martes, diciembre 30, 2008

Al Qaeda camina "hacia su defunción y es imposible que la tendencia se revierta"

Por PATRICIA R. BLANCO (El País.com, - Madrid - 30/12/2008)

"El fin de Al Qaeda está más cerca que nunca de convertirse en una realidad". Así de contundente se expresa Jean Pierre Filiu, profesor del Instituto de Estudios Políticos de París y experto en yihadismo, que se aventura a pronosticar que en 2009 la organización dirigida por Bin Laden podría desaparecer o quedar reducida a núcleos marginales. "No significa que se desvanezca la amenaza terrorista" porque existen otros grupos. Sin embargo su derrota en Irak, la pérdida de presencia en Internet y la oposición cada vez mayor del mundo musulmán empujan a Al Qaeda "hacia su defunción y es imposible que esa tendencia se revierta en 2009".

"Estados Unidos posiblemente anunciará que la derrota de Al Qaeda ha sido obra suya pero no es cierto", afirma Filiu. Según el arabista, "las fuerzas árabes suníes y chíes" están haciendo posible la caída de la organización porque han comprendido que "el mayor número de víctimas de Al Qaeda" se registra entre la población musulmana a pesar de su declaración de guerra contra Estados Unidos y todos sus aliados.

"Los líderes de Al Qaeda recurren al islam para justificar sus acciones pero sus objetivos son eminentemente políticos, en la medida en que buscan destruir y transformar radicalmente las estructuras sociales, políticas, económicas y administrativas de los escenarios en los que actúan", considera Filiu. Al Qaeda se define así misma como una organización musulmana suní que persigue la consecución del nuevo califato islámico, pero, según el politólogo "los musulmanes se han dado cuenta de que la religión es únicamente la excusa para legitimar sus actos, un señuelo para lograr apoyo social y reclutar a sus miembros".

Por otra parte, "han perdido su monopolio en Internet" sentencia Jean Pierre Filiu. "Al Qaeda se ha encontrado con la competencia de los arrepentidos, que explican en la Red que la organización mata civiles, incluidos musulmanes, y que la yihad entendida como guerra santa contra los infieles no tiene justificación teológica". Más aún, "de sus cinco foros sólo conservan Al Hefba.

Al Qaeda, con menos proyección internacional

La contención de la expansión de Al Qaeda es otro de los síntomas de su decadencia. No sólo el eje central de la organización -en Irak y Arabia Saudí- se está derrumbando sino que "no ha logrado asentarse en Gaza debido a la barrera interpuesta por el nacionalismo de las facciones palestinas". Además, el brazo de Al Qaeda en el Magreb islámico, el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate "no ha logrado proyectarse fuera de su área de actuación inicial, lo que significa que Al Qaeda no le ha inyectado una nueva fuerza", estima el experto en yihadismo. "A lo peor hay una estabilización y a lo mejor un principio de repliegue", añade.

En este sentido, Filiu considera que durante los dos últimos años, se han reducido las alertas por terrorismo en Europa: "Los servicios secretos europeos han desmantelado muchas de sus células", explica el arabista, que subraya la importancia de que los miembros detenidos eran entrenados para dar apoyo a las acciones en el Magreb y no en Europa, otro de los indicativos de su menor proyección internacional.

"Al Qaeda está volviendo a sus raíces como un círculo que se cierra y esta tendencia se consolidará en 2009", sentencia Filiu. La organización comenzó a actuar hace 20 años con bases en las zonas tribales entre Afganistán y Pakistán, donde construyó su red de colaboración con los talibanes y "ahora su influencia se está reduciendo a sus santuarios originales, aunque no hay que bajar la alerta porque todavía pueden dañar".

Con respecto a otros grupos terroristas como Lashkar e Taiba en Pakistán, Fatah al Islam en Líbano o Jemee Islamia en Indonesa, Filiu asegura que "tienen agendas regionales" y "aunque pueden colaborar de un modo puntual con Al Qaeda, no necesitan su ayuda" porque cuentan con sus "propios medios de financiación y su red de Internet".

La agonía de Gaza y la trampa de Israel

Por Shlomo Ben-Ami, antiguo ministro de Exteriores de Israel, y actualmente vicepresidente del Centro Internacional de Toledo para la Paz. Su último libro es Scars of War, Wounds of Peace: The Israeli-Arab Tragedy. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. © Project Syndicate, 2008 (EL PAÍS, 30/12/08):

Con todos los cohetes que se lanzan a diario contra las ciudades israelíes desde la franja de Gaza, más la rivalidad entre los políticos israelíes para ver quién ofrece la respuesta más dura a las bravatas de Hamás y dado que la capacidad del Gobierno egipcio para mediar en un nuevo alto el fuego más sólido que el anterior se ha visto gravemente perjudicada por sus propias tensiones con los islamistas de Gaza, una operación militar masiva de Israel era sólo una cuestión de tiempo.

La falta de cauces políticos es lo que ha convertido este conflicto en tal tragedia humana y ha hecho que la acción militar sea el único lenguaje de comunicación entre las dos partes. Hamás e Israel se obstinan en negarse mutuamente, la comunidad internacional ha boicoteado a Hamás por su negativa a incorporarse al proceso de paz encabezado por el Cuarteto, y la Unión Europea ha seguido los pasos de la obcecada política de Estados Unidos de permitir que se desmorone el acuerdo de La Meca. Dicho acuerdo ofrecía la oportunidad, por endeble que fuera, de que un movimiento palestino unido pudiera alcanzar un acuerdo negociado con Israel. Ahora, para Israel, se trata de decidir si invadir Gaza u optar por una táctica diferente. Pero Hamás tampoco está libre de contradicciones. Tanto Israel como Hamás están atrapados en un dilema aparentemente irresoluble.

Hamás, como autoridad, debe ser juzgado por su capacidad de proporcionar seguridad y un gobierno decente a la población de Gaza, pero, como movimiento, es incapaz de traicionar su empeño implacable de combatir al ocupante israelí hasta la muerte. Al fin y al cabo, no ganó las elecciones para lograr la paz con Israel ni mejorar las relaciones con Estados Unidos. Por muy prometedoras que resulten algunas señales esporádicas de que se aproxima al campo del realismo político, entre sus prioridades inmediatas no está el traicionar su propia raison d’etre mostrando su apoyo al proceso de Annápolis de los estadounidenses.

La ofensiva de cohetes Kassam de Hamás, que ha convertido todo el Neguev occidental en rehén de los caprichos de los escuadrones islamistas, no es un intento de arrastrar a Israel a una costosa invasión que podría sacudir su régimen, sino una medida destinada a establecer un equilibrio de amenazas basado en mantener vivas las llamas de un conflicto de baja intensidad aunque se acuerde una nueva tregua.

Un Hamás cada vez más arrogante y extremadamente bien armado confiaba en que se acordara dicha tregua sólo a cambio de nuevas concesiones de Israel y Egipto: la apertura de los pasos de Gaza, entre ellos el paso de Rafah, controlado por los egipcios (inflexibles en su postura de que debe permanecer cerrado), la liberación de presos de Hamás en Egipto, la suspensión de las operaciones de Israel contra activistas de Hamás en Cisjordania y el derecho a responder a cualquier supuesta violación del alto el fuego por parte de Israel.

Sin embargo, la actitud de Hamás ha demostrado ser un peligroso ejercicio de política suicida, porque un conflicto de baja intensidad puede degenerar fácilmente en una auténtica llamarada si, como ha ocurrido ahora, la contención exhibida hasta el momento por los israelíes se vuelve políticamente insostenible. A diferencia del ataque de Israel contra Hezbolá en el verano de 2006, la operación actual no es una reacción impulsiva desencadenada por un inesperado casus belli; es una decisión que pretende cambiar la ecuación estratégica entre Israel y el régimen de Hamás en Gaza.

Hamás también ha estado jugando con fuego en el frente egipcio. Mostró su rechazo con su altanera interrupción del proceso de reconciliación con la OLP de Mahmud Abbas encabezado por Egipto y al comprometerse a desbaratar la iniciativa egipcia y saudí para ampliar el mandato presidencial de Abbas hasta 2010. Hamás ha dejado claro que, cuando termine oficialmente la presidencia de Abbas, el 9 de enero, preferiría nombrar en su lugar al presidente del Parlamento palestino, un miembro del movimiento que se encuentra en una prisión israelí.

El radicalismo de Hamás no carece de propósito político. Lo que está llevando a cabo es un intento de enterrar definitivamente lo poco que queda de la solución de los dos Estados. Los pobres resultados del proceso de Oslo hasta ahora son, para Hamás, nada más que la confirmación de su opinión de siempre, que Oslo estaba condenado al fracaso y que Israel y Estados Unidos nunca tuvieron intención de respetar los requisitos mínimos del nacionalismo palestino. Hamás nunca ha sido indiferente a los cálculos políticos cotidianos, pero tampoco se limita exclusivamente a ellos. Es un movimiento fundamentalmente religioso que opina que el futuro pertenece al islam y que se ve, en el futuro, envuelto en una lucha armada a largo plazo por la liberación de toda Palestina.

Tampoco fue completamente irracional el ejercicio de política suicida, porque el legado del intento frustrado de Israel de destruir Hezbolá en 2006 es que el aparato militar israelí se ha dedicado, por primera vez en la historia del país, a propugnar la contención y oponerse a las acciones más duras propuestas en las reuniones del consejo de ministros. El ejército no quería esta guerra; estaba resignado a que era inevitable. La resistencia de Israel a lanzar un ataque masivo contra el régimen de Hamás en Gaza nace de un análisis detallado de los límites de lo que se puede lograr por la fuerza, hasta el punto de que el ministro Barak estaba dispuesto a pagar un alto precio político, en plena temporada de elecciones, al aceptar una nueva tregua incluso aunque Hamás la violase de forma intermitente.

Un ataque militar contra una franja de tierra tan pequeña y tan densamente poblada, en la que Hamás ha utilizado de forma sistemática a los civiles como escudos humanos, no tiene más remedio que someter al ejército israelí a acusaciones de crímenes de guerra. Por muy justificada que esté la actuación de Israel, y por mucho que la comunidad internacional critique el régimen represivo y oscurantista de Hamás en Gaza, tardaremos poco en ver que la cobertura de las bajas civiles en los medios de comunicación pone a Israel, y no Hamás, en la picota de la opinión internacional. Israel preferiría evitar a toda costa una invasión masiva, aunque sólo sea porque la reocupación de Gaza significaría tener que volver a asumir la responsabilidad exclusiva del millón y medio de palestinos que hoy viven bajo control de Hamás.

Pero, aunque Israel esté dispuesto a absorber el precio de las duras condenas internacionales, no está nada claro qué significa verdaderamente un triunfo en una guerra así. ¿Es una opción realista pensar en derrocar el régimen de Hamás? Tal vez caiga el Gobierno de Ismail Hanyieh, pero Hamás seguiría siendo un poderoso producto natural de Palestina que agruparía a su alrededor a la población. E, incluso bajo una nueva ocupación israelí, el ocupante podría sufrir la humillación suprema si se siguen lanzando misiles Kassam mientras las divisiones acorazadas israelíes se despliegan en la franja.

Y, por último, después de que se haya asestado un golpe mortal a lo que quedaba del proceso de paz y los cementerios de Israel y una Gaza devastada vuelvan a llenarse de víctimas, Israel querría salir de esa trampa y volver a negociar otro alto el fuego… con el mismo Hamás.

Fuente: Bitácora AlmendrónTribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

La protección de los derechos de los palestinos

Por Karen AbuZayd, Comisionada General de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina (EL PAÍS, 30/12/08):

En la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un documento revolucionario que acaba de cumplir 60 años, la comunidad internacional proclama que “la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”. Asimismo, la Declaración establece como la más elevada aspiración “el advenimiento de un mundo en que los seres humanos (sean) liberados del temor y de la miseria”.

Sesenta años después, la brecha entre retórica y realidad, sobre todo en el caso del pueblo palestino, debería provocar un examen de conciencia por parte de la comunidad internacional.

El elevado número de muertos en el territorio palestino de Gaza debería hacernos cuestionar nuestro compromiso con la defensa del derecho a la vida, el más fundamental de todos los derechos humanos, protegido por un variado número de instrumentos internacionales. Antes incluso de que acabe este año, más de 500 palestinos, entre ellos más de 70 niños, han muerto víctimas del conflicto israelo-palestino, más del doble que en el 2005. Once israelíes han perdido la vida en el mismo periodo.

Cabe recordar que, a pesar de sus recientes violaciones, el alto el fuego proclamado de manera informal el pasado mes de junio fue bienvenido por israelíes y palestinos. En aras de proteger el derecho más fundamental, el de la vida humana, esperemos que se restablezca ese alto el fuego.

El derecho a la libertad de movimiento promulgado en el artículo 13 de la Declaración Universal sigue siendo un anhelo distante para muchos palestinos. El bloqueo inhumano de Gaza, que numerosos responsables de Naciones Unidas han condenado por castigar colectivamente al millón y medio de habitantes de la franja, y los más de 600 obstáculos físicos que obstaculizan el movimiento de los palestinos en Cisjordania, son un recordatorio tangible del fracaso de la comunidad internacional para defender los valores de este artículo.

Con aproximadamente 10.000 palestinos en cárceles israelíes, de los cuales 325 son niños, las afirmaciones de que “todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona” y “nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes” acarrean tristes connotaciones hoy en día. Junto a estos abusos, hay estadísticas que hablan de la falta de protección de un gran número de derechos sociales y económicos palestinos. Por ejemplo, más de la mitad de la población de Gaza vive por debajo del umbral absoluto de la pobreza. Estamos, pues, ante una crisis humanitaria, pero una crisis que ha sido deliberadamente impuesta por los actores políticos y por las opciones que han tomado.

La crisis es el resultado de las políticas que le han sido infligidas al pueblo palestino. ¿No ha llegado el momento de corregir esas políticas y darles otro enfoque? ¿No ha llegado el momento de examinar nuestro compromiso con los nobles principios de la Declaración Universal de Derechos Humanos? Englobándolos a todos, figura el derecho a la autodeterminación, el derecho a tener un Estado propio, del cual los palestinos se han visto privados durante 60 años. El Estado es la institución que mejor puede proteger los derechos de sus ciudadanos. En UNRWA, como encargados de proporcionar asistencia hasta que el problema de los refugiados palestinos se resuelva en el contexto de un tratado de paz, nos percatamos con dolor de esta situación, al igual que cualquier otra agencia humanitaria que trabaje en Oriente Próximo.

Como agencia consagrada a la promoción de los estándares más altos de desarrollo humano, la protección de los derechos de los palestinos inspira cada acción de la UNRWA. Nuestros programas de educación y salud contribuyen a la protección de un amplio abanico de derechos civiles y sociales. Nuestro programa de microcrédito se fundamenta en la obligación de ayudar a proporcionar trabajo a nuestros beneficiarios, a través del cual puedan mantener niveles decentes de vida para ellos y sus familias. A través de nuestros informes -el simple hecho de ser testigos-, UNRWA intenta diariamente hacer de la Declaración Universal una realidad para los refugiados a los que sirve.

Pero la brecha entre la palabra y la acción de la comunidad internacional deja perplejos a muchos palestinos. Encerrados en Gaza o esperando en los controles militares de Cisjordania, los palestinos sufren ante la más acuciante falta de protección. El resultado ha sido un cruel aislamiento respecto a la comunidad internacional, que ha ido generando desesperanza, desesperación y desánimo entre la población palestina. En estas circunstancias, el radicalismo y el extremismo emergen fácilmente. Pero esta tendencia se puede rectificar a través de la protección de los derechos fundamentales. Hagamos que la comunidad internacional considere la protección de los derechos de los palestinos como la esencia de todas sus intervenciones, ya sean de carácter humanitario o de desarrollo. Convirtamos en realidad la visión de los que firmaron la Declaración Universal, ya que el fracaso continuado de su aplicación constituye una vergüenza para todos.

Fuente: Bitácora AlmendrónTribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

México, el ascenso de Brasil y el futuro de Cuba

Por Carlos Fuentes, escritor mexicano (EL PAÍS, 30/12/08):

El éxito creciente de Brasil como primera potencia de la América del Sur ha suscitado, como era de esperarse, temores en algunos vecinos y resquemores -por no decir envidias- en otros. Hay mucho que admirar en el Brasil de hoy. No todos nuestros países han gozado de 14 años de crecimiento sostenido y buena gobernanza. La presidencia de Fernando Henrique Cardoso (1995-2003) venció la perniciosa inflación sin caer en la recesión. Se dio cuenta de que la inflación es una manera de robar a la mayoría en beneficio de la minoría, pero que, sin inflación, aumenta la responsabilidad social del estado. Cardoso reformó la banca sin hacerle concesiones a los banqueros irresponsables confiados en que el Estado los sacaría de apuros. Y en materia educativa, elevó a la escuela primaria en un 97% de inscripciones, y a la secundaria en un 70%. La educación es la base del desarrollo.

Por otra parte, las exportaciones brasileñas aumentaron de 50.000 millones de dólares en 1998 a 140.000 millones en la actualidad.

Subrayo este dato porque las fechas abarcan tanto al Gobierno de Cardoso como al de su sucesor, Luis Inácio Lula da Silva, indicando, si no una identificación, sí una continuidad virtuosa de la política brasileña. Con Lula, las exportaciones han aumentado, la deuda pública ha descendido, la cuenta corriente tiene un superávit y la pobreza ha bajado de un 43% en 1993 a un 36% hoy.

Lula, además, ha llevado a cabo una política exterior independiente, inconcebible si pensamos en las presiones internacionales que limitaron, en los sesenta, a los presidentes Jânio Cuadros y Joâo Goulart. Lula, en cambio, conduce con brío y sin complejos buenas relaciones con los Estados Unidos, con Cuba y con sus vecinos suramericanos.

Es natural -aunque injusto- que se creen fricciones entre el gigante brasileño y sus vecinos. Los problemas tienen solución. Trátese del tema energético con Paraguay, el pago de la deuda externa ecuatoriana, o las tarifas de gas de Bolivia. El imponderable es Hugo Chávez, para quien la ascendencia de Lula -de Brasil- es vista como rivalidad política y comparación de modelos. Ambas nefastas para Chávez en el momento en que el descenso de los precios del petróleo le roba la baza misma de su poder, demagógico y real.

Todo esto, al cabo, no le resta potencia a un Brasil que, bien gobernado como lo ha sido por Cardoso y Lula (con errores nada desdeñables) seguiría siendo, sin disminuir a los demás, la principal economía y gobernanza del sur.

¿Qué haría falta para fortalecer a la América Latina entera en estos momentos de la globalidad crítica?

La respuesta me parece evidente: un eje Brasil-México. No paso por alto un hecho singular de la diplomacia brasileña: la fuerza tradicional de la cancillería brasileña, Itamarati y su capacidad de imponerle políticas al ejecutivo de Planalto. Mi convicción es que el presidente Lula quiere una relación estratégica con México y que a México le conviene esto tanto como a Brasil. A México, porque reforzaría nuestra independencia frente a los Estados Unidos y nuestra influencia en la América Latina. Muchos vecinos del sur nos descuentan como parte de Norteamérica. Nos hace falta complementar la relación del norte con la del sur y nada nos ofrece oportunidad más cierta, más “cantada”, más provechosa, que el eje Brasil-México.

El muy activo e inteligente Lula ha determinado que el aprendizaje de la lengua castellana sea obligatorio en Brasil. Por esta razón compartí con él el Premio Internacional Don Quijote de la Mancha, entregado por el rey Juan Carlos en Toledo, el pasado octubre.

Si España no ve una amenaza en esta decisión, ¿por qué la verían los vecinos de Brasil?

Otro gran tema americano, la mala relación entre Cuba y los Estados Unidos, dura ya casi medio siglo. Ambos países portan su parte de culpa. Washington estaba acostumbrado a tratar a Cuba como una colonia. La independencia, obra al cabo de los cubanos, era vista por los Estados Unidos, casi, como una graciosa concesión coronada por el derecho de intervenir en la isla: la Enmienda Platt, derogada además en 1934, aunque no el espíritu de condescendencia al cuasi-protectorado.

La Revolución Cubana y sus secuelas se explican, en buena medida, como una reacción contra esta situación de inferioridad. Sólo que la revolución, para subsistir ante el acoso norteamericano, debió encontrar otros padrinos: la Unión Soviética durante un largo (y peligroso: crisis de los misiles) periodo y luego, con diversos matices, China, Venezuela y una Europa renuente a sumarse a los errores de Washington.

La otra cara de la moneda es la de una revolución que le ha dado a Cuba escuela y salud, pero al precio de la libertad política y de los errores económicos. Los defectos son obra de Cuba, por más que se presenten en Cuba sólo como resultados del ingrato y estúpido boicoteo norteamericano. La baja productividad de una tierra feraz entre todas, la tácita resistencia del guajiro a las medidas colectivistas, la cesión moral al sexo y al turismo, las incapacidades de la oferta mobiliaria, alimentaria e inmobiliaria, son atribuibles, sobre todo, a un autoritarismo ideológico y personalista.

El gran cambio se avecina, si no es que ya está aquí. Un país educado no puede aceptar eternamente un gobierno ineficaz y autoritario. Pero un mundo globalizado está dispuesto a tolerar, y aun alentar, a un capitalismo autoritario que funcione. Los ejemplos de Vietnam y China son claros. Sus regímenes no son democráticos. Pero sus economías obedecen a fórmulas de capitalismo, privado y estatal, sumamente exitosas. Al grado de que China, a la que el general Douglas MacArthur quería aniquilar con la bomba atómica en 1951, es hoy la dueña de más de la mitad de los bonos del Tesoro de los EE UU.

Y el propio Estados Unidos, país acreedor durante buena parte de su historia, es hoy país deudor en el que el ahorro ha cedido el lugar al consumo y el consumo ha agotado las fuentes del crédito, anunciando una severa recesión, la más dura desde 1929 y elcrack bancario.

Hay un tercer factor de la ecuación y es México. Tradicionalmente, nuestro país jugó un papel de intermediario inmediato de equilibrio a largo plazo entre Cuba y los Estados Unidos. México se negó a romper relaciones con Cuba y mantuvo, con algunas excepciones, una relación, a veces cínica, con la isla: no te metas conmigo y no me meto contigo.

Sean cuales fuesen las ventajas y desventajas de semejante realpolitik, hoy las circunstancias son otras. Los Estados Unidos se disponen a cambiar de presidente y Barack Obama se presenta con una mente clara a superar errores y crear oportunidades. Cuba es asunto prioritario en este sentido, porque es asunto artificial en un mundo donde el autoritarismo no impide -China, Vietnam- excelentes relaciones con Washington.

¿Habría de ser Cuba, para siempre, la excepción sólo porque está a 90 millas de Florida? Había otra razón, por supuesto: la militancia anticastrista de Miami. Las estadísticas más recientes demuestran que sólo los viejos de Miami se siguen oponiendo, pero que la mayoría menor de 50 años aprueba una apertura, por condicionada que sea.

Algo más: Guantánamo se convirtió en una vergüenza intolerable para los Estados Unidos. En la base norteamericana se han violado los derechos más sagrados de la ley de gentes: tortura, detención arbitraria, juicios sin pruebas ni defensa, humillación, arrogancia. ¿Con qué cara, desde Guantánamo, pueden acusar los “gringos” a los cubanos de violación de derechos?

El cierre de Guantánamo, seguido de un diálogo exploratorio entre Cuba y los Estados Unidos, le da a México la oportunidad de ofrecer una intermediación benéfica para Cuba, para los Estados Unidos y, desde luego, para México como factor renovado de conciliación a partir de un régimen democrático que, políticamente, nada le debe ni a Washington ni a La Habana.

Fuente: Bitácora AlmendrónTribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Hamas: en la derrota está la victoria

Por Gustavo de Arístegui, diplomático y portavoz de Asuntos Exteriores del PP en el Congreso de los Diputados (EL MUNDO, 30/12/08):

Ya casi nadie se acuerda de la penúltima guerra del Líbano, donde se suceden tantas que no se puede hablar propiamente de la última. Verano de 2006, una milicia terrorista, Hezbolá, con muy fuerte implantación en el Líbano, secuestró dos soldados israelíes justo en el momento en el que la la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) iba a denunciar el posible carácter militar del programa nuclear iraní. ¿Casualidad? Lo dudo, no hay casualidades tan burdas en geopolítica y mucho menos en Oriente Próximo. Lo que ocurrió después lo conoce todo el mundo: semanas de guerra, la destrucción de la infraestructura fundamental del sur del Líbano, y nadie se acordaba ya del desafío nuclear iraní. Muy eficaz, pero no sólo en ese frente. La guerra tuvo otras consecuencias. Hezbolá, que no sólo estaba perdiendo prestigio e influencia entre los libaneses que no eran chiíes -o simplemente que no eran pro sirios o pro iraníes-, sino que empezaba a generar rechazo también entre los chiíes más moderados -que se sentían legítimamente libaneses-, salió reforzada a pesar de la evidente defensa que Hezbolá hacía de intereses extranjeros. Después de la guerra de verano de 2006, ni los libanese moderados más valientes y audaces podían osar manifestar la más leve crítica contra la organización filial de los sectores más ulraortodoxos de Irán. Una organización debilitada y desprestigiada renació de sus cenizas como consecuencia de su aparente derrota, una organización chií pro iraní -nación persa y en consecuencia étnica y culturalmente no árabe- se convirtió en el ídolo y héroe de la calle árabe, mayoritariamente sunní. Vamos, un éxito rotundo la guerra. La imagen de Israel quedó seriamente afectada, su enemigo jurado Hezbolá notablemente fortalecido y las aspiraciones de Irán de influir en el Próximo Oriente, trágicamente reforzadas y confirmadas.

En Israel algunos analistas lúcidos denunciaron algunos de estos extremos, y hoy hay pocos que digan que la guerra de 2006 no fue un monumental desastre para los intereses de Israel. El constante acoso y ataque de Hezbolá a pueblos y ciudades del norte de Israel es comparable al de Hamas en el sur. Nadie pone en duda el derecho, la obligación más bien, de un país a proteger su territorio y a sus ciudadanos, pero lo que no se puede hacer es cometer garrafales errores estratégicos por una visión exclusivamente cortoplacista y táctica. Lo que está ocurriendo en Gaza es en gran medida el mismo problema, un Gobierno -por cierto el mismo- que por razones distintas a las de entonces tiene la necesidad de demostrar a su opinión pública que lleva la iniciativa política y de seguridad, lanzando unos intensos ataques contra uno de los territorios más densamente poblados del mundo. Nuevamente un evidente paralelismo entre la guerra del Líbano de verano de 2006 y lo que ha hecho Hamas en Gaza en 2008. Entonces Hezbolá colocaba sus arsenales y lanzamisiles en -o muy cerca de- edificios ocupados por población civil indefensa, a los que por cierto no se permitía salir de sus casas, por lo que cuando se sucedían los ataques de la aviación israelí se producían muy numerosas bajas civiles. Una vez más la coordinación de las tácticas y estrategias de Hezbolá y de Hamas quedan confirmadas, pero lo grave es que parezca que nadie haya tomado buena nota de ello desde 2006. Conviene recordar aquí que la parte más importante del presupuesto de Hamas -que se supone que es sunní- proviene de Irán vía Hezbolá. Las provocaciones siempre han sido moneda de cambio eficaz en ambas organizaciones. La crisis de Gaza sólo es un ejemplo más.

Nadie, insisto, pone en duda el derecho de una nación a defenderse del terrorismo. Hamas es una organización terrorista según los Estados Unidos y la Unión Europea. Ya casi nadie mínimamente informado lo puede poner en duda. Su mal llamado brazo armado, las Brigadas de Ezzedine Al-Qassam, han asesinado a miles de personas en Israel: sí, miles, en autobuses, restaurantes, cafeterías, centros comerciales, mujeres, niños y ancianos. A eso nadie puede llamar resistencia o guerra, por muy guerra asimétrica que digan algunos supuestos intelectuales que el terrorismo pueda ser -que no lo es-, es simple barbarie criminal. Hamas es una organización terrorista que se ha convertido en uno de los principales obstáculos para la paz en Oriente Próximo, y en un pesadísimo lastre para el pueblo palestino. Pero lo que cabe exigir a una democracia, lo que cabe exigir a una nación cuando se defiende, es que entienda cuáles son los intereses que a medio y largo plazo debe defender, cuáles son las consecuencias de sus actos, debiéndose plantear muy seriamente si la muerte de centenares de civiles inocentes es una consecuencia colateral aceptable de la legítima defensa. Yo creo que no, y creo además que no sólo -aunque sí principalmente- por razones morales y éticas, sino también por el inmenso, casi inconmensurable perjuicio que están causando a los intereses de su propio país. ¿Es que acaso nadie se ha dado cuenta en la casi mítica Inteligencia de Israel, de las gravísimas consecuencias que esta decisión sin duda va a acarrear para ellos, para toda la región y para el mundo entero? ¿Es que nadie era capaz de prever que los ánimos se iban a incendiar y desbordar en todo el mundo árabo musulmán? ¿Es que nadie vio que en un momento especialmente convulso, incierto y peligroso esta ofensiva tendría efectos desestabilizadores muy serios?

Ahora tenemos a todos, moderados y radicales, diciendo cosas muy parecidas. Los defensores de la paz y el entendimiento estarán amedrentados y callados, las voces que heroicamente preconizan la reconciliación desde la superación del odio por la pérdida y la muerte de seres queridos -como los ejemplares miembros del Parents Forum-Circle of Families (Foro de los padres-círculo de las familias)- no conseguirán colocar y extender su mensaje de paz y de reconciliación. Alí Abu Awad, hijo y hermano de destacadísmos miembros de Al Fatah -su hermano murió en el conflicto- y dirigente palestino de esta ONG que pasó años en cárceles israelíes, logró convencer a las Brigadas de los Mártires de al-Aqsa que abandonaran la violencia y que se dedicaran a la resistencia pacífica. ¿Y ahora qué va a ocurrir con el mensaje de no violencia de Alí?

Es evidente que Hamas y sus cohetes, sus bombas y sus fusiles, no podrán acabar con el Estado de Israel, aunque hayan causado y puedan seguir causando muchísima muerte y dolor. Parece claro que perderán militarmente esta confrontación, pero no les quepa la más mínima duda de que saldrán extraordinariamente reforzados política y socialmente en los Territorios Palestinos, en el mundo arabo musulmán y en buena parte del mundo islámico no árabe.

No me cabe en la cabeza que algunos altos responsables de la Administración israelí llamen al combate con una organización terrorista «guerra». Esto no hace más que legitimarlos; otro error más -que también ha cometido Estados Unidos- de una larga lista con consecuencias otra vez graves a medio y largo plazo. No es una guerra en la que las bajas colaterales sean aceptables. Es la lucha contra el terrorismo que vive enquistado en medio de su población civil, lo que en consecuencia requiere de una táctica y estrategia bien distintas a las de una guerra abierta entre beligerantes legítimos.

Estamos sin duda ante la tragedia de las muertes, pero también ante la tragedia geopolítica, por lo que todo esto puede suponer de convulsión sin límites en la región; tragedia por el enconamiento y enquistamiento del conflicto; tragedia por el fortalecimiento de los más radicales, especialmente de Hamas; tragedia por alimentar el sangriento círculo vicioso del odio. Parece que en Oriente Medio todo lo que puede ir mal va a peor. Es la más terrible versión de la maléfica Ley de Murphy, es decir, que todo lo que puede ir mal, irremediablemente irá mal.

El remedio no es sencillo. Lo sabemos todos desde hace décadas. Es la solución de dos Estados, el reconocimiento y defensa al derecho de existencia del Estado de Israel en fronteras seguras e internacionalmente reconocidas, junto a un Estado Palestino, viable, estable, creíble para su opinión pública y para el mundo árabe e islámico y democrático. Esta es la mejor garantía de paz, estabilidad, bienestar, prosperidad y seguridad para Israel, para la futura Palestina, para el Oriente Próximo y para el mundo entero. Todos debemos entender la exponencial capacidad de desestabilización, como fuente de odio y de violencia, que tiene este conflicto. Y por ello, la comunidad internacional y la nueva Administración Obama deben comprometerse seria, inequívoca e intensamente en el relanzamiento urgente del proceso de paz. Pero esta vez con el firme propósito de llevarlo a buen fin. Las buenas intenciones ya no son suficientes.

Fuente: Bitácora AlmendrónTribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

El testamento de Huntington

Por Gonçal Mayos, profesor de Filosofía de la UB (EL PERIÓDICO, 30/12/08):

El politólogo Samuel Philipps Huntington –muerto el pasado día 24– se consagró con un eufemismo: habló de “choque de civilizaciones” en lugar de guerra (clash, en lugar de war). Había escrito cuidadosamente sobre la relación de los poderes militar y político, o la importancia de los valores culturales en la modernización. También –hay que decirlo– había recomendado a la Administración de Johnson el bombardeo sistemático de la selva vietnamita para llevar al Vietcong a las ciudades. Pero solo a los 66 años se consagró internacionalmente con un eufemismo de confrontación que legítimamente puede contraponerse –como ha hecho el presidente Rodríguez Zapatero– con el ideal de una “alianza de civilizaciones”.

Huntington, sin embargo, también levanta acta del crash de toda una época geopolítica. Hasta parece anticipar algunas de las causas del crash del 2008, la crisis económica que nos atenaza. En un famoso artículo de 1983, titula interrogativamente ¿Choque de civilizaciones?, pero solo tres años después argumenta en 500 planes la completa “reconfiguración del orden mundial”.

A HUNTINGTON le preocupa que la caída del comunismo no signifique el triunfo “definitivo” del “mundo libre” (como afirma en 1989 el también politólogo conservador Francis Fukuyama) y, menos aún, una larga hegemonía unilateral de Estados Unidos (como proclaman los neocons que han inspirado la política internacional del presidente Bush). Pese a su ideología conservadora, Huntington sospecha que los cambios geopolíticos posteriores a la caída de la URSS no garantizan la hegemonía económica, política y cultural de Occidente, sino que la amenazan peligrosamente. ¿Por qué?

EEUU había liderado firmemente a Occidente en la cruzada anticomunista, pero por eso mismo –dice Huntington– no había captado que emergía una nueva realidad y que su insistencia en la democracia y los valores humanos lo hacían menos apto para mantener la hegemonía en ella. Huntington coincide con los neocons más radicales en que EEUU y “la vieja Europa” han olvidado los valores que les tenían que hacer fuertes: cristianismo mesiánico, ética calvinista del esfuerzo, voluntad de ser… Sin embargo, se opone a los neocons al defender la necesidad de multilateralismo, ya que el choque de civilizaciones es una guerra de guerrillas con realineaciones continuas dentro de unas alianzas civilizatorias flexibles y muy estables a la vez.

LOS PROFUNDOS lazos civilizatorios, cree Huntington, dificultan que a largo plazo los estados-nación puedan cambiar de bando. No niega que las alianzas tácticas a corto plazo sean muy caóticas, pero afirma que la estrategia general será mucho más estable y sin grandes conversiones. Se podrá ser infiel, en algunas ocasiones, a la propia alianza civilizatoria, pero fuerzas históricas, culturales y religiosas muy profundas condicionarán a largo plazo los grandes movimientos.

Huntington dibuja un panorama preocupante para la hegemonía de Occidente y Estados Unidos. Los países islámicos se enfrentan a él con odio (atentado de las Torres Gemelas), cohesionados por la yihad religiosa, el conflicto palestino-israelí y el poder de los petrodólares. China les da apoyo militar sin ningún escrúpulo democrático, lo mismo que al África subsahariana, que vende sus recursos minerales siempre que no se cuestionen sus déficits democráticos (algo que, al menos verbalmente, sí hace Occidente).

Armada por el férreo control del Partido Comunista, el crecimiento económico y una enorme cantidad de la deuda exterior estadounidense, China se ha convertido en la fábrica del mundo y en un potente contrapoder occidental, y ha sido aceptada como el líder natural de gran parte de Extremo Oriente. La India se está convirtiendo en la oficina o la informática a bajo precio, pero el recuerdo de la descolonización británica –constata Huntington– dificulta que sea una fiel aliada de Occidente. Algo similar pasa con muchos de los tigres asiáticos: algunos son islámicos, otros tienen mucha población china y todos tienen sus propios intereses y litigios pendientes con Occidente. Huntington avisa de que “Occidente conquistó el mundo no por la superioridad de sus ideas, valores y religión, sino por la superioridad de la violencia organizada. Los occidentales a menudo lo olvidan; los no occidentales, nunca”.

Pese al actual fervor capitalista de Rusia, Huntington previó el orgulloso refuerzo geopolítico que lidera Putin. Uno de los puntos fuertes del choque de civilizaciones es que explica los conflictos de los Balcanes, las repúblicas bálticas, Ucrania e incluso Georgia sobre la base de que “el Telón de Terciopelo de la cultura ha reemplazado al Telón de Acero de la ideología como la línea divisoria más significativa en Europa”.

LAS MISMAS diferencias culturales parecen claves para explicar el persistente rechazo a la incorporación de Turquía en la Unión Europea, el avance actual de los talibanes en Afganistán y el enquistamiento del conflicto en Irak (además con una zona kurda pacificada, la chií oscilando y la persistente resistencia suní). También puede explicar las resistencias de gran parte de Latinoamérica (Chávez, Evo Morales…) al liderazgo de EEUU, e incluso que “la vieja Europa” (como decían los neocons) se haya distanciado unilateralmente de la Administración de Bush.

Huntington parece acertar el diagnóstico, empezando por unos EEUU apalancados financieramente (causa importante de la actual crisis económica) y militarmente, pero ha muerto sin ofrecer ninguna solución. Solo recuperar el multilateralismo (que muchos reivindicaban y que parece que Obama aplicará) y hacerse fuertes de nuevo en sus propios valores eternos y su voluntad de ser. No en vano, los últimos cursos y libro de Huntington versan sobre ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense (2004).

Fuente: Bitácora AlmendrónTribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Contradicciones episcopales

Por Juan José Tamayo, director de la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid (EL PERIÓDICO, 30/12/08):

Los obispos españoles han vuelto a utilizar una fiesta litúrgica del calendario católico, la de la Sagrada Familia, para arremeter en tromba contra las leyes sobre el matrimonio y la familia aprobadas en el Parlamento. Tres han sido los escenarios elegidos para ello: las cartas pastorales, desde las que han responsabilizado a la ideología de género de la disolución de la familia, las catedrales de algunas diócesis españolas, donde los obispos han pronunciado homilías con una fuerte carga antiparlamentaria, y la misa multitudinaria de la plaza de Colón, reedición de la concentración del año pasado, que tuvo un marcado tono político deslegitimador del Gobierno socialista y, en cierta medida, del sistema democrático, al acusar al Parlamento de poner en peligro la democracia.

El cardenal Rouco Varela ha mostrado su estremecimiento por “el hecho y el número de los que son sacrificados por la sobrecogedora crueldad del aborto”, a los que ha definido como los nuevos Santos Inocentes de la época contemporánea. Monseñor Blázquez, vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) y obispo de Bilbao, ha responsabilizado de las dificultades que vive hoy la familia “al ambiente cultural y a algunas leyes”, ha afirmado –con desconocimiento de los datos de la antropología cultural– que en todas las culturas y los pueblos a lo largo de la historia el matrimonio es la unión del varón y de la mujer, ha calificado el “divorcio exprés” de duro golpe a la estabilidad de la familia y considera una desfiguración sustancial llamar matrimonio a la unión de dos personas del mismo sexo. Monseñor Martínez Camino, secretario general de la CEE, ha ido todavía más lejos en la descalificación de las leyes hasta declarar que nunca ha habido una legislación sobre el matrimonio más irracional que la que hay hoy en España.

Los obispos están en su derecho a hacer este tipo de afirmaciones en el ejercicio de su libertad de expresión. Pero creo que incurren en una serie de contradicciones que resumo en el siguiente decálogo.

1. Defienden el matrimonio y la familia quienes no pueden casarse ni formar una familia. Los obispos y los sacerdotes del rito latino, en el momento de ser ordenados, renuncian al matrimonio y sustituyen de esta forma la paternidad humana por la paternidad espiritual, que consideran más fecunda y universal.

2. Defienden la indisolubilidad del matrimonio, conforme a lo establecido en el Código de Derecho Canónico: “El matrimonio rato y consumado no puede ser disuelto por ningún poder humano, ni por ninguna causa fuera de la muerte” (n. 1141), cuando la propia Iglesia católica cuenta con tribunales especiales dedicados a la disolución del vínculo matrimonial.

3. Consideran la procreación como uno de los fines del matrimonio, son partidarios de las familias numerosas y se oponen a los métodos anticonceptivos, cuando ellos no pueden procrear por el voto del celibato que les obliga a la abstinencia sexual de por vida.

4. Defienden la vida del no-nacido y se oponen al aborto, al que califican en todos los casos de asesinato u homicidio, cuando han justificado la pena de muerte y ponen hoy objeciones a la despenalización de la homosexualidad que, al menos en ocho países, se condena con dicha pena.

5. En cuestiones relativas a la sexualidad, el matrimonio, el origen y el fin de la vida, quieren imponer a todos los ciudadanos como ley natural lo que no es más que doctrina católica sostenida por la jerarquía, muchas veces discutida dentro de la propia Iglesia.

6. Hablan de retroceso de los derechos humanos en el ordenamiento jurídico apelando a determinadas leyes que, en realidad, amplían el ejercicio de dichos derechos. Con ello demuestran una clara incoherencia al exigir reconocimiento pleno de los derechos humanos en la sociedad, cuando ellos los desconocen y no los ponen en práctica en el seno de la comunidad cristiana.

7. Se oponen a la homosexualidad, considerada pecado, desviación natural o perversión moral, haciendo una lectura fundamentalista y descontextualizada de los textos bíblicos.

8. Confunden lo moral o, mejor, su propia idea de lo moral, con lo legal, y creen que lo que para ellos es pecado debe ser considerado delito y penalizado por las leyes.

9. Presentan la familia cristiana como paradigma único de convivencia, desconociendo que hay otros modelos legítimos inspirados en valores laicos o de otras religiones y confundiendo con frecuencia la familia cristiana con la familia patriarcal.

10. Se oponen a la investigación con células madre embrionarias considerando que un embrión es lo mismo que una persona, cuando eso significar mantenerse –¿a sabiendas?– instalado en un error científico y cuando esa oposición implica la renuncia a la curación de múltiples enfermedades y a la felicidad de muchas parejas.

¿Ignorancia, error o simple incoherencia lógica e ideológica? Que juzgue cada cual.

Fuente: Bitácora AlmendrónTribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

La represalia del ‘Sabath’

Por José María Ridao (EL PAÍS, 29/12/08):

Israel no es más fuerte después del ataque masivo contra Gaza, como tampoco lo fue después de la incursión contra Hezbolá en 2006. Ni entonces ni ahora era su fuerza, la mayor de toda la región y una de las más poderosas del mundo, lo que estaba en juego; era otra cosa: la cada vez más irresoluble contradicción por la que toda la fuerza de Israel, todo su aplastante poderío, ha dejado de traducirse en seguridad. Los tres centenares de muertos palestinos que provocaron los ataques desde el 27 de diciembre, día de Sabath, no han hecho más que acentuar esa contradicción, y ahora Israel tendrá que hacer frente a las consecuencias. No en el terreno de la fuerza, en el que siempre saldrá ganando en el futuro previsible, sino en el terreno de la seguridad, que es el que está minando con acciones como ésta. Porque, como bien saben los más veteranos estrategas del conflicto, la seguridad de Israel no consiste sólo en impedir que los milicianos de Hamás u otra organización lancen misiles contra su territorio, sino también en mantener viva la esperanza de que sea alguna vez un Estado en paz con sus vecinos. Es esa esperanza la que ha recibido un nuevo golpe, que puede ser mortal en función de cómo actúe el próximo Gobierno de Tel Aviv y de cómo reaccionen otras potencias regionales, con Irán a la cabeza.

Lejos del escenario de la tragedia, no tardará en desencadenarse la controversia acerca de quién empezó este nuevo arrebato de locura, alentada por quienes la contemplamos, desde el sosiego de un escritorio y una página en blanco, o desde el ponderado susurro de las cancillerías. Los partidarios de un contendiente señalarán acusadoramente al contrario, y los de éste no se privarán de hacer el gesto opuesto, sólo para regresar sin fin al punto de partida mientras crece la cosecha de cadáveres. Pero una controversia así es exactamente la que nadie que desee la paz, que se resista a justificar un espectáculo de muerte como un mal merecido, debería alentar. Israel y Palestina no son un aséptico laboratorio donde se ponen a prueba nuestras preferencias intelectuales o nuestros juegos políticos, sino un territorio anegado de sangre que clama desde hace más de medio siglo por la reafirmación de nuestros principios y por la adopción de políticas que no los ignoren ni los contradigan, reduciéndonos a cínicos proveedores de excepciones o de excusas.

Hace días trascendió la noticia de que el Gobierno israelí había emprendido una ofensiva diplomática dirigida a recabar apoyos internacionales para el ataque que ha llevado a cabo. Como Estado soberano que es, Israel estaba en condiciones de tomar a solas la decisión. Y es de esperar que, en efecto, haya sido a solas como la ha tomado, sin una luz verde expresa ni tampoco una indiferencia garantizada por los Gobiernos con los que haya entrado en conversaciones. La legítima defensa no ampara los actos de represalia, que es lo que Israel ha perpetrado en Gaza. No sólo con este ataque, el más mortífero en varias décadas, sino también con el bloqueo al que ha sometido a la población civil palestina durante interminables meses de colapso económico y hambruna, levantado por razones tácticas en vísperas de la incursión. La persistencia del bloqueo es la prueba de que ladesconexión de Gaza, según la expresión acuñada por Sharon, no era lo mismo que el final de la ocupación, que dura desde 1967 aunque haya cambiado la manera de gestionarla. Si lo que Israel pretendía con el embargo era mermar el respaldo a Hamás, lo que ha conseguido es, por el contrario, proyectar sobre el futuro una sombra que tarde o temprano le pasará factura y nos la pasará a todos: ha entregado una causa justa a una organización de ideología totalitaria. Y la represalia del Sabath no ha hecho más que corroborar esa entrega, no ha hecho más que confirmar el argumento de fondo que invoca Hamás: Israel no busca su seguridad desde la justicia y, por tanto, ha convertido su seguridad y la justicia en objetivos incompatibles. El resto del mundo, sigue diciendo Hamás, tendrá ahora que elegir.

Los expertos han repetido durante años que no habría paz en Oriente Próximo mientras no se alcanzase un arreglo en el conflicto entre palestinos e israelíes. La invasión de Irak y la carrera nuclear que ha desencadenado, y que es el nuevo escenario donde se jugarán la paz y la seguridad mundiales, han convertido esa opinión en una frase vacía. Por desgracia, la región alcanzará la paz o se sumirá en el conflicto con independencia de la suerte que corran los palestinos. Los actuales dirigentes israelíes parecen suponer que esta coyuntura les concede carta blanca para actuar en los territorios, particularmente en Gaza, y de ahí que las primeras escaramuzas electorales entre Tzipi Livni y Benjamín Netanyahu, los candidatos con más posibilidades en febrero, se hayan limitado a rivalizar en dureza, por no decir en brutalidad. Ni ellos ni Ehud Barak, superviviente de un Partido Laborista irrelevante, han sido capaces de intuir las posibilidades que una situación como la actual ofrecía para un Israel comprometido con la paz. Un acuerdo con los palestinos hubiera privado de un campo de operaciones a Irán, que sigue asentando su liderazgo en la explotación a su favor de los numerosos focos de tensión regionales. Tal vez sea una estrategia demasiado sutil para una clase política que, como la israelí de estos días, no rechaza convertir en simple baza electoral el envío de cazabombarderos contra una población exhausta.

Por descontado, la pregunta más relevante sigue siendo la de siempre: cómo salir de aquí, cómo detener esta nueva escalada en la que, violando el mismo principio que obliga al respeto de los civiles, Israel ha provocado en apenas unas horas más de doscientos muertos y de ochocientos heridos, y Hamás, por su parte, cinco víctimas, una de ellas mortal. Pero nadie ignora a estas alturas lo que exige la solución. Nadie ignora que no la habrá mientras persista la ocupación ni mientras la legalidad internacional, desde las Resoluciones de Naciones Unidas a las Convenciones de Ginebra, no sea respetada por todos los contendientes, sea cual sea su potencia de fuego. Nadie ignora que será inviable mientras Israel y la comunidad internacional sigan ahondando con sus políticas la segunda partición de Palestina, que ha dejado Cisjordania en manos de Fatah y Gaza en las de Hamás. Nadie ignora que se retrasará tanto como los actores internacionales del conflicto que permanecen entre bambalinas, enredados en sus cálculos geoestratégicos, no tuerzan definitivamente el gesto ante quienes ocupan el primer plano del terrorífico escenario. Entonces, ¿para qué repetirlo? Cada vez que ha fracasado uno de los innumerables planes de paz, Israel se ha aproximado un paso más a la disyuntiva radical que, hasta la Guerra de los Seis Días, sus gobernantes trataron de mantener a distancia. ¿Cómo cuenta compatibilizar su ambición por los territorios que ocupó y su rechazo hacia los palestinos que los habitan? Cualquier arreglo hubiera detenido la cuenta atrás hacia la sima que encarna este interrogante, de la que Israel sólo podrá salir, bien renunciando a ser un Estado honorable que concede el mismo valor a cualquier vida humana, incluidas las de sus enemigos, bien aceptando que el núcleo de su utopía, la construcción de un Estado sólo para judíos en una tierra previamente habitada, se ha revelado inviable.

No se trata de un dilema nuevo, sino de un dilema que, tras permanecer varias décadas ignorado, está emergiendo de manera imparable a la superficie. De la Guerra de los Seis Días, tras la que Israel ocupó Cisjordania y Gaza, se conocen sobre todo los nombres de los generales que propiciaron la victoria. Paradójicamente, el del primer ministro laborista que decidió y dirigió las operaciones cayó en un relativo olvido. Pero fue él, precisamente él, Levi Eskhol, quien trató de atemperar el entusiasmo de un eufórico Ariel Sharon diciendo “esta victoria militar no arregla nada, los árabes seguirán estando ahí”. Y ahí siguen estando cuarenta y un años después, con más frustración y más muertos, a la espera de que Israel decida, no sobre su suerte colectiva, sino sobre el tipo de Estado que quiere ser. Eskhol parecía tener clara la respuesta cuando, nada más iniciarse la guerra, anotó: “Aunque conquistemos la Ciudad Vieja y Cisjordania, al final tendremos que abandonarlas”. Tal vez por eso sean pocos quienes, dentro y fuera de Israel, todavía lo recuerdan.

Fuente: Bitácora AlmendrónTribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Por un renovado pacto social

Por Joaquín Calomarde, ex diputado al Congreso, catedrático y escritor (EL PAÍS, 29/12/08):

No se trata solamente de si vuelven Keynes y Roosevelt. Hay más. Pero no es que se esté hundiendo el mundo, sino que está ocurriendo algo a la vez más profundo y más sencillo: se ha derrumbado el modelo neoconservador de los últimos lustros. Y se ha caído como lo hacen los castillos de naipes. La absoluta desregulación de los mercados mundiales ha supuesto el fin del sueño del derechismo liberal y ha generado la crisis financiera, económica y social más virulenta de lo que va del nuevo siglo XXI. Un siglo, no lo olvidemos, que comenzó con el brutal atentado contra las Torres Gemelas del 11-S de 2001 y continúa ahora con el derrumbe de todo lo que se consideraba estable y consolidado, que se ve arrastrado por una torva de incertidumbre y descrédito.

Las sociedades occidentales redescubren lo que nunca debieron olvidar: la necesidad legítima del Estado democrático, del Estado constitucional, aquel que institucionaliza el pacto social de la modernidad y la sociedad del bienestar, los grandes logros de la ilustración occidental, con su sistema de libertades públicas y su liberalismo humanista (que ese no solamente no ha muerto, sino que hoy debe estar más vigente que nunca si deseamos retornar del abismo al puerto de la cordura y la sensatez colectivos). Cayó el muro de Berlín; tras él, hace agua el marasmo económico ajeno a la teoría de los modelos y a la lógica racional de la prudencia colectiva; a saber: el Estado debe actuar e intervenir democráticamente en la vida pública cuando es, primero, necesario, después, conveniente. Ha sido, justamente, la impugnación de ese principio esencial de la democracia moderna el que se ha visto conculcado de forma brutal en los últimos lustros por el derechismo liberal que, a su vez, ha sepultado la práctica del conservadurismo democrático, que, junto con la socialdemocracia, ha contribuido de forma inequívoca a la conformación de la Europa moderna tras la Segunda Guerra Mundial. Nuestros partidos supuestamente conservadores abrazaron el dogma de que toda anarquía desreguladora era mejor que la legítima acción política y efectiva de la función social de las instituciones que son el Estado mismo. Grave error político, social, histórico y moral.

Escribía el mejor Raymond Aron: “No olvidemos que la democracia es, en el fondo, el único régimen que confiesa o, mejor aún, proclama que la historia de los Estados está y debe estar escrita en prosa y no en verso”. Efectivamente. Recuperar ahora, en este momento de tribulación colectiva, la prosa democrática es asunto capital. Dicha prosa es en la que debe reescribirse el renovado pacto social que refunde la confianza colectiva en el Estado como institucionalización democrática de los anhelos colectivos de una sociedad que ya no ve en él un peligro, supuesto o real, sino la plasmación pública de los ideales regulativos de la libertad política, de la urdimbre social misma y de un futuro no hipotecado ni cautivo de la malandanza financiera, el derrumbe paulatino de la seguridad pública y el olvido del bienestar colectivo.

Y un elemento indispensable para reformular el pacto social resquebrajado es la participación, cada vez más activa, del conjunto de los elementos que componen el tejido plural y libre de nuestras sociedades democráticas. Es la hora de la actuación comprometida y fuerte de los gobiernos, de las autoridades financieras, de la legalidad internacional, de los organismos universales que, poco a poco, deben ser reforzados en sus funciones arbitrales y mediadoras de un nuevo orden mundial sustentado en la democracia, la salvaguarda del derecho internacional y la garantía del progreso social de todos.

También, naturalmente, es la hora de la vuelta a la política con mayúsculas. Sí, la política: la acción racional de los ciudadanos de lapolis en pro del bien común colectivo y del mantenimiento de nuestro progreso y libertad. Sólo desde el Estado y el Derecho se puede encauzar la crisis internacional que padecemos. Sólo desde el Estado y el Derecho cabe establecer una lucha directa y sin fisuras, también sin atajos, contra el terrorismo internacional (ese verdadero cáncer de la sociedad universal) que hoy nos golpea a todos donde puede, y cada día con mayor saña y violencia. Bien sea en Nueva York, en Madrid, en Bombay y un largo y penoso etcétera colectivo. Y es el momento de repensar a Weber, quien en su conferencia de Múnich de 1919, La política como vocación,escribiera: “Puede decirse que son tres las cualidades decisivamente importantes para el político: pasión, sentido de la responsabilidad y mesura”. Qué lejos están estas loables virtudes de nuestra vida pública española, tan empobrecida, tan encanallada, tan dada al insulto, a la insolencia, a la insolvencia y, en ocasiones, a la estulticia política, intelectual y moral.

Hay que apostar claramente por dignificar de nuevo lo que nunca debió perderse: la dignidad democrática del Estado. El papel esencial del mismo en la vida pública, social y general de todos. Tanto más cuando el Estado, como es el caso español, no es sino la plena institucionalización de un proyecto colectivo de vida en común, sustentado, como indica el preámbulo de la Constitución del 78, en los ideales regulativos de la Ilustración europea: la justicia, la libertad, la seguridad y la promoción del bien de cuantos ciudadanos libres e iguales integran, en el uso de su soberanía, el bien más preciado de la nación española. Justamente, la Constitución establece como objetivo de la vida española toda lograr una sociedad democrática avanzada que busca el fortalecimiento de relaciones universales pacíficas entre todos los pueblos (y para ello es esencial el regreso a la hegemonía política del Derecho Internacional como guía de prudencia, sensatez y moderación a la hora de afrontar los desafíos de nuestro tiempo).

Estos, a mi juicio, son los parámetros sobre los que debemos revitalizar nuestro pacto social democrático. Y no cejar en el empeño, con honradez, determinación y una profunda convicción democrática, ilustrada, moral e histórica. Y éste debe ser el renovado compromiso parlamentario de todas nuestras fuerzas políticas en la hora presente en la que, con coraje cívico y lealtad democrática, deben hacer prevalecer los intereses superiores del Estado al partidismo acrítico de un insensato presentismo historicista. Sí, claro, estoy hablando del patriotismo necesario.

De nuevo, Weber para terminar: “Hay que armarse desde ahora de esa fortaleza de ánimo que permite soportar la destrucción de todas las esperanzas, si no se quiere resultar incapaz de realizar incluso lo que hoy es posible”.

Fuente: Bitácora AlmendrónTribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Los derechos humanos, un permanente reto

Por José Antonio Gimbernat, presidente de la Federación Española de Asociaciones de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos (EL MUNDO, 29/12/08):

En 1948, tras la fundación de la moderna Organización de las Naciones Unidas, éstas consideraron que había que proporcionar a la humanidad la perspectiva de un nuevo futuro, construidos sobre bases distintas a las que habían conducido a la horrible tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Se trataba de diseñar un nuevo proyecto de convivencia internacional, que garantizara los derechos de los ciudadanos. En la Carta fundacional de la nueva Organización se afirmaba que las nuevas sociedades debían tener como fundamento los Derechos Humanos.

En consecuencia surgió la iniciativa de redactar una nueva Declaración de estos derechos. Recogía lo mejor de la historia y de la conciencia colectiva en aquel momento de las formulaciones de los Derechos Humanos, teniendo en cuenta sus orígenes en el siglo XVIII. Fue concebida según dos grandes capítulos: los derechos civiles y políticos y los derechos económicos, sociales y culturales. Ambos debían ser considerados como un todo indivisible. Su intención era crear un código de derechos universales, exigiendo su protección por los Estados y también con el objetivo de favorecer a las generaciones futuras. Así, a la vez que reivindicaba su presente, dibujaba también un horizonte utópico de lo que debería ser una humanidad, en la que todos sus ciudadanos tuvieran garantizados todos sus derechos; para lograrlo mostraba el camino hacia el futuro. Pues se trata de una Declaración que concierne a todos y a cada uno de los ciudadanos del mundo. También -aunque ello no haya quedado exento de polémicas- es una Declaración que pretende ser efectiva para todas las culturas y civilizaciones.

El último tercio del siglo XX ha contemplado el ocaso, la quiebra y la debilidad de las ideologías con pretensiones universales. Las grandes religiones significan actitudes y creencias singulares, no compartidas universalmente. En este contexto podemos constatar que el único lenguaje universal que perdura, crecientemente reconocido como tal, es el lenguaje de los Derechos Humanos. Incluso sus propios violadores son conscientes de que esta aceptación generalizada se vuelve contra ellos. La necesidad de este referente universal se hace hoy más patente que nunca en nuestra época en la que las grandes cuestiones con las que se confronta la humanidad, en las que se juega su futuro, han ido adquiriendo dimensiones universales. Mencionemos el dilema entre guerra y paz, el control de las armas nucleares, la fatídica distribución mundial de la riqueza y la pobreza, la necesidad imperativa de un diferente desarrollo económico humano mundial, la dimensión planetaria del riesgo ecológico… En estas coordenadas es un logro no menor de la Declaración que se sigan reconociendo como legítimos e irrenunciables para todos los seres humanos los derechos económicos sociales, individuales y colectivos. «Todos los derechos humanos para todos», rezaba el lema de las organizaciones no gubernamentales en la Conferencia de Viena de 1993.

En estos 60 años la Declaración ha vivido su propia historia y desarrollo. Se ha hecho un importante esfuerzo de traspasar su carácter declarativo al espacio de la exigibilidad positiva. En 1966 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobaba dos Pactos internacionales de Derechos Humanos, que correspondían a sus dos grandes capítulos citados.

Se trata de dos auténticos convenios presentados a la firma y a la ulterior ratificación de los Estados. Ratificación que al igual que la misma Declaración tuvo una aceptación general por parte de los mismos. En ello se recogía la evolución experimentada por la concepción de los Derechos Humanos de los pueblos -no sólo de los individuos-. En estas décadas hemos asistido a multitud de esfuerzos intelectuales y jurídicos para favorecer éticamente y garantizar políticamente, en perspectiva universal, la práctica de los Derechos Humanos.

Más allá de las fronteras de los Estados nacionales, se han plasmado positivaciones jurídicas que han permitido la reclamación eficaz de las exigencias éticas que corresponden a los Derechos Humanos. No sólo por su aceptación teórica, sino por lo convincente que para el progreso histórico ha significado su proclamación, los movimientos sociales bajo su impulso han reivindicado y hecho irreversibles los derechos de los trabajadores, de las mujeres, de los emigrantes, de los homosexuales y de los pueblos indígenas. Se han creado instancias y tribunales específicos, también en el marco de convenios regionales, no sólo en el ámbito de las Naciones Unidas. Han surgido Derechos Humanos llamados de la tercera generación: derecho a la autodeterminación de los pueblos colonizados y ocupados, el derecho al desarrollo, el derecho a la paz, a la objeción de conciencia, al medio ambiente. Se ha dado preeminencia a los derechos del niño, de los pueblos indígenas. A la vez surgen los denominados derechos emergentes: derecho al agua, a la alimentación, a una renta básica de ciudadanía, y los derechos que abren las nuevas fronteras de la biomedicina.

Al realizar hoy el balance de la evolución en este período de los Derechos Humanos tenemos que destacar sus importantes progresos y a la vez el enorme camino que nos queda por recorrer. Sabemos que las ideas en la historia avanzan más rápidas que los hechos. Esto es así en los Derechos Humanos. En lo que se refiere a los derechos civiles y políticos se ha puesto de manifiesto la relación interna entre Derechos Humanos y democracia. Desde 1948 ha progresado constantemente la creación de Estados con Constituciones democráticas. Aunque no se debe dejar de registrar que muchas de estas democracias tienen en gran parte carácter nominal, en las que con frecuencia las instituciones al servicio de los ciudadanos en la práctica son un fiasco. También en las democracias más establecidas la participación de los ciudadanos en la vida pública sigue siendo muy deficiente y los derechos económicos y sociales perviven en la precariedad.

Pero los Derechos Humanos para los que carecen de ellos son el recuerdo que alienta a las víctimas para poder reclamar lo que les corresponde, aunque todavía esté lejos el momento en que puedan serles garantizados. La apelación a ellos es su última esperanza. En Occidente está muy extendida una lectura «liberal» de los Derechos Humanos, más propia de su primer origen en la que de manera reduccionista se los limita a los de impronta civil y política. Y ello por una doble razón: los derechos de pretensión social no son fácilmente susceptibles de reclamaciones individuales ante instancias superiores.

A ello hay que añadir la incapacidad real y actual de los Estados no desarrollados -pero también de los que lo son- para garantizar tales derechos a miles de millones de ciudadanos en nuestro planeta. Piénsese en el derecho al trabajo, a la alimentación, a la vivienda, a una moderna asistencia sanitaria, etc. El incumplimiento de las exigencias derivadas de los Derechos Humanos en nuestro tiempo tiene mucho que ver con la enorme e imparable extensión de la pobreza. Dentro de ella, los derechos económicos, sociales y culturales se hacen inalcanzables, y los derechos civiles y políticos en esas condiciones se ven gravemente amenazados o simplemente resultan inverosímiles.

Con frecuencia, en las consideraciones públicas de los responsables de los países industrializados, parecería que las transgresiones derivadas de las exigencias de los Derechos Humanos fueran exclusivamente un problema de los otros, de los países pobres (¡faltaría más!). Pero otra es la realidad. Para todos los Estados la Declaración plantea nuevas tareas y rectificaciones. La política internacional de los países occidentales sigue guiándose por el esquema amigo/enemigo en lugar de dejarse regir por los imperativos de los Derechos Humanos. Sus políticas de cooperación al desarrollo son causa o al menos cómplices del estancamiento y de la más pronunciada catástrofe humana de la miseria. La Declaración en su artículo 28 define su objetivo más ambicioso a largo plazo: «Toda persona tiene derecho a que se establezca un orden social internacional en el que los derechos y libertades proclamados en esta Declaración se hagan plenamente efectivos». La Declaración es un estímulo ético y político para la humanidad; lo ha sido en el pasado y lo seguirá siendo en el futuro.

Fuente: Bitácora AlmendrónTribuna Libre © Miguel Moliné Escalona