viernes, septiembre 28, 2007

La enfermedad infantil de la ignorancia

Por Félix de Azúa, escritor (EL PERIÓDICO, 28/09/07):

De vez en cuando recuerdo que los dos males supremos de la sociedad española son la inexistencia de un sistema judicial razonable y la destrucción educativa. Todo lo demás, el encaje de bolillos de las autonomías, la financiación estructural, las alegres subvenciones y otros asuntos, son tan solo negocios. Mejores para unos, peores para otros, pero negocios. Justicia y educación, por el contrario, no son negocios: requieren inversiones gigantescas sin beneficios contables. Por eso siempre han sido reivindicaciones de la izquierda clásica, la extinguida. La que a su manera están adaptando a Europa gente como Blair, Brown, Sarkozy o Angela Merkel. Una derecha que se apropia del cartel gracias a la decadencia de la izquierda apoltronada.

A MI MODO de ver y mientras la sanidad pública funcione razonablemente, como es el caso, no hay mayor calamidad en nuestro país que los sistemas judicial y educativo. Nada puede compararse en términos de aplastamiento de los débiles y privilegio de los fuertes. La nulidad jurídica y educativa perjudica, como no puede ser de otra manera, a quienes carecen de recursos para protegerse, sea mediante abogados y propinas, sea mediante colegios privados y clases particulares. Es evidente que el franquismo no habrá concluido mientras subsista el desprecio a los ciudadanos en dos aspectos esenciales: la defensa jurídica del débil y la preparación de los jóvenes contra la desigualdad competitiva.

Dejo de lado el sistema judicial, aunque comparto la extendida opinión de que su ineficacia está protegida por la Administración ya que en los conflictos jurídicos ella es el primer cliente y puede esperar plácidamente 10 años o 20 a que “se haga justicia”. El segundo cliente son los poderosos, a los cuales favorece una justicia incompetente. Pero me gustaría compartir con los lectores algunos aspectos de la educación que se me presentan cada año en cuanto comienza el curso y me veo inerme delante de cientos de alumnos que querrían saber, pero que quizás han llegado tarde.

Me baso en la información contenida en el excelente artículo de Fernando Eguidazu Viva la ignorancia (Revista de Libros, septiembre 2007). Algunos datos son del dominio público: que España se mantiene desde hace años en el peor lugar de la clasificación europea y –ya que este artículo se edita en un periódico catalán– que Catalunya se encuentra en el peor lugar de la clasificación española. Es preciso subrayar que los responsables de esta catástrofe no son ni los maestros ni los alumnos, sino la política educativa. Han sido los sucesivos y cada vez más insensatos planes educativos los que han ido demoliendo la posibilidad de que los jóvenes posean conocimientos que sí tienen sus colegas europeos a pesar de la extensa caída de la educación. Porque el problema es global, pero ha afectado mucho más a países que, como España, tratan de remediar un atraso secular.

Los universitarios españoles no pasarían los exámenes de cualquier país europeo, excepto Grecia. Si bien pueden ser competitivos en un par de carreras técnicas, carecen de esa red de conocimientos que permite formarse una idea del mundo en el que vivimos. La nebulosa en la que tratan de orientarse incluye una ignorancia abismal de toda historia que no sea la ideológicamente local, el desconcierto ante los materiales con que abordar la complejidad (desde la biotecnia al terrorismo), el vacío cultural que impide situarse en un contexto mundial, la pavorosa inepcia en lectura, escritura y razonamiento o el desamparo ante la responsabilidad y el esfuerzo. Todo les empuja a actuar como una masa gregaria y sumisa. Nada les anima a confiar en sus propias fuerzas.

QUE LLEGUEN a la universidad en tan pésima disposición es, como todo el mundo admite, consecuencia de una educación primaria y secundaria de bajísimo nivel. Para disimular el fracaso, los políticos, con un desprecio total hacia los alumnos, van rebajando las condiciones de aprendizaje. La última: poder pasar curso con cuatro suspensos. En lugar de agudizar el deseo de saber, lo trituran para que el Gobierno obtenga cifras aceptables. No importa la educación sino la publicidad educativa.

Los efectos secundarios de la mala educación son inevitables: banalización de la vida cotidiana, masivos botellones, raves o simulacros de experiencia comunitaria, y una separación tan abismal entre jóvenes y adultos que convierte esa etapa de la vida en un gueto autista. Aun cuando pueda parecer el modelo opuesto, es como si vivieran aparcados en un campamento. La mili, ahora, dura 30 años. Es muy agitada y caótica, pero no ofrece mejor formación que la antigua.

LA TAREA de imponer una educación que apareje a los jóvenes contra sus posibles fracasos requiere sensatez y coraje. Las reformas que exijan mayor dedicación, exigencia, disciplina y esfuerzo, que protejan a quienes quieren saber de los que prefieren ignorar, encontrarán resistencias enormes. Será una lucha contra el nihilismo que va a redropelo del espectáculo cultural y el clientelismo político. Sin embargo, de no producirse esa innovación sabemos que será inevitable una sociedad cada vez más empobrecida, violenta, explotada y gregaria. Justamente la contraria de la que predican los ministros.

jueves, septiembre 27, 2007

El desatino de “la Cuarta Guerra Mundial”

Por Dominique Moisi, uno de los fundadores del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI), y profesor en el Colegio de Europa de Natolin, Varsovia. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo. © Project Syndicate, 2007 (EL PAÍS, 27/09/07):

Tener una visión distorsionada del presente es la peor manera de prepararse para los desafíos del futuro. Calificar la lucha contra el terrorismo internacional como la “Cuarta Guerra Mundial”, tal como hace en su nuevo libro el destacado neoconservador estadounidense Norman Podhoretz, es desatinado en varios sentidos.

En primer lugar, ¿cuándo y cómo se produjo la “Tercera Guerra Mundial”? La Guerra Fría, precisamente porque no llegó a ser “caliente”, nunca fue equiparable a la Primera Guerra Mundial ni a la Segunda. Evidentemente, puede que la expresión “Guerra Mundial” pretenda crear una lógica de confrontación entre “nosotros” y “ellos”, pero, dada la complejidad y las múltiples diferencias existentes dentro del mundo musulmán, la pretensión no se corresponde con el tipo de desafío que plantea el islamismo radical. De hecho, al militarizar nuestro pensamiento, nos hace incapaces de descubrir respuestas adecuadas, que deben centrarse tanto en cuestiones políticas como en consideraciones de seguridad.

Las palabras, como siempre, tienen su importancia, porque pueden convertirse fácilmente en armas que se vuelven contra quienes las utilizan mal. Las falsas analogías ya condujeron a Estados Unidos a un desastre en Irak, que no tenía nada que ver ni con la Alemania ni con el Japón de la Segunda Guerra Mundial, es decir, con ese paralelismo utilizado por algunos miembros de la Administración de Bush para defender que la democracia podía brotar en antiguas dictaduras mediante la ocupación.

Evidentemente, la amenaza terrorista es real y duradera, como ha dejado patente la conspiración recientemente frustrada en Alemania, que, incluyendo a un joven alemán recientemente convertido al islam, ha demostrado una vez más que los terroristas pueden amenazarnos desde fuera y también desde dentro. Parece que los instintos nihilistas y destructivos que algunos jóvenes alemanes de la generación de la banda Baader-Meinhof tomaron durante la década de 1970 de la ideología de la extrema izquierda pueden transformarse ahora en una “idealización” de Al Qaeda.

Está claro que debemos protegernos con la mayor dedicación y decisión de la amenaza que podría representar el terrorismo si consiguiera, por ejemplo, armas nucleares o biológicas. Hay que prestar atención a las fuerzas que realizan labores de información, diplomacia y seguridad, y educar a la gente en las condiciones necesarias para vivir a la sombra de una amenaza invisible. Por desgracia, cierta “israelización” de nuestra vida cotidiana se ha vuelto inevitable.

Sin embargo, esto no significa que debamos obsesionarnos totalmente con el terrorismo, perdiendo así de vista los desafíos históricos en su conjunto. El asesinato del heredero del Imperio Austro-Húngaro en Sarajevo, en julio de 1914, no fue la causa de la Primera Guerra Mundial, sino su pretexto. Entonces, la visión de conjunto no la definía la “conspiración anarquista” para desestabilizar a los imperios, sino el ascenso de unos nacionalismos inclementes, que iba unido al instinto suicida de un orden en decadencia y al mecanismo fatal de la lógica de las “alianzas secretas”.

En ese momento, la visión de conjunto radicaba en que, con la difusión de la revolución y el despliegue de ejércitos masivos, la guerra ya no podía considerarse la continuación de la política por otros medios. Desde un punto de vista racional, la industrialización de la guerra la había convertido en algo “obsoleto”. La Primera Guerra Mundial, más que la derrota de Alemania, Austria y el Imperio Otomano, supuso el suicidio de Europa.

Hoy en día, la visión de conjunto tiene que ver con el hecho de que el liderazgo mundial podría pasar de Occidente a Asia. La reacción paranoica de los neoconservadores estadounidenses ante la amenaza terrorista sólo puede acelerar el proceso, cuando no hacerlo inevitable, poniendo en peligro nuestros valores democráticos y, en consecuencia, debilitando el “poder blando” de Estados Unidos, alimentando al mismo tiempo la causa terrorista.

El terrorismo surge de la fusión, registrada dentro de cierta parte del islam, del extremismo religioso, el nacionalismo frustrado y lo que Dostoievski denominaba “nihilismo”. El desafío ante el que nos encontramos es el de comprender las causas fundamentales de esas fuerzas y el de establecer diferencias entre ellas. Dicho de otro modo, este desafío se basa en una complejidad que nos exige impedir que a una pequeña minoría se incorporen fuerzas mayores.

Los elementos clave para lograr una estrategia occidental unida radican en el incremento de la estabilidad en Oriente Medio, para lo cual es preciso alcanzar un arreglo para el conflicto palestino-israelí, además de favorecer una integración más real de los musulmanes en nuestras sociedades, basada en un mensaje humanista más vigoroso. Si perdemos de vista estos elementos en nuestra lucha contra el terrorismo yihadista y sus causas, seremos incapaces de enfrentarnos como es debido al desafío a largo plazo de la llamada “Chindia” (China + India).

Izquierdas, derechas y problemas territoriales

Por Felipe González, ex presidente del Gobierno español (EL PAÍS, 27/09/07):

“¿Es una política progresista tener superávit presupuestario?”, me interpela a voces un periodista cuando no estoy de humor para explicarme. “Sitúese por un momento en Estados Unidos”, le contesto, “y mire cómo dejó las cuentas públicas Clinton y cómo las tiene Bush, y después me lo vuelve a preguntar”.

Los equilibrios presupuestarios, sin fundamentalismos trasnochados que defienden en cualquier circunstancia el déficit cero o la virtualidad del endeudamiento, no son de izquierdas ni de derechas, sino de buen gobierno. Lo que diferencia a las opciones políticas en las cuentas públicas es la mezcla de ingresos y gastos. En definitiva, quién debe pagar más o menos o quién recibe más o menos, porque de ello depende uno de los elementos esenciales de la cohesión social: las posibilidades de redistribución de la renta disponible para disminuir o aumentar la igualdad de oportunidades.

Más allá de eso, desde los bíblicos tiempos de las vacas gordas y las vacas flacas, lo razonable es que en periodos de bonanza se ahorre y en los de crisis se tengan reservas para responder a las necesidades que de forma inevitable surgirán por la disminución de ingresos y las necesidades de gasto equivalentes o superiores. Este criterio, de buen sentido, debe tener en cuenta la sostenibilidad de los gastos que se propongan con carácter recurrente.

En nuestro país, los que más gritan contra las negociaciones presupuestarias, sobre todo en periodos previos a las confrontaciones electorales, son los que antes se callaban cuando los suyos estaban al mando, al tiempo que lo aprovechan para pedir más que todos los demás.

Pero también lo hacen los que, con una evaluación errónea, piensan llegado el momento de hacerse pagar el apoyo al Gobierno para quedar bien ante sus minoritarias huestes, con exigencias que poco o nada tienen que ver con los intereses generales que éste tiene que preservar. Todos coinciden en pedir más de lo razonable o de lo posible incluso, ante un ejercicio que siempre será de administración de recursos insuficientes.

Con acierto o con error en su interpretación, al Gobierno de España le corresponde presupuestar con la vista puesta en los intereses generales, que en la perspectiva de un Gobierno progresista debe enfatizar la cohesión social, sin dejarse arrastrar por demandas de oportunismo explicable pero no razonables como las que estamos contemplando. Este ejercicio es tanto más difícil cuanto mejor se han llevado las cuentas en el periodo de bonanza que hemos vivido. Si hubiera dificultades para cuadrar las cuentas, paradójicamente, sería más fácil, y la demagogia, algo más limitada.

El debate, áspero y falso, sobre el destino y reparto de las inversiones no responde a ese criterio de intereses generales que utilizan los dirigentes nacionales y autonómicos del PP, ni a los agravios comparativos que estos y los grupos minoritarios territoriales esgrimen.

Las inversiones en infraestructuras no pueden ser igualadas por raseros territoriales ni poblacionales, aunque pueda haber acuerdos temporales con cada autonomía. Dependen de factores múltiples que obligan al poder central a orientarlas para producir riqueza de la manera más eficiente, incluyendo la recuperación de los retrasos históricos, que en última instancia persiguen la misma finalidad.

Si fuera tan fácil como repartir con criterios objetivables de población, territorio o renta, por separado o combinados, la decisión dependería para siempre de una fórmula matemática que nos libraría de la necesidad de decidir, de priorizar, año a año o por periodos determinados de tiempo.

Sin duda, en el terreno de los servicios que afectan a derechos reconocidos como universales a los ciudadanos, y transferidos en su totalidad, el criterio de reparto por población es determinante, aunque otros factores deban ser tenidos en cuenta en el coste, como la dispersión o concentración de la población en el territorio. El interés general y la cohesión social nos llevarán a corregir desajustes históricos en los lugares en que existan porque estos afectan a los ciudadanos, que son el objetivo determinante de la política.

Por esta razón, en las competencias cedidas en este terreno, es más fácil llegar a un acuerdo con las autonomías. No digo fácil, sino más fácil que en las decisiones sobre las políticas inversoras en infraestructuras.

A este Gobierno se le pueden reprochar cosas, como a todos, pero no que no haya sido coherente con sus compromisos programáticos en los campos de lo social, de la ampliación de libertades cívicas o en el redoblado esfuerzo inversor respecto de la etapa precedente. Por eso, probablemente, el debate en estos años ha ocultado las mejoras en estos campos tratando de enterrarlas con temas transversales que afectan más a los sentimientos de pertenencia o a los agravios comparativos, hasta provocar, de manera irresponsable, tensiones entre los ciudadanos de los distintos territorios.

Me atrevería a decir que en el actual debate presupuestario importan poco las cifras reales y menos aún las comparativas con los años del gobierno del PP, y mucho estas politiquerías de fondo que pretendidamente defienden la unidad y la igualdad entre los españoles, aunque en la desgraciada realidad fomentan la confrontación y la crispación.

Por eso, el Gobierno debería insistir en las cifras reales y en las comparativas con los años precedentes, y hacerlo con pedagogía frente a la demagogia y con transparencia frente a la confusión. Pero también debería dejar claro que no se dejará arrastrar por unos o por otros en este tironeo preelectoral, porque, a fin de cuentas, y de cuentas hablamos, si no hubiera acuerdo presupuestario, la tragedia no sería mayor. Con una prórroga de lo que hay y la decisión de los ciudadanos a las puertas del próximo año, asunto arreglado.

Negociar los presupuestos es bueno, deseable para una acción de gobierno en democracia y en un Estado complejo como el nuestro. Incluso cuando se dispone de mayoría absoluta hay que hacer este ejercicio de responsabilidad negociadora. Pero si los excesos se acumulan y todos se sienten con derecho a abusar de sus supuestas (que no reales) posiciones de fuerza, más vale contárselo a los ciudadanos para que decidan en marzo lo que quieren.

Persecución lingüística

La escritora uruguaya Cristina Peri Rossi denuncia en este artículo ser víctima de una persecución lingüística por no hablar en catalán en el programa de Catalunya Ràdio en el que intervenía como tertuliana fija. El consejo de administración de la Corporación Catalana de Radio y Televisión ha decidido vetar a los colaboradores fijos de sus programas que hablan en castellano. Rossi, ganadora del Premio Ciudad de Barcelona de Poesía en 1992 por el libro Babel bárbara, afirma sentirse discriminada, pese a ser una ardiente defensora de la pluralidad lingüística.

Persecución lingüística. Por Cristina Peri Rossi (EL MUNDO, 27/09/07):

Hace dos años Gaspar Hernández, periodista inteligente y culto, inauguró un programa en Catalunya Ràdio, Una nit a la Terra (Una noche en la tierra), que se emitía de 1.00 a 3.00 de la madrugada. Cada noche, había una tertulia sobre asuntos intimistas o sociales en la que participaban dos invitados: editores, escritores, filósofos o poetas. Era un espacio ameno, de buen nivel y aceptación, con diferentes puntos de vista.

Gaspar me invitó desde el primer momento y yo acepté muy complacida, como tertuliana fija, una vez por semana. Todos hablaban en catalán, salvo yo, que lo hacía en castellano; nunca fue obstáculo para que nos comprendiéramos y parecía un modelo ideal de convivencia lingüística, sin rigideces, sin exclusiones.

Entiendo, leo y traduzco el catalán desde hace muchos años, pero me expreso mejor en castellano (me ocurre igual con el francés o el italiano) y vivo en una nación que tiene la suerte de ser bilingüe. Así lo es en la calle, en el metro y en la comunidad vecinal. Al inaugurar el segundo año del programa, Gaspar me felicitó. Consideraba que mis intervenciones eran muy importantes para el éxito de audiencia. Y así seguimos un año más. He compartido tertulia con Luis Racionero, con Mercedes Abad o con Sebastià Alzamora. Este año, en septiembre, empezaba el tercer año, y Gaspar contaba conmigo. Pero sorpresivamente, coincidiendo con el cambio de hora y de nombre del programa, CCRTV (Corporación Catalana de Radio y Televisión) decidió prescindir de mi participación, dado que yo hablo castellano.

Me consta que Gaspar Hernández luchó contra este despido, haciendo valer motivos de calidad profesional. No lo consiguió. Se esgrimió como causa la Carta de Principios ratificada el 17 de julio de este año, fruto del acuerdo político entre el tripartito y CiU, que recomienda la prioridad de invitados que hablen en catalán. El programa cumplía el requisito, dado que sólo yo hablaba en castellano, pero una exigencia oral exigía que se hablara sólo en catalán.

Habría que recordar que un reglamento no puede ir contra la ley y que, por el momento, y espero que también en el futuro, Cataluña es y será una nación bilingüe, por lo cual no se puede perseguir o expulsar a nadie de su trabajo por motivos lingüísticos. La libertad de expresión es un derecho constitucional que atañe a todos los ciudadanos y no se refiere exclusivamente al pensamiento, sino a las lenguas en que se emite. Una tontería es una tontería, da lo mismo en la lengua en que se diga, y una frase de Shakespeare suele ser una genialidad, en inglés, francés, castellano, catalán o checo. ¿Nos hemos olvidado de una verdad tan elemental o los intereses políticos prescinden del humanismo?

Creo haber sufrido un claro caso de persecución lingüística, como otras veces, he sufrido persecución política, bajo la dictadura uruguaya o franquista. Los fascismos tienen algo en común: siempre son excluyentes. Excluyen por motivos ideológicos, de raza, de sexo… o de lengua. Y es paradójico que me ocurra a mi, Premio Ciudad de Barcelona de Poesía en 1992 por el libro que se titula precisamente Babel bárbara y donde se exalta la diversidad de lenguas, la Babel mítica. ¿Paradójico o síntoma de los tiempos que corren? Quizás no sea casual. Quien defiende Babel es discriminada. Es posible que quienes perpetraron esta exclusión ni siquiera sepan que soy Premio Ciudad de Barcelona o que luché clandestinamente contra el franquismo y a favor del catalán desde Agermanament hace muchos años. Los censores no suelen leer y tienen pésima memoria.

Myanmar, la vergüenza del mundo

Por Vicenç Fisas, director de la Escuela de Cultura de Paz, UAB (EL PAÍS, 26/09/07):

Hace trece años, en este mismo periódico, comenté que el genocidio de Ruanda había puesto tan alto el listón de muertos en los conflictos que podríamos acabar pagándolo haciendo invisibles muchos otros dramas que, a pesar de su inmensa crueldad, no se caracterizan por acumular centenares de miles de muertos, pero sí por vulnerar todo tipo de derechos humanos, despreciar la democracia e impedir la libertad de sus habitantes. Myanmar era, y continúa siendo, uno de los paradigmas de la sinrazón de una dictadura militar autista, instalada en el poder desde hace más de cuarenta años, y en un país mayoritariamente desconocido, un gran productor de opio, y que tiene una premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, líder de la Liga Nacional para la Democracia, que ha pasado largos años encarcelada o confinada en su domicilio, a pesar de haber ganado unas elecciones en 1990, motivo por el cual fue arrestada. ¿Tiene arreglo este país? ¿Con qué tipo de apoyos cuenta la Junta Militar? ¿Podemos esperar, en definitiva, que esa amplísima movilización popular iniciada por los monjes budistas haga cambiar el escenario?

Los primeros encuentros entre los militares y la oposición democrática no se produjeron hasta finales de 2000, con la mediación de Malasia y Naciones Unidas. Durante el periodo 2001-2004 se realizaron una serie de gestos por parte de la Junta Militar en lo que podríamos denominar “diplomacia de las visitas”, que se tradujo en la liberación de presos políticos antes y/o después de las visitas periódicas que efectuaban en el país el enviado especial del secretario general de Naciones Unidas, el relator especial sobre Derechos Humanos y dirigentes políticos de varios países, aunque hubo periodos en los que la Junta Militar no permitió dichas visitas. En 2004, el Gobierno promovió una Convención Nacional para democratizar el país, tachada de farsa por los mismos EE UU, pero el NLD condicionó su participación a la liberación de sus miembros encarcelados. Muchas de las gestiones diplomáticas para resolver el conflicto se hicieron a través del Centro para el Diálogo Humanitario, con sede central en Ginebra y con una oficina en la capital birmana desde el 2000, pero que fue clausurada por la Junta Militar en marzo de 2006. Un año antes, en 2005, voces como la del ex presidente checo Václav Havel y el premio Nobel de la Paz Desmond Tutu instaron al Consejo de Seguridad de la ONU para que llevara a cabo acciones contra el régimen militar de Myanmar de forma inmediata. La suspensión de las visitas de la Cruz Roja Internacional, la existencia de campos de trabajo forzado y de la esclavitud, y el continuo encarcelamiento de opositores políticos, empezaron a incomodar a varios países y a organismos internacionales. A finales del pasado año, el embajador de EE UU en la ONU pidió al presidente del Consejo de Seguridad que se llevara a cabo una discusión formal sobre la deteriorada situación del país, pero en enero del año actual, dos países del Consejo de Seguridad, China y Rusia, además de Qatar y RD Congo, votaron en contra de esa posibilidad. En paralelo, numerosas organizaciones internacionales de apoyo a la oposición democrática birmana criticaron la falta de esfuerzos de la UE para impedir que empresas originarias de los Estados miembros inviertan en Myanmar en sectores como el del petróleo, el gas o la madera, que generan importantes beneficios al mafioso Gobierno militar. Para colmo de la vergüenza, el Gobierno indio se comprometió a incrementar la ayuda militar a Myanmar a cambio de una mayor cooperación para combatir a los grupos insurgentes indios que operan a lo largo de la frontera con Myanmar.

En el segundo trimestre de este año, el secretario general de la ONU nombró a Ibrahim Gambari como su representante en el país, con la difícil intención de implementar las resoluciones de la Asamblea General, que no tienen carácter obligatorio. La respuesta de la Junta Militar fue prorrogar por un año la detención de la líder opositora y premio Nobel de la Paz. Ibrahim Gambari visitó en julio distintos países asiáticos (Singapur, Indonesia, Malasia y Tailandia) para mantener consultas con los diferentes Gobiernos sobre la situación y el futuro del país. Entre las reuniones mantenidas cabe destacar el encuentro con las autoridades chinas, uno de los aliados más importantes del régimen militar de Myanmar. Gambari también se reunió con representantes del Gobierno indio, que en los últimos meses ha incrementado la cooperación, sobre todo en términos militares, con el Ejecutivo de Myanmar, así como con el presidente Putin. Ha sido, pues, en este contexto de un cierto movimiento a nivel internacional que los monjes budistas han emprendido la iniciativa de salir a la calle y alentar, con su ejemplo, la movilización de un pueblo que está harto de sentirse humillado por una dictadura militar corrupta y delirante.

Es una cuestión importante el que estas manifestaciones se produzcan en los días en que está reunida la Asamblea General de la ONU, porque la presencia en Nueva York de gran cantidad de gobernantes podría permitir llegar a un acuerdo de presión final sobre la Junta Militar. Para ello será imprescindible que China e India retiren su apoyo militar a la junta, que el Consejo de Seguridad, incluyendo Rusia, sea capaz de buscar una fórmula consensuada para que se ponga en marcha una hoja de ruta para la democratización del país a corto plazo (algo así como el quinteto que ayudó a superar la crisis norcoreana), y que la premio Nobel de la Paz quede en libertad de forma inmediata. Para lograrlo es fundamental que Myanmar no quede en el olvido y sea titular diario en las próximas semanas. Sólo así, ante la mirada permanente del mundo, la población birmana podrá recuperar la libertad, y nosotros dejar de ser espectadores pasivos de una de las peores vergüenzas del último medio siglo.

¿Quién pagará el precio de una normativa insuficiente?

Por Poul Nyrup Rasmussen, presidente del Partido Socialista Europeo, y Carlos Carnero, miembro de la Presidencia del Partido Socialista Europeo. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 26/09/07):

La confusión actual en los mercados financieros no es sólo cuestión de una pequeña burbuja en el mercado inmobiliario estadounidense. No afecta sólo a unos cuantos bancos y fondos privados que cuentan sus pérdidas. Los que acabarán pagando el precio son los empleos, las pensiones y los ahorros de los trabajadores. ¿Y por qué? Porque uno de los grandes problemas es que una parte cada vez mayor de los mercados financieros mundiales no se rige por las mismas reglas que los demás.

Los fondos de propiedad privada, como los fondos de inversión libre (hedge funds) y los fondos de renta variable (equity funds), no están sujetos al mismo grado de transparencia y de apertura al conocimiento público que otros elementos del mercado financiero. En la actualidad, dichos fondos representan aproximadamente dos tercios de toda la deuda nueva. La crisis financiera actual se desencadenó debido a los prestamos incobrables en las hipotecas estadounidenses, pero el enorme incremento de la deuda es producto, en gran parte, de estos nada transparentes fondos privados.

Frente a esta crisis, la Unión Europea ya ha empezado a rebajar sus previsiones de crecimiento económico. Son malas noticias para el empleo en Europa, y eso no es más que el comienzo. A medida que decaiga la confianza del consumidor estadounidense, la demanda de exportaciones y servicios europeos disminuirá. Los mercados financieros son hoy tan complejos que todavía no sabemos qué empresas serán finalmente las más afectadas por la crisis de los préstamos en Estados Unidos. Algunos bancos alemanes ya se han visto necesitados de rescate, pero todavía está por ver el resto de la historia.

Es evidente que todo esto puede poner en peligro nuestra meta común, en la Unión Europea, de hacer de Europa la economía del conocimiento más competitiva y dinámica del mundo. Al fin y al cabo, para alcanzar ese objetivo, la llamada agenda de Lisboa, hacen falta grandes inversiones. Y si los bancos están inquietos por la extensión de la deuda en el mercado financiero se mostrarán menos dispuestos a financiar inversiones a largo plazo. En resumen, la falta de seguridad en los mercados de crédito puede tener graves consecuencias para todos los europeos.

El problema es la confianza, y la confianza exige transparencia. Necesitamos unos mercados financieros transparentes, que permitan estar informados no sólo sobre las empresas que cotizan en Bolsa, sujetas a normas de transparencia y de acceso público muy claras, sino también sobre fondos privados como los de inversión libre y los de renta variable. Afortunadamente, existe un apoyo político creciente a la necesidad de transparencia en todo el sector financiero.

Cada vez hay más gente que tiene claro que, si no sabemos lo que está ocurriendo dentro de los fondos privados libres y variables, los inversores -entre ellos, los que gestionan nuestros fondos de pensiones- no pueden saber cómo protegerse de los peligros. Estamos seguros de que algunas deudas imprudentes acumuladas por estos fondos privados -y, demasiadas veces, impuestas a diversas empresas mediante compras forzadas- provocarán nuevas crisis financieras en el futuro. El presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, ha hecho un claro llamamiento a que haya más vigilancia y transparencia en los oscuros paquetes de crédito que ofrecen los bancos de inversiones, los fondos de inversión libre y otros.

Pero hay un hombre que se resiste de manera decidida a cualquier vigilancia y regulación de los fondos de inversión libre. Por desgracia, ese hombre es Charlie McCreevy, el comisario europeo que debería introducir las normas necesarias para que los fondos privados fueran tan transparentes como lo son las demás instituciones financieras, pero que, por el contrario, es el mejor amigo del sector de los fondos libres.

La fe de McCreevy en la capacidad de autorregulación de los mercados financieros es poco creíble. No es aceptable que los trabajadores europeos deban pagar el precio de esta crisis con sus fondos de pensiones y sus ahorros, e incluso sus puestos de trabajo, por culpa de un vacío en nuestras normas financieras. Tarde o temprano, la Comisión Europea tendrá que llenar ese vacío.

Nueva derecha, vieja izquierda, o todo lo contrario

Por Jordi Borja, profesor de la Universidad Oberta de Catalunya (EL PAÍS, 26/09/07):

Sarkozy, “el presidente caníbal”, como titula el Nouvel Observateur, es la última moda de la derecha europea. Presidente hiperactivo que anula a sus ministros e impone una acción reformadora a ritmo diario o casi, ha desarbolado a la izquierda francesa esgrimiendo la bandera del cambio y reclutando a algunas de sus personalidades.

Rocard (el cual por cierto no se ha pasado a la corte de Sarkozy como Lang o Kouchner) recuerda que no se “cambia la sociedad por decreto” (como dijo en su día el sociólogo Michel Crozier) y por ahora las reformas sarkozyanas con efectos prácticos han sido desgravar las herencias de los ricos y aumentar la represión sobre la inmigración imponiendo a los servicios del Ministerio del Interior cupos anuales de detenciones y expulsiones de extranjeros y limitación del reagrupamiento familiar mediante normas más propias de regímenes racistas como lo es la exigencia del ADN de los hijos. Si éstos son los cambios de la derecha moderna la izquierda tiene asegurada una larga vida.

Pero debe reconocerse que el estilo de Sarkozy (al que ha sucumbido Yasmina Reza, la autora de Arte, la exitosa obra teatral, quien acaba de publicar un libro sobre el personaje) es llamativo, seductor y tiene la virtud de afrontar problemas reales de la sociedad con un lenguaje nuevo, muy lejos de la ramplonería grosera de las conservadoras cúpulas del PP o de la Iglesia.

La otra cara de la moda actual es considerar a la socialdemocracia como algo vetusto, casi reaccionario, a la que se acusa contradictoriamente de defender ideas utópicas (por ejemplo, su generosidad o tolerancia respecto a temas como la inmigración) y privilegios sindicales o sociales (como los relativos a la reducción del trabajo y la generación de empleo). Es decir, valores propios del liberalismo democrático y del Estado del bienestar como reductor de desigualdades sociales y garantizador del acceso a los servicios básicos que proporcionan seguridad frente al riesgo y ofrecen esperanza de movilidad ascendente.

El principal acusado es el Partido Socialista Francés. Se olvida que su candidata al Elíseo, Ségolène Royal, tan criticada incluso por algunos de los líderes de su partido (Jospin acaba de publicar un libro de una sorprendente agresividad), alcanzó el 47% de los votos en las elecciones presidenciales y que posteriormente el PS obtuvo uno de sus mejores resultados en las legislativas, aunque el sistema mayoritario haya permitido que la derecha alcanzara la mayoría absoluta, lo cual no hubiera ocurrido con un sistema proporcional, como en España. Ya nos gustaría en España que el debate y las ideas renovadoras que se producen en la izquierda francesa tuvieran su equivalente acá.

Un libro reciente del brillante intelectual Jacques Attali ha irrumpido con fuerza en este debate, en Francia y en otros países europeos y americanos: una voluminosa biografía de Karl Marx. Attali fue asesor de Mitterrand pero, como él mismo reconoce, se consideraba ajeno a la cultura política dominante en los partidos de izquierda y nunca se había interesado por el marxismo. Pero tuvo la intuición de que Marx podía ofrecer algunas pistas para entender el mundo actual, el de la globalización. Algo que ya habían explicado otros autores anglosajones como David Harvey en su libro Espacios de esperanza, traducido al castellano. La obra de Attali es ante todo una biografía de las ideas de Marx y reconstruye su pensamiento sin perderse por los caminos dogmáticos e inoperantes del marxismo burocrático y menos aún por la degeneración criminal del modelo político estalinista, tan alejado de Marx como la Inquisición pueda estarlo de la teología de la liberación.

Asistimos, pues, a una revalorización en los medios intelectuales del marxismo de Marx, o como él expresaba cuando se declaraba no marxista, de un conjunto de ideas que ayudan a entender nuestro mundo, sus contradicciones y sus tendencias de futuro, y que afortunadamente no se presentan como una receta política prêt-à-porter. Pero sí que son un estímulo para cualquier proyecto renovador.

Estamos, nos parece, en el inicio de un nuevo ciclo político, y los que no se renueven están destinados a desaparecer en las catacumbas de la historia. Lo viejo, lo que se muere, aún ocupa a veces el poder o está presente en el escenario de la política, pero es simplemente un poder agónico o una presencia fantasmal. Como Bush, este cadáver político disfrazado de presidente, que sólo ha destacado por su perversa ignorancia. O Berlusconi, un patético clown que, como cantaba Reggiani, está dando su última vuelta a la pista. En España no estoy seguro de que el PSOE haya hecho muchos merecimientos para ganar las elecciones, pero sí estoy con vencido de que el actual PP no puede ganarlas ni se lo merece, no por ser conservador sino por rancio, anticuado, retrógrado, apolillado, intolerante, feo y malo.

Sarkozy representa la derecha renovada, y es útil distinguir en qué es renovada y en qué es conservadora. Su discurso es republicano, democrático, ciudadano, sin resabios ancien régime, a diferencia del de una derecha como el actual Partido Popular español que incluso es incapaz de rechazar el franquismo y sus secuelas.

En España, una derecha inteligente sería la más interesada en promover una ley de la Memoria Histórica como la que ahora se debate. Sarkozy, cuando practica una política represiva contra la población inmigrada lo hace en nombre de los valores de la República y de los intereses de las clases populares. Es neoliberal y proamericano, pero se declara protector del interés y de la identidad nacionales. Exalta el valor de la autoridad y del orden, pero también del trabajo y del mérito como medio de ascenso social. Y lo utiliza para alargar la jornada laboral y reducir las ayudas sociales. En resumen, el discurso es renovado, capaz de llegar a amplios sectores de la sociedad, y al mismo tiempo exalta los valores del pasado y preserva la desigual estructura social, con sus privilegios y sus víctimas. En nuestras sociedades hipermodernas sólo esta derecha tiene futuro.

La izquierda busca también sus modos de renovarse. Como es más difícil cambiar para reformar la sociedad que para conservarla es lógico que sus intentos tarden más en convertirse en éxitos y en consolidarse. La vía predominante es el “centrismo”, como el blairismo, o el que ahora gobierna en Italia. Tiene el inconveniente de que se coloca en muchos aspectos en el terreno del adversario: sumisión al mercado, discurso securitario, aceptación acrítica de la globalización, actitud reverencial hacia poderes fácticos como los religiosos…

El riesgo de la renovación de la izquierda es que diluya un proyecto de futuro, que su práctica de gobierno mantenga las desigualdades y que se pierdan apoyos en los sectores populares. La renovación sólo será eficaz si recupera los valores de igualdad y racionalidad, de derechos universales y sometimiento de la economía a los intereses colectivos, de rechazo del autoritarismo y de los privilegios, incluidos los de los poderes fácticos. En España, el temor a estos poderes resulta paralizante incluso a la hora de defender algo tan obvio como lo que expresa el proyecto de ley de la Memoria Histórica, simplemente una condena del franquismo y un reconocimiento de sus víctimas. Lo cual requiere una cierta dosis de coraje. Pero como escribió Borges, “nunca nadie se arrepiente de haber tenido algunos momentos de coraje en su vida”.

Campaña con modelo anoréxica desnuda crea polémica en Italia















Una campaña publicitaria de la marca No-Lita creada por Toscani (el responsable de las campañas polemicas de Bennetton en los 90) que muestra a una modelo extremadamente delgada con la Leyenda “No Anorexia” ha causado un gran revuelo en Italia.

La campaña ha ocupado las principales calles de las ciudaes más importantes de Italia y se ha colado a doble página en La Repubblica”.

La edición italiana de la revista Vanity Fair, en su próximo número, entrevista a la joven de la fotografía, que es francesa y se llama Isabelle Caro.

La joven cuenta a la revista que decidió posar “para que la gente sepa y vea lo que realmente es la anorexia” y explica que los problemas familiares le empujaron a dejar de comer y a quedarse en 31 kilos, con consecuencias físicas como la psoriasis y la hipertricosis lanuginosa (manchas negras en la piel). “Me he escondido durante mucho tiempo. Ahora me quiero mostrar sin miedo, aunque sé que mi cuerpo causa repugnancia. Los sufrimientos físicos y psicológicos que he sufrido sólo pueden ser de ayuda a quien también ha caído en la trampa de la que yo estoy intentando salir”, afirma Caro.



















En entrevista con la BBC, Toscani defendió su nueva campaña diciendo que, en contraste con la corriente mundial de la publicidad de modas, busca una aproximación a "la condición humana".

"Toda la publicidad de moda en las revistas especializadas la van a ignorar, se volverán abstractas, evitarán al ser humano. La gente ve esas campañas y no ve nada, y nos decimos a nosotros mismos que esas personas son como botellas vacías", dice Toscani.

Prioridad

La campaña de la casa de modas No-lita tiene el aval del ministerios de Salud de Italia.

La lucha contra la anorexia es una de las prioridades del gobierno del primer ministro Romano Prodi. Cerca de dos millones de italianos sufren bulimia. La ministra de Salud Livia Turco afirmó en una declaración oficial que "una iniciativa como ésta es importante para abrir un canal de comunicación privilegiado con el público joven, a través de un mensaje claro y capaz de apelar a la responsabilidad en este drama".

Oliviero Toscani creó la campaña pensando en un público mucho más amplio que el de los consumidores de la moda. "La idea no es una campaña para el público de la moda, sino para quienes siguen la moda, para las muchachas, las jóvenes, los estudiantes, todos los públicos. El rey está desnudo", dijo Toscani.

El fotógrafo, que ya había abordado el tema en una película que se presentó en el Festival de Locarno, piensa que "la responsabilidad de este problema no es sólo del mundo de la moda".

Según Toscani "hay madres, una familia, la desilusión de quien no se identifica con la imagen que proyectan los medios. Una chica ve una foto de modas o una imagen de televisión y piensa que nunca podrá ser así, e intenta desaparecer, autodestruirse, y ese es un drama".

No fue difícil encontrar una joven anoréxica. "La encontré como un director de cine busca a una actriz para una película", dice Toscani.

"Inmoral"

Pero vender ropa con la imagen de quien no puede usarla no fue una estrategia fácil de colocar en el mercado. El principal diario de Italia, el Corriere della Sera, se rehusó a publicar la fotografía.

La campaña también se usó en Francia, pero fue vetada en anuncios exteriores. "La justificación fue que la imagen era inmoral. Todavía no somos civilizados", afirmó Toscani.

Pero el fotógrafo reconoce que la polémica hará que su campaña tenga éxito. "Pienso que puede ser principio de un nuevo ciclo de publicidad. Vamos a ver qué pasa. No son muchos los clientes que tienen el valor de hacer una campaña como ésta", admite Toscani.

"Todos piensan que la comunicación publicitaria debe ser falsa o artificial, pero creo que se puede hacer algo interesante y conseguir ventajas económicas al mismo tiempo".

El Gobierno de Prodi, ni vivo ni muerto

La coalición de 14 partidos que rige Italia es incapaz de emprender ninguna reforma

Por ENRIC GONZÁLEZ - Roma - 27/09/2007

Nadie sabe si el Gobierno de Romano Prodi está vivo todavía. No da señales de vida, pero tampoco de muerte. Sigue ahí, paralizado y paradójicamente apuntalado por su propia debilidad: ya no se discute sobre si caerá, sino sobre cuándo será el mejor momento para dejarlo caer y qué ocurrirá luego. Mientras los ministros se pelean entre sí, se reaviva la popularidad de Silvio Berlusconi. Y crece el rechazo popular a toda la clase política italiana.

El Senado apenas ha aprobado leyes durante el pasado curso. El presupuesto, un puñado de decretos, y poco más. Las dos cámaras son, sin embargo, un hervidero. Cualquier moción de tercer orden puede acabar con el Gobierno italiano de centro-izquierda, nacido en 2006 de unas elecciones dramáticamente ajustadas: 49,8% contra 49,7%. La semana pasada, una compleja polémica sobre la renovación de los órganos directivos de la RAI, la radiotelevisión pública, estuvo a punto de suponer la puntilla. Tuvo que ser un posfascista disidente, Francesco Storace, quien salvara a Prodi, traicionado por su ministro de Justicia, Clemente Mastella. La semana próxima, otra moción de censura contra un subsecretario puede ser la definitiva: el ministro de Obras Públicas, Antonio di Pietro, dice que votará con la oposición. Romano Prodi ya tuvo que presentar la dimisión en febrero, tras perder una votación sobre la presencia en Afganistán. El presidente de la República, Giorgio Napolitano, decidió mantenerle en su puesto. Ahora ya no podría hacerlo: existe un riesgo real de que todo el sistema político se venga abajo, como en 1992.

El movimiento contra la política, cuya cabeza más visible es el humorista Beppe Grillo, crece por momentos. Incluso el Corriere della Sera, el diario del establishment, participa en la campaña contra una clase política indefendible. Bastan un par de cifras para justificar la extensión del malhumor: la Cámara de Diputados costará este año 1.011 millones de euros, y un diputado corriente viene a ganar, sumando todos los ingresos, unos 25.000 euros mensuales. Otra cifra: el Gobierno de Prodi cuenta, entre ministros, secretarios de Estado y subsecretarios, con 104 miembros. Y ni el Gobierno ni el Parlamento han sido hasta ahora capaces de acometer ninguna reforma de importancia. La primera ley anunciada por Prodi, hace un año, pareció modesta: la reforma del sector del taxi. A día de hoy, sigue encallada.

Romano Prodi se defiende con una crudeza impensable en otro país: "No creo que la sociedad italiana sea mejor que su clase política: pienso en los recomendados, en las defensas corporativas, en la corrupción". Esta frase, pronunciada el 17 de septiembre sin el menor asomo de ironía, da una idea de lo crispadas que están las cosas.

Prodi reunió anoche a los líderes de su coalición (14 partidos en total) para buscar un acuerdo sobre la única ley que no puede ser aparcada: el presupuesto para 2008. Los moderados exigen respeto a las instrucciones de Bruselas y que sigan saneándose las cuentas públicas. En el flanco izquierdo se reclama mayor gasto social y un uso "popular" del tesorito, los 37.000 millones de euros recaudados en 2007 por encima de las previsiones. El Gobierno, como siempre, está dividido.

Silvio Berlusconi se muestra encantado con el desastre. Su popularidad ha reverdecido, al menos aparentemente, y los sondeos resultan abrumadoramente favorables al centro-derecha: 56% en intención de voto, frente al 42% del centro-izquierda. Si hubiera elecciones anticipadas en 2008, una hipótesis cada vez más probable, Berlusconi tendría todos los números para volver al poder. Lo cual contribuye a la desmoralización general: nada se renueva en la política italiana.

Supersticiosos con botas de hierro

Por GEORGINA HIGUERAS - Madrid - 27/09/2007

Los tres generales que encabezan la Junta Militar birmana ni siquiera confían entre sí. El aislamiento impuesto al país, uno de los más pobres del mundo pese a que posee gas, petróleo y piedras preciosas, procede en buena parte del ostracismo y el oscurantismo de unos militares que han hecho de la represión su modus operandi y de la superstición y la paranoia su código de conducta.

Los analistas internacionales sostienen que el general Than Shwe, de 74 años y jefe de la junta, recela de la ambición del número dos, el general Maung Aye, de 69 años, y éste, a su vez, de sus inmediatos superior e inferior, el teniente general Soe Win, de 59 años. Los tres, sin embargo, siguen ciegamente el consejo de sus respectivos quirománticos y astrólogos.

Amparados en el eufemismo del Consejo de la Paz y el Desarrollo del Estado, bajo el que se oculta uno de los regímenes más brutales del mundo, los generales hicieron oídos sordos del clamor de su pueblo y de la comunidad internacional para democratizar el país. Mientras tanto, un vídeo colgado en YouTube mostró el año pasado a la hija de Than Shwe, adornada con brillantes como garbanzos el día de su boda.

En la historia de traiciones internas entre los militares, la detención en octubre de 2004 del entonces primer ministro, jefe de los servicios de seguridad y número tres de la junta, general Khin Nyunt, frenó antes incluso de su alumbramiento la hoja de ruta prevista por el destituido para emprender la democratización de Birmania.

El diario del régimen, La Nueva Luz de Myanmar, indicó que Khin Nyunt se encontraba bajo arresto domiciliario por "insubordinación, soborno y prácticas corruptas". Pero analistas occidentales establecidos en Tailandia señalaron que la causa de su desgracia fue "el miedo de la junta a su aperturismo". Los frecuentes contactos del ex primer ministro con sus homólogos de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sureste Asiático) y con políticos y diplomáticos occidentales cavaron su tumba política.

La paralizada hoja de ruta era un plan que preveía una nueva Constitución, la legalización de los partidos políticos y elecciones generales. La asignatura pendiente seguía siendo que no tenía en cuenta a la Liga Nacional para la Democracia (LND), que encabeza la Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi.

Herederos del dictador Ne Win -el general que dio el golpe de Estado de 1962, llevó a su país a la bancarrota y a su pueblo a la desgracia-, los militares que desde entonces dirigen Birmania están, al igual que Ne Win, obsesionados con los supuestos intentos del mundo exterior por arrebatarles el poder. Cualquier extranjero que se aventure por Myanmar, incluidos los representantes de la ONU, es visto con recelo y considerado un saboteador de la "paz y el bienestar" que disfruta el país.

Inventor de la "vía birmana hacia el socialismo", una mezcla nacionalista de marxismo y budismo, Ne Win abandonó sorpresivamente el poder en 1988, en medio de la revuelta estudiantil que pedía apertura y democracia. Conmocionados por la salida del dictador, los militares permitieron un verano de libertades políticas, pero en septiembre un nuevo golpe de timón militar puso otra junta al frente de Birmania, que ordenó meses después cambiar el nombre del país por Myanmar.

Aunque con mayores restricciones, la vida política siguió su curso. La junta permitió la celebración de las elecciones, pero aplastó sin escrúpulos sus resultados cuando se hizo evidente que la LND había ganado 392 de los 485 escaños del Parlamento.

La Junta, cada día más perturbada, inauguró este año la nueva capital, Naypyitaw, levantada en el interior para sustituir a Yangon por "cuestiones de seguridad".

"No conocía la brutalidad con la que Bush advirtió a Chile"

Por ERNESTO EKAIZER - Madrid - 26/09/2007

Juan Gabriel Valdés, embajador de Chile ante la ONU en los días previos a la invasión de Irak, reaccionó hoy con estupor al conocer el acta de la conversación Bush-Aznar del 22 de febrero de 2003, durante la cual el presidente de EE UU amenazó con perjudicar a Chile si no apoyaba la invasión. “Nunca se dijo aquí en Chile nada de semejante brutalidad. Sabía que había habido algún tipo de presiones, pero nunca tan directas”, dijo Valdés.

El ex embajador se refería a un párrafo de la conversación de Crawford (Tejas) en la que el presidente George W. Bush señalaba a José María Aznar el comportamiento que debían observar los países considerados amigos de EE UU. “Países como México, Chile, Angola y Camerún deben saber que lo que está en juego es la seguridad de los Estados Unidos y actuar con un sentido de amistad hacia nosotros. [El presidente chileno Ricardo] Lagos debe saber que el Acuerdo de Libre Comercio con Chile está pendiente de confirmación en el Senado y que una actitud negativa en este tema podría poner en peligro esa ratificación”, decía Bush.

En la primera quincena de marzo de 2003 habían trascendido algunas informaciones sobre la presión que ejercía Washington sobre aquellos países que manifestaban sus reticencias a apoyar una intervención militar en Irak. En particular, en relación a Chile, se pudo saber que el entonces principal negociador comercial de EE UU, Robert Zoellick, se había puesto en contacto con la ministra de Relaciones Exteriores de Chile, Soledad Alvear, para manifestarle que “tenía miedo de que en el Senado norteamericano se recibiera muy mal un voto contrario de Chile a la resolución”. En aquella época estaba pendiente, como recordó Bush a Aznar en su reunión, la firma del Tratado de Libre Comercio entre EE UU y Chile.

“La conversación entre Aznar y Bush revela exactamente la visión que tenía y tiene la Administración de Bush de las Naciones Unidas como institución. Lo que está por encima de todo, en este caso de la guerra de Irak, es la relación bilateral que cada país tiene con EE UU. Todo se mide en función de esa relación bilateral. No existe la comunidad internacional como tal”, protesta Valdés.

Las gestiones de Palacio

El ex embajador participó activamente en la oposición a la segunda resolución propuesta por EE UU, Reino Unido y España. “¿Cómo íbamos a apoyar una guerra cuando los informes públicos y privados del jefe de los inspectores de la ONU, Hans Blix, hablaban de un incremento de la cooperación de Irak, cuando no habían encontrado armas prohibidas y cuando se llegaron a destruir 70 misiles Al Samud 2?”, plantea. Por eso, Valdés lideró junto con el entonces embajador de México ante la ONU, Adolfo Aguilar Zinser, un grupo de seis países (Angola, Camerún, Guinea, Pakistán, México y Chile) para dar más tiempo a los inspectores, aunque no indefinidamente. En marzo de 2003, la ministra española de Exteriores, Ana Palacio, propuso a Chile que copatrocinara la segunda resolución. “Sole, hay que salvar a Colin, hay que salvar a Colin”, espetó Palacio a la ministra chilena Soledad Alvear, en referencia al secretario de Estado norteamericano Colin Powell.

Palacio excluyó de una reunión con Colin Powell a Adolfo Aguilar Zinser —sólo permitió la asistencia del ministro de Relaciones Exteriores de México, Ernesto Derbez, el 7 de marzo de 2003— por considerarlo demasiado antiamericano. Aguilar Zinser murió años más tarde en un accidente automovilístico.

Philippe Sands es el abogado británico experto en Derecho Internacional que destapó el memorándum secreto de la reunión del 31 de enero de 2003 entre Bush y Blair. Preguntado ayer sobre la conversación de Crawford entre Aznar y Bush, dijo: “La segunda resolución fue una concesión de Bush a Blair de mala gana. No se trató ni siquiera de dar legalidad a la guerra. Las conversaciones de Aznar y Bush son coherentes con las anteriores de Bush y Blair. Una auténtica mascarada”.

"sar-KO-zee" no es el alcalde de "kah-RAH-kus"

Por ELPAIS.com / AGENCIAS - Madrid / Washington - 26/09/2007

La cita era muy importante, la comparecencia ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, y los asistentes del presidente de Estados Unidos habían preparado el discurso de George W. Bush con mucha atención. Incluso habían añadido sugerencias para que el presidente pudiera pronunciar 'bien' nombres extranjeros con los que, por lo visto, no se sentía a gusto. Durante la intervención Bush leería las sugerencias fonéticas en los "teleprompter", las dos pantallas colocadas a ambos lados del orador.

El problema surgió cuando los técnicos de la Naciones Unidas colgaron, por error, el texto en la web oficial de la ONU. Entonces todo el mundo se enteró de que el presidente francés se había convertido, en el borrador de Bush, en 'sar-KO-zee'; el país Mauritania en 'moor-EH-tain-ee-a'; la ex república soviética Kirguizistán, en 'KEYR-geez-stan'; el presidente de Zimbabwe Mugabe en 'moo-GAH-bee' y la capital de Venezuela en 'kah-RAH-kus'.

Para más inri, algunos fotógrafos también captaron imágenes del los borradores entre las manos del presidente, y en la web de la ONU también aparecieron los nombres y los números de teléfono de asistentes de Bush, que escribieron el discuro. Unas horas después las Naciones Unidas retiraron el discurso.

miércoles, septiembre 26, 2007

La ayuda española a los Estados Unidos

Por Eduardo Garrigues, escritor y diplomático (ABC, 26/09/07):

Como países que en diferentes momentos de la historia hemos tenido que superar graves desencuentros, resulta curioso que ni en los Estados Unidos ni en España nos hayamos molestado en destacar un episodio fundamental de la historia compartida: la importante contribución española a la guerra de Independencia que permitió el nacimiento del nuevo estado.

En Estados Unidos se ha recordado sobre todo el apoyo francés a los rebeldes y, en la mayoría de los libros de historia, se cita nuestra participación en el conflicto como una consecuencia casi accidental del pacto entre las dinastías borbónicas. Sin embargo, como en su momento reconocieron los fundadores de la nueva república, sin el apoyo diplomático, la generosa ayuda financiera y la acción militar de la Corona española, seguramente no hubiese podido triunfar la causa de la independencia americana. Resulta a ese efecto revelador espulgar la correspondencia de George Washington, que aguardaba ansiosamente la entrada abierta de España en el conflicto: «Si consiguiésemos que los Españoles unieran sus flotas a las de Francia e iniciasen las hostilidades -escribía Washington en octubre de 1778- se despejarían todas mis dudas. Si esto no se consigue, me temo que la Armada Británica sea demasiado poderosa para contrarrestar la actuación de Francia».

Cuando España declaró la guerra a Inglaterra en 1779, don Bernardo de Gálvez, gobernador de la Luisiana, expulsó a los ingleses de la cuenca del Mississippi y recuperó las dos Floridas, en una acción militar fulgurante. Aparte del efecto inmediato de inmovilizar en el golfo de México importantes contingentes británicos, la actuación de Gálvez tuvo también efectos indirectos en escenarios bélicos mucho más al norte, contribuyendo al aprovisionamiento de las tropas del general Lee, mandando refuerzos a Patrick Henry, gobernador de Virginia, y enviando también suministros a las fuerzas de George Rogers Clark en Illinois, lo que permitió al ejército continental, apoyado por tropas francesas, lograr la decisiva victoria de Yorktown sobre los ingleses, que se vieron forzados a reconocer la independencia de los colonos rebeldes.

Nuestro embajador en París, el conde de Aranda, ya vaticinaba la difícil situación en que se encontrarían los territorios españoles en la América Septentrional, una vez que nos encontrásemos mano a mano con aquella nueva nación que, como diría el astuto aragonés, «había nacido pigmea, pero pronto se convertiría en un gigante». Ese gigante precoz pronto devoraría los inmensos territorios de la Luisiana y la Florida y se anexionará Texas, poco antes de absorber la mitad del territorio de la nueva República mexicana, que incluía los actuales estados de Nuevo México, Arizona, y California. Casi en los mismos parajes donde durante la época del Reformismo borbónico se erigió una cadena de presidios para defender a los pobladores españoles de los ataques de los «indios bárbaros», hoy se está construyendo una muralla para cerrar el paso de la inmigración ilegal procedente de las repúblicas al sur del Río Grande.

Volviendo a la guerra de Independencia de los Estados Unidos, en el año de 1777 se producen algunos de los hechos decisivos en la evolución del conflicto, como las primeras negociaciones entre el conde de Aranda y Benjamín Franklin en París y la llegada a Portsmouth de la fragata «Amphitrite» con el primer envío hispano-francés significativo de pertrechos militares. Pero el acontecimiento más importante en ese año sería la victoria de Washington en Saratoga sobre las tropas británicas del general Burgoyne, lo que acabaría de convencer a Francia de apoyar abiertamente a los insurgentes, antes de que acabasen de sacudirse el yugo británico.

Pero también fue en 1777 cuando -en plena efervescencia bélica entre Inglaterra y sus colonias y cuando ya resultaba inevitable la guerra con España- apareció en Edimburgo la primera edición de la «Historia de América» de William Robertson, que realizaba un análisis muy desfavorable de la colonización de España en América. El libro fue reeditado y eficazmente divulgado en los Estados Unidos precisamente en los años en que los dominios españoles seguían constituyendo una incómoda barrera a los deseos expansionistas de la nueva nación. Según eminentes hispanistas estadounidenses, como el profesor David Weber, la «Historia de América» de Robertson contribuyó a perpetuar en la historiografía americana los conceptos negativos sobre la colonización española, que ya se habían utilizado en épocas anteriores por las potencias rivales. Curiosamente, esos estereotipos han pervivido en muchos manuales de historia en los Estados Unidos hasta nuestros días, y posiblemente tienen algo que ver en la falta de reconocimiento de un acontecimiento histórico tan importante como la contribución española al nacimiento del país.

Para investigar la compleja trama de ese periodo histórico y las relaciones entre personajes como Aranda y Franklin, Washington y Miralles, John Jay y Floridablanca, a finales de este mes de septiembre se reunirá en la National Portrait Gallery de Washington un grupo de historiadores de España, México, Estados Unidos y Reino Unido que participarán en el simposio titulado: «La contribución española a la Independencia de los EE.UU.: entre la Reforma y la Revolución (1763-1848)». Como importante complemento visual y artístico de ese encuentro académico, la National Portrait Gallery presentará también en sus salas desde septiembre de este año a febrero de 2008 una exposición llamada «Legado: España y los EE.UU. en la era de la Independencia (1763-1848)» donde, más de doscientos años después de esos acontecimientos, se encontrarán bajo el mismo techo los retratos de los Ilustrados españoles y los de los líderes de la nueva nación, protagonistas de un capítulo no suficientemente conocido y de gran trascendencia para la historia común.

Estos acontecimientos culturales han sido propiciados por la Fundación Consejo España-EE.UU. y la Sociedad Estatal para la Acción Cultura Exterior, en colaboración con la National Portrait Gallery, institución especialmente dedicada a preservar las imágenes de quienes han contribuido a la formación de esa nación. Presidirá la inauguración de esos eventos Su Alteza Real la Infanta Doña Elena, descendiente del monarca ilustrado que ayudó a que George Washington se convirtiera en el primer presidente de los Estados Unidos.

Escuche sus palabras

Por Said Aburish, escritor y biógrafo de Sadam Husein; autor de Nasser, el último árabe. Traducción: Robert Falcó Miramontes (LA VANGUARDIA, 26/09/07):

Escribir sobre problemas deprimentes de Oriente Próximo, incluida Palestina, Iraq y Afganistán, la guerra contra el terror y el enfrentamiento entre Oriente y Occidente no sólo corroe el alma, sino que lo convierte a uno en un experto del lenguaje del miedo, el odio, la violencia y la muerte. La palabra “esperanza” está en desuso.

Por sorprendente que parezca, pronunciamos el término terrorista suicida con la misma entonación que cartero o frutero. No nos detenemos a pensar cómo se crea un terrorista suicida y por qué hay tantos.

El asesinato premeditado es asumido con una familiaridad morbosa que traiciona su asociación tecnológica. Se supone que debe ser quirúrgico, sus efectos deberían estar limitados a la víctima elegida. Una de las implicaciones de este tipo de actos es que tras ellos tiene que haber un gobierno organizado, ya que se requiere de un gran dominio de una compleja tecnología para llevarlos a cabo. El hecho de que los gobiernos asesinen a personas ya no es una causa de preocupación. El motivo por el que se elige a la víctima en cuestión carece de importancia.

El término limpieza étnica se usa de forma incorrecta. En la mayoría de las ocasiones son los mismos grupos étnicos los que limpian zonas de otros grupos religiosos. Los kurdos suníes del norte de Iraq están expulsando a los kurdos chiíes (llamados faili). Esta actividad se encuentra en los últimos puestos de la escala de importancia de la gente y nadie está interesado en prestarle atención.

Bush condenaba a Sadam Husein por usar armas químicas contra “su propio pueblo”. ¿Acaso es distinto usarlas contra otros pueblos? Tal vez las democracias pueden justificar su empleo contra “otros pueblos”. De hecho, EE. UU. no debería inmiscuirse en las relaciones entre un gobierno y su pueblo.

El presidente Bush y el ex primer ministro Tony Blair se han quejado en numerosas ocasiones de los países que son “una amenaza para sus vecinos”. Esta acusación se ha utilizado para describir la implicación iraní en Iraq y la de Siria en Líbano. Sin embargo, no se dice nada sobre los países que se inmiscuyen en los asuntos de Iraq y Líbano desde miles de kilómetros de distancia.

El lenguaje militar usado por estadounidenses y británicos describe las bajas civiles de una operación militar como “daños colaterales”, un término que parece destinado a impedir que creamos que las personas muertas o heridas tenían gente que las amaba.

El acto inhumano de retener a personas durante largos periodos de tiempo sin acusarlas ni juzgarlas es posible gracias a una serie de leyes aprobadas tras el 11-S.

En todas las guerras, los nombres de los lugares adquieren cierta connotación cuando ocurre algo en ellos. En el caso de Iraq, Abu Graib es la cárcel en la que los estadounidenses torturaron a los prisioneros iraquíes (y les sacaron fotografías), lo cual fue una violación de las convenciones de La Haya y de Ginebra. A pesar de la dificultad para pronunciar el nombre, sobre todo para los anglosajones, Abu Graib es ahora sinónimo de tortura. Por supuesto, ciertas palabras o bien cambian de significado o dejan de usarse. Por ejemplo, EE. UU. ya no está liberando a nadie. El intento de liberar a un pueblo e iniciarlo en la vida democrática es agua pasada.

Dentro de unos años, no se asociará a Bush con la liberación de un pueblo ni con la defensa de la causa de la democracia, sino que las entradas de los diccionarios dirán algo así:

Abu Graib: tortura con inmunidad y sin temor al castigo. Término que surgió durante el gobierno del presidente George W. Bush.

Escuadrones de la muerte: expresión que adquirió un nuevo significado durante el mandato del presidente George W. Bush; hace referencia a las actividades de fanáticos chiíes que intentaban eliminar a los musulmanes suníes.

Karzai Keif: opio de alta calidad que se produjo por primera vez bajo el gobierno del presidente afgano Hamid Karzai, aliado de Estados Unidos durante el mandato de George W. Bush.

Sin embargo, todo esto no se detiene aquí y resulta imprescindible entender el lenguaje de la alianza anglosajona creada por Bush y Blair para salvar la civilización occidental. De lo contrario, los problemas vienen y se van sin que nosotros hagamos nada al respecto.

Hace unas semanas, el Gobierno Bush anunció que los Guardianes de la Revolución iraní habían pasado a ser considerados como una organización terrorista. Hamas y Hizbulah ya lo eran. De acuerdo con las leyes existentes, el presidente de Estados Unidos está autorizado a atacar organizaciones terroristas en cualquier parte del mundo. En este caso, tiene poderes para atacar a los Guardianes de la Revolución de Irán.

La gente que destruyó Iraq miró hacia el otro lado cuando Afganistán pasó a convertirse en el principal exportador de opio; esa misma gente se ha convertido en especialista en la tortura de prisioneros, en la aceptación del daño colateral, han pasado a ser los héroes creativos de Faluya y protectores de los escuadrones de la muerte… Los mismos que nos han ayudado a mejorar nuestro conocimiento del inglés están legalizando los ataques contra los Guardianes de la Revolución de Irán. Lo último de lo que podemos acusarlos es de que sean unos cobardes que vayan a huir con el rabo entre las piernas.

Una estrella encarcelada

Por Roby Alampay, director ejecutivo de la Seapa, Alianza de la Prensa del Asia Sudoriental. © Project Syndicate in collaboration with the Asia Society, 2007. Traducción: Carlos Manzano (LA VANGUARDIA, 26/09/07):

Joseph Estrada, el desacreditado ex presidente de Filipinas, afronta la perspectiva de pasarse los años que le quedan de vida en la cárcel después de que un tribunal especial de Manila lo declarara culpable de amasar unos 15 millones de dólares estadounidenses en sobornos y cohechos. Durante los 30 meses en que gobernó su país, desde mediados de 1998 hasta comienzos del 2001, Estrada aceptó sobornos de los señores de los garitos, orquestó (con fondos de la Seguridad Social) ventas de valores bursátiles y desvió gran parte de los beneficios a su cuenta personal abierta con un alias.

Estrada definió, literalmente, el saqueo. Fue senador a comienzos del decenio de 1990, y fue uno de los diputados del Congreso que formuló la ley conforme a la cual fue declarado culpable. Para muchos filipinos, hay en ello más que suficiente poesía y, desde luego, más ironía que la acopiada por las comedias cinematográficas de acción del decenio de 1960 interpretadas por Estrada.

No se puede quitar importancia a la decisión unánime del tribunal de declarar culpable al primer presidente en toda la historia de Filipinas que ha sido sometido a un proceso penal. Al fin y al cabo, se trata de Filipinas, donde Imelda Marcos sigue viviendo libre y cómodamente. Pese a las abundantes pruebas de los generalizados sufrimientos, muertes, pobreza y desorganización que su difunto marido, el dictador Ferdinand Marcos, y ella infligieron a Filipinas, la única auténtica desilusión que ha padecido posteriormente ha sido la derrota en las últimas elecciones presidenciales en las que se le permitió participar.

Filipinas no es un país acostumbrado a ver castigadas a las personas poderosas. Cuando los funcionarios son acusados o sospechosos de corrupción, no se apresuran a dimitir, como en Corea del Sur o en Japón. Al contrario, con frecuencia procuran obtener la inmunidad presentándose como candidatos a cargos públicos. Cuando fracasó un golpe sangriento contra el novato gobierno democrático de Corazón Aquino, el dirigente del pronunciamiento militar escapó de una cárcel flotante… y después presentó su candidatura a senador y consiguió el escaño.

Los mecanismos de la justicia filipina necesitan una reorganización, hasta el punto de que el propio presidente del Tribunal Supremo del país convocó recientemente una cumbre de emergencia para examinar una serie de asesinatos extrajudiciales de izquierdistas, defensores de los derechos humanos y periodistas durante la presidencia de Gloria Macapagal Arroyo. Pocos de esos crímenes han sido esclarecidos y pocos de sus autores han sido condenados.

Y, sin embargo, los propios filipinos no parecen poder, sencillamente, imaginar a sus dirigentes entre rejas.

Incluso antes de la declaración de culpabilidad de Estrada, las encuestas de opinión mostraron que el 48% de los filipinos deseaban que hubiera clemencia, si no un perdón garantizado, por parte de Arroyo. Más del 80% dijo que se debía permitir a Estrada cumplir su condena en una residencia privada y familiar de una zona turística en la que ya había pasado los seis últimos años en espera del veredicto.

¿Forma parte esa falta de deseo de justicia de la cultura filipina o se trata de un comportamiento aprendido? ¿Ha impedido a los filipinos un carácter excesivamente clemente lograr un desenlace en tantos capítulos penosos de su historia o hay que achacarlo a los estragos de la impunidad? Tal vez los filipinos, en vista de que existen tan pocos casos en los que se haya hecho justicia claramente y abrumados por los ejemplos de canallas tan fácilmente perdonados u olvidados, no podían llegar a pedir lo que ni siquiera podían imaginar.

La declaración de culpabilidad de Estrada ofrece a los filipinos la mejor ilustración de lo que el Estado de derecho puede aportar a su sociedad. Estrada sigue adorado por las masas, pero hasta ahora la reacción pública ante el veredicto ha sido pacífica y casi apagada. Pese a las encuestas de opinión parece que, efectivamente, el público no sólo acepta su culpabilidad, sino que, además, la asume como resultado de un sistema justo al que se ha permitido funcionar correctamente.

Lo que eso indica es no sólo que la justicia en Filipinas tiene una oportunidad, sino también - y resulta igualmente importante- que los filipinos van a dar una oportunidad a la justicia. Si la interminable historia de Estrada concluye con un ejercicio firme y digno de la justicia, puede que los filipinos le cojan gusto y deseen ver más casos semejantes.

El libro de Ratzinger

Por Rafael Aguirre (EL CORREO DIGITAL, 26/09/07):

Dos factores se han juntado para explicar el fulgurante éxito de ventas del reciente libro de Benedicto XVI. Primero, el tema del libro, la figura de Jesús de Nazaret, que suscita un interés renovado en nuestros días. En segundo lugar, resulta novedoso que un Papa escriba un libro a título personal, sin considerarlo un acto del magisterio propio de su cargo, admitiendo explícitamente que «cada cual es libre de contradecirle» y pidiendo sólo «a los lectores y a las lectoras una disposición de simpatía sin la cual no puede haber comprensión alguna». En los tiempos modernos nadie ha llegado a Papa poseyendo previamente una personalidad tan perfilada y una proyección pública tan notable como Ratzinger. Por eso es muy explicable que su libro encuentre a priori críticas acerbas y elogios entusiastas, detractores apasionados y turiferarios serviles. Sería triste que los prejuicios impidiesen la lectura reposada de una obra muy valiosa. Pero temo, sobre todo, a los más papistas que el Papa, a los que ya están enarbolando y citando su libro como expresión oficial de la fe cristiana. En las líneas que siguen quisiera expresarme con la simpatía reclamada por el autor, que no me cuesta cuando de un libro sobre Jesús se trata, con espíritu crítico y libertad, sin las cuales mejor es no empuñar la pluma, y con claridad, evitando tecnicismos, para no agobiar a los benévolos lectores.

¿Es acertado que un Papa vierta sus opiniones personales en un campo teológico tan importante? ¿No se pueden confundir las reflexiones teológicas de Joseph Ratzinger con el magisterio pontificio de Benedicto XVI? Al de poco de comenzar su lectura se comprende que Ratzinger no haya querido renunciar a escribir este libro, que había comenzado a preparar en el verano de 2003, para el que ha sacado tiempo siendo ya Papa y que, como él mismo afirma, «responde a un largo itinerario interior». En efecto, este libro no es el resultado de una investigación académica, sino el destilado de la reflexión de toda una vida de estudio sí, pero también de experiencia espiritual y de preocupación por la situación del cristianismo en Europa especialmente, muy condicionada, como es obvio, por visiones y opciones muy particulares.

Me parece que en este libro late una preocupación que el autor manifestó siendo aún cardenal y que ha reiterado una vez Papa: hay una exégesis científica de la Biblia -unos estudios críticos- muy sofisticados, acreditados académicamente, pero que en vez de sacar a la luz la relevancia religiosa actual de los textos los diseccionan analíticamente y los dejan en su pasado. Cita Ratzinger la novela de Vladimir Solovyev "Relato sobre el Anticristo", en la que el Anticristo ha recibido el doctorado honoris causa por la Universidad de Tubinga y es un gran experto en Biblia. Expresa así el malestar que le produce buena parte de los estudios bíblicos actuales: «Los libros más destructores de la figura de Jesús y desmanteladores de la fe se han basado en presuntos resultados de la exégesis». Ratzinger es duro, pero matiza. Afirma que los métodos de la exégesis científica de la Biblia, que buscan determinar el sentido de los textos atendiendo a los géneros literarios y a la mentalidad de la época en que se escribieron, son imprescindibles, pero no bastan.

Sin entrar en mayores profundidades, lo que propugna es una lectura creyente de estos textos teniendo en cuenta el conjunto de la fe de la Iglesia. Se lamenta Ratzinger de que incluso los mejores especialistas católicos recientes sólo hayan dado visiones parciales e hipotéticas sobre el Jesús de la historia. Él intenta colmar este vacío con su libro, que es una reflexión espiritual y teológica sobre Jesús de Nazaret, escrito de forma bella, elegante y clara.

Me voy a permitir tres apreciaciones sintéticas. Ratzinger-Benedicto XVI (así viene firmado el prólogo de la obra) tiene razón si lo que pretende es salir al paso de unos estudios bíblicos sensacionalistas, que convierten hipótesis frágiles en postulados científicos; también es verdad que los estudios de los textos bíblicos no pueden ser la sala de disección de unos cadáveres. Todo texto clásico tiene una capacidad de evocación y sugerencia, que va más allá de la intención expresa de sus autores. Y esto vale muy especialmente para muchos textos bíblicos. Pero en el libro del que estamos hablando no se ve la relación entre unos estudios críticos -que en teoría se aceptan y que, en mi opinión, son el intento más colosal por introducir la razón de la modernidad en el seno de la fe religiosa- con las reflexiones teológicas que parten de esos textos. Quizá una de las mejores y más aceptadas aportaciones de los estudios históricos sobre Jesús ha sido iluminar el contexto en que se movió: pienso en los estudios históricos y arqueológicos sobre Galilea, el avance en el conocimiento del judaísmo, las aportaciones de la antropología sobre los valores y la mentalidad de aquel tiempo. Todo este bagaje, que no procede fundamentalmente del mundo germánico, muy importante para situar y conocer mejor a Jesús, no es tenido en cuenta en el libro y ni siquiera es mencionado en la bibliografía.

La preocupación del autor es otra y muy legítima por cierto: hacer ver que sin penetrar en la peculiar experiencia religiosa de Jesús no se puede entender nada de su persona ni de su mensaje. El libro pretende mostrar que la fe posterior que proclama a Jesús Hijo de Dios de forma única e insuperable hunde sus raíces en la historia misma del Nazareno. Jesús no era el profeta de una utopía social ni predicaba una mera moral humanista. Él hablaba de Dios, de su cercanía gratuita y amorosa a los seres humanos y, al mismo tiempo, se presentaba a sí mismo en una relación íntima y no parangonable con ese Dios a quien llama Padre. Pienso que, contra lo que promete el título, nos encontramos no con un libro sobre Jesús, preocupado por su historia, sino con una reflexión sobre Dios a partir de elementos centrales que un creyente confiesa en Jesús. Ratzinger hace, como de pasada, frecuentes e interesantes referencias a la actualidad y hay una que se repite especialmente: la gran tentación de la cultura contemporánea es olvidarse de Dios y esto lleva indefectiblemente al empobrecimiento del sentido de la vida. Así, por ejemplo, critica las ayudas de los países ricos al Tercer Mundo porque «han prescindido de las estructuras religiosas, morales y sociales existentes y han introducido su mentalidad técnica en el vacío. Creían poder transformar las piedras en pan, pero han dado piedras en vez de pan».

Ratzinger critica brevemente las utopías sociales que pretendían sustituir a Dios, porque han fracasado y son cosa del pasado; en cambio considera de mayor actualidad la filosofía de Nietzsche, que ataca la moral del cristianismo como «crimen capital contra la vida». El filósofo alemán afirma: «No queremos para nada el reino de los cielos. Somos, por fin, hombres; queremos el reino de la tierra». El Sermón del Monte, con el elogio de la misericordia, de los pobres, de los mansos, es una moral de resentimiento que intenta vengarse de los fuertes y de quienes han tenido éxito. Tiene razón Ratzinger: mucha de esta mentalidad nietzscheana ha penetrado en nuestra cultura y condiciona en gran parte la forma de valorar la vida. En este punto el libro raya a gran altura y afronta un gran tema cultural de nuestro tiempo. Es verdad que Jesús propone una alternativa al curso que espontáneamente toma una historia en manos y al servicio de los poderosos. El Sermón del Monte desvela los caminos alternativos del amor y la verdadera vocación del hombre.

No sería justo valorar el libro de Ratzinger desde un punto de vista estrictamente histórico, pero sí hay un elemento que echo en falta y afecta a su decidida presentación teológica de Jesús: la poca presencia de los pobres, de los marginados, de las mujeres despreciadas, de las gentes oprimidas del campo galileo, que no aparecen prácticamente en su forma de hablar de Dios y de la experiencia religiosa de Jesús. Se puede explicar por la sensibilidad del autor y por la insuficiente contextualización del ministerio de Jesús. Quizá el intelectual germano, preocupado por lo universal y racional -desde ahí reivindica a Dios en la cultura europea- no ha dado suficiente importancia a algunos datos incuestionablemente históricos: Jesús acoge a gente de mala fama y comparte la mesa con ellos, cura a los enfermos, da de comer a los hambrientos, proclama que Dios está especialmente cercano de los pobres y de quienes sufren. La interpretación crítica de la Biblia supone un reto a la fe de la Iglesia, pero la hace culturalmente viable y, sobre todo, la llama a conversión y la pone en movimiento. Lo que falta en este libro es la articulación de su profunda y bella meditación teológica con la toma en consideración de los resultados críticos sobre la historia de Jesús.

Quién gobierna en el océano

Por Robert D. Kaplan, corresponsal de The Atlantic y profesor en la Academia Naval de Estados Unidos, además de autor de Hog Pilots, Blue Water Grunts: The American Military in the Air, at Sea and on the Ground (EL MUNDO, 25/09/07):

El verdadero efecto estratégico de la Guerra de Irak ha sido acelerar la llegada del Siglo de Asia. Mientras el Gobierno estadounidense se ha mantenido ocupado en Mesopotamia, y sus aliados europeos continúan recortando sus programas de Defensa, los ejércitos de Asia, en particular los de China, la India, Japón y Corea del Sur, se han dedicado a modernizarse discretamente y, en algunos casos, a aumentar de tamaño.

El dinamismo de los países asiáticos es en la actualidad de carácter militar, además de económico. La tendencia militar que permanece oculta, pero a la vista de todo el mundo, es la paulatina pérdida del océano Pacífico como ámbito de influencia estadounidense tras 60 años de dominio casi absoluto sobre la región. Dentro de poco tiempo, según los analistas de seguridad del grupo de expertos de Strategic Forecasting, los estadounidenses no serán la principal fuente de ayuda humanitaria en casos de desastres naturales en zonas como el archipiélago de Indonesia, como lo fue en 2005. Los barcos de EEUU compartirán las aguas (y el prestigio) con los nuevos superportaaviones de Australia, Japón y Corea del Sur.

Y luego está China, cuya producción y adquisición de submarinos es ahora cinco veces mayor que la de Estados Unidos. Muchos analistas militares piensan que este país está obteniendo una ventaja cuantitativa en términos de tecnología naval, lo que podría erosionar la superioridad cualitativa norteamericana. De hecho, los chinos han hecho adquisiciones inteligentes en lugar de comprar material corriente. Además de en submarinos, Pekín se ha centrado en minas marinas, misiles balísticos capaces de destruir objetivos móviles en el mar, así como en tecnologías que bloquean los satélites GPS.

El objetivo es denegar los mares: disuadir a los portaaviones y a los buques de escolta estadounidenses de acercarse al continente asiático dondequiera y cuando quieran. Este tipo de disuasión es el extremo sutil de la alta tecnología, de la asimetría militar, a diferencia del extremo rudimentario, de baja tecnología, que hemos visto en las bombas de fabricación casera de Irak. Independientemente de que China tenga o no alguna vez motivo para desafiar a EEUU, cada vez dispondrá de una mayor capacidad para hacerlo. Sin duda, no todos los miles de millones de dólares que se han gastado en Irak (una guerra que contó con mi apoyo) se habrían empleado en los nuevos y costosos sistemas aéreos y navales necesarios para mantener nuestra relativa ventaja ante algún futuro socio competidor como China. Pero una parte sí.

La expansión militar de China, cuyo presupuesto de defensa ha registrado un crecimiento anual de dos dígitos en los últimos 19 años, es parte de una tendencia regional más amplia. Rusia -una nación tanto del Pacífico como de Europa, no debemos olvidarlo-, va por detrás de Estados Unidos y China en lo que concierne a gasto militar. Japón, que cuenta con 119 buques de combate, incluidos 20 submarinos de tipo diésel-eléctrico, puede presumir de tener una fuerza naval tres veces más grande que la del Reino Unido (y pronto será cuatro veces mayor: entre 13 y 19 de los últimos 44 grandes buques de Reino Unido pasarán a la reserva por orden del Gobierno laboralista).

La Armada de la India podría llegar a ser la tercera del mundo en sólo unos años, a medida que incrementa su actividad en el océano Indico, desde el canal de Mozambique hasta el estrecho de Malaca, entre Indonesia y Malasia. Por su parte, Corea del sur, Singapur y Pakistán invierten un mayor porcentaje de su producto interior bruto en defensa que el Reino Unido o Francia, que son, de lejos, los países europeos con más mentalidad militar.

Las tendencias simultáneas de una Asia en auge y un Oriente Próximo que se desmorona políticamente probablemente destaquen la importancia naval del océano Indico y los mares circundantes, que son los cuellos de botella de aguas marrones del comercio mundial: el estrecho de Ormuz en el Golfo Pérsico, el estrecho de Bab el Mandeb, a la entrada del Mar Rojo, y Malaca. Estas angostas vías marítimas serán cada vez más susceptibles a ataques terroristas, incluso a medida que se vean más atascadas por los petroleros que transportan el crudo de Oriente Próximo a las crecientes clases medias de la India y China. Los mares circundantes se convertirán en aguas territoriales para los buques de combate chinos e indios, que navegarán para proteger las rutas de sus respectivos petroleros.

De hecho, China va a conceder 200 millones de dólares a Pakistán para construir un puerto de aguas profundas en Gwadar, a apenas 390 millas náuticas del estrecho de Ormuz. Pekín también intenta colaborar con la Junta Militar de Myanmar para crear otro puerto de aguas profundas en la Bahía de Bengala. Incluso ha dado a entender que está dispuesta a financiar la construcción de un canal de 30 kilómetros a lo largo del istmo de Kra, en Tailandia, que abriría una nueva vía de comunicación entre los océanos Indico y Pacífico. Por extraño que parezca, el Pacífico, como principio organizador de los asuntos militares del planeta, también se cernirá sobre Africa. No es un secreto que uno de los principales motivos detrás de la decisión del Pentágono de establecer su nuevo Centro de Mando Africano es contener y vigilar la creciente red de proyectos de desarrollo que China ha emprendido a lo largo de las regiones subsaharianas.

No obstante, el cálculo de presupuestos, despliegues y plataformas aéreas y marinas no indica del todo hasta qué punto se está moviendo el suelo que pisamos. El poder militar yace fundamentalmente en la voluntad de utilizarlo, quizá menos en tiempos de guerra que en tiempos de paz, como medio de influencia y coacción.

Esto, a su vez, requiere un nacionalismo enérgico, algo que resulta más evidente ahora en Asia que en otras regiones de un Occidente que deja cada vez más en el pasado su época nacionalista. Como señala Paul Bracken, analista político de la Universidad de Yale, en su libro Fire in the East: The Rise of Asian Military Power and the Second Nuclear Age, «los indios, paquistaníes y chinos están muy orgullosos de poseer armas nucleares, a diferencia de las potencias occidentales, que parecen sentirse casi avergonzadas de necesitarlas. De la misma manera, el derecho a producir armas nucleares es algo que une a los iraníes, independientemente de la opinión que tengan del actual régimen clerical».

Reparar las relaciones con Europa es sólo una respuesta parcial a los problemas de Estados Unidos en los océanos Pacífico e Indico, pues Europa continúa distanciándose del poder militar. Esta tendencia se ha visto acelerada por la Guerra de Irak, que ha contribuido a la legitimación del naciente pacifismo europeo. Los ciudadanos de países como Alemania, Italia y España no ven como soldados a los integrantes de sus Fuerzas Armadas, sino como funcionarios con uniforme: sus cometidos son las misiones de pacificación y las misiones humanitarias.

Mientras, Asia está marcada por rivalidades que fomentan la carrera armamentística tradicional. A pesar de cordiales lazos económicos entre Japón y China, y entre Japón y Corea del Sur, los japoneses y los chinos se han enfrentado verbalmente por la reivindicación de las islas de Senkaku (o de Diaoyutai, como las llaman los chinos) en el mar de China Oriental; así como lo han hecho japoneses y surcoreanos a causa de las islas de Takeshima (o islas Tokdo para los coreanos) en el mar de Japón. Se trata de disputas territoriales clásicas, que despiertan el tipo de emociones que a menudo han provocado guerras en Europa en tiempos modernos.

A pesar de estas tensiones, Estados Unidos también debería preocuparse de un posible acuerdo de cooperación entre China y Japón. Algunos de los recientes acercamientos diplomáticos de China se han expresado con un nuevo tono de respeto y camaradería, mientras intenta moderar la campaña de rearme de Japón y de este modo reducir la influencia regional de Estados Unidos.

El empuje militar y económico en la región es producto de la unión de las élites militares, políticas y económicas. En Asia, la política suele detenerse al borde del agua. En un Estados Unidos posterior a George W. Bush, si no encontramos la manera de ponernos de acuerdo en preceptos básicos, la guerra de Irak puede, de hecho, resultar el acontecimiento que marque nuestro declive militar.

Impedir eso requerirá un gasto militar elevado y continuo, en combinación con un multilateralismo implacable, una política que no seguimos desde los años 90. En los vastos espacios oceánicos que bordean los océanos Pacífico e Indico, el poder aéreo, naval y espacial será primordial tanto como medio de disuasión como para la vigilancia de vías de comercio marítimo. Una potencia mundial en paz necesita de todos modos una Armada y unas Fuerzas Aéreas desplegadas lo más lejos posible. Eso cuesta dinero. Incluso a pesar del coste pantagruélico de Irak, nuestro presupuesto de defensa sigue estando por debajo del 5% del PIB, una cifra baja en términos históricos.

Además, la vitalidad misma de las naciones-Estado en los océanos Pacífico e Indico nos llevan de vuelta a un mundo anterior, basado en el arte del gobierno tradicional, en el que tendremos que apoyar incansablemente a nuestros aliados y buscar la cooperación con los competidores. Por tanto, debemos aprovechar la ventaja que supone el creciente peligro del terrorismo y de la piratería para conseguir que las fuerzas navales chinas e indias participen en patrullas conjuntas en los cuellos de botella del comercio marítimo y las rutas de los petroleros.

De todos modos, debemos de tener cuidado de no apoyar muy abiertamente a Japón y a India en detrimento de China. Los japoneses siguen inspirando desconfianza en toda Asia, particularmente en la Península de Corea, por motivo de los horrores de la II Guerra Mundial. En cuanto a India, como me indicaron varios destacados expertos políticos del país durante una visita que hice recientemente, seguirá no alineada, pero ligeramente inclinada hacia Estados Unidos. Sin embargo, cualquier alianza oficial con India comprometería la frágil relación que mantiene con China. La sutileza debe ser la piedra angular de nuestra política. Tenemos que atraer a China, no confabularnos en su contra. Ya que seguimos siendo el único actor de importancia en los océanos Pacífico e Indico que no tiene ambiciones ni disputas territoriales con los vecinos, nuestro objetivo debería hacernos indispensables, en lugar de ejercer el dominio. Mantener esta posición hasta bien entrado el siglo XXI sería un logro clamoroso.

Globalización y derecho

Por Manuel Olivencia, de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación (ABC, 25/09/07):

Curiosamente, las vacaciones son un período de intensa actividad académica. Cierran universidades y academias, se interrumpe el curso regular; pero la ausencia de las aulas es ocasión propicia para la celebración de jornadas, congresos y cursos de verano, para encontrarse aquellos que, distantes en sus lugares de trabajo, coinciden en ocupaciones y preocupaciones. Pese a la revolución de las telecomunicaciones, la magia de la comunicación directa, sin medios ni intermediarios, sigue siendo fuente de intercambio de ideas, de conocimiento y de entendimiento.

El pasado julio ha sido para mí rico en esas experiencias. En Ceuta, el centenario de su Cámara de Comercio; en Oviedo, el Jurado del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades; en Viena, el Congreso de la Comisión de las Naciones Unidas para el Derecho Mercantil Internacional (Uncitral), que celebró su 40º período de sesiones; en Boadilla del Monte, la Jornada conmemorativa del 150 aniversario del Banco de Santander, y en Galicia (Pazo de Mariñán), el curso de verano del Poder Judicial. Actividades diversas, pero todas de dimensión internacional, en las que la globalización, común denominador, fue tema específico de dos de ellos: el Congreso de Uncitral y el curso de Mariñán.

Uncitral, creada en 1966 por la Asamblea General de la ONU con la misión de unificar y armonizar el Derecho del comercio internacional, eligió para su Congreso un tema de actualidad acuciante: enunciado en español, «Un Derecho moderno para un comercio globalizado»; en inglés, «Modern Law for Global Commerce»; en francés, «Un Droit moderne pour un commerce mondial».

Obsérvense las diferencias lingüísticas en el adjetivo calificativo: global, en inglés; mundial, en francés; globalizado, en español. El francés se aparta de un término que con su novedad quiere expresar la del fenómeno; pero se queda corto: «mundial» es todo lo relativo al mundo; «global» expresa algo más, sobre todo en nuestra lengua. «Globalizado» es participio del verbo «globalizar», el resultado de un hacer; «globalización», como indica el sufijo, expresa acción. Es acertada la acepción con la que el DRAE ha acogido el vocablo: «Tendencia de los mercados y de las empresas a extenderse, alcanzando una dimensión mundial que sobrepasa las fronteras nacionales»; «tendencia» es expresión dinámica, que significa fuerza o inclinación hacia un fin.

Esa fuerza ha sido constante en la historia del comercio. Cuando la doctrina clásica definía el Derecho mercantil por «notas específicas» y entre ellas enunciaba su «tendencia a la internacionalidad», realmente se refería a las exigencias de la materia regulada, el comercio, que propende a superar las fronteras nacionales. Mercurio, su dios, se representa en un icono con pies alados, símbolo de desplazamientos y de la velocidad propia de la actividad mercantil.

Pero nunca como ahora han tenido tanta fuerza expansiva las relaciones mercantiles, sus escenarios (los mercados) y las actividades de sus protagonistas principales (los empresarios). Esa tendencia es un signo de nuestro tiempo y de nuestro espacio, categorías que ha cambiado la revolución de las telecomunicaciones. El mundo ha empequeñecido («la aldea global»), las distancias se han acortado, la transmisión de datos, voces e imágenes es inmediata («en tiempo real»), el ritmo de la historia se ha acelerado.

El fenómeno no es exclusivamente económico. Son espectaculares los cambios políticos, sociales y culturales provocados por la globalización, una corriente tan incontenible como el fenómeno natural de las mareas y que tiene, además, ventajas incuestionables. Un mercado global contribuye a la creación y a la circulación de riqueza y de trabajo, a la elevación del nivel de vida, al incremento de la competitividad, al desarrollo, también global.

Pero no pueden ignorarse los riesgos de la globalización, sobre todo en la fase inicial, que parte de abismales diferencias entre países pobres y ricos: la inmigración descontrolada, la relocalización de empresas, la explotación de mano de obra son consecuencias negativas que hay que corregir.

En el Congreso de Uncitral, el jurista ruso Lebedev citó esta frase de un compatriota (Mark Rozovski): «Globalistas son los que van a McDonald´s; antiglobalistas son los que van a McDonald´s y después a una manifestación contra los globalistas». Parece muy «progre» oponerse a la globalización; pero no es útil ni razonable. Lo acertado es aprovechar sus buenos frutos y separarlos de la cizaña de las injusticias. Y para luchar contra éstas no hay más arma que el Derecho. Así lo proclamaba, en el ámbito que le es propio, el título del Congreso de Uncitral: «Un Derecho moderno para un comercio globalizado». Éste es una realidad; aquél es todavía un ideal por el que se nos convoca a los juristas.

Ahí está el reto a la política jurídica, o, si se quiere, a políticos y juristas: adaptar a unos mercados globalizados un Derecho que, siempre a rastra de los cambios, no ha alcanzado aún tal dimensión. Mientras la vida económica vuela a impulso de una corriente incontenible, el Derecho tiende, inerte, a encerrarse en fronteras nacionales, al amparo de la soberanía del Estado, cuando esos conceptos políticos han cambiado a consecuencia del fenómeno globalizador. El Estado, débil para arrostrar nuevos retos, acude a la solución paradójica de debilitarse aún más para fortalecerse en esa lucha. Las uniones supranacionales, como nuestra europea, son producto de cesiones de soberanía a cambio de la fuerza comunitaria. El Estado se desprende de viejos atributos, enmohecidos a la intemperie del nuevo clima, para convertirse en miembro de la Unión. Y de ésta brota un Derecho nuevo, que unifica o armoniza los Derechos nacionales.

Los tratados son actos de soberanía por los que los Estados se obligan. Fuente principal del Derecho uniforme, queda limitada al ámbito concreto de aplicación y condicionada en su éxito al número y a la entidad de los Estados parte. Uncitral, foro mundial de unificación y armonización, además de preparar convenios internacionales, utiliza otros medios no vinculantes, pero más ágiles y flexibles: leyes modelo y guías legislativas orientan a los legisladores nacionales en objetivos comunes para limar diferencias entre ordenamientos internos.

El camino del nuevo Derecho es largo y lento; exige esfuerzo y tiempo para ofrecer frutos valiosos, siempre escasos. No existe un legislador internacional, y en esa carencia reside el déficit jurídico de un tráfico económico globalizado.
No es extraño que, en esa coyuntura, sean las empresas las que creen su propio Derecho (la nueva lex mercatoria) y solucionen sus conflictos al margen de las jurisdicciones nacionales (arbitraje). Pero la autonomía de la voluntad siempre necesita el respaldo del Derecho objetivo.

Al regreso de Viena, en el curso del Pazo de Mariñán pude comprobar que el tema de la globalización era objeto de especial interés en el programa destinado a jueces y magistrados.

Los juristas españoles no podemos permanecer ajenos a las cuestiones que plantea este mundo globalizado; nuestra Constitución es sabia y contiene claves para afrontarlas: unidad de mercado, competencia exclusiva del Estado en materia de legislación mercantil, unidad del ordenamiento jurídico, igualdad ante la ley, celebración de tratados, atribución a organizaciones internacionales de competencias constitucionales.

Cuando el mundo camina hacia un Derecho nuevo para un comercio global y busca fórmulas de integración y de unidad, no puede admitirse que la legislación autonómica, en una fiebre intervencionista de la actividad económica, desborde los cauces constitucionales, rompa la unidad del mercado y cree diferencias y desigualdades. Sería ir marcha atrás o, aún más grave, circular en sentido contrario a la dirección única, como los suicidas de la carretera.