En nuestro día a día, solemos hacer suposiciones sobre nuestra propia naturaleza, y una de ellas es la extendida idea de que vemos con los ojos.
Aunque pueda parecer algo totalmente lógico, este concepto no es cierto. Está claro que sin los ojos, el proceso de la visión sería imposible de realizar, pero si realmente logramos reconocer lo que vemos (lo percibimos), es gracias al procesado que se realiza de esta información. Y esto se hace en el cerebro.
Si observamos la fisiología del globo ocular, veremos que simplemente es un conjunto de células fotorreceptoras (entre otras partes, por supuesto), que en función de la cantidad de luz recibida, enviará unos impulsos eléctricos u otros.
Pero si analizamos esto, nos daremos cuenta de que los ojos no dejan de actuar como simples receptores. Porque cada una de sus células responderán de la misma forma a una estímulo determinado. No importa si la imagen que estimula un cierto fotorreceptor proviene de una fotografía o de la cara real de un amigo, los receptores no lo entenderán.
Será cuando recibamos toda la información en el centro de visión del cerebro cuando realmente seremos conscientes de que lo que estamos viendo es una imagen fija o una persona.
Pongamos otro ejemplo: a todos nos ha pasado alguna vez que nos hemos quedado pensando en las musarañas. Durante ese breve instante de tiempo, quizás un amigo nos ha estado haciendo gestos con las manos delante de nuestra propia cara, pero no los hemos visto. No ha sido hasta que hemos “vuelto a la realidad”, que no hemos percibido lo que teníamos delante.
Si ya lo dicen, ver para creer…
Fuente: Genciencia
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