jueves, diciembre 18, 2008

Ambición desmesurada

Por Santiago Grisolía (ABC, 18/12/08):

EL pasado 26 de julio, por invitación del doctor Rafael Andarias Esteban, participé en la XIII edición del «Ajedrez Viviente de Jávea». Curiosamente estaba basado en una partida que ganó Santiago Ramón y Cajal, en Zaragoza en 1898, y en el famoso personaje de Galileo, recreando la historia de la ciencia. Dos científicos enteramente distintos: don Santiago, de gran humildad, y Galileo, un ambicioso, ávido de fama.

Sin duda alguna, muchos de los «famosos» son gente muy inteligente, por ejemplo los «curadores» de cáncer y los vendedores de humo, como está ocurriendo hoy en día. De todos es bien conocido el escándalo Martinsa-Fadesa, con sueldos desorbitados. Y no hablemos de los Estados Unidos. El «Herald Tribune» alertó del peligro de que los directivos reciban, en muchos casos, gratificaciones por su participación interesada en una empresa, pagadas como compensación por su incorporación en ellas o por los resultados hipotéticos de su gestión. No resulta comprensible que en España no se hayan tomado medidas para reducir las gratificaciones excesivas, como está ocurriendo en otros países. Me consta que ha generado inquietud en algunos sectores de la población. Volviendo a la ambición, quizá uno de los más recientes ejemplos paradigmáticos sea la señora Palin y otras figuras de su estilo. La constante presencia en los medios de comunicación de delincuentes, faranduleros, maleantes y personajes más propios de la novela picaresca española, no ayuda a promocionar unos valores morales que tan arraigados estuvieron en la generación española que transformó con su esfuerzo un país devastado por la guerra en la octava potencia económica mundial.

Por ello, me resulta interesante recordar a Galileo Galilei. Posiblemente fuera el científico más inteligente de su época, mas era también muy ambicioso. Aunque, naturalmente, yo acepté el desarrollo del ajedrez viviente y, además, agradezco mucho a los escolares su entusiasta participación, por lo que no les iba a presentar, ni a ellos ni a los organizadores, la imagen de Galileo tomada de un libro de 1970, The Great Innovators, de los editores de News Front/Year.

La verdad es que a nosotros, al Consell Valencià de Cultura, nos interesa mucho el reconocimiento de los científicos a través de la historia, por lo que reprodujimos el manuscrito del valenciano Jerónimo Muñoz «Introducción a la Astronomía y a la Geografía». Dicho manuscrito vio la luz muchísimos años antes de las actividades de Galileo y, sin duda, Galileo utilizó sus cálculos matemáticos para desarrollar su obra.

Jerónimo Muñoz era mucho más cauto que Galileo, y vuelvo a repetir que Galileo era el hombre más listo de su época, porque Muñoz guardó silencio acerca de la teoría de Copérnico de que la Tierra, que ya proponía debía ser redonda, se movía, lo cual entraba en contraposición directa con las creencias religiosas del momento. Desgraciadamente a Jerónimo Muñoz, que fue catedrático de la Universidad de Valencia, se lo llevaron a Salamanca pagándole más.

Galileo siempre tuvo mucho interés y se preocupó por el dinero y la fama. Hoy sería el famoso más conocido, incluso cuando hay muchos famosos en la ciencia y otros ámbitos considerados intelectuales.

Galileo Galilei nació en 1564 en Pisa en una familia que había sido otrora pudiente pero en esa época vivían dificultades económicas. El padre de Galileo le hizo estudiar Medicina en la Universidad de Pisa, donde inmediatamente atrajo la atención por sus acalorados argumentos con sus profesores. No le gustaba la Medicina y generalmente se le consideraba un estudiante problemático, sus compañeros le llamaban de mote «El vaquero». Por fin, su padre dejó de lado su idea de que terminase Medicina y le dejó que estudiase Matemáticas. Pronto consiguió una plaza en la Universidad, en la que permaneció sólo tres años por su arrogancia y por los problemas con sus colegas.

Poco después de demostrar la equivocación de Aristóteles en relación con la caída de los cuerpos en función de su peso, tirando desde lo alto de la torre de Pisa una bala de cañón y una pequeña bala, Galileo se marchó a la Universidad de Padua, donde ocupó la cátedra de Matemáticas unos 18 años. Durante ese tiempo desarrolló su más importante labor en Matemáticas, lo que no le impidió disfrutar de una amante y tres hijos, dos niñas y un niño.

En 1609, a los 45 años, seguía manteniendo una pobre reputación, debido a su carácter problemático, en los círculos científicos. Un año más tarde, su nombre lo era en toda Europa. Un amigo le habló de un nuevo juguete que había inventado un flamenco, Hans Lipperhey, que había descubierto que combinando lentes convexas y cóncavas podía ver los objetos más cerca y así construyó un telescopio primitivo que empezó a vender. Galileo, inmediatamente hizo un telescopio mucho mejor y con gran pomposidad invitó al Dux y al Consejo de la Ciudad de Venecia a acompañarlo a la terraza del edificio más alto, donde les mostró su invención. «Podemos descubrir los barcos del enemigo dos horas antes que ellos a nosotros», les dijo, y finalmente, con su característica elegancia, ofreció regalar a la ciudad el telescopio, que no admitieron, pero los padres de la ciudad le aumentaron su salario sustancialmente. Demostró la teoría de Copérnico con la ayuda del telescopio y sin duda alguna fue mucho más allá. En 1610, descubrió las lunas de Júpiter, el anillo de Saturno y las fases de Venus. Convencido de que el Sol era el centro del Universo, empezó a difundir excitadamente sus ideas novedosas, con la oposición de los tradicionalistas.

Esta cruzada iba a mostrar lo mejor y peor de él, su persistencia, fe en sus descubrimientos, valentía, curiosidad intelectual, pero también su talento, capaz de ridiculizar cualquier cosa y su falta de modestia. Marchó a Roma, donde el Papa Pablo V y el cardenal Barberini le trataron muy bien y le dijeron que sus teorías eran interesantes, incluso fascinantes. Pero la Iglesia empezó su oposición. Cuanto más se le oponían, más se empeñaba en tener la razón. Ignorando el peligro, Galileo siguió muchos años recorriendo las principales ciudades de Italia, ganando popularidad y, al mismo tiempo, enemigos. Finalmente, en 1616 la Iglesia manifestó que la doctrina de Copérnico de que la Tierra se mueve alrededor del Sol no podía defenderse. No se le prohibió creer y enseñar la teoría copernicana, pero sí se le prohibió presentarla como una verdad establecida y atacar a la Iglesia. Cuando nombraron a su viejo amigo el cardenal Barberini Papa Urbano VIII, Galileo creyó que sus problemas con la Iglesia se habían terminado y empezó a trabajar en el famoso libro Diálogo sobre los principales sistemas del mundo-Ptolemeico y Copernicano.

Ello supuso un desafío a la Iglesia. Encima, uno de sus personajes, Simplicio, encarnaba al Papa. Y para rematar Galileo le pidió a la Iglesia su sello oficial de aprobación. El Papa, indignado, ordenó a la Inquisición que le arrestase. Galileo pudo haber escapado a Suiza, pero era un hombre creyente y su orgullo no le permitía huir. Quiso defenderse ante la Inquisición, pero su salud empezó a decaer y a los 70 años se arrodilló ante dignatarios de la Iglesia, mintió y la Inquisición lo sabía, pero el haberse retractado públicamente era suficiente. Murió a los 78 años, ciego y cansado, pero autoafirmando sus descubrimientos y demostraciones, y diciendo: «He ampliado cien mil veces más lo que creían los sabios de épocas pasadas».

Hoy en día Galileo no sería rico, pero sí tan famoso como algunas personas muy inteligentes, innovadoras, de los sectores financieros, de la industria, del ladrillo, de la farándula, etcétera, que adquieren mucha fama y también grandes cantidades de dinero.

En este sentido recuerdo un chiste de mi admirado Mingote, que me dedicó amablemente, en el que un señor bastante mayor parece estar ocupado en una mesa con un microscopio y detrás una de esas chicas que dibuja Mingote le dice a otro: «Es candidato al Premio Nobel: convendría que tuviera un ligue con alguna famosa para que hablasen de él las revistas».

Fuente: Bitácora AlmendrónTribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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