viernes, septiembre 21, 2007

¿Hay que boicotear Pekín´08?

Por Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París. Traducción: Juan Gabriel López Guix (LA VANGUARDIA, 20/09/07):

Estamos a un año de los Juegos Olímpicos de Pekín. Los chinos los preparan con entusiasmo y orgullo. Cuentan con convertirlos en un triunfo simbólico, un éxito de prestigio que refuerce la imagen de una China en movimiento, de un país en auge. En realidad, habrá dos competiciones diferentes para los chinos. La primera se refiere a la organización misma de los Juegos. Las instalaciones (estadios, hoteles, transportes, telecomunicaciones) deberán estar listas y ser impecables. Se trata de impresionar al mundo entero antes incluso del inicio de las competiciones deportivas, de demostrar la excelencia de las capacidades nacionales. China y los chinos deberán ofrecer una buena imagen. El régimen ya ha lanzado una vasta operación publicitaria para explicar a la población cómo recibir bien a los extranjeros.

La segunda competición se refiere a las propias pruebas deportivas. Y Pekín espera obtener el primer puesto y vencer a Estados Unidos en el medallero. En la época de la guerra fría, los Juegos Olímpicos eran un componente de la gran rivalidad Este-Oeste; y soviéticos y estadounidenses continuaban en los estadios su competencia ideológica. Se suponía que las victorias deportivas ilustraban la superioridad ideológica. Ahora es China la que reivindica, en el deporte y en otros ámbitos, la posición de rival número uno de Estados Unidos.

Sin embargo, son numerosas las voces que piden el boicot a esos Juegos, ya sea para protestar contra el apoyo del Gobierno chino al sudanés en el drama de Darfur, ya sea para sancionar a Pekín por su falta de respeto a los derechos humanos. Desde la adjudicación de los Juegos a Pekín en el 2001, algunos activistas se han alzado contra el hecho de que el movimiento deportivo avale una política no respetuosa con los derechos humanos por parte del Gobierno chino. Algunos no dudan en realizar - de un modo no sólo exagerado, sino también escandaloso- una comparación con los Juegos de 1936, que supusieron un éxito para Hitler y un aval para el nazismo. Una comparación no es una razón, y aunque el régimen chino tiene progresos que realizar en materia democrática, compararlo con el régimen genocida de Hitler constituye un insulto a las víctimas del nazismo y a cualquier persona preocupada por la verdad. No olvidemos que, si bien los Juegos de Berlín - adjudicados a Alemania antes de la llegada de los nazis al poder- permitieron a Hitler exhibirse en estadios flamantes y entre los vítores de la multitud, no es menos cierto que el Führer sufrió una inmensa humillación cuando el atleta estadounidense negro Jesse Owens obtuvo cuatro medallas y echó por tierra sus teorías acerca de la supremacía de la raza aria.

Los Juegos Olímpicos son, después de la Copa del Mundo de fútbol, el acontecimiento más mediatizado del planeta. Las opiniones públicas pesan hoy más que hace setenta años. ¿Qué pensar entonces de esos llamamientos al boicot? El caso es que, sencillamente, confunden la postura con la eficacia de la acción. Pedir el boicot a los Juegos puede ser muy cómodo. Le permite a uno con facilidad revestirse de dignidad política y aparentar estar animado por motivaciones nobles.

Sin embargo, el verdadero problema radica en saber qué efecto positivo podría tener un boicot. ¿En qué mejoraría la vida de los chinos corrientes? ¿Acaso el boicot modificaría en un sentido positivo el comportamiento internacional de Pekín? Podemos partir del principio de que China tiene progresos que realizar en esos dos ámbitos. ¿Contribuirá a ellos un boicot? Dista mucho de ser cierto. Ante todo hay que constatar que China hace progresos, aunque el comportamiento con respecto a su propia población es mucho más criticado ahora que en tiempos de Mao Tse Tung. ¿Cómo no reconocer que, tanto en el plano material como en el plano de las libertades personales, más vale ser chino hoy que hace cuarenta años? Un boicot orientado a aislar a China provocaría en sus dirigentes una política de repliegue. Deducirían que, puesto que son rechazados, bien pueden hacer caso omiso de las barreras que ellos mismos se han puesto.

La organización de un acontecimiento tan visible dirige sobre uno todos los focos. Y si hay algo que no gusta a los regímenes autoritarios es la luz. La perspectiva de los Juegos y sus celebraciones induce en China cierta moderación en política interior y también en política internacional. La adjudicación y la celebración de los Juegos es un paso suplementario en la integración de China en la sociedad internacional. Desde luego, no van a transformar al país en una democracia occidental. Pero ¿se llegaría a ello a través del boicot? Este último, lejos de mejorar la situación, tendría efectos contraproducentes. Además, no lo piden quienes luchan dentro de China en favor de la democracia.

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