sábado, agosto 25, 2012

Batman contra 15-M

Por Rafael Rodríguez Prieto, Profesor Titular de Filosofía del Derecho y Política de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Coautor de ¿Por qué soy de Izquierdas? Por una Izquierda sin complejos (Almuzara) (El país, 23/08/2012).
occupy, como prefieran. Decía Joan Manuel Serrat que prefería “al sabio por conocer, a los locos conocidos”. Ese fragmento de lucidez y confianza en el ser humano contrasta con la extendida teoría del mal menor. Según este mezquino enfoque de la realidad debemos adaptarnos a lo que se nos impone por parte de poderes a los que no ponemos caras. El refranero cicatero del conformismo social ya lo dice: “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. Con estos antecedentes no es extraño que alguien se gaste millones de dólares para decirnos lo mismo, pero con efectos especiales. Este artículo no pretende ser una crítica cinematográfica. La referencia a la última entrega de Batman es solamente un ejemplo de la importancia que la propaganda tiene para el orden hegemónico vigente. La reflexión sobre la hegemonía como dirección cultural debería devolver a la actualidad el valioso pensamiento de Antonio Gramsci.
El Caballero Oscuro: La leyenda renace forma parte de un cierto tipo cine político que intenta pasar por mero entretenimiento. Hace unos años escuchaba al guionista de Ken Loach, Paul Laverty, quejarse de que Harrison Ford también hacía cine político y, sin embargo, se le califica como “de acción”. Laverty tenía razón y además con sus palabras trasladaba a la opinión pública, de una forma sencilla y diáfana, una tradición de estudios culturales que se ocupó en Gran Bretaña de explorar la significación política de determinadas expresiones de la cultura popular.
¿Por qué una producción taquillera de palomitas y verano es política? La película nos cuenta la historia de un malvado bastante simplón que pertenece a una sociedad secreta, cuyo fin es destruir la ciudad de Gotham. Para llevar a cabo su objetivo —aniquilar la sociedad— utiliza una retórica populista que va desde una espectacular entrada en la bolsa hasta la constitución de una especie de tribunales de salud pública, donde se condena a la gente sin ninguna garantía procesal. La estética es claramente fascista y el lenguaje que usa también. La retórica de Bane, el malo de la película, en lo que se refiere a los ricos es sólo una forma de justificar su poder. Sus acciones se dirigen a expandir el miedo con el fin de que una población fragmentada y desorientada acceda a conformarse a su dominio. La policía, expresión de la ley y el orden, es encerrada en unos túneles por lo que el control es ejercido por un grupo de mercenarios que imponen una ley marcial. Batman se erigirá en salvador que libere a los policías para que restablezcan el orden pretérito.
Una vez más, nos encontramos con un material tremendamente ideológico en que los privilegiados por el status quo imperante agitan el espantajo fascista. El fin es muy sencillo: preservar una realidad profundamente injusta para el 99% de la población. El mensaje de la película es el siguiente: lo malo conocido es siempre mejor que lo que esté por conocer. Y eso que pueda venir no será algo mejor, sino el fascismo, por lo tanto adáptate lo mejor posible a la sociedad en la que te tocó vivir. Es muy significativa la apelación de la película a conceptos de la terminología más neoconservadora como el uso que se hace de “Estado fallido” para referirse a la nueva situación de Gotham o la secuencia en uno de los puentes que recuerda a una de las manifestaciones del movimiento Occupy Wall Street en Brooklyn y que significó la detención de centenares de personas en una acción policial bastante controvertida.
Por Estado fallido, los neoconservadores entienden aquellos Estados en los que se registra un fracaso en los planos sociales, políticos y económicos. Esta idea está muy alejada de un mínimo rigor intelectual. Su objetivo es justificar y legitimar una intervención externa fuera de los procedimientos y cauces del Derecho Internacional. El ejército que interviene se transforma en un “salvador” que trae la paz y la libertad. La película de Batman sigue esta misma lógica. El superhéroe es el redentor, que a costa incluso de su propia vida, debe redimir a unos ciudadanos inmersos en el mayor de los caos.
Una vez más, nos situamos ante el manido y antidemocrático recurso al elegido que salva a la sociedad de algo, alguien o incluso de sí misma. Desgraciadamente, han sido muchos los dictadores o colectivos que se han valido de esta vía para preservar o imponer el discurso de los privilegiados. ¿Acaso no fueron grandes empresas alemanas las que apoyaron a Hitler como mal menor? Desde esta óptica, la gente no puede ni debe gobernarse. La democracia se reduce a un rito superficial que se celebra cada cuatro años con el fin de nutrir un espejismo. Cuando el espejismo se difumina queda practicar la represión. En cualquier caso, la élite debe gobernar porque sabe lo que interesa al 99%. De lo contrario sólo podemos vernos abocados al horror.
El político de turno nos dirá que gobierna para favorecer “el interés general”. Que serán medidas duras, pero lo hacen por “nuestro bien”. El problema es que la democracia no es eso. Democracia y “salva patrias” son conceptos antagónicos. Democracia es respeto a la decisión de la mayoría. Cuando gobiernan los banqueros alemanes o la OMC impone la privatización de sanidad, educación y pensiones, utilizando una deuda artificialmente hinchada con la ayuda de los especuladores y los políticos, no hay democracia. Es algo muy diferente.
En el mundo de “o capitalismo o caos” no hay lugar para la libertad. No lo hay tampoco para la participación o la justicia social.Occupy Wall Street y el 15-M afirman justamente lo contrario. No podemos permitir que el 1% controle las riquezas de un planeta que puede dar de comer a todos sus habitantes. La ciudadanía debe tomar sus propias decisiones porque de esto se trata la democracia. La realidad es construida y el ser humano puede transformarla en muchos sentidos y de prolijas formas. Entre la mayoría de los ciudadanos no conseguiremos algo perfecto, pero seguro que más justo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

La fragmentación de la Eurozona

Por Nicolas Berggruen es presidente del Council on the Future of Europe; Mohamed A. El-Erian es presidente ejecutivo de PIMCO, compañía gestora de inversión global, y Nouriel Roubini enseña en la Universidad de Nueva York y preside Roubini Global Economics. © Nicolas Berggruen Institute / Global Viewpoint. Traducción de Juan Ramón Azaola (El País, 23/08/2012).
Voces respetables dentro de la corriente de opinión dominante están llegando a la conclusión de que la Eurozona podría no ser ya sostenible. Desde este punto de vista emergente, sería mejor para Europa separarse ahora que más adelante, cuando los costes podrían ser mucho mayores. Pero este punto de vista va demasiado lejos.
No debería haber duda alguna al respecto: si la Eurozona se fragmenta, ello supone también el fracaso de Europa como mercado único y la Unión Europea podría también derrumbarse.
A corto plazo, la fragmentación sería el equivalente económico y financiero de un paro cardiaco para Europa. Los flujos transfronterizos de bienes, servicios y capitales se verían interrumpidos debido a que la cuestión de la denominación de las divisas desborda al cálculo normal de valoración. Unos considerables desajustes de moneda provocarían tensiones financieras corporativas y podrían incluso dar lugar a múltiples insolvencias. El desempleo experimentaría una repentina escalada; y la provisión de servicios financieros básicos, desde los bancarios a los de seguros, sufrirían una seria restricción, con una alta probabilidad de desbandadas bancarias entre los miembros más vulnerables de la Eurozona.
Proliferarían los controles, ya que las economías débiles tratarían de limitar la fuga de capital, mientras las fuertes intentarían oponerse a su entrada excesiva. En ese proceso, se socavaría el funcionamiento mismo del mercado común que apuntala el proyecto de integración europea. A la balcanización de los bancos, de los mercados financieros y de los mercados de deuda pública que ya está en marcha le seguiría la balcanización del comercio de bienes, de servicios, de mano de obra y de capital, y un regreso al proteccionismo comercial y financiero.
Los países que hoy se ven azotados por varios años de gestión de la crisis tienen —si es que los tienen— unos limitados colchones internos con los que absorber nuevos golpes. Como consecuencia de ello, los trastornos económicos y financieros avivarían probablemente el descontento social y la disfunción política, socavando aún más el apoyo nacional a la integración europea.
Aunque el embate de la catástrofe lo padecerían principalmente las economías débiles (antes periféricas), los países más fuertes (antes centrales) también acusarían un daño sustancial.
Veamos qué sucedería con ambos casos.
Al regresar a sus monedas nacionales, las economías más débiles de la Eurozona podrían recuperar el control de un mayor número de instrumentos para su política económica. En consecuencia, dispondrían de más medios para buscar las ventajas competitivas que son esenciales para restablecer sus dinámicas de crecimiento y generar empleos.
Pero hacerlo eficazmente requeriría el diestro manejo de una considerable devaluación monetaria. De manera que tendrían que contrarrestar unas fuertes presiones inflacionarias y unos más altos costes de las importaciones, unos canales de transmisión bancaria y monetaria desestabilizados, y una escalada de las primas de riesgo. Y en una Europa alterada en su conjunto se encontrarían con que las ventajas adquiridas en materia de precios mediante la devaluación correrían el riesgo de verse erosionadas por una demanda regional colapsada. Además, dada la disparidad de las mismas, un retorno a gran escala de las monedas nacionales podría fácilmente conllevar una cadena de incumplimientos de pago, junto a algunas reestructuraciones coercitivas y una forzada conversión de las ventajas del euro en unas nuevas monedas nacionales depreciadas.
También son capítulos significativos para las economías más fuertes tanto el de la demanda regional como el de los impagos. A pesar de las ventajas obtenidas por la diversificación comercial, incluida una mayor reorientación hacia los países emergentes, una cantidad considerable de sus exportaciones todavía se vende en Europa. El derrumbe de este mercado se añadiría a las pérdidas debidas a las acuciantes exigencias financieras de las economías más débiles, incapaces de cumplir con sus deudas en euros, tanto directamente como mediante la probable necesidad de recapitalizar las instituciones regionales. La reestructuración de deudas, e incluso insolvencias manifiestas, afectaría a los balances de las instituciones acreedoras, incrementando su propia deuda (ya que tendrán los mismos activos, pero mayores pasivos) y sus costes de capital. Y la calificación de AAA para Alemania y otros miembros centrales de la Eurozona también se pondría en riesgo.
Luego está el resto del mundo. Europa es todavía la primera área económica del mundo, y la más interrelacionada financieramente. En tanto que tal, sus trastornos serían inevitablemente transmitidos al resto del mundo. Y con Estados Unidos todavía luchando por mantener un razonable crecimiento económico y una creación de empleo, se materializaría una recesión global.
Todo ello explica, naturalmente, por qué los discursos políticos han tratado repetidamente de descartar una fragmentación de la Eurozona; es también la razón de que líderes de otros países hayan presionado a sus homólogos europeos para que se enfrenten a la crisis regional de un modo más decidido e integral.
Pero las palabras y la persuasión moral resultan ser notoriamente insuficientes a la hora de detener a las fuerzas de la fragmentación, que son el resultado de importantes defectos de diseño y han sido alimentadas por años de respuestas políticas tácticas más que estratégicas, consecutivas más que simultáneas, y parciales más que de conjunto. Solo si comprenden la enormidad de los riesgos a los que se enfrentan tendrán alguna posibilidad los líderes de Europa de superar las persistentes tensiones internas y converger en una respuesta potencialmente capaz de cambiar las reglas del juego.
Y solo entonces estarán en condiciones de convencer a una ciudadanía escéptica de la necesidad de tomar unas medidas verdaderamente sin precedentes: en primer lugar la de reformar la Eurozona haciendo de ella una unión más coherente, es decir más pequeña, menos imperfecta y más sólidamente diseñada y manejada; en segundo lugar, asegurarse de que esta Europa así reformulada pueda avanzar generando crecimiento y empleos; y en tercer lugar, el salvaguardar el más amplio funcionamiento de la Unión Europea.
Tras haber discutido y titubeado durante demasiado tiempo, los líderes europeos ya no disponen de una solución nítida, relativamente gratuita y sumamente segura de la crisis regional.
Lo que sí tienen es algún tiempo —aunque no mucho— para intentar defender la honorabilidad del proyecto de integración regional tomando medidas audaces ahora, empezando por una unión económica, fiscal y bancaria, y avanzando hacia la unión política.
Sí, el resultado no está ni mucho menos garantizado, e inevitablemente se producirían interrupciones inmediatas. Pero todo palidece en comparación con la catástrofe que Europa y el mundo experimentarían si se continúa con un planteamiento que sigue siendo tan insuficiente como precipitado.
Alemania y los otros países centrales necesitan decidir con valentía si creen que la Eurozona puede sobrevivir y con qué formato. Si la respuesta es que sí, entonces la consecución de una unión menos imperfecta necesitaría acompañarse de un masivo financiamiento oficial de la periferia, tanto fiscal como del BCE, a fin de suavizar el doloroso ajuste causado por la austeridad, las reformas y la devaluación interna. Si, en cambio, decidieran que ni la Eurozona es viable tal como es ni que sea alcanzable una unión más pequeña, los costes de romperla desordenadamente más tarde en lugar de una ruptura ahora serían mucho mayores. Lo que no debería suceder, y es preciso que no suceda, es que la Eurozona permanezca en su confusa mitad del camino actual.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Economía: hemorragias, transfusiones y sangrías

Por Santiago Grisolía (ABC, 23/08/2012).
Algunos historiadores encuentran una sutil transición desde los pueblos neolíticos en que la sangría era una forma suave de entrega a los dioses, y en muchas culturas, incluidos los mayas, los vedas y los chinos, hasta el acto terapéutico que Diógenes de Abdera, maestro de Hipócrates, introdujo como tratamiento a muy variopintos males. La sangría se mantuvo hasta el siglo XIX, aunque en muchas ocasiones empeoraba al enfermo, con posibilidad de eventualmente precipitar la muerte. Hoy sabemos que la pérdida de sangre, y no sólo cuando se trata de graves hemorragias, sino en pequeñas cantidades de forma continua, causa una anemia que merma la calidad de vida y puede conducir a la muerte.
Las sangrías se practicaban con incisiones o por aplicación de sanguijuelas. La saliva de las sanguijuelas tiene un efecto anestésico, para que la víctima no note la mordida, y un poderoso anticoagulante, para que la sangre no deje de manar. Si se practica una incisión en el abdomen del animalito, este nunca se sentirá saciado y no dejará de sorber. Algo de esto les tienen que haber hecho a los mercados.
El premio Nobel de Medicina Peter Medawar decía que muchas actividades que se arrogan ser científicas no lo son, y, entre ellas, citaba como paradigma la economía, que toma medidas similares a las que tomaba la medicina «clásica» con remedios frecuentemente injustificados y basados en la tradición por carencia de un método que permita el control experimental que crea conocimiento. De hecho, en el diccionario sangría es un término que tanto se aplica a la extracción de sangre como al gasto continuado de pequeñas cantidades de dinero que acaban suponiendo una pérdida importante. Y en ambos casos, para el deterioro que supone la sangría se recurre a las transfusiones, de sangre en medicina y de fondos en economía, como la actual a los bancos europeos para «curarlos» de la crisis. Lo preocupante de esta iniciativa es la ética y los valores que parecen protegerse y situarse como ejemplo: los sueldos e incentivos a personas que han gestionado cuando menos erróneamente los fondos que se les confiaron, y su preservación a cargo de las clases baja y media de la sociedad. Es una sangría que puede y debe cortarse porque tiene muchas consecuencias que constituyen el más grave problema que ennegrece el porvenir de España. Es una situación similar a los privilegios del Rey de Francia que dieron lugar a la Revolución Francesa.
Seguramente el lector puede añadir muchos ejemplos a los que detallo a continuación como problemas generados por esta sangría que está llevando a nuestros jóvenes a buscar su futuro en otros lugares y que no se curan con remedios de tufo medieval.
Volviendo a mi símil médico, una úlcera de estómago que sangra tiene hoy un tratamiento adecuado y efectivo: la erradicación de las bacterias que lo causan. Quizá en esta úlcera económica habría que eliminar los muchos condicionantes de la catalepsia que sufren muchos de nuestros líderes tanto políticos como patronales de grandes entidades y que les imposibilitan cortar el sangrado. En digestivo, la aparición de pequeñas cantidades de sangre puede significar un tumor maligno de colon que, cogido a tiempo se erradica, y de otro modo tiene muy graves consecuencias. En la Fundación Valenciana de Estudios Avanzados realizamos a principios de año una jornada sobre la economía sumergida y el fraude en que se demostró lo deletéreo que resulta para una economía saneada. También podemos citar las remuneraciones en gastos de comida, transporte y otras retribuciones de las grandes corporaciones a sus directivos o para complementar los emolumentos de ciertos responsables en teoría de representar a los pueblos. Podemos citar los «asesores» bien retribuidos de empresas, en especial políticos, que son un procedimiento subprimo de ocupar a los consejos. Los séquitos de guardaespaldas que en ocasiones se utilizan para otros menesteres y los coches oficiales. En esta columna se criticaba recientemente esta epidemia nacional.
Para esta hemorragia soterrada masiva no valen paños calientes. Hay que tomar decisiones justas y valientes, y no las que se están tomando. Cuando comencé la redacción de este artículo, mi paisano Benigno Camañas subrayaba que «este comportamiento escasamente ético pone de relieve que estos cargos públicos de libre designación, que existen en todas las instituciones, son absolutamente amortizables» y consiguen que aumente el gasto corriente que pretenden reducir.
Hay que recordar la recomendación que «Garganta profunda» hizo a los reporteros del Washington Post: sigan el rastro del dinero. Si dos periodistas pudieron frenar al presidente Nixon, un gobierno con voluntad puede recuperar todos los fondos sustraídos y compensar con ellos los déficits. Ese ejemplo estimulará a la sociedad mucho más que la anunciada supresión de la paga extraordinaria a trabajadores que ya han sufrido numerosos recortes de sus salarios. Además, la paga extraordinaria no es un regalo, sino la distribución en 14 mensualidades de un sueldo que nada tiene que ver con las compensaciones que se han otorgado los directivos que han hundido las entidades bancarias.
Pero tomemos precauciones con las transfusiones, que sean idóneas y no pase como le ocurrió a Manolete, que murió de un choque anafiláctico, como consecuencia de la transfusión que le realizaron tras la cornada de Islero.
Hay que seguir un nuevo rumbo, como propone el presidente Obama, mejorando las condiciones retributivas de la clase media y aumentando los impuestos de los privilegiados, lo que no es excusa para olvidar los compromisos éticos y sociales individuales que contribuyan a disminuir el paro y la tristeza y apatía que las medidas tomadas distribuyen por doquier. Un ejemplo lo dio el 11 de julio el empresario Michael Moritz, antiguo estudiante de Oxford que, frente al aumento de las matrículas en Gran Bretaña, ha donado 75 millones de libras para que estudiantes brillantes sin recursos no deban renunciar a una buena educación.
De todas formas, a propósito del escándalo de Barclays y la manipulación del Libor (pero conocemos muchos otros ejemplos), Joseph Stiglitz declaraba hace unos días que lo primero que hay que hacer es meter a unos cuantos banqueros en la cárcel. Las multas a los bancos las terminan pagando los accionistas. Así no se enmiendan los directivos. Encarcelar a los culpables tendría, según el premio Nobel de Economía, un efecto de veras ejemplarizante. Algunos hechos que vamos conociendo han sido auténticas estafas sin paliativos, pero en el mejor de los casos el banco paga, alguien pide perdón y a otra cosa. Luego resulta que los culpables son los que de repente se han vuelto prescindibles y despedibles, asimilados a activos tóxicos hacinados en un banco malo, asustados por la famosa mano invisible, liándose a tortazos todos contra todos.
Dediquemos los pocos medios que quedan a actividades productivas, digamos no a los especuladores, las sangrías no curan a nadie. Hay mucho trabajo por hacer. Por ejemplo, no podemos perder a nuestros jóvenes investigadores. Si un joven me pregunta a qué puede dedicarse, le diré que el futuro está en todas las técnicas y ciencias, predictivas y no predictivas, con aplicación a la gestión del medio: a las fuentes de energía renovables y limpias, a la conservación del territorio, a los recursos hídricos, a la producción de alimentos para todos. La crisis ambiental amenaza con ser mucho peor que la financiera en la que estamos. Tenemos que invertir en riqueza social y en paz social. Agradezco los comentarios de Josep Bonet y Elena Bendala.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Una red de soluciones mundiales

Por Jeffrey D. Sachs is a professor at Columbia University, Director of its Earth Institute, and a special adviser to United Nations Secretary-General Ban Ki-Moon. Traducido del inglés por Carlos Manzano.
Los grandes cambios sociales se producen de varias formas. Un avance tecnológico –máquina de vapor, computadoras, Internet– puede desempeñar un papel destacado. Los visionarios –como, por ejemplo, Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Jr., y Nelson Mandela– pueden inspirar una exigencia de justicia. Los dirigentes políticos pueden encabezar un amplio movimiento de reforma, como Franklin Roosevelt y el New Deal.
Nuestra generación necesita urgentemente espolear otra era de grandes cambios sociales. Esta vez debemos actuar para salvar el planeta de una catástrofe medioambiental inducida por el hombre.
Cada uno de nosotros siente esa amenaza casi diariamente. Olas de calor, sequías, inundaciones, incendios forestales, glaciares que retroceden, ríos contaminados y tormentas extremas azotan el planeta a un ritmo que aumenta dramáticamente a consecuencia de las actividades humanas. Nuestra economía mundial de 70 billones de dólares al año está sometiendo el medio ambiente natural a presiones sin precedentes. Vamos a necesitar unas tecnologías, unos comportamientos y una ética nuevos, apoyados en pruebas sólidas, para conciliar un mayor desarrollo económico con la sostenibilidad medioambiental.
El Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, está afrontando esa amenaza sin precedentes desde su excepcional posición en la encrucijada de la política y la sociedad mundiales. En el nivel político, las Naciones Unidas son el punto de reunión de 193 Estados miembros para negociar y crear legislación internacional, como en el caso del importante tratado sobre el cambio climático aprobado en la Cumbre de la Tierra, celebrada en Río de Janeiro en 1992. En el nivel de la sociedad mundial, las NN.UU. representan a los ciudadanos del mundo, “nosotros, los pueblos”, como se dice en la Carta de las NN.UU. En el nivel de la sociedad¸ las NN.UU. se ocupan de los derechos y responsabilidades de todos nosotros, incluidas las generaciones futuras.
En los dos últimos decenios, los gobiernos han carecido de soluciones para las amenazas medioambientales. Los políticos no han aplicado adecuadamente los tratados aprobados en la Cumbre de la Tierra de 1992. Ban sabe que la adopción de medidas estatales contundentes sigue revistiendo importancia decisiva, pero también reconoce que la sociedad civil debe desempeñar también un papel mayor, sobre todo porque demasiados gobiernos y políticos están enfeudados con intereses creados y demasiado pocos políticos piensan en horizontes temporales que superen las próximas elecciones.
Para habilitar a la sociedad mundial a fin de que actúe, Ban ha lanzado una nueva y audaz iniciativa mundial, a la que agradezco poder incorporarme voluntariamente. La Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas es una potente operación para movilizar el conocimiento general para salvar el planeta. La idea consiste en recurrir a las redes mundiales de conocimiento y acción para determinar y demostrar nuevos planteamientos de vanguardia para el desarrollo sostenible en todo el mundo. La red colaborará con los gobiernos, los organismos de las NN.UU., las organizaciones de la sociedad civil y el sector privado y les prestará apoyo.
La Humanidad necesita aprender nuevas formas de producir y utilizar una energía con reducidas emisiones de carbono, producir alimentos de forma sostenible, construir ciudades habitables y gestionar los bienes comunales de los océanos, la diversidad biológica y la atmósfera, pero el tiempo resulta cada vez más escaso.
Las megaciudades actuales, por ejemplo, ya tienen que afrontar peligrosas olas de calor, niveles del mar en aumento, más tormentas extremas, congestiones angustiosas y la contaminación del aire y del agua. Las regiones agrícolas ya necesitan volverse mas resistentes frente a una inestabilidad climática mayor y, cuando una región en una parte del mundo idee una forma mejor de gestionar su transporte, sus necesidades energéticas, su abastecimiento de agua o de alimentos, esos éxitos deben pasar rápidamente a formar parte de la base mundial de conocimientos, lo que permitirá a otras regiones beneficiarse también de ellos rápidamente.
A las universidades corresponde un papel especial en la nueva red de conocimientos de las NN.UU. Hace exactamente 150 años, en 1862, Abraham Lincoln creó, mediante donaciones de terrenos, universidades en los Estados Unidos para ayudar a las comunidades locales a mejorar la agricultura y la calidad de vida gracias a la ciencia. Actualmente, necesitamos universidades en todas las partes del mundo para ayudar a sus sociedades a afrontar los imperativos de la reducción de la pobreza, la energía limpia, el abastecimiento sostenible de alimentos y todo lo demás. Al interconectarse y ofrecer sus planes de estudios en línea, las universidades del mundo pueden llegar a ser aún más eficaces a fin de descubrir y promover soluciones para problemas complejos basadas en la ciencia.
Al sector empresarial del mundo corresponde también un papel importante en el desarrollo sostenible. Ahora bien, el sector empresarial tiene dos caras. Es el depositario de tecnologías sostenibles de vanguardia, investigación e innovación avanzadas, gestión de primera categoría y posiciones destacadas en materia de sostenibilidad medioambiental, pero al mismo tiempo el sector empresarial ejerce presiones enérgicas para desactivar las reglamentaciones medioambientales, reducir al máximo los tipos del impuesto de sociedades y eludir su responsabilidad en la destrucción del medio ambiente. A veces una misma empresa actúa en los dos lados de la divisoria.
Necesitamos urgentemente que las empresas con amplitud de miras se adhieran a la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible. Dichas empresas están en condiciones excepcionales para plasmar las nuevas ideas y tecnologías en proyectos de demostración de fase temprana, con lo que se acelerarán los ciclos mundiales de aprendizaje. Igualmente importante es la necesidad de una masa crítica de dirigentes empresariales respetados que presione a sus homólogos para que cesen el cabildeo y la financiación de campañas antimedioambientales que explican la inacción de los gobiernos.
El desarrollo sostenible es un imperativo generacional, no una tarea a corto plazo. La reinvención de los sistemas energético, alimentario, de transporte y de otras índoles requerirá decenios, no años, pero, aunque dicho imperativo sea a largo plazo, no debe hacernos caer en la inacción. Debemos empezar a reinventar nuestros sistemas productivos ahora, precisamente porque el camino del cambio va a ser tan largo y los peligros medioambientales son ya tan apremiantes.
En la Cumbre de Río+20, celebrada el pasado mes de junio, los gobiernos del mundo acordaron y aprobaron un nuevo conjunto de objetivos sobre el desarrollo sostenible para el período posterior a 2015 a fin de completar el éxito de los objetivos de desarrollo del Milenio en la reducción de la pobreza, del hambre y de la enfermedad. En la época posterior a 2015, la lucha contra la pobreza y la lucha para proteger el medio ambiente irán a la par y se fortalecerán mutuamente. El Secretario General, Ban Ki-moon, ya ha iniciado varios procesos mundiales para contribuir a la fijación de los nuevos objetivos con vistas al período posterior a 2015 de forma abierta, participativa y basada en el conocimiento.
Así, pues, el lanzamiento por el Secretario General de la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible es particularmente oportuna. No sólo adoptará el mundo un nuevo conjunto de objetivos para lograr el desarrollo sostenible, sino que, además, dispondrá de una nueva red de conocimientos técnicos para contribuir a la consecución de dichos objetivos decisivos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

La negación de la economía

Por Howard Davies was Director of the London School of Economics (2003-11), and was the first chairman of the United Kingdom’s principal financial regulatory body, the Financial Services Authority (1997-2003), which he established at the request of the British government. Traducido al español por Leopoldo Gurman (Project Syndicate, 22/08/2012).
En un arrebato exasperado, justo antes de abandonar la presidencia del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet se quejó de que «en tanto responsable de las políticas durante la crisis, los modelos [económicos y financieros] disponibles me resultaron de escasa ayuda. De hecho, diré incluso más: frente a la crisis, nos sentimos abandonados por las herramientas convencionales».
Trichet continuó solicitando inspiración en otras disciplinas –física, ingeniería, psicología y biología– para lograr explicar el fenómeno que había experimentado. Fue un notable pedido de ayuda, y una dura crítica a la profesión económica, ni qué decir de todos los profesores de finanzas con extravagantes remuneraciones en las escuelas de negocios, desde Harvard hasta Hyderabad.
Hasta ahora, la ayuda que provino de los ingenieros y físicos en los que Trichet depositó su fe ha sido escasa, aunque hubo algunas respuestas. Robert May, un eminente experto en cambio climático, arguyó que las técnicas de su disciplina pueden ayudar a explicar los desarrollos en los mercados financieros. Los epidemiólogos han sugerido que el estudio de la manera en que se propagan las enfermedades infecciosas puede esclarecer los inusuales patrones de contagio financiero que hemos presenciado durante los últimos cinco años.
Estos son campos fértiles para estudios futuros, ¿pero qué sucede con las disciplinas centrales de la economía y las finanzas? ¿No pueden mejorar su capacidad para explicar el mundo tal cual es, en vez de como lo suponen en sus modelos estilizados?
George Soros ha financiado generosamente el Institute for New Economic Thinking (INET). El Banco de Inglaterra también ha intentado estimular nuevas ideas. Las actas de una conferencia que organizó en este mismo año se han editado bajo el provocador título de ¿Para qué sirve la economía?
Algunas de las recomendaciones que surgieron de esa conferencia son directas y concretas. Por ejemplo, debería enseñarse más historia económica. Todos tenemos buenos motivos para estar agradecidos porque el Presidente de la Reserva Federal de EE. UU., Ben Bernanke, sea un experto en la Gran Depresión y en los errores de las políticas de aquella época, y no en los aspectos más sutiles de la teoría del equilibrio general dinámico estocástico. Por ello, estaba preparado para adoptar medidas no convencionales cuando surgió la crisis, y logró persuadir a sus colegas.
Muchos participantes en la conferencia coincidieron en que el estudio de la economía debería enmarcarse en un contexto político mayor, acentuando el énfasis en el rol de las instituciones. Los estudiantes también deberían aprender un poco de humildad. Los modelos a los que todavía se ven expuestos tienen cierto valor explicativo, pero con parámetros limitados. Y la dolorosa experiencia indica que los agentes económicos pueden no comportarse como los modelos suponen que lo harán.
Pero aún no resulta claro que incluso estas modestas propuestas sean aceptadas por la mayor parte de los profesionales de la disciplina. La llamada escuela de Chicago ha desarrollado una robusta defensa de su enfoque basado en las expectativas racionales, rechazando la noción de que es necesario un replanteo. El ganador del premio Nobel, Robert Lucas, ha sostenido que la crisis no fue predicha porque la teoría económica predice que esos eventos no pueden predecirse. Así que, todo está bien.
Y existe perturbadora evidencia que indica que las noticias sobre la crisis no han llegado aún a ciertos departamentos de economía. Stephen King, economista jefe del grupo HSBC, comenta que cuando pregunta a los universitarios recién graduados (y HSBC recluta a una gran cantidad de ellos) cuánto tiempo dedican a conferencias y seminarios sobre la crisis financiera, «muchos admitieron que ni siquiera se había hablado del tema». De hecho, según King, «los jóvenes economistas llegan al mundo financiero con poco o ningún conocimiento sobre cómo funciona el sistema financiero».
Estoy seguro de que aprenden rápidamente en HSBC. (En el futuro, quiero creer, también aprenderán rápidamente sobre las normas relacionadas con el lavado de dinero). Pero es deprimente escuchar que muchos departamentos universitarios aún se encuentran en estado de negación. No porque a los alumnos no les interese: dicto un curso en Sciences Po, en París, sobre las consecuencias de la crisis para los mercados financieros, y la demanda es abrumadora.
Sin embargo, no debemos centrar nuestra atención exclusivamente en los economistas. Podría decirse que los elementos más deficientes en el juego de herramientas intelectual convencional son el modelo de valuación de activos de capital y su pariente cercana, la hipótesis del mercado eficiente. Sin embargo, sus protagonistas no perciben ningún problema del cual ocuparse.
Por el contrario, Eugene Fama, de la Universidad de Chicago, ha dicho que sostener que la teoría financiera es culpable es una «fantasía», y postula que los «mercados financieros y las instituciones financieras fueron víctimas y no causantes de la recesión». Y no puede culparse a la hipótesis del mercado eficiente que él defiende, porque «la mayor parte de las inversiones está en manos de administradores con estrategias activas, que descreen de la eficiencia de los mercados».
Esto constituye lo que podríamos llamar una defensa de «irrelevancia»: ¡No es posible responsabilizar a los teóricos financieros porque nadie en el mundo real les presta atención!
Afortunadamente, otros miembros de la profesión sí aspiran a la relevancia, y escarmentado ante los eventos de los últimos cinco años, en los que movimientos de precios que según las predicciones de los modelos deberían ocurrir una vez cada un millón de años se observaron varias veces por semana. Están trabajando duro para entender el por qué y desarrollar nuevos enfoques para medir y controlar el riesgo, que constituye la mayor preocupación actual de muchos bancos.
Puede argumentarse que estos esfuerzos son tan importantes como los cambios específicos y detallados, de los que nos enteramos mucho más. Nuestro enfoque respecto de la normativa en el pasado se basaba en el supuesto de que los mercados financieros podían en gran medida ocuparse de sí mismos, y las instituciones financieras y sus directorios era los indicados para controlar el riesgo y defender a sus empresas.
Estos supuestos sufrieron un duro golpe durante la crisis, lo que causó un giro abrupto en dirección a regulaciones que generan muchas más interferencias. Encontrar una relación nueva y estable entre las autoridades financieras y las empresas privadas dependerá de manera crucial de la adaptación de nuestros modelos intelectuales. Por lo tanto, el Banco de Inglaterra está en lo correcto al lanzar un llamado a las armas. Es aconsejable para los economistas que respondan a él.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

El dictador-diplomático de África

Por Charles Tannock, MEP, is the European Conservatives and Reformists’ Foreign Affairs Coordinator and Rapporteur for the Horn of Africa at the European Parliament (Project Syndicate, 22/08/2012).
La reciente muerte en Bruselas del primer ministro etíope Meles Zenawi finalmente arroja luz sobre su misteriosa desaparición durante dos meses de la vida pública. El gobierno de Etiopía había negado enérgicamente los rumores de un grave problema de salud causado por un cáncer de hígado. Ahora que se pudo comprobar lo peor, Etiopía y el resto de África oriental tendrán que aprender a vivir sin la influencia estabilizadora de su gran dictador-diplomático.
Sin duda, Meles era ambas cosas. Etiopía sufrió una transformación considerable durante su gobierno dictatorial desde 1991, cuando su grupo minoritario de Tigray en el norte del país llegó al poder tras el derrocamiento del odioso régimen del Derg, liderado por Mengistu Haile Mariam (que hoy todavía disfruta de un retiro confortable en la Zimbabwe de Robert Mugabe).
Meles (su nombre de guerra en la revolución) primero se desempeñó como presidente del primer gobierno post-Derg y luego como primer ministro de Etiopía desde 1995 hasta su muerte, y en los últimos años de su gobierno, el país registró un crecimiento anual del PBI del 7,7%. Este sólido desempeño económico es bastante sorprendente, considerando la política intervencionista de su partido, pero Meles demostró ser un pragmático consumado a la hora de atraer inversión -particularmente proveniente de China- para impulsar el crecimiento.
Los propios orígenes políticos de Meles como líder del Frente Popular de Liberación de Tigray eran marxistas-leninistas. Pero, con el fin de la Guerra Fría, también terminó su dogmatismo. A su favor hay que decir que la mortalidad infantil se redujo un 40% durante su gobierno; que la economía de Etiopía se volvió más diversificada, con nuevas industrias como la fabricación de automóviles, bebidas y floricultura, y que se lanzaron importantes proyectos de infraestructura, que incluyen la mayor represa hidroeléctrica de África. Etiopía, un país que en algún momento fue considerado por el mundo como un caso perdido asociado con el hambre y la sequía, se transformó en una de las principales economías de África -y sin el beneficio del oro o del petróleo.
Quizá más importante que los logros domésticos de Meles sea su historial diplomático. Fue un aliado indispensable de Occidente en la lucha contra el terrorismo islamista, que culminó en la operación militar de Etiopía en la vecina Somalia en 2006. Más recientemente, Meles coordinó esfuerzos con Kenia para perpetrar ataques limitados contra la milicia al-Shabaab, que libró una guerra implacable para transformar a Somalia en una teocracia islámica fundamentalista.
Al mismo tiempo, Meles sedujo a China, como inversor y como resguardo contra las críticas de Occidente sobre su historial en materia de derechos humanos. Y, sin embargo, en una actitud polémica y a la vez justa, le extendió una mano de amistad a la región disidente de Somalilandia, antes de que se pusiera de moda, y no recibió el reconocimiento formal que merecía por ese rayo de esperanza democrática en el Cuerno de África. En Hargeisa, Meles será echado de menos, ya que allí planeaba construir un gasoducto con financiación china que atravesaría el territorio de Somalilandia desde Ogaden hasta la costa.
Más importante, Meles puso a Addis Ababa en el mapa como la sede de la Unión Africana, y como una capital donde los peores problemas de África se podían discutir de una manera pragmática, despojada de rencillas coloniales. El propio Meles se convirtió en un importante actor diplomático, particularmente en materia de políticas sobre cambio climático, y más recientemente fue un moderador activo en disputas fronterizas y sobre recursos naturales entre Sudán y Sudán del Sur, recientemente independizado (y rico en petróleo). Se lo recordará por haber aceptado la dolorosa secesión de Eritrea en 1993, en lugar de prolongar la guerra civil, y por sus esfuerzos por alcanzar un acuerdo con Egipto sobre el uso de las aguas del Nilo Azul.
La gran mancha en la trayectoria de Meles siempre será su intolerancia del disenso. Sin duda, su historial de derechos humanos fue mucho mejor que el de Derg. Por ejemplo, permitió que floreciera una prensa privada y en 2000 se convirtió en el primer líder etíope en llevar a cabo elecciones parlamentarias multipartidarias. Es más, en comparación con la vecina Eritrea en el régimen de Isaias Afewerki o Sudán en el gobierno de Omar al-Bashir, su régimen no fue de ninguna manera el peor en materia de abusos en la región. Tampoco existen demasiadas pruebas de un enriquecimiento personal o una corrupción generalizada.
Sin embargo, luego de una elección parlamentaria violenta en 2005, en la que participaron más de 30 partidos, Meles manifestó un desprecio abierto por el pluralismo democrático y la libertad de prensa, y encarceló a varios periodistas en los últimos años. Al mismo tiempo, impuso un control central cada vez más estricto sobre su país, étnica y lingüísticamente diverso.
Si bien en términos nominales el país estaba gobernado por un “federalismo étnico”, donde éste amenazaba con una secesión, como en Oromia o Ogaden, Meles fue rápido a la hora de ignorar el marco constitucional. Aunque fortaleció la libertad religiosa y la convivencia pacífica entre musulmanes y cristianos, la situación de los derechos humanos en Etiopía siguió siendo deficiente. Por ejemplo, grupos como Freedom House y Human Rights Watch documentaron una represión oficial generalizada del pueblo oromo.
Y, aún así, Meles es irreemplazable -nadie lo iguala intelectualmente como líder africano (abandonó sus estudios de medicina para liderar una revolución contra el Derg, pero luego aprendió un inglés impecable y obtuvo títulos de universidades europeas por correspondencia), ni políticamente en su país, donde no se vislumbra un sucesor obvio para remplazarlo. En el Cuerno de África, no existe ningún líder de su estatura que pueda asegurar la estabilidad y la sólida gobernancia que la región tanto necesita.
Hailemariam Desalegn, el ministro de Relaciones Exteriores de Meles, asumirá el gobierno de Etiopía. Pero existirá en Occidente una preocupación considerable ante el peligro de un vacío o lucha de poder en un país geopolíticamente vital pero rebelde -justo cuando se supone que la vecina Somalia está atravesando una transición hacia un nuevo parlamento y un gobierno electo.
Para sus admiradores y críticos por igual, Meles deja atrás un fuerte legado político. Se lo recordará como un líder africano de una importante relevancia histórica: visionario, despótico e indispensable.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Un salvavidas para los fugitivos en barcos de Asia

For Gareth Evans, Australia’s foreign minister for eight years and President Emeritus of the International Crisis Group , is currently Chancellor of the Australian National University and co-chair of the Global Center for the Responsibility to Protect. Traducido del inglés por Carlos Manzano (Project Syndicate, 22/08/2012).
A veces los países no dan con una buena política hasta después de haber agotado todas las demás opciones disponibles. Así ha sido en el caso de la tardía adopción por parte de Australia este mes, después de años de muchas disputas políticas, de un nuevo criterio pragmático, pero no insensible, para abordar el asunto de los buscadores de asilo que llegan por mar.
El meollo del problema –y lo que lo ha convertido en un asunto internacional más que un simple problema interior de Australia– es que los aspirantes a refugiados (principalmente procedentes del Afganistán, del Pakistán, del Iraq, del Irán y de Sri Lanka) han estado muriendo en cantidades espeluznantes. Tan sólo en los tres últimos años, más de 600 hombres, mujeres y niños se han ahogado –y se trata tan sólo los casos documentados– cuando en un viaje largo y peligroso intentaban llegar a las costas australianas con barcos en muchos casos destartalados y conducidos por contrabandistas procedentes del Asia sudoriental.
El número total de llegadas por mar no autorizadas –más de 7.000 al año– sigue siendo menor que el de otros destinos; la cifra anual de dichas llegadas a Europa desde el norte de África es de casi 60.000 y el número total de solicitudes de asilo hechas por los que llegan a Australia por cualquier ruta es sólo una pequeña fracción del número que Europa, los Estados Unidos y el Canadá afrontan todos los años.
Pero las cuestiones morales, jurídicas y diplomáticas que plantea el problema de la migración irregular a Australia son tan complejas –y la política interior es tan tóxica– como en cualquier otro sitio. Por eso, se está observando con particular detenimiento el modo como el Gobierno de Australia aborda esos problemas.
Internacionalmente, Australia tenía desde hacía mucho una fama bien ganada de decencia en materia de refugiados. Aceptó 135.000 refugiados vietnamitas en el decenio en 1970 –un total mucho mayor por habitante que ningún otro país, incluidos los Estados Unidos– y desde entonces ha conservado esa condición como uno de los dos o tres principales países receptores de refugiados en general.
Pero sufrió un gran desprestigio en 2001, cuando el gobierno del entonces Primer Ministro John Howard se negó a permitir que el carguero noruego MV Tampa, que transportaba 438 afganos rescatados de un barco de pesca que tenía problemas entrara en aguas australianas. Como ex ministro de Asuntos Exteriores, establecido entonces en Europa, nunca sentí mayor vergüenza de mi país.
Lamentablemente, los corazones de piedra resultaron ser factores eficaces para la formulación de una política interior. “Hacer dar marcha atrás a los barcos”, la “solución del Pacífico” de la tramitación en los vecinos Nauru y Papua Nueva Guinea y las draconianas condiciones para aquellos a los que se permitía permanecer en el país en espera de la decisión sobre su situación fueron –y son– posiciones muy propias de los partidos conservadores de Australia.
En cambio, se consideró que el desmantelamiento de esas políticas por parte del Partido Laborista después de 2007, por las razones más profundamente humanitarias, ofrecía un aliento tontorrón a los que “se colaban”. Esa –así vista– debilidad es una explicación decisiva de por qué el ex Primer Ministro Kevin Rudd (muy admirado por el G-20 y otros dirigentes mundiales) fue destituido por sus colegas del Partido Laborista y por qué su sucesora, Julia Gillard (cuyo gobierno se ha granjeado una gran admiración por su gestión económica) sigue siendo profundamente impopular.
En vista de la gran abundancia de llegadas en barcos, del temor a que hubiera más ahogados y la conversión de la política nacional en un deporte aún más sangriento de lo habitual, el Gobierno de Australia encontró por fin la forma de salir del círculo vicioso: un informe de una comisión de expertos, entre ellos un ex jefe de la defensa, un jefe del departamento de Asuntos Exteriores y un defensor de los refugiados. La comisión recomendó un nuevo plan totalmente integrado y encaminado a reducir a un tiempo los factores a favor y en contra que impulsan las corrientes de refugiados y su informe permitió al gobierno y a la oposición encontrar algún terreno común por fin.
Los incentivos para que las vías regulares de migración funcionen mejor serán el inmediato aumento de la admisión humanitaria anual por parte de Australia y su duplicación a lo largo de cinco años (hasta 27.000), junto con la del apoyo financiero para la creación de capacidad regional en materia de inmigración. Al mismo tiempo, se disuadirá en particular a los solicitantes de asilo de hacer peligrosas travesía por mar, porque no obtendrán ventaja alguna con ello: serán enviados –al menos mientras se negocien unos mejores acuerdos regionales en el Asia sudoriental– a Nauru o Papua Nueva Guinea a fin de que esperen a su turno allí.
La cooperación regional eficaz –para velar por que la tramitación y el asentamiento o el regreso se hagan con orden y celeridad– será decisiva para el éxito a largo plazo del plan, para lo que es necesario el cumplimiento del marco de cooperación del proceso de Bali, acordado en 2011 por los ministros que representaban a todos los países pertinentes de procedencia, de tránsito y de destino de la región y no sólo de ella, incluidas –por su decisiva importancia– Indonesia y Malasia (los países principales de tránsito de quienes se dirigen a Australia).
Ya sean o no partes en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Estatuto de los Refugiados, esos Estados acordaron cooperar entre sí y con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados en relación con todos los asuntos principales. Procurarán eliminar el tráfico ilícito de personas, ofrecer a los solicitantes de asilo procesos de evaluación y disposiciones coherentes (de los que podrían forma parte centros regionales de tramitación), encontrar soluciones de asentamiento duraderas para quienes reciban el estatuto de refugiados y disponer adecuadamente el regreso a sus países de origen de quienes se compruebe que no necesitan protección.
Los escépticos profesionales de Australia han sostenido que es inconcebible que alguno de nuestros vecinos del Asia sudoriental, incluidas Indonesia y Malasia, se tome la molestia de ayudar a resolver el problema de los refugiados en Australia, aun cuando el Gobierno de ésta corra con la mayor parte de los gastos, pero los ministros del proceso de Bali ya han acordado que se trata de un problema de todos, no sólo de Australia.
Los escépticos pasan por alto también la realidad de que ningún gobierno deseará poner en peligro su reputación internacional –como hizo Australia con el caso del Tampa- mostrándose indiferentes ante el horrible número de muertes en el mar y también olvidan completamente el instinto de humanidad común que prevalece cuando las autoridades reciben, como así ha sido ahora, una estrategia práctica, asequible y moralmente coherente para evitar más tragedias humanas terribles.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

jueves, agosto 23, 2012

México: no hay retorno

Por Federico Reyes Heroles, escritor y comentarista político (El País, 14/08/2012).
Por fin, ¿en qué quedamos? México, ¿evoluciona o involuciona? Hace 12 años el mundo festejaba la salida de la Presidencia del partido que había gobernado más de medio siglo. El PRI fue convertido en referente de corrupción y autoritarismo. Su derrota se montaba en la “nueva ola” de democratización del mundo. Durante la campaña de 2000 el atractivo candidato de la derecha, Vicente Fox, explotó a fondo ese pasado priísta, en parte realidad y en parte mito. Hizo sentir a los mexicanos que tenían que derrumbar su propio muro, sacar al PRI de la casa presidencial, caminar al ritmo del mundo. Sin embargo, en 2012 el PRI regresa. ¿Cómo explicarlo?
La evolución política de México no ha sido espectacular, no ha tenido un evento fundacional, un Pacto de la Moncloa, pero ha sido consistente. Comenzó desde principios de los años sesenta con una fórmula —los diputados del partido— como escalón previo a la representación proporcional. Desde finales de los setenta hasta 2012 ha habido ocho reformas políticas y han existido 26 partidos. Hoy, solo siete sobreviven. Todos los cambios normativos han tenido avances que conducen a nuevos problemas. Al principio el reto principal fue incorporar a la vida legal a los polos: el Partido Comunista y el Sinarquismo. Una parte de la izquierda había optado por la vía violenta. Abrir cauces legales era prioritario. Después se buscó garantizar que los instrumentos de la elección —el padrón electoral, la credencial y los ciudadanos encargados del sitio de votación— dieran garantías plenas de vigilancia y transparencia. Posteriormente se discutió cómo lograr un financiamiento a los partidos equitativo y vigilado. Es estatal para estar ciertos del origen de los recursos.
La elección en México está cimentada en varios pilares. La organizan los ciudadanos, el central. Son ellos los que reciben cursos de capacitación y se levantan temprano el primer domingo de julio, instalan las casillas y administran la jornada electoral. No se les paga un centavo. La instalación de más de 143.000 sitios de votación —en un territorio de casi dos millones de kilómetros cuadrados— es un reto en sí mismo. La orografía no se deja conquistar fácilmente. Otro pilar es la vigilancia cruzada entre los representantes de partidos. Sentados alrededor de una misma mesa, son ellos los que observan todos y cada uno de los pasos de la jornada. De haber irregularidades se delatan mutuamente. Esto con independencia de observadores y medios.
Cada ciudadano posee una credencial de elector con varios candados de seguridad, incluida una fotografía que debe coincidir con la que está frente a los funcionarios de casilla. Los dedos de los electores son marcados con tinta indeleble. La complejidad del proceso es el resultado de la desconfianza. Es muy caro, pero está blindado contra los mayores calibres corruptores. Cada tres años tenemos nuevas normas con más controles. Los temas se suceden, pero no se repiten. En 1994, Ernesto Zedillo, del PRI, ganó la Presidencia con más del 50% de la votación. Pero él mismo declaró que no había imperado la equidad. Se impulsó entonces la autonomía plena del Instituto Federal Electoral y se establecieron mecanismos que dan garantía de equidad en el acceso de los partidos a los medios. Por esa evolución el proceso de 2012 ha sido el mejor de nuestra historia. No es que de pronto hayamos brincado a la democracia, es que llevamos décadas construyéndola. Seguramente la de 2018 será mejor.
Nunca antes habían participado tantos votantes, 50 millones, el 63% del padrón. De 143.000 casillas solo dejaron de instalarse un puñado por problemas de inundaciones. Nunca antes habían participado tantas mujeres como candidatas. Nunca antes habíamos tenido tanta vigilancia entre partidos, más del 99,9%, con tres o más partidos representados. Nunca antes se había monitoreado —tan severamente y de manera independiente— el tratamiento noticioso de los medios a los candidatos durante las campañas. Cientos de observadores internacionales estuvieron presentes, pero ahora la gran mayoría vino a aprender. Alrededor de un millón de ciudadanos estuvieron a cargo de la elección, del conteo y del recuento de más del 50% de los votos solicitado por la izquierda. El resultado no varió un ápice. Y, sin embargo, es la propia izquierda la que lanza la consigna del gran fraude. El errático presidente del PAN se suma al coro. El presidente Calderón recibe al candidato vencedor. La prensa internacional habla del retorno de los dinosaurios. Mientras tanto, en silencio, el Tribunal Electoral examina las impugnaciones que ya se desmoronan ante la opinión pública: tres votos más aquí para zutano, dos para mengano. No hay lógica. Las causales de anulación son muy claras, ninguna procede.
El retorno del autoritarismo es imposible. De las 32 entidades federales solo nueve no han tenido alternancia: gobernaba y gobierna el PRI. En el orden municipal la alternancia se eleva a alrededor del 80%. Llegó para quedarse. Hay alternancia de primera, segunda, tercera y cuarta generación en todos sentidos. La Presidencia estuvo en manos de la derecha (PAN) 12 años. Pero López Obrador no ha logrado conquistarla. Hace seis años perdió por el 0,56% y ahora por el 6,6%. AMLO perdió en 24 entidades, con el 70% de votos por otras opciones. ¿Por qué? Quizá no ha sabido leer al nuevo México de jóvenes pos-TLC que, en su mayoría, se definen como de centro derecha. Tampoco a los padres de familia de los 650.000 nuevos hogares que se establecen cada año, muchos con hipotecas de su primera vivienda que no quieren un cambio radical. Los mexicanos no somos tan revolucionarios como decimos ser.
Perdió AMLO, no la izquierda. Esa fuerza habrá gobernado la capital por más de 20 años. Gobernará dos nuevas entidades, Tabasco y Morelos. Será la segunda fuerza en la Cámara Baja. AMLO obtuvo 15 millones de votos. Pero no ganó. La mayor contradicción es impugnar la elección presidencial y no el resto, diputados y senadores. ¿Solo se le sobornó para una pista? La compra de cinco millones de votos, en sus cifras, supondría un gasto aproximado de 670 millones de dólares. Clinton gastó en su primera campaña 60. ¿Cómo conseguirlos y gastarlos sin dejar huella? Puede haber habido irregularidades, por supuesto, en un universo de 80 millones de potenciales votantes y con zonas en terrible aislamiento, es imposible garantizar una elección sin mácula. ¿Fraude? Imposible.
Lo grave del caso es que la izquierda dividida se ha apoyado en la ralea de la vida política. El sindicato de la extinta compañía de luz, monumento a la corrupción, los macheteros de Atenco, emblema de la violencia, y un pequeño grupo de campesinos, extorsionadores profesionales, son sus aliados en la causa. Son ellos los que se han apoderado de un movimiento estudiantil de origen espontáneo y fresco —#YOSOY132— que hoy es dirigido hacia la confrontación y la ilegalidad: impedir la instalación del Congreso y la toma de posesión del futuro presidente. Más grave aún es que la nueva izquierda democrática, encabezada por Marcelo Ebrard y Miguel Ángel Mancera —nuevo jefe de Gobierno—, y gobernadores como Graco Ramírez, militante de viejo de la izquierda, y Arturo Núñez, podrían ser enterrados por el caudillismo de López Obrador.
Incapaz de reconocer su derrota —pero, peor, tampoco sus victorias— AMLO puede herir a la nueva izquierda, que tanta falta le hace a México, con el único afán de seguir en los reflectores. Esa es la tragedia. Peña Nieto será el próximo presidente. La evolución política del país continuará. Ya se habla de otra reforma. No habrá una fecha definitiva, un antes y un después, un muro derribado. En esa evolución el PRI ocupa un espacio importante. Quizá sus gobiernos no eran tan malos como dice la mitología. Pero no hay retorno al autoritarismo. En 2012 no vivimos un problema de las instituciones democráticas, sino de madurez de los actores políticos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

La crisis de opulencia de China

Por Mark Leonard, cofundador y director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores y autor de What does China Think? © Reuters 2012. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (el País, 12/08/2012).
Durante la mayor parte de los últimos 30 años, a los dirigentes chinos les quitaba el sueño la pobreza de su país. Sin embargo, ahora que se aproxima la transición de poder que se lleva a cabo cada 10 años y que se producirá este otoño, lo que está provocando insomnio no es la pobreza, sino la opulencia de China.
En 1979, Deng Xiaoping declaró que el objetivo de la modernización de China era crear una sociedad xiaokang(moderadamente acomodada), cuyos ciudadanos estuvieran lo bastante desahogados como para poder mirar más allá de la lucha diaria por la subsistencia. Desde hace más de un decenio, el pueblo chino vive su versión de este concepto que parecía utópico.
En un viaje reciente a la próspera provincia de Guandong, en el delta del río Perla, me llamaron la atención la sofisticación y la riqueza de la vida urbana en China, pero también la fragilidad del pacto social sobre el que se sostiene. El crecimiento económico del país sufrió una “desaceleración” y cayó al 7,6% en el segundo trimestre (el peor desde 2009, año en el que 20 millones de chinos perdieron el empleo por culpa de la crisis financiera mundial). Hace unos días, el primer ministro, Wen Jiabao, advertía de que les aguardan tiempos difíciles en la economía.
En Guangdong —donde hay constantes protestas de los trabajadores inmigrantes y una nueva clase se esfuerza por proteger sus ventajas ante la crisis económica—, el régimen se enfrenta a una situación especialmente difícil. Tras la experiencia de la plaza de Tiananmen en 1989, las autoridades chinas son muy conscientes de que los disturbios sociales y las revoluciones tienen más probabilidades de surgir como consecuencia de las ambiciones frustradas de quienes aspiran a más que por las quejas de los más pobres.
Ahora que China nada en la abundancia, algunos de sus intelectuales han empezado a acudir a una fuente inesperada para tratar de comprender sus problemas. El libro de J. K. Galbraith La sociedad opulenta es un análisis crítico de la manía por el crecimiento del PIB en Estados Unidos en 1958. En su día causó polémica, al afirmar que la obsesión por el volumen de bienes que se producían iba a tener que dejar paso a una pregunta más amplia: la calidad de vida que hacía posible. En la introducción alega que, mientras que los pobres tienen una idea clara de cuáles son sus problemas y cuáles las soluciones, los ricos tienen “una tendencia comprobada a ponerse al servicio de intereses equivocados y a hacer el ridículo en general”. Y lo que ocurre con los individuos, dice Galbraith, ocurre también con los países.
China ha pasado de ser uno de los países más igualitarios del mundo a tener una brecha entre ricos y pobres mayor que la de Estados Unidos. Destacados pensadores de izquierdas como Wang Shaoguang y Lu Zhoulai aseguran que a Galbraith le sería fácil reconocer los síntomas de su sociedad opulenta en la China actual.
En primer lugar, las autoridades llevan una generación obsesionadas por el crecimiento económico, a expensas de todo lo demás.
Segundo, las desigualdades se han disparado desde que la China socialista destruyó el “cuenco de arroz de hierro” de la protección social.
Tercero, la explosión de un consumo privado de lo más llamativo se ha producido a costa de la inversión en bienes públicos como las pensiones, una sanidad asequible y una enseñanza pública.
Y cuarto, el gasto en un desarrollo excesivo y en proyectos hechos para aparentar ha crecido, en detrimento de las necesarias inversiones en bienestar social.
Las exportaciones baratas de China han sido posibles gracias a la enorme reserva de mano de obra inmigrante, garantizada por el sistema de hokou, que ata a los campesinos a la tierra y les despoja de todos los derechos sociales si se marchan en busca de trabajo. El resultado es que un núcleo urbano como Guangzhou (la antigua Cantón), el mayor de Guangdong, se parece hoy a Arabia Saudí: tiene un PIB per capita equivalente al de un país de rentas medias, pero los especialistas calculan que solo son habitantes oficiales tres millones de los 15 que trabajan a diario en la ciudad. Los demás no tienen ningún derecho a vivienda, educación ni sanidad, y viven con salarios de subsistencia. En Arabia Saudí, los inmigrantes que proporcionan la mano de obra barata van atraídos por la riqueza del petróleo; pero en Guangdong, los trabajadores son al mismo tiempo la fuente y la consecuencia de la riqueza.
La falta de protección para la mayoría de los trabajadores consolida el otro pilar sobre el que se sostiene el crecimiento de China: el capital barato para las inversiones en infraestructuras. Si el Estado no garantiza las pensiones, la sanidad ni la educación, los ciudadanos ahorran casi la mitad de sus ingresos como salvaguarda contra desgracias personales.
Pero los bancos de propiedad estatal les ofrecen unos tipos de interés muy bajos, artificiales, y eso hace que haya enormes cantidades de capital barato a disposición de los empresarios para que hagan inversiones especulativas, que han inflado el PIB y han llenado el paisaje chino de monstruosos proyectos inútiles como edificios municipales palaciegos, fábricas paralizadas y hoteles vacíos.
Guanzhou no es la única ciudad en la que bulle el malestar social, aunque el alto grado de desarrollo de la región hace que las desigualdades sean más visibles. El ansia china de crecimiento y riqueza ha creado una economía de burbuja y ha atrapado a millones de personas en la pobreza.
El número de “incidentes de masas” registrados por el Gobierno (cualquier manifestación violenta en la que participen más de 500 personas) pasó de 8.700 en 1993 a 87.000 en 2005 y 180.000 en 2011, según varios estudios oficiales.
En los últimos años existe un debate en China sobre cómo escapar de la trampa de su opulencia. Por un lado, en la nueva izquierda, muchos piden que se recurra a métodos para estimular la demanda interior con el fin de eliminar las causas del malestar social. Las primeras cosas que proponen son aumentar los salarios, acabar con los subsidios artificiales a las exportaciones, proporcionar acceso a los servicios sociales, reformar el sistema de hukou y poner fin a la “represión financiera” de unos tipos de interés artificialmente bajos.
Aumentar los salarios y permitir poco a poco que se revalorice el renminbi ya es difícil, pero acabar con la represión financiera de los tipos de interés demasiado bajos es un ataque directo a los intereses más poderosos de China.
Además, esas medidas serán un obstáculo para el crecimiento. Por eso, numerosos observadores de la derecha buscan una manera de que la riqueza de China sea más aceptable. Quieren privatizar las empresas estatales, estimular a las empresas para que incrementen su valor y desarrollar políticas que den legitimidad a las desigualdades que, en su opinión, son esenciales para el progreso.
Muchos aplauden lo que el profesor chino Xiao Bin ha llamado el modelo Guangdong de autoritarismo flexible, que da más voz a las preocupaciones de los ciudadanos en Internet y permite que la sociedad civil y las ONG expresen sus preocupaciones. Hace unas semanas —después de unos disturbios especialmente violentos en la ciudad de Shifang, en la provincia de Sichuán—, varios miembros destacados del entorno del presidente Hu Jintao animaron a los mandos intermedios a “escuchar con atención a las masas” e intentar encontrar formas de mediar y resolver las disputas en vez de recurrir a la fuerza bruta.
Pero lo que preocupa a Wang es que, sin un intento exhaustivo de abordar las causas del malestar, cada problema vaya a peor. “Los consejos de Galbraith no obtuvieron ningún resultado en América”, escribió en un ensayo el año pasado, “así que la China socialista debería ir mejor”.
Como vemos, la crisis financiera no marcó solo la muerte del consenso de Washington. Puso también en marcha una crisis del modelo chino de desarrollo. Las regiones más prósperas, como Guangdong, se sumergieron de inmediato en el caos, en cuanto la demanda de productos chinos en Occidente se desmoronó. A ello hubo que añadir una sensación cada vez mayor de que las bases tradicionales del crecimiento estaban erosionándose, en la medida en que los costes laborales, el precio de la tierra y los tipos de interés aumentaban.
China creó un inmenso paquete de medidas de estímulo que produjo resultados inmediatos pero agudizó los desequilibrios a largo plazo. Hoy, los intelectuales afirman que la sociedad de Deng Xiaokang ha alcanzado sus límites naturales, como lo prueban los inmigrantes que salen a manifestarse en números nunca vistos y los representantes de la Administración que airean en público sus discrepancias políticas.
Si sus predecesores tuvieron que lidiar con los problemas de la pobreza y el legado del socialismo, la nueva generación de líderes chinos que llegará al poder en otoño tendrá que lograr escapar de la trampa de un mercado que produce –en palabras de Galbraith— opulencia privada y miseria pública.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona