sábado, abril 10, 2010

El futuro de las Humanidades

Por Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (EL PAÍS, 04/04/10):

Hace medio siglo C. P. Snow, físico y novelista británico, pronunció una conferencia sobre Las dos culturas y la revolución científica, que produjo un gran revuelo. Distinguía en ella entre dos culturas, la de los científicos y la de los intelectuales, que venían a coincidir con dos ámbitos del saber: Ciencias y Humanidades. A juicio del conferenciante, los intelectuales gozaban de un mayor aprecio por parte del público y, sin embargo, eran unos luditas irresponsables, incapaces de apreciar la revolución industrial por no preocuparles la causa de los pobres.

Hoy las cosas han cambiado radicalmente. Jerome Kagan, emérito de la Universidad de Harvard, vuelve al tema en The Three Cultures y, amén de añadir la cultura de las Ciencias Sociales, diagnostica el declive de las Humanidades. Naturalmente, cabría discutir todo esto, porque es discutible, pero hay al menos dos afirmaciones que urge abordar: ¿es verdad que las Humanidades están en decadencia?, ¿es verdad que quienes las tienen por oficio son incapaces de interesarse por la causa de los menos aventajados y de apreciar el progreso científico? La respuesta no puede ser en ambos casos sino “sí y no”.

En lo que hace a las razones del sí, serían al menos tres.

Por una parte, el harakiri practicado por sedicentes humanistas, empeñados en asegurar que cualquier ciudadano corriente puede ser historiador, filólogo, filósofo o crítico literario sin tener que pasar por un aprendizaje ad hoc, cuando lo cierto es que estos saberes cuentan con vocabularios específicos, con métodos propios de investigación, con un bagaje de tradiciones históricamente surgidas que es preciso conocer para dar mejores soluciones a los problemas actuales.

Una segunda razón para creer en el declive de las Humanidades procede del afán imperialista de algunos científicos, incapaces de asumir que hay formas de saber complementarias, empeñados en explicar la vida toda desde la comprobación empírica, sea desde la economía o desde las neurociencias. Los buenos científicos saben que sus explicaciones y predicciones tienen un límite, y que las interpretaciones son harina de otro costal, no digamos ya las orientaciones sobre cómo se debería obrar. Pero los otros prometen lo que no pueden dar y no dudan en instrumentalizar a su servicio el aprecio que ha conquistado la buena ciencia.

Y, por último: las Humanidades -se dice- contribuyen muy poco a la economía de un país. De donde se sigue que invertir en ellas no parezca ser rentable, sea en docencia o en investigación, que el I+D+i parezca ser cosa de ciencias y tecnologías. Si a ello se añade la dificultad de comprobar la calidad de la producción humanística, el futuro de las Humanidades se ennegrece. Y, sin embargo, esto es radicalmente falso, y aquí empiezan las razones del “no”. A cuento de la crisis económica distintos foros se han preguntado qué hacer y una de las medidas en las que hay un amplio acuerdo es la necesidad de incrementar la productividad formando buenos profesionales, cuidando los recursos humanos, de los que siempre se ha dicho -aunque no sé si alguien se lo cree- que forman el más importante capital de un país. ¿Qué tipo de profesionales podrían ayudarnos a salir del desastre?

Podrían ayudarnos los auténticos profesionales, que son buenos conocedores de las técnicas, pero no se reducen al “hombre masa” del que hablaba Ortega, sino que tienen sentido de la historia, los valores, las metas; son ciudadanos implicados en la marcha de su sociedad, preocupados por comprender lo que nos pasa y por diseñar el futuro, marcando el rumbo de la evolución. A su formación pertenece de forma intrínseca ser ciudadanos preocupados por el presente y anticipadores del futuro: no es un “algo más” que se añade a su capacidad técnica, sino parte de su ser. Pero para formar a ese tipo de gentes será preciso cultivar la cultura humanista, que sabe de narrativa y tradiciones, de patrimonio y lenguaje, de metas y no sólo medios, de valores y aspiración a cierta unidad del saber. De esa intersubjetividad humana, de ese ser sujetos que componen conjuntamente su vida compartida.

Por si faltara poco, se van estrechando los lazos entre humanistas y científicos, practicando una auténtica transferencia del conocimiento, que no es sólo cosa de patentes. En comisiones, proyectos de investigación y publicaciones aumenta el trabajo interdisciplinar, porque los problemas desbordan las respuestas de una sola especialidad. Y en ese trabajo conjunto un tema estrella es, y todavía tiene que ser más, la causa de los pobres. Bueno sería que las universidades hibridaran su profesorado y especialistas de distintas culturas impartieran las clases de cada grado para lograr una formación integral.

De todo ello resulta que la necesidad de las Humanidades no decae, sino que aumenta, y no sólo porque nos ayudan a vivir nuestra común humanidad con un sentido más pleno, sino porque incrementan esa soñada productividad que tiene su peso en euros. Ojalá las Jornadas sobre las Humanidades en España y en Europa, que se celebran a cuento de la convergencia europea, sean un impulso en este sentido.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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