domingo, diciembre 14, 2008

Europa tras el ‘ciclón Sarkozy’

Por Mateo Madridejos, periodista e historiador (EL PERIÓDICO, 13/12/08):

El presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, no tuvo un camino de rosas en su semestre como líder de la Unión Europea (UE), pues su mandato comenzó con el inesperado desafío de los irlandeses, que el 12 de junio habían votado contra el tratado de Lisboa, y concluye en medio de las disputas sobre las recetas financieras, el cambio apresurado de las alianzas tradicionales –de Berlín a Londres– y las turbulencias de la pavorosa crisis económica. La locomotora franco-alemana, que debía tirar del tren comunitario hacia metas más ambiciosas, está en vía muerta en este periodo de controversia e incertidumbre.

La vieja aspiración francesa de un Gobierno europeo capaz de contrarrestar los rigores antiinflacionistas del Banco Central Europeo, imbuido de espíritu alemán, se está apolillando en algún arcón del Elíseo. Con su voluntarismo desenfrenado y sus hechuras napoleónicas, Sarkozy soliviantó a la cancillera alemana, Angela Merkel, más serena y previsible, que se sintió incómoda y no compartió las prisas ni las iniciativas extemporáneas. Los alemanes no ocultaron su desdén por el estilo improvisado y populista de Sarkozy, hasta el punto de que el circunspecto Frankfurter Allgemeine Zeitung lo consideró “un bombero ejemplar, pero no un arquitecto”.

Con la guerra relámpago de Georgia, Sarkozy liquidó en solo tres días todos los usos de la UE, tan paciente y laboriosamente construidos, al negociar en solitario y sin mandato un acuerdo con Moscú. En Berlín rechinaron todos los engranajes de la añeja doctrina de la Drag nach Osten (Marcha hacia el Este), ahora revitalizada en medio del barullo y el resquemor que originan la utilización de los hidrocarburos rusos como una pieza clave para el suministro energé- tico y la nueva arquitectura de la seguridad europea.

Si un ministro francés describió a Estados Unidos como la “hiperpotencia”, los norteamericanos devolvieron el cumplido considerando a Sarkozy un “hiperpresidente” que lo mismo halaga los oídos de los senadores de Washington, al radicalizar el discurso contra Irán o acabar con la herejía francesa en el seno de la OTAN, que se declara en sintonía con el presidente Bush para arrancar a este, también en nombre de Europa, la convocatoria de una cumbre del G-20 ampliado para disparar la primera salva contra la recesión, pero que resultó ser un modesto petardo en forma de un extraño comunicado encomiástico de las instituciones responsables del naufragio.

EN MEDIO de la borrasca financiera, la confusión ha sido total. El globalizador se convirtió al más rancio nacionalismo. Tras haber exaltado en su campaña electoral los valores del trabajo, el mérito y el riesgo, con acentos inequívocamente neoliberales, Sarkozy entonó un réquiem anticipado por el capitalismo sin freno, asimilado por la izquierda francesa con el “anglosajón”. Luego denigró “la dictadura del mercado” y creó un fondo de inversión para proteger a las empresas de los depredadores extranjeros. Pierre Moscovici aseguró con sorna que “Sarkozy no es un socialista”, después de que éste se preguntara: “¿Me he convertido en socialista?”, y respondiera ambigua y retóricamente: “Quizá”.

Cuando se hizo evidente que no podía contar con Merkel, el presidente se volvió hacia Londres, sin apartarse de la tradición intervencionista y sin recapacitar en la contradicción de concordar el futuro de Europa con un euroescéptico como Gordon Brown, adepto del librecambio y americanófilo reputado, que disuadió a Tony Blair de ingresar en la eurozona. El último episodio de la guerrilla diplomática fue la reunión de Sarkozy con Brown y el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, en la capital británica para preparar la cumbre de Bruselas, una afrenta desdeñada por Berlín.

Sarkozy pasó por la presidencia como un ciclón e hizo avanzar la causa de una Europa unida, aunque despertó temores de empresas inciertas o frágiles cimientos sacudidos por una estrategia aventurada. Los socios reaccionaron en orden disperso ante los embates de la crisis, mediante recetas nacionales, más la acción del presidente de turno, guiada por el pragmatismo, ofreció un anticipo de lo que Europa puede hacer y representar si progresa hacia la integración. “Mucha acción y poca sustancia”, resumió un diario alemán, quizá ofuscado ante una ejecutoria que marcará un hito en los anales del europeísmo.

EN UN NIVEL sin precedentes, la UE estuvo en primera línea, forzada en su coherencia y sus contradicciones por un presidente eurófilo, volcánico, obsesionado por el telediario de las ocho de la tarde y paradójicamente nacionalista. Sarkozy agitó los protocolos, ya que no las conciencias, desde que convocó una cumbre de la zona euro en París (12 de octubre), a la que por primera vez se agregó Brown. “Jamás Europa fue gobernada con tanta fuerza”, exclamó el luxemburgués Jean-Claude Juncker.

Los problemas estructurales quedaron preteridos por la urgencia financiera, desde el tratado de Lisboa, con su precaria arquitectura institucional, a la conveniente pero por ahora inviable incorporación británica a la eurozona. Los daños en la alianza franco-alemana, sin embargo, ensombrecen la perspectiva ahora que Europa queda en manos de los euroescépticos checos desde el 1 de enero y Alemania sigue paralizada por la precampaña electoral. Y resulta arduo adivinar los efectos a largo plazo del huracán con el ojo en París.

Fuente: Bitácora AlmendrónTribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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