miércoles, septiembre 26, 2007

La bomba del mentor de Bin Laden

Por Fawaz A. Gerges, titular de la cátedra Christian A. Johnson de Asuntos Internacionales y Política Árabe y Musulmana en la Universidad Sarah Lawrence (Nueva York) y autor de El viaje del yihadista. Traducción: Juan Gabriel López Guix (LA VANGUARDIA, 24/09/07):

Tras la reaparición de Osama bin Laden en las pantallas de televisión del mundo la víspera del aniversario del 11-S, los comentarios en los medios audiovisuales y los periódicos han bromeado sobre el significado de su barba recién teñida y la importancia de su mensaje. En cambio, apenas logró atravesar la barrera mediática occidental la reacción de un clérigo saudí que podría tener una trascendental repercusión en la trayectoria de Al Qaeda.

En una carta abierta, uno de sus destacados mentores saudíes, el predicador y doctor de la ley islámica Salman al Oadah, ha reprochado públicamente a Bin Laden que provoque caos y muertes de forma generalizada. “¿Cuántos niños, ancianos y mujeres inocentes han sido asesinados en nombre de Al Qaeda?”, pregunta en una carta colgada en su página web, islamtoday. com, así como en los comentarios emitidos en una cadena de televisión árabe. “¿Cuántas personas se han visto obligadas a huir de sus casas y cuánta sangre se ha derramado en nombre de Al Qaeda?”. Nose conoce la reacción de su antiguo discípulo, pero por la furiosa denuncia de los partidarios de Bin Laden no cabe duda de que semejante reacción ha causado estragos.

Su importancia sólo puede apreciarse en el contexto de la posición que ocupa Al Oadah dentro de la ortodoxia islámica. Se trata de un peso pesado entre los predicadores salafistas y es ampliamente seguido en Arabia Saudí y otros países. En la década de los noventa, el régimen saudí lo encarceló, junto con otros cuatro destacados clérigos, por criticar la estrecha relación con Estados Unidos y, en particular, la presencia de soldados estadounidenses en el país tras la guerra del Golfo de 1991. Esa decisión (el despliegue de tropas en Arabia Saudí, la cuna del islam) fue el desencadenante que llevó a Bin Laden a emprender su viaje asesino. A lo largo de esa misma década, Bin Laden citó a Al Oadah como una voz disidente y crítica con la actual familia real saudí y como un compañero de viaje salafista que compartía su visión del mundo y sus estrictos principios religiosos.

Si bien Al Oadah y otros doctores de la ley islámica condenaron el 11-S, se habían abstenido hasta ahora de lanzar cualquier crítica directa a Bin Laden. Con este ataque frontal al escurridizo dirigente de Al Qaeda, ya no hay lugar para la ambigüedad. Considera a Bin Laden responsable directo de la ocupación de tierras musulmanas en Afganistán e Iraq, del desplazamiento de millones de iraquíes, de la matanza de miles de afganos, del internamiento y la tortura de jóvenes musulmanes prometedores y engañados, y lo acusa de mancillar la imagen del islam en todo el mundo.

“¿Estás contento de reunirte con Dios llevando esa pesada carga en tus espaldas?”, pregunta a Bin Laden el muy prolífico doctor de la ley islámica y comentarista en los medios de comunicación. “Se trata de una carga muy pesada; al menos, centenares de miles de personas inocentes, cuando no millones (de desplazados y asesinados)”.

El sufrimiento generalizado de los musulmanes procede enteramente de los “crímenes” perpetrados contra civiles por la Al Qaeda de Bin Laden el 11 de septiembre del 2001, afirma Al Oadah. El islam, recuerda a su antiguo discípulo, prohíbe matar a un pájaro o cualquier otro animal, y menos a “personas inocentes, sea cual sea la justificación que se dé”.

De la carta abierta a Bin Laden se han hecho eco los medios de comunicación árabes, así como islamonline. com, y ya ha suscitado furiosas reacciones de los partidarios de Al Qaeda. El ataque selectivo contra Bin Laden y su grupo militante por parte de una autoridad religiosa respetada es letal, llegando como llega en una encrucijada crítica para Al Qaeda y sus facciones afines en todo el mundo.

La Al Qaeda de Mesopotamia - independiente en buena medida de la central de Al Qaeda- se enfrenta al principio de una revuelta interna de tribus y combatientes suníes hartos de su fanatismo sectario. La resistencia suní a Al Qaeda en Iraq está adquiriendo fuerza y limita el movimiento y las opciones del grupo. Otro grupo militante (Fatah al Islam, que suscribe la ideología de Al Qaeda y se ha mostrado activo en el campo de refugiados palestino de Nahr al Bared, en el norte de Líbano) ha recibido un golpe mortal por parte de las autoridades, así como el rechazo universal de la opinión pública musulmana, tanto palestina como libanesa. El socio de Al Qaeda en Arabia Saudí ha sufrido reveses importantes y se encuentra a la defensiva.

Quizá en un reconocimiento implícito de su éxito a la hora de contactar con la juventud marginada de Europa, Bin Laden dedicó una buena parte de su cinta de vídeo a proyectar una imagen y un mensaje nuevos en un esfuerzo por apelar a un público más amplio.

Cambió el traje de faena militar y el kalashnikov por una túnica blanca, un gorro circular y una capa marrón, presentándose como una figura espiritual y abandonando al personaje armado de antaño.

Por primera vez en su discurso al pueblo estadounidense, Bin Laden se ha apropiado el lenguaje de la izquierda y el movimiento antiglobalización con objeto de galvanizar a los estadounidenses contra sus torturadores y opresores: el gran capital, las empresas multinacionales y la globalización. Su uso del lenguaje político laico constituye un intento consciente, aunque ingenuo, de introducir una cuña entre los estadounidenses y sus dirigentes, quienes, según afirma, sirven a los intereses del sistema capitalista y la industria de guerra.

De acuerdo con el nuevo Bin Laden, este sistema global del gran capital que beneficia a la clase adinerada es responsable de las tragedias de Iraq, Afganistán, la pobreza de África y el enorme abismo entre poseedores y desposeídos en el interior de Estados Unidos. Entrando en el debate que causa furor en ese país acerca de la guerra de Iraq y del proceso legal debido, con una creciente división de la riqueza vinculada al sentimiento antiglobalizador, Bin Laden apunta a ampliar su base y anotarse tantos en otra guerra, la guerra de las ideas.

Bin Laden cree, en contra del sentido común, que los occidentales adoptarán su nuevo mensaje y achacarán la culpa a los “belicistas dueños de las grandes empresas”. No parece haber previsto una condena clara de uno de sus principales mentores salafistas. Dejando de lado las formalidades, Al Oadah ha responsabilizado de forma directa a Bin Laden de la chispa del 11-S que ha prendido los fuegos que arden ahora por todo el planeta:

“Eres responsable, hermano Osama, de extender la ideología takfiri (la excomunión de los musulmanes) y de fomentar una cultura de los atentados suicidas que ha causado derramamiento de sangre y sufrimiento y que ha ocasionado la ruina a comunidades y familias enteras de musulmanes”.

El clérigo saudí reprende a sus escurridizos correligionarios por convertir los países musulmanes, como Líbano, Argelia, Marruecos y otros, en un campo de batalla en el que nadie se siente seguro. “¿Cuál es el sentido, si aunque se alcance el éxito, es a costa de caminar sobre los cadáveres de cientos de miles de personas?”, sigue inquiriendo Al Oadah. “¿Acaso el islam sólo significa armas y guerra? ¿Se han convertido tus medios en fines en sí mismos?”.

Nunca antes Bin Laden había sido objeto de una desaprobación tan directa y fulminante por parte de un doctor salafista que no puede ser tildado por los militantes de simple sicofante del régimen gobernante. Su trayectoria de desafío a la familia real saudí habla a las claras de su independencia de juicio y de su valor moral. Su credibilidad como defensor de los derechos de los musulmanes en todo el mundo es incuestionable. En una fecha tan cercana como el mes de noviembre del 2004, Al Oadah, junto con 35 destacados doctores de la ley islámica saudíes, instó a los iraquíes a apoyar a los combatientes que libraban una ida legítima contra “el gran crimen de la ocupación estadounidense de Iraq”.

Añadiendo el insulto a la injuria, Al Oadah ha ensalzado a los valientes corazones y las valerosas mentes de los desertores de Al Qaeda y se ha distanciado de su terrorismo. “Muchos de tus hermanos en Egipto, Argelia y otras partes han visto el callejón sin salida de la ideología de Al Qaeda”, ha declarado. “Se dan cuenta ahora de lo destructiva y peligrosa que es”.

Así pues, la censura pública de Bin Laden por parte de Al Oadah ahonda las fisuras internas en el seno de ese universo salafista que ha proporcionado al grupo gran parte de su tropa de combate. Aunque parece que Al Qaeda revitaliza su infraestructura en las zonas tribales afgano-pakistaníes, lo cierto es que se enfrenta a unos problemas insuperables en el interior de las tierras árabes, su histórica base social de apoyo.

No en nuestro nombre, concluye Al Oadah parafraseando las palabras del propio profeta dirigidas a su jefe militar, que había obrado de forma equivocada: “¡Oh, Dios! Me declaro inocente ante Ti de lo que está haciendo Osama, y de quienes se asocian con su nombre o trabajan bajo su bandera”.

La historia juzgará si, como revolucionario izquierdista, Bin Laden va a tener mejor suerte que como militante religioso repudiado.

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