domingo, septiembre 16, 2007

Vigilancia total

Por Naomi Klein, autora de No logo: el poder de las marcas y Vallas y ventanas: despachos desde las trincheras del debate sobre la globalización (LA VANGUARDIA, 15/09/07):

Hace poco, mientras los manifestantes se congregaban en Montebello (Quebec) cerca del lugar de la reunión de la Asociación para la Prosperidad y la Seguridad (SPP, por sus siglas en inglés de Security and Prosperity Partnership), a fin de criticar a los presidentes de Estados Unidos y de México, George W. Bush y Felipe Calderón, y al primer ministro de Canadá, Stephen Harper, la Associated Press informó de este detalle surrealista: “Los líderes no estuvieron en condiciones de ver a los manifestantes en vivo y en directo. Pero pudieron observar a los manifestantes en aparatos de televisión dentro del hotel (…), camarógrafos contratados para asegurar que los manifestantes pudiesen entregar sus mensajes a los tres líderes estaban sentados en una carpa llena de equipos de audio y de vídeo… Un cartel decía: ´Nuestras cámaras están aquí hoy para ofrecerles el derecho a ver vistos y oídos. Por favor, permítannos divulgar su mensaje. Gracias´”.

Sí, es cierto. Como participantes de un reality show televisivo, los manifestantes en la cumbre de SPP fueron invitados a expresar su furia frente a las cámaras, a fin de que ésta se transmitiera a los asistentes en la reunión. Fue la mejor demostración de un Estado controlado por fuerzas de seguridad, a nivel de infoentretenimiento. El Hermano Grande se reunía… con el Hermano Grande. El portavoz de Harper explicó que si bien los manifestantes fueron llevados a campo abierto, la instalación de vídeo significaba que habían protegido su derecho a un discurso político. “De acuerdo con la ley, necesitan ser vistos y oídos, y lo serán”, expresó. Es un argumento con vastas implicaciones. Si grabar vídeos de activistas satisface los requisitos legales de que los disidentes tienen el derecho a ser vistos y oídos, ¿hasta dónde es posible llegar?

¿Qué ocurre con las otras cámaras de seguridad que patrullaban la cumbre y que filmaban a los manifestantes cuando subían y bajaban de los autobuses y caminaban pacíficamente por la calle? ¿Y qué ocurre con las llamadas de teléfonos celulares interceptadas, las reuniones infiltradas, los correos electrónicos leídos?

Según las nuevas normas impuestas en Montebello, todas esas acciones, en lugar de ser consideradas violaciones de las libertades civiles, serían juzgadas como lo opuesto: prueba del compromiso de nuestros líderes con una consulta directa, sin mediadores.

Las elecciones son una herramienta burda para tomar la temperatura del público. Pero esos métodos permiten una constante evaluación de nuestras creencias… Los manifestantes en Montebello se quejaron de que mientras eran confinados a ciertos lugares, presidentes de unas 30 de las principales corporaciones de América del Norte, desde Wal-Mart hasta Chevron, integraban la cumbre oficial. Pero no fue lo mismo. Esos ejecutivos tuvieron apenas una hora y quince minutos para hablar con los líderes. En cambio, los activistas, podían ser vistos y oídos las 24 horas del día. Por lo tanto, en vez de denunciar las tácticas de un Estado policial, deberían haber dicho: “Gracias por escucharnos” (y por leer nuestros mensajes, y por mirarnos, por fotografiarnos y obtener otros datos). La norma de ver y oír de Montebello también coloca a las protestas ante una nueva perspectiva. El SPP es descrito por sus líderes en su comunicado final como un plan ambicioso para “mantener nuestras fronteras cerradas al terrorismo y abiertas al comercio”. En otras palabras, una fusión del tratado de Libre Comercio y de las normas del Departamento de Seguridad Interior. El TLC con aviones espías.

El modelo data del 11 de septiembre del 2001, cuando el embajador de Estados Unidos en Canadá, Paul Cellucci, dijo que, en la nueva era, “la seguridad triunfará sobre el comercio”. Pero existía una cláusula al margen: el comercio del cual dependen las economías de Canadá y de México continuaría sin interrupciones siempre y cuando esos gobiernos estuviesen dispuestos a dar la bienvenida a los tentáculos norteamericanos de la guerra contra el terror.

Empresarios canadienses y mexicanos aceptaron la sumisión y presionaron a sus gobiernos para ceder a las demandas norteamericanas de una seguridad integrada a fin de mantener el flujo de turistas y de mercancías.

Casi seis años después, los líderes empresariales en Montebello - bajo el estandarte del Consejo de Competitividad de América del Norte, una rama oficial de SPP- seguían usando el espesamiento de las fronteras como un sucedáneo del hombre de la bolsa.

¿La propuesta? De acuerdo con el sitio de SPP en internet, se requieren “soluciones tecnológicas, una mejora en el intercambio de información y, de manera potencial, el uso de identificadores biométricos”.

Ya sabemos por experiencia lo que eso significa: listas de no vuelos a nivel continental. Bancos de datos integrados, así como un contrato con Boeing por 2.500 millones de dólares para construir una valla virtual en las fronteras sur y norte con Estados Unidos, equipada con aviones teledirigidos. Para decirlo en pocas palabras, según la visión del continente que tiene SPP, las fronteras tupidas serán pronto reemplazadas por una red casi invisible de vigilancia continental con casi todos los sistemas administrados por empresas deseosas de obtener grandes ganancias. Dos miembros del grupo de asesoría de SPP - Lockheed Martin y General Electric- ya han obtenido contratos por miles de millones de dólares del Gobierno de Estados Unidos para construir la red.

En la era Bush, la seguridad no triunfa sobre los grandes negocios: es tal vez el negocio más grande de todos.

Antes de la cumbre de SPP, una serie de escándalos sobre vigilancia ayudaron a pintar una imagen más completa. En primer lugar, el Congreso de Estados Unidos no sólo fracasó en su intento de frenar las actividades ilegales de espionaje de la Agencia de Seguridad Nacional, sino que abrió las puertas a una vigilancia de registros bancarios, pautas de llamadas telefónicas e incluso búsquedas en sitios. Y todo eso, sin necesidad de demostrar que el individuo es una amenaza.

El diario The Boston Globe informó de planes para situar miles de cámaras de vigilancia en calles, subterráneos, edificios de apartamentos y empresas en una gigantesca red a fin de seguir la pista a sospechosos en tiempo real. Y el 15 de agosto se confirmó que la Agencia Nacional de Inteligencia Geoespacial será totalmente integrada en la infraestructura de la recogida de datos de inteligencia locales. De esa manera, la agencia se convertiría en los ojos de la Agencia de Seguridad Nacional. (Ésta sería los oídos del espionaje interno.) Si se añaden algunas herramientas de alta tecnología, se obtiene un mundo de vigilancia total como el exhibido hace poco en la película The Bourne ultimatum.

Lo cual nos lleva otra vez al SPP. ¿Quién necesita chapuceros controles en la frontera cuando las autoridades se están asegurando de que somos vistos y oídos todo el tiempo, con alta definición, on line y off line, en tierra y desde el cielo? La seguridad es la nueva prosperidad. La vigilancia es la nueva democracia.

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