martes, julio 19, 2011

Identidades, imposturas e Internet

Por Juan Gabriel Vásquez, escritor. Su novela El ruido de las cosas al caer ha ganado el Premio Alfaguara 2011 (EL PAÍS, 17/07/11):

Ahora lo sé porque lo he vivido, y por eso puedo decir que hay pocas experiencias tan intensas como la primera vez que alguien se hace pasar por uno. El año pasado, mientras yo asistía con fascinación a las artes que se da Dick Whitman para robar la identidad de Don Draper en Mad Men, un agente comercial de Iberdrola llenaba un contrato a mi nombre, inventaba mi fecha de nacimiento, firmaba con firma inventada ese contrato y firmaba además dos cartas en las que yo anunciaba a mis proveedores de servicios que me daba de baja con ellos para, por supuesto, irme con Iberdrola.

Mucho después, cuando me di cuenta del fraude, pedí que me enviaran prueba de mi consentimiento, y recibí el contrato con mi firma falsa y con los datos biográficos inventados (y con el alegato insolente de que todo se “ha hecho de forma correcta”). Y aunque sé bien que la prosaica realidad de un comercial corrupto y de la guerra sucia entre proveedores tiene poco que ver con la dignidad de las grandes imposturas -el conde de Montecristo, el talentoso Mr. Ripley-, la situación me ha impresionado de una forma que no había previsto, y he llegado a pensar que lo único comparable a la primera vez que te roban la identidad es el descubrimiento de la muerte que hace un niño: la misma sensación de vulnerabilidad y de impotencia, de que allá fuera hay poderes que no controlamos y que nos pueden dañar en cualquier momento. Y esa epifanía, quién lo iba a decir, se la debo a Iberdrola.

La identidad ha sido siempre nuestra posesión más frágil, pero en estos tiempos su fragilidad se ha acentuado, quizás porque también se ha acentuado su importancia: mucho depende en el curso de un día cualquiera de que podamos probar -con un carnet, con una tarjeta de la Seguridad Social- que somos quienes decimos ser. Es en este sentido que Internet se ha vuelto la encarnación de nuestros peores miedos, el lugar donde nuestra vulnerabilidad es total y es total nuestra impotencia.

Hace unos meses, el escritor argentino Rodrigo Fresán recibió la noticia de que Rodrigo Fresán estaba en Twitter. Ante el primer amigo que le habló de sus opiniones en 140 caracteres, Fresán negó cualquier autoría. “Pero ahí dice que eres tú”, le dijo el amigo. “Y hasta tiene tu foto”. Y Fresán: “No soy yo”. Y el amigo: “Pues ya me parecía. Es que dices cosas tan absurdas…”. Relatando el episodio en su columna de Página 12, escribe Fresán: “Y yo me quedo pensando por qué será que los impostores y los falsificadores siempre son peores que el original”. (También la firma que el agente comercial de Iberdrola había inventado para mí era de una simpleza tosca: “Juan G”, escribió el majadero).

El escritor colombiano Héctor Abad es otra de las víctimas de la impostura en Internet. “Hace unos años”, contaba recientemente en su columna de El Espectador, “el escritor Efraím Medina suplantó las identidades de otros jóvenes escritores colombianos y empezó a mandar, a nombre de ellos, ataques contra mí a varios medios colombianos. Yo estaba bastante asombrado por estos ataques emprendidos por personas que consideraba, incluso, buenos amigos”. Al cabo de los días, Medina se vio obligado a reconocer la grosera suplantación; pero siguió insultando a Abad -llamándolo, por ejemplo, “mediocre escritora”-, y la sutil represalia de Abad, contada como la cuenta en la columna, es la otra cara de la impostura, o bien la impostura puesta a servicio de un objetivo noble como es noble derrotar con sus propias armas a un ladrón de identidades: Abad se hizo pasar por una joven escritora residente en Canadá y comenzó a escribirle a Medina seductores correos, con el resultado de que Medina le declaró su amor y Abad tuvo que darle a su personaje ficticio un final inesperado. “Al cabo del tiempo, y mirándolo con cabeza fría”, escribe Abad, “yo creo que uno tiene derecho a hacerse pasar por otro que no existe, pero hacerse pasar por otro que vive, y escribir a nombre de él, es un delito”.

Lo cual no quiere decir, desde luego, que los perpetradores de las imposturas respondan como deberían responder, y así el carácter de Internet, que favorece el anonimato y la arbitrariedad y la impunidad y la cobardía, ha convertido la Red en el hábitat natural de los ladrones de identidades.

Hace poco un lector se me acercó a felicitarme por las valientes denuncias que había hecho en una serie de correos colectivos. El objeto era alguno de los ejércitos ilegales que pululan en mi país, no recuerdo cuál, pero sí recuerdo que aquel hombre se decepcionó cuando supo que no era yo el osado escritor de esos e-mails. Le dije que yo, cuando quería meterme en problemas, lo hacía en mi propia columna, y en todo caso en un medio impreso, pero no dejó de sorprenderme la facilidad con que alguien puede estar usurpando mi nombre y mi cara en cualquier momento: esos rasgos que yo, con imperdonable inocencia, había creído intransferibles.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Lo que va de ayer a hoy

Por Lluís Sáez Giol , sociólogo y profesor de Esade, Universitat Ramon Llull (LA VANGUARDIA, 17/07/11):

¿Nunca se han preguntado cómo en los países más pobres las familias tienen tantos hijos, si les va a costar alimentarlos? Hay dos razones para ello. Una es que la mayor mortalidad infantil no permite garantizar que todos sus hijos lleguen a la edad adulta. Pero la razón principal es que tener hijos es una inversión de futuro. En países donde no hay Estado del bienestar, ni mucho menos un sistema público de pensiones, tener muchos hijos es la principal garantía del sustento de la familia, ya que se les pondrá a trabajar bien temprano, y cuando llegue la senectud, serán ellos el sustento económico de sus padres (en sociedades donde aún perdura el que los hijos vean como un deber el mantener a los padres, claro). Así pues, en este tipo de culturas tener una familia numerosa es poco menos que una bendición del destino.

Hubo un tiempo en que en nuestra sociedad ser familia numerosa era también una inversión de futuro. Pese a las estrecheces de los primeros años que pasaban las familias humildes, a medida que los hijos iban creciendo se les ponía a trabajar (buena parte de nuestros abuelos/ as empezaron a hacerlo a los 12 años o incluso antes), y con sus sueldos contribuían a la economía familiar. Además, se maximizaba el ahorro apurando las economías de escala y reciclando (¡eso sí que era reciclaje!) ropa, libros y demás de hermano a hermano.

Eso lo sabrán bien muchos de los que fueron hermanos menores, condenados a nunca estrenar nada. Aunque vivieron tiempos en que la vida no fue fácil para casi nadie, lo cierto es que con sus estrategias cotidianas, el ser familia numerosa permitía un cierto alivio económico a medida que los hijos se hacían mayores. Incluso en épocas de crisis, puesto que si uno no trabajaba, el otro sí lo hacía, y entre unos y otros conseguían formar un mínimo “colchón” familiar.

Mucho ha cambiado desde aquellos tiempos. De entrada, porque hoy las familias numerosas de antaño son un fenómeno en extinción. Y es que, si no se tiene una situación económica muy desahogada, hay que ser muy valiente para aventurarse a tener muchos hijos. La razón es que lo que antes podía ser visto como un recurso, hoy puede convertirse en un suicidio económico. En primer lugar, porque para que los hijos puedan trabajar habrá que esperar a los 16 años como mínimo, y pueden ser más si deciden cursar estudios superiores. Y en segundo lugar, porque han cambiado mucho las pautas culturales de las familias.

Han cambiado en relación al consumo. En los tiempos del llamado hiperconsumo, el nivel de gasto (y endeudamiento) de las familias se ha disparado, y se han roto algunos hábitos cruciales: la individualización del consumo hace que los hijos quieran “heredar” cada vez menos cosas de los hermanos mayores, y piénsese en cuantos hogares tienen dos o tres aparatos de televisión, cuando antes el televisor era de uso común por excelencia. Si además se quiere ir a la moda en tiempos en que las modas duran (se hacen durar) menos que nunca, peor lo ponemos, ya que entonces los hijos se convierten virtualmente en un “bien de lujo”. A todo ello debemos añadir los gastos de ocio de los adolescentes, y otro cambio cultural: que pocos jóvenes destinan siquiera una parte de su sueldo a contribuir a la economía familiar. Más bien al contrario: con su sueldo se pagan una parte de “sus” gastos (que no son pocos, al contrario que antes), y la otra parte la sufragan – como pueden-los progenitores.

Es verdad que ahora en la mayoría de los hogares trabajan los dos cónyuges, y aumenta el ingreso familiar. O que sigue habiendo jóvenes que ayudan a sus padres en cuanto tienen empleo (sobre todo en familias que lo necesitan). Pero eso ocurre en tiempos de bonanza económica. En tiempos de crisis, como sucede ahora, el paro golpea a las familias, y entonces debe recordarse que el paro más alto es el de los jóvenes, que a su vez afrontan unas condiciones de empleo particularmente precarias (contratos temporales, sueldos de miseria, etcétera.). También es verdad que hay más ayudas a las familias, pero ni están especialmente dotadas, ni muchas veces son conocidas por quienes realmente las necesitan. En resumen, si al consumo desaforado de nuestros días sumamos el retraso de la edad de entrada al primer empleo, el paro galopante y la escasez en las ayudas a las familias, es fácil deducir por qué hoy en día ser una familia numerosa (en especial si los hijos son menores de edad) deviene un factor de altísimo riesgo ante situaciones de crisis. Lo que nos debería dar que pensar sobre lo mal que lo deben estar pasando ahora estas familias, y sobre qué hábitos actuales son en realidad muy malos hábitos.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Crisis (25): Mona Lisa

Por Xavier Sala i Martín, Columbia University, UPF y Fundación Umbele (LA VANGUARDIA, 17/07/11):

Si un individuo se presentara en nuestra oficina diciendo que es Leonardo Da Vinci y nos ofreciera la Mona Lisa por diez millones de euros, ¿qué haríamos? Supongo que no le compraríamos el cuadro porque todos sabemos que Leonardo ya hace casi quinientos años que está muerto y que La Gioconda está en el Museo del Louvre desde la Revolución Francesa. Al estar claro, pues, que la cosa es una farsa, el personaje sería debidamente expulsado de nuestra oficina.

Eso lo haría cualquier persona normal, ¿no? ¡Pues no! Parece que los políticos europeos le comprarían el cuadro al farsante. Al menos eso es lo que se deduce de la su actitud ante las agencias de rating. Me explico. Cuando los ciudadanos invertimos nuestros ahorros, necesitamos saber si lo que compramos es barato, caro, seguro o arriesgado. Como no entendemos del tema, aparecen unas empresas que lo hacen para nosotros: son las agencias de calificación.

Las tres grandes empresas del sector – Standard& Poor´s (creada en 1860), Moody´s (1909) y Fitch (1913)-han ofrecido sus servicios durante más de cien años. Su durabilidad es testigo de la utilidad de sus análisis para todos los inversores que necesitamos opinión experta a la hora de comprar productos financieros. A pesar de eso, las agencias se convirtieron en la diana mundial a raíz de la crisis financiera del 2007-08. La razón es que, sólo unos días antes de que Lehman Brothers desapareciera, decían que invertir en este banco no tenía ningún riesgo. Y poco antes de que Islandia quebrara, calificaban la deuda de este país de segura. Estos errores catastróficos hicieron que perdieran gran parte de la credibilidad acumulada durante décadas y se convirtieran en el centro de la crítica, el escarnio y la mofa mundial.

Las agencias han vuelto a estar en el ojo del huracán estas últimas semanas al ir rebajando la nota de la deuda de Grecia, Irlanda, Portugal, España o Italia. Incluso han molestado a las autoridades europeas al calificar el plan de rescate de Grecia de suspensión de pagos encubierta.

La pregunta es: ¿por qué lo que dicen las agencias de calificación tiene algún tipo de relevancia? Es decir, ¿por qué seguimos leyendo sus informes y llevándonos las manos a la cabeza cada vez que rebajan la nota de algún país si, desde el 2008, pensamos que no saben qué se hacen?

La razón es que estamos obligados a escucharlas y que estamos obligados por culpa de (por favor no rían) ¡la regulación que imponen los mismos políticos europeos que las critican! Por ejemplo, los fondos de pensiones que muchos de ustedes tienen contratados sólo pueden invertir el dinero en activos calificados de & die; seguros& die. ¿Calificados de seguros por quién?, se preguntarán. Pues calificados de seguros por… ¡las agencias de rating!Es decir: los mismos políticos que las acusan de no saber lo que hacen son los que hacen unas reglas que nos obligan a hacer lo que nos dicen estas agencias. ¿Se puede ser más esquizofrénico? Pues… la respuesta es que sí.

Veámoslo: el Banco Central Europeo (BCE) tiene una normativa que permite a los bancos utilizar la deuda de países como garantía. Es decir, cuando un banco compra deuda del Gobierno griego a cinco años por valor de un millón de euros, recibe un papelito denominado “bono” que dice que el Gobierno pagará al portador un millón de euros (más intereses) al cabo de cinco años. El banco coge este bono, lo lleva al BCE y lo ofrece como garantía para pedir un millón de euros. Después coge el dinero y lo vuelve a prestar para rentabilizarlo. Pues bien, el BCE tiene una normativa que dice que los bonos de países quebrados no pueden ser utilizados como garantía. La consecuencia es que si Grecia hiciera suspensión de pagos, todos los bancos que han pedido créditos al BCE utilizando la deuda griega como garantía tendrían que devolver el dinero inmediatamente, lo cual provocaría su propia quiebra. Hasta aquí todo muy normal, pero la pregunta es: ¿y a quién encarga el BCE la tarea de decidir si Grecia está en quiebra o no? La respuesta es: ¡a las mismas agencias de calificación que critica cada día!

La semana pasada la situación se convirtió en cómica (o trágica, según se mire) cuando Sarkozy propuso que los bancos privados utilizaran voluntariamente el dinero que el Gobierno griego les debía para concederle un nuevo crédito a treinta años. Cualquier economista que no trabaje para el Gobierno francés les dirá que eso sería una suspensión de pagos encubierta ya que es una manera de que Grecia no pague lo que debe. Las agencias de rating,lógicamente, calificaron la operación de quiebra encubierta y el plan francés fracasó. Todo el mundo acusó a las calificadoras de haber causado el fracaso. Pero en realidad las culpas eran del BCE por hacer una regulación nefasta. Las agencias sólo cumplieron con su obligación y calificaron de suspensión de pagos lo que sin duda lo era. ¡Imaginen qué hubiera dicho todo el mundo si hubieran dicho que todo estaba bien y después hubiera venido la catástrofe!

Resumiendo, las agencias de calificación ejercen un papel importante en nuestra economía a pesar de que hayan cometido errores garrafales. Ahora bien, si fuera cierto que no saben lo que hacen o tienen intereses ocultos, lo que tendríamos que hacer es ignorarlas y no aprobar reglas que nos obligan a comprar su producto. De alguna manera, es como si las autoridades europeas descubrieran que el personaje que se presenta en nuestra oficina disfrazado de Leonardo es un embaucador y, a pesar de todo, ¡nos obligaran a comprarle la falsa Mona Lisa!

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Why Would Anyone Miss War?

By Sebastian Junger, the author of WAR and co-director of Restrepo (THE NEW YORK TIMES, 17/07/11):

Several years ago I spent time with a platoon of Army infantry at a remote outpost in eastern Afghanistan, and after the deployment I was surprised that only one of the soldiers chose to leave the military at the end of his contract; many others re-upped and eventually went on to fight for another year in the same area. The soldier who got out, Brendan O’Byrne, remained a good friend of mine as he struggled to fit in to civilian life back home.

About a year later I invited Brendan to a dinner party, and a woman asked him if he missed anything at all about life at the outpost. It was a good question: the platoon had endured a year without Internet, running water or hot food and had been in more combat than almost any platoon in the United States military. By any measure it was hell, but Brendan didn’t hesitate: “Ma’am,” he said, “I miss almost all of it.”

Civilians are often confused, if not appalled, by that answer. The idea that a psychologically healthy person could miss war seems an affront to the idea that war is evil. Combat is supposed to feel bad because undeniably bad things happen in it, but a fully human reaction is far more complex than that. If we civilians don’t understand that complexity, we won’t do a very good job of bringing these people home and making a place for them in our society.

My understanding of that truth came partly from my own time in Afghanistan and partly from my conversations with a Vietnam veteran named Karl Marlantes, who wrote about his experiences in a devastating novel called “Matterhorn.” Some time after I met Karl, a woman asked me why soldiers “compartmentalize” the experience of war, and I answered as I imagined Karl might have: because society does. We avoid any direct look at the reality of war. And both sides of the political spectrum indulge in this; liberals tend to be scandalized that war can be tremendously alluring to young men, and conservatives rarely acknowledge that war kills far more innocent people than guilty ones. Soldiers understand both of these things but don’t know how to talk about them when met with blank stares from friends and family back home.

“For a while I started thinking that God hated me because I had sinned,” Brendan told me after he got back from Afghanistan. “Everyone tells you that you did what you had to do, and I just hate that comment because I didn’t have to do any of it. I didn’t have to join the Army; I didn’t have to become airborne infantry. But I did. And that comment — ‘You did what you had to do’ — just drives me insane. Because is that what God’s going to say — ‘You did what you had to do? Welcome to heaven?’ I don’t think so.”

If society were willing to acknowledge the very real horrors of war — even a just war, as I believe some are — then men like Brendan would not have to struggle with the gap between their world view and ours. Every year on the anniversary of D-Day, for example, we acknowledge the heroism and sacrifice of those who stormed the beaches of Normandy. But for a full and honest understanding of that war, we must also remember the firebombing of Dresden, Frankfurt and Hamburg that killed as many as 100,000 Germans, as well as both conventional and nuclear strikes against Japan that killed hundreds of thousands more.

Photographs taken after allied air raids in Germany show piles of bodies 10 or 15 feet high being soaked in gasoline for burning. At first you think you’re looking at images from Nazi concentration camps, but you’re not — you’re looking at people we killed.

I am in no way questioning the strategic necessity of those actions; frankly, few of us are qualified to do so after so much time. I am simply pointing out that if we as a nation avoid coming to terms with events like these, the airmen who drop the bombs have a much harder time coming to terms with them as individuals. And they bear almost all the psychic harm.

Change history a bit, however, and imagine those men coming back after World War II to a country that has collectively taken responsibility for the decision to firebomb German cities. (Firebombing inflicted mass civilian casualties and nearly wiped out cities.) This would be no admission of wrongdoing — many wars, like Afghanistan and World War II, were triggered by attacks against us. It would simply be a way to commemorate the loss of life, as one might after a terrible earthquake or a flood. Imagine how much better the bomber crews of World War II might have handled their confusion and grief if the entire country had been struggling with those same feelings. Imagine how much better they might have fared if there had been a monument for them to visit that commemorated all the people they were ordered to kill.

At first, such a monument might be controversial — but so was the Vietnam memorial on the Mall in Washington. Eventually, however, that memorial proved to be extremely therapeutic for veterans struggling with feelings of guilt and loss after the war.

Every war kills civilians, and thankfully our military now goes to great lengths to keep those deaths to a minimum. Personally, I believe that our involvement in Afghanistan has saved far more civilian lives than it has cost. I was there in the 1990s; I know how horrific that civil war was. But that knowledge is of faint comfort to the American soldiers I know who mistakenly emptied their rifles into a truck full of civilians because they thought they were about to be blown up. A monument to the civilian dead of Iraq and Afghanistan would not only provide comfort to these young men but also signal to the world that our nation understands the costs of war.

It doesn’t matter that most civilian deaths in Iraq and Afghanistan were caused by insurgent attacks; if our soldiers died for freedom there — as presidents are fond of saying — then those people did as well. They, too, are among the casualties of 9/11. Nearly a decade after that terrible day, what a powerful message we would send to the world by honoring those deaths with our grief.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Britain’s phone-hacking scandal and the power of newspapers

By Mike Hoyt, the executive editor of the Columbia Journalism Review (LOS ANGELES TIMES, 17/07/11):

A few years ago my old boss, David Laventhol, had an extended conversation with Rupert Murdoch about newspapers. It was after some sort of big-deal journalism dinner, and they talked long after the tired waiters wished they’d go. David had a storied career in newspapers. He helped invent the Style section of the Washington Post when he was a young editor there. He was editor and publisher of Newsday, publisher of the Los Angeles Times and president of Times Mirror, finishing his career with me at the Columbia Journalism Review.

As David tells the story, Murdoch had endless questions about the tiniest details of the production and distribution of dailies, from press types to paper weight to payroll.

They talked about newspapers because they loved them. What’s interesting to consider is why. I strongly suspect they loved them for different reasons, or perhaps for very different applications of the same reason.

In a strange way, Murdoch has done newspapers — those beleaguered products of the past — a large favor. He has reminded us all of their singular power. Even in their weakened form compared with a few years ago, newspapers are simply better than any other part of our vast and rapidly changing media system at the job of digging and finding things out.

Newspapers don’t like to think about it much, but that ability confers power. When News Corp. shut down the News of the World last week, some financial analysts said it would be no big deal if he sold off the entire print portion of the empire; it is the weakest part of the portfolio, they pointed out. Shareholders would be delighted. But they were speaking in terms of financial returns, not in terms of power.

If he knows anything, Murdoch knows the power that newspapers have. His entire history is about using them to accumulate more power. By this year, he had accumulated enough power in Britain that his own man, Andy Coulson, got installed at 10 Downing Street, as Prime Minister David Cameron’s chief spin doctor, at least until the phone-hacking scandal drove Coulson out.

Consider this: In 2006, Rebekah Brooks, then the editor of the Sun — who resigned Friday as chief executive of News Corp.’s British company, News International — called Gordon Brown, who would soon become prime minister, to tell him that her paper was about to break a story reporting that Brown’s infant son, Fraser, had cystic fibrosis. Brooks would now have us believe that this was about prompting a public discussion about cystic fibrosis. If you think so, I will sell you the London Bridge. It was about who should be afraid of whom.

Here in America we don’t talk a lot about power. And especially since the digital revolution has weakened them, many newspapers shy away from using their power. They try to be all things to all readers. They focus-group. They neutralize and soften both their reporting and their opinion.

For just one example, consider the Atlanta Journal-Constitution, where blazing editorial columns were a beacon during the civil rights era. In 2009, the paper decided to quit endorsing candidates in elections because “we have heard from readers — and we agree — that you don’t need us to tell you how to vote.” Really? As Atlanta’s alternative paper, Creative Loafing, put it, the “true reason” for this fold was the Journal-Constitution’s ongoing “attempt to render the paper devoid of any opinion that could offend anyone.” Like so many papers in the U.S., the Journal-Constitution tries to muffle its own power.

That’s one choice to make, of course, though I think it’s the wrong one — it is to pretend not to be what you are. All newspapers have power, if they report in any depth at all. Even small weeklies in small communities can have great power within their communities. They should use it.

But for what? One lesson of the great scandal unfolding in Britain is that newspapers can choose to use their power for bread and circuses, like the News of the World, and to accumulate more and more power. That works, at least until it doesn’t. Or they can use their power for public service — to explain, to encourage and shape honest debate, and best of all, to expose the abuse of power of any kind, even of other news outlets. In the end, the public will appreciate that, and perhaps repay the kindness with loyalty.

The Guardian, the 279,000-circulation daily that labored away pretty much alone for two years on the phone-hacking scandal, is a case in point. Reporter Nick Davies’ first investigative piece about the abuses inside News Corp. ran in July 2009, and he just kept plugging away. Now his story has exploded in a most satisfying fashion, and even Rupert Murdoch probably has a better appreciation than he did before of the power of the daily newspaper.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

¿Por qué puede regresar el PRI?

Por Otto Granados, director del Instituto de Administración Pública del Tecnológico de Monterrey (EL PAÍS, 16/07/11):

Las elecciones estatales del pasado 3 de julio dieron el pistoletazo de salida en la disputa por la presidencia de México en el año 2012. Y la pregunta que muchos se hacen es por qué el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el gran derrotado en el año 2000, está ganando elecciones nuevamente.

Lo primero que conviene señalar es que los números muestran que en los últimos años el PRI ha sido el partido más votado tanto en las elecciones legislativas como en las estatales y municipales. En estricto sentido, el que un partido gane o pierda elecciones en condiciones de normalidad electoral y sin grandes niveles de conflictividad no solo no debiera llamar particularmente la atención, sino que podría significar incluso que una democracia incipiente va procesando con razonable eficacia uno de los aspectos elementales de todo sistema político.

Pero ni México tiene todavía un sistema político plenamente homologable al de otras democracias más asentadas, ni la historia del régimen construido en torno al PRI, cuyas bases sociológicas e institucionales aún subsisten, puede calificarse de ordinaria. Quizá por ello, la profecía de que la derrota del PRI del año 2000 lo llevaría a reinventarse y decapitar a los dinosaurios para sobrevivir o, de lo contrario, terminaría perdiendo sucesivamente elecciones hasta ser borrado del mapa político, resultó, en ambos supuestos, fallida.

Once años después, el PRI gobierna en 19 de los 32 Estados del país, en 23 de las 32 ciudades capitales, es mayoría en la Cámara de Diputados y, aun como minoría, en la práctica domina en el Senado. ¿Qué pasó?

La explicación más inmediata, pero no la única, es que el PRI se ha beneficiado fuertemente del pobre desempeño que el Partido Acción Nacional (PAN) ha tenido como Gobierno. Si bien la economía crece y hay un ensanchamiento de las clases medias, la percepción de incompetencia de las dos presidencias panistas, el desencanto con las promesas de cambios reales en el país y la mala calificación ciudadana acerca de la estrategia contra la inseguridad y la violencia han producido la sensación de que la capacidad del PAN para gobernar está agotada. De hecho, hoy el nivel de aprobación de Calderón apenas alcanza el 49%, muy lejano del 66% del que disfrutó al principio de su Gobierno.

Si en las democracias tempranas la formación que ha liderado la transición se debilita y los nuevos gobernantes son poco efectivos, suele ser natural que dicho sentimiento se exprese en un castigo electoral. De hecho, como documentó Samuel Huntington en otras transiciones, los partidos y líderes que emergieron en diversos escenarios de alternancia “fueron derrotados más veces de las que ganaron cuando intentaron ser reelegidos”.

Por el lado de la izquierda, el PRI se ha beneficiado de un paisaje donde el Partido de la Revolución Democrática (PRD) ha mostrado tendencias suicidas muy arraigadas y, por ende, el saldo electoral de esta temporada ha sido, sin matices, un verdadero desastre. Hay al menos tres problemas que el PRD enfrenta para constituir una opción electoral exitosa. Por un lado, parece vivir una galopante crisis de identidad que le impide ocupar el espacio del centro-izquierda que le era más o menos natural cuando nació, a finales de los años ochenta, y en el que ahora compite, con todo y sus indefiniciones, con la retórica general del discurso priista. El segundo punto es que sus debilidades orgánicas no le permiten ofrecer una alternativa realmente original: donde han ganado elecciones ha sido en alianza con el PAN y con candidatos que eran, apenas semanas antes, miembros destacados del PRI. Y el tercero es que el comportamiento de Andrés Manuel López Obrador ha generado serias divisiones internas que han contribuido a destruir la mayor parte del capital político y electoral del PRD.

El segundo factor es el papel del PRI. A despecho de quienes entonaron su réquiem en el 2000, el PRI parece haber conseguido hacer de sus debilidades su principal fortaleza.

A contracorriente de muchas opiniones que le aconsejaban seguir una estrategia rupturista, el PRI se ha desempeñado con eficacia combinando varios ingredientes. Además de su notable instinto de supervivencia, ha sabido evitar escisiones profundas y privilegiar su rodaje pragmático. En segundo lugar, su implantación nacional, ahora fortalecida por el peso de los gobernadores, le ha permitido aprovechar tanto una enorme capacidad de movilización como una poderosa maquinaria electoral en la cual confluyen los residuos del corporativismo que aún simpatiza con el PRI, la militancia histórica (y sociológica) que constituye el núcleo central de su voto duro, y una parte de electores modernos, jóvenes y de zonas urbanas, antes monopolizados por el PAN. Y, por último, ha ejecutado una operación muy hábil para construir, en un México que pasó de la monarquía presidencial al feudalismo regional, una efectiva arquitectura política, presupuestaria y electoral dirigida por los barones del PRI en los Estados.

Esos factores ayudan a explicar por qué los años en que el PRI perdía en los Estados del norte moderno, rico y cercano a EE UU y del centro católico y conservador, y ganaba solo en los del México rural, pobre, caciquil y atrasado, son cosa del pasado. Hoy el PRI gobierna en 19 Estados de muy variada composición económica, social, urbana y demográfica, y está captando tanto los votos tradicionales de la población rural, adulta, con menor escolaridad e ingresos más bajos, como porciones relevantes de jóvenes más educados y de clases medias urbanas y profesionales. En 2011, por ejemplo, el PRI controla 66 de los 100 Ayuntamientos de las ciudades más pobladas y con mayores niveles de urbanización de México.

Y la tercera causa de la resurrección del PRI es que, a menos que realicen una gestión muy notable, cosa que evidentemente no ha ocurrido con el PAN, la evidencia sugiere que las nuevas democracias suelen presentar un síndrome que mezcla desconfianza en la política, percepción de ineficacia de los nuevos líderes, bajos niveles de valoración de las instituciones democráticas e insatisfacción con el desempeño de las instituciones representativas, lo que lleva, entre otras cosas, a la abstención o al voto de castigo al partido gobernante, como hoy ocurre en México.

Más aún: de acuerdo con la experiencia comparada, cuando los regímenes autoritarios fueron más o menos moderados, tuvieron algún éxito económico y sus líderes fueron desplazados de manera democrática y estable, como fue el caso de México en 2000, la sensación de los ciudadanos de que, ante el desencanto con el desempeño del nuevo régimen, el viejo no era tan malo, surge de manera casi espontánea.

Este es un punto del que, consciente o no, el PRI se ha beneficiado. Sabe bien que, tras una historia tan peculiar como la suya, no puede presentarse como un partido muy diferente, y juega con la posibilidad de que, vistas las alternativas, se valore mejor -o menos negativamente- su legado político y su experiencia de gobierno. Es decir, como la memoria es a menudo selectiva, es probable que, a la luz de los problemas del México actual, la gente mire hacia atrás con nostalgia en cuanto a sus logros y que resulte tentador por ello, como apuntaba Fernando Henrique Cardoso hace unos años hablando de América Latina, “comparar un pasado idealizado con un presente frustrado”. Algo de eso revelan los estudios demoscópicos de estos meses.

Finalmente, ¿el saldo electoral de 2011 anticipa automáticamente lo que viene? Puede ser. Todos los sondeos de intención de voto, sin excepción, le dan al PRI una amplia ventaja para las próximas elecciones presidenciales, pero un año es demasiado largo y la política en México es la más inexacta de las ciencias.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Hambre y especulación en África

Por Mercè Rivas Torres, periodista y autora de Los sueños de Nassima y Vidas (EL PAÍS, 16/07/11):

La escasez y el encarecimiento de los alimentos en el norte de África y en Oriente Próximo están agravando el hambre en el África subsahariana, donde han desembarcado los países árabes más ricos comprando tierras, a bajo precio, con el objetivo de cultivar lo necesario para dar de comer a sus propias poblaciones.

La hambruna devasta el cuerno del continente negro. Etiopía, uno de los países más hambrientos del mundo y donde más de trece millones de personas necesitan ayuda alimentaria internacional, ofrece paradójicamente tres millones de hectáreas de su tierra más fértil a ricos países árabes como Arabia Saudí, los Emiratos Árabes, Kuwait o Bahréin y a sus fondos de inversión. A esta grave situación hay que añadir la avalancha de somalíes, 134.000 hasta el momento, que abandonan su país y se refugian en Etiopía y Kenia huyendo de la guerra, de la sequía y de la falta de alimentos. Se calcula que el 50% de los niños somalíes sufre desnutrición severa.

Esta nueva crisis alimentaria, iniciada ya en años anteriores, hizo que los dictadores de Libia, Argelia, Túnez o Egipto subvencionasen alimentos para calmar a sus poblaciones, utilizando incluso a algunos ejércitos para repartir pan. Ahora muchos de los países árabes del norte de África luchan por vivir en democracia mientras persiste el encarecimiento de los alimentos y se deteriora su situación económica, con un turismo que les ha abandonado y un tejido empresarial muy dañado.

No olvidemos que esta región es una de las principales consumidoras de trigo del mundo. El Gobierno egipcio reparte gratuitamente el equivalente a 2.000 millones de dólares al año en trigo; un 60% de las familias de ese país depende de esa donación, según ha publicado recientemente en el Herald Tribune Lester R. Brown, presidente del Earth Policy Institute.

Egipto produce trigo gracias al agua del río Nilo. Tras un acuerdo con sus vecinos Etiopía y Sudán, puede utilizar un 75% del flujo. Pero esta situación está cambiando con la llegada a los países más meridionales de compradores de tierras extranjeros.

Alimentos como el maíz, el trigo, la soja o el azúcar han incrementado espectacularmente sus precios en el norte de África y Oriente Próximo. La situación llega a ser tan desesperada que Naciones Unidas ha denunciado que en Yemen los niños tienen que recurrir a tomar khat, una droga que, al ser mascada, genera un estado de euforia leve y anula el apetito.

Por esto, los ricos países árabes antes citados, han decidido, además de importar alimentos, invertir en las tierras fértiles africanas desplazando a sus comunidades autóctonas, aprovechándose de que, en la mayoría de los casos, los campesinos subsaharianos no tienen documentos de compra o alquiler y que sus corruptos gobernantes miran hacia otro lado mientras sus cuentas corrientes aumentan día a día. Algunos de los países elegidos son Mozambique, Malí, Sudán, Uganda, Madagascar, Etiopía, Senegal, Tanzania, Camerún y Zimbabue.

Estas escandalosas compras ponen en peligro la futura alimentación de los africanos que se quedan sin tierras propias que trabajar y solo pueden aspirar, como mucho, a ser peones de los nuevos propietarios árabes. Naciones Unidas, a través de su organismo para la alimentación, FAO, ha lanzado en diversas ocasiones la voz de alarma diciendo que solo conservando las pequeñas explotaciones agrícolas se puede detener el aumento del hambre y la desnutrición en África.

A veces, estas inversiones son llevadas a cabo directamente por los Gobiernos de los países árabes, y otras muchas por empresas, fondos de inversión o de pensiones intermediarias, que además se convierten en grandes especuladores de esos cultivos, pasando a ser los protagonistas de la subida de precios de los alimentos, sin importarles en ningún momento las condiciones de trabajo de los autóctonos.

Uno de los millonarios más importantes del mundo, el saudí Al Amoudi, a través de la compañía Saudi Star, ha dedicado 2.000 millones de dólares a comprar tierras en Etiopía. En cuanto al Banco de Desarrollo Islámico, tiene planes de inversiones multimillonarias para el cultivo de arroz en Malí, Senegal y Uganda.

Por su parte, Libia posee cientos de miles de hectáreas también en Malí a través de su fondo de inversiones Libia Africa Investment Portfolio, empresa que controla la familia Gadafi. Otra de sus empresas, Malibya, ha comprado 100.000 hectáreas con la misma finalidad. Pero mientras los extranjeros compran tierras, miles de malienses se han visto en la necesidad de emigrar a otras zonas del país a causa de la sequía que están sufriendo, una de las peores de los últimos 20 años.

A estos datos fríos se les puede poner caras como la de esos 54.000 somalíes que el mes pasado decidieron dejar lo que tenían para salir caminando de su país, a través del desierto, en dirección a alguno de los campos de refugiados que Naciones Unidas tiene en los países limítrofes.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Economía, derecho y sexo

Por Isabel Estapé, miembro de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras (ABC, 16/07/11):

Estas reflexiones nacieron a raíz de un almuerzo durante el cual, apenas transcurridas unas horas de la detención de Strauss Kahn, declaré mi indignación, mi sorpresa, mi tristeza… por lo sucedido. Todos los estados de ánimo negativos confluían en mi persona.

Los que me rodeaban llegaron a criticar mi actitud obsesiva por el tema y sin embargo cuanto más vueltas le daba a lo sucedido, más me ratificaba en mi primera impresión; estábamos ante un fenómeno de tal magnitud que abarcaba las distintas esferas de la vida y de la sociedad. Pocos días más tarde, una Tercera de Guy Sorman me provocaba, a su vez, sorpresa, incredulidad e incluso algo de frustración por la suavidad con la que el excelente ensayista abordaba el tema.

Todos los ingredientes se reunían para que John Grisham «cocinase» la mejor de sus novelas o Hitchcock consiguiera con este argumento hacer olvidar Rebeca o La ventana indiscreta. Desde el asesinato de John Lennon, nunca en Estados Unidos un fenómeno ha levantado tanta expectación mediática, por no citar la convulsión política allende los Pirineos, donde nadie se atreve ya a pronunciarse sobre el devenir político del partido socialista francés.

En efecto, economía, justicia, sexo, religión, trampas, mentiras, envidias, «chauvinisme», intelectualidad… se agrupaban en torno a un sujeto. Sin embargo, no habían transcurrido dos meses desde aquel fatídico 14 de mayo cuando de nuevo se producía un giro copernicano: el presunto agresor ya no lo era tanto de la mano del «as» de los penalistas americanos,Benjamín Brafman. No es este el momento ni el lugar ni yo la persona adecuada para analizar las debilidades, las desviaciones, las perversiones humanas, pero sí las consecuencias que las mismas pueden acarrear cuando recaen sobre alguien con tan alta responsabilidad.

Si nos situamos en el ámbito económico, tenemos que empezar por reconocer que estamos probablemente ante uno de los tres cargos con más poder del planeta. Sino que se lo digan a nuestra «querida» Europa, que no ha tardado en colocar a la prestigiosa Lagarde como responsable del ente antes que cualquier país emergente tuviese la osadía de arrebatarle tan preciado puesto. ¿Y qué es el poder más que, en palabras de Max Weber, la capacidad de influir más o menos en los demás?

Si bien de todos es sabido que la burocracia ha llegado a anquilosar los organismos internacionales, no es menos cierto que un comentario del director del Fondo Monetario sobre la solvencia financiera de una entidad, sobre las inyecciones de liquidez necesarias en una economía, sobre el nivel de endeudamiento de un país puede provocar una convulsión de esto que algunos han venido a llamar mercados y que no son otra cosa que los principales grupos inversores mundiales y por tanto el ahorro global, tan necesario para el crecimiento y la recuperación de toda economía.

¡Y qué decir de una posible rebaja en el rating de tal o cual banco, lo que a su vez puede ocasionar que al día siguiente miles de accionistas pierdan gran parte de sus ahorros si los tenían invertidos en aquella institución! Pues este poder residía en manos de alguien que los americanos de forma suave califican como womenizery con unos calificativos irrepetibles en otros casos.

El mundo puede tener que sufrir, y de hecho así sucede, malos gobernantes y gestores, pero el mundo y sobre todo la civilización occidental, que debería ser espejo y modelo para tantas economías en vías de desarrollo, no debería permitirse responsables de este porte. ¿Con qué cara se le puede exigir a países como Grecia, Irlanda, Portugal que hagan sus deberes en materia económica, que reduzcan su déficit, que racionalicen sus políticas económicas, si el máximo responsable de las finanzas internacionales no es capaz de controlar sus instintos más primarios?

Si saltamos al terreno jurídico y judicial, las controversias y cuestiones se multiplican. En efecto, desde aquellos que valoran la agilidad, la rapidez y la igualdad de la Justicia americana hasta las críticas vertidas desde este lado del Atlántico a la falta de presunción de inocencia, a la publicación de fotos de un detenido sin haber sido juzgado, a las declaraciones de una inmigrante posible falsificadora de documentación… Sin embargo, con envidia, un magistrado español me comentaba como todo lo sucedido en Nueva York hubiese sido imposible en nuestro país. Resulta sorprendente que sin ser la democracia estadounidense la más antigua del mundo sea sin embargo la que mejor siga aplicando la separación de poderes de Montesquieu, a pesar de los errores en que pueda incurrir y a pesar del peso enorme que la elección de un influyente abogado pueda suponer en el final del proceso.

Y si de los tres poderes hablamos, no dejemos de lado la vertiente política del tema, ya que a estas alturas de la película todavía no tenemos la certeza de que el mencionado sujeto llegue a la cúspide de la presidencia francesa, con la influencia que ello significase, no sólo para la agricultura española, tan dependiente de los caprichos de nuestro vecino país en esta materia, sino sobre todo para las grandes alianzas internacionales, en un momento en el que los países árabes despiertan a la vida democrática y algunos eligen como modelo a las «decadentes» sociedades europeas.

¿Cómo pudo un político socialista escalar a las cumbres mundiales con la ostentación de riqueza que le era característica? Es cierto su adscripción a la gauche caviar, antaño llamado divine, pero ello no es óbice para que no cesase de pedir el voto a los explotados por el mundo capitalista.

Muchos han considerado a este político y economista un fruto típico del mayo francés del 68, un defensor a ultranza de las políticas keynesianas del dinero barato, del consumo galopante… y por tanto responsable de la actual crisis financiera. Sin llegar a estos límites de exageración por el papel jugado por DSK en la crisis actual y sin querer minusvalorar las grandes aportaciones y logros del keynesianismo a la estabilidad mundial de los últimos 70 años, no me queda más remedio que admitir que aquellos que critican al FMI (por cierto, creación del propio Lord Keynes junto con un socialista, Dexter White) por su excesivo liberalismo se equivocan, ya que las actuaciones del FMI se han caracterizado ante todo por las subidas de impuestos más que por reducir el tamaño del Estado.

A pesar de mi imaginación, a veces excesiva, me resulta imposible verme nacida en un país musulmán. Pero en un intento sublime en esta línea no quiero pensar lo que pueden haber fabulado las mentes femeninas de estos territorios: francés judío viola mujer musulmana practicante en un territorio por excelencia hostil al mundo árabe… y pocos días más tarde es puesto en libertad.

Realmente aquellos que no quieran reconocer que Europa está en decadencia y que la sociedad occidental debe recuperar sus raíces y volver a los valores que hicieron de ella el espejo y la envidia del mundo se han puesto una venda en los ojos.

Ya que Schumann, De Gasperi, Monnet no pueden resucitar, por favor que nos envíen desde este lugar que algunos llamamos Cielo, fundamento de muchas religiones entre ellas del cristianismo, una de las raíces de Europa, a políticos, gobernantes, economistas… en una palabra a personas que actúen como modelos y maestros.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Donde hay opinión pública

Por Gregorio Morán (LA VANGUARDIA, 16/07/11):

Era como una maldición que se repetía con matemática regularidad. Todo novato del gremio periodístico que volvía de Londres engolaba un poco la voz cuando te explicaba las dos verdades incontrovertibles, que debías aprender para ejercer de conocedor del mundo británico. La comida inglesa era una mierda, pero tenían la mejor carne del mundo. Luego resultó lo de las vacas locas y ya nadie osó decir nada exuberante de las carnes inglesas, por lo demás excelentes.

La segunda revelación afectaba al meollo de la profesión periodística. “La prensa amarilla británica impresiona. No porque venda mucho, sino porque está muy bien hecha. Es verdad que parece basura, pero los reportajes están muy trabajados, hay mucha investigación detrás y además van muy bien escritos”. El ex primer ministro Gordon Brown, que ha sufrido en carne propia los efectos de los tabloides ingleses, definió a esa parte notable del gremio periodístico con muy poca palabras, casi como un titular: “Unos delincuentes sin escrúpulos”.

La prensa amarilla, o el amarillismo en la prensa, es un tema recurrente en el gremio periodístico, aunque tratado siempre de una manera peculiar. Los “amarillos” siempre son los otros y, a diferencia de la Gran Bretaña, aquí la prensa amarilla no sólo no gozó de las mieles del éxito sino que tiene muy mala fama entre todos aquellos que practican el amarillismo en otras facetas de los medios de comunicación, verbigracia, los tertulianos de radio o televisión. Lo más cercano al amarillismo en España, que yo recuerde a bote pronto, se limita al semanario El Caso y al vespertino Pueblo,ambos durante los años cincuenta y sesenta.

Salvo El Caso,que debió ser un buen negocio en una época, al menos para su editor que era un pirata que aún sobrevive a sus propias mentiras, no creo que casi nadie se acuerde de aquellos periódicos “de masas” fracasados. Pueblo tuvo éxito, al menos en los años sesenta, porque disparaba con pólvora de rey; tenía a los sindicatos verticales y al régimen que enjuagaban sus déficits. Lo intentó Sebastián Auger en Barcelona, pero acabó muy mal.

¿Por qué la prensa amarilla no cuajó en España? Quizá porque exige algo que la gente, que en este país sería compradora ideal de “un tabloide”, no está dispuesta a hacer todos los días. Lo puede hacer de vez en cuando, pero no por costumbre. Leer. Hasta el periódico más basura del mundo, el más amarillo entre los amarillos, el que lleva titulares en rojo y una sola palabra en la portada, hasta ese exige leer la continuación en páginas interiores. Cuando los dispendiosos promotores de Claro,el mayor proyecto entre los que conozco de prensa amarilla en España, tomaron como ejemplo el Bild alemán, había algo que puede parecer chocante y hasta ofensivo, y es que incluso el Bild germano exige ser leído. Hay un esfuerzo, por mínimo que sea, para una actividad del todo insólita: leer frases completas que, por muy simples que sean, constan de sujeto y complemento, y en el caso alemán con subordinadas hasta que llegas al verbo. Fracasó. ¡Y cómo no iba a fracasar entre nosotros!

Algo que lleve letra impresa es difícil que sea de masas en este país. Incluso los semanarios más leídos, tipo Hola, lo son porque se componen de fotografías, y los textos se limitan a ilustrar las imágenes. Por eso triunfó la radio en su momento y por eso ahora arrasa la televisión. No exige ni el más mínimo esfuerzo; hasta el mando funciona con un dedo y sin moverse del sitio. En otras palabras, que la prensa amarilla plantea algunos interrogantes que no pueden despacharse con frases hechas, y uno de ellos, fundamental, es el de la opinión pública. ¿Hasta dónde llega la credulidad de la ciudadanía? ¿Dónde está el límite de las tragaderas de un lector? Permítanme el sarcasmo: mientras estén acostumbrados a leer, no hay nada perdido definitivamente.

¿Se puede manipular a la opinión pública de la misma manera, es decir, con la misma facilidad, desde una prensa amarilla que a través de una cadena televisiva? Yo creo que no, porque el impacto de la pantalla es muy superior y apenas si hay elementos de distanciamiento – valga la pedantería brechtiana-entre lo que se ve y el encandilamiento que produce. Nosotros no tenemos ningún problema de prensa basura de masas, sí de televisión basura, y aquí es donde entramos en el meollo del asunto. Si existe una prueba contundente de la fragilidad, por no decir inexistencia, de opinión pública en España es la imposibilidad de abordar la televisión basura y las falsedades manifiestas en las informaciones.

¿Cómo se aborda la frustración? Divirtiendo a la gente, y cada uno se divierte según su nivel mental, cultural o biológico; en esto sí que las clases en España están muy mezcladas. Basta comprobarlo en el fútbol. Han surgido como setas los ideólogos de la unidad de intereses entre aficionados de un mismo club. ¿Quién se lo iba a decir a Gonzalo Fernández de la Mora y su crepúsculo de las ideologías, que le iban a montar chiringuitos teóricos en base a once tipos que hacen virguerías con un balón?

Detengámonos en la historia del insólito cierre del dominical News of the World. Un grupo de delincuentes periodísticos sin escrúpulos llevan al menos diez años comprando y vendiendo basura. Basura de “alto standing” para todos los públicos, pero sobre todo manipulando a la opinión no sólo conforme a sus intereses periodísticos – vender más diarios-sino a sus intereses de oligopolio mediático. El grupo Murdoch en Inglaterra es impensable sin la victoria de Margaret Thatcher y John Mayor. Tony Blair tuvo que pagar a Murdoch un suculento peaje para que colaborara en su victoria y hasta le consultó la invasión de Iraq, que fue jaleada por el grupo de tal modo que hay quien asegura, sin pizca de ironía, que el propio Murdoch formaba parte del Gobierno. (Por cierto, ¿no colocó el tal Murdoch a nuestro Aznar cuando dejó la presidencia?). Todo, en fin, dentro del comportamiento mafioso, que ahora se denomina juego de intereses.

Pero hubo elementos que lograron desencadenar una reacción social sin precedentes, porque no hay precedentes de que un magnate de los medios cierre un semanario que vende casi tres millones de ejemplares. Porque no lo cierra ante la amenaza de que se le vaya la publicidad; no digan tonterías, si eres capaz de vender dos millones ochocientos mil periódicos todas las semanas, bajas las tarifas y hay hostias para colocar anuncios. El mercado es implacable. Y estaba The Guardian,que llevaba años denunciando el periodismo sin escrúpulos y las escuchas ilegales.

Lo nuevo fue el giro de la opinión pública a partir de alguien, como The Guardian,que se cansó de demostrar que los Murdoch habían traspasando los límites de la legalidad en la mayor de las impunidades, y todo se vino abajo. El laborista Tom Watson, una de las víctimas favoritas de los medios de comunicación británicos de Murdoch, lo expresó de manera contundente: “La repulsa de la ciudadanía es la que ha logrado el cierre del dominical. Una victoria para la gente decente”.

Una pregunta periodística obvia por más que sea embarazosa. ¿Podríamos en España tener una reacción semejante de la opinión pública? Se puede optar por varias respuestas, lo cual confirma que lo jodido no está en hacerse preguntas sino en tratar de responderlas. Primera, entre nosotros no se da ningún caso de medios de comunicación basura, ni en prensa ni en radio ni en televisión. Segunda, si llegara a ocurrir, nuestros probados tribunales pondrían coto a tales desmanes. Tercera, la competencia empresarial en los medios hace imposible que alguien se extralimite. Cuarta, los códigos deontológicos de nuestras asociaciones de periodistas harían saltar las alarmas a la primera irregularidad. Y aún podría encontrar una quinta, referida al rigor con el que se asientan los pagos, estrictamente legales, de quienes aparecen en los medios. Y hasta una sexta y definitiva: nuestra carne es cojonuda, y siempre lo será.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Entre el amor y la violencia

Por Manuel Castells (LA VANGUARDIA, 16/07/11):

“Cuando un amigo se va, queda un tizón encendido, que no se puede apagar ni con las aguas de un río”. Y así se fue cantando Facundo Cabral, el amigo de todos los que sueñan con un mundo de amor invulnerable a esa violencia multiforme que pudre nuestras vidas. Lo mataron los violentos porque no soportaban escuchar palabras de paz y ternura desde las sombras atroces en donde merodean alimañas que alguna vez fueron humanos. Matar y descuartizar como forma de no ser. Desangrar un corazón que latía por todos. Reflejar la monstruosidad de su existencia. Negar la vida mediante el culto a la muerte. Sin cálculo ni propósito aunque la demencia asesina se disfrace de estrategia de negocio y siga consignas de poderes ignotos.

Dícese que fue un error de los sicarios zetas, la banda mexicana que aterroriza Guatemala en alianza con ex comandos del ejército guatemalteco, como los zetas lo fueron del mexicano. Según informaciones difundidas con sospechosa celeridad, el objetivo era el empresario nicaragüense Fariñas, organizador de los conciertos de Cabral, a quien conducía al aeropuerto en su coche. Tal vez. Aunque parece extraño tratándose de profesionales que Fariñas sobreviviera y Cabral no. Para Rigoberta Menchú, Cabral murió por sus ideales, fueron a por él. Fariñas vive en Guatemala y podían haberlo liquidado con menos publicidad. A menos de que se buscara la repercusión social del asesinato. Silenciar a periodistas, intelectuales, poetas, cantores, líderes morales capaces de dar fuerza a las personas para que desde esa fuerza sean capaces de resistir, de perder el miedo. Porque si la sociedad pierde el miedo, los violentos están perdidos.

Aún podrán matar a muchos pero, poco a poco, la ciudadanía, con su constante presión sobre gobiernos corruptos e ineficaces, con su vigilancia y denuncia, con su condena moral y su desprecio personal irá introduciendo anticuerpos de paz en esa guerra sórdida que se expande por el mundo, no sólo en México o América Central. Superar el miedo se consigue juntándose con otros en torno a la comunidad de sentirnos seres humanos. Y esa comunidad se alimenta de la otra emoción básica de nuestra especie: el amor, el amor que damos y recibimos en todas sus formas, el amor de donde nacen tanto el sentido espiritual de la vida como la alegría de vivir por estar con quienes queremos y nos quieren. La violencia, ya sea la barbarie de los sicarios o la paliza a la pareja en la soledad del hogar, es lo contrario de la convivencia sobre la que se funda la vida. Por eso construir la convivencia ha sido la dimensión decisiva de nuestra historia. De ahí vienen contratos sociales, compromisos éticos e instituciones democráticas. Y de ahí también que cada ordeno y mando, cada amenaza de recurrir al monopolio de la violencia en el que se funda todo Estado, sin atender razones o diálogos, remite a lo peor de nosotros.

La violencia que asuela muchos lugares de América Latina (pero también de Áfricay de Asia y de Estados Unidos (¿recuerda Colombine?) o de Europa (las masacres en Bosnia aún están calientes) tiene raíces concretas, propias de cada sociedad, pero se manifiesta también en las redes globales de la economía criminal, en el fanatismo terrorista o en las dictaduras a sangre y fuego.

El horror llega a su cúspide en ese aquelarre sangriento desatado por los cárteles mexicanos tras la incompetente ofensiva de Calderón. Pero la violencia insensata tiene su propia dinámica que va más allá de lo instrumental. No es sólo para vencer al otro. Ni siquiera para aterrorizar y prevenir cualquier resistencia. Hay una deriva propia del hecho violento que transforma a sus perpetradores. Probar sangre humana droga a quien lo hace. Según los estudios y reportajes realizados sobre los sicarios, una vez están en esa vida nada es comparable como fuente de excitación. El sentimiento de poder total, la simplicidad extrema del patrón de conducta (matar o ser matado), la pulsión sádico-sexual de torturar los cuerpos y transgredir cualquier moral, el construir un universo en el que no hay otras normas que las que se derivan de la propia comunidad de desalmados que renunciaron a su especie. Por eso no hay salida para los sicarios, porque ya nunca podrán ser otra cosa que sicarios, incluso cuando se reciclan como infiltrados al servicio de la policía. Y por eso les es intolerable cualquier palabra que les recuerde lo que fueron cuando aún podían amar y ser amados. Por eso el amor es lo más subversivo porque las instituciones de la sociedad están construidas sobre el miedo como realidad concreta y el amor como sueño inalcanzable. Porque si la gente pudiera amar seria autónoma con respecto a todas las formas de dominación.

Eso cantaba Facundo Cabral, de eso hablaba, del amor en todas sus formas. Y proponía empuñar las guitarras y dejar las pistolas, para sentir y volver a sentir. Que su asesinato fuera el objetivo primario o el secundario no es lo que realmente importa, aunque sea esencial esclarecerlo y castigar a los culpables (pero ¿cuáles?, ¿dónde? ¿Al Cachetes en la cárcel de Guatemala? ¿A los capos de los zetas? ¿A sus protectores policiales en Guatemala y México?). Lo significativo es que el mundo entero, empezando por las gentes sencillas de América Latina, han tomado la muerte de Cabral como un intento de silenciar una canción de amor y paz. Y han dicho no. La llamada del amor será más fuerte.

Y así llegaremos a la paz, en nosotros, entre nosotros y con los otros. Facundo Cabral se acababa de casar, a sus 74 años, con la psicóloga marplatense Silvia Pousa, su amor desde hacía 15 años. Y volvía a Argentina para vivir ese amor porque el “no era de aquí, ni era de allá, no tenía edad ni porvenir y ser feliz era su color de identidad”. Murió en el amor y por el amor y nos dejó el amor como único antídoto contra la violencia.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

The fallout from the CIA’s vaccination ploy in Pakistan

By Orin Levine, executive director of the International Vaccine Access Center and an associate professor of international health at Johns Hopkins Bloomberg School of Public Health and Laurie Garrett, a senior fellow for global health at the Council on Foreign Relations and the author of Betrayal of Trust: The Collapse of Global Public Health (THE WASHINGTON POST, 16/07/11):

The reaction from public health workers was understandably fierce when the Guardian reported last week that the CIA had staged a vaccination campaign in an attempt to confirm Osama bin Laden’s location by obtaining DNA from his family members. We recognize the importance of the mission to bring bin Laden to justice. But the CIA’s reckless tactics could have catastrophic consequences.

The CIA’s plot — recruiting a Pakistani doctor to distribute hepatitis vaccines in Abbottabad this spring — destroyed credibility that wasn’t its to erode. It was the very trust that communities worldwide have in immunization programs that made vaccinations an appealing ruse. But intelligence officials imprudently burned bridges that took years for health workers to build.

A U.S. official was quoted last week as saying that “People need to put this into some perspective” and that “If the United States hadn’t shown this kind of creativity, people would be . . . asking why it hadn’t used all tools at its disposal to find bin Laden.”

Those searching for perspective should consider some facts about global health.

To start, the CIA’s actions may have jeopardized the global polio eradication program, which has saved thousands of lives and in which billions of dollars have been invested. Americans could one day be at risk again from re-imported polio.

Many Pakistani communities suffer from preventable infections, including ones that have been brought under control or eradicated elsewhere. Pakistan is the last place on Earth where wild polio still spreads in local outbreaks. Only a handful of places elsewhere in the world have sporadic cases, and vaccine campaigns are vigorous in those areas. But if the Rotary Club, the Bill and Melinda Gates Foundation, governments and others working to eradicate polio realize their aspirations, Pakistan is where victory will be pronounced.

Complicating matters is the fact that Pakistan recently dissolved its Ministry of Health, which has left international programs to negotiate directly with local leaders. Many such leaders may be inclined to distrust doctors or to believe that vaccination programs are CIA ploys designed to hurt their communities.

Few issues have proven as historically sensitive for global health practitioners as building trust around vaccines, especially for polio, within Muslim communities. About eight years ago in northern Nigeria, mass refusals of polio vaccines led to a resurgence of cases locally. The infection then spread beyond Nigeria’s borders. Distrust in the vaccine stemmed from Internet rumors that the vaccine was sterilizing people or spreading HIV; some of these claims were fueled by local religious leaders. It took years of negotiation and education for the World Health Organization, UNICEF and other health agencies to counter the conspiracy theories and regain trust about childhood vaccination.

Trust is both fragile and essential for successful global health outcomes. In Afghanistan, where colleagues of ours are helping to rebuild the national health system, locals often link trust in health services with security — in other words, they trust clinics because they believe they are safe places. But health workers there and in Pakistan may now be suspect or seen as spies. People throughout the region may reject vaccines out of politically derived fear. Health efforts beyond vaccination, including those aimed at reducing maternal mortality rates and bringing safe drinking water to millions of rural residents, could be imperiled.

Criticism of the CIA’s actions is justified, but a continued focus on condemnation serves no one. Before the betrayal devolves into a public health crisis, President Obama and leaders in Congress should acknowledge the damage to global health efforts and commit to repairing the trust. They should begin where the need is most urgent: Pakistan. They should make clear to regional leaders that despite cuts in foreign aid and U.S. support for the Pakistani military, Americans will not walk away from their region’s poor, their needy children, or commitments to stopping the spread of deadly diseases.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

The Revolution Is Not Over Yet

By Hamadi Redissi, a professor of political science at the University of Tunis and president of the Tunisian Observatory for a Democratic Transition. This article was translated by Vivien Watts and Matthew Watkins from the French (THE NEW YORK TIMES, 16/07/11):

Six months ago, after weeks of protests, the Tunisian people gathered in front of the Interior Ministry to demand that their longtime president, Zine el-Abidine Ben Ali, leave the country. He fled for Saudi Arabia on Jan. 14.

But the country’s future remains uncertain. Giant sit-ins by opposition groups plagued the interim government that replaced Mr. Ben Ali. As in the French Revolution, they came armed with “Lists of Grievances.” The standoff ended when an interim prime minister, Béji Caïd Essebsi, an old hand in Tunisian politics, took office at the end of February. He managed the trick of both placating the impatient and not alarming those who want nothing to change.

The key to establishing a new democracy will be how the interim government deals with members of the old regime. Unfortunately, it has been reluctant to bring them to justice immediately, opting instead to leave this pivotal responsibility to the government that will take power after elections in October.

There has been some progress. The assets of Mr. Ben Ali’s inner circle have been confiscated, his party has been dissolved, the secret police have been dismantled and a number of high officials are being investigated for abuse of authority and misuse of funds.

Yet the flawed and lumbering legal system has not satisfied a population yearning for genuine justice. So far not a single dollar transferred out of the country by the Ben Ali family has found its way back to the state’s coffers, not a single police officer implicated in the murders of almost 300 protesters has been convicted and not a single member of the ruling clan that fled the country has been extradited to Tunisia — including Mr. Ben Ali. The interim government has relied on a traditional legal process headed by the same magistrates who worked for the old regime rather than pursuing a system of transitional justice — with truth commissions and informal trials — which would be faster and more flexible.

The trial of Mr. Ben Ali and his wife took place on June 20, with the couple facing close to 100 charges, including conspiracy against the state and possession of drugs and weapons. They were sentenced, in absentia, to 35 years in prison and fined $66 million. But in the absence of both the accused and their foreign lawyers — Tunisian law prohibits Tunisians from being represented by foreign lawyers — many decried the trial as a mockery of justice.

But this is much ado about nothing. The justice system, albeit freed of the worst of its constraints, is still barely functioning. Judges in Tunisia are among the most poorly paid in the world, just behind their counterparts in Bangladesh.

The social problems that prompted the current unrest also continue to poison the transition process. Endemic unemployment and low levels of education could undermine Tunisia’s democratic transition. The school system, which has long hurt Tunisia’s competitiveness by favoring quantity over quality, desperately needs in-depth reforms. Meanwhile, more than 1.2 million Tunisians, over 11 percent of the country’s population, live in poverty. (The interim government’s estimates have placed the figure as high as 24 percent.)

Mr. Essebsi requested $25 billion in aid over five years at the recent meeting of the Group of 8 powers in Deauville, France. The G-8, along with other governments and institutions, endorsed a combined $40 billion aid package for Egypt and Tunisia — an amount that pales in comparison with the modern-day Marshall Plan that the region desperately needs.

On Oct. 23 Tunisians will decide whether they want a presidential or a parliamentary system, and elect a new government. More than 90 parties could appear on the ballot, meaning that a highly divided assembly is likely. Early polls show that Al Nahda — the previously banned Islamist party — enjoys the support of more than 20 percent of voters.

To its credit, Al Nahda accepts the rights that have long been enjoyed by Tunisian citizens — the most far-reaching in the Arab world — and the newly established principle that women and men should serve in the future democratic legislature in equal numbers. To placate the West, it wants to fashion itself in the image of Turkey’s ruling Justice and Development Party, known as the A.K.P.

Yet unlike the A.K.P., Al Nahda has never abandoned its hopes for an Islamic state and is strongly opposed to the separation of religion and the state. Moreover, it favors a draft constitutional provision, along with Arab nationalists and the extreme left, that would ban the normalization of diplomatic relations with Israel. This is a foolish position that harks back to the obsolete rhetoric of the 1960s.

Tunisia is seeking to fully integrate its Islamists — but perhaps at its peril. If Al Nahda emerges from the election with a dominant plurality, it may decide to be modest and support a government of national unity, so as to reassure Washington and the country’s foreign lenders. And if it ends up in a minority position, it will probably bide its time, knowing that one day it could win and run the country.

Whether Tunisia’s Islamists follow the moderate example of the A.K.P. or regress into radical Islamism will depend on the willingness of new leaders to chart a responsible course and on secular and moderate parties’ capacity to challenge pan-Arab and Islamist groups. Only then will we know whether Tunisia’s revolution represents a triumph of liberalism or an open door for extremists.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Aferrados al poder

Por Daniel Zovatto, director regional para América Latina y el Caribe del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (EL PAÍS, 15/07/11):

“Que se vayan todos” fue el grito que la ciudadanía argentina, desesperada por la crisis que vivía desde 2000, dirigió a la clase política de su país a finales de 2001. Fenómenos similares asociados a crisis profundas de representación política tuvieron lugar en otros países de América Latina.

Esta demanda, empero, no ha sido ni oída ni acatada por las dirigencias políticas en la mayoría de los países de la región. Todo lo contrario, durante la última década y media hemos visto crecer una ola favorable a la reelección, sea consecutiva o alterna. Si agregamos los intentos de aferrarse o regresar al poder vía familiares (esposas, hijos, hermanos), resultan muy pocos los que se han ido y muchos los que intentan seguir o incluso volver a como dé lugar.

Panorama regional. En 15 años, América latina pasó de ser antirreeleccionista a ser prorreelección, entendida esta como “el derecho de un ciudadano (y no de un partido) que ha sido elegido y ha ejercido una función pública con renovación periódica de postular y de ser elegido una segunda vez o indefinidamente para el mismo cargo: titular del Ejecutivo”. Hoy, la reelección está permitida en 14 de 18 países, y solo cuatro la prohíben: Guatemala, Honduras, México y Paraguay.

La normativa presenta variaciones importantes. En Venezuela se autoriza la reelección indefinida. En cinco países (Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, y Colombia) la reelección consecutiva está permitida, pero no de manera indefinida. En otros ocho casos solo es posible después de transcurrido al menos un mandato presidencial (Costa Rica, Chile, El Salvador, Nicaragua, Panamá, Perú, República Dominicana y Uruguay). Sin embargo, en Nicaragua una reciente y polémica sentencia de la Corte Suprema ha permitido al presidente Ortega postularse para intentar su reelección, de manera consecutiva, en los comicios de noviembre de este año. Por su parte, el presidente Martinelli de Panamá está considerando reducir el plazo de espera (de 10 años a cinco años) para poder ser reelegido. Frente a ello, la oposición ha comenzado a advertir que la verdadera intención de Martinelli es la de “perpetuarse en el poder”.

Cabe señalar, por su fuerte rasgo personalista, que las reformas a favor de la reelección, sobre todo en su modalidad consecutiva, tuvieron nombre y apellido, se llevaron a cabo durante la presidencia de los mandatarios que querían reelegirse, no responden a una tendencia ideológica única y, salvo en la República Dominicana con el presidente Hipólito Mejía, lograron su objetivo: la reelección del mandatario que reformó la Constitución para seguir en el poder (Cardoso, Menem, Fujimori, Uribe, Chávez, Morales, Correa).

La reelección conyugal. En Argentina, el matrimonio Kirchner inauguró una nueva modalidad de reelección: la “conyugal”. Primero fue electo presidente Néstor Kirchner, a quien lo sucedió su esposa, la actual presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Para las elecciones de octubre de 2011 estaba previsto que volviese Néstor Kirchner (quien falleció en octubre de 2010); de haber resultado victorioso, lo sucedería (eventualmente) su esposa, y así hasta que el electorado se cansase o la muerte de alguno de ellos o de ambos pusiera fin a esta estrategia.

Una fórmula similar trató de ser implementada en Guatemala entre el actual presidente Álvaro Colom y su esposa, Sandra Torres. Pero ante el riesgo de que la Corte de Constitucionalidad fuese adversa a la candidatura de Torres, ambos cónyuges decidieron divorciarse para así facilitar la candidatura de la primera dama a las elecciones presidenciales de septiembre próximo. En una confirmación explícita de esta forma de política “conyugal”, la señora Torres declaró: “Me divorcio (del presidente Colom) para casarme con el pueblo”.

Balance. Una mirada del mapa político latinoamericano muestra que la ola reeleccionista va ganando fuerza. De los actuales presidentes de la región, tres de América del Sur han sido reelectos de manera consecutiva (Morales en Bolivia, Correa en Ecuador y Chávez en Venezuela) y uno de manera alterna (García en Perú). En América Central y el Caribe uno fue reelecto de manera consecutiva (Fernández en República Dominicana) y otro de manera alterna (Ortega en Nicaragua, quien buscará su reelección consecutiva en noviembre de este año). Chávez ya anunció que intentará una nueva reelección en 2012. Por su parte, durante el último rally electoral (2009-2010), dos expresidentes trataron de regresar (Lacalle en Uruguay y Frei en Chile). Ambos pasaron a la segunda vuelta pero fueron derrotados en esta instancia por José Mújica y Sebastián Piñera, respectivamente. Dos elecciones que tendrán lugar en 2011 contienen la posibilidad de reelección: en Argentina (si bien aún no se anunció oficialmente) y en Nicaragua, ambos presidentes (Fernández de Kirchner y Ortega) irán en pos de su reelección consecutiva. En el caso de Perú, la hija del expresidente Fujimori (Keiko) fue derrotada en la segunda vuelta por Humala, mientras el expresidente Toledo fracasó en su intento de volver al haber sido derrotado en la primera vuelta.

Nos encontramos pues ante una fiebre reeleccionista y una obsesión por el poder que, a mi juicio, son malas noticias para una zona caracterizada por la debilidad institucional, la creciente personalización de la política y el hiperpresidencialismo. Como bien lo advirtió Simón Bolívar en su discurso del Congreso de Angostura, el 15 de febrero de 1819: “… nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo a un mismo ciudadano en el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerlo y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía”.

Es cierto que en un buen número de países de la región la ciudadanía respalda, en las urnas, esta ola reeleccionista, pero ello se debe más a la inestabilidad política de las reformas democráticas y a la limitada capacidad de formación de opciones (en un escenario partidario caracterizado por la debilidad programática) que a una valoración de la calidad del desempeño gubernamental. Por su parte, el buen momento macroeconómico que vive la región, sobre todo en América del Sur, la utilización clientelar de los programas sociales y la creciente personalización de la política refuerzan la tendencia en pro del hiperpresidencialismo y la reelección.

Creo que el fortalecimiento y la consolidación de nuestras democracias no se obtendrán a través de líderes carismáticos y providenciales sino por la calidad de las instituciones, la madurez de los ciudadanos y una sólida cultura cívica. Quizás estos mismos argumentos fueron los que pesaron en mandatarios que con altos niveles de popularidad (Tabaré Vázquez en Uruguay, Lula en Brasil, Lagos y Bachelet en Chile) decidieron no cambiar las reglas de juego en su propio beneficio. Ya lo dijo el expresidente Lula da Silva: “Cuando un líder político comienza a pensar que es indispensable y que no puede ser sustituido comienza a nacer una pequeña dictadura”.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Hispanoamérica y el problema español

Por Tomás Pérez Viejo, profesor-investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia -INAH de México (ABC, 15/07/11):

Ciertamente, la presencia de España, lo español y los españoles en la vida pública de las repúblicas hispanoamericanas ha sido constante desde la proclamación de las independencias, superior a la de cualquier otra región del mundo y para nada comparable a la que se ha dado a la inversa. Una presencia en la que los factores coyunturales, diferentes de unos momentos históricos a otros, han sido importantes, pero cuya persistencia a lo largo del tiempo revela un problema de fondo, al que podríamos denominar el «problema español» de Hispanoamérica, difícil de entender y hasta de percibir desde España, pero que condiciona de manera decisiva las relaciones entre los países hispánicos de uno y otro lado del Atlántico.

El origen de este «problema español» habría que buscarlo en las peculiaridades de un modelo de imaginación de la nación diferente del que se dio en otros territorios coloniales. Las elites que hicieron las independencias americanas, como todas las que vivieron la sustitución de un sistema de legitimidad dinástico-religioso por otro de tipo nacional, tuvieron que enfrentarse al arduo problema de imaginar naciones capaces de dar legitimidad a Estados basados en la soberanía nacional y no en la fidelidad al rey. Un proceso en el que la invención del otro, la frontera que define lo que somos y lo que no somos, fue determinante.

En las naciones surgidas de la disgregación de un orden imperial «el otro» es, se podría decir que por necesidad, la antigua metrópoli. La peculiaridad hispanoamericana deriva de que los autores de las independencias fueron los descendientes biológicos y culturales de los antiguos conquistadores y colonizadores españoles. El otro era, en sentido literal y metafórico, parte de uno mismo y de la comunidad imaginada nacional. Tenía como consecuencia un complicado y conflictivo papel en el relato de nación. No resultaba fácil estigmatizarlo como extraño y ajeno, pero tampoco incluirlo como parte del «nosotros» colectivo. El relato de nación podía ir, y fue, desde la negación de España como el otro absoluto, la adherencia de la que era necesario liberarse para recuperar el ser nacional auténtico y verdadero, hasta su conversión en la parte más íntima y preciada, aquella que era preciso conservar y mantener como fuente y origen de la nacionalidad. Un dilema que va a hacer de la herencia española el centro de una larga y compleja polémica identitaria, desde México hasta Venezuela, Argentina y Chile.

Frente a los que afirmaban que las naciones hispanoamericanas, hijas de la conquista y de la colonia, eran herederas y continuadoras del legado español, se alzaban los que proclamaban que, hijas del mundo prehispánico, muertas con la conquista y resucitadas con la independencia, tenían en España su principal y secular enemigo. Para los primeros, la defensa de España y lo español se convirtió en uno de los centros de su ideario político; para los segundos, la desespañolización era el objetivo patriótico que permitiría borrar cualquier huella de una civilización ajena, oscurantista y degradada. Este conflicto identitario se coloreó, desde muy pronto, con un fuerte componente ideológico. Mientras que el liberalismo hispanoamericano fue, de manera general, hispanófobo, el conservadurismo tendió a ser hispanófilo, dicotomía que ha pervivido, con distintos matices, en la posterior división entre izquierdas y derechas. No se debe olvidar, sin embargo, que se trata de un conflicto identitario, no ideológico, y que las líneas de fractura entre uno y otro no siempre son coincidentes.

El problema español, y la dicotomía ideológico-identitaria que lo sustenta, lejos de atenuarse se ha visto fortalecido en las últimas décadas del siglo XX y primera del XXI por la irrupción de dos factores nuevos: el desembarco de empresas multinacionales españolas y la coloración indigenista de las izquierdas hispanoamericanas. La llegada de las multinacionales españolas ha resucitado todos los fantasmas del español explotador y colonialista. Las referencias a la «segunda conquista» se han hecho habituales en los medios de comunicación de izquierda y la presencia de capitales españoles, destacada como elemento de movilización en todo tipo de conflictos, desde los sindicales a los ecológicos. Todo líder social sabe que las injusticias laborales o los ataques al medio ambiente son siempre más lacerantes cuando la responsable es una multinacional española. Muchas de estas inversiones españolas, además, lo han sido en antiguas empresas públicas, en procesos de privatización no necesariamente transparentes, y en sectores como la banca, la electricidad o la telefonía, con una incidencia directa en la vida cotidiana de la población. El chivo expiatorio perfecto, un capitalismo español que remite, a la vez y sin solución de continuidad, a los crueles encomenderos del siglo XVI, origen de todos los males que asuelan el continente y al neoliberalismo responsable del desmantelamiento del capitalismo de Estado, tan caro a la izquierda latinoamericana.

La deriva indigenista de la izquierda latinoamericana, por su parte, es un proceso que viene de lejos pero que se ha agudizado en las últimas décadas. Fenómenos tan dispares como el auge del multiculturalismo, el éxito de los estudios literarios postcoloniales, el crecimiento de la conciencia ecológica o el desarrollo de movimientos antiglobalización buscaron, y encontraron, en «el indio» un sujeto histórico ideal. Si a esto añadimos una tradición victimista, que ha tendido a explicar los males de América a partir de causas externas y que ha impregnado tanto al mundo académico, a través de la teoría de la dependencia, como las percepciones populares (ahí está el éxito de un libro como Las venas abiertas de América Latinade Eduardo Galeano) se hace innecesario cualquier comentario al respecto. Se ha creado el marco perfecto para la conversión del indio en símbolo de todas la injusticias de la tierra. El indigenismo, como consecuencia, se ha convertido en seña de identidad de una parte importante de la izquierda hispanoamericana, con un fuerte componente antihispánico. España representa el enemigo, causa y origen de todos los males que afligen a las clases populares, indígenas pero no sólo, desde el momento de la conquista. Lo es así, sin duda, en la Bolivia de Evo Morales, cuya voluntad explícita de refundar una nación indígena es clara en todo su proyecto político, pero las llamadas a la refundación nacional, o lo que es lo mismo, el rechazo de la nación criolla salida de las guerras de independencia, están presentes en muchos de los movimientos de izquierda, en el poder y fuera de él, de un extremo a otro del continente. Propugnar la refundación de la nación, no del Estado, incluye, de manera general, una clara voluntad de ruptura con el pasado español y la herencia española en la que la recuperación del alma indígena comparte programa, sin el mínimo conflicto, con la abolición de las corridas de toros. Al fin, el «problema español» en Hispanoamérica no sólo sigue vigente sino posiblemente mucho más activo que nunca y con posturas y planteamientos que poco o nada han cambiado en los dos últimos siglos. Ignorarlo desde esta orilla del Atlántico constituye tanto una temeridad como un desatino.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona