Por Abraham B. Yehoshua, escritor israelí, inspirador del movimiento Paz Ahora. Traducción: Sonia de Pedro (LA VANGUARDIA, 06/12/08):
Hace semanas, diecisiete escritores mandamos al primer ministro saliente, Ehud Olmert, una carta con motivo del asunto del soldado Guilad Shalit, que lleva más de dos años prisionero de Hamas en la franja de Gaza, y de las frustradas negociaciones para liberarlo. No negábamos los esfuerzos del Gobierno para lograr su liberación, pero nos preocupaba que la negociación estuviera estancada debido a que Hamas pide a cambio que se liberen 1.500 presos e Israel sólo está dispuesto a liberar a 450. No obstante, el debate acerca del precio que se debe pagar por un soldado secuestrado no es sólo una cuestión de cantidad sino también de principios, y a esos principios me quiero referir en este artículo.
Desde que los judíos volvieron a asentarse en la tierra de Israel tuvieron claro que siempre serían una minoría en la región frente a sus vecinos y enemigos árabes, y eso aunque se produjera una emigración masiva al nuevo Estado judío.
Por tanto, con cada secuestro de un ciudadano israelí, vendría a cambio del otro lado una exigencia de liberación de un gran número de presos, y como el principio de rescatar a los cautivos fue un principio sagrado para los judíos en la época de la diáspora y lo sigue siendo en el Estado de Israel, era algo asumido que los árabes se aprovecharían de ello para pedir una liberación masiva de sus presos.
Lo cierto es que en todas las guerras entre Israel y sus vecinos - en 1948, 1956, 1967 y 1973-, cuando cayeron soldados israelíes en manos de Jordania, Siria y Egipto, Israel no dudó, una vez conseguido el alto el fuego, en canjear un gran número de árabes a cambio de un puñado de israelíes.
En cambio, este principio tan claro cambió en el momento en que se trató de organizaciones palestinas, pues para Israel no era un asunto de presos de guerra sino de terroristas. Por consiguiente, el Estado israelí ha intentado en la medida de lo posible evitar acuerdos de canje de presos palestinos, movido por el miedo a que, si los terroristas palestinos eran liberados con facilidad, eso animaría a otros palestinos a recurrir al terrorismo, ya que entenderían que si los detenían y encarcelaban tras un atentado serían canjeados rápidamente por algún israelí secuestrado.
Pruebas de la rotundidad de Israel en estos casos son el secuestro de los deportistas israelíes en los Juegos Olímpicos de Munich de 1972, donde Alemania por orden de Israel intentó liberarlos y acabó todo en una matanza; y la operación Entebbe de 1976, cuando un comando israelí viajó a Uganda para liberar a los pasajeros de un avión de Air France secuestrado por terroristas.
Sin embargo, desde entonces a Israel no le ha quedado más remedio que acordar de vez en cuando canjes entre prisioneros palestinos y soldados israelíes secuestrados. Así conviene recordar el importante acuerdo al que se llegó tras la guerra de Líbano en 1982 con una organización palestina radical y por el que se canjearon cientos de palestinos a cambio de un puñado de soldados israelíes.
En estos acuerdos Israel ha intentado distinguir entre presos con “sangre en las manos”, es decir, que han asesinado, y aquellos que sólo han colaborado. Y eso ha supuesto largas y difíciles negociaciones, tal como está ocurriendo ahora en el caso del soldado israelí secuestrado por Hamas. De ahí, que un grupo de escritores escribiera al primer ministro dimisionario para proponerle que cambiara de estrategia y no considerara a Hamas una organización terrorista, sino que viera en Gaza un Estado enemigo, del mismo modo que lo fueron en su momento Egipto y Jordania o lo es ahora Siria. La franja de Gaza es un territorio donde hay un gobierno con un ejército propio, y hace falta combatirlo igual que cuando un Estado árabe nos ha declarado la guerra.
A veces se tiene la sensación de que cuando a algo o a alguien se le aplica el adjetivo de terrorista se lo considera mucho más peligroso, pero no es así. La Alemania nazi no era un Estado terrorista. Sus combatientes eran soldados uniformados y cometieron actos atroces bajo el mando de un gobierno elegido en las urnas. Sin duda no era un Estado terrorista, pero sí un Estado enemigo muy peligroso con el que había que acabar. Irán también es un Estado enemigo, no terrorista, pero no por ello hay que defenderse menos de sus amenazas contra Israel.
Por tanto, si un soldado israelí es secuestrado por Hamas en Gaza ha de ser considerado un prisionero de guerra y se han de aplicar las mismas reglas que se aplicaron en su momento en las contiendas con otros estados árabes. No hay necesidad de distinguir entre presos con o sin delitos de sangre. Un miembro de Hamas que dispara cohetes contra la ciudad israelí de Sderot tiene tanta sangre en las manos como un terrorista que pone una bomba en un café de Jerusalén.
En la carta que le mandamos al primer ministro saliente tratábamos de hacerle más fácil la toma de decisiones a la hora de negociar la liberación de un joven soldado que se está pudriendo en una cárcel de Gaza, en unas durísimas condiciones. Y si finalmente no lo soporta, quizás acabemos canjeando a 400 presos palestinos no a cambio de un soldado vivo, sino muerto, tal como ha ocurrido ya con israelíes secuestrados por Hizbulah en Líbano.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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