 Estados, con inmensas disparidades de peso político económico. Cree que, para reflejar el mundo en evolución, sería útil un grupo que fuera una especie de “L-14″, y que sería posible formarlo rápidamente mediante la ampliación del G-8 actual a China, India, Brasil, Suráfrica, México y un país musulmán.

Fuera cual fuera la geometría de ese grupo consultivo, su objetivo sería ayudar a la ONU a tomar decisiones y contribuir a la movilización de las burocracias en los países miembros para que aborden las grandes cuestiones transnacionales. Como el G-8, serviría de catalizador para establecer prioridades y centrar la atención de las burocracias nacionales en una serie de asuntos importantes durante la preparación de sus jefes de Estado y de Gobierno para las discusiones. Al G-8 se le atribuye, por ejemplo, el mérito de haber contribuido al progreso de las negociaciones internacionales sobre comercio, haber planteado cuestiones relacionadas con la salud pública y haber impulsado el aumento de la ayuda a África.

Además de saber quiénes serían sus miembros, quedan pendientes otras preguntas. ¿Debería tener ese grupo una secretaría que presentase propuestas comunes, o sería conveniente que funcionara sólo a base de reuniones de funcionarios de los respectivos Estados? La primera modalidad tiene el peligro de crear una nueva burocracia, pero la segunda puede suponer renunciar a la continuidad. ¿Deberían intercambiarse documentos por adelantado, con comentarios de esa secretaría o de otros países? ¿Cómo es posible conservar la informalidad y limitar el tamaño de las reuniones? Tal vez los líderes deberían conformarse con un solo ayudante en la sala, y habría que prohibirles que leyeran declaraciones elaboradas de antemano.

Ninguna de las propuestas que se han sugerido hasta ahora es perfecta, y todavía hay que resolver muchos detalles. Pero ha habido un movimiento de péndulo, del unilateralismo al multilateralismo, y los grandes países del mundo están buscando maneras de que sea más eficaz. Las eternas negociaciones y las situaciones estancadas son algo inaceptable, porque los problemas más graves de nuestros días no pueden esperar a que tengamos soluciones institucionales perfectas.

La troika propone en Kosovo

Por Luis Sanzo (EL CORREO DIGITAL, 06/11/07):

El pasado 22 de octubre, las delegaciones serbia y albanokosovar conocieron los 14 posibles puntos de acuerdo definidos por la troika que supervisa las negociaciones sobre el futuro estatus político de Kosovo. En las propuestas formuladas por los representantes de Estados Unidos, Rusia y la Unión Europea para avanzar hacia una solución compartida destacan tres aciertos, una limitación y una incógnita.

Las propuestas de los mediadores llaman inicialmente la atención por la claridad con que se reafirma la actual independencia de facto de Kosovo. «Belgrado no gobernará Kosovo», se asegura rotundamente en el documento de la troika. Tampoco retornará físicamente al territorio. La orientación hacia la máxima autonomía kosovar es particularmente evidente en la dimensión económica y financiera. Así, se asegura la plena independencia fiscal de Kosovo, su integración en las estructuras regionales de cooperación económica y una relación directa con las instituciones financieras internacionales.

La satisfacción de las demandas de la mayoría albanokosovar, y éste es el primer acierto de la troika, no implica sin embargo el reconocimiento de un nuevo Estado soberano. El texto de los mediadores internacionales no incluye en este sentido, entre sus 14 principios para el acuerdo, la promesa de independencia formal para el territorio kosovar.

La troika delimita, en segundo lugar, una serie de cuestiones de interés mutuo en los que Serbia y Kosovo tendrán necesariamente que trabajar de forma conjunta. Estos asuntos se concretan por ahora en 13 grandes materias. En estas materias, los negociadores sugieren establecer instituciones comunes para el desarrollo de la cooperación, en una línea que apuntaría hacia alguna solución de tipo confederal.

El tercer acierto no se relaciona directamente con los criterios que se mencionan en el documento de la troika, sino más bien con aquellos que no se incorporan a sus 14 puntos pero que les confieren auténtico sentido. Así, si no se alude al principio de integridad territorial y soberanía serbia en que se fundamenta la Resolución 1244 del Consejo de Seguridad de la ONU, la propuesta de los mediadores tampoco sanciona la unidad territorial de Kosovo. El principio de no partición para este territorio no se antepone por tanto al que proclama el derecho de Serbia a su integridad territorial. Si ésta llegara a ponerse en duda, nada en el texto impediría que se discutiera también la posible partición de Kosovo.

Respecto a los límites de la propuesta, debe señalarse la insuficiente consideración de las necesidades de las comunidades nacionales no albanesas. Estas necesidades no pueden analizarse sólo en términos de los derechos individuales que corresponden a los miembros de las minorías culturales. También es preciso contemplar los derechos políticos que corresponden a las comunidades nacionales que conforman el bloque constituyente en el territorio. Por lo que respecta a la comunidad serbia, esto implica considerar el principio de autonomía política para el conjunto de los territorios de Kosovo en los que la población serbia resulte mayoritaria. Por su parte, dada su condición de comunidad perseguida y marginada en el pasado por la mayoría albanesa, es preciso ofrecer a la comunidad romaní un plan específico orientado a su plena integración en la sociedad kosovar.

Finalmente una incógnita: ¿qué implicaciones tendrá la vía propia hacia la asociación con la Unión Europea que propone para Kosovo la troika negociadora? Si al final se impone un modelo de base confederal en las relaciones entre Serbia y Kosovo, el tratamiento del vínculo entre las dos partes de la Confederación y la UE podría dar lugar a innovaciones políticas con repercusión para el futuro de países como España.

A pesar de su trascendencia, resulta prematuro profundizar en las cuestiones planteadas. Nada indica de hecho que los albanokosovares -y quienes los apoyan- vayan a renunciar a su proyecto de acceso unilateral a la independencia. Aún así, las propuestas de la troika permiten vislumbrar por primera vez una salida racional a un conflicto que amenaza con romper los equilibrios en los que se asienta el sistema de relaciones internacionales.

La bomba o los bombardeos

Por Mateo Madridejos, periodista e historiador (EL PERIÓDICO, 06/11/07):

Ante el programa nuclear de Irán, galopan por Occidente los jinetes del Apocalipsis mientras el presidente iraní, el enfebrecido Mahmud Ahmadineyad, extiende su control sobre el régimen teocrático y endurece la represión. Porque la tensión favorece a los radicales. En EEUU, luego de que el Congreso colocara a los Guardianes de la Revolución iraní en la lista de organizaciones terroristas, verdadero ejército ideológico, Bush impuso más sanciones y advirtió de los riesgos de una tercera guerra mundial por culpa del programa de enriquecimiento del uranio, paso inexcusable para fabricar la bomba atómica.

En agosto, ante los malos datos de la coyuntura, Ahmadineyad se apoderó de los mandos del poder económico, mediante la destitución del presidente del banco central y los ministros del Petróleo y de la Industria. Poco después, atacó en el campo de la cultura con el cierre de librerías y la acusación contra los editores que “sirven un plato envenenado a la generación joven” y convierten a los estudiantes en “lacayos de Occidente”, paladina confesión de que el islamismo exaltado fracasó en su intento de erradicar el laicismo y el liberalismo, refugiados en la universidad desde 1979.

LA CAÍDA del régimen iraní en manos de los extremistas repercutió en la diplomacia. El 20 de octubre se supo que el principal negociador iraní en la cuestión nuclear, Alí Lariyani, considerado un pragmático, interlocutor amable y comprensivo de la Unión Europea a través del español Javier Solana, tras caer en desgracia, había sido reemplazado por Said Jalili, estrecho colaborador de Ahmadineyad.

La alarma cunde en EEUU y especialmente en Israel, donde la opinión pública, militarizada tras medio siglo de guerras, escaldada tras el fiasco del Líbano, apoya cualquier medida susceptible de impedir el terrorífico empate nuclear en la región, ya se trate del reciente bombardeo de una central sospechosa de Siria o de apuntar los misiles contra las instalaciones iranís, sin importarle la reacción internacional o las recriminaciones de la ONU. Para la mayoría de los israelís, la bomba en manos de los ayatolás es simplemente un casus belli.

La situación tiene algunas semejanzas con el episodio de las armas de destrucción masiva supuestamente almacenadas por el régimen de Sadam Husein que sirvieron de pretexto para desencadenar la guerra de Irak en 2003. Cuando el director de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA), Mohamed el Baradei, calculó que Irán necesitará “entre tres y ocho años para dotarse de la bomba”, el primer ministro israelí replicó exasperado: “Si El Baradei piensa que una bomba iraní en tres años no es preocupante, a mí me inquieta extremadamente”.

La bomba sigue en el epicentro de la actividad diplomática tras la reciente visita del presidente Putin a Teherán. Retorna al escenario la declaración-amenaza con la que el ministro francés de Exteriores, Bernard Kouchner, sembró la zozobra: “Hemos de estar preparados para lo peor, y lo peor es la guerra”. Washington deja todas las opciones abiertas ante la inminente visita del presidente francés, Nicolas Sarkozy, para el que resulta inaceptable el arma nuclear en manos de un presidente que pronostica de forma truculenta y reiterada la aniquilación de Israel.

La cancillera alemana, Angela Merkel, acudirá después al rancho de Bush y llevará consigo la dispersión y las contradicciones que agarrotan a la diplomacia europea, que abomina del régimen fanático de los ayatolás, pero que no acaba de formular una estrategia autónoma y prefiere demorar las decisiones desagradables con el recurso dilatorio del Consejo de Seguridad de la ONU en el que Rusia y China disponen del derecho de veto.

La escalada verbal y los frenéticos cabildeos diplomáticos no auguran nada bueno cuando la cuestión kurda puede ser la mecha que provoque las explosiones en cadena. Si hemos de creer a The New York Times, los aliados de EEUU y el público se preguntan con aprensión si Bush abandonará la Casa Blanca en enero del 2009 sin haber iniciado la guerra contra Irán. El periódico condena el belicismo de Bush, pero concluye que “el mundo no debe permitir que Irán se dote del arma nuclear”. Su receta parece harto simplista: Bush debe avisar a Moscú, Pekín y los europeos de que las relaciones con EEUU quedarán supeditadas a las presiones que sean capaces de ejercer sobre Teherán.

NINGÚN responsable occidental se resigna a que Irán tenga la bomba, nuevo paso hacia una proliferación aterradora. ¿Qué hacer tras el ejercicio voluntarista y hasta ahora inoperante del diálogo? ¿Cuál es el camino de la “firmeza razonable” que propugnan los moderados frente al “humanismo militar” de Kouchner o el internacionalismo con botas de los neoconservadores? ¿Cómo dar una nueva oportunidad a la diplomacia, según defendió Condoleezza Rice, si la historia enseña que las sanciones son ineficaces?

La cuestión iraní domina incluso la campaña electoral en EEUU y divide a los aspirantes demócratas, con Hillary Clinton alineada con los republicanos, aunque todos los candidatos expresan espanto ante la idea de un Irán nuclear. Porque el dilema entre la bomba de los ayatolás o los bombardeos afecta al tabú de las relaciones con Israel, cuya superioridad militar y seguridad en la región es una prioridad absoluta para EEUU y para Occidente en general.

El éxodo de la derecha religiosa en EE UU

Por Nicolás Checa, director general de Kissinger McLarty Associates, en Nueva York. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 05/11/07):

Es bien sabido que Estados Unidos es uno de los países más religiosos del mundo actual. No debe sorprender a nadie que haya un componente considerable de religión y religiosidad en las políticas y los programas del país. Recientemente se celebró la “Cumbre de votantes por los valores” del Consejo de Estudios sobre la Familia en Washington, una especie de convención de varias organizaciones conservadoras para obligar a los principales candidatos republicanos a atenerse a su sistema religioso y de valores. El resultado de la cumbre fue seguramente más importante de lo que parecería indicar la falsa votación que llevaron a cabo, en la que ganó por estrecho margen el mormón y ex gobernador de Massachusetts Mitt Romney, seguido del gobernador de Arkansas, Mike Huckabee. Ni Romney ni Huckabee son los grandes candidatos republicanos en las encuestas nacionales; ese lugar lo ocupan el ex alcalde de Nueva York Rudolph Giuliani y el antiguo senador por Tennessee Fred Thompson.

Algunos destacados republicanos han señalado que la Cumbre de Valores Republicanos fue una inquisición ideológica y que ninguno de los grandes candidatos republicanos cumplió los criterios mínimos. Como consecuencia, la derecha religiosa no tendrá ningún gran abanderado en las elecciones de 2008. Esta derecha religiosa está dividida y desempeñará un papel mucho menor que en 2000 y en 2004, elecciones en las que fue instrumental con su demonización de John McCain durante las primarias y de John Kerry en las elecciones.

Esta derecha religiosa dividida endurecerá sus posturas concretas sobre temas tradicionalmente tan importantes como la vida (es decir, el aborto), el matrimonio, la libertad religiosa, la evolución y el islamismo radical. Y la derecha no religiosa no puede permitirse el lujo de ver cómo los religiosos se apoderan de la identidad del partido y el proceso de designación de los candidatos. La imagen de los republicanos ya ha sufrido demasiado entre los inscritos como independientes, el “voto marginal” que es decisivo en la política presidencial estadounidense.

Sin los independientes, ni los republicanos ni los demócratas podrán ganar en 2008. En las elecciones de 2006, dos de cada tres independientes inscritos votaron a los candidatos demócratas para la Cámara de Representantes, y cuatro de cada cinco en el caso del Senado. El reto estratégico al que se enfrenta ahora la derecha religiosa es cómo dar con el candidato apropiado, que sea capaz de asumir su programa y de atraer a más gente. Según los últimos sondeos, los demócratas tienen una ventaja estructural. Por primera vez en décadas, son más los estadounidenses que preferirían por un margen de 48% frente a 33% un demócrata, cualquier demócrata, a cualquier republicano.

Los republicanos son muy conscientes de que, después del daño sufrido por la etiqueta de republicano, un candidato de la “derecha radical” no tiene muchas posibilidades en 2008. En esta ocasión, sólo el 60% de los evangélicos blancos preferirían a un republicano que a un demócrata, frente al 80% en 2004. Y el 21% de los evangélicos blancos preferirían a un demócrata que a un republicano, frente al 10% en 2004.

En todos los comicios hay siempre una lógica electoral oculta. Los votantes siempre saben cuál quieren que sea el tema principal. Los candidatos tienen que averiguarlo y comprender que las elecciones no consisten en lo que ellos quieren, sino en lo que quieren los votantes.

En general, los republicanos no saben todavía de qué van las elecciones de 2008. Es muy posible que, todavía hoy, Al Gore no sepa cuál fue el gran tema de las elecciones de 2000. Desde luego, el senador John Kerry no sabe cuál fue el de las de 2004 (ni por qué las perdió). En España, Mariano Rajoy no sabe todavía en qué consistieron las elecciones de 2004. Y, lo que es seguramente más extraordinario, ni Rajoy ni Zapatero parecen saber cuál quieren los votantes que sea el tema fundamental de las elecciones de 2008. Sólo Fred Thompson y Mitt Romney, en el lado republicano, parecen conocer las preocupaciones actuales de los estadounidenses. En el bando demócrata, los senadores Hillary Clinton y Barack Obama son los únicos que parecen tener cierta idea de lo que quieren esta vez los votantes.

Obama alcanzó su máximo apogeo muy pronto, cuando radicalizó sus posiciones sobre Irak y la política exterior para atraer a los votantes radicales en las primarias. Pero varios sondeos privados muestran que hasta los demócratas que votan en las primarias están preocupados por la madurez política de Obama. En seis meses ha conseguido despilfarrar la confianza condicional de los votantes, pese a que sabe hablar como un predicador e identificarse por completo con el programa basado en los valores.

Hillary Clinton, por el contrario, ha resistido la tentación de asumir posturas populistas en asuntos de seguridad nacional como Irak e Irán, con el fin de preservar su imagen de fortaleza y experiencia. Los responsables de la campaña reconocen abiertamente que está dirigida a esas mujeres republicanas, una de cada cuatro (24 %), a las que creen poder “convencer” para que se aproximen al centro y voten por la senadora.

Los votantes nunca se equivocan, nunca. Los políticos, sí. Bush ganó en 2000 y 2004 porque su campaña entendió mejor que la de los demócratas cuál era el tema de las elecciones. Parece muy poco probable que las elecciones de 2008 vuelvan a centrarse en la religión, los valores y la religiosidad. McCain y Obama, en un principio favoritos de los medios, no han sabido darse cuenta de ello.

Según varios sondeos privados, los estadounidenses quieren que las elecciones de 2008 se centren principalmente en la fortaleza y la experiencia, y por eso Hillary Clinton y Mitt Romney van por delante en los Estados de las primeras votaciones, Iowa y New Hampshire. Quizá también sea ésa la razón por la que Romney ganó por estrecho margen la mayoría de los votos en la falsa elección de la Cumbre de Votantes por los Valores.

Irak es claramente el tema más importante para el 35% de los votantes, la sanidad está en un lejano segundo puesto (13%) y la economía en el tercero (11%). Los estadounidenses prefieren a los demócratas que a los republicanos sobre Irak, por un margen de 51% a 31%, pese a que la mayoría no apoya la retirada repentina de las tropas y todavía quiere buscar alguna manera de ganar. Las cuestiones tradicionales de la derecha religiosa (moral, aborto, valores familiares) sólo son la máxima prioridad para el 5%.

Según los biógrafos de Hillary Clinton, la senadora es “la demócrata más religiosa desde Jimmy Carter”, y, sin embargo, no va con la religión por delante. No tiene por qué. Sería peligroso hacerlo ahora. El electorado ha decidido que el programa basado en los valores puede ser una cuestión importante e incluso decisiva en las primarias republicanas, pero no parece probable que lo sea durante las elecciones generales.

A medida que adquieren confianza en sí mismos, los demócratas empiezan a coquetear con el riesgo y empiezan a abandonar el centro, no en materia de valores o religiosidad, sino en política económica, sobre todo en cuestión de gastos y fiscalidad. Al final, ese alejamiento demócrata del centro económico podría ser la única manera posible de que los republicanos vuelvan a ganar la Casa Blanca.

Los demócratas, encabezados por la senadora, se han acercado al centro en materia de seguridad nacional. Pero todavía no han vuelto a hacerse con el centro político. Pero los republicanos también deben tratar de deshacer su éxodo del centro y recuperarlo. Aunque, por el momento, su estrategia para recobrar ese centro, en el que se ganan y se pierden casi todas las elecciones, por no decir todas, parece consistir en irse aún más hacia la derecha, sobre todo en cuestión de valores y religiosidad.

Estampas británicas

Por Javier Zarzalejos (EL CORREO DIGITAL, 05/11/07):

La sucesión de Tony Blair y la temporada de convenciones que celebran anualmente los partidos británicos han hecho emerger algunos debates que, sin necesidad de forzadas extrapolaciones, presentan cierto interés, contemplados desde la perspectiva española.

La primera de estas controversias es la que ha mellado el estreno del sucesor de Blair, Gordon Brown, hasta el punto de aupar al Partido Conservador de David Cameron -que, dicho sea de paso, tampoco es Churchill- hasta una ventaja de ocho puntos sobre los laboristas. La causa, en buena medida, obedece a la decisión de Brown de no convocar elecciones anticipadas cuando los sondeos reflejaban todavía la buena disposición del electorado inmediatamente después de que el nuevo primer ministro se mudara del número 11 al 10 de Downing Street.

Parece pues que los británicos estaban preparados para ir pronto a las urnas. Unos lo comprendían y justificaban como la decisión lógica de un primer ministro que quiere ganarse su propia legitimación tras heredar el cargo de una figura tan carismática como Tony Blair. Otros, es decir, la mayoría de su propio partido, parecían desear que se pusiera fin a la legislatura para culminar un proceso de sucesión no exento de tensiones y, al mismo tiempo, acudir al electorado para que el éxito esperado hiciera cicatrizar las heridas, sobre todo internas, dejadas por la gestión de Blair, quien ha llevado al laborismo a un periodo de gobierno sin precedente pero a cambio de exigir el apoyo de su partido a políticas públicas y decisiones estratégicas nada fáciles de asimilar para muchos laboristas. Además, después de años instalado en el fracaso, el Partido Conservador ha ido adquiriendo hechuras de alternativa bajo el liderazgo de David Cameron, que en este momento se beneficia también de la crisis del Partido Liberal.

Pero Gordon Brown tenía otros cálculos. Ha apelado al interés general para justificar su decisión de agotar la legislatura. Muchos veían en unas elecciones anticipadas la auténtica respuesta a las exigencias del interés público, mucho más que mantener un gobierno a modo de apéndice político de Blair, que sólo puede aspirar a escribir el epílogo a la larga estancia en el poder de aquél. Brown -y aquí a alguno le habrán pitado los oídos- ha querido abrir una legislatura dentro de la legislatura, construir su propia figura como primer ministro y demostrar lo que curiosamente parecía eximido de probar. A Brown se le atribuye una inteligencia portentosa. Es dudoso, sin embargo, que eso sea suficiente para salir airoso de su gran apuesta personal y política. Corre el riesgo de ser finalmente derrotado por la engañosa normalidad que ha querido imprimir a su gestión. El tiempo en política es una magnitud que reporta magníficos resultados a los que saben medirlo y se alían con él, pero que resulta implacable con los que lo ignoran. La primavera de 2008 podría ser testigo del fracaso de dos pujas contra el tiempo político. Una, la de Gordon Brown. La otra, la de José Luis Rodríguez Zapatero. Al presidente del Gobierno le quedan cinco meses para comprobar si su lucha contra el tiempo perdido, contra los cálculos equivocados, contra el fracaso de su arrogante adanismo prevalece apoyada en la frenética propaganda de los mensajes más dispares firmados por el «Gobierno de España» y en la perduración del eco del 11-M. Frente al acreditado tacticismo de Rodríguez Zapatero, su clamorosa falta de proyecto y el rápido deterioro de las expectativas económicas pueden frustrar su soberbia pretensión de que los ciudadanos le voten por agradecimiento hacia lo que ha hecho en vez de por apoyo a lo que vaya a hacer.

La carrera electoral que se ha iniciado en el Reino Unido ha traído de la mano del Partido Conservador otro debate, en este caso constitucional, que merece la pena mirar. Se trata de la llamada ‘West Lothian question’, que, formulada en los años setenta, ha reaparecido tras la culminación del proceso autonómico de Escocia. Fue entonces, al principio de la década de los setenta, mientras se debatía la concesión de un régimen autonómico a Escocia en un primer proyecto que finalmente no salió adelante, cuando el diputado laborista por la circunspcripción escocesa de West Lothian, Tam Dalyell, formuló el problema con la aplastante sencillez y el rigor con los que el sistema político británico suele aplicar la lógica democrática. En efecto, si Escocia recibía el poder de legislar en materias sobre las que el Parlamento británico ya no podría decidir, los diputados escoceses en el Parlamento de Londres se encontrarían en la paradójica situación de que, tratándose de una materia transferida, votarían leyes para ser aplicadas en Inglaterra pero no podrían votar leyes sobre ese mismo asunto para Escocia. Para Inglaterra, este efecto resultaba más injustificable: los diputados escoceses pueden votar -y, en función del reparto de escaños, llegar a decidir- sobre asuntos ingleses como sanidad o educación mientras los diputados ingleses no pueden hacer lo propio en relación con Escocia por tratarse de materias transferidas a la competencia del Parlamento autonómico. Hoy, el problema se encuentra agravado por la neta superioridad laborista en Escocia frente a un Partido Conservador que todavía circunscribe su radicación política a Inglaterra.

Para resolver este nudo constitucional el Partido Conservador propone constituir dentro de la Cámara de los Comunes una comisión integrada por y sólo los diputados ingleses, con competencia legislativa para tramitar sobre los proyectos y proposiciones de ley que únicamente afecten a Inglaterra. La iniciativa, una vez aprobada por el Comité, sería elevada al pleno de la Cámara que, por convención, no podría rechazarlo.

La solución, sin embargo, no es tan fácil. Piénsese en la posición casi insostenible de un primer ministro escocés -Brown lo es- que quedase excluido del debate de leyes que afectan al 80% de la población del Reino Unido y en el que participa un porcentaje similar de los diputados al Parlamento de Westminster, o imagínense los problemas de gobernabilidad con mayorías variables dentro de la misma cámara. Antes estas y otras objeciones hay quien propone como solución una cámara de representación territorial ahora que el Reino Unido es un Estado descentralizado. Otros consideran practicable la respuesta que los conservadores quieren dar a la ‘West Lothian question’ con cautelas añadidas para evitar consecuencias autodestructivas del propio régimen parlamentario. Y los hay también que creen que la mejor respuesta consiste en no hacer la pregunta y que sea la práctica política y parlamentaria la que vaya ahormando la paradoja.

En cualquier caso, nuestra conocida fascinación por lo que hacen los británicos, ya sea el proceso de paz en Irlanda del Norte o, ahora, la autonomía de Escocia, a la que los nacionalistas quieren llevar también camino de la autodeterminación, aconseja tener en cuenta, para lo que pueda servir, un debate como éste. En él se plantea un problema central para la democracia que en absoluto nos es ajeno: la cuestión de la integridad del Reino Unido y de su Parlamento como el sujeto político determinante y, en consecuencia, la relación subordinada de la autonomía respecto a la soberanía. Por eso, el apartado 7 del artículo 28 de la ‘Scottish Act’, la ley que confiere y define el régimen autonómico de Escocia, precisa que dicho artículo -que atribuye al Parlamento escocés la competencia para aprobar leyes- no afecta al poder del Parlamento del Reino Unido para dictar leyes para Escocia, incluso en materias de la competencia de esta región. Algo puede aprenderse de la cuna de la democracia contemporánea en Europa, del Reino Unido de las ‘cuatro naciones’ que a pesar de serlo se plantea serenamente problemas que aquí la izquierda preilustrada -en expresión del historiador José Varela Ortega- intenta ridiculizar por una mezcla de desprecio y mala conciencia.

Solidaridad en la diferencia

Por Ramin Jahanbegloo, filósofo iraní, y catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Toronto. Traducción de M. L. Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 04/11/07):

En una famosa charla pronunciada ante los dominicos en París, el escritor y filósofo francés Albert Camus dijo: “El diálogo sólo es posible entre personas que permanecen fieles a lo que son y que dicen la verdad. El diálogo no tiene sentido si no hay verdad. La única base sobre la que puedo construir una comunión con los creyentes de otras religiones es la búsqueda común de la verdad”.

Estas palabras de Camus resuenan hoy en un mundo de sociedades y culturas en rápida transformación. Sin embargo, cuando Camus habla de una “búsqueda común de la verdad”, está subrayando el hecho de que no tiene sentido entablar el diálogo si los interlocutores no dicen la verdad. Y también afirma que la única base sobre la que podemos construir un diálogo compartido con los representantes de otras tradiciones y culturas es la búsqueda común de la verdad. En un mundo que ha perdido confianza en el poder de la verdad, creer que, juntos, podemos vivir en la verdad, puede servir para curar intolerancias y confrontaciones violentas.

En palabras de Havel, “la verdad prevalece para quienes viven en la verdad”. Pero aunque muchos aplaudieron esa idea en su momento, a la hora de la verdad carecen de ese sólido concepto de verdad que les permita hacer frente hoy a problemas como la violencia, la corrupción y el fundamentalismo.

La gente creía que el final de la Guerra Fría iba a permitir un nuevo mundo de felicidad y responsabilidad moral, pero de pronto está dándose cuenta de que éste es un mundo muy manipulador y peligroso. Y cuando uno ve los peligros, ve la enorme importancia que tiene el hecho de liberar la verdad sin ninguna responsabilidad. “Vivir en la verdad”, como nos propone Havel, es un concepto admirable y necesario. Aunque no puede concretarse en ninguna actividad, la mejor forma de definirlo es como una revuelta contra la manipulación que lleva a cabo el sistema actual. Por consiguiente, aunque vivir en la verdad no es un acto político, sí es el punto de partida para todos los actos políticos en la sociedad. Y la verdadera esfera de diálogo es el campo en el que se libra la batalla moral entre vivir en la verdad y vivir una mentira.

Vivir en la verdad refuerza una actitud moral respecto a la cuestión mundial de la diversidad y el respeto a las diferencias. Es el acto de negarse a participar en las mentiras cotidianas que constituyen la base de las intolerencias y los fundamentalismos, tanto los laicos como los religiosos. Vivir en la verdad es, por tanto, una estrategia que requiere un diálogo entre individuos y culturas dirigido a romper el círculo vicioso de odio e indiferencia y a evitar el efecto destructivo de las acciones violentas.

La necesidad de oponernos a la indiferencia y la violencia nos lleva a la pregunta de cómo identificar el espacio de la diversidad cultural incluyendo el reconocimiento del papel desempeñado por la sociedad civil en la lucha por el pluralismo social y político. La reflexión sobre el pluralismo de valores y la reacción ante las diferencias culturales forman el centro del espacio que ha logrado labrarse la política de la diversidad.

Lo que la política de la diversidad pide no es el mero hecho de tolerar las diferencias, sino de afirmarlas por sí mismas y como forma de facilitar un sentimiento de solidaridad y comunidad. Es más que una filosofía de “vive y deja vivir”. La política de la diversidad parte de la premisa de que la afirmación del carácter único de la humanidad va de la mano del derecho al pluralismo cultural y a las diferencias culturales. La idea fundamental es que el sentimiento de pertenencia a una cultura mundial sugiere la idea de diálogo intercultural y una disposición a acoger y administrar las diferencias culturales, religiosas y étnicas. En otras palabras, cada cultura y tradición puede mantener su identidad sólo en un contexto en el que exista interés por la cultura humana en su conjunto. Es decir, la diversidad sólo puede florecer en un espacio en el que se reconozca su valor.

La diversidad cultural presupone distintas formas de vivir juntos y participar en la vida cultural que uno quiera. La idea del pluralismo cultural o la interculturalidad está unida a la de las diferencias en el mundo. Incluso parece que el propio concepto de cultura se ha extendido e influye en el de identidad. Como consecuencia, la interculturalidad no empieza simplemente donde acaban las fronteras de un Estado, y el respeto a la identidad cultural puede incluir los derechos de los grupos y de los individuos. Hoy en día, hay una visión caleidoscópica del mundo que ha sustituido al discurso monolítico lineal y ha generado cambios constantes en el pensamiento relacional que inspira nuestro legado cultural común. Este legado cultural común se presenta como una vasta red de interconexiones que se unen en un caso de coexistencia.

El carácter mutuo de las diferencias hace que el diálogo sea una necesidad en nuestro mundo, porque está presente en los intercambios de todo tipo: en el plano cultural en forma de multiculturalismo; en el plano de la identidad como identidades fronterizas, y en el plano del conocimiento como un espectro de interpretaciones. Si estamos de acuerdo en que el diálogo implica cierto tipo de intercambio de opiniones, seguramente podemos centrar nuestra atención en el aspecto dialógico de la diversidad. La diversidad, desde luego, no puede nunca ser objeto de celebración sin un diálogo ético y hermenéutico en el que los interlocutores traten de aprender de la otra cultura.

Para manejar una política de la diversidad, la sociedad necesita desarrollar y gestionar las distintas identidades culturales mediante el descubrimiento de una lógica de la unidad que sirva de compromiso creativo entre las diferentes comunidades. Es decir, en vez de acentuar las virtudes de una libertad atomizadora, la política de la diversidad hace hincapié en cómo pueden tener los ciudadanos de una sociedad un papel más importante en la esfera pública, a base de abrir las fronteras mentales entre los representantes de distintas culturas. En el corazón de esta política de la diversidad podemos hallar una ética de mutua comprensión que fomente el cultivo de valores compartidos por todos los ciudadanos. Más aún, esa ética de mutua comprensión alimenta un sentimiento común de pertenencia a una cultura común de base intercultural, que une distintas identidades culturales y religiosas y, al mismo tiempo, respeta sus diferencias. Dado que las culturas diferentes representan distintas concepciones de la buena vida y no captan más que una parte de todo el destino humano, se necesitan entre sí para comprender el significado de la vida. Ninguna cultura puede representar toda la verdad de la vida humana. Eso no quiere decir que todas respeten la libertad humana y los derechos individuales de la misma forma ni que merezcan el mismo respeto, pero sí que ninguna cultura es tan humanista como parece si está encerrada en sí misma y es capaz de vivir sin las demás.

La filantropía y el círculo virtuoso

Por Joan J. Guinovart, director del Institut de Recerca Biomèdica, presidente de la Confederación de Sociedades Científicas de España (LA VANGUARDIA, 04/11/07):

Esto no es América”; “es responsabilidad del Gobierno”, “aquí no tenemos esa cultura”. Ésas son las explicaciones (¿o son excusas?) a la baja cantidad de donaciones para investigación científica que se da en Europa en general y en España en particular. Si bien en la mayoría de los países europeos hay realmente una tradición de mecenazgo artístico y cultural, sólo en el Reino Unido la filantropía se vuelca de forma significativa en el apoyo a la investigación.

Sin lugar a dudas, si Europa quiere mantener a largo plazo su Estado de bienestar y su prosperidad económica y social, tiene que convertirse en un líder en I+ D. Esos son los motores de la economía basada en el conocimiento que determinará el triunfo de los países en el siglo XXI. Desgraciadamente, la situación no es halagüeña y la inversión media de la Unión Europea en I+ D no llega al 2% del PIB, cuando en Estados Unidos es del 2,6% y en Japón supera el 3,2%. Estamos, pues, lejos de poder cumplir los compromisos de las cumbres de Lisboa y Barcelona y alcanzar el 3% en el año 2010. Ello es causa de preocupación y hay que tomar todo tipo de medidas con el fin de paliar este déficit.

En este contexto, el mecenazgo y las donaciones pueden contribuir de forma sustancial a aumentar los fondos destinados a la investigación. Eso ya ocurre de forma muy notoria en Estados Unidos y en otras partes del mundo. La cantidad de donaciones en Estados Unidos es colosal y las destinadas a instituciones de educación e investigación ocupan el segundo lugar, sólo por detrás de la religión. Impacta saber que las tres cuartas partes proceden de personas particulares.

Uno de los mayores problemas es la percepción de que la investigación científica debe ser subvencionada por el Gobierno. Los donantes se preguntan: ¿por qué debo dar a un centro de investigación si ya lo mantiene el Estado? Es cierto que los gobiernos proporcionan los fondos básicos de funcionamiento. Sin embargo, el coste de la investigación puntera es hoy en día tan elevado, que los aportes extras son los que pueden hacer la diferencia entre un centro bueno y otro extraordinario. Los gobiernos deben continuar invirtiendo en investigación, pero el mecenazgo puede desempeñar un papel fundamental en muchos aspectos y contribuir a diversificar las fuentes de financiación. De hecho, hay una relación muy clara entre la posición que ocupan las universidades en el ranking mundial y su capacidad de atraer fondos procedentes de la filantropía. Las que se sitúan en los 20 primeros puestos son, precisamente, aquellas que han sabido montar campañas que atraen miles de millones de dólares. Ésa es la mejor prueba de que el mecenazgo es lo que marca las diferencias.

En primer lugar, las fundaciones pueden tener un papel fundamental, complementando, sin sustituirlo, al dinero público. Pueden actuar de forma más ágil, flexible y libre que las instancias oficiales. Son capaces de responder más deprisa y sin necesidad de alcanzar acuerdos políticos. Gracias a ello pueden contribuir a explorar nuevas áreas, correr más riesgos y comprometerse en reformas que los organismos oficiales rechacen por considerarlas excesivamente atrevidas. Se pueden así convertir en auténticos agentes de los proyectos más audaces, contribuyendo a la necesaria evolución del sistema de I+ D.

Por lo que se refiere a los particulares, es necesario que las instituciones sean capaces de identificar los intereses de los potenciales donantes y ofrecerles vías de canalizarlos de forma que se sientan gratificados, creando con ellos una relación personal y duradera. Para ello, es fundamental disponer de instrumentos que permitan a los ciudadanos entender y valorar los avances científicos y su enorme impacto. Ello es relativamente fácil en el área de la medicina, pero puede lograse igualmente en otros campos del saber. Sólo entonces aumentará el prestigio de la investigación y atraerá la atención de los mecenas.

Hasta muy recientemente las grandes empresas españolas se sentían más inclinadas a patrocinar actividades culturales o sociales que la investigación. Afortunadamente, en los últimos años, estamos viendo como la situación va cambiando y tanto fundaciones como donantes están haciendo generosas aportaciones a proyectos científicos, particularmente biomédicos, iniciando así una tendencia muy positiva. Eso ha ido de la mano de la creación de centros de investigación de excelencia que, por su alto nivel, son percibidos como merecedores de las ayudas. Estamos ahora en condiciones de cerrar el círculo virtuoso: los fondos adicionales procedentes del mecenazgo deben proporcionar los recursos extras necesarios para que esos centros ganen en calidad y visibilidad. Ello les permitirá atraer a mejores científicos, que, a su vez, los van a colocar en la Champions de la investigación. Y si no son seguidores del fútbol, el mismo mensaje lo encontrarán en el Evangelio de Mateo, capítulo 25, versículo 29.

¿El túnel al final de la luz?

Por Samuel Hadas, analista diplomático; primer embajador de Israel en España y ante la Santa Sede (LA VANGUARDIA, 04/11/07):

La secretaria de Estado Condoleezza Rice sabe de historia, aunque a veces pareciera que, por lo menos en lo que respecta a la historia de Oriente Medio, igual que su jefe, el presidente George W. Bush, poco ha leído. Ello, si juzgamos la actuación de su Administración en esta sufrida parte del mundo, donde se agudizan prácticamente a diario los problemas en sus cada vez más peligrosos focos de tensión. La lista es larga: la carrera armamentista nuclear iraní y las aspiraciones hegemónicas de su régimen teocrático; la guerra en Iraq, de hecho una guerra civil-étnico-religiosa, con el agregado de los vientos de guerra que sacuden la frontera de Turquía con el Kurdistán iraquí; el problema de Líbano, víctima de guerras y designios de otros; la crisis con el régimen sirio; Sudán y la guerra olvidada en Darfur y la posible reanudación de las hostilidades con el sur cristiano y animista, etcétera. Y, por supuesto, el conflicto palestino-israelí, para cuyo tratamiento han convocado, para fines de este mes, la conferencia de Annapolis. En la nueva iniciativa de Washington muchos ven la luz asomándose al final del túnel. En realidad, más bien parecería que al final de la tenue luz que se distingue, nos espera la entrada de otro prolongado y sinuoso túnel.

En su reciente visita a Oriente Medio, la séptima en un año, la secretaria de Estado, que acaba de prometer que dedicará toda su energía en los catorce meses que le restan a la Administración Bush a obtener un Estado palestino viable, algo en lo que sus predecesores fracasaron, desplegó una intensa labor de mediación entre las partes, pero los resultados estuvieron muy lejos de complacer tanto a ella como a sus interlocutores. A su regreso a Washington recordó que, al fin y al cabo, la mediación de Estados Unidos en el conflicto de marras tiene una larga historia y decidió que quizá sea bueno aprender de la experiencia de otros y extraer conclusiones que le sean de utilidad, por lo que recurrió al consejo de personalidades que estuvieron involucradas anteriormente en mediaciones en el conflicto. Rice se vio con Jimmy Carter, quien logró el acuerdo de Camp David de 1978, que condujo al primer acuerdo de paz árabe-israelí, entre Egipto e Israel. Habló con Bill Clinton, así como con su secretaria de Estado, Madeleine Albright, protagonistas de varios intentos exitosos y otros fallidos, así como con sus antecesores Henry Kissinger y James Baker. También fue convocado el negociador de Clinton y de Bush padre, Dennis Ross, el norteamericano que tiene más horas de conflicto palestino-israelí. Se comentó que en el verano último, Rice solicitó a su departamento la preparación de un voluminoso documento sobre la historia de la mediación de su país en la región.

Mientras algunos destacados ex diplomáticos estadounidenses, en carta a su presidente, indican que la conferencia constituye una “genuina oportunidad de progreso hacia la solución de dos estados” y que un resultado positivo contribuiría a reducir la inestabilidad en la región, las malas lenguas hablan del encuentro entre tres lame ducks (patos cojos, referencia a la debilidad o al inmovilismo que caracteriza a quienes se acercan al final de su mandato): Bush; el primer ministro israelí, Ehud Olmert, y el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abas, todos ellos en estado de inseguridad y encogimiento. Las palabras del premio Príncipe de Asturias, el escritor Amos Oz, de que “el Gobierno actúa como un médico que rehúsa llevar a cabo una crítica operación quirúrgica pese a que el enfermo está dispuesto”, pueden muy bien aplicarse a los tres.

Las diferencias entre palestinos e israelíes son tan fundamentales que Rice tiene serios obstáculos en acercar a las partes, lo que pone en peligro la realización de la conferencia. Actualmente sigue encontrándose en la tierra de nadie entre el éxito y el fracaso: mientras el primer ministro israelí habla de que Annapolis sólo debe crear el “medio ambiente que estimule conversaciones directas”, el presidente palestino exige que la agenda incluya los temas del “meollo del conflicto”. A Rice no le queda otro recurso que reducir las expectativas para el caso de que la conferencia tenga que ser aplazada, lo que sería un fracaso de su nueva política o, peor aún, que tenga lugar y se malogre. Por el momento, los vientos de paz no cobran fuerza. En la población palestina e israelí, bastante indiferente por el momento al intenso quehacer diplomático, la percepción generalizada es que “nada serio saldrá de Annapolis”. La sensación es de que los líderes no están seguros de la dirección en que van. Si la conferencia fracasa, la indiferencia podría transformarse en profunda decepción, lo que avivaría las polémicas KRAHN y divisiones internas en ambas partes, además de provocar una nueva espiral de violencia entre palestinos e israelíes.

De no lograrse un acuerdo, insinúan negociadores palestinos, ello no solamente podría significar un golpe mortal a los moderados, sino el fin de su presidente, además de colapsar las instituciones palestinas y crear las condiciones para que Hamas se haga con el poder también en Cisjordania. Por otra parte, el colapso del proceso político afectaría la seguridad de Israel, arguyen expertos israelíes, porque crearía una nueva situación que lo obligará a elaborar una nueva estrategia para el día después: la creciente amenaza del islamismo fundamentalista y el peligro existencial representado por el armamento nuclear de un régimen fanático cada vez más agresivo se suman a la posibilidad de un nuevo estallido palestino-israelí, de consecuencias imprevisibles.

El ejemplo de Finlandia

Por Isabel Celaá (EL CORREO DIGITAL, 04/11/07):

Durante la segunda semana de septiembre, parlamentarios y miembros del Gobierno, en una delegación conjunta, viajamos a Finlandia, para visitar un número importante de escuelas de aquel país. Queríamos conocer las razones del éxito del Sistema Educativo Finlandés, dados los excelentes resultados alcanzados en las pruebas PISA (Programa de Evaluación Internacional de Alumnos diseñado por la OCDE a finales de los años 90). Probablemente, este éxito ha sido el resultado de una serie de factores; al menos desde que, en 1968, el Sistema Educativo Finlandés se decantó 22 años antes que la LOGSE española, por un modelo comprensivo, general, igual para todos, desde los 7 hasta los 16 años, aunque diversificado y adaptado a las necesidades educativas especiales.

Un modelo que difiere del todavía vigente en países como Alemania y Austria, que mantienen un sistema en paralelo (bachillerato / formación profesional), de opción obligatoria a una edad tan temprana como los 11 años, cuando todavía el alumno no conoce ni sus aptitudes ni su vocación. Es, sin embargo, el modelo comprensivo finlandés el que permite que, tras la educación general básica, algo más del 94% de alumnos de 16 años ingresen en la enseñanza post-obligatoria. Y también el que favorece que, tanto el bachillerato como la formación profesional se conciban como ciclos de tres años, que pueden ampliarse o acortarse en un año, en función de la enseñanza personalizada, de acuerdo con las competencias del alumno.

Porque en Finlandia, la organización de la escuela no se vincula a la rígida ordenación de cursos-año para todos los de la misma edad, como hacemos aquí, sino a una oferta general que presenta menús diversos que alumnos de distintas edades confeccionan, adecuadamente supervisados y aconsejados por el servicio de orientación del centro. Así, el bachillerato, que arroja el abandono más bajo en todo el sistema educativo finlandés (equivalente a un 2%) se organiza en modo semejante a nuestro sistema universitario. Contrasta, por ello, la general aceptación social y política de esta organización tan flexible con las duras críticas vertidas por sectores afines a la derecha contra nuestra reforma del bachillerato a la luz de la LOE, que exige repetir curso solo cuando hay cuatro asignaturas suspendidas. En Finlandia no se repite lo aprobado. Simplemente se acumula y creo que es una buena idea.

Cabe destacar, igualmente, la descentralización de un sistema educativo que, a efectos presupuestarios, es financiado en un 57% por el Ministerio de Educación, y en el 43% restante por los municipios, que son grandes agentes activos a la hora de completar el currículo -diseñado por un Consejo nacional de Educación- y ajustarlo a las necesidades y vocaciones de cada una de las zonas en las que se ubican las diferentes escuelas. Unas escuelas que, por otra parte, comparten esa autonomía que es propia de todo el sistema.

Llama, por otra parte, la atención, pensando en clave interna, el hecho de que la legislación finlandesa en materia de Educación se actualiza aproximadamente cada diez años. No parece, pues, que, en contra de lo que afirma la derecha, sean las modificaciones legislativas la causa del supuesto enredo en que se encontraría el sistema educativo español. Y, pensando en el sistema educativo de Euskadi, no puedo dejar de referirme a otra característica que, a mi entender, es una de las claves del éxito educativo en Finlandia: y es el cuidado de la lengua materna. Del finlandés en este caso, que es la lengua de un 92% del alumnado. Pero también de otras lenguas que conviven en este país.

Porque hay otro 6 % de alumnos que hablan el sueco, a los que se ofrece la oportunidad de asistir a colegios suecos; y un 2 % más en el norte, que tiene el sami, la lengua de Laponia, como idioma propio, y a los que también se les reconoce el derecho de estudiar en su idioma en la escuela pública. También en esto hay mucho que aprender, aun siendo conscientes de que la situación vasca es más compleja en este aspecto. Podemos aprender de Finlandia el enorme respeto a la lengua materna, que no olvidamos. Pero, a la vez, mantenemos con firmeza el acuerdo político para favorecer el euskera, lengua cooficial en el País Vasco, aunque sólo sea la lengua materna para algo menos de un 25 %. Todo lo cual nos obliga a seguir definiendo determinados equilibrios.

Me interesa, por último, destacar algo en lo que nunca se insistirá demasiado y que confiere carácter de ejemplaridad a la experiencia finlandesa: y es la importancia estratégica concedida a la Educación, como factor primordial de desarrollo de un país. Considero ejemplar -también para Euskadi y para el conjunto de España- la movilización social de un país que, saliendo pobre tras el fin de la II Guerra Mundial, puso toda su fuerza en el desarrollo de la Educación, con una enorme confianza en sí misma y en sus posibilidades de éxito. Para la sociedad finlandesa, la Educación ocupa el primer lugar de su escala de valores. Y la preparación de sus profesionales, que gozan de gran prestigio social (tras una selección en la que sólo un 10% de los candidatos es aceptado por las universidades), es mencionada siempre con orgullo.

Si resalto de tal modo esta experiencia educativa, que para más de uno podría parecer exótica, es porque los desafíos de la sociedad finlandesa del siglo XXI son parecidos a los nuestros; y los instrumentos para gestionarlos, también. Por eso, debemos trabajar aquí en organización y en autonomía de la escuela, en diversificación de currículo, en flexibilidad de itinerarios, en acuerdos sociales y políticos. Lo que nos falta es saber encontrar el tesoro a la puerta de nuestra propia casa, como lo encontró, tras dar la vuelta al mundo, aquel judío de Cracovia que tan bien relata Mircea Elíade.

El remiendo de Lisboa

Por Roberto Velasco (EL CORREO DIGITAL, 04/11/07):

La euforia mostrada por los líderes políticos europeos con motivo del acuerdo alcanzado en Lisboa para sustituir la fallida Constitución ha contrastado con la frialdad y el desinterés con los que ha sido recibido por la población de los 27 Estados miembros. Falta ahora la ratificación en los parlamentos nacionales (con la segura excepción de Irlanda, cuya legislación obliga a organizar un referéndum) del que se llamará Tratado de Lisboa, aunque no hay que ser muy perspicaz para estimar que su paso por las diferentes cámaras legislativas no arrastrará demasiada pena pero tampoco un ápice de gloria. El distanciamiento entre los líderes europeos y los ciudadanos es cada vez más notorio y tampoco el resultado de dos años de negociación y de apaños es para ilusionar a nadie, más bien lo contrario.

En efecto, el Tratado de Lisboa no es sino una salida pragmática y modesta del bloqueo psicológico en el que los noes de franceses y holandeses sumieron al proyecto constituyente europeo en 2005. Una escapatoria consistente en reducir las ambiciones europeístas, aceptando que algunos Estados impongan sus condiciones para el presente y establezcan sus particulares límites para el futuro de la integración. De esta guisa, algunas cesiones de mayor o menor importancia se han realizado para lograr a última hora el voto favorable de Polonia, Italia o Irlanda, pero el caso británico ha sido una vez más tan escandaloso que puede asegurarse que el Tratado de Lisboa tendrá otra hechura (’taylor made’), por no decir que será completamente distinto, para el Reino Unido.

En resumen, el Gobierno de Londres ha logrado que no se aplique en su país la Carta de Derechos Fundamentales, así como una serie de excepciones que le permitirán participar ‘a la carta’, cuando y como quiera, en las políticas de justicia e interior. El Tribunal de Justicia de la UE no tendrá jurisdicción durante al menos cinco años (y luego ya lo decidirá el Reino Unido) sobre la legislación británica en idénticas materias, garantizándose el Gobierno de su Graciosa Majestad la libertad de quedar fuera de las decisiones sobre control de fronteras del área Schengen y, al mismo tiempo, la posibilidad de participar cuando lo desee en la cooperación policial. En definitiva, los negociadores del Reino Unido han conseguido dar forma política a la famosa ley del embudo: estar dentro de la UE para las cuestiones financieras y comerciales que le interesen y evitar el predominio judicial y policial que el eje franco-alemán ejerce a través de la Comisión Europea. Todo ello sin participar en la zona euro y sin que nadie ose sugerir a los británicos el abandono de la Unión, una posibilidad que, ahora sí, queda perfectamente contemplada y explicada en el acuerdo lisboeta. En el colmo de su anglofilia, algunos parecen creer que la salida británica dejaría ‘aislado’ al continente y ya sólo falta que nos coloquen a Tony Blair como presidente ejecutivo de la Unión (cargo de nuevo cuño) para que salgamos todos a la calle dando vivas a la democracia interna y olés a la igualdad de oportunidades.

A los eurócratas les gusta decir que la construcción de la UE no queda otro remedio que hacerla ‘paso a paso’, y seguro que el dado hace unos días en Lisboa no es para ellos sino una etapa intermedia más, necesaria pero no suficiente. En el otro lado del péndulo están quienes piensan que Bruselas pretende ni más ni menos que despojar, ‘tratado a tratado’, de toda soberanía nacional a los Estados miembros. Pues bien, en este caso cabe decir que algunas innovaciones previstas en el enterrado texto constitucional se mantienen en el gran remiendo lisboeta, pero tanto el resultado final obtenido como el camino recorrido para alcanzarlo «muestra las carencias de una Europa políticamente anémica y la falta de voluntad de muchos dirigentes europeos, y también de sus pueblos, de continuar la integración imaginada por los fundadores de la Europa unida» (Josep Borrell). La opinión más compartida es que estamos a años luz de lograr una unión de Estados que conformen una sola entidad, más allá de la deriva económica. De hecho, para empezar, en Lisboa han desaparecido del texto final tanto la palabra Constitución como cualquier otra expresiva de símbolos (bandera, himno, etcétera) que puedan identificar a la UE como un ’super Estado’.

Cuando se estaba redactando, se nos aseguró que el objetivo principal que pretendía alcanzar la fallida Constitución Europea era una UE más eficaz, más democrática y más transparente. Y al final, la obsesión por encontrar soluciones capaces de evitar ser sometidas a referendos ha arrojado resultados que mejoran algo la operativa comunitaria pero no son ni mucho menos óptimos en democracia y son verdaderamente malos en transparencia. En este último sentido, muy pocos van a comprender algo de un Tratado de Lisboa contenido en un mamotreto de 260 páginas, lo mismo que pocos saben que es el tercero con el mismo nombre (uno de 1668, firmado por España y Portugal, que reconoce la independencia de ésta, y otro de 1864 que definió las frontera entre ambos países y que aún perdura).

En definitiva, pese a ciertos avances en la gestión del día a día (personalidad jurídica única, decisiones por mayoría cualificada, reducción a 18 del número de comisarios europeos, posibilidad de proponer leyes por iniciativa popular), el Tratado que se firmará el próximo 13 de diciembre supone una decepción para cuantos pensamos que la Unión es cada vez más necesaria para impulsar políticas que requieren de una dimensión europea para ser realmente eficaces, como las de inmigración, energía, cambio climático o defensa. Queda siempre el consuelo de pensar que el proceso de integración europea hay que verlo en perspectiva y que el Tratado de Lisboa es, naturalmente, mejor que nada. Pero el avance logrado en la bella capital portuguesa por los líderes políticos europeos es sólo un tímido y titubeante paso del que nadie puede enamorarse.

La importancia de los ratones KO

Por Pere Puigdomènech, Laboratorio de Genética Molecular Vegetal CSIC-IRTA (EL PERIÓDICO, 04/11/07):

El último Premio Nobel de Medicina y Fisiología de este año ha sido atribuido a tres investigadores por haber desarrollado y utilizado una tecnología que permite obtener ratones en los que se ha conseguido que un gen concreto de interés no funcione. El premio ha sido atribuido a un investigador inglés y dos americanos. Uno de ellos es Mario Capecchi, un científico que nació en Italia, donde, en tiempos de la segunda guerra mundial, sufrió una difícil infancia antes de emigrar a Estados Unidos, donde estudió y desarrolló su carrera. La técnica logra que un gen que se ha estado estudiando quede interrumpido y, por tanto, no funcione en el ratón manipulado. No es de extrañar, pues, que se diga que el gen ha quedado KO.

El ratón es el animal más utilizado cuando se quiere estudiar cómo funcionan los genes en las especies relacionadas con el hombre. Es un animal cercano a nosotros, pequeño, relativamente fácil de reproducir y mantener en el animalario y del que tenemos un conocimiento genético muy grande. Se conoce desde hace poco todo su genoma, y en general se ha convertido en un modelo esencial para el estudio de enfermedades humanas de base genética. Por eso se desarrolló la tecnología que ahora se premia y que es bastante compleja. Implica preparar células madre del embrión del ratón e introducir fragmentos de ADN preparados de tal forma que se introducen en el genoma y, con una baja probabilidad, se dirigen al gen de interés y lo interrumpen. Tras conseguir esta disrupción del gen en las células, se utilizan estas para reconstruir un embrión del que va a nacer un ratón. Más tarde hay que esperar a que en la descendencia aparezca algún ratón que haya integrado en su genoma este gen interrumpido. La complicación que implica la tecnología justifica el Premio Nobel, pero también las aplicaciones que ha permitido y que los premiados han desarrollado.

Esta metodología es en realidad una variación de la que produce animales modificados genéticamente en cuyo genoma se introduce un gen al azar, de forma que adquieren una nueva propiedad. La imagen de un ratón que había doblado su tamaño al introducirle un gen de hormona del crecimiento dio la vuelta al mundo en 1985. Hoy se siguen utilizando los animales transgénicos, y entre ellos quizá los casos más llamativos sean las ovejas o vacas que producen proteínas de interés médico en su leche o los cerdos que modificados para poder utilizar sus órganos en transplantes.

PERO LOS ratones knock-out (KO) se han convertido en un medio de gran importancia para aquellos que buscan la base genética de las enfermedades en nuestra especie. Por ejemplo, sabemos que hay enfermedades cuya causa es que un gen no funciona. Si el gen se conoce, se puede buscar el gen equivalente en el ratón y conseguir el ratón KO en ese gen. Tenemos, pues, animales que podemos utilizar como modelo para esta enfermedad, lo que permite observar cómo responden a los tratamientos o los fármacos que se diseñen. Existen ya colecciones de ratones en los que se han interrumpido los genes que están relacionados con la mayoría de las enfermedades importantes conocidas.

El uso sistemático de ratones ha tenido varias consecuencias. Los animalarios de ratones se han convertido en una de las instalaciones más importantes en biomedicina. Mantener una línea de ratones no es un problema, pero tener las colecciones de ratones necesarias para trabajos complejos es muy costoso. Se trata, además, de ratones delicados, así que se requieren condiciones particulares de esterilidad. Por todo ello, los hoteles de ratones son el objetivo de los equipos de investigación en toda Europa. Existe un centro europeo en las cercanías de Roma que tiene como fin transmitir este tipo de experiencias a los distintos grupos europeos, e incluso hay empresas que producen ratones KO a demanda. Antes o después tendremos knock-outs de todos los genes del genoma del ratón.

Otra necesidad que tienen los que trabajan con estos ratones es estudiar los efectos de la mutación en el desarrollo o en la fisiología del roedor. Por ello hay especialistas en la anatomía y la patología del ratón. Este año se decidió construir una clínica de ratones en nuestro país, que se instalará en el campus de la Universidad Autónoma de Barcelona. Todo ello testimonia la importancia del ratón, y en particular de las mutantes KO en la investigación biomédica actual.

PERO, COMO en tantos otros casos, estas tecnologías no se hacen sin discusión. Para los que se preocupan del uso de animales de experimentación, esta tecnología es preocupante. En los laboratorios ya hace tiempo que se ha reconocido la necesidad de limitar al mínimo necesario el uso de animales y de evitar al máximo su sufrimiento. Sin embargo, la aparición de estos nuevos tipos de animales ha hecho que se multiplique su uso. Las actuales colecciones de knock- outs se cuentan por millares, pero su interés biomédico hace muy di- fícil una vuelta atrás en el uso de estos ratones. Es uno de los muchos casos en los que hay que poner en la balanza el posible sufrimiento que se produce en los ratones frente al beneficio científico y médico que se está obteniendo, y que en este caso es indiscutible.

¿Victoria en Irak?

Por Mario Vargas Llosa (EL PAÍS, 04/11/07):

Alguien se atrevería a afirmar hoy, contra la impresión generalizada, que la intervención militar en Irak en vez de un fracaso catastrófico va cumpliendo con sus objetivos y ha alcanzado ya un punto de no retorno? Bartle Bull, experto inglés en el Medio Oriente, en el último número de Prospect, la prestigiosa revista londinense que dirige David Goodhart, publica un ensayo defendiendo esta tesis, titulado: Misión cumplida. Sus argumentos son polémicos pero nada propagandísticos ni demagógicos.

Bull pone de lado la cuestión de si fue errónea o acertada la decisión de intervenir en Irak -algo que decidirán en el futuro los historiadores- y se limita a hacer un cotejo entre la situación actual del país y la que reinaba allá hace cuatro años y medio, cuando Estados Unidos, Inglaterra y un grupo de países aliados decidieron acabar con la dictadura de Sadam Husein. Sostiene que en la actualidad las fuerzas de la coalición se hallan en Irak con la anuencia de un gobierno democráticamente elegido y con un mandato que la ONU ha venido renovando cada año desde mayo de 2003, la última vez en agosto pasado.

A su juicio, las metas estratégicas de la intervención se han alcanzado. Irak no se ha desintegrado y su unidad territorial y política parece ahora más firme que antaño pues el descentralizado sistema en marcha cuenta incluso con el apoyo de los kurdos, cuya vocación independentista ha mermado de manera radical. En vez de una dictadura, el país es una democracia en la que, en todas las elecciones celebradas, la participación popular ha sido enorme, por encima de la que caracteriza a las sociedades abiertas de Occidente, de modo que su gobierno tiene una indiscutible legitimidad jurídica y política. Y se ha dado una Constitución que garantiza una independencia institucional y libertades públicas que ni Irak, ni ninguno de sus vecinos, ha conocido en su historia. No ha estallado la guerra civil e Irán no ha ocupado Irak ni tutela su vida política. El país ha dejado de ser un peligro para la paz mundial y, aunque muy lentamente, va convirtiéndose en la primera sociedad árabe con elecciones libres, libertad de prensa, partidos políticos diversos y derechos civiles reconocidos.

La violencia, claro está, sigue causando terribles sufrimientos. Pero, aunque sea obscena la comparación, el número de víctimas de esta guerra y del terrorismo resultante -entre ochenta y doscientas mil se cifran los cálculos- está lejos de alcanzar el millón y medio de muertos que resultaron de las guerras, genocidios y represiones del régimen baazista de Sadam Husein. La inmensa mayoría de estas muertes ha sido obra de las matanzas ciegas e indiscriminadas contra la población civil cometidas por los terroristas extranjeros de Al Qaeda o los de organizaciones suníes y chiíes que guerreaban entre sí y trataban de neutralizar a la población civil mediante el pánico. Aunque este género de violencia probablemente se prolongue todavía durante buen tiempo -el número de fanáticos capaces de hacerse volar en pedazos con un camión o coche cargado de explosivos parece inacabable- ella ha perdido toda significación política y en la actualidad se ha convertido en un problema puramente local y policial. Ha ido disminuyendo poco a poco, y el hecho decisivo en su contra ha sido el distanciamiento y la ruptura crecientes entre Al Qaeda y la población suní, cuya alianza se fue enfriando a medida que los dirigentes suníes se convencían de que, al contrario de lo que creyeron al principio, las tropas norteamericanas e inglesas sólo abandonarán el país cuando el gobierno iraquí esté en condiciones de asegurar el orden y la paz. En otras palabras, de que Irak no será un segundo Vietnam.

Bartle Bull señala que la alianza entre Al Qaeda y otras sectas terroristas fundamentalistas -todas ellas más o menos identificadas con un wahabismo radical-, empeñadas en resucitar la pureza de costumbres y la ortodoxia doctrinaria “de tiempos del profeta”, y los suníes del Baaz -un partido inspirado en el nacional socialismo de Hitler, no hay que olvidarlo- ansiosos de restaurar los privilegios de que gozaban en tiempos de Sadam Husein estaba condenada al enfrentamiento. El malestar fue creciendo cuando los fanáticos wahabistas extranjeros, en su furia puritana, empezaron a imponer en las zonas dominadas por ellos su rígida moral, prohibiendo el cigarrillo, asesinando a los vendedores de alcohol y a los jeques de las tribus, así como casando a la fuerza a las jóvenes con los “emires” del llamado “Estado islámico de Irak”. La ruptura se consumó cuando los suníes comprendieron que podían encontrar una forma de acomodo y convivencia en el nuevo Irak donde la mayoría chií -tres veces más numerosa que la minoría suní- tendrá las riendas del poder.

Bull señala que la nueva política pragmática de los suníes ha hecho posible, por ejemplo, la notable transformación de la provincia de Anbar, durante buen tiempo una ciudadela de la resistencia y el terrorismo y ahora la más pacífica de todo el país. De las 18 provincias iraquíes, en la mitad de ellas la violencia se ha reducido a niveles mínimos o desaparecido. Este proceso debería acelerarse a medida que la población suní sienta, en los hechos, que su supervivencia no está amenazada en el Irak dominado por los chiíes y que su presencia tanto en las instituciones como en la vida económica, política y social se halla segura. Un paso en esta dirección, dice Bull, ha sido el acuerdo de principio entre chiíes, suníes y kurdos sobre la delicada cuestión de la distribución de los ingresos petroleros, que deberá confirmarse pronto con la firma de una ley, avalada por Estados Unidos, la Unión Europa y las Naciones Unidas.

Bull destaca algunos hitos claves en este desarrollo. La batalla entre suníes y chiíes desencadenada con la destrucción, por aquéllos, de la mezquita de Samarra. Fue el momento en el que la guerra civil generalizada pareció inevitable. Pero los suníes, cediendo al realismo, dieron marcha atrás cuando se vieron derrotados. A partir de entonces comenzaron, con discreción al principio y ahora de manera explícita, a pactar con los Estados Unidos y el gobierno de Maliki. Uno de los efectos de estos acuerdos ha sido el número creciente de suníes incorporados en los últimos meses al Ejército y a las fuerzas policiales iraquíes: cinco mil sólo en las últimas semanas. Al mismo tiempo, en un gesto de reciprocidad, el gobierno iraquí dio empleo en los servicios del Estado a otros siete mil suníes y reconoció el derecho a jubilación completa a todos los ex oficiales y soldados baazistas, con excepción de los 1.500 vinculados a crímenes y torturas, la mayoría de los cuales, por lo demás, están ya presos, muertos o han huido a Siria, Jordania y Arabia Saudita.

Este es un resumen muy sucinto del ensayo de Bartle Bull. Mi impresión es que, aunque pueda parecer demasiado optimista y aunque no subraye lo suficiente, entre sus consideraciones, las secuelas trágicas que sin duda tendrá para la reconstrucción de Irak y la normalización de su vida social la atroz hemorragia de vidas humanas y bienes causada por el terror, así como la emigración al extranjero de sus mejores cuadros, ejecutivos y profesionales, las perspectivas que el analista británico señala para el porvenir de Irak son probablemente exactas, aunque los plazos sean acaso más prolongados de lo que él cree. Sólo el odio tan extendido hacia los Estados Unidos explica ese consenso, entre los comentaristas y políticos occidentales y tercermundistas, de que, al igual que en Vietnam, las tropas norteamericanas terminarán partiendo a la carrera, expulsadas de Irak por los “resistentes” y la repulsa de la opinión pública internacional. Con todo lo sangrienta y dolorosa que es la situación sobre el terreno, lo cierto es que en Irak no son los Estados Unidos y Gran Bretaña sino las bandas terroristas las que van llevando ahora la peor parte. La contraofensiva última dirigida por el general Petraeus ha tenido incluso más logros de los esperados y, hasta el momento, no ha habido el menor retroceso. Y es claro que se hacían ilusiones quienes pensaban que con un triunfo demócrata en las próximas elecciones en Estados Unidos, vendría la desbandada. Hillary Clinton y Giuliani, los dos probables candidatos, han dejado bien en claro que a este respecto su posición es semejante: la retirada de las tropas se irá haciendo sólo en la medida en que el gobierno iraquí esté en condiciones de reemplazarlas tanto en la batalla contra el terror como en el mantenimiento del orden público. Si es así, yo también pienso que los enormes sacrificios hechos estos últimos cuatro años y medio por el pueblo iraquí no habrán sido inútiles.

Elogio social del miedo

Por Gregorio Morán (LA VANGUARDIA, 03/11/07):

Perplejo. La sociedad se conmociona ante dos escenas simultáneas, la de un descerebrado convertido en arrogante canalla que golpea a una joven indefensa, con alevosía e impunidad, y en un segundo plano, acompañando la escena como un fondo musical, un tipo acojonado porque el destino está dubitativo y aún no ha decidido si las hostias le van a caer sólo a la chica o también le tocarán a él, que nunca se sabe lo que puede ocurrir cuando las bestias se desatan. Le cayeron a la chica, es obvio, porque la gente basura siempre bascula hacia lo más fácil. Es algo más que ira lo que siento al escribir estas líneas, es vergüenza. No del tipo, que forma parte de esa especie a extinguir, repito a extinguir, y dejo la fórmula a los psicólogos y a los jueces, y de la que me importa una higa si su madre lo abandonó cuando era chico, y si su padre era alcohólico, ni si su abuela lo adoraba y le limpiaba las vomitadas cuando volvía a casa. De toda esa historia del lumpen despreciable y la agresión impune, retengo el gesto de sus colegas tomando con una cámara la imagen de los periodistas que seguían al nota, para intimidarles.

Basura como él, pero basura solidaria. Un respeto, porque si se invirtieran los papeles nadie con tanta audacia haría cosa semejante por nosotros.

Podríamos decir que pertenecer a una mafia es hoy la mejor garantía de solidaridad.

Ahora resulta que los enterados del asunto nos aseguran que casos como éste ocurren todos los días. ¿No me diga? ¿Y qué hacen ustedes para evitarlo si ni siquiera nos lo cuentan?

No creo que la gente sea consciente de lo que significa esta miserable historia ocurrida en un vagón de metro, entre un golfo y una joven ecuatoriana con presencia de un testigo, un joven argentino, a quien los dioses concedieron el privilegio de verlo y sufrir por ello. Primero la fecha. ¿Por qué nadie nos ha explicado la razón por la que un suceso ocurrido el 7 de octubre, a las diez y pico de la noche, se hace público el 23, casi dos semanas más tarde? ¿Qué pasó en el ínterin? ¿Por qué nos lo dan así, en bruto, y no nos cuentan qué ocurrió entre la Guardia Civil y los jueces de guardia, y cómo fue posible que ese jeta saliera arrogante y seguro para afrontar la historia, como un héroe de mierda y con patillas?

No hay razones jurídicas para que ese tal Sergi Xavier Martín Martínez esté detenido desde el mismo momento de la agresión, y ¿saben por qué? ¿Porque la agredida es mujer, ecuatoriana, acojonada, no estudió filología hispánica ni catalana, y menos aún un máster en el IESE? Les puedo asegurar, jugándome la patilla, que si le hubieran dado de hostias a una juez, no habría discusión posible porque habría un párrafo del código indicado para ese caso.

El motivo por el que ese espécimen con instinto criminal no está en el trullo a la espera de juicio es un descuido, una equivocación de la víctima, porque las víctimas son de naturaleza torpe y no acaban de entender el rigor cívico de nuestros jueces y letrados. Una vez apaleada, nuestra chica ecuatoriana debía de haber ido, fíjense en el modo del verbo, “debía de haber ido” a un centro de salud pública donde le fijaran sobre papel las heridas infligidas por el sujeto de marras, y una vez obtenido el documento en el que figuraban las señales, con el papelito bien agarrado en la mano, la ecuatoriana debía luego personarse en la comisaría más cercana y allí, adentrándose en la amabilidad habitual de esos departamentos, depositar sus datos y poner la pertinente denuncia. Entonces sí, el buen juez podría dormir tranquilo y sin ningún problema jurídico de conciencia, retener en prisión al que agredió, insultó y humilló a una muchacha que llevará perpetuamente esa herida.

Vivimos en una sociedad de tartufos, de cínicos desalmados. ¿O acaso no es eso lo que significa reprocharle al pobre argentino acojonado, al que le pilló el marrón metido en el metro, que deseaba mirar para otra parte y no encontrarse con la mirada del agresor, no fuera a ser que cambiara de víctima? ¡Qué valor tienen nuestros editorialistas exigiendo audacia a los testigos, al tiempo que no se atreven ni siquiera a dar los apellidos del agresor, no vaya a ser que les presente una querella por atentado a su honor! Me reconcomo pensando cómo tendrán los santísimos cojones de reprochar a un pringao que está a punto de ser forrado a hostias, o de arriesgarse a que lo maten impunemente, cuando ellos que tienen radios, periódicos, televisiones, buenos salarios, excelentes contratos blindados, y no son capaces ni de arriesgar a poner negro sobre blanco los apellidos de los delincuentes… “no vaya a ser que nos procesen y nos cueste una pasta”.

Unos días antes de esta tropelía, se podía leer en los diarios que un pederasta llamado Jordi F. C. - Fútbol Club, imagino que podría interpretarse, porque se dedicaba a ir por los campos de fútbol y atraer a niños con promesas de contratos- y hete aquí que este tipo, que operaba en Badalona - es decir, a la vuelta de la esquina-, no solamente no tiene apellidos sino que se señala que “es de origen español”, detalle críptico que no acabo de entender, porque lo más normal en Badalona es que casi todos sean de origen español, incluso alguno, creo yo y sin ofender, posiblemente sea hasta español, pero lo que me conmueve hasta el grito es que se trata “de uno de los delincuentes más maquiavélicos y peligrosos del país”. Pero no se da su filiación, ni su foto, porque una cosa es advertir y otra correr riesgos. En definitiva, vivimos en una sociedad que privilegia el miedo. Está en nuestra cultura y mucho más en nuestra época. El individualista romántico murió hace ya muchos años y hoy se educa a la gente no para ser individuos, sino para tropa. Sé desconfiado y fiel a la familia, al menos hasta que llegue el momento de la herencia. Sobre todo, no destaques ni llames la atención. Desde pequeños te advierten que no debes distinguirte, y si bien a las mamás y a los papás les gusta mucho la leyenda de Mozart, versión Pushkin-Milos Forman, mejor abstenerse porque eso está muy bien en el cine pero la vida, ay la vida. Si presencias un atraco, te recomiendan que te eches al suelo y que lo entregues todo. Si asistes a un accidente de tráfico, trata de salir pitando y que no te hagan testigo. Si estás en el lugar de una agresión, di que no la viste porque estabas distraído, y si te apuran mucho en un incidente callejero y has contemplado impávido cómo violaban a la chica, o robaban a la vieja, o atracaban al tendero de la esquina, échalo al olvido porque no va contigo. Y además, ¡sé ciudadano posmoderno! ¿acaso no pagas tus impuestos para que la policía se ocupe de esas cosas? Por esos mismos días y en un pequeño pueblo de la Ribera Alta levantina, un chico de apenas 23 años, de cara redonda y conciencia inmensa, se movió al oír cómo le daban de hostias impunemente y en medio de la estación a una joven. El agresor tenía el tamaño de un armario pero allá se fue con su voluntad de joven estudiante de derecho - de los que creen, por supuesto-, y apenas si le dio tiempo a preguntarle a ella si necesitaba ayuda, porque el armario se disparó, le dio un trompazo y le dejó como un mueble sobre el andén. Allí se quedó, muerto. Se llamaba Daniel Oliver Llorente, y cuando llegaron las urgencias se encontraron al agresor que le movía los brazos gritándole: “Tío, no me hagas esto, aguanta, no te mueras”. Pero murió, como en el verso de Vallejo, y del agresor no sabemos más que se llamaba David y dos siglas de apellidos. Por supuesto uno está en la calle y el otro en el cementerio. Miwa Buene, congoleño, 42 años, traductor de una ONG, se encontró un mal día en Alcalá de Henares a un energúmeno que se llamaba Roberto, uno de eso arcángeles que se consideran, y así se lo dijo al alcalde, hartos “de putos negros y putos inmigrantes en su ciudad”. Le curtió de lo lindo y ahora Miwa el congoleño reside parapléjico en el hospital de Toledo y el otro libre para proclamar la defensa de Occidente. Nuestra justicia es de clase, quiero decir que es de clase A, de clase B, o de clase incierta, pero es de clase y los jueces se limitan a aplicarla. ¿Quién podría reprocharles que también tuvieran miedo? A lo mejor no es de ahora y viene de lejos. Los refranes, que son la quintaesencia de las miserias populares, están llenos de referencias al miedo, siempre elogiosas. Ensalzadores del valor, apenas si conozco alguno.

Líderes con las manos vacías

Por Said Aburish, escritor y biógrafo de Sadam Husein, autor de Naser, el último árabe (LA VANGUARDIA, 03/11/07):

La curtida prensa de Bagdad que acompañó al primer ministro Nuri al Maliki a Ammán a principios de este año apenas podía dar créditos a sus oídos. Visiblemente irritado, el líder del Gobierno iraquí made in USA corrigiópúblicamente al presidente Bush. “No soy su hombre en Bagdad, soy su amigo en Bagdad”, dijo.

No cabe entender Oriente Medio sin entender antes el mensaje que Al Maliki trataba de transmitir. El habitualmente taciturno primer ministro reaccionaba frente a las críticas de la Administración a su Gobierno, marcando las distancias entre él mismo y los líderes árabes tradicionalmente prooccidentales. En la actualidad hay una espectacular diferencia entre ser prooccidental y ser amigo de Occidente. A falta de ideología e instituciones políticas, el pueblo de Oriente Medio sigue a líderes, líderes que responden al talante de los tiempos: una realidad nunca tan verdadera como ahora. El liderazgo actual del Oriente Medio árabe se divide en tres grupos: el tradicional prooccidental basado en las dinastías que accedieron al poder tras la Primera Guerra Mundial, el de nuevos amigos de Occidente que afloraron tras el fin de Sadam Husein y Yasir Arafat, y el de los militantes extremistas como Bin Laden.

El grupo occidental tradicional se compone de Arabia Saudí, Egipto, Jordania y otros países menores. Arabia Saudí posee el 25% de las reservas mundiales de petróleo y alberga las ciudades más sagradas del islam, como son La Meca y Medina. Es, además, la monarquía feudal más absoluta del planeta. Servidor obediente de Occidente, la fuerza de Arabia Saudí basada en el petróleo ha modificado los términos de la relación. En sus tratos con la monarquía del desierto, Occidente aplica las políticas más oportunas y no los principios… Como Occidente necesita el petróleo saudí y el apoyo del mundo árabe en mayor medida que Arabia Saudí necesita protección occidental, se pasan por alto la corrupción y la violación saudí de los derechos humanos. Occidente incluso respalda al régimen saudí en contra de las fuerzas democráticas internas.

Jordania es un antiguo régimen prooccidental, pero es pobre y necesita la ayuda estadounidense para sobrevivir; sólo podría ofrecer un buen ejército como posible arma contra los enemigos de Occidente en Oriente Medio. La inestabilidad actual de Iraq subraya su importancia. Pero Jordania se ha ido democratizando y Occidente ya no la puede presionar como antes. Egipto es el país árabe más populoso (70 millones de habitantes); ocupa una destacada posición estratégica y cultural. En la crisis actual de la región, dejó de introducir medidas orientadas a la democracia y de proteger los derechos humanos. Aunque Egipto no se halla en condiciones de dar órdenes a Occidente, lo cierto es que se vale de cada crisis de Oriente Medio para hacer las cosas a su modo… Por ejemplo, durante la crisis actual de la región, Egipto, como Jordania, ha interrumpido todas las reformas de signo democrático. Mubarak ha utilizado la necesidad estadounidense de su apoyo para incumplir las promesas de reforma solicitadas por Occidente. Recientemente se ha informado de torturas en cárceles egipcias y se ha juzgado a cuatro periodistas por atentar contra la dignidad del Estado (¿qué significa esto?).

El segundo grupo consta de los nuevos amigos moderadamente prooccidentales que no quieren identificarse del todo con la perspectiva occidental y que han aprendido de los errores de Sadam y Arafat que ser antioccidental puede ser contraproducente. Iraq, Yemen y últimamente Libia aspiran a un tipo de relación con EE. UU. similar a la de Brasil y Corea del Sur, amistosa y distante a la vez. El tercer grupo es de las fuerzas antioccidentales; son grupos nacionalistas que se valen del islam como vanguardia de ataque, quisieran que EE. UU. dejara en paz a Oriente Medio y no respaldara a Israel ni a los regímenes corruptos. Aunque capaz de causar problemas, carecen de base popular susceptible de permitirles hacerse con el control de Oriente Medio. En suma, el primer grupo de países de corte tradicional regresa a la senda de la dictadura brutal (y Occidente precisa de su alianza para afrontar la crisis actual). El segundo grupo se compone de hijos de la crisis que, a la vista de la impopularidad que acarrea la amistad con Occidente (atención a lo de “nuestro hombre en Bagdad”) se guardan de un excesivo acercamiento. Y el tercer grupo, en una palabra, es enemigo de Occidente.

Oriente Medio se halla en punto muerto. EE. UU. está perdiendo la guerra en Iraq. EE. UU. y Occidente son tan impopulares y se hallan en posición tan endeble en la región que sus antiguos amigos se valen de su fragilidad en beneficio propio, sus nuevos amigos se muestran renuentes a identificarse con sus objetivos y sus enemigos quieren destruirles bajo la tapadera del islam. Entre tanto, en ausencia de ideología y tradición política, el pueblo árabe busca a un nuevo líder. ¿Puede ponerse en pie, por favor, el nuevo Naser?