miércoles, octubre 03, 2007

Es hora de que Francia vuelva a la OTAN

Por Denis MacShane, parlamentario laborista británico, ex ministro de Asuntos Europeos, y delegado del Reino Unido en la Asamblea Parlamentaria de la OTAN. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo (EL PAÍS, 29/09/07):

¿Ha llegado el momento de que Francia, decidiendo volver a la OTAN, tome una iniciativa que podría remodelar la geopolítica mundial? El general De Gaulle abandonó la estructura militar de la OTAN en 1966, aunque Francia siguiera siendo miembro de su estructura política. De Gaulle lo hizo para poner de relieve la independencia de Francia y su control soberano sobre su propio ejército. Y de una u otra forma, ésta es la línea que han seguido todos los sucesores de De Gaulle.

Es difícil apreciar de qué manera la solitaria geopolítica soberana practicada por Francia ha ayudado a ese país a fomentar sus intereses nacionales o a lograr un mundo más seguro. Mitterrand fue incapaz de perfilar una política balcánica eficaz, a pesar de la presión que ejerció la opinión pública francesa para que su país pusiera fin al cerco de Sarajevo y al asesinato de musulmanes por parte de los carniceros de Milosevic. Al final, fue el poderío aéreo estadounidense y la aplicación de la diplomacia político-militar de la OTAN los que estabilizaron los Balcanes.

Jacques Chirac creía tener un toque mágico con los dirigentes árabes, a los que cortejaba. Pero ahora los soldados franceses están empantanados en Líbano y Afganistán. A pesar del estrépito que generó el envío de tropas francesas al Líbano después del conflicto de 2006 con Hezbolá, Francia ha sido incapaz de impedir el flujo de armamento que, procedente de Irán y Siria, entra en territorio libanés.

Mientras que el resto de Europa, empezando por la España de los Gobiernos socialistas de la década de 1980 y por la Europa poscomunista una década después, se precipitaba a entrar en la OTAN, Francia mantenía su indiferencia gaullista hacia una Alianza que buscaba un nuevo papel. Ahora, en la sede central de la OTAN en Bruselas, los rusos son más numerosos que los franceses en las importantes asambleas parlamentarias de esa organización.

Durante la década de 1960, Estados Unidos fue la potencia militar suprema fuera del bloque socialista. Hoy en día, es un animal herido y sus soldados están rodeados de un enemigo islamista cada vez más poderoso en Irak y Afganistán. Los amigos de EE UU miran con recelo a sus líderes actuales, que topan con un abierto desprecio entre gran parte de la clase política del viejo continente. Sin embargo, la detención de ciudadanos alemanes entrenados por Al Qaeda en Pakistán y dispuestos a matar a sus compatriotas en masa demuestra que, para los yihadistas, Francfort es un blanco tan legítimo como Londres o Madrid.

El ex ministro de Asuntos Exteriores alemán, Joschka Fischer, ha dicho que las ideas del fundamentalismo yihadista son “el nuevo totalitarismo”. Las democracias de la década de 1930 no se armaron contra el totalitarismo ni reaccionaron frente al fascismo con medidas preventivas, y así no acudieron en auxilio de la democracia republicana española en 1936. Después de 1945, ya habían aprendido la lección. La OTAN envió a la ideología estalinista el mensaje inequívoco de que la democracia se defendería con las armas. El poder blando tardó otras cuatro décadas en socavar el comunismo, pero desde el principio la OTAN envolvió a la comunidad euroatlántica con un telón de acero para defenderla de cualquier iniciativa que comportara el uso de la violencia y las armas contra la democracia.

De Gaulle se permitió el lujo de retirar a Francia de la OTAN porque la Alianza ya había estabilizado Europa. ¿Acaso el nuevo presidente francés, Nicolas Sarkozy, está dispuesto a ser tan atrevido como De Gaulle y a proclamar que ha llegado el momento de que Francia vuelva a la OTAN? Así enviaría un mensaje de lo más claro a los enemigos de la democracia, indicándoles que el nuevo totalitarismo, así definido por Fischer, no pasará. Una OTAN que reintegrara a Francia podría darle una dimensión europea a una nueva política de seguridad destinada a ayudar a los Gobiernos electos de Afganistán, Líbano y, en su momento, Pakistán e incluso Irak a derrotar a sus enemigos externos.

El hecho de que Francia se mantenga fuera de la OTAN dificulta, cuando no imposibilita, imaginarse una política de defensa europea común. El mundo es demasiado pequeño como para que existan, en materia de defensa, discrepancias entre las doctrinas, las estrategias, los contingentes y los equipamientos de Europa y la OTAN. Los soldados, los tanques, los aviones, los barcos y el pensamiento político-militar europeos se basan en tradiciones nacionales. Una Francia integrada en la OTAN podría dar inicio a una racionalización, largo tiempo esperada, tanto de la política militar europea como de sus contornos y prácticas en materia de compras.

El miedo a que una Francia inserta en la OTAN suponga la subordinación de Francia a Washington carece de fundamento. En este siglo, orgullosos miembros de la Alianza, como España, Alemania e Italia, no han tenido reparos en hacer caso omiso de algunas solicitudes de apoyo militar de Washington. La OTAN se basa en una alianza democrática de naciones dispuestas, no obedientes. Los nuevos líderes estadounidenses tendrán que desarrollar una relación distinta con Europa. Pero el viejo continente será mucho más fuerte si Francia vuelve a la OTAN.

Habrá que superar dos objeciones. La primera radica en la irreflexiva izquierda francesa, que gritará horrorizada ante la vuelta de Francia a la OTAN. Debería aprender del ejemplo de España, donde el socialista Felipe González convocó y ganó un referéndum sobre la entrada del país en la Alianza. La segunda objeción surge de los conservadores soberanistas británicos, que se opondrán a cualquier aumento del poder militar europeo. Sin embargo, ahora que los soldados británicos luchan y mueren en Afganistán, seguramente hasta los más intransigentes euroescépticos podrán aceptar que tiene sentido forjar una identidad militar europea con confianza en sí misma. Ninguna nación europea puede por sí sola recurrir con eficacia a la fuerza militar. Una OTAN renovada, con una Francia de vuelta al redil y una nueva unidad militar integrada en Europa, enviaría a los enemigos de la democracia el mensaje claro de que no van a ganar.

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