viernes, septiembre 14, 2007

11-s y 11-m: la fiebre helenística

Por Benigno Pendás, profesor de Historia de las Ideas Políticas (ABC, 12/09/07):

Nos equivocamos aquel día. Seis años después, resulta que el 11-S no era el principio de una nueva época. Los libros de Historia tampoco situarán a las Torres Gemelas en el origen de la edad poscontemporánea. La vida es grata en Occidente, excepto si toca en el reparto el papel de víctima. Viejo argumento darwinista: la especie siempre se adapta. Aprendemos a convivir con el terrorismo. Mala suerte si ese día subes en el ascensor del World Trade Center, coges el metro en Londres o el tren en Alcalá, bailas en una discoteca de Bali… El miedo hobbesiano es soportable si está matizado por la estadística. También hay accidentes de tráfico, pero la vida sigue. Acaso América se siente vulnerable, pero eso no nos afecta. Vemos las imágenes del día: hechizo estético y recuerdos personales. La «zona cero», los héroes vestidos de bomberos, los artistas al acecho del Apocalipsis… Hagamos caso al personaje de John dos Passos, en «Manhattan Transfer», todavía la mejor novela sobre la capital del mundo: después de algún tiempo, «da gusto volver al centro de las cosas». Nos advierten los expertos acerca del peligro que circula bajo la etiqueta del islam militante. El desafío está ahí, pero la respuesta se diluye en casi nada. Diagnóstico: fiebre helenística. Tratamiento: desconocido. Hasta la fecha no existe una terapia eficaz para las sociedades que han dejado de creer en sí mismas.

La democracia mediática adaptada a la sociedad de masas es la forma de gobierno propia del helenismo contemporáneo. Confluyen muchos factores. Las megalópolis de hoy juegan el papel de la mítica Alejandría. Es el tiempo de los epígonos. Muchos filósofos posmodernos imitan sin talento a cínicos y epicúreos. Defensores de la sociedad global utilizan la doctrina clásica de los estoicos. A eso llama Fukuyama el «fin» de la Historia. Ahora otros hacen bandera de su «retorno». Es un ajuste de cuentas frente al prolífico ensayista que hace poco despedía sin gloria a los «neocons». Dicho de otra manera: la Historia empezó en Sumer, pero no está claro que quiera terminar allí. Mesopotamia no será la plataforma del Gran Oriente Medio ni escuela de la democracia para una región imposible. Los soldados de Iwo Jima pertenecen a otro tiempo. Aquel miserable Sadam Hussein que apareció escondido en un agujero y fue ejecutado sin dejar huella ganará -en parte- la batalla después de muerto. Puede ser mañana, quizá pasado o al día siguiente. En todo caso, los americanos dejarán Irak abandonado a su suerte mientras los «realistas» pasan factura al activismo ineficiente de los estrategas de Bush. Muchos huyen antes de que sea tarde del barco que dejará de pilotar dentro de un año largo.

¿Volverá la tentación abstencionista? Es una opción razonable. Estados Unidos ya sabe qué puede esperar de Europa. El Pacífico promete más alegrías que el Atlántico. Los negocios esperan en China. Rusia no sirve como antagonista: muchos se toman a risa el sueño terminal de Putin. El futuro se escribe en California. El presente, en Nueva York. Quizá Washington vive en el pasado. Cubierta por la penumbra de Irak, la revolución conservadora es una realidad tangible. El libro de moda de George Lakoff sobre elefantes y lenguaje político llega incluso a manos de Zapatero. Por algo será. En todo caso, la amenaza del terror islamista es real y efectiva. No basta con gastar bromas sobre la nueva imagen que exhibe Bin Laden. Es imposible cerrar las «madrasas» radicales financiadas por el wahabismo saudí. Ni detener la explosión integrista en el Magreb, a dos pasos de aquí. Por supuesto, no hay forma de encauzar la causa palestina y su proyección sobre el infortunado Líbano. Tampoco la realidad nuclear de Irak, actual o inminente. Además, el nuevo «yihadista» actúa desde la tienda de la esquina, el aula de la universidad o la mezquita controlada por los predicadores del odio. El perfil sociológico del terrorista que mata en Europa merece una seria reflexión. Hay varios «fritz» entre los que pretenden volar el aeropuerto de Fráncfort; vecinos y colegas entre quienes ponen bombas en Londres y Glasgow; gentes vulgares que se confunden con la masa entre los encausados por el 11-M . Conviene recordar que Al Qaida funciona a través de franquicias; practica una guerra por fragmentos; no es un enemigo convencional, sino premoderno y posmoderno al mismo tiempo. Si llegan a matar el otro día a Buteflika, hubiera vuelto la época gloriosa del tiranicidio para eliminar a los lacayos del Gran Satán imperialista: el Sha Rezha Palevi o Anwar- el- Sadat. Es un proyecto a largo plazo. El territorio y la demografía juegan a su favor.

Occidente tiene el derecho y el deber de defenderse, con la convicción de que la justicia está de parte de quienes protegen la vida y la libertad contra las agresiones fanáticas. He rechazado siempre el calificativo de «nihilista» para estos agentes del terror. Son gentes capaces de inmolarse por una causa : mártires o suicidas, según se mire, utilizan su cuerpo como un misil viviente. Luchan, al menos eso creen, contra una sociedad de cínicos relativistas, como proclama el personaje de John Updike en su última novela, más que discreta. Nosotros miramos con desconfianza los valores morales a cambio de un razonable bienestar material. Conviene decir la verdad, aunque a veces duela. ¿Quién es nihilista? Nosotros, creo, mucho más que ellos. El 11-S generó un sentimiento de solidaridad hacia las víctimas civiles de Nueva York, pero muchos miraban para otro lado al hablar de los muertos del Pentágono. En el fondo, jugamos con el cálculo de probabilidades. Habrá nuevas matanzas, pero la capacidad del enemigo es limitada. Por ahora, y durante algún tiempo, es impensable el triunfo de quienes han declarado la guerra a Occidente. El hombre común se refugia en la vida cotidiana frente a un poder lejano que le deslumbra a través de los medios. Ya no hay «polis», sino falso universalismo. Ética de subsistencia para salvar los restos del naufragio. Nada nuevo bajo el sol. Vivimos bien, de todos modos, y seguimos siendo una generación privilegiada que no conoce la guerra en las puertas de su casa. Las víctimas, claro, son una excepción.

Aquí y ahora. Lecciones del 11-M. A la derecha y a la izquierda, la sociedad española dejó muy clara la medida de sus posibilidades. La madurez consiste en asumir la realidad tal como es. Podríamos ser ejemplo de la respuesta de un Estado de Derecho frente al terror islamista: eficacia policial después de la masacre y celeridad judicial. No será el caso, por supuesto. Cualquier matiz de la sentencia, incluso de algún voto particular, servirá para alimentar una trifulca doméstica, incomprensible fuera del terruño. Eso nos aleja del Espíritu de la Época, como algunas otras veces. Da lo mismo quejarse: esto es lo que hay. Mientras resuena el eco de Al-Andalus, seguimos ciegos y sordos, no siempre mudos, ante el problema real. No obstante, cabe percibir algún paso atrás. El Gobierno guarda bajo llave desde hace algún tiempo su inefable Alianza de Civilizaciones. A su vez, los teóricos de la «conspiración» han puesto a dieta a los entusiastas que ellos mismos alentaron. Aquí seguimos, ni mejor ni peor que los demás. Vivimos, como Rilke, «en este fatigoso Ningún Sitio». ¿Qué podemos hacer? Quizá lo mismo que el poeta: «Me quedo, sin embargo. Siempre hay algo que ver».

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