jueves, septiembre 27, 2007

El desatino de “la Cuarta Guerra Mundial”

Por Dominique Moisi, uno de los fundadores del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI), y profesor en el Colegio de Europa de Natolin, Varsovia. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo. © Project Syndicate, 2007 (EL PAÍS, 27/09/07):

Tener una visión distorsionada del presente es la peor manera de prepararse para los desafíos del futuro. Calificar la lucha contra el terrorismo internacional como la “Cuarta Guerra Mundial”, tal como hace en su nuevo libro el destacado neoconservador estadounidense Norman Podhoretz, es desatinado en varios sentidos.

En primer lugar, ¿cuándo y cómo se produjo la “Tercera Guerra Mundial”? La Guerra Fría, precisamente porque no llegó a ser “caliente”, nunca fue equiparable a la Primera Guerra Mundial ni a la Segunda. Evidentemente, puede que la expresión “Guerra Mundial” pretenda crear una lógica de confrontación entre “nosotros” y “ellos”, pero, dada la complejidad y las múltiples diferencias existentes dentro del mundo musulmán, la pretensión no se corresponde con el tipo de desafío que plantea el islamismo radical. De hecho, al militarizar nuestro pensamiento, nos hace incapaces de descubrir respuestas adecuadas, que deben centrarse tanto en cuestiones políticas como en consideraciones de seguridad.

Las palabras, como siempre, tienen su importancia, porque pueden convertirse fácilmente en armas que se vuelven contra quienes las utilizan mal. Las falsas analogías ya condujeron a Estados Unidos a un desastre en Irak, que no tenía nada que ver ni con la Alemania ni con el Japón de la Segunda Guerra Mundial, es decir, con ese paralelismo utilizado por algunos miembros de la Administración de Bush para defender que la democracia podía brotar en antiguas dictaduras mediante la ocupación.

Evidentemente, la amenaza terrorista es real y duradera, como ha dejado patente la conspiración recientemente frustrada en Alemania, que, incluyendo a un joven alemán recientemente convertido al islam, ha demostrado una vez más que los terroristas pueden amenazarnos desde fuera y también desde dentro. Parece que los instintos nihilistas y destructivos que algunos jóvenes alemanes de la generación de la banda Baader-Meinhof tomaron durante la década de 1970 de la ideología de la extrema izquierda pueden transformarse ahora en una “idealización” de Al Qaeda.

Está claro que debemos protegernos con la mayor dedicación y decisión de la amenaza que podría representar el terrorismo si consiguiera, por ejemplo, armas nucleares o biológicas. Hay que prestar atención a las fuerzas que realizan labores de información, diplomacia y seguridad, y educar a la gente en las condiciones necesarias para vivir a la sombra de una amenaza invisible. Por desgracia, cierta “israelización” de nuestra vida cotidiana se ha vuelto inevitable.

Sin embargo, esto no significa que debamos obsesionarnos totalmente con el terrorismo, perdiendo así de vista los desafíos históricos en su conjunto. El asesinato del heredero del Imperio Austro-Húngaro en Sarajevo, en julio de 1914, no fue la causa de la Primera Guerra Mundial, sino su pretexto. Entonces, la visión de conjunto no la definía la “conspiración anarquista” para desestabilizar a los imperios, sino el ascenso de unos nacionalismos inclementes, que iba unido al instinto suicida de un orden en decadencia y al mecanismo fatal de la lógica de las “alianzas secretas”.

En ese momento, la visión de conjunto radicaba en que, con la difusión de la revolución y el despliegue de ejércitos masivos, la guerra ya no podía considerarse la continuación de la política por otros medios. Desde un punto de vista racional, la industrialización de la guerra la había convertido en algo “obsoleto”. La Primera Guerra Mundial, más que la derrota de Alemania, Austria y el Imperio Otomano, supuso el suicidio de Europa.

Hoy en día, la visión de conjunto tiene que ver con el hecho de que el liderazgo mundial podría pasar de Occidente a Asia. La reacción paranoica de los neoconservadores estadounidenses ante la amenaza terrorista sólo puede acelerar el proceso, cuando no hacerlo inevitable, poniendo en peligro nuestros valores democráticos y, en consecuencia, debilitando el “poder blando” de Estados Unidos, alimentando al mismo tiempo la causa terrorista.

El terrorismo surge de la fusión, registrada dentro de cierta parte del islam, del extremismo religioso, el nacionalismo frustrado y lo que Dostoievski denominaba “nihilismo”. El desafío ante el que nos encontramos es el de comprender las causas fundamentales de esas fuerzas y el de establecer diferencias entre ellas. Dicho de otro modo, este desafío se basa en una complejidad que nos exige impedir que a una pequeña minoría se incorporen fuerzas mayores.

Los elementos clave para lograr una estrategia occidental unida radican en el incremento de la estabilidad en Oriente Medio, para lo cual es preciso alcanzar un arreglo para el conflicto palestino-israelí, además de favorecer una integración más real de los musulmanes en nuestras sociedades, basada en un mensaje humanista más vigoroso. Si perdemos de vista estos elementos en nuestra lucha contra el terrorismo yihadista y sus causas, seremos incapaces de enfrentarnos como es debido al desafío a largo plazo de la llamada “Chindia” (China + India).

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