jueves, septiembre 10, 2009

La llave de la fraternidad

Por Yukio Hatoyama, líder del Partido Demócrata de Japón, que acaba de ganar las elecciones. © Voice/Global Viewpoint Network (EL PAÍS, 02/09/09):

Durante los años posteriores al fin de la guerra fría, Japón ha sorteado los vientos del fundamentalismo del mercado que ha liderado Estados Unidos y que se conoce usualmente como globalización. Aunque en ésta defiende que la libertad es el más alto de todos los valores, el capitalismo fundamentalista ha tratado a la gente no como un fin sino como un medio. Con lo que se ha perdido la dignidad humana.

La reciente crisis financiera, sin embargo, nos ha obligado a enfrentarnos a la realidad. ¿Cómo podemos acabar con el fundamentalismo de mercado y con el capitalismo financiero, que carecen de consideraciones morales, para proteger las finanzas y la forma de vida de nuestros ciudadanos? Ése es el gran desafío del presente.

De lo que se trata es de regresar a la idea de la fraternidad -como en el lema francés de “libertad, igualdad, fraternidad”- como la fuerza moderadora que rebaja los peligros inherentes al uso de la libertad. Tal como yo la entiendo, esa fraternidad debe limitar los excesos de la globalización y recuperar las prácticas económicas locales que proceden de cultivar nuestras tradiciones.

En Japón hubo división de opiniones frente al fenómeno de la globalización. Hubo quienes defendieron sus logros y apoyaron dejarlo todo a los dictados del mercado. Otros entendieron que era necesario ampliar la red de seguridad social y proteger nuestras actividades económicas tradicionales. El Gobierno del primer ministro Junichiro Koizumi (2001-2006), del Partido Liberal Democrático, se inclinó por la primera opción, mientras nosotros, en el Partido Demócrata de Japón, hemos tendido hacia la última posición.

El orden económico y las actividades económicas locales de cualquier país se van configurando a lo largo de los años y reflejan la influencia de sus tradiciones, sus hábitos y el estilo de vida nacional. La globalización ha avanzado sin tener en cuenta los valores no económicos, ni las cuestiones ambientales, ni los problemas derivados del progresivo agotamiento de los recursos. Si analizamos los cambios en la sociedad japonesa que han ocurrido desde el final de la guerra fría, creo que no es exagerado decir que la economía global ha dañado las actividades económicas tradicionales y ha destruido a las comunidades locales.

El capital y los medios de producción pueden moverse ahora fácilmente de uno a otro lado de las fronteras internacionales. Sin embargo, la gente no puede hacerlo con tanta facilidad. En términos de cálculo económico, la gente simplemente es un gasto de personal, pero en el mundo real la gente apoya el tejido de la comunidad local y es la personificación física de su estilo de vida, sus tradiciones y su cultura.

Nuestra responsabilidad como políticos es volver a concentrar nuestra atención en los valores no económicos que han sido lanzados a un lado por la marcha de la globalización. Debemos desarrollar políticas que regeneren los lazos que unen a la gente, que tengan más respeto al medio ambiente, que reconstruyan los sistemas de beneficencia y las ayudas médicas, que faciliten una educación mejor y que apoyen la crianza de los hijos, y se enfrenten a la desigualdad en la riqueza.

Otra meta nacional que emerge del concepto de la fraternidad es la creación de una comunidad del este de Asia. El pacto de seguridad entre Japón y Estados Unidos continuará siendo, por supuesto, la piedra angular de la política diplomática japonesa. Al mismo tiempo, sin embargo, no debemos olvidar nuestra identidad como nación localizada en Asia. Creo que la región del este de Asia, que cada vez da más señales de la vitalidad de su crecimiento económico y de la fuerza de los lazos mutuos, debe reconocerse como la esfera básica del ser de Japón. Por ello, debemos continuar haciendo esfuerzos para establecer una cooperación económica estable y reforzar la seguridad nacional en toda la región.

La reciente crisis financiera ha sugerido a muchas personas que la era del unilateralismo americano podría estar llegando a su término, que nos estamos alejando de un mundo unipolar hacia una era de multipolaridad. No hay, sin embargo, en el presente, ningún país listo para reemplazar a Estados Unidos como el país más poderoso del mundo, como tampoco hay una divisa lista para reemplazar al dólar como divisa clave mundial.

Aunque la influencia de Estados Unidos está disminuyendo, seguirá siendo la principal potencia militar y económica durante las próximas dos o tres décadas. Los datos actuales muestran claramente que China, que tiene con mucho la población más grande del mundo, será uno de los principales poderes económicos del mundo, y ampliará también su poderío militar.

La economía china superará a la japonesa en un futuro no muy distante. ¿Cómo podría Japón mantener su independencia política y económica y proteger sus intereses nacionales al verse atrapado entre Estados Unidos, que lucha por retener su posición como potencia mundial dominante, y China, que busca formas para asentarse como una gran potencia?

Se trata de una cuestión de interés no sólo para Japón sino también para todas las naciones pequeñas y medianas de Asia. Todas quieren que el poder militar estadounidense funcione efectivamente para la estabilidad de la región pero quieren también evitar los excesos políticos y económicos estadounidenses. Y esperan reducir la amenaza militar que representa nuestro vecino China, asegurando que la onda expansiva de su economía se desarrolle de una manera ordenada.

A diferencia de Europa, los países de esta región difieren en el tamaño de sus poblaciones, fases de su desarrollo y sistemas políticos, y por ello la integración económica no puede alcanzarse al corto plazo. Sin embargo, debemos aspirar a avanzar hacia la integración cambiaria regional, como una extensión natural del rápido crecimiento económico comenzado por Japón, seguido por Corea del Sur, Taiwán y Hong Kong, y después alcanzado por las naciones reunidas en la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN) y por China.

El establecimiento de una divisa asiática común probablemente tardará más de 10 años. Para que una divisa así produzca la integración política seguramente se necesitará todavía más tiempo.

La ASEAN, Japón, China (incluyendo a Hong Kong), Corea del Sur y Taiwán suman ahora la cuarta parte del producto interior bruto del mundo. El poder económico del este de Asia ha crecido y las relaciones de interdependencia de sus naciones se han hecho más profundas, lo que no tiene precedentes. Las estructuras necesarias para la formación de un bloque económico regional ya existen.

Por otro lado, debido a los conflictos históricos y culturales existentes entre los países de esta región todavía hay muchas cuestiones políticas por resolver. Los problemas de una creciente militarización y de disputas territoriales no pueden resolverse mediante negociaciones bilaterales entre, por ejemplo, Japón y Corea del Sur, Japón y China. Cuanto más se discutan sus problemas de manera exclusivamente bilateral, mayor riesgo existe de que las emociones de los ciudadanos de cada país se inflamen y el nacionalismo se intensifique.

Resulta paradójico pero las cuestiones que estorban en el camino hacia la integración regional sólo pueden resolverse en realidad mediante el proceso de avanzar hacia una mayor integración regional. La experiencia de la Comunidad Europea nos muestra cómo esa integración puede desactivar las disputas territoriales. Por eso creo que la integración en la región Asia Pacífico es el camino que debemos seguir hacia la realización de los principios del pacifismo y la cooperación multilateral que defiende la constitución japonesa. También es el camino apropiado para proteger la independencia económica y política de Japón y encontrar nuestra posición entre las grandes potencias del mundo, Estados Unidos y China.

Como escribió hace 85 años en Pan-Europa el Conde Coudenhove-Kalergi, el padre de la Unión Europea, “todas las grandes ideas históricas comenzaron siendo un sueño utópico y terminaron como realidades. El que una idea en particular siga siendo un sueño utópico o se convierta en realidad sólo depende del número de personas que crean en el ideal y actúen por él”.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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