viernes, febrero 29, 2008

El eje franco-alemán se fractura

ANDREU MISSÉ - Bruselas - 29/02/2008

Los crecientes desencuentros entre el presidente francés, Nicolas Sarkozy, y la canciller alemana, Angela Merkel, amenazan seriamente los ambiciosos planes de Francia para su próxima presidencia de la Unión Europea. El clima de tensión se ha puesto de relieve tras el aplazamiento del encuentro entre Sarkozy y Merkel, previsto para primeros de marzo, y el retraso de la reunión de los ministros de Economía de ambos países, porque la ministra de Economía, Christine Lagarde, tuvo que acompañar al líder francés a un centro de salud rural. Este segundo gesto creó un mayor malestar.

Ambos líderes, que desempeñaron un papel clave el año pasado al desatascar la crisis de la UE, impulsando un Tratado simplificado, y que comparten muchas ideas, como el rechazo de Turquía como miembro de la Unión, se han enzarzado en crecientes discrepancias. El distanciamiento se inició el pasado verano, al irse visualizando la crisis financiera y multiplicarse las demandas de Sarkozy para que el Banco Central Europeo rebajara los tipos de interés. Para Alemania, la independencia del BCE, heredero del Bundesbank, es sagrada. Merkel replicó entonces que deseaba "evitar cualquier intento de influir en la política monetaria".

La tensión ha subido de tono con la política mediterránea que promueve Sarkozy y que, en cierta medida, ha situado en un segundo plano al inicial Proceso de Barcelona en este campo. Francia ha lanzado su proyecto de la Unión del Mediterráneo, en el que sólo tienen cabida los países ribereños, excluyendo a los demás miembros de la UE, lo que le da una hegemonía en la política exterior del sur de la UE. Esta posición ha irritado especialmente a Alemania, que se ha visto marginada. La estrategia francesa choca con los criterios de las cooperaciones reforzadas de la Unión, que permiten a los países que voluntariamente asumen una determinada política disponer de fondos comunitarios. A cambio se exige que estos acuerdos sean abiertos a todos los socios que deseen participar.

El pasado 20 de diciembre, la iniciativa de Sarkozy fue bendecida y parcialmente modificada en Roma, en un encuentro con el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, y el primer ministro italiano, Romano Prodi. Los mandatarios acordaron un nuevo nombre, La Unión por el Mediterráneo, con la perspectiva de poder abrir sus puertas a otros miembros de la UE. París insiste en celebrar una gran fiesta constitutiva de La Unión por el Mediterráneo el próximo 13 de julio, a la que sólo asistirían los países ribereños, y al día siguiente, fiesta nacional de Francia, invitar al resto de miembros de la UE.

Las discrepancias entre Francia y Alemania se han producido en otros campos como el de la política nuclear y la estrategia para el crecimiento y el empleo, conocida como Estrategia de Lisboa. Las ofertas de centrales nucleares a países como Libia y Argelia han provocado seria inquietud en Alemania por el riesgo de aumentar la proliferación. En materia económica, "mientras Alemania apuesta por la incorporación de nuevas tecnologías, nuevos sectores como las telecomunicaciones, en Francia sigue pesando más la defensa de los grandes conglomerados económicos nacionales y el intervencionismo", señala una fuente comunitaria.

Este mar de fondo podría poner en peligro el ambicioso plan elaborado por París para su presidencia de la UE. El secretario de Estado de Asuntos Europeos, Jean Pierre Jouyet, detalló esta semana en Bruselas "las prioridades de Francia". El discípulo de Jacques Delors señaló las cuatro líneas maestras: "El desafío demográfico", y por tanto especial atención a la emigración; "el estímulo de la competitividad; el cambio climático y la política de seguridad energética, y el papel de Europa como actor global".

La presidencia francesa llega en un momento clave para la UE. Deberá completarse la ratificación de Tratado de Lisboa y acordar las líneas maestras de las reformas del presupuesto y de la Política Agraria Común. Si todo transcurre sin sobresaltos, en el Consejo de octubre deberán acordarse los nombres de los futuros mandatarios de la UE, especialmente el presidente de la Unión y el Alto Representante, que deberían ocupar sus puestos el primero de enero de 2009. Para ello se precisa otro tipo de atmósfera de la que se respira ahora en la Unión.

Temas conflictivos

- La política mediterránea.

- Las funciones del Banco Central Europeo y la conveniencia o no de tener un euro fuerte.

- La política nuclear.

- Reducción de emisiones de CO2 de los automóviles.

- Berlín apuesta por la estrategia de Lisboa (competitividad e I+D) y París es más proteccionista.

Gobierno y oposición acuerdan compartir el poder en Kenia

AGENCIAS - Nairobi - 28/02/2008

El Gobierno y la oposición de Kenia han suscrito hoy un acuerdo para compartir el poder y poner fin a la crisis política y social que vive el país desde las elecciones de diciembre y que ha causado cerca de un millar de muertos y cientos de miles de desplazados. El ex secretario general de Naciones Unidas Kofi Annan, que ha actuado de mediador ante el Gobierno de Mwai Kibaki y el líder del opositor Movimiento Democrático Naranja (OMD), Raila Odinga, ha logrado el entendimiento entre las partes tras semanas de difíciles negociaciones.

"Hemos llegado a un entendimiento sobre un acuerdo de coalición", ha informado Annan tras reunirse con el presidente Kibaki, con Odinga y con el jefe de la Unión Africana, el presidente de Tanzania, Jakaya Kikwete. “Esta tarde las dos partes han completado el punto tres de la agenda para resolver la crisis política”.

El punto 3 de la agenda se refería a las medidas para compartir el poder entre el Gobierno y la oposición, un tema que mantenía estancadas las negociaciones entre las dos partes desde hace varios días. Annan ha informado, después de la ceremonia de la firma, que el primer ministro será un miembro del Parlamento, y será designado por el partido mayoritario o por la coalición política que consiga la mayoría, que actualmente es el ODM.

El primer ministro, según Annan, tendrá la autoridad de coordinar y supervisar las funciones ejecutivas del Gobierno. El primer ministro y los dos vice primer ministros sólo serán reemplazados si el Parlamento aprueba una moción de censura. La coalición gobernante, ha agregado, sólo quedará disuelta si se disuelve el Parlamento.

"Este consenso fue necesario para la supervivencia del país", ha dicho Annan al lado de Kibaki y Odinga.

La reunión de hoy ha sido la primera en un mes en que Odinga y Kibaki se sientan a la misma mesa, tras los desencuentros surgidos tras los primeros contactos.

Kenia se deslizó a una crisis política primero y étnica después tras las elecciones del 27 de diciembre. En ellas salió reelegido Kibaki, pero la oposición, avalada por los observadores internacionales, denunció un fraude masivo. Odinga acusó al presidente de fabricarse directamente los 300.000 votos que necesitaba para vencer. El líder del MDN sacó a sus seguidores a la calle y estalló la violencia. Con la excusa de rivalidades políticas, las distintas etnias del país la emprendieron con las otras: los lúos, la etnia de Odinga, mayoritaria, se lanzaron a por los kikuyu, la etnia de Kibaki, y éstos devolvieron los golpes. En total, cerca de un millar de muertos y 250.000 desplazados en unas semanas de violencia que pusieron al borde del abismo uno de los países más prósperos y estables de África.

¿Qué se juega Europa el 9-M?

Por Denis MacShane, diputado laborista y ex ministro británico para Europa, y Carlos Carnero, eurodiputado del PSOE. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 29/02/08):

Europa se encuentra de nuevo en una encrucijada. Las elecciones españolas son cruciales para garantizar el equilibrio ahora que el continente afronta nuevos retos. Europa necesita una España fuerte, progresista, tolerante y abierta, para que en la UE sea posible compensar la presencia de la derecha neoliberal y nacionalista con partidos de corte social progresista como el PSOE en España, los socialdemócratas del norte de Europa y los laboristas en Gran Bretaña. El posible regreso de Silvio Berlusconi en Italia representa un nuevo riesgo para la construcción y la integración europeas.

En un mundo cada vez más globalizado, el peligro no es que en el futuro haya demasiada Europa, sino demasiado poca. El taburete europeo tiene tres patas. La primera, una economía abierta de mercado sin fronteras ni proteccionismo nacional. La segunda, un compromiso con las obligaciones sociales y ecológicas y una clara separación de la iglesia y la política. La tercera, el compromiso de que Europa actúe fuera de sus fronteras, sobre todo en las regiones vecinas de Oriente Próximo, el Mediterráneo y África.

Europa no sustituye a la nación-Estado, sino que aporta valor añadido a lo que hacen los gobiernos. Europa no exige uniformidad: Gran Bretaña no utiliza el euro. España no está de acuerdo con la mayoría de los Estados europeos respecto a Kosovo. Alemania no quiere hablar de la energía nuclear. Francia rechaza cualquier reforma del enorme presupuesto agrario que beneficia a las empresas exportadoras del sector en dicho país.

Estas diferencias son importantes y pueden suscitar controversias. Pero Europa es lo bastante grande como para que cada país pueda defender sus propias ideas. El proyecto de la Alianza de Civilizaciones agrupa a España y Turquía contra los conservadores islamófobos de toda Europa, que pretenden que Turquía siga teniendo un papel subordinado. La iniciativa de Zapatero al lanzar la Alianza no disminuye la necesidad de España y Europa de permanecer alerta en la lucha contra el terrorismo, tanto el inspirado por los extremistas islamistas de la yihad como por terroristas domésticos como la reaccionaria y protofascista ETA.

Europa tiene hoy tres retos fundamentales. El primero, cómo relanzar el crecimiento, sobre todo en los países en los que la derecha ocupa el poder. Los gobiernos de izquierda de Europa, como los de Gran Bretaña y España, tienen un historial de comportamiento económico mucho mejor que el de los conservadores.

El segundo reto es conseguir que el Tratado de Lisboa sea un éxito. En 2009, Europa tendrá que elegir a su primer presidente y a un nuevo ministro de Exteriores, además de decidir quién va a presidir la Comisión. Ha circulado ya el nombre de Tony Blair como posible presidente del Consejo Europeo. El ex ministro del PSOE Javier Solana representa la mayor aportación de España al compromiso de la Unión Europea de asumir un papel mundial en el siglo XXI. Los nuevos poderes del ministro de Exteriores de la UE, incluso con su modesto título oficial de Alto Representante, permitirán que Europa tenga una presencia mayor en el mundo.

Estos cargos y el de presidente de la Comisión se decidirán en función de los alineamientos políticos en toda Europa. Es importante que, tanto en España como en las elecciones del próximo año al Parlamento Europeo, la izquierda europea siga contando con el apoyo del electorado. Europa necesita un equilibrio de naciones y un equilibrio de fuerzas políticas. Una Europa totalmente en manos de la derecha estará desequilibrada. Europa necesita la voz enérgica de los ministros del PSOE y sus aliados para que las decisiones sean justas.

El tercer reto de Europa es el de forjar una nueva relación con el otro lado del Atlántico. El próximo año, por estas fechas, habrá ya un nuevo presidente en Estados Unidos. Los tristes años de divisiones entre Estados Unidos y Europa, cuando George W. Bush chocaba con Jacques Chirac y Gerhard Schröder, han quedado ya atrás. Gran parte de la derecha europea sigue enzarzada en ese viejo debate. Sigue viendo el mundo a través del telescopio neocon, cuando hace ya tiempo que el debate político y la opinión pública en EE UU han pasado la página. Ahora tenemos una auténtica oportunidad de que una Europa progresista tenga un papel más activo en el mundo.

Como socialistas, nos gustaría que hubiera un presidente demócrata en la Casa Blanca. Pero un presidente Obama o una presidenta Clinton tomarán sus decisiones con arreglo a los intereses nacionales de EE UU, igual que un presidente McCain. Razón de más para que en Europa exista un equilibrio entre gobiernos de izquierda y de derecha, ahora que comienza una nueva era en las relaciones euroatlánticas.

El Partido Laborista y el PSOE tienen posturas concretas sobre Europa y, por supuesto, algunas discrepancias. Pero ambos partidos pueden hacer una gran contribución al nuevo capítulo de la historia de la construcción europea. Con la inclinación hacia la derecha en otros países europeos es importante que España ayude a sostener el equilibrio político de Europa en este momento crucial de la historia de la UE.

El precio de los derechos

Por Francisco J. Laporta, catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid (EL PAÍS, 29/02/08):

Hace algunos años dos importantes constitucionalistas americanos publicaron un libro que fue saludado como un hallazgo. En él, sin embargo, los autores no reivindicaban más que el sentido común. Su título era El coste de los derechos y su lema central muy sencillo: los derechos cuestan dinero. La libertad no es gratis.

El subtítulo era precisamente ese: de cómo la libertad depende de los impuestos. Y su moraleja era que aquella cantinela que tratan de imponer los beatos y beatas del libre mercado se sustenta en realidad sobre un fraude intelectual: es imposible incrementar la libertad hasta el infinito y bajar los impuestos hasta el cero, es decir, la idea de que la disminución de los impuestos incrementa necesariamente la libertad es una superchería. Los enemigos de la acción del Estado no pueden simultáneamente presentarse como los paladines de los derechos individuales porque los derechos no son sino un conjunto de reglas respaldadas por la fuerza del Estado y financiadas con el dinero público.

Los derechos y las libertades son también la expresión de un poder del Gobierno y de una autoridad jurídica. Incluso los derechos que se ejercen en el mercado. Porque un mercado moderno no es una práctica anómica, sino un tejido complejísimo de derechos y garantías. Y esos derechos y garantías se sustentan en los impuestos: no hay propiedad privada sin impuestos, ni contratos sin impuestos, ni préstamos sin impuestos.

Sólo un Estado puede crear un mercado firme y dinámico en el que esté asegurada la garantía de los contratos y las transacciones sean respaldadas por la ley. Donde el poder del Estado no puede intervenir con eficacia surge la mafia y la extorsión, y no prosperan los contratos, ni los préstamos a largo plazo ni las hipotecas.

Decía Hobbes, con intuición increíble, que sin Estado era imposible el “cálculo del tiempo”. Es evidente por qué. Sólo se puede mirar al futuro cuando se está protegido por reglas estables capaces de hacer presente y confiable el tiempo que ha de venir, y de eso, y sólo de eso, pende la existencia de cosas tan prosaicas como la propiedad privada, los préstamos o las hipotecas. Sin Estado no hay predicción, sin predicción no hay derechos, y sin derechos no hay mercado. Pero como los derechos dependen de los impuestos, resulta que sin impuestos no hay mercado. Todo lo demás son patrañas. Si alguien quiere mercado, ha de querer impuestos.

Esto no significa olvidar aquello que recordaba Antonio Machado, “sólo el necio confunde valor y precio”. Porque es, en efecto, un necio el que piensa que lo valioso de algo es siempre igual a su precio de mercado. Pero más necio es todavía quien cree que las cosas que más valoramos no tienencoste alguno en términos de tiempo, de esfuerzo o de dinero.

Curiosamente, esta segunda necedad parece agudizarse mucho en periodo electoral, en particular por lo que respecta a los derechos. Los derechos son, efectivamente, una de las cosas más valiosas que tenemos: valen mucho más que su precio, pero hay que decir bien alto que tienen precio, y sin pagar ese precio no se tienen los derechos. No vaya a ser que, llevados por esa necedad, queramos ahorrarnos el precio de los derechos y perdamos también su valor, como el pobre Jacob perdió su primogenitura por un plato de lentejas.

Hay quien parece pensar que la mayoría de los ciudadanos obedece a esta estúpida lógica. Por eso nos es dado contemplar, no sin cierta vergüenza, cómo se les oferta un amplio surtido de platos de lentejas en forma de paguitas o descuentos fiscales. Como los vendedores ambulantes: ni treinta, ni veinte, ni diez, señores electores, ¡cinco! ¡todos sus derechos y más por el increíble precio de cinco euros!

Lo peor viene después, porque aquellos ciudadanos que ceden a la burda oferta del reclamo electoral se encontrarán seguramente con que hay un incendio y no existen medios para sofocarlo, tienen un pleito y han de esperar mil años para verlo resuelto, enferman y se ven amontonados en el pasillo de un sanatorio, quieren un buen colegio para su hijo pero sólo los hay de pago, y les asaltan su tienda con toda impunidad porque no aparece por allí un coche de policía en toda la noche. Se han comido ingenuamente las lentejas fiscales y resulta que no tienen derechos o tienen sólo un remedo de derechos.

Pese al discurso oficial y la apariencia exterior, España es un país en que los derechos de los ciudadanos funcionan bastante mal. Todos los derechos; también los que sustentan las actividades del famoso mercado. Y eso sucede porque es un país en el que no son muy eficaces las leyes. La mayoría de las propuestas legislativas de los partidos, que parecen tan osadas sobre el papel, se quedan en nada cuando llega el momento de su aplicación por las instituciones. Entonces resultan ser bastante inoperantes.

Estos días experimentamos, por ejemplo, que, pese a nuestro flamante derecho a la salud, la organización institucional del sistema médico es enteca y caótica. En otras ocasiones vemos que la inoperancia de leyes e instituciones defrauda otros derechos. Cualquiera que haya intentado defender su propiedad, pedir la restitución de un bien o el pago de una deuda, es decir, cualquiera que haya tratado de poner en marcha los resortes jurídicos que protegen al mercado, lo sabe muy bien. El procedimiento es torpe y desesperante. Y la solución llega sólo muchos años después. Y eso se debe con toda seguridad a que nos hemos dado a la alegría de votar a quienes ofertan bajar los impuestos y prometen más justicia, mejor sanidad, y no sé cuántos policías más por kilómetro cuadrado. Es decir, pagar menos precio y tener más derechos, un señuelo para tontos que, sin embargo, parecen dispuestos a emplear todos los participantes en nuestro circo electoral.

Nos dejamos así embaucar y decimos que sí a la promesa de los derechos y que no al pago de su precio. ¡Derechos gratis para el niño y la niña! Inútil: allí donde hay un derecho reconocido por la ley tiene que haber un remedio para el caso de que no sea respetado, y ese remedio tiene siempre un coste. Eso se aplica a todos los derechos, al derecho a la libertad religiosa y al derecho de voto, al derecho a la integridad física y al derecho de propiedad, y, por supuesto, también a los derechos a la protección del medio ambiente, a la salud y a la vivienda. Hasta se aplica, paradójicamente, a los derechos que tenemos para protegernos del gobierno y sus abusos, porque esa protección misma sería también impensable sin instituciones públicas y agencias de poder.

Se dice que todo derecho de un ciudadano supone un deber en otros ciudadanos o poderes; si se incumple ese deber se defrauda el derecho y se genera una responsabilidad por ello. Si no podemos exigir esa responsabilidad es como si no tuviéramos derechos. Así son las cosas. Por eso el libro que antes citaba acaba en una aseveración contundente: ningún derecho que sea valioso para los ciudadanos americanos puede ser realizado efectivamente si el Tesoro está vacío.

Una retórica malsana y tosca ha impuesto entre la gente el lugar común de la “voracidad recaudatoria” de “los políticos”. Un no menos tosco y simplista latiguillo se está imponiendo en el discurso electoral: que bajar los impuestos aumenta la libertad, incrementa la riqueza, o incluso que “es de izquierdas”. A ver si conseguimos de una buena vez alcanzar un nivel digno en la discusión de estos temas cruciales. Para ello los electores no han de ser tratados como estúpidos ni los políticos como pícaros irredimibles. Dejemos semejante discurso para la demagogia y la información mercenaria y pongámonos a hablar en serio de nuestros impuestos, es decir, de nuestros derechos.

Año bisiesto

Por Manuel Mandianes, escritor y antropólogo del CSIC (EL MUNDO, 29/02/08):

Año bisiesto, echa en ganados el resto», «año bisiesto, ni cuba ni cesto», «año bisiesto, pocos pollos al cesto», «año bisiesto, año siniestro», «año bisestil, año vil», «año de nones, muchos montones».

En los tiempos de Roma anteriores a Julio César, las estaciones vagabundeaban, adelante y atrás, por el calendario, pues se creía que la duración del año trópico era de 365 días exactos. Esto daba lugar a un calendario vagabundo, como el que rigió el tiempo entre los egipcios durante más de 4.000 años. Con todo, Tolomeo III, unos tres siglos antes de César, ya había añadido cada cuatro años un día al año.

Visto los inconvenientes de esta falta de precisión, y para luchar contra la corrupción a que esto daba lugar, Julio César reformó el calendario siguiendo los consejos y las investigaciones del sabio griego Sosígenes. Este que a la sazón trabajaba en Egipto, había descubierto que el año trópico dura 365 y un cuarto de día. Para ajustar el año a las estaciones, Julio César decidió añadir un día a un año de cada cuatro para recuperar el cuarto anual perdido. En la era cristiana, son bisiestos los años cuyo número de orden es divisible por cuatro.

En el Concilio de Nicea, del año 325, los Padres de la Iglesia fijaron la celebración de la Pascua en la primera luna llena de primavera. El inicio de la primavera caía aquél año el 21 de marzo, cuando Julio César lo había fijado el 25 de marzo. Habían transcurrido cerca de cuatro siglos, y el desfase era de unos tres o cuatro días que los padres conciliares atribuyeron a un error de Sosígenes.

Cuando en 1582, el papa Gregorio XIII trató de ajustar el calendario solar al civil se volvió a encontrar con un desfase parecido al que se habían encontrado los padres de Nicea: el inicio de la primavera volvía a coincidir el 25 de marzo porque cada 120 años, el paso del sol por el equinoccio que marca la llegada de la primavera se retrasaba un mes. Entonces, los sabios que había reunido Gregorio XIII se dieron cuenta de que el desfase era debido a que la reforma juliana no había tenido en cuenta los cálculos de Hipparques, quien atribuye al año una duración de 365 días, 5 horas y 55 minutos, y aún le atribuye cinco o seis minutos de más.

Para corregir este desfase la reforma gregoriana suprimió cada 120 años un bisiesto. Los años que terminan por dos ceros que, según la regla general deberían ser bisiestos, dejan de serlo excepto aquellos cuyo número de siglos es divisible por cuatro. Ejemplo, los años 1700, 1800 y 1900 fueron comunes porque el número de siglos no es divisible por cuatro.

El día suplementario se le atribuyó al mes sexto antes de las calendas del 1 de marzo, febrero. Para no chocar las creencias y supersticiones populares que consideraban favorables los números impares y dedicados a los dioses superiores, y desgraciados los números pares y dedicados a los dioses inferiores, César asignó al día suplementario el nombre de 28 bis, y no de 29, de ahí el nombre de año bisiesto.

El mes de febrero, del latín februus, significa purificación, purificador [antiguo adjetivo de la lengua religiosa de origen sabino (Varr., L. 6, 13)]; está jalonado de ritos de purificación y de bendición, así como de ceremonias de expiación en favor de los muertos y de la fecundidad de la tierra y de las mujeres. Según Servio (G. 1, 43), hubo un dios infernal que se llamó Februus.

Febrero era como el resto del tiempo, como un cajón de sastre a donde iba a parar todo lo que sobraba o no quedaba bien en otro tiempo. A principios de febrero se celebraba amburbium, rito de circunvalación con oraciones, sacrificios de truchas, de una oveja y de un toro (en cada villa). Los animales que iban a ser sacrificados eran paseados en solemne procesión alrededor de las villas, trazando así círculo alrededor de lo que se pretendía proteger antes de trasmitirle por su inmolación las fuerzas constitutivas de su ser. El día 2 de febrero aún se celebra en todo el ámbito católico el día de la Candelaria, día de purificación.

Del 13 al 21 celebraban la parentalia, un período nefasto para la celebración de matrimonios. La parentalia empezaba con un sacrificio ofrecido por la gran vestal, encarnación de la vida de la ciudad y del orden público. Durante los nueve días siguientes a la parentalia todas las actividades públicas se interrumpían y se celebraba la feralia. Las familias depositaban sobre las sepulturas de sus antepasados ofrendas de flores, especialmente violetas, que aún a día de hoy continúan siendo las flores de los muertos por antonomasia.

Hacía el 15 de febrero se celebraban las lupercalias en honor de Luperco, organizadas por las más importantes cofradías sacerdotales romanas. Después de ser manchados con la sangre del macho cabrío sacrificado en al cueva de Luperco y limpiados con un vellón de lana, los lupercos, seres muertos resucitados, libres y fundantes que volvían del otro mundo, salían a correr desnudos alrededor del Palatino, cargados de símbolos mágicos. A su paso, golpeaban a las mujeres con una fusta hecha de la piel del macho cabrío sacrificado. Las lupercales continúan hoy con los carnavales.

Hay fiestas móviles, porque dependen de las fases de la luna, y fiestas fijas que dependen del sol y se celebran siempre el mismo día del mes, aunque cambian de día de la semana porque cada año común atrasa un día con respecto a los días de la semana y, por ende, cada bisiesto atrasa dos. Si todos los años fueran comunes, cada siete años las fiestas fijas caerían en el mismo día del mes y de la semana. Sin embargo, con los años bisiestos, para que las fiestas fijas vuelvan a caer el mismo día del mes y de la semana, se necesitan 7 años bisiestos; es decir, un período de 28 años, llamado período solar.

El miedo y el terror se apodera de la gente durante un año bisiesto porque es tan nefasto como un año de 13 lunas. En el pasado todos estaban deseando que aquello acabara y dar el salto a un nuevo tiempo. Los cristianos de los primeros siglos estaban contaminados por todas las creencias de los romanos sobre el tiempo y, concretamente, sobre febrero (San Martín Dumiense, De correctione rusticorum).

En los países bálticos se cree que, antes, febrero y marzo tenían 29 días cada uno pero, desde hace tiempo, marzo le robó un día a febrero para vengarse de la gente que está esperando su final y darlo por vencida con el paso de la etapa invernal al período estival. Aún en nuestros días, en muchos países el miedo se instala en el corazón de los jóvenes que tienen que casarse en un año bisiesto: por ejemplo, en diciembre de 2007, en Ucrania, se casaron miles de jóvenes más que en la misma fecha del año anterior para no tener que hacerlo en 2008, año bisiesto.

Los ciudadanos achacan a enero y febrero las dificultades económicas debidas a las compras compulsivas de diciembre y enero. El febrero de 28 días es un mes cojo y, según el dicho popular, «no hay cojo bueno».

En tiempo de Julio César, los emperadores utilizaban y manipulaban el calendario, moviendo, sacando y poniendo fiestas y fechas, a su antojo y según sus intereses. Los políticos de hoy adelantan o atrasan elecciones, promulgan leyes favorables a los ciudadanos para capear situaciones sociales o políticas adversas. Los políticos pretenden hacer del futuro un pasado adelantándose a él y convertir así en propicio para sus intereses el tiempo nefasto de las crisis.

Hoy, como ayer, el ser humano ha soñado con manipular el tiempo a su antojo, ignorando su inexorable enigmaticidad.

El lugarteniente de Ronald Reagan

Por John O´Sullivan, Director ejecutivo de Radio Free Europe/Radio Liberty y editor-jefe general de la revista «National Review» (ABC, 29/02/08):

HACE dieciocho años, prácticamente un año después de la caída del Muro de Berlín, William F. Buckley Jr. realizó un viaje político por Europa Central y por la entonces aún existente Unión Soviética con una delegación de conservadores estadounidenses. En casi todos los países que visitó sus nuevos dirigentes democráticos le dieron la bienvenida con mucho entusiasmo. Incluso en la Unión Soviética, los líderes reformistas cuyo imperio se estaba desmoronando lentamente ante sus ojos lo trataron con una curiosidad respetuosa.

Al principio, Bill -que es como lo conocía todo el mundo- estaba un poco confuso ante su aparente fama. Pero luego se lo explicaron: algunos de esos ministros, jefes de nuevos partidos políticos y directores de periódicos nacionales de larga tradición (con nuevas líneas editoriales) habían leído copias de contrabando de su revista anticomunista «National Review» durante los muchos años en los que los comunistas los habían condenado a trabajar como fogoneros y canteros. Otros sabían que Bill había organizado una concentración anticomunista en el Carnegie Hall de Nueva York en protesta contra la visita de Nikita Jrushchev a Estados Unidos en una época en la que muchos políticos y analistas occidentales instaban a la gente a que pasaran por alto los crímenes del comunismo y la represión constante del bloque soviético en aras de la paz mundial.

Bill se tomó en serio la expresión «naciones cautivas» y quería liberar de verdad a los pueblos que vivían bajo el yugo soviético. Es probable que pensara que en su vida no llegaría a verlo, pero lo hizo. En consecuencia, Bill era célebre entre aquellas personas que creía que nunca habían oído hablar de él, en lugares que nunca habría esperado poder visitar con libertad.

Está claro que Bill estaba acostumbrado a ser famoso. En Estados Unidos alcanzó este rango poco después de cumplir los veinte, cuando, nada más licenciarse, escribió el libro God and Man at Yale («Dios y el hombre en Yale»), que criticaba severamente a su alma mater por su impiedad y su progresismo irreflexivo. Era un libro escrito por un joven que arremetía con desenfreno y gracia contra unos molinos de viento académicos muy pomposos. Puede que Bill no estuviera de acuerdo con todos sus argumentos -una crítica de la libertad académica, por ejemplo- treinta años después, pero la academia liberal -es decir estatista- se ofendió tontamente con ese joven conservador «criticón». El libro provocó una conmoción nacional y, gracias a esta controversia, Bill pasó a ser conocido por el gran público estadounidense -y, en concreto, por la minoría conservadora asediada en los Estados Unidos del New Deal. Pronto demostró ser una persona con instinto e inteligencia para los debates y fue famoso el resto de su vida. Pero no fue famoso por ser famoso. Puede que Bill llegara a realizar más actividades en lo que Kipling dio en llamar «el minuto implacable» que cualquier otra persona.

Surcó todos los océanos del mundo y lo puso por escrito. Trabajó como diplomático de Estados Unidos en la ONU y lo puso por escrito. Tocó el clavicémbalo (en público, con una orquesta) y lo puso por escrito. Fue -fugazmente, después de la universidad- agente de la CIA y lo puso por escrito en una serie de thrillers sobre la Guerra Fría, con un agente de la CIA llamado Blackford Oakes de protagonista. Junto a su glamurosa mujer, Pat, se subió al tren de vida de la alta sociedad de los famosos de Nueva York, y también esto lo puso por escrito: en una serie de libros muy divertidos con títulos como Cruising Speed («Velocidad de crucero»). También escribió varias novelas convencionales, una obra de teatro, numerosos artículos para revistas y tres columnas de periódico a la semana durante 40 años.

No todas las empresas de Bill fueron un éxito. Lo del clavicémbalo y su obra de teatro, así como muy probablemente su espionaje en la CIA, lo emprendió basándose en el principio de G. K. Chesterton de que si hay algo que merece la pena hacerse, merece la pena hacerlo, aunque sea mal. Lo que escribió, no obstante, lo escribió con mucha profesionalidad: nunca se saltó un cierre periodístico. En la mayoría del resto de actividades se embarcó con la alegría del principiante inspirado, y con los éxitos propios del principiante inspirado: escasos. Cuando Bill se presentó como candidato del pequeño Partido Conservador a la alcaldía de Nueva York en 1965, le preguntaron cuál sería su primera orden oficial si saliera elegido, y contestó: «Pedir un recuento». No necesitó hacerlo, porque perdió, pero obtuvo muchos más votos de los que nadie había imaginado.

Y este éxito inesperado empezó a expandir el movimiento conservador moderno de Estados Unidos que llevó a Ronald Reagan a la Casa Blanca, revitalizó el espíritu estadounidense, creó el capitalismo de la información que ahora preside el mundo y ganó la Guerra Fría. El papel que desempeñó Bill en la expansión del conservadurismo estadounidense es precedido sólo por el que tuvo Ronald Reagan, y quizá ni siquiera eso, aunque a él le gustaba considerarse, en términos ideológicos, su lugarteniente. A la temprana edad de 30 años, Bill fundó la revista «National Review». Convenció a talentos brillantes como James Burnham o Milton Friedman para que escribieran en ella, e hizo uso de la revista para reconciliar las facciones en liza del conservadurismo -libertarios económicos, tradicionalistas morales y halcones de la política exterior- en torno a una nueva filosofía basada en el anticomunismo, el libre mercado y los valores tradicionales judeocristianos. Se suele decir que la «National Review» de Bill Buckley hizo respetable el conservadurismo purgándolo del antisemitismo y de otros virus políticos. Eso es verdad y es algo importante, pero quizá no tanto como el hecho de que Bill hizo él mismo que el conservadurismo fuera chic y sofisticado. Como presentador del programa de entrevistas de televisión «Firing Line» durante 30 años, se enzarzó en agitado debate con liberales eminentes, desde J. K. Galbraith a Woody Allen, y muchas veces los despachaba con mejores argumentos y chistes más graciosos. Los conservadores estaban acostumbrados a que se los tratara como sureños reaccionarios y provincianos -si no algo peor- en la cultura estatista de los años 50 y 60. Pero cuando este protegido de la sociedad neoyorkina, elegante y gracioso, apareció en las pantallas de televisión cosiendo a puñaladas de genialidad a estatistas de calado -Galbraith y otros eran íntimos amigos suyos-, e hizo que esta visión condescendiente resultara sencillamente tonta.

Bill no se volvió a presentar a las elecciones después de su derrota en Nueva York de 1965, pero todos los conservadores que han salido elegidos desde entonces, ya sean republicanos o demócratas, están en deuda con él, y el pasado miércoles, día de su muerte, un nutrido grupo de ellos se puso en pie en el Senado de Estados Unidos para homenajearle. Cuando Bill se retiró del puesto de director de la «National Review» en 1988, me pidió que le sucediera. Dirigí la revista los diez años siguientes. Bill se hizo muy amigo mío y hoy lloro su pérdida. La noticia de que había fallecido me llegó estando en Praga al frente de Radio Free Europe/Radio Liberty. Fue un lugar extrañamente reconfortante en el que enterarse de esto, ya que Praga es una de esas grandes ciudades europeas que Bill ayudó a liberar del comunismo. Sí, el mundo actual parece más complicado e inestable que en los agitados días de 1990, pero Bill siempre decía que la libertad no es fácil. Simplemente, él hacía que pareciera fácil.

El reino del dólar y el euro

Por Josep Oliver, catedrático de Economía Aplicada de la UAB (EL PERIÓDICO, 29/02/08):

El euro ha vuelto a superar sus máximos y se ha situado por encima de la barrera de los 1,50 dólares. Recuerdo ahora la alegría de algunos medios norteamericanos cuando, tras el lanzamiento de la moneda única en 1999 a 1,15 dólares, se asistió a su progresiva pérdida de valor hasta los 0,84 dólares de julio del 2001. ¿Cuál ha sido el trasfondo de las relaciones euro-dólar? Estas han estado presididas, de forma muy especial, por el creciente endeudamiento exterior de EEUU, que traduce su empeño en mantener un nivel de vida que no pueden permitirse. Y, en segundo término, por las diferencias en el crecimiento econó- mico y, por tanto, en las perspectivas de sus tipos de interés. Así, la tendencia a la baja del dólar que se inició en verano del 2001, vinculada a sus problemas externos, se extendió hasta principios del 2005 (cuando cotizó a 1,35 dólares/euro), cota mínima desde la que retrocedió a lo largo del 2005, hasta los 1,18 dólares en enero del 2006. A partir de entonces, asistimos a su caída continuada, de forma que el pasado verano se situó en el entorno de los 1,38 dólares, y hoy ya ha superado los 1,50.

¿QUÉ ESTÁpasando ahora? Porque no deja de ser curioso que, en el momento en que el déficit exterior de EEUU mejora, su divisa cotice en mínimos históricos respecto del euro. En esta situación confluyen diversos factores. Entre los más importantes, destacan algunos vinculados a la situación actual y otros de carácter más estructural.

Entre los elementos más coyunturales hay que citar, en primer lugar, el papel de las intervenciones de bancos centrales de algunos importantes países de Asia, en especial de China, frenando la pérdida del dólar respecto de sus propias monedas. Con ello, intentan mantener sus exportaciones, pero también desplazan la depreciación del dólar sobre los hombros del euro, y también de otras divisas occidentales. En segundo lugar, las perspectivas de los tipos de interés en ambos lados del Atlántico juegan también en contra del dólar. Hoy, el precio del dinero del BCE (4%) y de la Reserva Federal (3%) muestran ya una diferencia apreciable.

Pero, además, las perspectivas para los próximos trimestres son de caída en el caso americano (hasta el 2% en verano) y de mantenimiento en el europeo. Y ese diferencial de tipos de interés está reflejando las distintas visiones acerca del futuro en el corto y medio plazo de sus respectivas economías.

En EEUU, su mayor inflación y los desequilibrios acumulados los últimos años (endeudamiento de los hogares, crisis inmobiliaria, déficit exterior) no auguran un futuro inmediato prometedor, ni en el frente de los precios (su mayor crecimiento refleja, también, la pérdida de valor del dólar) ni en el del crecimiento económico (se anticipa la entrada en recesión próximamente). En cambio, en el área del euro, aunque la situación también es difícil, ni tenemos esos desequilibrios de fondo, ni los precios crecen con esa intensidad. Finalmente, la inquietud que plantea el futuro a corto plazo de la divisa americana se refleja, también, en la entrada de capitales en los mercados de primeras materias, de forma que se venden activos en dólares y se compran primeras materias, cosa que eleva su cotización (en el caso del petróleo, por encima de los 100 dólares) y deprime el dólar.

Desde un punto de vista más estructural, la caída del dólar respecto del euro refleja un profundo cambio en la economía mundial, expresión de la creciente desconfianza del resto del mundo respecto de la capacidad de EEUU para devolver su deuda exterior sin provocar pérdidas a sus acreedores. Esos temores se traducen en el creciente peso del euro, y otras monedas, en las reservas internacionales de países del Este de Europa, Oriente Próximo o Asia. Así, sus bancos centrales están aumentando el peso del euro en sus carteras y reduciendo el del dólar, lo que acentúa el alza de nuestra moneda respecto la divisa americana. Finalmente, las reticencias sobre el exceso de endeudamiento americano se han acentuado con la crisis financiera que estalló en verano. Y las difíciles perspectivas de solución que se dibujan en el horizonte para los graves problemas del sistema financiero de EEUU presionan, también, en contra de su moneda.

POR TODAS estas razones, y aunque algunos elementos coyunturales puedan modificar su sentido, nos enfrentamos a una época en la que el recorrido alcista del euro no ha acabado. Cotizaciones alrededor de los 1,60/1,70 dólares no son impensables. Para nosotros, tiene un aspecto positivo en términos de menos presiones inflacionarias procedentes del exterior. Pero, para los exportadores del área del euro, este nuevo marco es mucho más severo, lo que exige reforzar la competitividad por otras vías. Para bien o para mal, el sistema monetario internacional que emergió en los 70, y en el que el dólar tenía un papel preponderante, se encamina a su final. Y el proceso de pérdida de la corona del rey dólar se acentúa. Y ahí aparece el joven euro, un firme candidato a la sucesión. Aunque su reinado, seguro, será compartido con otras divisas emergentes.

jueves, febrero 28, 2008

Movimientos imperceptibles

Por Andrés Serbin, analista internacional y presidente de la Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales (LA VANGUARDIA, 28/02/08):

La semana pasada un periódico brasileño difundió la noticia de que, durante la reciente visita de Lula a La Habana, en la reunión a puerta cerrada mantenida con Raúl Castro, este le había solicitado ayuda para avanzar en el desarrollo de los cambios en curso en Cuba y en el mejoramiento y la eventual normalización de las relaciones con Estados Unidos. La noticia fue rápidamente desmentida a nivel oficial en Brasilia, pero, curiosamente, se comenzó a conformar un destacado “grupo de amigos” brasileños para avanzar esta gestión.

Las señales que, asociadas a este hecho, envía Cuba son más que ominosas. En primer lugar, parece privilegiarse, como interlocutor confiable, a un gobierno de la izquierda democrática, de un país con un creciente liderazgo regional, en el eventual establecimiento de un diálogo con Estados Unidos.

En segundo lugar, por omisión más que por acción, el aliado estratégico incondicional y socio económico clave de Cuba en la región - el régimen bolivariano de Chávez- aparece postergado, lo que hace pensar que la lección de la impronta dejada por los estrechos vínculos económicos con la URSS en su momento, no ha sido desaprovechada por los cubanos. En tercer lugar, desplaza a un segundo plano, pese a la actual normalización de relaciones, el papel que podría jugar otra potencia regional media como México, posiblemente bajo el peso del legado negativo del sexenio de tumultuosas y difíciles relaciones durante la administración del presidente Fox.

Por otra parte, la elección de los miembros del Consejo de Estado por parte de la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba, el domingo 24 de febrero, confirmó algunas predicciones y deparó algunas sorpresas. La certidumbre de que Raúl Castro asumiría la presidencia de los Consejos de Estado y de Ministros se vio confirmada; la sorpresa la trajo la elección de Ramón Machado Ventura, un dirigente histórico que responde a la más dura ortodoxia del Partido Comunista (PCC), a primer vicepresidente del Consejo de Estado y segundo en el orden jerárquico.

A estas designaciones en el Consejo, se sumaron un incremento de militares entre los miembros del Consejo y ninguna renovación generacional relevante. Una lectura superficial de la nueva composición del Consejo de Estado puede conducir a pensar que, de hecho, nada ha cambiado después de la renuncia de Fidel a reasumir el cargo de presidente del Consejo, anunciada poco antes, especialmente si consideramos la solicitud explícita de su hermano a la Asamblea Popular de seguir consultando con él los asuntos clave de Estado.

Un análisis mas de fondo, sin embargo, muestra, por un lado, la consolidación de la elite política que rige los destinos de la isla y, en especial, la unidad - reiteradamente mencionada en el discurso de Raúl Castro durante la Asamblea-, entre los sectores protagonistas de esta elite, el PCC y las Fuerzas Armadas Revolucionarias, necesaria para legitimar la continuidad del proceso.

A su vez, una lectura detallada de este discurso evidencia algunas señales muy claras. Por un lado, la necesidad de más disciplina, entendida como la profundización del control político. Por otro, la urgencia de avanzar en algunas reformas económicas que abarcan desde el sector clave para el abastecimiento de la población - la agricultura-, hasta la progresiva revaluación del peso cubano y, posiblemente, su gradual convergencia con la unidad cambiaria cubana, que actualmente parten en dos la economía de la isla y el acceso de la población a diversos bienes.

A esto se suma el anuncio de la posible eliminación de la libreta de racionamiento y el incremento de los salarios, junto a una serie de medidas que mejoren la gestión estatal. El mensaje responde, en este sentido, a algunas de las expectativas de cambio de la población cubana expresadas en los numerosos y amplios debates impulsados en los meses precedentes.

Por otra parte, pese a la reiteración del duro lenguaje contra el enemigo, emblematizado por Estados Unidos, la nueva estructura de poder parece no opacar la reiterada oferta del mismo Raúl Castro de entablar un diálogo con estos, “de igual a igual”, pero insiste en que todo cambio en Cuba responderá a su dinámica interna y no a las presiones del exterior. Sin embargo, es obvio que este diálogo, si se produce, deberá esperar a que asuma una nueva administración estadounidense.

Y en este sentido, los potenciales candidatos a suceder a George W. Bush difieren manifiestamente en sus planteamientos. Mientras que los demócratas Obama y Hillary Clinton han marcado claramente sus diferencias al respecto - entre la disposición a abrirse a un diálogo incondicional con Cuba y a modificar gradualmente las restricciones al envío de remesas y a las visitas de ciudadanos estadounidenses a la isla del primero, y la abierta reticencia a cualquier diálogo hasta que se produzcan cambios sustantivos orientados a la democratización de la isla de la segunda-, el republicano John McCain ha rechazado de plano cualquier posibilidad de cancelación del embargo a Cuba, encomendándose a una próxima reunión de Fidel con Karl Marx, en el otro mundo.

Los tres candidatos, no obstante, apuntan a sectores diferentes del electorado hispano en Estados Unidos. Mientras que Obama especula con un probable cambio generacional en el voto de los cubanoamericanos, crecientemente volcados al Partido Demócrata y abiertos a restablecer el diálogo con el Gobierno cubano, Clinton y McCain coquetean con el peso del voto de los sectores más radicalmente anticastristas de la comunidad cubanoamericana.

En este contexto, ningún hecho augura cambios perceptibles, a corto plazo, en la actitud estadounidense de mantener el embargo, pero algunos movimientos de la política exterior cubana evidencian que Cuba se está posicionando para desarrollar algún tipo de interlocución después de las elecciones estadounidenses en noviembre, mientras que, en lo interno, despuntan algunas reformas económicas sin afectar la continuidad en el poder de la elite dirigente.

¿Algún problema? Plantéelo al ’súper’

Por Geraldine A. Ferraro, abogada y ex miembro del Congreso de Estados Unidos. Fue la candidata del Partido Demócrata a la vicepresidencia en las elecciones de 1984 (EL MUNDO, 28/02/08):

Ahora que la carrera por la candidatura del Partido Demócrata a la Presidencia se acerca a su resolución y la atención se centra en el papel de los denominados superdelegados en la elección del candidato, resulta instructivo examinar las razones por las que mi partido creó en su día este tipo de delegados.

Tras las elecciones a la Presidencia en 1980, la desorganización se adueñó del Partido Demócrata. En aquel año, el senador demócrata por Massachusetts, Ted Kennedy, disputó al presidente Jimmy Carter la candidatura a la Presidencia y Kennedy llevó la rivalidad hasta la mismísima convención, al proponer 23 enmiendas al programa del partido. Cuando todo hubo terminado, algunos miembros del Congreso, que estaban preocupados por su propia reelección, rompieron con el presidente y con el partido. El resto de la campaña se vio seriamente perjudicado por las luchas internas.

En 1982, tratamos de resolver parte de los problemas internos del partido mediante la creación de la Hunt Commission [Comisión Hunt], que reformó el procedimiento en virtud del cual el partido selecciona a sus candidatos a la Presidencia. Como yo era por aquel entonces vicepresidenta del Comité Ejecutivo Demócrata [el equivalente en España sería el Grupo Parlamentario] en el Congreso, Tip O’Neill, el presidente de la Cámara, me nombró representante suyo en esa comisión. La comisión tomó en consideración una serie de reformas, pero una de las más importantes fue la creación de los superdelegados, reforma en la que tuve una participación destacada. Los demócratas teníamos que encontrar un procedimiento de reunificación de nuestro partido. ¿Qué mejor, pensamos, que hacer que fueran elegidos unos representantes que participaran en la redacción del programa, que fueran miembros del comité de acreditaciones y que contribuyeran a redactar las reglas conforme a las cuales se regiría el partido? La mayoría de los cargos del partido, sin embargo, se mostraban reacios a tomar parte como delegados en unas elecciones primarias; enfrentarse a un elector cuya gran ilusión es ser delegado en la convención nacional del partido no es lo que se dice una buena política.

Así fue, pues, como creamos la figura del superdelegado y conferimos esta condición a todos los miembros del Partido Demócrata en el Congreso. Entre los 796 superdelegados se incluyen asimismo en la actualidad los gobernadores [de estados] miembros del partido, ex presidentes y ex vicepresidentes y todos los miembros del Democratic National Committee [Comité Nacional Demócrata] y ex presidentes de este comité nacional.

Estos superdelegados, de acuerdo con nuestra forma de razonar, son los principales dirigentes del partido. Son los únicos que pueden conciliar a los miembros más liberales de nuestro partido con los más conservadores y hacerles llegar a un acuerdo. Tendrían que colaborar en la redacción del programa. Tendrían que decidir si un delegado debe ser aceptado. Tendrían que colaborar en la definición del reglamento interno. En fin, una vez comprometidos en estas decisiones, no tendrían ninguna excusa para romper con el partido o con el candidato del partido a la Presidencia.

El invento ha funcionado. En 1984 encabecé el Comité Programático del partido. Produjimos el programa más largo de la historia del Partido Demócrata, un documento que instituía los principios del partido en unos términos amplios, que ni los cargos de tendencia más liberal ni los de tendencia más conservadora tendrían que denunciar. No dieron lugar a controversia alguna en la convención. Fue un documento del que nadie tenía que renegar. Perdimos en 1984, de manera inapelable, pero aquella derrota no tuvo nada que ver con luchas internas en el Partido Demócrata.

Hoy, ante la posibilidad de que Hillary Clinton y Barack Obama terminen con el mismo número de delegados una vez que los 50 estados hayan celebrado sus primarias y sus asambleas electorales, muchas personas, unas que son expertas y otras que no, están defendiendo que los superdelegados no deberían decidir quién habrá de ser designado candidato. La decisión, añaden, debería seguir en manos de las bases del partido que han acudido a las urnas y que han votado.

Sin embargo, los superdelegados se crearon para ser la vanguardia del partido, no la retaguardia. Se esperaba de ellos, y se espera, que indiquen lo que es mejor para nuestro partido y lo que es mejor para el país. He de suponer que ésa es la razón por la que muchos superdelegados han escogido ya el candidato al que van a apoyar.

Por otra parte, el conjunto de los delegados salidos de las primarias y las asambleas electorales no necesariamente refleja la voluntad de las bases del partido. La gran mayoría de los demócratas no ha sido todavía oída en las urnas. Todos nos hemos quedado impresionados ante la concurrencia a las primarias de este año, y está claro que ambos candidatos han entusiasmado y movilizado a los militantes del partido, pero, aun así, la concurrencia a primarias y asambleas electorales ha sido manifiestamente baja. Sería toda una sorpresa si hubiera participado en ellas un 30% de los inscritos como votantes del Partido Demócrata. Si éste fuera el caso, podríamos terminar eligiendo un candidato que habría contado con el apoyo efectivo de un 15%, como mucho, de los demócratas inscritos. Difícilmente puede eso considerarse un mandato de las bases.

Más importante aún es que, si bien muchos estados, como Nueva York, han celebrado primarias reservadas a los miembros del partido, en las que sólo se ha permitido votar a los demócratas inscritos, en muchos otros estados puede haber habido republicanos e independientes con una influencia decisiva porque se les ha permitido votar en las primarias o asambleas electorales de los demócratas.

No cabe duda de que en las primarias demócratas de Carolina del Sur han votado miles de republicanos e independientes y que muchos de ellos lo han hecho por Obama. Esta misma regla se aplica asimismo en las asambleas electorales de Iowa, en las que también ha triunfado Obama. Ha conseguido sus delegados con todas las de la ley, pero esos delegados no sólo representan la voluntad de las bases del partido sino también la de republicanos e independientes. Si los demócratas de base tuvieran que decidir quién ha de ser el candidato del partido, cada Estado debería aplicar la norma de que sólo se autorice a votar el candidato del partido a los miembros inscritos del Partido Demócrata que hayan militado durante un tiempo determinado, no a los que no sean miembros ni a los que se hayan dado de alta por un día.

Quizás porque he dado mi apoyo a Clinton, tengo la sensación de que la mayor parte de quienes se quejan de la influencia de los superdelegados son partidarios de Obama. No puedo dejar de pensar que posiblemente su problema con los superdelegados no esté en que éstos sean «poco representativos» sino más bien en que se les considera desproporcionadamente más inclinados a respaldar a Clinton. Además, estoy observando, con gran decepción por mi parte, que personas a las que yo respeto en el Congreso y que en su momento respaldaron a Hillary Clinton (me imagino que porque ella era la dirigente que pensaban que mejor podría representar al partido y dirigir el país) se están pasando ahora a Barack Obama con la excusa de que sus electores se han pronunciado. Seré una cínica, posiblemente, pero soy una cínica política con información imparcial. Estos chaqueteros están indudablemente preocupados porque, en caso de que Obama obtenga la designación como candidato, quizás estén provocando un problema de primer orden de cara a sus propias campañas de reelección si no prestan su apoyo a la candidatura del senador.

Ahora bien, si estas personas se sienten contrariadas porque se haya reducido la influencia de los demócratas de base en el proceso de designación de los candidatos presidenciales, entonces me encantaría verles haciendo campaña para exigir al partido que se acepte la representación de los delegados elegidos por los votantes de Florida y Michigan. En estos dos estados no se van a tener en cuenta los votos de miles y miles de militantes de base del partido porque en sus asambleas electorales se celebraron las votaciones en fechas anteriores a las autorizadas por el partido a escala nacional.

Puesto que ambos estados se inclinaron masivamente por Clinton, alzar la voz en defensa de las bases demócratas de Florida y Michigan demostraría la integridad de quienes descalifican la figura de los superdelegados. Con toda seguridad, los votantes de estos estados no se merecen verse privados del voto simplemente porque los jefes del partido en ambos estados los convocaron a las urnas en una fecha que no contaba con la aprobación de los dirigentes de nuestro partido a escala nacional, un desaire que quizá esos votantes no olviden fácilmente en noviembre.

Da la casualidad de que los superdelegados están en condiciones de resolver este problema. En la convención nacional del Partido Demócrata de este verano, en Denver, los superdelegados podrían reafirmar su papel de decisión sobre las acreditaciones y los comités de reglamentos. A fin de cuentas, ésa es una de las razones por las que, por encima de otras consideraciones, se creó la figura del superdelegado en 1982.

Cuando España prolonga la pesadilla

Por Ken Loach, cineasta, y Victoria Brittain, periodista y coautora de Enemy Combatant. Traducción de Pilar Vázquez (EL PAÍS, 28/02/08):

Unas leyes europeas injustas y el criterio de un solo juez, el español Baltasar Garzón, son los responsables de la situación de incertidumbre y de sufrimiento que están viviendo dos veteranos residentes en el Reino Unido y sus familias.

Los dos hombres pasaron cinco años en las jaulas de las cárceles estadounidenses en Afganistán y Guantánamo, donde fueron interrogados por agentes británicos, estadounidenses y españoles. Los dos sufrieron torturas, y uno perdió la vista de un ojo.

Estados Unidos terminó declarándolos inocentes tras un largo proceso legal abierto en Guantánamo, un proceso injusto e ineficaz, muy criticado por las altas instancias judiciales del Reino Unido y del resto de Europa, así como por ciertos juristas militares y civiles estadounidenses.

Jamil el Banna y Omar Desghayes fueron reclamados por el Gobierno británico y volvieron a su país de residencia en diciembre. La policía informó a sus abogados que la misma tarde de su llegada, tras un breve interrogatorio, podrían estar en casa. Las familias de ambos, incluido el hijo pequeño de Jamil Banna, que vería por primera vez a su padre, los esperaban con sus mejores ropas y una fiesta de bienvenida.

Pero mientras aún estaban volando, Baltasar Garzón dictó una orden de extradición, en la que se les acusaba de un delito de terrorismo. La policía británica se vio obligada a detenerlos a su llegada al aeropuerto de Luton.

Bajo una orden europea de detención y entrega, a las autoridades británicas no les quedaba elección: sólo podían actuar a petición del Estado que había dictado la orden y llevar a los acusados a juicio. Por suerte, cuando comparecieron ante el juez de primera instancia, éste, Timothy Workman, tuvo el buen criterio de concederles la libertad bajo fianza hasta que se celebrara la vista después del Año Nuevo. Hasta la fecha, han comparecido dos veces más ante los tribunales y están a la espera de un nuevo juicio, que se celebrará en mayo.

Los abogados de los dos han declarado que, si el caso sigue adelante, pondrán en un aprieto en sus interrogatorios a las autoridades españolas. Les preguntarán, entre otras cosas, si el Estado español pidió a las autoridades estadounidenses la extradición de los dos hombres mientras estaban recluidos en Guantánamo; les preguntarán acerca de los interrogatorios que llevaron a cabo en Guantánamo, y mostrarán informes de los vuelos sobre territorio español cuando los dos acusados fueron enviados desde Afganistán a la base en Cuba.

Los cargos que les imputa el Estado español carecen de toda solidez, para decirlo educadamente, y tanto las autoridades judiciales británicas como las estadounidenses tenían conocimiento de ellos desde hace tiempo.

Los agentes de seguridad españoles entrevistaron en Guantánamo a estos dos hombres y a varios otros. Uno de estos últimos salió de Guantánamo para ser juzgado en España y los tribunales españoles lo declararon inocente al no encontrar pruebas en su contra. El Banna y Deghayes, quienes, en su desesperación por salir de Guantánamo, también firmaron un documento aceptando ser trasladados a España, quedaron relegados al olvido en la cárcel estadounidense. Su abogado en Estados Unidos se reunió varias veces con el embajador español en Washington para pedirle que agilizara la solicitud de extradición a España, en donde, al menos, serían juzgados. Pero pasaron años sin que el Gobierno español hiciera nada al respecto.

¿Por qué la policía y la justicia británica han de dedicar su tiempo y sus recursos a satisfacer los caprichos de un juez español, cuando se trata de unas personas que ya han sido investigadas exhaustivamente por los servicios de seguridad estadounidenses y británicos y ha quedado demostrado que no suponen amenaza alguna contra nuestra seguridad o la de nuestros aliados, España incluida? A su llegada al Reino Unido, los dos hombres fueron interrogados por agentes de la Brigada Antiterrorista, quienes los pusieron en libertad y les dijeron que no tomarían medidas en su contra.

En este asunto, el Reino Unido también tiene mucho de lo que avergonzarse. La complicidad del Gobierno británico en la entrega a Estados Unidos de El Banna, quien sería trasladado de Gambia a Afganistán, para terminar en Guantánamo, es del dominio público y un motivo de vergüenza para todos. El Gobierno británico es consciente de que los abogados de El Banna y Deghayes llevaban cinco años presionando a los sucesivos ministros del Interior para que exigieran a Estados Unidos su liberación y devolución al Reino Unido. Pero hasta el mes de agosto pasado, cuando el Gobierno de Gordon Brown solicitó por fin su extradición, no se había hecho nada.

Omar Deghayes y Jamil el Banna llegaron al Reino Unido hace años en calidad de refugiados. El primero era un muchacho cuyo padre acababa de ser asesinado por el régimen del coronel libio Gaddafi; el segundo, un palestino que huía de la tortura jordana. Se establecieron en el Reino Unido y formaron familias felices y respetables. Es un milagro que, pese a su amarga experiencia, hayan conservado intacta la confianza en la justicia y la honestidad británicas. Ahora las autoridades judiciales españolas deberían archivar este caso y permitir que Deghayes y El Banna rehagan sus vidas con sus familias en el país que los acogió.

Nueva maniobra en Afganistán

Por Astri Suhrke y Arne Strand —investigadores del Instituto Chr. Michelsens (CMI, Bergen)— y Kristian Berg Harpviken —investigador del Instituto para Investigación sobre la Paz (PRIO, Oslo)— (LA VANGUARDIA, 27/02/08):

E.E.UU. enviará 3.000 nuevos marines a Afganistán y presiona a otros países de la OTAN para que participen con más soldados listos para el combate. ¿Tendrá éxito una escalada militar? Las experiencias desde el 2001 son negativas, y se deben valorar ahora seriamente las alternativas a una guerra agresiva.

Las tensiones entre los miembros de la OTAN son ya perceptibles. Los países que han entrado en las zonas de conflicto más calientes en el sur - EE. UU., Reino Unido, Canadá y Países Bajos- desean que otros les acompañen. Pero Noruega, Alemania y España, de una lista más amplia, son escépticos. Es importante hacer una valoración concienzuda de las experiencias hasta la fecha, y de las alternativas.

La experiencia de acumulación de fuerzas y guerra cada vez más agresiva hasta ahora es clara pero no resulta positiva. La escalada del esfuerzo militar internacional se ha efectuado gradualmente, pero con un acusado aumento en el 2004, cuando los estadounidenses doblaron su presencia de alrededor de 8.000 soldados a cerca de 20.000. Hoy entre la OTAN y EE. UU. hay alrededor de 50.000 militares en Afganistán. Esto significa que se han triplicado las fuerzas desde el 2002, y asciende aproximadamente a la mitad de la que el ejército soviético tuvo durante la mayor parte de la guerra en los ochenta.

¿Cuál es el resultado? Los talibanes han pasado de acciones dispersas en el 2003 a convertirse en una eficaz organización guerrillera. La rebelión realmente cobró impulso en el 2005, después del incremento de EE. UU. Desde un punto de vista militar, los talibanes son la parte débil, pero tienen facilidad para aprender y usan cada vez en mayor medida la “guerra asimétrica” con acciones suicidas, bombas en las carreteras y toma de rehenes.

Cada vez que la OTAN ha enviado más fuerzas, los talibanes se han enfrentado con el desafío y lo han rechazado. El número de acciones contra fuerzas extranjeras, trabajadores de ayuda, policía afgana y otros vinculados al Gobierno ha aumentado constantemente - la última vez con un 20%- del 2006 al 2007. Los atentados con bombas suicidas han ido subiendo de 3 en el 2004, 17 (2005), 123 (2006) hasta 137 el 2007. El 2002 el número fue cero.

Geográficamente la rebelión se ha dispersado desde zonas nucleares en el sur y en el este hasta toda la mitad meridional del país. La OTAN está perdiendo terreno entre la opinión pública afgana. Un instituto con profundos vínculos con el centro del poder en Washington ha encontrado que menos de la mitad de la población en seis provincias devastadas por la guerra en el sudoeste considera positiva la presencia de la OTAN. En el país hay mucha gente que dice que la OTAN es tan responsable de bajas y daños entre los civiles como lo son los talibanes. Y las bajas civiles aumentan al ritmo de la guerra. Las Naciones Unidas estiman que se mató a más de mil civiles el año pasado.

La OTAN ha aceptado la crítica, pero, en la práctica, los resultados han sido limitados. La guerra agresiva con extenso uso de bombardeos de aviación contra un movimiento guerrillero acarrea casi inevitablemente cifras de bajas civiles, y esta organización pone énfasis todavía en los ataques de aviación para limitar sus propias bajas de soldados. El número de ataques aéreos aumentó un 20% del 2006 al 2007, en total, 2.740 vuelos. Son el doble que en Iraq el mismo año.

Pese a todo, la conclusión, según un informe del Consejo de Seguridad Nacional del presidente norteamericano en diciembre de este año, es desoladora: Estados Unidos y la OTAN están perdiendo. Ya que la escalada militar hasta ahora ha sido considerable, pero no ha ganado terreno - y en algunos campos parece haber sido contraproducente- parece imprudente continuar con la misma rutina. Más soldados occidentales y seguir una guerra agresiva probablemente sólo significarán una nueva ronda de escalada donde los talibanes siguen bien el ritmo de la OTAN. Una ampliación de la guerra a zonas fronterizas en el lado de Pakistán será sumamente problemática por la misma razón.

En su lugar, la OTAN debe hacer una valoración profunda de una serie de alternativas que han surgido en la discusión de política en Bruselas, Kabul y otras capitales, pero que hasta ahora no han sido más que ruido de fondo. Las alternativas incluyen cambiar a un planteamiento más defensivo de la guerra; afganizar la guerra armando a grupos locales que pueden funcionar como protección civil; invertir más en negociar con comandantes talibanes y vinculados a ellos en el plano local, poner énfasis en la descentralización de funciones estatales.

Ninguna de estas alternativas carece de inconvenientes. Pero una pura escalada militar no sólo es insuficiente - algo que la OTAN reconoce claramente-, sino que muy probablemente tampoco dará el resultado deseado. Los países de la OTAN que se muestran escépticos hacia una escalada militar deben, por tanto, abrir el camino para valorar un rumbo alternativo.

Hacia un nuevo Gobierno en Cuba

Por Rafael Rojas, historiador cubano exiliado en México (EL PAÍS, 27/02/08):

Tras un régimen unipersonal de medio siglo, inicia la lenta e indecisa formación de un nuevo Gobierno en Cuba. A juzgar por los últimos meses, ese Gobierno sigue la misma ideología del anterior, pero posee un jefe, un estilo, un lenguaje y una racionalidad diferentes.

A Raúl Castro y su equipo, por lo visto, no les interesa jugar a la confrontación con Estados Unidos, ni la alianza con Chávez y Morales, ni el proselitismo obsesivo de Cuba en América Latina y el Tercer Mundo. A esos sucesores les interesa, sobre todo, reconstruir la legitimidad histórica del socialismo por medio de la satisfacción de las necesidades básicas de una ciudadanía deseosa y, a la vez, temerosa de cambios.

Con Raúl Castro en la Presidencia del Consejo de Estado de Cuba, y a pesar de la ubicación de un político tan rígido como José Ramón Machado Ventura en la primera Vicepresidencia, se deshace, en buena medida, el espejismo insular. Aquella fantasía del país de Granma, basada en el cacareo de las “virtudes” del socialismo, se viene abajo. La realidad de un país en crisis desde hace dieciséis años, por lo menos, es mirada de frente por la clase política. Los muchos y graves problemas de Cuba -transporte, vivienda, escasez, bajos salarios, altos precios, imposibilidad de viajar, falta de acceso a Internet, dos monedas, apartheid turístico…- no se esconden bajo la retórica triunfalista de la “batalla de ideas”, ni se atribuyen al “criminal bloqueo imperialista” o a la “guerra mediática de la mafia de Miami”. Por primera vez, las causas de los problemas de Cuba se localizan en una legislación obsoleta y una administración ineficiente.

Los únicos problemas de Cuba no son, desde luego, económicos y sociales. Raúl Castro, como tecnócrata de nueva estirpe, quisiera reducir la política a administración y pensar que con las necesidades básicas cubiertas, aunque sin libertades públicas, la ciudadanía insular estará conforme. Habrá que esperar un poco más para saber si esa visión gerencial es capaz de contener el malestar de la población y, sobre todo, para saber si con un partido único y una economía estatalizada es posible alcanzar una administración pública eficiente. Aún no sabemos, con certeza, cuántos deseos de ser libres tienen los ciudadanos de la isla.

No por manida, la distinción conceptual entre sucesión y transición se vuelve pertinente para entender el caso cubano. Sucesión es relevo, continuidad de las élites del poder, no alternancia ni circulación de las mismas. Transición es y ha sido en regiones tan disímiles como Suráfrica, Portugal, España, Sudamérica, México o Europa del Este, cambio de régimen, transfor-mación de sistemas de partido único o hegemónico, con grandes limitaciones de derechos políticos, en democracias regidas por la libertad de asociación y expresión y la competencia electoral. En Cuba, por tanto, se está produciendo una sucesión autoritaria, no una transición democrática, lo que no quiere decir que la primera no pueda ser un punto de partida para la segunda.

En la cuestión cubana, entendida de un modo inclusivo, las opciones de futuro se ven claramente delineadas. Los reformistas de la isla están, mayoritariamente, por la sucesión autoritaria. Los opositores de la isla, los exiliados, Estados Unidos y casi toda la comunidad internacional, incluida aquella que prefiere el diálogo diplomático a la presión comercial (España, la Unión Europea, el Vaticano, América Latina), desean una transición pacífica a la democracia en Cuba. Las diferencias de método o procedimiento, y las naturales reacciones que provoca la corrección diplomática, no deberían hacernos perder de vista que son muy pocos, realmente, los países que quieren que en Cuba persista un régimen comunista en pleno siglo XXI.

De manera que el conflicto entre transición y sucesión está planteado y, de algún modo, determinará la historia contemporánea de Cuba. En los próximos años, el Gobierno cubano avanzará en su proyecto, intentando que la reconstrucción de la legitimidad a que hemos hecho referencia sea suficiente para normalizar sus relaciones diplomáticas con la mayor parte del mundo. La oposición, el exilio y la comunidad internacional más influyente seguirán presionando o persuadiendo al régimen de la isla para que avance en la liberación de presos políticos, en la apertura de la esfera pública y, eventualmente, en la concesión de derechos civiles y políticos.

La formación de un nuevo Gobierno en Cuba, que se verá con mayor claridad cuando se reestructure el Consejo de Ministros y cuando la Asamblea Nacional comience a aprobar las medidas anunciadas, implica la subsistencia del mismo Estado. De hecho, el binomio Raúl-Machado Ventura puede ser interpretado como una transacción entre ortodoxos y reformistas, insinuada por Fidel Castro en su “proclama” del 31 de julio de 2006, que intenta garantizar la preservación del régimen durante el proceso sucesor. El objetivo de las élites cubanas es la creación de un nuevo Gobierno dentro del viejo Estado.

Para un país como Cuba, sometido durante medio siglo a la voluntad de una persona, ese cambio, por muy limitado que sea, es importante. Cuba comienza a ser gobernada por instituciones -el protagonismo de la Asamblea Nacional continuará reforzándose en los próximos meses- y la intervención de la clase política insular en la toma de decisiones es cada vez mayor. Quienes desean una transición a la democracia deberán aspirar a que las instituciones del régimen se abran al reconocimiento de la oposición y el exilio y a la comunicación con el verdadero malestar de la ciudadanía. Cuando ese contacto se produzca, dichas instituciones aprenderán a tolerar que la sociedad civil las rebase y a coexistir con nuevas asociaciones políticas, en condiciones de libertad. Sólo entonces nos acercaremos al fin del Estado socialista en la historia contemporánea de Cuba.

Recuerdos de Kenia

Por Jaume Ribera, profesor del IESE (EL PERIÓDICO, 26/02/08):

Kenia ha ocupado las portadas de los medios internacionales en los últimos meses con imágenes de una violencia increíble para un país que durante años ha sido un modelo de éxito de democracia en África. La chispa de esta situación la encontramos en las discutidas elecciones del pasado noviembre, en las que el presidente anterior, Mwai Kibaki (del Partido de Unificación Nacional, PNU), se declaró ganador por un margen de 2,5%, dando la vuelta a unos sondeos que pocos meses antes apuntaban a una victoria del opositor Raila Odinga (del Partido Naranja, ODM).

A principios de mes tuve ocasión de pasar una semana en Kenia, invitado por la escuela de negocios de la Universidad de Strathmore, donde pude compartir experiencias con profesores y alumnos de diversas etnias. Frente a las prevenciones previas al iniciar mi viaje, encontré en Nairobi una ciudad tranquila con gente amable y sonriente, paseé por su centro, fui de compras al mercado masai callejero, hablé con muchas personas y solo encontré facilidades. Fui advertido de evitar ciertas zonas, pero no noté ninguna sensación de peligro superior a la que siento cuando visito grandes ciudades en otros países. En las aulas, se notaba la tensión, y si se tocaba el tema político, la discusión pronto se tornaba acalorada, pero siempre manteniendo la educación.

MI PERCEPCIÓN de tranquilidad no pudo hacerme olvidar los más de mil muertos y las 300.000 personas desplazadas por un conflicto cuya raíz, en el momento de escribir este artículo, tiene apariencia de acercarse a la solución gracias a las conversaciones lideradas por Kofi Annan. La economía está sufriendo, en particular el transporte, la agricultura y el turismo. Mombasa es el puerto de entrada más importante de mercan- cías para los países del este de África, y Kenia es el origen de muchas de las flores que compramos en Europa. Encontré los hoteles de Nairobi y de la zona de safari de Masai Mara muy vacíos en lo que debería ser su temporada alta. En otras zonas, el desplazamiento de personas por temor a la violencia hace que las empresas no dispongan de los trabajadores necesarios. En algunos restaurantes de la capital cuesta encontrar patatas, ya que en los campos no hay gente para recogerlas.

Los observadores internacionales parecen estar de acuerdo en que las elecciones no fueron limpias, pero también coinciden en que la suciedad afecta a ambos partidos. La discusión ahora no está en quién hizo trampa, sino más bien en quién hizo menos trampa, o quién la hizo con menor visibilidad.

El fraude electoral fue el detonante, pero son muchos otros problemas los que han permanecido latentes y han alimentado esta explosión. A pesar de ser considerado un país modélico en África, Kenia tiene más de la mitad de su población viviendo por debajo del nivel de pobreza. Con tan solo un 14% del suelo cultivable, y un 70% de la población activa dedicada a la agricultura, hay una gran presión por conseguir propiedad de suelo, lo que constituye una de sus reformas pendientes y explica buena parte del descontento actual. El acceso al suelo, tema recurrente desde la guerra de independencia contra los británicos, ya se había cobrado centenares de víctimas en los meses anteriores a las elecciones.

El problema de Kenia es mucho más que un enfrentamiento tribal, pero las etnias tienen también su importancia. La tribu de Kibaki es la kikuyu, la más numerosa, pero aún pequeña, con solo el 22% de los habitantes, quienes posiblemente se ha beneficiado de tener a uno de sus miembros como presidente. Pero las dos tribus que le siguen en número (luhyas y luos) juntas, alcanzan el 27% de la población. Esto significa que, desde el punto de vista de tribus, Kenia ha sido, y muy probablemente será también en el futuro, un país obligado a gestionar políticas de coaliciones. Las diferencias tribales no son obvias para un extranjero, o incluso para los locales, que tienen que oír el acento de la persona cuando habla o conocer su apellido para reconocer su tribu de origen. En algunos hoteles, los empleados han eliminado el apellido en los carteles con sus nombres para evitarse problemas.

El país precisa reformas profundas. Hay déficits muy importantes de infraestructuras, tales como electricidad, puertos y carreteras. Los atascos de tráfico son continuos. El puerto de Mombasa, que da servicio a los países vecinos, está sobresaturado. Sin embargo, estos temas no ocupan posiciones de prioridad en las agendas de los políticos, por lo que la mayoría de los ciudadanos han visto a la clase política más como parte del problema que de la solución.

LOS KENIANOS reconocen que, aunque la solución política puede llegar pronto, se tardarán muchos años en cerrar las heridas abiertas en estos meses de caos. Va a resultar difícil para los desplazados volver a habitar junto a los vecinos violentos que fueron la causa de su huida en las últimas semanas. La reconciliación puede necesitar toda una generación.

Lamentablemente, las personas no traemos incorporada la tecla deshacer como los ordenadores. Kenia sigue siendo un destino turístico excelente, que aconsejo visitar. Es, además, en estas circunstancias, una oportunidad de ayudar a un país a mantener su economía en marcha, base de toda futura estabilidad.

McCain, ‘el mensajero del miedo’ de los conservadores

Por Christopher Buckley, escritor. Acaba de finalizar la novela Supreme Courtship, de inminente publicación (EL MUNDO, 26/02/08):

Tengo enmarcada una caricatura del semanario The New Yorker en la que aparecen dos caballeros muy correctos, con sus trajes, sus gafas y sus sombreros, que se presentan ante la garita de guardia que hay delante de la Casa Blanca. El pie del dibujo reza: «Somos de la Extrema Derecha. Hemos venido a que nos tranquilicen un poco». El chiste data de la época del primer Gobierno de Reagan y, en mi opinión, refleja con amabilidad la tempestad, por aquel entonces desenfrenada, que desató la supuesta traición de Reagan a los principios fundamentales de los conservadores. ¡Qué curioso! A juzgar por las declaraciones que en la actualidad hacen los candidatos a ambos lados (¡ejem!) de la divisoria política estadounidense, Reagan parece haber sobrevivido a esa acusación.

A algunos conservadores les puede resultar sorprendente, por disparatado, e incluso absurdo, ver que John McCain está siendo sometido a un auto de fe a manos de torquemadas de la derecha como, por ejemplo, Rush Limbaugh, Ann Coulter o Sean Hannity. El otro día tuvo que aguantar incluso abucheos en una reunión conservadora en Washington a expensas de un grupo de asistentes, prototipos perfectos del conservadurismo. De hecho, pueden poner la televisión norteamericana a cualquier hora del día y se encontrarán con que McCain es vilipendiado en términos más fuertes que los que tuvo que aguantar de sus carceleros en el Hanoi Hilton [la cárcel vietnamita en la que estuvo recluido al caer preso del Vietcong durante la guerra de Vietnam] y denunciado, según los casos, por a) no ser conservador, b) no ser un conservador de los de verdad o, incluso, c) ser tan poco conservador como para que uno se pregunte si no será simplemente la última reedición de El mensajero del miedo [título como fue estrenada en España la película de Denzel Washington, basada en la novela The Manchurian Candidate].

Permítaseme ofrecer a modo de reacción un comentario muy meditado y cuidadosamente pronunciado: ¿Quieren hacer el favor de callarse? (Por mí, incluiría en la frase una palabra para subrayar el énfasis, pero esto es un periódico).

Vamos a meter la cabeza en una bolsa de papel, vamos a respirar dentro y vamos a ver si nos calmamos y consideramos tranquilamente la cuestión: ¿es John McCain un conservador con c minúscula o un Conservador con C mayúscula? (ya es curioso que su apellido contenga la dos) ¿O no es conservador en absoluto? Efectivamente, es verdad que votó en contra de algunas de las reducciones de impuestos de George Bush, pero ¿es esto indicativo de una vileza particularmente ruin, visto en el contexto de los aumentos elefantiásicos de los gastos federales en que ha incurrido el presidente y de la ruinosa depreciación del dólar que paralelamente han conllevado? Cierto, en el tema de la inmigración, McCain se ha aliado también con el demonio por antonomasia: Ted Kennedy.

También es cierto -¡qué curioso!- que McCain es popular entre los electores hispanos, que a su vez son verdaderos paradigmas del conservadurismo cultural y sin cuyo apoyo cualquier candidato conservador a la Presidencia está condenado posiblemente al fracaso (a propósito, sería interesante oír directamente de boca de Limbaugh, Coulter y Hannity si en algún momento han recurrido a los servicios de inmigrantes ilegales. ¡Respondan con mucho cuidado, y ya, podría estar en juego esa embajada!). ¿La posición oficial conservadora sobre la inmigración es que la única solución pasa por construir un gigantesco muro y aumentar las rondas nocturnas de los agentes de la Patrulla?

También es verdad que John McCain se ha atizado sus buenos lingotazos de vodka mientras se lo pasaba en grande a expensas del contribuyente en esas fiestorras… perdón, en esas comisiones de investigación con Hillary Clinton. Bueno, también Ronald Reagan solía compartir las copas con Tip O’Neill, el portavoz del Partido Demócrata en el Congreso, después de que los dos se hubieran pasado el día llamándose de todo, y nada amable, el uno al otro, como dos viejos irlandeses con malas pulgas allí, en su bar de siempre. A la postre, se cuenta que, después de trasegar unos cuantos tragos de vodka con Stalin, Winston Churchill exclamó: «¡Me cae bien este hombre!».

Esta es una declaración que, a buen seguro, hará que tanto los conservadores como los liberales enarquen las cejas y sientan un pinchazo en el corazón, pero es que las relaciones personales siempre han producido frutos. Henry Kissinger se terminó llevando estupendamente con Mao y con Chou En-lai. Madeleine Albright regaló al dictador norcoreano, Kim Jong-il, una pelota de baloncesto firmada por Michael Jordan. Yo tuve el atrevimiento de esperar que Albright se tapara la nariz, al menos en su fuero interno, mientras le ofrecía semejante regalazo a «la peor persona del munnnnndo» (así lo llamó Keith Olbermann), pero las imágenes del acto muestran a la secretaria de Estado más bien con una sonrisa de oreja a oreja.

Siguiendo con el tema de los extraños compañeros de cama, McCain parece ser amiguísimo hasta extremos increíbles de Joe Lieberman, que no es conservador. Los dos están constantemente abrazándose y toqueteándose el uno al otro, aunque su atracción mutua no ha llegado por el momento al extremo del ósculo en toda regla en el mismísimo Congreso, uno de esos momentos de éxtasis memorable sólo alcanzado por Lieberman y Bush. Por otra parte (es cierto, una vez más), McCain es un poquito nenaza cuando resulta que hay que aguaduchar [una forma de tortura que consiste en inmovilizar a un individuo y verter agua sobre su cara y boca para simular que se le va a ahogar] a detenidos que tienen información valiosa; no obstante, se trata de una situación delicada incluso para los conservadores muy machos, los que se comen los filetones crudos y se dan grandes golpes de puño en el pecho.

Quizás algunas de las descalificaciones infamantes que se están lanzando contra McCain no sean sino consecuencia de la frustración por el fracaso de sus demás rivales, más netamente conservadores. La revista National Review, la Biblia de la doctrina Conservadora (con C mayúscula), ha distinguido con su imprimatur oficial a Mitt Romney. Sin embargo, la cosa no ha salido bien por varias razones. Romney no ha sido completamente coherente en sus posturas y ha terminado por retirarse de la carrera, aduciendo como razón su deseo de no complicar el esfuerzo bélico, lo que ha dejado el campo libre al candidato que, hace un año, levantó su voz en solitario en favor del denominado refuerzo [el envío de más soldados a Irak], altamente impopular.

Estaba también Fred Thompson, un Conservador de los de C mayúscula, tremendamente simpático. Su único problema es que a duras penas consiguió mantenerse despierto durante el discurso de presentación de su candidatura. Otro era Rudy Giuliani, un conservador de los de c minúscula, casado por tres veces, partidario de la libertad de elección de la mujer [en la cuestión del aborto], partidario de los derechos de los homosexuales, que no se habla con sus propios hijos y poco enérgico en sus recomendaciones a la dirección del Departamento [Ministerio] de Seguridad Interior.

Algunos de los que desde la derecha más vociferan contra McCain han afirmado que sería preferible dejar que un Clinton (técnicamente hablando, Hillary) o un Obama obtuvieran la Presidencia, de manera que el desastre que se va a liar después de George W. Bush (el conservador compasivo, con c minúscula o mayúscula, eso no importa tanto en este punto) recaiga sobre las espaldas de los demócratas y no sobre las nuestras.

Se hace muy cuesta arriba desplegar esta bandera, por extraña y por poco agradable. Es difícil imaginar a Ronald Reagan o a cualquier otro símbolo de los conservadores (Churchill, Margaret Thatcher) aporreando el atril y anunciando: «¡Muy bien! Este es el plan: tiramos a éste a la piscina y dentro de cuatro años parecerá que éramos unos héroes. ¡En marcha!».

El conservadurismo es, entre otras cosas, una cuestión de carácter, de mucho carácter. McCain nunca ha alardeado de salirse en este apartado. Reconoce sus fallos con una candidez casi sospechosa. De hecho, puede llegar a ser un auténtico pelmazo en este tema. La desgracia de Keating Five [nombre con el que se conoce el escándalo registrado en el Congreso ante el hundimiento de una serie de instituciones financieras y crediticias] le ofendió hasta tal punto su sentido del honor personal que ha puesto en marcha su propia cruzada en pro de la reforma de la financiación de las campañas; algo muy poco conservador.

Aún así, la suma de McCain parece mucho más grande que las partes (a mí me lo parece, en cualquier caso). ¿Cuántas elecciones ofrecen la elección de una biografía tan estimulante como la suya? Por otra parte, ¿quién de nosotros (con excepción del senador Thad Cochran, de Misisipí, que ha hecho pública una declaración según la cual la sola idea de imaginarse a McCain en el Despacho Oval le hace sentir «escalofríos en toda la columna vertebral») no dormiría a pierna suelta sabiendo que del trabajo se ocupa un héroe de guerra que está pensando en cómo enviar a más islamistas fanáticos a su cita con 72 vírgenes sin tener que pasar por un aguaducho mientras que en su tiempo libre veta las últimas asignaciones de fondos de Cochran?

El discurso de McCain ante la gran asamblea conservadora de la Crispación (ésta, con C mayúscula) ha sido un modelo de apaciguamiento (en estos momentos estoy viendo el chiste de The New Yorker). Me encantaría poder estar dentro de su cerebro o, al menos, haberme dado una vuelta por la parte del fondo de la pantalla de televisión para adivinarle el pensamiento cuando pronunciaba esas palabras tan tranquilizadoras. Supongo que sería algo del estilo de «de acuerdo, vosotros, los que pestañeáis, los idiotas que exigís cuidados especiales, si es de eso de lo que se trata, estoy dispuesto a hacerlo pero, francamente, preferiría estar tomándome unos vodkas con Hillary Clinton». En cualquier caso, ese gusto por llevar la contraria, por ir a la contra pero con buen humor y sin tremendismos, es una cualidad que siempre he asociado con el conservadurismo.

Sí a Kosovo, ¿no a Palestina?

Por John V. Whitbeck, experto en derecho internacional y asesor del equipo palestino en las negociaciones con Israel. Autor de El mundo según Whitbeck (LA VANGUARDIA, 26/02/08):
Kosovo acaba de proclamar su declaración unilateral de independencia. Estados Unidos y la mayoría de los países de la Unión Europea (con la señalada excepción de España) se apresuran - haciendo imprudentemente caso omiso del derecho internacional- a ampliar el reconocimiento diplomático a este “nuevo país”.

Las consecuencias de tal precedente se han debatido profusamente en relación con otras infortunadas áreas de otros países soberanos reconocidos internacionalmente donde existen intensos movimientos separatistas que ponen en práctica un precario pero efectivo autogobierno, como Abjasia, Osetia del Sur, Transnistria, Nagorno-Karabaj, la república Srpska, la república turca del norte de Chipre y el Kurdistán iraquí. Una consecuencia potencialmente constructiva no ha sido, aún, objeto de debate.

La impaciencia estadounidense y europea en cercenar una parte de un país miembro de laUE (que había sido universalmente reconocido, incluso por ellos, como parte integrante del territorio soberano de tal Estado) por la razón, al parecer, de que el 90% de los habitantes de esta parte del territorio del Estado respaldan la separación, contrasta con la ilimitada paciencia de EE. UU. y la UE para acabar con la beligerante ocupación - de 40 años de duración- de Cisjordania y de la franja de Gaza (ninguna parte de las cuales es reconocida por ningún país como territorio soberano de Israel, y con relación a cuya cuestión Israel únicamente ha “proclamado” su soberanía en una minúscula parte, el Jerusalén Este ocupado). Todos los residentes legales de Cisjordania y Gaza aspiran a la libertad, como lo han hecho durante más de cuarenta años. Y, por hacerlo, son castigados, sancionados, asediados, humillados y - día tras día- muertos a manos de quienes dicen basarse en elevados criterios éticos y morales.

A ojos estadounidenses y europeos, una declaración de independencia kosovar de la soberanía serbia debe ser objeto de reconocimiento aunque Serbia no acceda. Pero su actitud fue radicalmente distinta cuando Palestina declaró la independencia de la ocupación israelí el 15 de noviembre de 1988. Entonces EE. UU. y la UE brillaron llamativamente por su ausencia, mientras más de cien países reconocieron el nuevo Estado de Palestina y su falta de reconocimiento convirtió tal declaración de independencia en un acto “simbólico” a sus propios ojos y - lamentablemente- a ojos de la mayoría de los palestinos y de otros ciudadanos de otros países.

Para EE. UU. y la UE, toda independencia palestina debe ser negociada directamente - sobre una base bilateral extremadamente desigual- entre el poder ocupante y el pueblo ocupado, con la anuencia además del ocupante. Para EE. UU. y la UE, los derechos y aspiraciones de un pueblo ocupado que lleva a sus espaldas tanto sufrimiento y maltrato - así como el derecho internacional- no son importantes.

Para EE. UU. y la UE, no cabe concebir que los albanokosovares, tras gozar de casi nueve años de régimen administrativo de la ONU y protección de la OTAN, puedan esperar más el advenimiento de su libertad, en tanto los palestinos, tras soportar más de cuarenta años de ocupación israelí, pueden esperar indefinidamente…

El precedente de Kosovo ofrece al liderazgo palestino con sede en Ramala una ocasión de oro para actualizar la agenda y restablecer su empañada reputación a ojos de su propio pueblo. Si este liderazgo cree realmente que “una solución digna basada en la existencia de dos estados” sigue siendo posible, ahora es el momento ideal para reafirmar la existencia legal del Estado de Palestina de forma clara y explícita en la totalidad del 22% del mandato de la ONU sobre Palestina (la Palestina histórica) que no fue conquistado y ocupado por Israel hasta 1967, y apelar a todos los países que no reconocieron el Estado de Palestina en 1988 - en especial, EE.UU. y la UE- a hacerlo ahora.

Naturalmente, para impedir que Estados Unidos y la UE tomen tal iniciativa a broma deberían darse consecuencias importantes y explícitas en caso de proceder de tal modo. Tales consecuencias serían el final de la ilusión de la “solución de los dos estados”.

Los líderes palestinos dejarían bien claro que, si EE. UU. y la UE, tras reconocer un segundo Estado albanés en el territorio soberano de un país de la ONU, no reconocen un Estado palestino en una minúscula parte de la patria palestina ocupada, disolverán la “Autoridad Palestina” (que, legalmente, debería haber dejado de existir en 1999, al término del “periodo provisional” de cinco años según los acuerdos de Oslo), de modo que el pueblo palestino en adelante perseguirá la justicia y la libertad mediante la democracia, con la persecución continuada y no violenta de los derechos plenos de la ciudadanía en un único Estado binacional, libre de discriminación por causa de raza y religión y con iguales derechos para todos los habitantes del actual territorio palestino/ israelí, como en cualquier auténtica democracia.

Los líderes palestinos han soportado la hipocresía occidental ejerciendo el papel de bobos crédulos durante demasiado tiempo. Es hora de apostar fuerte, de forma constructiva, y sacudir a la “comunidad internacional” para que pare mientes, sencillamente, en el hecho de que el pueblo palestino no soportará injusticias intolerables y maltrato durante más tiempo.

Una agenda política

Por Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia y directora de la Fundación ÉTNOR (EL PAÍS, 26/02/08):

Si la política debe ocuparse del bien común -y no es fácil determinar qué sea eso del bien común en una sociedad pluralista-, para conseguir una aproximación sería necesario al menos priorizar entre los bienes posibles, atenerse a la máxima de que “lo primero es lo primero”

Lo primero para un partido político es ganar las elecciones, según se echa de ver, pero no debería serlo a cualquier coste. Comprar el voto con dinero contante y sonante no es de recibo, ni tampoco prometer lo que no se piensa cumplir. Más vale atender a las necesidades prioritarias, que consisten -a mi juicio- en satisfacer las exigencias del Estado social de Derecho que, según la Constitución, somos: en proteger los derechos de primera y segunda generación.

Para defender los civiles y políticos basta con poner en vigor los instrumentos del Estado de derecho, en casos como el del terrorismo o la seguridad de la vida personal. Es la forma en que las gentes pueden disfrutar de vida y libertad. Pero igualmente importa proteger los derechos económicos, sociales y culturales, como es propio de un Estado social, cosa que de algún modo consiguió el Estado del Bienestar.

Impedir que los bienes básicos queden al solo juego del mercado es una cuestión de justicia y también una medida de prudencia, porque la solidaridad institucionalizada genera la cohesión social sin la que una sociedad no prospera. No por casualidad las sociedades más prósperas, como es el caso de los países del Norte de Europa, son aquellas en que los derechos sociales se encuentran más protegidos.

La economía de alto riesgo necesita la paz social para funcionar. Justicia y prudencia van aquí de la mano.

Sin embargo, el advenimiento de la sociedad postindustrial y más tarde el proceso de globalización han producido cambios tan sustanciales que es necesario renovar el utillaje del que se sirvió el Estado providencia. La pregunta no es entonces “Estado social, ¿sí o no?”, sino “Estado social, sí, pero ¿cómo?”. Aplicar los instrumentos hoy apropiados es tarea prioritaria de una agenda política.

Articular tres factores resulta, a mi modo de ver, indispensable: la flexibilidad que necesitan las empresas para adaptarse a los cambios; la economía del conocimiento y la innovación, y la seguridad social, sin la que caemos bajo mínimos de justicia y perdemos cohesión social. Al parecer, son estas claves las que tienen en cuenta los países nórdicos, especialmente, la propuesta de Flexiseguridad. Y, a mi juicio, son éstas las que deberíamos tener en cuenta en España, articulándolas desde nuestra realidad social, y atendiendo a tres cuestiones prioritarias: educación, empleo y seguridad.

En cuanto a la educación, urge invertir en la educación universal, pero no distribuyendo libros, inundando de ordenadores las escuelas, mucho menos pagando a los muchachos para que vayan a clase. Más vale apoyar a los profesores en la tarea de promover la responsabilidad, el esfuerzo bien orientado y la curiosidad por saber. Dar poder a las personas siempre es mejor que atiborrarlas de objetos, con los que no sabrán qué hacer si no los valoran. En cuanto a las universidades, es necesario invertir en innovación, sabiendo que procede tanto de las tecnologías como de las ciencias y las humanidades.

Por lo que se refiere al empleo, la creación de empleo estable es una prioridad, tanto desde el Estado mismo como mediante ayudas a las empresas que creen puestos de trabajo, potenciando la Responsabilidad Social Empresarial. Pero también urge diversificar el empleo estable, que puede ser a tiempo completo o parcial, siempre que genere derechos sociales proporcionales; ligar los trabajos temporales a la posibilidad de capacitación y cambio de empleo, porque “flexibilidad” no puede identificarse con disponibilidad del trabajador, despido libre y trabajo precario; incentivar el autoempleo; retrasar el plazo de jubilación obligatoria, para reducir la ratio de trabajadores-jubilados; incentivar el empleo juvenil; ajustar un ingreso básico de ciudadanía, siempre que no sustituya las prestaciones sociales.

Por último, pero en modo alguno en último lugar, el cuidado de quienes no pueden valerse por sí mismos exige garantizar una atención sanitaria universal y eficiente; crear empleos en áreas imprescindibles para el bienestar, como residencias de ancianos, centros de día, empresas de atención domiciliaria, guarderías; asegurar permisos por maternidad y paternidad, pero también para quienes se comprometen a cuidar de sus mayores, reconociendo como un derecho social el cuidado de niños y ancianos, amparado por el sistema público, e integrar a los inmigrantes desde la asistencia sanitaria, la escuela y la vida cotidiana.

Todo ello resulta difícil si no existe también el empeño explícito y militante de potenciar desde estas propuestas una Europa social, que parece en precario.

Lo primero es lo primero. Y hay muchas cosas de las que hablan hasta la saciedad los medios de comunicación y los partidos políticos y por eso parecen nucleares. Pero si se hablara de ellas un poco menos y bastante más de estas otras, tal vez estaríamos más cerca de dar a cada uno lo que en justicia le corresponde.