jueves, octubre 04, 2007

Los monjes budistas y el compromiso cívico

Por Juan José Tamayo, director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid (EL PAÍS, 03/10/07):

La imagen que suele tenerse del budismo, al menos en Occidente, es la de una religión o cosmovisión que huye del mundanal ruido por considerarlo impuro y se refugia en la contemplación para no mancharse las manos ni contaminar la mente con preocupaciones mundanas. Según esa imagen, la interioridad es lo que conforma el universo budista: la vida interior, la paz interior, la liberación interior, el viaje hacia el interior de uno mismo. La huida del mundo lleva derechamente a su negación. El ideal budista solemos situarlo, casi inconscientemente, en el monje que vive austeramente, depende de la generosidad de los laicos, pasa el día meditando, es insensible a los problemas de la sociedad y renuncia a sus compromisos cívicos porque su meta está en lograr la reconciliación consigo mismo.

Estamos, ciertamente, ante un estereotipo que ni se corresponde con la doctrina y la ética budistas ni resiste la prueba de la realidad. El budismo posee un componente liberador que la actual hermenéutica está intentando descubrir. La compasión no se queda en un sentimiento interior inoperante, sino que se canaliza hacia los pobres a través de la participación en los movimientos de liberación. Se intenta practicar una espiritualidad socialmente comprometida. La profundización de la conciencia lleva a la generosidad de espíritu, al tiempo que proporciona la energía necesaria para activar la compasión. La paz en cada momento de la propia vida es condición necesaria para que pueda instaurarse la paz en el mundo.

Especial importancia adquieren los grandes principios budistas: el origen interdependiente de todas las cosas y la interrelación de toda la vida, la compasión hacia todos los seres, la no violencia, el cuidado de todo lo existente, la eliminación del sufrimiento. A la luz de ellos, algunos intelectuales seguidores del Buda han llevado a cabo una nueva articulación de las distintas vertientes de la justicia y la paz: social, racial, ambiental, sexual, etcétera. Un buen ejemplo son las reflexiones del monje budista Thich Nhat Hanh que se opone al dualismo exterior-interior, subraya la continuidad entre uno y otro ámbitos y considera la paz interior como cauce para la reconciliación inter-humana. El mundo es nuestro yo ampliado. Por eso es necesario cuidarlo y activarlo, afirma en su excelente libro Buda viviente, Cristo viviente.

La imagen de un budismo que pasa de puntillas por la historia se quiebra cuando vemos a monjes que se autoinmolan públicamente para denunciar situaciones de injusticia estructural y guerras imperialistas, que participan en las movilizaciones de los movimientos de resistencia global junto con no creyentes y creyentes de otros credos, y luchan contra las estrategias excluyentes de la globalización neoliberal; cuando conocemos a comunidades budistas que ponen en práctica alternativas sociales, políticas y económicas inclusivas y que participan en plataformas de diálogo inter-religioso e intercultural en busca de una ética común emancipatoria compartida con otras religiones, culturas y cosmovisiones.

Durante la guerra de Vietnam, Thich Nat Hanh creó la Orden de la Inter-entidad, comprometida en la vida cotidiana y en la sociedad. Su filosofía se resume en este principio: “Yo soy, en consecuencia tú eres. Tú eres, en consecuencia yo soy. Éste es el significado del término inter-entidad. Todos inter-somos”. La orden aborda los problemas de la justicia y la paz sociales y sensibiliza a sus seguidores a contrastar su conducta con las necesidades de la comunidad.

En el movimiento pacifista causó un fuerte impacto el caso de una joven de familia noble asociada a la citada Orden de la Inter-entidad, que se quitó la vida en un templo budista para llamar la atención sobre la necesidad de buscar la paz y la prosperidad para toda la humanidad. Un mentís similar a la idea de pasividad que se cree inherente al budismo se produce en Sri Lanka donde los monjes participan activamente en la vida política.

El Dalai Lama es hoy uno de los referentes mundiales más luminosos en el trabajo por la paz y la defensa de los derechos humanos a partir de una doble revolución: ética y espiritual, que compagina armónicamente la compasión para con los otros y la liberación interior. “Toda revolución espiritual entraña una revolución ética”, afirma en su libro El arte de vivir en el nuevo milenio, pero entendiendo por espiritualidad no la religión como sistema de creencias sino el cultivo de valores como la tolerancia, la compasión, el perdón, la búsqueda de la felicidad, la eliminación del sufrimiento, el amor, la solidaridad, etcétera.

El ejemplo más reciente e impactante de un budismo que armoniza ética y espiritualidad es el de los monjes y las monjas budistas de Myanmar, que gozan de un gran respeto y reconocimiento entre sus conciudadanos por su estilo de vida austero y por sus actitudes siempre solidarias con los sectores más marginados de la población.

Ellos se han colocado en la vanguardia de la revolución azafrán liderando las manifestaciones populares, que han logrado reunir a más de trescientas mil personas, y han unido sus fuerzas a las de organizaciones sociales y políticas de la oposición como la Liga Nacional para la Democracia (triunfadora en las elecciones de 1990), de la Premio Nobel de la Paz Aung San Suu Syi, para luchar contra la dictadura y la represión militar, construir una sociedad democrática, combatir la corrupción generalizada, que está instalada en la cúpula de la junta militar gobernante, y erradicar la pobreza en la que vive sumida la mayoría de la población. Con su actitud dicen al mundo entero que entre espiritualidad y lucha por la justicia no hay contradicción.

Los monjes están demostrando un gran coraje cívico al resistir pacíficamente, en la mejor tradición budista, a la violencia de los militares que los reprime, encarcela y asesina. Todo un ejemplo de compromiso cívico y una prueba más de que la religión no siempre es opio del pueblo, sino, como dijera el mismo Marx, “el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, así como el espíritu de una situación carente de espíritu”.

Ya es la hora de una política exterior europea

Por Martti Ahtisaari, Joschka Fischer, Mabel van Oranje y Mark Leonard. Ahtisaari, Fischer y Van Oranje son copresidentes del European Council for Foreign Relations, un laboratorio de ideas recién constituido para fomentar la creación de una política exterior común de la UE. Leonard es director ejecutivo del ECFR. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo. © Project Syndicate, 2007 (EL PAÍS, 03/10/07):

Si a última hora no se cambia de idea, los jefes de Estado y de Gobierno europeos firmarán este mes un nuevo acuerdo para fortalecer la maquinaria de la política exterior de la Unión Europea, dando más competencias al Alto Representante de la UE en esa materia. Esto supone un cambio largo tiempo esperado.

En la actualidad, el presupuesto del Alto Representante es menor que el que destina la Comisión Europea a la limpieza de las oficinas de Bruselas. Con sólo 500 empleados y únicamente un puñado de representantes en el exterior, un aparato que pretende encarnar la voluntad colectiva de los 27 Gobiernos de la Unión Europea en materia de política exterior gasta menos y tiene menos personal que los países africanos más pequeños.

Es algo que debería cambiar cuando se nombre a un nuevo jefe para la política exterior de la UE, alguien que supervise sus relaciones exteriores así como sus políticas de defensa y de ayuda fuera de la Unión. Sin embargo, esta necesaria innovación institucional no responderá a una pregunta más fundamental: ¿se está tomando Europa en serio la consecución de una política exterior coherente y enérgica?

Con demasiada frecuencia los líderes europeos esquivan esta cuestión, comentando como siempre los defectos de la política exterior estadounidense, cuando deberían estar desarrollando sus propias estrategias. Una y otra vez -en problemas que van desde Irak a Israel y Palestina, pasando por Afganistán-, la política europea se ha definido únicamente en función de lo que hace o deja de hacer Estados Unidos. Sin embargo, el año próximo, EE UU elige a un nuevo presidente y los europeos ya no podrán permitirse el lujo de echar la culpa de los males del mundo a la Casa Blanca de George W. Bush.

Esto es positivo, porque Europa tiene mucho que ofrecer. A diferencia de otras grandes potencias de la historia, su poder no se proyecta mediante la amenaza de invadir otros países. Con 500 millones de habitantes, su población es la tercera en número del mundo, después de las de China y la India. Sus 27 Estados miembros generan un cuarto de la producción económica mundial y, en conjunto, son el comprador más importante de productos de los países en vías de desarrollo y, con mucho, el principal donante de ayuda.

Todo esto va acompañado de un auténtico peso geopolítico. La ampliación de la Unión hacia Europa Oriental fue el mayor proceso de cambio de régimen pacífico registrado en la historia. La creación de la Corte Penal Internacional y la firma del Protocolo de Kioto demostraron que Europa podía impulsar la creación de una gobernanza más multilateral. La participación europea tuvo un impacto real en el proceso de paz de la provincia indonesia de Aceh y en las recientes elecciones presidenciales celebradas en la República Democrática del Congo.

Sin embargo, es muy habitual que la introversión y la división hayan despilfarrado el poder latente de Europa. Incluso en relación con el programa nuclear iraní, una satisfactoria trayectoria se ha visto castrada por la incapacidad que ha mostrado una Europa dividida para respaldar a su diplomacia con sanciones implacables. Si los europeos no están dispuestos a pagar un precio económico, poca credibilidad tendrán para persuadir a Estados Unidos de que no recurra a los ataques militares.

Frente a Rusia, la UE ha subestimado constantemente su propia fuerza, exagerando la del Kremlin de Vladimir Putin y permitiendo a ese país que se haga cada vez más belicoso. Algunos Estados miembros ven en Rusia una amenaza que hay que “contener con suavidad”. Otros son partidarios de impulsar un proceso de “integración sigilosa” que vincule ese país con las costumbres europeas. Esta confusión le permite a Rusia centrarse en determinados países miembros, firmando pactos energéticos a largo plazo, sin dejar de socavar a la UE en un desconcertante abanico de aspectos que abarcan desde el futuro de Kosovo hasta la proliferación nuclear.

A los líderes europeos les gusta hablar de “multilateralismo eficaz”, pero no son muy eficaces cuando se trata de defender sus valores o intereses en instituciones multilaterales como Naciones Unidas. En problemas como los de Kosovo, Darfur e Irán, si los países europeos no se unen y no se mantienen firmes, corren el riesgo de que otros más hábiles los adelanten, cuando son ellos los que deberían estar encabezando la carrera. Después de todo, la Unión cuenta con cinco puestos en el Consejo de Seguridad y sufraga el 40% del presupuesto de la ONU. Sin embargo, cuando se trata de votar cuestiones relativas a los derechos humanos, demasiados países en vías de desarrollo se olvidan de ello, alineándose con China para oponerse a la UE.

Aunque los principales defectos de la UE son estratégicos, la influencia europea en el mundo choca con algunas barreras institucionales. Las prioridades en materia de defensa siguen siendo de índole abrumadoramente nacional, y tienen la vista puesta más en sus proyectos preferidos que en fomentar el poder europeo. Como le gusta decir a Chris Patten, sabremos si Europa se toma en serio la defensa cuando no tengamos que alquilar aviones de transporte a Ucrania.

Al contrario que en el caso del fallido proyecto de aprobación de una Constitución europea, los líderes de la UE no pueden achacar su falta de cooperación en materia de política exterior a la hostilidad de la opinión pública. Según una encuesta reciente del German Marshall Fund, el 88% de los encuestados europeos quiere que la UE asuma más responsabilidades a la hora de enfrentarse a amenazas mundiales.

Ante la perspectiva de alcanzar un acuerdo sobre el funcionamiento de una nueva política exterior, ya va siendo hora de que la Unión forje dicha política común y utilice todos los resortes del poder europeo para luchar por sus valores e intereses en el mundo.

Economía de guerra

Por Federico Mayor Zaragoza, presidente de la Fundación Cultura de Paz (EL PAÍS, 02/10/07):

“… para liberar a la humanidad del miedo y de la miseria”.

Preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, 1948.

La violencia no debe justificarse nunca. Pero debe estudiarse para intentar conocer sus orígenes, para poder así contribuir a evitarla, a prevenirla. Dos raíces principales: la miseria y el miedo. Hay que situarse en la piel -que en esto consiste la tolerancia- de los millones de seres humanos, todos iguales en dignidad, que viven en condiciones inhumanas. Las promesas para mejorarlas, reiteradas por los países más prósperos, se han frustrado casi siempre. Y con el transcurrir de días y años en esta situación de desamparo, de exclusión, de humillación, se van extendiendo los sentimientos de frustración, de animadversión, de rencor, de radicalización, hasta el punto de que ya ninguna solución parece posible. Y es entonces cuando estalla, a veces, la reacción violenta. En otras ocasiones, la desesperación se manifiesta en intentos de emigración que, con frecuencia, incluyen el riesgo de la propia vida.

Recomiendo con tanta sinceridad como apremio que los líderes de la Tierra vayan a ver personalmente, discretamente, cómo transcurre la vida diaria de la mayor parte de la gente. Cómo son los caldos de cultivo en los que se colman los vasos de la paciencia y de la serenidad y, un día, de pronto, los hombres en particular gritan: “¡Basta!”, y, sin aguardar más -hace tiempo que ya no esperaban nada- usan la fuerza, el músculo. La FAO da cifras estremecedoras: alrededor de 60.000 personas mueren cada día de inanición. ¿De verdad buscan “armas de destrucción masiva?”. Su nombre es hambre.

Se han ampliado en lugar de reducirse las brechas que separan a los prósperos de los necesitados; los desgarros en el tejido social se han intentado restañar con espinos y con balas en lugar de con generosas ayudas, el diálogo y el entendimiento. Se quiera o no reconocer, a mediados del año 2007 estamos abocados, con mayores o menores reticencias, a una economía de guerra que concentra en muy pocas manos el poder económico, y que recurre a toda clase de pretextos para alcanzar colosales proporciones. La guerra de Irak, basada en supuestos falsos, representó ya un gran impulso para la maquinaria bélico-industrial. Ahora, a los escudos antimisiles, que representan la ruptura de los acuerdos tan difícilmente alcanzados al término de la guerra fría en Reikiavik por las dos grandes superpotencias, se añade el rearme masivo no sólo de Israel sino de todos los países del Golfo: 46.000 millones de euros. Es de destacar que se siguen vendiendo artificios bélicos propios de confrontaciones que ya no existen.

Una vez más, “si quieres la paz, prepara la guerra”. La amenaza a Irán, su antiguo aliado, costará miles de vidas, víctimas del círculo vicioso de la economía de mercado, que perpetúa la pobreza, y de la economía de guerra, que intenta solucionar una vez más los grandes retos de la humanidad por la fuerza. Los Estados Unidos lideran, pero los demás países prósperos dejan hacer. La Unión Europea, que debería ser símbolo de la cultura de paz y de la democratización en el mundo, sigue ocupada en problemas estructurales que le impiden llevar a cabo su misión de guía y de vigía.

Todas estas cuestiones, de gran trascendencia, no pueden solucionarse arbitrariamente por un país, por grande que sea su poder y su capacidad de acción a escala internacional. Por la propia naturaleza del desafío, son cuestiones que deberían abordarse en las Naciones Unidas. En aquellas en las que soñó el presidente Roosevelt.

Es urgente humanizar la globalización, reducir drásticamente las desigualdades y conseguir que los flujos migratorios constituyan una opción y no el camino forzado de los marginados. Poner a los seres humanos, sin excepción, como objetivo prioritario. Al amparo de la lucha contra el terrorismo -en la que todos debemos colaborar-, los regímenes autoritarios promulgan leyes restrictivas de las libertades y se saltan olímpicamente -ante unos aliados que asienten o que miran permanentemente hacia otro lado- las normas jurídicas de amparo de los prisioneros para evitar la tortura y el tratamiento indebido. La seguridad no debe garantizarse a costa de los derechos humanos. Lo repito: seguridad de la paz, sí. Paz de la seguridad, no. Es la paz de la nula libertad, del recelo, del miedo.

La globalización no repara en las condiciones laborales, en los mecanismos de poder, en el respeto de los derechos humanos. A través de OPA y megafusiones, el panorama mundial no sólo se ha enrarecido e incrementado en desigualdades sino, lo que es mucho peor, que se han desvanecido las responsabilidades que correspondían a quienes desempeñaban las funciones de Gobierno en nombre de sus ciudadanos. No sólo los aspectos económicos y sociales, sino el impacto ambiental, la uniformización cultural, el decaimiento de las referencias morales dependen en buena parte del poder sin rostro de grandes empresas multinacionales que campan a sus anchas en medio de la mayor impunidad.

Frente a la economía de mercado y la de guerra, la que permita llevar a la práctica los Objetivos del Milenio, los compromisos que en materia social, económica y ambiental suscribieron los jefes de Estado y de Gobierno en el año 2000 en la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Es apremiante que España en Europa y Europa en el mundo se den cuenta de que “estar muy bien en casa” no puede hacerse a costa de muchos habitantes de la Tierra. El destino, quieran o no reconocerlo algunos, es común. Y no sirve de nada cerrar puertas y ventanas. Y menos aún convertirlas en espejos de complacencia. Es hora de responsabilidad. De pasar de la fuerza al diálogo, a la democracia auténtica. Es tiempo de llevar a efecto la profecía de Isaías: “Convertirán las lanzas en arados”. La economía de guerra debe dar paso -como proponía en el libro Un mundo nuevo, publicado en 1999- a un gran contrato global de desarrollo. Que nadie diga que no es posible. Si lo piensan o alguien intenta convencerles de ello, que lean el discurso La estrategia de paz, del presidente John F. Kennedy, en la American University de Washington DC el 10 de junio de 1963: “No podemos aceptar que la paz sea inalcanzable, que nos hallamos bajo el efecto de fuerzas que no podemos controlar. Ningún problema del destino de la humanidad está más allá de la capacidad creadora de los seres humanos”.

La semana de Sarkozy

Por Jean-Marie Colombani, ex director del diario Le Monde. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 02/10/09):

Francia acaba de vivir de nuevo una semana completamente Sarkozy, totalmente dominada por las declaraciones de su nuevo presidente, más omnipresente que nunca, capaz de monopolizar la atención y aficionado a la “gestión mediante el stress”, que aplica al país como lo haría con una empresa.

En realidad, no tiene nada de sorprendente: al situarle en la jefatura del Estado, los franceses sabían que iba a ser presidente de todo, ministro de todo, responsable de todo y de lo demás. Le eligieron precisamente por su energía vital, para que la transmitiera a todo el país tras la languidez y la melancolía chiraquianas. Por lo tanto, cualquier protesta incipiente es inútil; él puede muy bien responder que le escogieron precisamente por eso, por ser hiperactivo, para demostrar que la política no es impotente y que el monarca no está obligado a vivir encerrado en su palacio, como Jacques Chirac.

Más interesante es el momento: en este instante, en el que Nicolas Sarkozy se encuentra ante la necesidad de actuar, vamos a poder empezar a medir la realidad, si es un presidente de acción virtual o si, por el contrario, logra sacar a la luz los cambios que había anunciado. Después de las primeras semanas, que fueron las de la realización de las promesas electorales más visibles -como el famoso “paquete fiscal”, diversas desgravaciones que afectan y favorecen, en general, a los franceses más acomodados-, llega el periodo de lo que él denomina la “refundación”.

Es un periodo cuya ambición es modificar el sistema social francés y la orientación del Estado y de su función pública. Nicolas Sarkozy ha anunciado una mezcla de reformas que van dirigidas hacia un mayor realismo (que se traducirá en una cobertura social menor y, en el futuro, más dependiente del nivel de ingresos) y una reducción de las dimensiones y las actividades del sector público, incluidos los estímulos para que los funcionarios se retiren. Se trata, como han hecho ya otros países europeos, de disminuir el Estado y la parte correspondiente al gasto público en el producto nacional.

Nicolas Sarkozy empieza con una base sólida de popularidad. Porque, hasta hoy, es el que cumple sus promesas, y ha logrado prolongar el impulso de las elecciones. Pero sabemos también que ésta es una opinión pública difícil, que se resiste no a la idea de la reforma, pero sí a las reformas (en Francia siempre se ha pensado que todas ellas favorecen a una minoría privilegiada), en un país que, por desgracia, se distingue por el hecho de que confiamos poco en los demás (en Irlanda y Dinamarca, una de cada dos personas confían en los demás; en Francia, sólo una de cada cuatro).

La otra ventaja de Nicolas Sarkozy es que no es lo que se esperaba la derecha ni lo que se esperaba la izquierda. El electorado de derechas creía que iba a gobernar con los de su bando y que sus reformas serían otros tantos golpes a la Francia de izquierdas. Sin embargo, Nicolas Sarkozy empezó con la “apertura”.

La apertura consistió en reunir a una serie de personalidades emblemáticas, cuyo mascarón de proa es, evidentemente, Bernard Kouchner. Consistió asimismo en un equipo de gobierno compuesto en su mitad por mujeres y que reflejaba la diversidad étnica de la sociedad francesa. Prosiguió con el llamamiento a personajes cualificados como Jacques Attali, viejo sherpa de François Mitterrand, encargado de recomendar medidas para facilitar el crecimiento económico de Francia y mejorar la adaptación del país a la globalización.

En la Asamblea del Medef (la asociación de empresarios, agrupación de derechas por excelencia), el nombre de Jacques Attali suscitó abucheos, a los que Nicolas Sarkozy respondió: “¡Qué quieren que les diga, soy el director de recursos humanos del Partido Socialista!”.

Una de dos: o bien la “apertura” se reduce a una reunión de personalidades, por brillantes que sean, y entonces el centro de gravedad del sarkozismo volverá a su lugar natural, en la derecha, o bien es una auténtica política y entonces tendrá que extenderse a la sociedad civil, es decir, a los sindicatos, con la implantación de una nueva forma de relacionarse con ellos; en ese caso, el sarkozismo se afianzará en el centro-derecha y seguirá sorprendiendo a la izquierda.

Esta última, que por ahora se encuentra caída en desgracia, pendiente del estado de gracia del que goza Sarkozy, dijo que el recién llegado era la abominación de la desolación. Un error, porque el pragmatismo del nuevo presidente, su vocabulario simple y próximo al pueblo (al día siguiente de su visita a los empresarios recorrió un supermercado de las afueras para juzgar por sí mismo los efectos de “la carestía de la vida”), y la ausencia de cualquier sectarismo al escoger a las personas que forman su equipo les han pillado a contrapié. A ello se añade una especie de fascinación de la gente de izquierdas por este personaje tan simpático, de modo que cada cual está al acecho de alguna cosa, un gesto, su aprobación, un signo. En Francia se denuncia a menudo que existe una “corte” alrededor del monarca. Pero, aunque es cierto que tenemos esta aberración que es la monarquía constitucional absoluta, que da al presidente superpoderes exclusivos, los comportamientos cortesanos son, sobre todo, obra de los propios franceses. Nicolas Sarkozy, al empezar su reinado, está aprovechándolos mucho más que su predecesor.

Ahora bien, el éxito no está garantizado. Las circunstancias económicas han dejado de ser favorables: sin un superávit de crecimiento, al presidente le será más difícil ofrecer las contrapartidas en materia de poder adquisitivo que había prometido, a cambio de que se aceptaran las reformas. Y su centro de gravedad no está claro todavía. Él no es ningún ideólogo. Es fundamentalmente pragmático. Pero a veces cede excesivamente ante la fracción más dura de la derecha, por ejemplo a propósito de la inmigración, mientras que la sociedad francesa, en su mayoría, es acogedora, y soportará cada vez peor los dramas inevitables que la presión sobre las familias de los inmigrantes va a provocar de forma irremediable. La apertura, entonces, se habrá terminado.

Desde este punto de vista, la gran semana presidencial deja entrever los que pueden ser los límites del sistema Sarkozy: ha franqueado bien el cabo del primer anuncio sobre reformas sociales. Los sindicatos, en general, no protestan más que sobre los retrasos, y están abiertos a la discusión. Y al día siguiente, al hablar ante los funcionarios, les concede un pequeño “peculio” para animarles a irse. La humillación está garantizada, y corre el riesgo de ver cómo se movilizan -los sindicatos estarían obligados- sectores más amplios de la opinión pública.

Todo está abierto, por consiguiente; todo vacila. En la actualidad, Sarkozy sólo tiene una doctrina: el movimiento, la rapidez. Su verdadera ambición es ser el Blair francés. Ser para la derecha francesa lo que Tony Blair ha sido para la izquierda británica. Así ofrecería una mezcla inédita: el bonapartismo en la forma de comportarse y las costumbres políticas, y el blairismo en el contenido. ¿Blair y Bonaparte en una misma lucha? ¡Sarkozy puede!

Una voz contra la opresión

Por Henry Kamen, historiador británico. Acaba de publicar Los Desheredados. España y la Huella del Exilio (EL MUNDO, 02/10/07):

El hecho de haber nacido en Birmania no me da más derecho que a otro a escribir sobre el actual movimiento en contra de la dictadura militar. Birmania (un país en el que la dictadura ha cambiado el nombre por el de Myanmar, pero que revertirá a su nombre tradicional en cuanto se vayan los dictadores) fue el hogar de la familia de mi padre y de mis primeras memorias de la Segunda Guerra Mundial y de los aviones japoneses en el aire y los tanques británicos en tierra. Pero para mí, Birmania, el país de comidas exóticas, calles ajetreadas, y templos de mágicas cúpulas doradas, ha permanecido siempre como una realidad distante más que una preocupación presente. Sólo cuando el presente cercano se hace crítico, el pasado se convierte de nuevo en realidad.

La Birmania que yo conocí era un país que se liberó (en 1948) del control británico y tuvo que ocuparse de sus muchos problemas internos. Es cierto que no pudo resolverlos y el resultado fue que una dictadura militar tomó finalmente el poder hace ya más de 40 años. Sin embargo, el resultado ha sido todavía peor. Sin estabilidad, sin una economía ordenada, sin una política democrática o libertad de prensa, Birmania es uno de los países mas retrasados de Asia. Los incidentes en la calle y la brutal represión de la semana pasada han servido para revelar una situación insostenible.

Desde que el ejército se apoderó del poder en 1962, Birmania se ha convertido en una de las naciones más reprimidas y retrasadas de la tierra. La única vez que los generales permitieron elecciones generales, en 1990, fueron estrepitosamente derrotados por la Liga Nacional por la Democracia (que ganó un sorprendente 82% de escaños en el Parlamento), liderada por Aung San Suu Kyi. Nunca se le permitió asumir el poder y desde entonces la represión el país ha aumentado dramáticamente. En Occidente se sabe muy poco de los problemas reales de allí, de la extendida represión de las minorías (especialmente la población Karen, constituida por seis millones de personas), de la economía conectada con la droga, de la supresión de las libertades. A causa de una reciente oleada de represión militar, Birmania tiene la peor situación interna de desplazamiento de población de toda Asia, con más de un millón de refugiados (especialmente los Karen) en países vecinos como Bangladesh, China, la India, Malasia y Tailandia, en busca de asilo.

Durante años, EEUU ha intentado presionar al régimen, pero sin éxito alguno. En 1994, el presidente Clinton expresó «el continuo apoyo de los Estados Unidos por la lucha para promover la libertad en Birmania». Y la semana pasada, el presidente Bush se dirigía así a la Asamblea Nacional de la ONU: «Los americanos están indignados por la situación en Birmania, donde una junta militar ha impuesto un régimen de miedo». Por contraposición, China y Rusia vetaron una resolución que Estados Unidos respaldaba en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en enero de 2007, en la cual se hacía un llamamiento a la Junta militar birmana para que diera fin a la política de represión. La visita de un enviado especial de la ONU para Myanmar (con quien ayer aceptó reunirse el jefe de la Junta Militar), probablemente no conseguirá mucho. Los países como Australia y China, con la mayor influencia económica sobre el país, también se encuentran entre los que no pueden proponer ninguna salida a la situación en que se encuentra Birmania. China, en particular, tiene fuertes enlaces comerciales con Birmania y es su principal proveedor de armas, de manera que es poco probable que los chinos pidan que se den pasos radicales contra su cliente.

Afortunadamente, los birmanos han podido escuchar la voz de una mujer que debe su prominencia política al hecho de ser la hija del héroe de la independencia del país, U Aung San. La activista Aung San Suu Kyi, que se casó con un profesor británico de la Universidad de Oxford, ha vivido la mayor parte de su vida adulta en Inglaterra y habla con un perfecto acento inglés. En 1988, volvió a Birmania para cuidar de su madre enferma, y se quedó para tomar parte en el movimiento político contra la dictadura. Ganadora del Premio Nobel de la Paz en 1991, ha sido también galardonada con el Premio Sajarov del Parlamento Europeo y con la Medalla Presidencial de la Libertad de EEUU. Budista de religión, no acepta la manera como se ha cambiado el nombre de la nación: «A nadie se le debería permitir cambiar el nombre de un país sin considerar la voluntad del pueblo. Prefiero la palabra Birmania».

Ella es la mejor portavoz de su causa, así que este artículo no puede hacer nada mejor que seguir sus ideas a través de sus discursos. Sus referencias continuas a Gandhi y Nehru confirman su fuerte compromiso con la regeneración espiritual y con la filosofía de la no-violencia como medios para llevar a cabo el cambio. En su campaña electoral, en 1988, hacía una llamada a la «revolución del espíritu», una frase que debe parecer chocante a los políticos de la Europa occidental, donde se atiende poco a las cosas del espíritu, pero que se ajusta a las raíces espirituales de la Historia birmana. Debemos señalar que pocos de los así llamados discursos suyos eran verbales, ya que el Gobierno no le permite salir del país para aceptar premios internacionales.

«¿Por qué debemos desalentarnos? Gandhi decía que la victoria está en la propia lucha. La lucha en sí misma es la cosa más importante. Les digo a nuestros seguidores que cuando alcancemos la democracia, miraremos atrás con nostalgia los días de lucha y cuan puros éramos. (…) Prevaleceremos porque nuestra causa es correcta, porque nuestra causa es justa. La Historia está de nuestra parte. El tiempo esta de nuestra parte».

En un texto muy conocido que escribió para agradecer la concesión del Premio Sajarov, en 1991. Señalaba: «No es el poder el que corrompe, sino el miedo. El miedo a perder el poder corrompe a aquéllos que lo esgrimen y el miedo al azote del poder corrompe a aquéllos que están sujetos a él. Con una relación tan intima entre el miedo y la corrupción no es ninguna sorpresa que en cualquier sociedad donde el miedo es general, la corrupción en todas sus formas se instale con fuerza.

El esfuerzo que se necesita para permanecer incorrupto en un ambiente donde el miedo es una parte integral de la existencia de cada día, no es inmediatamente aparente para los que tienen la fortuna de vivir en estados gobernados por el gobierno de la ley. Las leyes por si sólo no previenen la corrupción, imponiendo el castigo imparcial a los infractores. También ayudan a crear una sociedad en la que la gente puede cumplir con los requerimientos básicos necesarios para la conservacion de la dignidad humana sin recurrir a prácticas corruptas. Donde no existen tales leyes, la carga de mantener los principios de la justicia y decencia común cae en la gente corriente».

Poco después de lograr la independencia, Birmania era una tierra rica de promesa. Era el mayor exportador de arroz de Asia. Contaba con importantes reservas petroleras, que convertían al país en un miembro destacado de la comunidad internacional productora de petróleo. Recuerdo como cada semana iba a visitar los campos petrolíferos en compañía de mi padre, ingeniero de la compañía Shell. El iba cada día a las 8 de la mañana a trabajar, mientras yo me quedaba en cama.

La prosperidad de aquellos días se ha desvanecido. Birmania pronto se convirtió en un importador, en lugar de ser exportador de arroz. Las cifras de producción de petróleo dan una imagen exacta del desastre. Si tomamos el año 1980 como indicador de producción normal de petróleo, para 1996 la producción había descendido al 25%. En los últimos cuatro años no ha habido mejora. Si tomamos la producción del año 2003, como indicador, en 2007 la producción ha bajado a casi el 50%. Es obvio que algo va muy mal en el país, no sólo en su política, sino también en su economía.

Durante una semana, la atención de todo el mundo se ha dirigido hacia Birmania, la nación que ha sufrido ya más de cuatro décadas de dictadura. La frase más relevante estos días de Daw Aung San Suu Kyi es también la más imperativa: «Por favor, utilizad vuestra libertad para promover la nuestra».

How Russia lost the moon

By Sergei Khrushchev, senior fellow at The Watson Institute for International Studies at Brown University © (THE GUARDIAN, 02/10/07):

Fifty years ago, on October 4 1957, my father, the Soviet premier Nikita Khrushchev, was waiting for a call from Kazakhstan: the designer, Sergei Korolev, was due to report on the launch of the world’s first satellite. My father was in Ukraine, on military business, and that evening he dined with Ukrainian leaders. I sat at the end of the table, not paying attention to their conversation. Around midnight my father was asked to take a phone call. When he came back, he was smiling: Sputnik’s launch had been successful.

Soviet engineers began designing Sputnik in January 1956. The plan was to launch it with an intercontinental ballistic missile in development since 1954. But the rest of the world paid no attention to the vague pronouncements of a possible launch that had been appearing in the Soviet press; everybody outside the Soviet Union thought the US would launch the world’s first satellite.

Soviet scientists believed that the Americans would keep their plans secret until after they had succeeded in launching a satellite, so all our efforts were put into beating the Americans to the launch. In August and September, missiles were successfully launched. Work went on around the clock.

Sputnik’s launch made the front page of Pravda but without banner headlines. The reason was simple. My father and all the Soviet people thought that Sputnik’s success was natural; that, step by step, we were getting ahead of the Americans. After all, we - not the Americans - had opened the world’s first nuclear power plant, our MiG jets set world records and the Soviet Tu-104 was the most efficient airliner of its class.

Nor did the press report Korolev’s name. The KGB knew that there was really no need to keep his name secret, but, as the then KGB chief, Ivan Serov, told me, the enemy’s resources were limited, so let them waste their efforts trying to uncover “non-secret” secrets. The world, however, was desperate to learn his identity, and when the Nobel prize committee decided to give an award to Sputnik’s “chief designer”, it requested his name from the Soviet government.

My father weighed his response carefully. His concern wasn’t confidentiality. The council of chief designers was in charge of all space projects. Korolev was the head, but the others - more than a dozen - considered themselves no less significant. My father knew they were ambitious, jealous people. If the prize went only to Korolev, the others would fly into a rage and refuse to work with him. A well-organised team would collapse, dashing the hopes for future space research. As my father saw it, you could order scientists to work together, but you couldn’t force them to create.

In the end, my father told the Nobel committee that all of the Soviet people had distinguished themselves on Sputnik and all deserved the award. The Nobel prize went to somebody else.

But despite the pains my father had taken, the other designers felt discontent about Korolev taking the credit. The first to revolt was designer Valentin Glushko, whose liquid-propellant engine was used on Russian - and some US - rockets. During one meeting, Glushko said: “My engines could send into space any piece of metal.” Korolev was offended; his rocket wasn’t just a piece of metal. The dispute led to Glushko offering his services to Korolev’s rivals.

My father couldn’t make peace between them. Glushko, by government decree, continued to design engines for Korolev, but the work wasn’t good. So, despite Sputnik’s initial triumph, a decade later the Soviet Union lost the race to the moon.

Los costes de la integración de España a la UE

Por Vicenç Navarro, catedrático de Políticas Públicas de la Universitat Pompeu Fabra (EL PAÍS, 01/10/07):

A raíz del aniversario de la integración de España a la Unión Europea (UE) y a la eurozona, se han escrito muchos artículos y libros celebrando este hecho que ha tenido gran importancia para nuestro país y que, sin duda, nos ha aportado muchos beneficios. Uno de los más importantes ha sido la existencia del euro, que ha sustituido a la peseta como la moneda del país dando un poder y estabilidad monetaria que la peseta nunca tuvo. Muchos otros ejemplos podrían mostrarse de los beneficios que ha significado para España su integración económica y monetaria en la UE.

Ahora bien, en este clima celebratorio no se reconoce que la manera como se hizo tal integración ha tenido también costes, resultado de la gran contención del gasto público durante el período que se consiguió tal integración, causa de un enorme déficit de tal gasto, el más bajo de la Unión Europea de los Quince, UE-15, el grupo de países de la Unión que tienen un nivel de desarrollo económico más cercano al nuestro.

En 1993, año en que se iniciaron los pasos más importantes para alcanzar la integración monetaria de España en la UE, nuestro país tenía el gasto público (como porcentaje del PIB) más bajo de la UE-15. Más de trece años más tarde, en el año 2006, España no sólo continuaba siendo el país con el gasto público (38,5% del PIB) más bajo de la UE-15, sino que tal gasto público como porcentaje del PIB era mucho más bajo en 2005 que en el año 1993 (45%). Una situación semejante aparece cuando analizamos el gasto público por habitante. España no sólo continúa estando a la cola de gasto público en la UE-15, sino que la diferencia de gasto público por habitante entre España y el promedio de la UE fue mayor en el año 2005 que en el año 1993, y ello como consecuencia de que el crecimiento de los ingresos al Estado se destinaron primordialmente a equilibrar las cuentas del mismo y eliminar su déficit presupuestario (hoy convertido en un superávit equivalente a un 1,8% del PIB) en lugar de reducir el gran déficit de gasto público que España tiene con la UE-15. De esta manera, la convergencia monetaria se consiguió a costa de una desconvergencia de gasto público con la UE-15.

Las consecuencias de esta austeridad de gasto público son muchas y se ven en la vida cotidiana de los españoles. Una de ellas es el enorme déficit en las infraestructuras del Estado, que incluyen transportes y sistemas de comunicación y energía, entre otros, déficit que estallan periódicamente a lo largo del territorio español, siendo el caso más reciente el de Cataluña, donde el nivel de insatisfacción de la ciudadanía está alcanzando dimensiones preocupantes. Por desgracia, tal insatisfacción es canalizada con fines electoralistas por fuerzas políticas que presentan tales insuficiencias como resultado de la mala distribución de recursos que hace el Gobierno central entre las distintas comunidades autónomas. Se generan así tensiones interterritoriales (por desgracia, altamente rentables políticamente en España) sin centrarse en la causa mayor de tales insuficiencias, que es el de la pobreza de recursos públicos. España, cuyo nivel de riqueza ha aumentado considerablemente durante el período de su integración a la Unión Europea, no ha desarrollado la infraestructura física, humana y social que le corresponde por el desarrollo económico que tiene. España, cuyo PIB per cápita es ya el 92% del PIB per cápita de la UE-15, tiene un gasto público per cápita que es sólo un 65% del promedio de la UE-15.

El otro capítulo del gasto público que muestra un gran retraso es el del gasto público social, es decir, gasto en las transferencias públicas (como por ejemplo ayudas a las familias) y en los servicios públicos (tales como sanidad, educación, vivienda, servicios de ayuda a personas con discapacidades, servicios sociales, servicios de prevención de la exclusión social e integración de la inmigración), que juegan un papel fundamental en configurar la calidad de vida de la ciudadanía y en garantizar la cohesión social. En el año 1993, el gasto público social por habitante era el más bajo de la UE-15. Años más tarde, continuamos a la cola de la misma, con el agravante de que el crecimiento de tal gasto social por habitante en España también ha sido menor que el crecimiento promedio de la UE-15; con lo cual, el déficit de gasto público social con el promedio de la UE ha aumentado, pasando de 2.109 euros por habitante en 1993 a 3.193 euros en el año 2004. (Ver V. Navarro (Dir.), La situación social de España, volumen II, 2007).

Vemos, pues, que la convergencia monetaria se ha conseguido también a costa de aumentar la desconvergencia social de España con la UE-15. El gasto público social por habitante de España es casi la mitad del promedio de la UE-15. Tal austeridad de gasto público social aparece claramente en las deficiencias de los servicios públicos, causa de las frustraciones existentes tanto entre los usuarios como entre los profesionales y trabajadores de tales servicios. Ejemplos hay múltiples. En la sanidad pública española (cuyo gasto público por habitante es sólo el 66% del promedio de la UE-15, siendo de los más bajos de tal comunidad), hemos visto huelgas de médicos de la atención primaria exigiendo tener al menos diez minutos de tiempo de visita como promedio (hoy, el promedio en España es de seis minutos). Por desgracia, los establishments políticos y mediáticos no son, en general, conscientes de tales déficit al utilizar en su gran mayoría los servicios sanitarios privados o recibir trato preferencial en los servicios públicos.

Pero la austeridad del gasto público tiene también un elevado coste económico. La baja competitividad y baja productividad española se basa precisamente en la pobreza del gasto público. La última encuesta de competitividad y desempeño económico, publicado en el Cambridge Journal of Economics (volumen 31, número 1, 2007), muestra cómo en Europa los países más competitivos y eficientes económicamente son aquellos que, a través de un elevado gasto público, ofrecen seguridad laboral y protección social a la población, facilitando la flexibilidad necesaria para responder a los retos de la integración europea y la globalización. A no ser que se vaya convergiendo con el promedio de la UE-15 en gasto público (lo cual no está ocurriendo), no se corregirán los grandes déficit que el país tiene en infraestructuras físicas, humanas y sociales.

En el epicentro mundial

Por Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 01/10/07):

Oriente Medio ya no es como antes una zona estratégica entre otras. Antaño poseía el mismo nivel relativo de importancia que muchas otras: Centroamérica, África austral, Sudeste Asiático, etcétera. Los conflictos que inflamaban estas regiones tenían raíces regionales autónomas pero se asociaban de un modo u otro al conflicto Este/ Oeste, la línea divisoria geopolítica más importante. Pero hoy Oriente Medio constituye el epicentro estratégico mundial.

Hay que hablar de los conflictos de esta región en lugar de hablar del conflicto de Oriente Próximo. Porque, en efecto, arden diversos conflictos: Palestina, Líbano, Iraq, Afganistán a los que debe añadirse la postura dura e inflexible con Irán, etcétera. Conflictos que suman su existencia autónoma, su lógica propia, sus interacciones recíprocas.

Lamentablemente, estamos atrapados en un círculo vicioso de tal forma que las interferencias mutuas son negativas y no positivas. El conflicto en Iraq es el que aporta en más alto grado su dosis diaria de horrores. La crisis con relación a Irán es la que puede reportar mayores desastres a corto plazo. En cuanto al conflicto palestino-israelí, sigue siendo el conflicto que ocupa un lugar central y emblemático. En Líbano, las dos partes enfrentadas comparten la voluntad de evitar el retorno de una guerra civil que desgarró el país. Todos son conscientes de que Líbano no se recuperaría de tal situación. Hasta ahora, ha predominado la cordura al respecto. Pero es imposible descartar que se escape una chispa que encienda el polvorín.

En Afganistán, el presidente Ahmid Karzai controla sólo una parte del territorio. La OTAN libra una guerra incierta sobre el desenlace final. En cuanto a Iraq, sólo George W. Bush parece creer que la situación está en vías de mejorar. Pese al crédito personal de que se halla investido, el general Petraeus acusa las secuelas de su intervención ante el Congreso… Aunque prevea la retirada de 30.000 soldados, el nivel de las tropas estadounidenses en el 2008 será idéntico al de principios del 2007, 130.000 efectivos. Si por una parte el general Petraeus ha prometido lo peor en caso de retirada rápida estadounidense, por otra no ha podido garantizar que el mantenimiento de esta presencia permita lograr una estabilización del país.

Aunque el conflicto palestino-israelí no posea el monopolio de los dramas, sigue siendo el conflicto principal. Su posible resolución no eliminará los problemas de la región, pero será la clara señal de que el optimismo puede volver. Nadie sabe en realidad cómo salir del avispero iraquí. La solución del conflicto palestino-israelí es conocida de todos y en principio es aceptada por todos. Resulta, por ello, más paradójico e injustificado que no se ponga en práctica. Estados Unidos, que se mostró muy activo sobre el problema durante el mandato de Clinton, ha renunciado por completo a mantener esta actitud bajo el mandato de George W. Bush. La única política estadounidense consiste en seguir y respaldar lo que hacen los israelíes. La situación económica y humanitaria de los palestinos ya era grave de por sí, y a ella se añade una complicación política con la fractura entre Hamas y Fatah y entre Gaza y Cisjordania. Aunque los estadounidenses e israelíes han hecho caso omiso de Mahmud Abas durante largo tiempo, parecen seguir una consigna a la hora de ayudarle desde la toma de control de Gaza por parte de Hamas. Para el mes de noviembre está prevista una cumbre, el problema estriba en que estadounidenses e israelíes quieren que sólo se invoquen grandes declaraciones de principios. Los palestinos exigen que se tracen y apliquen decisiones precisas y concretas. ¿No obedece ello precisamente a que están hartos de negociaciones que no sirven absolutamente para nada que los palestinos han vuelto sus ojos en dirección a Hamas? Si la cumbre del próximo mes de noviembre resultara un fracaso, corremos el peligro de entrar en un largo periodo de inercia antes de las elecciones estadounidenses. Y el o la nueva presidente/ a no podrá actuar de forma inmediata tras asumir sus funciones. No obstante, los progresos tangibles, concretos y visibles no constituyen únicamente una necesidad absoluta sino que presentan, además, extrema urgencia.

Por último, y en lo concerniente a la cuestión de Irán, asistimos al creciente peso e influencia de quienes abogan por asestar unos cuantos ataques contra Irán por entender que un Irán nuclear plantearía problemas para 30 años, en tanto que unos ataques contra Irán representarían problemas para 18 meses. Suelen coincidir con quienes sostenían que una guerra contra Iraq iba a aportar el progreso democrático y la estabilización estratégica de la región además de ser una herramienta para derrotar el terrorismo. Lo menos que puede afirmarse es que su credibilidad es frágil. Al menos para la mayoría de las personas razonables.

No obstante, el problema está en saber qué credibilidad les conceden Bush y Olmert.

La enésima crisis de Bélgica

Por Mateo Madridejos, periodista e historiador (EL PERIÓDICO, 01/10/07):

Escribiendo en De Standaard, gran diario de Flandes, Rik Torfs, profesor flamenco en la universidad de Lovaina, concluye: “El único chivo sobre el que jamás se tiene el derecho de disparar es el chivo expiatorio, porque, una vez muerto, uno se convierte en responsable de sus propios fracasos”. La feliz ocurrencia se dirige a los flamencos que vituperan a los valones y les echan la culpa de todos los males del reino, pero que quizá no son conscientes de que, una vez lograda la muerte de Bélgica, ya no podrán sentirse agraviados por sus hasta ahora compatriotas.

Esta reflexión viene a cuento de la enésima crisis de identidad de Bélgica, que lleva más de 100 días sin Gobierno, y que radicaliza a los extremistas de las dos comunidades. Las elecciones del 10 de junio provocaron un viraje a derecha y extrema derecha que se plasmó en el triunfo del Partido Cristiano Demócrata y el avance de los separatistas, xenófobos y populistas, en perjuicio de los partidos Liberal y Socialista que integran la coalición saliente. Por primera vez, la aritmética parlamentaria federal permite lucubrar con la liquidación del Estado surgido en 1830 para frenar el expansionismo francés.

El líder democristiano Yves Leterme, vencedor electoral, nacionalista radical aunque hijo de padre valón, abanderado poco sutil del divorcio de terciopelo, bestia negra de los valones, ofendió a los que podían ayudarle a componer la coalición para ser investido por un Parlamento multicolor. Preguntado si conocía el himno nacional, se puso a cantar La Marsellesa, y aseveró que los belgas solo tienen en común el rey, el equipo de fútbol y algunas cervezas. Tiró la toalla el 23 de agosto y ahora recibe de nuevo el encargo real, pero es poco probable que los valones acepten una revisión constitucional que interpretan como la extinción programada de los poderes del Estado. El Parlamento flamenco rechazó la perentoria demanda del neofascista Vlaams Belang para un referendo de autodeterminación, pero el vacío de poder a nivel federal alimenta las especulaciones más estrambóticas sobre el destino del país, subastado ficticiamente en internet hasta los 10 millones de euros. El psicodrama llegó hasta el palacio real de Bruselas, donde el rey Alberto II multiplica las consultas sin dejarse intimidar por las demandas de los nacionalistas flamencos para que se recorten sus pocas prerrogativas.

LAS ENCUESTAS aseguran que hasta el 40% de los flamencos están a favor de la independencia, pero solo el 12% de los valones. Sobre la incertidumbre planea la sombra de Bruselas, la capital federal y de Europa, cultural y lingüísticamente afrancesada, pero en territorio históricamente flamenco y rodeada por una serie de municipios donde los ciudadanos viven con intensidad y acritud el pleito entre el holandés obligatorio y el francés que prefieren muchos de ellos. Los separatistas creen que Bruselas es el último obstáculo en el camino hacia la independencia, auténtico nudo gordiano que hace recapacitar a los más exaltados.

La crisis tiene diversas causas y explicaciones. Surgida Bélgica con vocación de Estado-tampón entre las grandes potencias, cimentada en el catolicismo de ambas comunidades, estuvo en su primera centuria dominada por el francés como idioma universal y la prosperidad económica de los valones –la cuenca minera y la industria metalúrgica más potentes de Europa–, pero, a partir de 1945, el auge creciente y el dinamismo demográfico de Flandes (seis millones de habitantes) coincidieron con la decadencia de Valonia (cuatro millones), aceleradas tras la independencia del Congo en 1960.

La reforma federal de 1970, que consagró la división del país en tres regiones y comunidades lingüísticas, más la isla multinacional de Bruselas, en vez de mitigar las veleidades separatistas, las exacerbó, hasta levantar un muro psicológico que fomenta la incomunicación. Los partidos políticos se han fragmentado y no existe ninguna fuerza que compita por el voto en ambas comunidades. Hasta el modelo económico ofrece algunas divergencias –más anglosajón en Flandes, más renano o de subvención en Valonia–, que rápidamente se ahondarían, como pretenden los flamencos, con el traspaso de las competencias que aún se encarnan en el Estado federal.

LA UNIDAD ÉTNICA y lingüística, si alguna vez existió, se ha volatilizado, lo que explica la alarma de los artistas flamencos. Los ciudadanos no ven los mismos programas de televisión, ni leen los mismos periódicos ni se preocupan por las mismas celebridades; viven en compartimentos estancos, culturalmente de espaldas, con la barrera idiomática omnipresente, entre agravios históricos y reproches de balanzas y egoísmos fiscales. A diferencia de los flamencos, los valones no tienen patria de sustitución, como no sea el improbable retorno a Francia.

Cuando el separatismo estaba en su apogeo en Canadá, los promotores del Québec libre, incluido el general Charles de Gaulle, no percibieron que en Montreal vivían muchos anglohablantes, entre ellos, los emigrantes recién llegados al país, que se oponían radicalmente a la secesión. La situación aún es más nítida en Bruselas, cuya población multinacional, identificada con el francés, rechaza inequívocamente la incorporación a un Flandes obsesivamente neerlandés. Y, sin Bruselas, muchos flamencos prefieren seguir la marcha hacia la soberanía, maniatando al Estado, pero sin fijar fecha para desmantelarlo.

La extradición de Fujimori, una advertencia

Por Reed Brody, abogado de Human Rights Watch. Su trabajo en los casos de Pinochet y Hissène Habré se muestra en un nuevo documental, The dictator hunter (El cazador de dictadores). Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 30/09/07):

La extradición del ex presidente peruano Alberto Fujimori, devuelto por Chile a Perú para ser juzgado por su relación con los asesinatos cometidos por los escuadrones de la muerte y por corrupción, demuestra que el mundo está haciéndose más pequeño para quienes cometen atrocidades.

Hasta hace poco tiempo, si alguien mataba a otra persona, iba a la cárcel, pero si mataba a miles, el premio era un cómodo exilio con una cuenta bancaria en un país extranjero. Los juicios de Nuremberg establecieron el principio legal de que no debe existir inmunidad para los autores de los crímenes más espantosos, independientemente de quiénes sean y de dónde hayan cometido sus crímenes. Sin embargo, hasta la detención del general chileno Augusto Pinochet en Gran Bretaña, en octubre de 1998, pocos Estados habían tenido el valor de llevar ese noble principio a la práctica.

La detención de Pinochet, que murió el pasado mes de diciembre en Chile, animó a otros a llevar a sus torturadores ante la justicia, sobre todo en Latinoamérica, donde las víctimas desafiaron los acuerdos de transición de los años ochenta y noventa que habían permitido que varios autores de crímenes atroces quedaran sin castigo y, muchas veces, conservaran el poder. El Tribunal Supremo (la Corte Suprema) de Argentina abolió las leyes de inmunidad para antiguos responsables políticos, y docenas de ellos son hoy objeto de investigaciones y juicios por crímenes cometidos durante la dictadura de 1976-1983. A principios de este mes, un tribunal uruguayo aprobó el procesamiento de Juan María Bordaberry, el dictador que gobernó el país entre 1973 y 1976, por el asesinato de dirigentes de la oposición.

La detención de Pinochet en Londres también sirvió para dar impulso a un nuevo movimiento internacional que pretende acabar con la impunidad para los delitos más graves. Tras la instauración de los tribunales de Naciones Unidas para Yugoslavia y Ruanda, la ONU creó el Tribunal Penal Internacional (TPI), cuyo objetivo es perseguir el genocidio, los crímenes contra la humanidad y los grandes crímenes de guerra siempre que los tribunales nacionales no puedan o no quieran hacerlo.

Incluso en África, donde la población lleva tanto tiempo siendo víctima de ciclos de barbarie e impunidad, también avanza la justicia internacional. Senegal acaba de comprometerse a procesar al ex dictador de Chad en el exilio, Hissène Habré, después de haberse negado a juzgarlo en 2001 y haberse negado a extraditarlo a Bélgica en 2005. Hace unos meses se inició el juicio de Charles Taylor, de Liberia, en el tribunal especial para Sierra Leona creado bajo los auspicios de la ONU. El Tribunal Penal Internacional está investigando en la actualidad las alegaciones sobre crímenes en Darfur, Uganda, Congo y la República Centroafricana.

Los que están acusados de haber cometido crímenes cuentan todavía con lugares en los que refugiarse. El ugandés Idi Amín murió pacíficamente mientras dormía en su exilio saudí (un diplomático saudí me explicó -aunque no es cierto- que la “hospitalidad beduina” significaba que, una vez que uno ha acogido a alguien como invitado en su tienda, no puede echarle). Mengistu Haile Mariam, que llevó a cabo una campaña de “terror rojo” en Etiopía contra decenas de miles de adversarios políticos, disfruta hoy de la protección del presidente Robert Mugabe en Zimbabue. De hecho, durante cinco años, Japón impidió la extradición de Fujimori con el argumento de que tenía la doble nacionalidad peruana y japonesa. Hasta que Fujimori cometió el error de viajar a Chile.

El lugar más seguro para los acusados de crímenes de guerra hoy es tal vez Estados Unidos, que se niega firmemente a contemplar la posibilidad de procesar a personas como Donald Rumsfeld, a quien se atribuye haber aprobado técnicas de interrogación criminales en Guantánamo y Abu Ghraib, y el ex director de la CIA George Tenet, por su relación con la aplicación del waterboarding a los detenidos (una técnica que consiste en sumergirles la cabeza o arrojarles agua por encima para hacerles creer que están ahogándose) y la “entrega” de sospechosos a países en los que se les iba a torturar. La semana pasada, Alemania, ante la negativa de Estados Unidos, retiró la solicitud de extradición de 13 presuntos agentes de la CIA acusados de secuestrar a un ciudadano alemán y enviarle a una cárcel secreta de Afganistán en la que se le torturó. Washington también se ha negado a cooperar con los investigadores italianos que buscan a 26 estadounidenses miembros de la CIA en relación con el secuestro en Milán de un clérigo musulmán al que enviaron a Egipto, donde supuestamente fue torturado.

No obstante, se están creando los precedentes. Pinochet fue el primer jefe de Estado detenido por otro país por crímenes contra los derechos humanos. Fujimori ha sido el primero devuelto a su país para ser juzgado. Es una advertencia para los futuros dirigentes: si pretenden que sus asesinatos y torturas queden impunes, pueden acabar ante la justicia. Y si han cometido torturas, más vale que no viajen a ningún sitio.

El último viaje

Por José María Mena, fiscal jubilado. Ha sido fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (EL PAÍS, 30/09/07):

A todos los cerdos les llega su San Martín. Esto dice el refrán castellano. Pero no se refiere a la tradicional fiesta rural de la matanza del puerco, del día del santo, el 11 de noviembre, sino al optimista vaticinio de que a todos los personajes despreciables les aguarda, inexorablemente, el día de su derrota definitiva. Y es curioso esto, porque, como es sabido, el refrán, como “dicho sentencioso de uso común”, según define el diccionario oficial, es expresión condensada de experiencia popular, y como tal, generalmente desconfiada y poco dada al optimismo.

Hablando de final de dictaduras, y de destino de dictadores, nuestro refrán contendría un voluntarismo positivo, un augurio favorable que, desgraciadamente, no expresa una ley histórica ineluctable.

Los dictadores son personajes despreciables. Es decir, se hacen merecedores de la mayor desestimación, se han granjeado una falta de aprecio tan profunda como la que ellos han mostrado y ejercido sobre sus súbditos y víctimas.

Las dictaduras no son actividad de una sola persona. Tras el individuo que personifica y protagoniza el poder absoluto hay siempre un soporte social, económico, consecuentemente institucional, que, cuanto menos amplio es, más férreo se muestra.

Este soporte social e institucional resulta ser un partícipe del poder absoluto, que lo ejerce en beneficio de sus intereses propios, frente a grupos sociales y políticos oponentes, a los que tiende a acallar, neutralizar y, en su caso, eliminar.

Aquí cabe apreciar, objetivamente, la criminalidad de los dictadores, de las dictaduras, de sus instituciones y de sus sectores de apoyo, constituidos en grupo u organización delictiva, con sus jefes, sus bases violentas, y sus cómplices y encubridores aparentemente apacibles y silenciosos. La corrupción económica, y la corrupción política, que en supuestos extremos va desde el gansterismo hasta el genocidio, son frutos de esa trágica forma de criminalidad. Todos los fujimoris tienen su montesinos.

La criminalidad, de origen y de ejercicio, trasciende a cuantas actividades derivan de ella. Sus leyes, sus decisiones, sus actuaciones. Todo ello, por tener un origen espurio, debe ser condenado por la historia de la democracia, y debe ser tenido por inexistente desde el punto de vista jurídico democrático.

Esta es la construcción jurídica de la llamada “teoría de los frutos del árbol envenenado”, según la cual cuantos frutos nazcan de él son incomibles, por hermosos que se presenten. Cuantas leyes, decisiones, sentencias o condenas generen las dictaduras, los dictadores, sus instrumentos o sus tribunales, en cuanto procedan del árbol envenenado de su criminalidad de origen o de ejercicio, merecen la censura democrática, y deben tenerse por inexistentes desde el punto de vista jurídico democrático.

Los dictadores, en ocasiones, afortunadamente, llegan a ser espectadores de su propio final. Cuando sus oponentes se cohesionan y fortalecen, cuando sus apoyos externos pierden el interés por sustentarlos, sus soportes sociales se evaporan, y les carcomen sus disidencias internas, entonces les llega su última hora. Y es sabido que, tras su caída, y a veces incluso un poco antes los más avisados, afloran tantos neófitos demócratas que si todos ellos, antes, hubieran luchado por la libertad tanto como después pregonan, seguro que la dictadura no habría prosperado.

Los dictadores prudentes no viajan. Hubo uno que solo salió de su país una vez para ver al alemán que no nombraré, en Hendaya, y después a su amigo portugués. Pero los menos sensatos, más soberbios, y menos previsores, se aventuran en viajes de imprevisibles consecuencias. Así le ocurrió a Fujimori en Chile, en noviembre de 2005, al final de un desdichado (para él) exceso de osadía, concluido en su propio país el pasado 21 de septiembre.

Y así le había ocurrido anteriormente a Pinochet, en Londres, en 1998. En esta ocasión, los acontecimientos se desencadenaron a raíz de una genial propuesta de Carlos Castresana a la asamblea de la Unión Progresista de Fiscales, celebrada en Barcelona, determinante de la querella formulada por la asociación a título particular, ya que, como es bien sabido, en aquel tiempo, la Fiscalía de la Audiencia Nacional y la Fiscalía General del Estado no estaban dispuestas a valorar negativamente a este tipo de criminales. Este impulso procesal fue asumido por Baltasar Garzón con una determinación y un acierto que le han dado justa fama. De ello ha derivado una inflexión histórica para la persecución internacional de los criminales a que nos venimos refiriendo.

El Auto de Garzón de 18 de octubre de 1998 desencadenó un proceso de extradición que culminó con la resolución de 24 de noviembre del Tribunal de Apelaciones de la Cámara de los Lores, no reconociendo la inmunidad a Pinochet, y acordando que prosiguiera el proceso de extradición de Garzón, con base en el argumento, sin duda obvio, de que los crímenes de asesinatos masivos, torturas y tomas de rehenes no son actos propios de un jefe de Estado, en cuya condición pretérita basaba Pinochet su defensa.

Cuando el ex dictador debe ser juzgado en su propio país, recuperada la democracia, no puede evitarse que todos los ojos se fijen en los órganos judiciales comprometidos en ese juicio.

Las transiciones de las dictaduras a las democracias son distintas, como son distintas entre sí las dictaduras, o las democracias. Como antes se señaló, los dictadores se arropan con sectores de apoyo, y con instituciones que conforman, o deforman, a su imagen y semejanza. Entre estas instituciones, no hay que olvidarlo, están los órganos judiciales. Sostener que estos instrumentos de poder, compuestos por personas de carne y hueso con sus convicciones, no necesaria y universalmente democráticas, con sus experiencias, y con sus escalafones burocráticos, hayan de dar una respuesta susceptible de satisfacer a unos y otros, a dictadores y oprimidos, es ilusorio.

Lo deseable es que los órganos judiciales actúen con serenidad, con distancia, desde las garantías para los acusados. Las que ellos negaron anteriormente, ante estos mismos órganos. Pero esta misma dinámica entraña razonables susceptibilidades. La eliminación de los servidores del antiguo régimen, incluidos jueces y fiscales, por el trámite de la depuración, más o menos encubierta, como ocurrió en la Alemania Oriental tras la unificación, puede ser injusta, en muchos casos, y además suele ser administrativa y económicamente inviable. La absorción, sin más, de los órganos de poder procedentes de las dictaduras, incluidos los judiciales, también puede producir problemas de resistencias, resentimientos y nostalgias. Así mismo, debe convenirse que el juicio justo que merece cualquier dictador, como cualquier otro criminal, es incompatible con toda suerte de venganza. Aun en el supuesto extremo del modelo de transición de “cambio de tortilla”, la justicia de represalia, de venganza, de “aplicarles su propia medicina” es inaceptable desde la perspectiva de la justicia democrática, y, más concretamente, desde la salud de la democracia.

Partidas simultáneas

Por Martín Ortega Carcelén, profesor de Derecho Internacional en la Universidad Complutense de Madrid (EL PAÍS, 30/09/07):

La pregunta acuciante tras la crisis financiera de las últimas semanas es si se trata de un caso aislado que sabremos controlar, o si estamos ante un primer episodio de una serie de convulsiones más graves. Una respuesta optimista ayuda a mantener la calma en los mercados. Sin embargo, mirando de frente la realidad, se observan fuertes desequilibrios en la economía mundial que conllevan riesgos ciertos. Seguir la política del avestruz ante esos riesgos no es la reacción más inteligente y nos deja al pairo de cara al futuro.

Tras una década larga de crecimiento, la economía global sigue mostrando vigor, pero puede verse afectada por influencias negativas. La primera es, precisamente, el cansancio y la falta de confianza, en un contexto político global sin proyectos movilizadores. Asimismo, las potencias emergentes pueden sucumbir a problemas internos, el terrorismo o la guerra pueden golpear a Oriente Medio y las catástrofes naturales, la contaminación y el cambio climático podrían acarrear costes insoportables. Ahora bien, el problema más llamativo es la situación de la economía norteamericana que, a pesar de seguir siendo la primera potencia mundial indiscutible, está sometida a fuertes tensiones.

Por un lado, Estados Unidos soporta un déficit comercial de larga data que se ha agravado en los últimos años. Los datos del propio departamento de Comercio indican que, en 2006, Estados Unidos importó 838.000 millones de dólares más de lo que exportó. Los intercambios comerciales de Estados Unidos son deficitarios con todas las regiones del mundo: la diferencia con Europa es de 142.000 millones; con América Latina, de 112.000 (México sólo cuenta por 67.000); con Asia-Pacífico, de 409.000 (de los que China gana 233.000, y Japón, 90.000); Oriente Medio vende 36.000 millones de dólares más de lo que compra a Estados Unidos, y África, 62.000. Es cierto que el dólar está bajo, lo que en principio debería ayudar a las exportaciones norteamericanas, pero la tendencia en los dos primeros trimestres de 2007 ha sido la misma, apuntando déficit de 200.000 millones de dólares cada uno -como el año anterior-, y los precios del petróleo en alza castigan a los ciudadanos norteamericanos más que a los europeos. Mirando las cifras de la última década, el problema se ha convertido en estructural y no tiene solución rápida.

Por otro lado, el déficit fiscal de Estados Unidos es enorme. El Gobierno se deja en gastos corrientes de seguridad social, salud, defensa e intereses de la deuda la mayor parte del presupuesto, y no queda dinero para inversiones. A lo largo de su mandato, el presidente Bush ha dilapidado en gastos militares, sobre todo con la guerra de Irak, y ha cerrado el grifo de los ingresos al rebajar los impuestos, con lo que el depósito se encuentra medio vacío. Para obtener el dinero que necesitan, los ciudadanos y el Gobierno norteamericanos tienen que pedirlo a fuentes extranjeras, pero esta cadena de financiación puede atascarse un día.

Un frenazo en la economía norteamericana supondría un choque para la mundial, y las demás potencias tendrían que adaptarse a la nueva situación. Los países emergentes se apoyarían en el consumo interno, y los otros industrializados, como los europeos, tendrían que acostumbrarse a un ritmo más lento.

Más allá de sus consecuencias económicas y sociales inmediatas, estas evoluciones tendrían un profundo significado histórico. A lo largo de los siglos se ha visto cómo las potencias dominantes ascendían y caían. Normalmente, tras un auge económico, las potencias retadoras ganaban poder militar y se aliaban con otras para destronar a las dominantes. Sin embargo, por el momento, lo que se observa es que Brasil, China, India y otros emergentes están concentrados en su éxito económico y no se preocupan tanto por las cuestiones estratégicas. En el escenario global, se están jugando dos partidas simultáneas: los países emergentes (y la mayoría de los europeos) juegan en el tablero económico, con cierto abandono del estratégico, mientras EE UU sigue obsesionado con la partida militar olvidando un tanto el frente económico. En un mundo en el que los ciudadanos son cada vez más los protagonistas, interconectado y donde se produce un rechazo generalizado a la guerra, es muy posible que EE UU se haya equivocado de tablero bajo el mandato de Bush.

Lo más sorprendente de estos juegos globales es que el posible descenso de Estados Unidos vendrá provocado más por los errores de sus mandatarios que por la oposición ejercida por otros. Ningún actor internacional, salvo grupos terroristas y algunos líderes desquiciados, quiere el fracaso estadounidense. La guerra de Irak, una herida autoimpuesta, es una sangría moral y de recursos de la que no se ve el fin. En el plano interno, la propia Administración ha excavado el agujero en que se encuentra. El problema es que, a pesar de las bajas cotas de popularidad de Bush y de una oposición llena de argumentos válidos, el sistema constitucional norteamericano no prevé el adelanto de las elecciones presidenciales, previstas para noviembre de 2008. Aguantar hasta entonces puede ser duro para los norteamericanos y para el resto del mundo, necesitados de un liderazgo razonable en la Casa Blanca.

Si hay nuevas crisis, Europa se verá afectada. El debate sobre la economía española de las últimas semanas ha puesto de relieve su fortaleza, lo que ha sido reconocido por las expectativas que le asignan las instancias internacionales. En caso de ralentización del largo ciclo de crecimiento global, España será probablemente uno de los actores europeos mejor preparados para afrontar el bache. Ahora bien, esto no quiere decir que el futuro se presente fácil. La partida global será muy complicada en el tablero económico, no sólo por las turbulencias inmediatas que vienen, sino también por la necesidad de encontrar a medio plazo un modelo social que no termine de destruir el planeta.

En el tablero estratégico, el Gobierno español ha jugado sus cartas con acierto, al apartarse a tiempo de la aventura de Irak y apostar por un sistema internacional que favorece la cooperación y la paz. En todo caso, aunque haya nuevas turbulencias originadas al otro lado del Atlántico, ni España ni Europa deberían alterar su alianza con EE UU, porque ese vínculo se basa tanto en la historia como en principios compartidos. No debe confundirse a Bush con Estados Unidos. La lección más relevante de los últimos años es que hay que impedir a los más poderosos actuar fuera de las reglas, precisamente porque son amigos y aliados. La actitud de algunos líderes europeos, que aplaudieron a Bush en sus decisiones más nefastas, no ha ayudado a nadie, ni siquiera a los propios norteamericanos.

Refinamiento del verdugo

Por Santiago Roncagliolo, escritor peruano (EL PAÍS, 30/09/07):

Hoy, el búnker de Berlín-Hohenschönhausen es conocido mundialmente por La vida de los otros, el último gran éxito del cine alemán. Pero durante cuarenta años, nadie supo de su existencia. Su posición no figuraba en los mapas, ni su nombre en las listas de edificios oficiales. Los vecinos se imaginaban lo que ocurría detrás de los centinelas y el alambre de púas, pero nadie lo sabía a ciencia cierta. Sólo quienes entraban eran informados de dónde se encontraban: en la cárcel preventiva del ministerio para la Seguridad del Estado, la temible Stasi.

Berlín-Hohenschönhausen estaba dedicada exclusivamente a presos de conciencia. Por sus celdas pasaron líderes de manifestaciones, testigos de Jehová o políticos críticos secuestrados en Berlín Oeste, pero también disidentes comunistas como el editor Walter Janka y políticos caídos en desgracia como Paul Merker. Y, con frecuencia, ciudadanos comunes y corrientes que ni siquiera eran conscientes de estar haciendo algo ilegal.

Tras la caída del Muro de Berlín, el edificio fue convertido en un museo, y muchos de sus antiguos prisioneros hoy guían a los visitantes. Uno de ellos es un ex hippy que se pasó un año y medio encerrado por tener un grupo de rock. El paseo turístico comienza por la sección más antigua, llamada El Submarino, un pabellón subterráneo inaugurado por los soviéticos tras la ocupación de Berlín. El Submarino no tenía ventilación, y la mitad de sus celdas carecían de ventanas. Para dar una idea de la humedad y el calor de las instalaciones, basta señalar que el personal penitenciario se construyó ahí una sauna para sus momentos de relax.

Entre los instrumentos de tortura que se exhiben al visitante en este pabellón destacan tres: el primero, una habitación hermética donde encerraban al prisionero con unos diez centímetros de agua cubriendo el suelo. Después de una semana sin poder dormir ni sentarse, y con la humedad calándole los huesos, por lo general se mostraba colaborador. El segundo sistema, una cubeta en la que colocaban la cabeza de la víctima mientras gotas de agua le caían sobre la nuca. Esto los ablandaba en unos cinco días. El último sistema no es tan fácil de comprender a simple vista: se trata de una puerta abierta en un muro, pero la puerta no da a ninguna parte. El guía explica que la celda es el muro. El prisionero era emparedado en un espacio de 1,5 por 0,4 metros. Ése era el más eficiente.

Antiguos prisioneros políticos de Argentina y Chile que han visitado el pabellón soviético coinciden en un detalle: les parece un jardín de infantes. Las víctimas de Videla o Pinochet tuvieron que soportar ataques con perros y ratas. Sus guardianes les inyectaban somníferos y los arrojaban desde aviones. Les aplicaban la picana en los testículos. Las violaban. Los métodos de Berlín, en cambio, muestran un alto nivel de sofisticación en el uso de la violencia.

Para empezar, los tormentos de El Submarino no eran ejecutados directamente por personas, sino por cosas. Las víctimas no tenían que enfrentarse a sus verdugos durante la tortura, y en ningún caso eran necesarias las palizas. Además, los instrumentos no dejaban cicatrices ni marcas físicas. Nada de quemaduras o traumatismos. El Submarino está diseñado para quebrar la voluntad, no los huesos. Por supuesto, la gente se moría. Se calcula que el primer año fallecieron más de 3.000 personas. Pero lo importante era que nadie los mataba personalmente. Ningún individuo era responsable de su suerte.

Tras la instauración de la RDA, la Stasi hizo construir a los presos un nuevo edificio en el que refinó el sistema aún más. A partir de los años cincuenta, los internos ni siquiera sabían adónde los conducían. Ingresaban en el recinto con los ojos vendados y ocultos en un camión que decía “pescado”. (Con el tiempo, como el pescado escaseaba, fue necesario cambiar el camuflaje por “frutas y verduras”). Y una vez dentro, perdían todo contacto con el mundo.

Tampoco estaban permitidas las relaciones entre los internos. Ninguno sabía quién estaba encerrado al lado. No había un comedor ni duchas comunes. Desde luego, tampoco era posible relacionarse con los carceleros o los interrogadores. Para asegurarse de ello, el personal rotaba frecuentemente. Los presos podían pasar años sin más contacto humano que el de los interrogatorios. Cada vez que alguno abandonaba su celda, se encendía una luz roja en el pasillo. Era la señal para que nadie más circulase.

Los prisioneros de la Stasi no tenían vestimenta propia: llevaban un chándal azul y unas pantuflas de reglamento. Tampoco tenían nombre. Se les llamaba por su número de celda. Cualquier característica individual, cualquier rasgo de personalidad, era borrado.

El reglamento del presidio estaba lleno de normas absurdas que era imposible respetar por completo. La más increíble era la obligación de dormir boca arriba y con los brazos extendidos. Durante la noche, cada diez minutos, un oficial se asomaba por la mirilla de la celda y despertaba a los internos que no durmiesen en la posición correcta.

¿Por qué una posición obligatoria para dormir? Una razón tenía que ver con los presos, y otra, con los guardianes. Los primeros debían saber que eran vigilados constantemente, y que eso formaba parte de su condena. La mayor parte de sus pesadillas -especialmente de las mujeres- tenía que ver con las mirillas de las puertas y los ojos que observaban a través de ellas todos sus movimientos. En cuanto a los guardianes, era necesario que percibiesen que los internos incumplían las normas constantemente. Sólo así se sentirían justificados para castigarlos con dureza.

En efecto, todo en estas instalaciones está diseñado para evitar el complejo de culpa de los funcionarios. Las cortinas de las salas de interrogatorios están bordadas con flores y encajes. El papel mural estilo años setenta recuerda a las primeras películas de Almodóvar -eso sí, en colores opacos y sosos-, y las losetas del pasillo producen un efecto “casa de la abuela”. Nadie golpeaba a los internos, y en toda la visita no se ve un solo instrumento de tortura física.

El terror de Berlín era aséptico y esterilizado, como cualquier trabajo de oficina, porque estaba sistematizado, y por tanto no era responsabilidad de nadie en particular. Los guardias realizaban su monstruosa misión en la misma atmósfera rutinaria que un registrador de la propiedad. Los interrogadores eran caballeros amables que decían: “Usted puede salir de aquí cuando quiera. Sólo tiene que echarnos una mano, igual que han hecho ya sus amigos”.

El trabajo en esta cárcel no era destruir el cuerpo, sino las certezas de los individuos, que forman la base de su voluntad. Aislados del espacio y de los hombres, despojados de identidad e intimidad, los humanos se derrumban. Por eso, el objetivo de la política penitenciaria, a largo plazo, ni siquiera era recabar información útil, sino anular la iniciativa de los internos.

Significativamente, la tortura más extrema y última parada de la visita es el cuarto oscuro. Encerrado ahí, el preso no sabía si era de día o de noche, y las paredes estaban acolchadas para que ni siquiera pudiese darse cabezazos contra las paredes. No sólo estaba privado de un lugar y de un nombre, sino que ni siquiera era capaz de distinguir el día de la noche, y la cordura de la demencia. En esa habitación, donde se diluían las últimas certidumbres de los hombres, la prisión alcanzaba el punto más alto de burocratización de la crueldad.

miércoles, octubre 03, 2007

Presidente Sarkotodo

Por J. M. MARTÍ FONT - París - 23/09/2007

La rentrée política de Nicolas Sarkozy ha estado a la altura de su legendaria hiperactividad. En una cita, tal vez apócrifa, se asegura que el jefe del Estado francés vaticinó hace poco a uno de sus más próximos colaboradores que "más de un ministro va a estallar en vuelo". Y al poco, un rumor, recogido por la agencia France Presse, anunciaba para el mes de enero una primera remodelación del Gobierno -que tiene escasamente tres meses de vida- con el objetivo de "abrir más el Ejecutivo", lo que traducido del lenguaje sarkoziano quiere decir entrar de nuevo a saco en el armario de la izquierda socialista con el doble objetivo de desestabilizarla para las elecciones municipales de marzo y de crear temor entre las filas conservadoras, donde la escasa disponibilidad de cargos provoca ansiedad.

Sarkozy ha lanzado la revolución individualista del modelo social francés. Pretende reformar el mercado laboral, las pensiones, el sistema fiscal, el modelo educativo y reducir el peso de la Función Pública a la mitad, transformando a los funcionarios en ejecutivos agresivos cuyos objetivos sean la productividad y la eficacia.

El Estado francés dejará de ser el gran artefacto creado por Jean Baptiste Colbert, el ministro del rey Sol, Luis XIV, en el que se entra para hacer una carrera perfectamente milimetrada bajo criterios entre meritocráticos y oligárquicos. Será desde ahora una máquina perfectamente engrasada para hacer que funcione la renqueante economía francesa, empantanada en un raquítico crecimiento por debajo del 2%.

Porque Nicolas Sarkozy, por más que desde la oposición de izquierdas se insista en calificarle de "ultraliberal anglosajón", sigue siendo un clásico conservador francés proteccionista que no renuncia al papel decisivo del Estado. "El desarrollo económico no es posible en un contexto de oposición entre lo público y lo privado", dijo el miércoles; "todo lo contrario: la calidad del servicio público es decisiva para el crecimiento económico y la productividad de la Administración es igual de importante que la de las empresas".

TRABAJO. Hacia un nuevo pacto social

Nicolas Sarkozy ha propuesto a los ciudadanos franceses un nuevo pacto social consistente en trabajar más para ganar más o, dicho en términos más solemnes, "asumir la cultura del esfuerzo", una de las obsesiones del nuevo inquilino del Elíseo.

El sistema actual no es sostenible en términos financieros, desincentiva el trabajo y no garantiza la igualdad de oportunidades. La semana laboral de 35 horas implantada por el Gobierno socialista de Lionel Jospin ha tenido efectos catastróficos para los franceses, según Sarkozy, especialmente porque es la causa de la reducción de su poder adquisitivo y del raquítico crecimiento económico.

Las horas extraordinarias ya han sido desfiscalizadas. El final del camino es la reforma del modelo laboral consistente en la generalización de un contrato menos rígido, junto a la puesta en marcha de medidas para penalizar fiscalmente las jubilaciones anticipadas y sanciones para los parados que rechacen ofertas de trabajo.

ORDEN PÚBLICO. Implacable contra la delincuencia

En Interior tuvo fama de implacable contra la delincuencia. Sacó adelante la ley que impone cumplir penas mínimas a los reincidentes. Su ministra de Justicia ha chocado con el poder judicial, que acusa al Ejecutivo de saltarse la división de poderes. Él se declara "defensor de las víctimas" al pedir la castración química de los pedófilos.

PENSIONES. Acabar con los privilegios

Se trata de la primera gran prueba de fuerza frente a los poderosos sindicatos. Consiste en acabar con los privilegios de los llamados regímenes especiales de pensiones, básicamente de cuerpos de la función pública, pero también de algunas profesiones como los empleados de ferrocarriles, del gas, de la electricidad, los mineros y los marinos.

El cálculo de la pensión será igual para todo el mundo. Muchos primeros ministros se han dejado los dientes intentando sacar adelante esta reforma. Nicolas Sarkozy ha dejado la puerta abierta a todo tipo de componendas; la negociación se hará empresa por empresa. Eso sí, antes de finales de año debe estar cerrado este capítulo.

Si los sindicatos lo impiden, insinuó el presidente, no será posible reformar las pequeñas pensiones que reciben algunas viudas y gente que vive en el límite de la miseria. Los privilegiados tendrían la culpa, pese a que Sarkozy insiste en que "no son culpables".

ESTADO. Refundar la función pública

Francia tiene la impresionante cifra de 5,2 millones de empleados públicos, que suponen el 44% del presupuesto del Estado. Un día después de proponer "un nuevo pacto social", el presidente entró de lleno en el corazón de la reforma al anunciar la "refundación de la función pública", el núcleo duro de "la identidad republicana del Estado", como lo definió un líder sindical absolutamente sorprendido por el proyecto de "revolución cultural" anunciado por el presidente.

Nicolas Sarkozy quiere reducir drásticamente el número de funcionarios, flexibilizar su estatuto e individualizar los criterios de remuneración. Para servir de ejemplo reducirá en un 10% las plazas de la Escuela Nacional de la Administración (ENA), la fábrica de élites de Francia.

Sólo uno de cada dos funcionarios que se jubilen será reemplazado. A partir del próximo mes de noviembre, una auditoría en la que trabajarán 18 grupos de 200 personas controlará minuciosamente cada céntimo del gasto público, ministerio por ministerio.

INMIGRACIÓN. Más control, hasta con el ADN

El de la inmigración es, sin duda, uno de los temas recurrentes del presidente francés que, en su condición anterior de ministro del Interior ya consiguió el récord de hacer pasar tres leyes sobre la polémica cuestión.

La cuarta ley, ya con él en el Elíseo, la "de control de la inmigración", ha sido aprobada esta misma semana y contiene el detalle polémico del recurso a la realización de las pruebas de ADN para probar la filiación en los casos de reagrupamiento familiar, una vía de acceso a la regularización que es la mayoritaria en Francia.

Éste es un tema clave porque se dirige esencialmente a los electores del ultraderechista Frente Nacional que, por millones, han desertado de las filas de Jean-Marie Le Pen y, básicamente, entregado el palacio del Elíseo a su actual inquilino.

No los olvidó el pasado jueves en su aparición televisiva. Nicolas Sarkozy quiere imponer cuotas a la inmigración, tanto por profesiones como por origen geográfico.

SINDICATOS. Negociar con las espadas en alto

Su método no es el decreto ley, sino negociar y negociar. Los sindicatos ven que, si negocian, ya pierden y, si no, pierden legitimidad frente a la opinión pública, a favor de las reformas, incluida la de regímenes especiales y la ley de servicios mínimos que les impedirá paralizar el país como hasta ahora. Por el momento las espadas están en alto

Después de Putin

Por Walter Laqueur, director del Instituto de Estudios Estratégicos de Washington. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 30/09/07):

El próximo mes de marzo, Rusia elegirá a un nuevo presidente para suceder a Vladimir Putin. La campaña electoral ha empezado en serio, hecha la salvedad de que naturalmente no hay tal campaña puesto que será presidente la persona designada por Putin. La semana pasada se especulaba sobre si Medvedev o Ivanov sucederían a Putin; ambos son miembros de su círculo íntimo, el primero formado en el KGB y el segundo vinculado - como el primero- a las grandes empresas estatales. Ambos pertenecen también al “grupo de Leningrado”, el guardaespaldas político de Putin. Y ahora de repente ha surgido un nuevo candidato en la persona de Viktor Zubkov, el nuevo primer ministro del que poco se sabe; nueve de cada diez rusos nunca habían oído hablar de él hasta hace unos días.

¿Por qué Zubkov? Parece ser tan leal como los demás y por otra parte digno de confianza para mantener el asiento caliente hasta el 2012, cuando Putin puede querer volver como presidente. No es joven ni parece muy ambicioso ni carismático. Claro que siempre se corre el riesgo de que un personaje que actúe como sustituto abrigue sed de poder y sea renuente a ceder el testigo en su momento. Por eso Maquiavelo dijo que “no basta con que un político triunfe, debe cuidar de que su sucesor sea inferior a él”.

Sea como fuere, ¿qué significará políticamente la transición? Persiste un enojo popular - no injustificado- contra quienes se han enriquecido durante los últimos 15 años, no abriendo nuevos caminos e impulsando iniciativas productivas, sino comprando barato empresas de propiedad estatal. Por comprometido que esté (en principio) el nuevo Gobierno con la economía liberal, deberá hacer concesiones a tal condición. En un libro sobre Rusia tras la caída del imperio soviético, escribí en 1992 que “al menos no hay multimillonarios…”. Hoy día se cuentan una veintena de multimillonarios rusos entre el primer centenar de personas más ricas del mundo.

Zubkov intentó combatir algunos de los casos más escandalosos de evasión fiscal de las mafias y grandes fortunas, pero cabe abrigar la sospecha de que más bien fue una operación cosmética. La corrupción se halla demasiado enraizada y se hallan involucrados demasiados miembros del establishment como para poderla desarraigar.

Hay razones para pensar que tal política continuará. En las escuelas se les enseñará a los niños que Stalin hizo más bien que mal y que fue un gran líder, que la iglesia ortodoxa es un pilar de Rusia… pero el sistema económico no cambiará. Se encarcelará a unos cuantos multimillonarios si no obedecen al Gobierno. Pero en general no tienen gran cosa que temer si se comportan.

En cuanto a los inversores extranjeros, el clima imperante no será tan favorable. Rusia les necesita en menor medida y aplica una política nacionalista; a menos que los europeos consientan que les arrebaten sus bancos y empresas (sobre todo en el sector energético que Rusia quiere controlar) la vida de los inversores será cada vez más difícil. La línea nacionalista, en términos generales, proseguirá. Putin ha dicho que ha llegado la hora de poner fin a la “ridícula y extravagante solidaridad atlántica” entre Europa y EE. UU.; tampoco le gusta la UE pues desde una perspectiva rusa resulta mucho más fácil y cómodo tratar con cada país por separado en lugar de con los Veintisiete. Bien: muy plausible visto desde Moscú, pero los europeos muestran cierto desasosiego ante esta estrategia rusa tan descarada.

¿Qué razones se hallan tras esta estrategia? Una muy popular, basada en la creencia de que no sólo Estados Unidos sino Occidente en general son hostiles a Rusia y aprovecharán cualquier ocasión para atacarla de uno u otro modo. Algo muy comprensible psicológicamente; muchos rusos creen que la caída del imperio soviético obedeció a las intrigas occidentales. Se rechaza la idea de que pudo guardar alguna relación con el hecho de que el sistema soviético no funcionaba. Este sentimiento recuerda al existente en Alemania e Italia después de la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, ¿resulta sensato? A duras penas, ya que desvía a Rusia de los verdaderos peligros que afrontará durante los próximos años. Rusia no es amenazada por EE. UU. y Europa, que estos años estarán preocupados por sus propios problemas y ni querrán ni podrán seguir una política exterior agresiva. Ni Europa ni EE. UU. desean en modo alguno apoderarse del norte de Rusia, de Siberia o del lejano oriente ruso que cada año se despueblan más. Hablar mal de Estados Unidos y Europa puede ser popular, pero no lleva a ninguna parte.

Kouchner, Total y Birmania

Por Nicole Muchnik, pintora y escritora (EL PAÍS, 29/09/07):

Nicolas Sarkozy acaba de exigir de las empresas francesas, y particularmente de Total, que no inviertan más en Myanmar, una decisión tardía, pero bienvenida. Sin embargo, falta todavía una aclaración sobre el papel del actual ministro francés de Exteriores, Bernard Kouchner, responsable de un informe del año 2003 pagado por Total sobre la explotación del sitio Yadana y la instalación de un oleoducto.

Rangún, Myanmar, 1990. La Liga Nacional para la Democracia, dirigida por Aung San Suu Kyi, obtiene el 85% de los votos en las elecciones organizadas por la Junta Militar en el poder. Pero la Asamblea Nacional surgida de las urnas nunca se reunirá. Sigue una campaña de arrestos masivos, torturas y represión con el objetivo, entre otros, de exterminar a los rebeldes karens del centro del país. A partir de esa fecha la dirigente Suu Kyi, premio Nobel de la Paz, estará casi siempre detenida, ya sea en la cárcel o bien en su domicilio. Otros cuarenta diputados fueron encarcelados; 150 debieron exiliarse.

Asimismo, 1990 es el año en que la compañía petrolera francesa Total responde a una oferta de prospección del sitio off-shore Yadana. Dos años más tarde se firma un contrato de explotación entre Total y la compañía birmana Myanmar, al que se unen en 1995 la americana Unocal y la tailandesa PTTEP. La inversión de Total está garantizada por el Gobierno francés hasta una suma de 6 millones de euros. Una cláusula del contrato establecido por Total prevé la protección de la zona y en particular del oleoducto por parte del Ejército birmano, que se aprovecha de ello para intensificar la represión en contra de los karens, cuya guerrilla causa problemas al norte del sitio Yadana.

Ahora bien, una de las características del régimen birmano es la utilización del trabajo forzado bajo la vigilancia del Ejército. El trabajo forzado impuesto a aldeas enteras no nació con la prospección petrolera, pero ¿lo aprovechó Total para acondicionar el sitio de prospección y construir el oleoducto? Un informe de la Organización Internacional del Trabajo, fechado en julio de 1998, describe “la impunidad con que los funcionarios del Gobierno y sobre todo los militares tratan a la población civil como una inmensa fuente ya sea de trabajadores forzados no remunerados o de servidores a su disposición, elemento propio de un sistema político basado en la fuerza y la intimidación”. Se revela que el mejor modo que tienen los militares de enrolar a los trabajadores consiste en la destrucción de aldeas, sobre todo en la zona que rodea el futuro pipeline de Total.

Total siempre ha negado haberse beneficiado del trabajo forzado: sus 2.500 trabajadores, asegura, son “adultos, voluntarios y están remunerados”. Por lo demás, siempre según la versión de Total, no existe ningún contrato entre la compañía y el Ejército birmano. En cambio, Total habría creado los Comités de Aldea, mejorado considerablemente la situación médica y social de la región y, como consecuencia, reducido la mortalidad infantil; asimismo habría asegurado la vacunación, disminuyendo las cifras de paludismo y tuberculosis, y también habría logrado un mejor diagnóstico del sida.

Birmania carece de industrialización y la población budista se conforma, en su mayoría, con una sencilla vida rural. Las universidades, cerradas en 1988, fueron reabiertas entre 1995 y 1996 y vueltas a cerrar. Sólo el 27% de los niños termina la escuela primaria. El resto, o son demasiado pobres o acaban reclutados para trabajos forzados. A partir de los trece o catorce años son enrolados a la fuerza en el Ejército como soldados o trabajadores, generalmente en estado de desnutrición. Hay pocos médicos y, sobre todo, muy pocos medicamentos, como deja claro el hecho de que la sistemática reutilización de jeringuillas haya ocasionado la propagación del sida. Hay que añadir que Birmania es el primer productor de heroína en el mundo, y que una pequeña parte de la droga es consumida in situ. Entre 1 y 2 millones de birmanos están refugiados en Tailandia sin que les sea reconocido el estatuto de refugiados.

No nos sorprenderá que, por razones éticas, la mayoría de los inversores extranjeros haya abandonado Birmania en los últimos años. Entre ellos -y no hablamos de altermundistas-, podemos mencionar a British American Tobacco, Texaco, Pepsi Cola, Levi-Strauss, Coca Cola, Ericsson, Accor, PriceWaterhouse-Coopers, Motorola, Philips, Apple, Heineken, Carlsberg, Reebok, Shell… También durante esta década, Suu Kyi ha solicitado en varias ocasiones a la comunidad internacional evitar las inversiones y el turismo, cuyo “beneficio va exclusivamente a la junta militar y sus protegidos”. En el transcurso de los últimos doce años, los efectivos del Ejército birmano pasaron de 250.000 a 400.000, dedicándose a una represión interna que usa los “crímenes contra la humanidad” denunciados en el último informe de la ONU.

El que Total haya decidido durante todo este tiempo seguir en Birmania es, desde luego, un escándalo ético en sí. Y aún lo es más el que esta política haya sido apoyada, en diciembre de 2003, por un notable informe acerca de la situación en la sociedad birmana de Bernard Kouchner, el actual ministro francés de Exteriores, y ex ministro de Sanidad, fundador de Médicos Sin Fronteras y el good french doctor que “inventó” el derecho de injerencia humanitaria.

Realizado en tres días de encuestas, y sin incluir consulta alguna a los opositores al régimen militar ni a cualquiera de las numerosas asociaciones por la democracia y el respeto a los derechos humanos en Birmania, el informe de Kouchner, por el que Total pagó 25.000 francos (3.800 euros), intentó justificar la presencia de la empresa francesa en ese país y limpiar su actuación. Según su autor, “la práctica del trabajo forzado disminuyó en la zona del pipeline, aunque es imposible afirmar que haya desaparecido por completo”. No obstante, Total, según Kouchner, jamás había utilizado el trabajo forzado, y en cambio había velado por la salud de la población. Asimismo, el informe señaló que la acusación de trabajos forzados de los niños era falsa ya que “los niños no tienen fuerza suficiente para levantar tubos de oleoducto”.

Es cierto, reconocía Kouchner, que Total nunca había condenado pública y enérgicamente al régimen birmano, pero el hoy ministro de Exteriores de Sarkozy sostenía que si la empresa francesa no aprovechaba esa oportunidad en Birmania, otras compañías tomarían su lugar. Juez y parte, Bernard Kouchner, para el que también “les affaires” (los negocios) son “les affaires”.