miércoles, abril 28, 2010

Una puñalada inglesa a la República

Por Ángel Viñas. Ha dirigido y co-escrito Al servicio de la República. Diplomáticos y guerra civil (EL PAÍS, 15/04/10):

En medio de los aniversarios de la proclamación de la II República y del final de la guerra civil merece la pena aportar algún significativo dato nuevo. Franco derrotó a la República gracias a la sustancial y continuada ayuda nazi-fascista. También tuvo de su lado el comportamiento de las democracias. Tradicionalmente se ha encuadrado bajo la no intervención. En realidad, en Inglaterra sobre todo, se intervino contra la República. Uno de los ejemplos más notables de tal hostilidad ha quedado oculto hasta ahora en la oscuridad de los archivos.

Como toda buena puñalada que se precie, la inglesa coincidió con un momento de suma gravedad: la crisis militar y política que llevó al cambio de Gobierno en abril de 1938, cuando Prieto salió del Ministerio de Defensa Nacional y Negrín asumió sus responsabilidades. Ríos de tinta se han vertido sobre las implicaciones.

Fue entonces cuando se produjo una maniobra secreta que ilustra hacia dónde apuntaban los tiros en Londres. Un banco inglés, el British Overseas Bank (BOB), suspendió de golpe las transferencias de divisas que alimentaban la diplomacia y la política exterior republicanas. De la noche a la mañana, embajadas, legaciones, consulados generales y consulados dejaron de percibir los fondos que enviaba el Banco de España desde Barcelona.

Sin dinero no es posible funcionar. No se cobraron sueldos. No se pagaron alquileres. Los saldos de las cuentas bancarias en el extranjero se agotaron. Los alaridos fueron generales, de Argentina a Suecia, de Filipinas a Moscú. Las finanzas son el nervio de la guerra. La parálisis que indujo el BOB pudo ser mortal. El daño que causó, incalculable. El golpe a la moral, mayúsculo.

Para explicar la puñalada hay que remontarse a 1912. Desde esta fecha un banco, Frederik Huth & Co., aseguraba la tesorería exterior española. Antes había realizado esporádicamente operaciones confidenciales por cuenta del Ministerio de Estado. No en vano había sido, desde la Guerra de la Independencia, uno de los banqueros de la Casa Real en Londres. En marzo de 1936 lo absorbió el BOB, con el personal especializado que trabajaba a las órdenes de un caballero llamado Louis Ernest Meinertzhagen, pariente lejanísimo de Huth. El amable lector tendrá dificultades en encontrar su nombre en los millares de títulos escritos sobre la guerra civil. Lo que entonces fue una operación secreta permaneció como tal durante más de 70 años.

En abril de 1938 Meinertzhagen intentó asestar un golpe letal a la diplomacia y a la resistencia republicanas. Lo hizo con frialdad y desprecio, profesionalismo y alevosía total. El día 4 anunció por telegrama que con efectos inmediatos suspendía las transferencias de fondos.

El BOB había trabado discretos contactos con el Banco de España franquista, en Burgos. Al republicano le dijo que seguía los consejos de sus abogados, inquietos por la dualidad de “legitimidades” entre los dos bancos españoles. La cuestión ya se había planteado en el otoño de 1936 y los sublevados habían sufrido un duro revés. Año y pico más tarde, el BOB la resucitó, aunque la batalla judicial no se resolvió ante los tribunales en lo que quedaba de guerra. Sobre los motivos del BOB cabe especular sólo dentro de ciertos límites.

Meinertzhagen y el BOB podrían haber actuado de por sí. Podrían haber hecho caso al banco Kleinwort and Sons, detrás del cual se movía Juan March. Existe incluso una tercera posibilidad. En aquella época la Embajada en Londres negociaba a cara de perro con un conjunto de bancos sobre cómo resolver ciertas cuestiones financieras provocadas por la guerra. La Cámara de Comercio, el Tesoro y el Banco de Inglaterra las seguían atentamente. Uno de los adversarios más destacados de la República era otro banquero, antiguo socio de Meinertzhagen en Huth & Co. La idea de la puñalada podría haber emanado de él, o haber sido consecuencia de las negociaciones.

Son elucubraciones muy poco realistas. Pongamos un ejemplo a guisa de comparación. Un banco londinense, cuando se trató de abrir una cuenta a nombre del Gobierno vasco, se apresuró a confirmar con el Foreign Office si ello estaba en línea con la política gubernamental. La respuesta fue que no era necesaria una autorización. Por lo que se refiere a una eventual maniobra en conexión con las negociaciones cabe descartar al Banco de Inglaterra y, con toda probabilidad, a los dos ministerios mencionados. No cabe descartar, por el contrario, a otros sectores de la Administración, incluidos los servicios especiales que operaban en España y cuyos archivos continúan cerrados a cal y canto.

Si Meinertzhagen hubiese reaccionado ante una sugerencia externa de tipo más o menos oficial u oficioso, estaríamos ante un caso que ilustraría hasta qué punto llegaba la hostilidad a la República en Londres, ya fuese entre ciertas autoridades o en algunos sectores de la City. Documentar tal conjetura no es fácil. Cuando les parecía necesario, las autoridades británicas aplicaban a los operadores bancarios un tipo de comportamiento perfectamente definido, pero que raras veces sale a la luz en los libros de historia: la llamada “acción voluntaria”. Se “aconsejaba” una determinada actuación y los bancos la aceptaban atemperando su conducta a los mejores intereses del Gobierno de Su Majestad.

El amable lector se preguntará cómo evadió la República las consecuencias de la puñalada. La respuesta es que, a pesar de todos los esfuerzos realizados, tuvo un coste elevado. Muchos diplomáticos no recibieron sueldos durante meses. Las embajadas y consulados se instalaron en la precariedad. Las deserciones y los desplomes de moral aumentaron. La rapidísima actuación de las autoridades republicanas es, sin embargo, ilustrativa. Justifica, a mi entender, el análisis detallado de lo que a todas luces fue una operación extremadamente meditada y conducida con maestría. Confrontados con un desplome del crucial frente exterior, Negrín y el Banco de España no tuvieron otra alternativa que recurrir a los buenos oficios del aparato bancario soviético asentado en Occidente. No podía ser una solución óptima, ya que los rusos no conocían bien la base financiera de la diplomacia republicana.

¿Extrajo el BOB alguna recompensa de los vencedores? Si actuó para congraciarse con ellos la respuesta es negativa. Franco no estaba interesado en estrechar las relaciones con el capitalismo británico. Su preferencia era la Alemania nazi. Las esperanzas de la City y de Whitehall en que podrían influir en la orientación del “nuevo Estado” cuando llegase la hora de la reconstrucción española terminaron como el rosario de la aurora. El BOB desapareció de los radares madrileños.

¿Qué conclusiones cabe extraer de este episodio? Al menos tres.

La primera es que la apenas encubierta hostilidad de ciertos círculos influyentes de las potencias democráticas y de algunos representantes del capitalismo británico empujaron a la República, en contra de su voluntad, a jugar la carta soviética. Esta constatación no es nueva en modo alguno. Ya la afirmaron los republicanos, aunque después la olvidaran en las querellas del amargo exilio. Es, no obstante, una conclusión que los autores neofranquistas y quienes no han superado los moldes conceptuales de la guerra fría continúan ignorando.

La segunda conclusión es que el honor británico no lo salvaron los burócratas de Whitehall ni los banqueros de la City. Lo salvaron, para la historia, los hombres y mujeres que o lucharon en las Brigadas Internacionales o ayudaron de múltiples formas a la República contra la agresión nazi-fascista y la enemistad de algunos de los sectores más conservadores de su propia sociedad.

La tercera conclusión es que ahora, cuando casi todos los archivos han ido abriéndose, “la evidencia primaria relevante de época”, en ellos remansada, termina por imponerse a las mixtificaciones, construcciones ideológicas y puras y simples mentiras. De aquí la importancia crucial de conservar, a toda costa, la que subsiste.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

No hay comentarios.: