martes, septiembre 11, 2007

Crisis

Por Niall Ferguson, titular de la cátedra Laurence A. Tisch de Historia en la Universidad de Harvard. © Niall Ferguson, 2007. Traducción: Juan Gabriel López Guix (LA VANGUARDIA, 11/10/07):

Resulta dificilísimo saber la magnitud de una crisis mientras ésta tiene lugar. De modo retrospectivo, tendemos a pensar en las crisis - ya sean financieras o geopolíticas- como episodios que ocurren en un día extraordinario: el lunes negro, el crac del 24 de octubre de 1929, o el 11-S, los ataques terroristas de hace seis años. Esta idea de sacudidas breves y agudas encaja bien con la inclinación humana a vivir el momento. Quizá también constituye un indicio del déficit crónico de atención de nuestra época.

Ahora bien, a lo largo de la historia las grandes crisis de verdad se han prolongado a lo largo de meses, no sólo de días. En esas largas secuencias de acontecimientos, ha habido muchas noches sombrías, pero también muchos falsos amaneceres. Quizá porque la esperanza nunca muere, las personas tienden a dar a estos últimos más importancia que a las primeras: los confunden con amaneceres de verdad y no son capaces de ver el movimiento descendente que subyace.

Creo que ahora estamos en una de esas crisis prolongadas o, más bien, en dos de ellas. Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal estadounidense, intenta convencer con unas palabras alentadoras a los inversores de que la crisis de las hipotecas subprime va a pasar y que todo irá bien. No estoy seguro. Me temo que todavía queda mucho por delante.

Recordemos a modo de ilustración la crisis asiática de 1997-1998, que empezó el 2 de julio de 1997 con el asalto especulativo al baht tailandés, pero que sólo acabó de verdad con el rescate del fondo de cobertura Long Term Capital Management (23 septiembre 1998) y los tres recortes sucesivos de los tipos de interés realizados por la Reserva Federal el 29 de septiembre, el 15 de octubre y el 17 de noviembre. Se puede afirmar que, en total, la crisis duró 503 días.

Ni siquiera el crac de 1987 fue un simple asunto de 24 horas. Hicieron falta 651 días para que el índice Dow Jones volviera a su pico anterior a la crisis.

¿Qué veremos, me pregunto, en los próximos quinientos o seiscientos días? Por el momento, la opinión general es que las pérdidas totales de la crisis del mercado de la vivienda estadounidense podrían ascender a unos 100.000 millones de dólares (procedentes de modo directo de los prestatarios sin capacidad de pago que no han podido devolver los préstamos), más otros 100.000 millones (procedentes de modo indirecto de las obligaciones de deuda colateralizada garantizadas con esas hipotecas). Lo que nadie sabe todavía es quién resultará más afectado por estas pérdidas. Es probable que en las próximas semanas presenciemos una carrera en busca de salidas a medida que los inversores intenten rescatar los fondos invertidos en hedge funds sospechosos. A su vez, eso podría añadir más presión sobre los bancos que actúan como los prime brókers de los fondos de inversión de alto riesgo. Ben Bernanke se ha mostrado dispuesto a ayudar temporalmente a los bancos con problemas de liquidez abriendo la línea de crédito de la ventanilla de descuento de la Reserva Federal tras la paralización experimentada el mes pasado por el mercado del papel comercial a corto plazo. Sin embargo, no es nada probable que saque de apuros a un banco insolvente y mucho menos a un fondo de inversión de alto riesgo con problemas.

A medida que las ondas de choque se expanden por todo el sistema financiero, van desapareciendo empleos. Y no hay que olvidar que los servicios financieros son mucho más importantes hoy que hace veinte años. Mientras tanto, los propietarios de viviendas estadounidenses están experimentando algo que sólo sucedió durante unos pocos años en la década de 1960: un descenso de los precios medios de las casas. Según el muy respetado índice Case-Shiller, el mercado inmobiliario estadounidense cayó en un 3,2 por ciento durante el segundo trimestre de este año, tras una caída del 1,4 por ciento en el primer trimestre. Algunos analistas creen que los precios de las viviendas bajarán al menos un 10 por ciento. También esperan muchas más ejecuciones hipotecarias en los próximos dieciocho meses, a medida que se renegocien a tipos más altos unas hipotecas que ascienden más o menos a un billón de dólares.

La combinación de unas condiciones de préstamo más estrictas, la pérdida de empleos en los sectores financiero e inmobiliario y un creciente ambiente de pesimismo entre los consumidores podrían dar lugar a un cóctel más tóxico de lo que todavía siguen dispuestos a creer muchos inversores. Estuve el pasado jueves 30 de agosto en la Bolsa de Nueva York, la más grande del mundo. La atmósfera previa al día del Trabajo en Estados Unidos era casi de serenidad, sin que nada dejara traslucir los excepcionales volúmenes de actividad comercial presenciados a lo largo del mes que estaba a punto de concluir. La volatilidad ha vuelto de verdad a los mercados, con subidas un día y bajadas al siguiente. Las bajadas serán aún mayores si la gente empieza a creer que Estados Unidos tiene una recesión a la vuelta de la esquina. Y las angustias no quedarán limitadas a Norteamérica. A pesar de todas las declaraciones optimistas acerca del desenganche económico asiático de Estados Unidos, los próximos dieciocho meses pueden poner de manifiesto que la región continúa dependiendo de las exportaciones hacia el mercado estadounidense. Si el Tío Sam se ve obligado a apretarse el cinturón, todo el mundo tendrá que meter barriga.

La actual crisis geopolítica se desarrolla en un marco temporal igualmente amplio. Del mismo modo que los inversores aprovechan cualquier vislumbre de una noticia positiva en el seguimiento que realizan hora tras hora del mercado de valores, también sigue siendo posible que los partidarios más inflexibles de Bush señalen mejoras en la situación de la seguridad en Iraq. No cabe duda de que la situación ha mejorado desde el embate del nuevo contingente de tropas estadounidenses. El más reciente Índice sobre Iraq de la Institución Brooking, de una imparcialidad admirable, asegura: “Los niveles de víctimas civiles parecen haber disminuido ahora de modo importante (…) En particular, la tasa mensual de bajas civiles a causa de la violencia confesional parece ser más baja que en los meses previos al embate”. Las últimas cifras ponen de manifiesto acusados descensos en las bajas de la policía y el ejército iraquíes. Sin lugar a dudas, agosto ha sido en Iraq el mejor mes en más de un año en Iraq.

Sin embargo, no puede decirse que el número mensual de muertos cuente una historia de paz incipiente. Al menos 655 civiles iraquíes murieron el mes pasado víctimas de las bombas. También se produjeron 75 muertes entre el personal militar estadounidense y 402 heridos. Por otra parte, las perspectivas de una solución política duradera y pacífica entre chiíes, suníes y kurdos parece tan remota como siempre. Y, en el propio Estados Unidos, la confianza pública en la estrategia del presidente Bush se encuentra en un mínimo histórico.

Se trata de una importante cuestión en la que el presidente Bush puede estar en lo cierto cuando traza un paralelo entre Iraq y Vietnam. El pueblo estadounidense ya había perdido la fe en la guerra de Vietnam al comienzo de la ofensiva del Tet, a finales de enero de 1968. A partir de octubre de 1968, una clara mayoría de los estadounidenses respondía en las encuestas que consideraba la guerra como un error. Por esa época ya se habían iniciado en París las conversaciones de paz entre Estados Unidos y los norvietnamitas. Con todo, los acuerdos de paz de París no se firmaron hasta el 27 de enero de 1973. En otras palabras, la agonía de poner fin a la guerra de Vietnam duró más de 1.800 días. Y la historia no acabó ahí. Hasta el 30 de abril de 1975 no cayó Saigón y fue evacuado en helicóptero desde el tejado de su embajada el último embajador de Estados Unidos en Vietnam del Sur.

Del mismo modo, el desenlace de la intervención estadounidense no se determinará en Bagdad sino en Washington, aun cuando el acto final de la tragedia sea otra evacuación aérea, esta vez desde la Zona Verde. Tarde o temprano, el actual presidente estadounidense o su sucesor se encontrarán bajo una irresistible presión pública para empezar a reducir el número de soldados en Iraq. Casi con seguridad eso sucederá, como en Vietnam, antes de que el país que abandonan haya quedado verdaderamente estabilizado. Y la suerte final de un Iraq unido, como el destino de Vietnam del Sur, será sangriento.

Esta gran crisis de la política exterior estadounidense, como la crisis financiera de combustión lenta que estamos atravesando, se prolongará a lo largo de cientos de días, cuando no de miles. Durante todo ese tiempo, leeremos en los periódicos muchas noticias acerca de que el embate está funcionando y de que los mercados se recuperan. Sin embargo, esas noticias no serán más que ruido,una simple interferencia estática en las ondas de la historia.

Como a principios de la década de 1970, las dos crisis subyacentes de nuestra época, la geopolítica y la financiera, están entrelazadas y son inexorables.

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