jueves, septiembre 20, 2007

El polémico escudo antimisiles

Por Monika Zgustova, escritora; su última novela es La mujer silenciosa (EL PAÍS, 19/09/07):

En la primavera de este año, Estados Unidos afirmó su voluntad de emplazar en Europa unos elementos de su sistema de defensa, en concreto unos misiles interceptores en Polonia y un radar en la República Checa, con el fin de salvaguardar a Occidente de los posibles ataques de Irán y Corea del Norte. Desde entonces, esos escudos antimisiles se han convertido en la manzana de la discordia tanto en los países implicados como en las relaciones entre Rusia y Occidente.

El Kremlin, profundamente molesto por la posible presencia militar estadounidense en países que antaño dominó, hizo una contrapropuesta a Washington: utilizar el radar de Gabalá, en Azerbaiyán, explotado por los rusos, además de compartir con los americanos el radar que se está construyendo en el sur de Rusia, en la provincia de Krasnodar. Bush rechazó la propuesta, determinado a implantar su poder militar en el este europeo y, de este modo, arrebatar a Rusia toda influencia en él.

Hasta ahora, sin embargo, ninguna de las conversaciones sobre este asunto ha dado resultado. Hace unas semanas, mientras Putin pescaba lubinas y degustaba bogavantes en compañía de Bush en la finca de éste en Maine, podía parecer que ambos presidentes exploraban el alcance de sus alianzas. Por la noche, mientras jugaban a póquer, intentaban demostrarse su amistad -perdida ya hace años- acordando colaborar en varios asuntos de poco peso y evitando los grandes temas de política internacional que los separaban, sobre todo el escudo antimisiles. Bush intentó convencer a su homólogo ruso de que su instalación en la Europa del Este no era ninguna amenaza para Rusia.

Pero tan pronto como ambos presidentes guardaron sus cañas de pescar, olvidaron su escenificación y volvieron a las amenazas. Putin, lejos de dejarse apaciguar por las palabras tranquilizadoras de Bush, reaccionó con la violenta susceptibilidad que le caracteriza y repitió una y otra vez que la política armamentística estadounidense va dirigida contra su país. Aseguró que desplegaría misiles rusos en su territorio más occidental, el enclave de Kaliningrado junto a las fronteras polaca y lituana, si Estados Unidos proseguía con su proyecto de instalar un escudo antimisiles en la República Checa y en Polonia, dos de los antiguos satélites soviéticos cuya política proamericana enerva a Putin.

El presidente ruso no se limitó a las amenazas sino que recurrió a los hechos, rompiendo varios tratados internacionales de desarme y anunciando su firme voluntad de retomar los vuelos estratégicos de bombarderos capaces de llevar cabezas nucleares, suspendidos desde la guerra fría. Además, los últimos discursos de Putin, muy aplaudidos en su país, acostumbrado a diagnosticar su lugar en el mundo por la importancia de sus enemigos, y dignos de la retórica de la guerra fría, se dirigen no sólo contra Estados Unidos sino contra Occidente en general.

¿Cómo se vive el dilema de la colocación del escudo antimisiles en los países implicados? Los Gobiernos de la República Checa y de Polonia han dado su visto bueno a la tentativa norteamericana, aunque todavía queda pendiente de aprobación por ambos parlamentos. Sin embargo, el asunto divide a la ciudadanía. En la República Checa, el tema del escudo se ha convertido, desde hace meses, en el más candente, en la querella que ha separado a los checos en dos mitades. Un estrecho colaborador de Vaclav Havel, el ex ministro de defensa y ex embajador checo en Rusia Lubos Dobrovsky me informó de que aquella mitad que da la bienvenida a la colocación del escudo en su territorio argumenta que es ventajoso para la República Checa formar parte del sistema de defensa occidental. Los que así opinan suelen tener en cuenta la importancia que Estados Unidos tuvo para su país a lo largo del siglo XX: le ayudaron a independizarse del imperio austrohúngaro, lo liberaron de los nazis (junto con los rusos), durante la guerra fría apoyaron a los disidentes, dieron los pasos decisivos para la caída del comunismo, cuenta Dobrovsky. Y precisa: “Nuestros argumentos de apoyo a los proyectos norteamericanos son más políticos que militares; además, la Rusia de Putin nos da miedo”.

La otra mitad de los checos, la que se opone al escudo americano en territorio checo, es la que siempre ha sentido que su país estaba sometido: primero por los nazis, que lo convirtieron en su protectorado; luego, durante la guerra fría, por la Unión Soviética. Desde que la República Checa ha entrado en la Unión Europea esos ciudadanos ven a su país subyugado a los intereses económicos más inmediatos de la fuertemente burocratizada Bruselas. Y ahora, esa mitad (el 52%, según las últimas encuestas) de la población, desilusionada con la política de Bush, se siente utilizada por el proyecto americano de defensa.

En Polonia, rigurosamente controlada por la censura que ha impuesto el Gobierno actual, el proyecto no ha despertado tanta polémica como en la República Checa, porque se ha silenciado a la diversidad de opiniones. Tampoco se han hecho públicos porcentajes fiables sobre los partidarios y los adversarios del proyecto, pero los motivos de unos y otros son parecidos a los de los checos, con una excepción: los partidarios del no polaco acentúan su rechazo argumentando que el escudo puede lanzar al terrorismo internacional contra su país.

El Gobierno de Bush hubiera tenido que tratar el tema del escudo antimisiles desde el principio con una mano izquierda que no posee, sobre todo conociendo la intención de la nueva Rusia de introducirse -o, a estas alturas, mejor dicho mantenerse- en el escenario internacional como un protagonista económicamente y militarmente poderoso, además de beligerante. Si, en vez de haber impartido órdenes con su habitual autoritarismo intransigente en asuntos internacionales, hubiera tenido en cuenta los intereses de todos los implicados, y hubiera negociado el apoyo de la Unión Europea, muy probablemente habría podido instalar su escudo defensivo sin haber provocado tanto alboroto. Pero Bush parece decidido a terminar su mandato sin haber contado nunca con los europeos en sus decisiones internacionales de mayor alcance. Ni cuando éstas afectan a territorio de la Unión.

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