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viernes, mayo 01, 2009

¿Ceros a la izquierda?

Por Lorenzo Silva (EL CORREO DIGITAL, 27/04/09):

En estos tiempos confusos que atravesamos, probablemente ya no cabe encontrar un concepto común de nada. Tampoco de la paternidad. De ésta hay, incluso, enfoques que resultan antitéticos, pero la paradoja peculiar que respecto de la paternidad se produce es que estos conceptos opuestos a veces son sostenidos por las mismas personas. Eso sí, depende para qué.

Pervive aún, qué duda cabe, el concepto más tradicional, según el cual la paternidad es un papel de supervisión y retaguardia, frente a una prole de cuya gestión directa se encarga la madre. Es una actitud asumida todavía por muchos hombres, que son incapaces de hacerles a sus hijos unos tristes espaguetis, ignoran qué tienen de deberes y jamás les han puesto pomada en un eczema. Pero se trata, también, de una concepción aceptada (e incluso promovida) por no pocas mujeres. Para ello, unos y otras disponen de razones, coartadas y compensaciones diversas. Padres cómodos o demasiado ocupados en cosas más importantes (y divertidas), madres hipersacrificadas o acaparadoras, y entre unos y otras la convicción de que los varones resultan menos eficaces y concienzudos en una tarea para la que la mujer, en cambio, estaría naturalmente dotada.

Frente a esta versión, digamos arcaica o de mínimos de la función paterna, existe ya, razonablemente arraigada entre nosotros, una visión por completo contraria, en la que se impone la igualdad, más o menos imperfecta, en el cuidado y la atención de los hijos por parte de ambos progenitores. Quedando descontado que el embarazo, parto y lactancia son lances por fuerza femeninos (salvo la tercera, en su modalidad artificial), todo lo demás puede repartirse de forma equivalente, y no hay razón para que el hombre espere que su contraparte asuma una cuota mayor de aquello que él puede igualmente resolver. Sobre todo, si los dos miembros de la pareja trabajan fuera y sufren por igual los esfuerzos y tensiones de la vida laboral, frente a la que por razón de la paternidad y maternidad pueden, además, invocar legalmente los mismos permisos y excedencias.

Esta concepción de la paternidad es la que se propugna oficialmente y hacia la que tendemos, como más moderna y justa que la anterior. A ello contribuye el impulso igualitario que imprimen los movimientos de liberación femenina, pero también, y esto suele olvidarse, la convicción asumida de buen grado por no pocos varones de que la brega con la prole, en todos sus extremos, es también la base de la relación con ella, y ésta, un caudal vital para ellos y sus hijos que deben preservar.

Pero todo esto es así, y así lo contemplan tanto el discurso feminista como el relato oficialmente deseable de la paternidad, sólo en tanto no se produce una crisis. Cuando ésta viene, el moderno concepto de la paternidad se volatiliza y regresa, inapelable, la prehistórica noción de que el hombre es ese cazador veleidoso al que le fastidian las crías, presto a aprovechar la menor ocasión para desentenderse de ellas. Si llega un divorcio, la ley (como resultado de presiones muy concretas de grupos feministas durante la discusión parlamentaria de la última reforma) no contempla la regla que sería congruente con el moderno modelo de paternidad y que muchos países de nuestro entorno han adoptado, la custodia compartida. Salvo que la madre consienta en pactarla, opera una discrecionalidad judicial que en más del 90% de los casos termina en la custodia exclusiva de quien ha impedido el acuerdo para la asunción conjunta de las funciones paternas tras la ruptura de la pareja. Como a nadie se le escapa, ello es aprovechado por muchas madres (no es la regla, pero tampoco la excepción) para convertir a la prole en moneda de cambio y fuente de ingresos e imponerle a su ex pareja (y de paso a sus hijos), como suerte de pena accesoria del divorcio, la privación de convivencia con los de su sangre.

Este resultado es, mejor o peor, aceptable para muchos padres, aquellos que nunca han pasado de la idea tradicional. Pero supone un revés, a veces desesperante, y difícilmente remediable, para aquellos que buscaron ser padres de otro modo, y que de pronto se ven convertidos en ceros a la izquierda. Como lo serán también los padres, dicho sea de paso, frente al aborto que viene, ya que no podrán impedir discrecionalmente la paternidad, como la madre, y en cambio estarán obligados, siempre que la mujer así lo decida, a cargar de por vida con sus consecuencias. Nadie ignora el peso específico de la maternidad en esta cuestión, por razones obvias, pero diríase que el de la paternidad es nulo, y en todo caso nula es la capacidad, en esta situación límite, de decidir sobre él.

Estamos en una encrucijada y la justicia impone un cambio. Los hombres que optan por ser turistas en la vida de sus hijos lo lamentarán, antes o después. Pero también las mujeres que por una ruin ventaja inmediata despojan a sus hijos de sus padres. Los poderes públicos deberían velar para que ni unos ni otras pudieran mantener su nefasta e irresponsable actitud.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

viernes, febrero 15, 2008

Ni contigo ni sin ti

Por Begoña del Pueyo, periodista (EL PERIÓDICO, 13/12/07):

Vaya por delante que este no pretende ser un alegato a propósito de los derechos de custodia sobre los hijos, sino una llamada de atención sobre la judicialización de una supuesta patología que, pretendiendo proteger al menor, le coloca en una situación afectiva límite.

Medio centenar de prestigiosos profesionales de la salud mental y de la judicatura acaban de denunciar, después de un año de investigación, que el SAP no tiene validez científica. Se conoce como síndrome de alienación parental (SAP) el proceso por el que se intenta romper el vínculo de los hijos con uno de los progenitores. Una especie de lavado de cerebro provoca que los hijos que sufren el síndrome sientan odio patológico e injustificado hacia el progenitor alienado.

EL CONCEPTO SAP fue acuñado por el psiquiatra norteamericano Richard Gardner en 1985, aplicado a divorcios conflictivos o destructivos. El furor que causó en EEUU en su momento se ha tornado en reprobación, al haberse demostrado los efectos perversos de su aplicación, incluido algún suicidio infantil. Actualmente, la Asociación Norteamericana de Fiscales lucha abiertamente contra su empleo en los tribunales. En el ámbito científico, ni la Organización Mundial de la Salud ni otros colectivos que sirven de referente aceptan el SAP. Y, sin embargo, en los tribunales españoles cada vez se están produciendo más casos en los que se retira la custodia a la madre utilizando este diagnóstico, con el agravante de que suele tratarse de situaciones en las que existen denuncias previas por maltrato en la pareja o abusos de los pequeños.

Ateniéndonos a esto, no hace falta ser máster en psicología para entender lo que ha reconocido la propia delegada especial del Gobierno contra la Violencia sobre la Mujer, Encarnación Orozco, y es que unos niños que son testigos de las agresiones, de los gritos, cuando no son ellos mismos también víctimas, no necesitan que su madre añada más leña al fuego para sentir animadversión hacia su progenitor.

Con el fervor de los conversos, ahora que en EEUU se pone en cuestión la validez del SAP, en España equipos psicosociales de varios juzgados exponen a estos menores a un sufrimiento irreparable, puesto que la separación de la madre lleva consigo también arrancarles de su entorno. Ni los abuelos, tíos o primos maternos, ni sus amigos, ni sus compañeros de colegio pueden entrar en contacto con ellos. Esa es la filosofía del SAP, que quienes diagnostican siguen a rajatabla.

SITUACIONES tan inexplicables como la que sufren desde hace ocho meses dos adolescentes de 15 y 13 años en Tenerife. Recordarán el caso, porque fue impactante contemplar en la televisión sus súplicas y sollozos, mientras la familia paterna las arrastraba, literalmente, en cumplimiento de la sentencia. Confieso que después de la estremecedora escena pensé que las imágenes hablaban por sí solas y la sentencia había quedado en suspenso. Investigando sobre el SAP he comprobado con estupefacción que las menores que acusaron a su padre de abusos sexuales (el propio forense del juzgado emitió un informe confirmando rotura del himen en un caso e intento de penetración en el otro, aunque no han probado que fuera él), están viviendo con su presunto agresor. Eso sí, contra su voluntad y sometidas a terapia de acercamiento al padre, sin que parezca tener importancia que se trata de un hombre supuestamente violento y agresivo que durante diez años maltrató a su mujer, una procuradora de tribunales que ingenuamente creyó que con el divorcio había bastante y no hacían falta denuncias de por medio. Tampoco parece tenerse en cuenta que estas jóvenes, en una edad tan crítica, carezcan del referente materno, a quien solo le dejan hablar con ellas una vez a la semana, dos horas, y siempre en presencia de una psicóloga que evalúa su comportamiento.

El caso, documentado junto a otro de Manresa (en estos momentos en espera de sentencia) por la plataforma de profesionales de menores en riesgo, se repite también con una enfermera asturiana. Para el equipo psicosocial que la considera “delirante”, no parece significativo que trabaje en el servicio de urgencias de un hospital, que haya tenido una orden de alejamiento y que sus hijos de 10 y 12 años lloren cuando transcurren las cuatro horas que puede permanecer con ellos, cada 15 días, en un punto de encuentro bajo la atenta mirada de un terapeuta que no les deja ir solos ni al lavabo. De nada sirven los informes de psiquiatras que avalan su perfecta salud mental, el apoyo del Consejo de Enfermería de España o aplicar el sentido común, es decir, que con esa afectación mental no podría estar en contacto con pacientes, a no ser que el centro sanitario incurriera en una negligencia.

NINGUNA de esas dos mujeres podrá pasar las Navidades con sus hijos, ni celebrar sus cumpleaños, ni siquiera llamarles por teléfono, porque el SAP dice que son una mala influencia para sus pequeños.

Una de las razones de su invisibilidad en los medios tiene que ver con la interpretación que se hace en el juzgado de su supuesta habilidad manipuladora para convencer a los periodistas.

Por eso, esta es una buena ocasión para que los medios de comunicación ejerzamos esa capacidad de denuncia, sin necesidad de truculentas escenas, ni servidumbres a los shares, ni mucho menos exponiendo a las víctimas. Simplemente tenemos que dejar hablar a los reconocidos expertos que han investigado a fondo y comprobado los fallos de un sistema judicial que no hay por qué cuestionarse, sino simplemente corregir.