jueves, diciembre 11, 2008

Tailandia, ¿república bananera?

Por Sin-ming Shaw, investigador visitante en la Universidad de Oxford © Project Syndicate, 2008 Traducción: Kena Nequiz (LA VANGUARDIA, 11/12/08):

“El futuro de Tailandia está en juego”, declaró el eminente académico tailandés Thitinan Pongsudhirak justo antes de que el Tribunal Constitucional resolviera que el partido en el poder, el Partido del Poder del Pueblo, y sus dos compañeros más pequeños de coalición eran “ilegales” y debían ser disueltos debido a los “fraudes electorales” cometidos por funcionarios del partido hace un año. Los líderes del partido, incluyendo al primer ministro, Somchai Wongsawat, quedaron inhabilitados para ejercer la política durante cinco años.

Con ese golpe cayó el Gobierno tailandés elegido por el pueblo. Ahora el Parlamento debe reconstituirse sin tres de los partidos leales a Somchai. La historia se está repitiendo, ya que el PPP bajo Somchai era el mismo partido Thai Rak Thai (los Tailandeses Aman a los Tailandeses) formado por el derrocado primer ministro Thaksin Shinawatra, un personaje muy odiado por la élite de Bangkok. El PPP se creó porque el TRT fue declarado ilegal cuando Thaksin fue depuesto.

Todas las encuestas recientes demuestran que Thaksin sigue siendo extremadamente popular entre la gran mayoría de los tailandeses. Así pues, a pesar de que el Tribunal Constitucional y la élite han depuesto a dos seguidores de Thaksin seguidos, es probable que los tailandeses vuelvan a escoger a alguien leal a él si se les permite votar en elecciones limpias.

El punto culminante de la crisis llegó cuando un grupo de manifestantes ocupó el aeropuerto principal de Bangkok. Enarbolaban la bandera de la Alianza Popular por la Democracia, pero en realidad han recurrido a medios no democráticos para derrocar a un gobierno electo democráticamente. Este desfile de gobiernos derrocados y depuestos ha llevado a Pavin Chchavalpongpun, otro distinguido académico tailandés, a declarar que su país es un “Estado fallido”. Esa descripción tal vez no sea cierta aún, pero la sombra del fracaso del Estado ciertamente crece.

El pecado imperdonable de Thaksin es que violó las reglas no escritas de Tailandia sobre la forma en que se deben comportar las élites gobernantes del país. La regla clave es que el ganador de toda disputa por el poder no debe excluir a sus rivales. En un país de “sonrisas” y abundancia, el ganador no debe tomar todo.

Pero Thaksin, un multimillonario por sus propios méritos, se dejó llevar por su ambición y su enorme éxito electoral. Tras dos victorias apabullantes pensó que podía tenerlo todo. Las élites tradicionales de Bangkok siempre lo habían considerado un burdo advenedizo. Una vez en el poder, esencialmente las excluyó del juego de la “apropiación”, reservándolo para sí mismo y sus secuaces. La “planificación fiscal” supuestamente legal de Thaksin, que le permitió vender por mil millones de dólares su empresa de telecomunicaciones, Shin Corporation, en el 2006 sin pagar impuestos sobre la plusvalía, ofendió a las clases profesionales urbanas.

Pero para entonces Thaksin se había ganado a la población rural de Tailandia con políticas populares que incluían reparto de dinero. Algunos de estos proyectos eran los típicos elefantes blancos, pero otros sí satisfacían necesidades rurales reales: reducción de los costos de la atención a la salud, préstamos agrícolas subsidiados y medidas de sostenimiento de los precios. La base rural de Thaksin lo recompensó llevándolo de nuevo al poder sin tomar en cuenta su corrupción personal. Los detractores de Thaksin dicen que su estrategia rural (que sus sucesores han mantenido) es una cínica compra de votos.

Pero la base rural de Thaksin se pregunta por qué los grupos que se oponen a Thaksin y quienes lo precedieron en el poder nunca intentaron hacer gran cosa por ellos. Después de todo, esa compra de votos es un juego en el que todos los partidos pueden participar.

El “precio” corriente para el “alquiler de multitudes” durante lo más profundo de la crisis era de 300 bahts al día por persona, más comida, transporte y una camiseta amarilla limpia - el amarillo es el color de la realeza-.Estas protestas han durado intermitentemente durante casi 200 días, yendo de algunos cientos a decenas de miles de personas. Es sabido que las élites empresariales contrarias a Thaksin dieron el dinero para mantener a la gente en las calles.

El rey de Tailandia, universalmente amado y respetado, no ha adoptado una posición pública sobre la ocupación de los aeropuertos ni sobre ninguna de las manifestaciones recientes. Algunos analistas afirman que los líderes antigubernamentales se han apropiado de los colores reales para simular que tienen su apoyo.

Pero la opinión generalizada es que Thaksin cometió un crimen de lesa majestad al tratar de menoscabar la autoridad moral de la corona, una de las piedras angulares del reino, tal vez para reemplazarla con una república que él pudiera controlar. El de lesa majestad es un delito grave en Tailandia. Desde que la misma reina presidió el funeral de un manifestante que murió en un enfrentamiento con la policía, la vigilancia de las manifestaciones se hizo totalmente pasiva. Las fracciones anti-Thaksin no han logrado dar un golpe aplastante en ninguna de las elecciones recientes. Las protestas callejeras para paralizar al Gobierno siguen siendo su única arma. Pero hasta que las élites civiles que se oponen a Thaksin puedan convencer al resto del país de que tienen intenciones serias de ganar las voluntades y las conciencias de los pobres, Tailandia se tambaleará entre ser una república bananera y un Estado fallido.

Fuente: Bitácora AlmendrónTribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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