Por Marçal Tarragó, economista especializado en urbanismo comercial (EL PERIÓDICO, 04/12/08):
El debate bolsas de plástico sí, bolsas de plástico no, y el generado sobre la conveniencia de cobrarlas o no al consumidor no es un debate casero. La Comisión Europea, a través de diversas directivas relativas a envases y residuos, lleva cerca de 15 años planteando la necesidad de reducirlas. No es, pues, el momento de frivolizar con un tema que preocupa en todas partes. No nos parece lícito invocar la crisis, recordar imágenes de viajes al tercer mundo con paisajes inundados de bolsas negras o recurrir a la reutilización que determinados sectores sociales hacen de estos materiales para distraer un debate de fondo que no puede conducir a ninguna otra conclusión que a la necesidad de disminuir el uso de este tipo de envase.
Con datos oficiales en la mano, contenidos en las memorias del Ministerio de Medio Ambiente, las bolsas de plástico representan, en Catalunya, un 19% de los materiales de envases ligeros. De ellas se recuperan (es decir, van a parar al contenedor amarillo) del orden del 10%. Una directiva europea del 2004 nos obligaría a recuperar el 22,5%.
HACE AHORA cuatro años, la Agència de Residus de Catalunya convocó a un grupo de expertos para reflexionar sobre las formas de acercarnos a estos objetivos fijados por la UE. A nosotros se nos encargó analizar los impactos que podía producir en el sector de la distribución la adopción del sistema de depósito y devolución de los envases (aquello que hacíamos los niños de ir a comprar gaseosas con los envases vacíos).
En otras palabras, se trataba de buscar fórmulas para acercarnos a unos objetivos necesarios y compartidos por todo el mundo, con la complicidad de los actores interesados (consumidores y comerciantes distribuidores) y contando con mecanismos e instrumentos técnicos apropiados.
En lenguaje coloquial, el grupo de trabajo convino que, para avanzar en estos objetivos, era necesario aplicar el principio de la fábula apócrifa del burro, la zanahoria y el garrote: es decir, concienciar, motivar y, finalmente, si fuera necesario, enseñar un poco el garrote (cobrar los envases no devueltos).
Todo esto me ha venido a la cabeza al leer la propuesta de ICV para incorporar a los presupuestos de la Generalitat una enmienda para instituir el cobro de las bolsas de plástico en los actos de compra. Siguiendo la metodología del burro y la zanahoria, ¿en qué momento estamos?
En primer lugar, habría que saber cómo ven el problema el sector de la distribución y los consumidores. Estos últimos –lo hemos leído estos días en la prensa– ponen el énfasis en las repercusiones que la medida puede tener en sus presupuestos familiares. Todos somos ecologistas mientras no nos toquen el bolsillo. También es un problema de bolsillo para el sector de la distribución. Hay estudios de una patronal del sector que evalúan los impactos económicos de una u otra medida, desde el aumento en un 2% del IPC alimentario hasta los costes de producción y logística de distribución según sea uno u otro el tipo de material empleado en la confección de bolsas.
Los comerciantes abordan el problema de aquel modo que las estrategias militares denominaban “formación dispersa”. Cada operador se lo ha planteado de forma diferente. Uno de los llamados discounters ya hace años que cobra las bolsas, en una doble estrategia de carácter marcadamente económico: al tiempo que lanzaban el mensaje “como somos los más baratos, no te podemos regalar las bolsas”, al cobrarlas obtenían una fuente adicional de ingresos. Otros han aplicado un descuento en el tíquet de compra a los clientes que no se llevan las bolsas, y han incluido esta práctica en su estrategia comunicativa de responsabilidad social corporativa. Unos terceros promueven directamente incentivar la concienciación social y avanzar en diversas medidas (minimizar los residuos, buscar envases alternativos según los tipos de productos, etcétera). Finalmente, el mundo asociativo del comercio de los ejes (fundamentalmente, comercio no alimentario) sumará iniciativas con el apoyo del Ayuntamiento de Barcelona, utilizando bolsas de tejido sin tejer.
ESTAMOS, por lo tanto, ante un problema complejo que posiblemente requiera soluciones complejas. La primera es, sin duda, la zanahoria. Motivar al consumidor y al comerciante en la necesidad de disuadir, primero; reducir, después, y prácticamente minimizar, al final, el uso de bolsas de plástico. La segunda es fijar claramente un modelo propio del país que nos permita hacer efectiva esta voluntad, tanto en origen –es decir, encontrando procedimientos y materiales alternativos a estos envases– como al final, fomentando la reutilización de envases y bolsas, y evitando que el proceso de recogida y eliminación constituya un esper- péntico espectáculo de camiones y más camiones viajando arriba y abajo transportando el aire de los envases vacíos. La tercera solución es pactar con el sector de la distribución los procesos para concienciar al consumidor en el uso de fórmulas alternativas de bolsas y su reutilización, recogida y eliminación. Y, finalmente, dejarnos de rifirrafes políticos que parecen responder a aquel principio (tan masculino) de que “yo llego más lejos porque la tengo más larga”.
Por cierto, ¿saben cómo llaman a las bolsas de plástico los comerciantes? Bolsas camiseta. Eso sí, sin mangas: las viejas y entrañables camisetas imperio.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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