sábado, marzo 17, 2007

Una época multipolar

Por Mário Soares, ex presidente y ex primer ministro de Portugal. Traducción de Carlos Gumpert (EL PAÍS, 17/03/07):

En un artículo de opinión publicado en Le Monde el pasado 23 de febrero, el gran periodista André Fontaine se hacía la siguiente pregunta -inocente, pero de extrema pertinencia para los responsables políticos de la Unión Europea-: “¿Seguirá habiendo una única superpotencia?”.

Y lo curioso es que antes del 11 de septiembre de 2001, hace escasamente seis años, a nadie le habría asaltado la menor duda para responder que sí. Sin vacilación alguna. ¿Es que no había ganado Estados Unidos la guerra fría? ¿Es que no era una superpotencia militar sin rival en el mundo? ¿No tenía un poderío económico y tecnológico igualmente sin parangón? Y, entretanto, el 11 de septiembre, inesperadamente, reveló al mundo la vulnerabilidad del “imperio”. De forma absolutamente imprevisible.

Con todo, fueron pocos quienes percibieron, entonces, que el mundo estaba a punto de entrar en una nueva época. Todos los miembros del Consejo de Seguridad, unánimemente, se apresuraron a manifestar su total solidaridad con Estados Unidos. Así como, obviamente, los aliados europeos, la gran mayoría de los países árabes y los Estados más significativos de los cinco continentes. Se trató, sin embargo, de un capital que se desbarató en un tiempo récord.

En efecto, la estrategia de la Administración de Bush para hacer frente al terrorismo lo echó todo a perder, como hoy resulta evidente. Las causas fueron la arrogancia estadounidense y lo unilateral de la apresurada represalia a la que se lanzó sin criterio, hasta el extremo de intentar ignorar a la propia ONU. El aprovechamiento de la OTAN, que pasó de “organización defensiva”, de contención estratégica del “enemigo” soviético, a simple “brazo armado” de Estados Unidos, al atacar Afganistán -en busca de Osama Bin Laden, que, además, sigue libre, activo e impune- y, más tarde, la invasión de Irak, con el falso pretexto de la existencia de armas de destrucción masiva, se revelaron operaciones absolutamente desastrosas. Para la opinión pública mundial, para la propia opinión norteamericana, obligando a las cancillerías a replantearse sus estrategias globales.

El “atolladero” en el que se transformó Irak -y con él todo Oriente Medio-, la eclosión de Irán como potencia regional y en vías de obtener armas nucleares, la derrota de Israel en Líbano, una guerra de agresión inútil y desastrosa, el agravamiento del conflicto palestino-israelí, cada vez más intrincado, explican, en buena parte, el resultado de las recientes elecciones norteamericanas, catastrófico para Bush. Por otro lado, el descrédito universal de la Administración de Bush -que perdió toda autoridad moral, debido al desprecio mostrado hacia el derecho internacional y los derechos humanos, evidenciado principalmente en el trato infligido a los “sospechosos de terrorismo” en Guantánamo y en Abu-Graib- y, sobre todo, el desorden global en el que se encuentra el mundo, ante la manifiesta impotencia de la “superpotencia” americana, hicieron el resto.

Cuando hasta Tony Blair, el más fiel de los aliados de Bush, se ve obligado a anunciar la retirada de las tropas inglesas de Irak antes de su propia retirada de la escena política y reconoce que fue víctima de un engaño, puede comprenderse perfectamente el alcance del desastre de las políticas de Bush. Para no hablar de la crítica situación económica en la que se encuentra hoy Estados Unidos, con un crecimiento del desempleo, tensiones sociales y una inflación que empieza a ser preocupante, y ello en el marco de una globalización que genera terribles desigualdades y con una criminalidad internacional bien organizada, que abarca desde el “contrabando nuclear al mercado de esclavos”, como escribe Moisés Naím, ex director ejecutivo del Banco Mundial, en su libro Ilícito. A lo que hay que sumar el descontento, bastante audible ya, de las jerarquías militares.

¿Está Estados Unidos en condiciones para atacar a Irán, aunque sea por medio de Israel? En el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas va esbozándose un frente del no, alentado por Rusia y por China. Además, Putin se permite criticar abiertamente la política de Bush, escogiendo para mayor resonancia la simbólica ciudad alemana de Múnich. China, con su habitual proceso, sigue avanzando en su política expansionista, manteniendo reservas tan altas de títulos del Tesoro americano -y de dólares- que le permitirían, en cualquier momento, provocar gravísimos problemas a la economía americana. Los distintos Estados de Iberoamérica -tanto los más radicales como los reformistas, e incluso los seudoaliados, como Colombia- están en proceso de escapar paulatinamente, por primera vez, al control de su gran vecino del Norte.

La Unión Europea tarda en reaccionar, incapaz, por el momento, de definir una política autónoma y de expresarse con una sola voz. Pero, en cualquier caso, sigue siendo el único gran polo de desarrollo global capaz de ayudar en serio a Estados Unidos a salir del callejón, aparentemente sin salida, en el que se encuentra. Reformulando una nueva estrategia mundial, abierta a todos los horizontes. Una vez que desaparezca Bush, naturalmente. Pero el tiempo apremia. Y en ello estriba la mayor dificultad.

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