Por Christopher Carroll, profesor de Economía en la Universidad Johns Hopkins © Project Syndicate/ Institute for Human Sciences, 2008. Traducción: Claudia Martínez (LA VANGUARDIA, 07/10/08):
A medida que cada día nuevo traía rumores de otro rescate de Wall Street incluso más colosal que el último, un interrogante se presentaba con más intensidad que nunca: ¿por qué la economía de Estados Unidos tiene tan mal desempeño en las presidencias republicanas?
Los hechos son difíciles de refutar; por cierto, el registro histórico hoy es tan lúgubre que los republicanos reaccionarios probablemente estén empezando a preguntarse si no habrá una maldición. Durante el periodo sobre el cual se pueden encontrar estadísticas modernas, los demócratas superaron a los republicanos en casi todas las mediciones tradicionales de desempeño económico (crecimiento del PIB per cápita, desempleo, inflación, déficits presupuestarios).
Los demócratas han logrado incluso superar a los republicanos en su propio terreno. Gracias al libertinaje de la actual Administración Bush (y la prudencia de la administración Clinton), el gasto federal promedio como una proporción del PIB bajo los presidentes republicanos hoy excede el gasto bajo los demócratas durante el periodo medido.
El patrón de deficiencia republicana se sostiene cuando se extiende el plazo de análisis histórico utilizando los retornos de acciones para medir el desempeño económico. En promedio, desde la introducción del índice bursátil compuesto Standard and Poor´s en 1926, la recompensa por poner nuestro dinero en el mercado ha sido unos 16 puntos porcentuales más baja por mandato presidencial en los gobiernos republicanos que en los demócratas. El bajo desempeño republicano sigue siendo un dato persistente incluso si se deja fuera del análisis la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial (con la tierna esperanza de que demuestren haber sido experiencias únicas).
Ahora que el actual mandato presidencial se tambalea hacia un final tan calamitoso que a su titular probablemente le preocupe ser recordado como George Herbert Hoover Walker Bush, la correlación entre partido presidencial y resultado económico demanda algún tipo de explicación.
La respuesta no se puede encontrar en las propuestas de políticas específicas de republicanos o demócratas, que tanto han evolucionado en los últimos años que hoy desafían una generalización sensata. Tampoco existen diferencias claramente identificables de doctrina que deberían traducirse en una expectativa razonable de un mejor desempeño económico con un partido que con otro.
Tal vez la mejor explicación tenga que ver con las actitudes, no con la ideología. Quizás el capitalismo funciona mejor cuando los escépticos restringen sus excesos que cuando los verdaderos creyentes escriben, interpretan, juzgan y ejecutan las reglas del juego. Los demócratas seguramente son los más escépticos de los dos partidos de Estados Unidos.
Se puede encontrar alguna evidencia en aquellas características de la economía norteamericana que, a nuestro entender, otros deberían emular. Ahora existe un consenso abrumador de que es esencial que existan mecanismos abiertos, transparentes y responsables de control de los accionistas para el funcionamiento eficiente de las corporaciones públicas. La virtud se define mediante buenas reglas contables.
Pero resulta aleccionador recordar que muchas de aquellas reglas hoy admiradas universalmente fueron resistidas ferozmente cuando se las propuso por primera vez. El escándalo de antedata de opciones que recientemente involucró al presidente de Apple, Steve Jobs, es un microcosmos de innovación, procesamiento y reforma; ahora que se ha redactado una regla que prohíbe la antedata de opciones, esta estafa particular no volverá a suceder. En consecuencia, las reglas contables se aproximan a la perfección.
¿Qué aprendemos de este ejemplo? Es difícil de decir. Tal vez que el capitalismo funciona mejor cuando se lo somete a alguna norma externa que cuando se lo deja para que se las arregle solo.
Mientras el siglo XX se aleja en el espejo retrovisor, resulta cada vez más evidente que, para bien o para mal, el manifiesto definitorio de nuestra era ha sido el libro Capitalismo y libertad, de Milton Friedman. Pero la potencia de ese libro originariamente derivó de su feroz independencia de las ortodoxias contemporáneas. La voz de Friedman fue una bocanada escéptica de aire fresco en un momento en que el punto de vista reinante era una suerte de pseudosocialismo petulante que no reconocía el poder abrumador de los mercados para lograr objetivos deseables.
Hoy, sin embargo, la ortodoxia republicana imperante es una especie de pseudofriedmanismo petulante que cree que los mercados, si se los deja actuar por sí solos, no pueden equivocarse. Tal vez sea hora de otra bocanada de aire fresco.
El libro para la nueva época todavía tiene que ser escrito, pero tengo una sugerencia de título: Capitalismo y escepticismo. El escepticismo tal vez no sea tan vigorizante como la libertad, pero es algo a lo que podríamos haber apelado un poco más en los últimos años.
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