sábado, diciembre 27, 2008

La leyenda negra de Pío XII y el KGB

Por Ignacio García de Leániz Caprile, profesor de Factor Humano en la Empresa (EL MUNDO, 27/12/08):

Hace 50 años (un 9 de octubre de 1958) moría en su residencia de Castel Gandolfo tras cruel agonía Pío XII, en el siglo Eugenio Pacelli. Cuando accedió al Pontificado en 1939, seis meses antes de la invasión de Polonia, a nadie sorprendió la rapidez de su elección tras un conclave de apenas dos días. En verdad, pocos cardenales podían aunar un tal prestigio espiritual e intelectual con una experiencia diplomática como la suya, al haber sido nuncio y secretario de Estado con Pío XI. Y sin embargo, medo siglo después, su figura ha sufrido una grave transformación: de ser reputado tras la guerra como amigo y benefactor del pueblo judío en la Gran Noche europea -como atestiguaba la propia Golda Meir- se ha pasado desde principios de los años 60 a considerársele si no culpable, cuanto menos indiferente a la suerte de los seis millones de víctimas judías atrapadas en el abismo de la Solución Final.

Y a este giro copernicano en la percepción de la mente contemporánea, contribuyó sin duda el profundo escándalo que supuso el estreno en Berlín y Londres en 1963 de la obra teatral El Vicario, una tragedia cristiana escrita por un desconocido Rolf Hochhuth. Pocas veces una pieza dramática lograba alterar tan rápidamente la imagen pública de un personaje coetáneo, en este caso Pontífice de la Iglesia. La obra, de ocho horas de duración, se presentaba además con el prurito añadido de un apéndice de 50 páginas de «acotaciones históricas», con las que Hochhuth pretendía dar mayor verosimilitud al drama. En él, un Pío XII de «helada sonrisa», «frialdad aristocrática» y en sus ojos un «gélido brillo», desestimaba los desesperados intentos del Padre Fontana de condenar la persecución judía y comprometerse con la suerte de las víctimas del Holocausto, además de cuestionar la entera política vaticana hacia el III Reich.

La conmoción provocada fue enorme y afectó de lleno a lo mejor de la intelectualidad occidental. Así, en el mismo otoño de 1963, una luminaria como Karl Jaspers enviaba escandalizado a Nueva York un ejemplar de El Vicario para su discípula Hannah Arendt. Y la respuesta de la gran pensadora no se hizo esperar: en 1964 publicó en el New York Herald Tribune un ensayo demoledor contra Pío XII, (The Deputy: Guilt by Silence) basado en las tesis vertidas en la obra de Hochhuth y destacando la historicidad de las fuentes aducidas por el autor.

La figura de Pío XII quedaba así herida de muerte para toda una generación a manos de un dramaturgo alemán y una pensadora de la talla intelectual y moral de Hannah Arendt. Para cerrar el círculo faltaba únicamente el cine: en 2002, Costa-Gavras adaptaba para la pantalla El Vicario, dando lugar a su película Amén. Y así fue como una tríada formada por el teatro historiográfico, el ensayo y el cine lograba desmontar y dar la vuelta a la imagen prosemita de Pío XII que imperaba tras la guerra, especialmente en el mundo judío, como atestiguaba el entonces Gran Rabino de Roma, Israel Zoller, íntimo amigo de Eugenio Pacelli.

Así estaban las cosas hasta que hace apenas un año veía la luz un extenso artículo en la prestigiosa National Review firmado por el antiguo general de los Servicios Secretos Rumanos (DIE), Ion M. Pacepa: Moscow’s Assault on the Vatican (25-01-07). En él, cuenta Pacepa con todo lujo de detalles cómo fue protagonista de una operación cuidadosamente diseñada por el Kremlin para caracterizar a Pío XII como un simpatizante nazi calculador y metódico. Los hechos, según la confesión de parte del general Pacepa, son, expuestos en su radical crudeza, los siguientes. En febrero de 1960 Khrushchev aprueba un plan secreto para demoler la autoridad moral de la Santa Sede en Europa Occidental, diseñado por el entonces director del KGB Aleksandr Shelepin y Aleksey Kirichenko, responsable del Politburó de política internacional. A diferencia de la estrategia previa utilizada en la Europa del Este para combatir a la Iglesia, Moscú adoptará ahora la táctica de desacreditar al Vaticano en su propio territorio y jerarquía asociándolo al nazismo. Y no por azar se elige al recientemente fallecido Pío XII como objetivo principal de la operación, ya que los muertos no podían defenderse. Y es que el KGB había sufrido un sonoro fiasco en 1948 en su operación de derribo del legendario Cardenal Mindszenty, primado de Hungría, quien devolvió el golpe relatando en 1956 a la prensa libre occidental los pormenores de su proceso judicial y manipulación de pruebas: algunos vivos sabían defenderse con la convicción de la verdad y los hechos pertinentes.

Para poder desacreditar la imagen de Pío XII se decide, en cambio, que el trabajo sucio lo ejecutaran en este caso manos occidentales y que usaran documentos y evidencias provenientes del Vaticano mismo, evitando otros errores cometidos igualmente en el affaire Mindszenty. Pero, ¿cómo lograr documentos vaticanos más o menos relacionados con Pío XII para que los expertos del KGB en dezinformatsiya pudieran manipularlos a conveniencia? Es aquí donde interviene la DIE rumana, que se encontraba en una privilegiada posición para contactar con el Vaticano y conseguir su permiso para acceder a los archivos, a raíz de una operación de canje del obispo de Timisoara, Augustin Pacha, por dos oficiales de la DIE. Además, Rumanía alegaría que le convenía trabajar en los archivos vaticanos para documentar el soporte histórico que necesitaban las autoridades para justificar una apertura hacia Roma.

Comenzaba así la denominada operación Asiento-12, con el general Pacepa de protagonista y la supervisión detallada del entonces responsable del Servicio de Inteligencia Exterior ruso, general Sakharosky. Tras entablar conversaciones y llegar a un acuerdo con Roma por medio de Agostino Casaroli, cerebro de la Ostpolitik, la DIE logra introducir en el Vaticano a tres agentes que tienen acceso tanto a los Archivos Vaticanos como a la Biblioteca Apostólica. Así, de 1960 a 1962, la DIE hace llegar al KGB cientos de documentos microfilmados. Aunque Pacepa precisa que en esa cantidad jamás encontraron material alguno que incriminara a Pío XII -ya que en su gran mayoría eran copias de cartas personales, transcripciones de entrevistas y discursos propios del lenguaje diplomático-, sin embargo, extrañamente, el KGB no cesaba de pedir más y más. Ante tan exiguos resultados, los integrantes de la operación Asiento-12 volvieron a Bucarest con una sensación generalizada de fracaso.

Y sin embargo, la sorpresa les llegó un año después, en 1963, cuando el general Iván Agayants -legendario director del departamento de desinformación del KGB- aterriza en la capital rumana para agradecerles los servicios prestados: les informa de que Asiento-12 ha sido un éxito que se ha materializado en la producción de El Vicario, de nuestro ya conocido Hochhuth.

El voluminoso apéndice de «acotaciones históricas» que se componía de 50 páginas documentales había sido suministrado -según el general soviético- por su citado departamento de dezinformatsiya, con los ajustes oportunos. Es cierto, además, que el productor de la obra teatral era Edwin Piscator, un comunista histórico que mantenía una fluida relación con Moscú y que había vuelto a Berlín justo en 1962 tras un largo exilio en Nueva York.

Las interrogantes que surgen abruman a cualquier lector que busque la verdad con honradez intelectual: ¿Está basada la fuerza dramática de El Vicario -y por ende del Amén de Costa-Gavras- en un soporte historiográfico de dudoso origen y más que dudosa verosimilitud? Si así fuera, este mentir la verdad que Moscú pudo pergeñar con tanto éxito contra Pío XII, ¿no habría arrastrado la buena fe intelectual y moral de Hannah Arendt contaminando su célebre y beligerante ensayo?

Nuestra admirada pensadora terminaba su reflexión citada con estas palabras: «Sólo la verdad nos hará libres. Toda la verdad, que siempre es terrible». Ciertamente puede ser terrible esa verdad en el caso de Eugenio Pacelli, bien que en otro sentido. Busquémosla, pues, donde quiera que esté.

Fuente: Bitácora AlmendrónTribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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