viernes, septiembre 16, 2011

El factor miedo

Por Roger E. A. Farmer, Profesor Distinguido y director del Departamento de Economía de la UCLA. Es autor de dos libros sobre la crisis económica mundial actual: How the Economy Works: Confidence, Crashes, and Self-Fulfilling Prophecies and Expectations, Employment, and Prices. Traducción de Kena Nequiz (Project Syndicate, 16/09/11):

El debate entre la expansión fiscal, por un lado, y la consolidación, por el otro, continúa dividiendo al mundo desarrollado. Como respuesta a la recesión global de 2008, el Reino Unido emprendió un programa de austeridad y los Estados Unidos promulgaron un estímulo fiscal de 800 mil millones de dólares. A pesar de que la economía va mejorando, el primer ministro británico, David Cameron, promete continuar con el rumbo de la austeridad. Obama también se aferra a su postura con su reciente propuesta de hacer un gasto público adicional de 450 mil millones de dólares y recortes fiscales para dar un impulso el empleo.

El desempleo en los Estados Unidos se ha mantenido por encima del 9% en 22 de los últimos 24 meses. Mientras que algunos son partidarios de un estímulo adicional, otros piden una austeridad como la de Reino Unido. ¿Sin embargo, alguno de estos enfoques reduciría correctamente el desempleo, o funcionaría mejor una nueva ronda de “facilitación cuantitativa” (una forma no convencional de estímulo económico mediante la cual el banco central adquiere activos financieros)?

Con economistas que son premios Nobel de Economía en ambos lados del debate actual sobre la forma de solucionar el problema del desempleo, el público está comprensiblemente confundido. Paul Krugman y Joseph Stiglitz están pidiendo un estímulo fiscal aún mayor para dirigir el gasto público a la educación y la inversión en infraestructura. Por el otro lado, Robert Mundell, Myron Scholes y Reinhard Selten, está exigiendo “medidas draconianas” para mitigar los niveles de deuda.

La ley de Recuperación y Reinversión de los Estados Unidos (ARRA, por sus siglas en inglés), que Obama promulgó tras apenas tres semanas de su inauguración fue una decepción. Un estímulo de 800 mil millones no tuvo el efecto que sus oponentes esperaban, principalmente porque iba acompañada de un gran aumento en los ahorros privados. Los partidarios del plan de estímulo ahora sostienen que las cosas pudieron haber sido mucho peor sin la ley ARRA. Yo no lo creo.

Una mejor manera de reducir el desempleo sería mediante una nueva ronda ampliada de facilitación cuantitativa. Es alentador que en el Reino Unido se inste a ello, y que el debate ahora está enfocándose en la compra de activos riesgosos, como los bonos corporativos o montones de créditos al sector privado, en lugar de los valores gubernamentales de largo plazo. Este es un paso en la dirección correcta que he estado promoviendo en los últimos tres años.

Sin embargo, yo iría más lejos, mi estudio ofrece un enfoque nuevo y coherente hacia la macroeconomía que explica cómo la falta de confianza puede conducir al desempleo constante. En él se apoya la compra de acciones por parte de los bancos centrales para reducir la volatilidad de los precios de las acciones, restaurar el valor del patrimonio y evitar una futura quiebra del mercado.

Cuando los empresarios y mujeres sienten temor dejan de invertir en activos reales. La falta de confianza da lugar a valores bajos y volátiles de los activos. El ambiente de miedo que surge tiene poco que ver con las malas políticas públicas, aunque estas pueden exacerbar la situación. Los empresarios temen que las acciones, y el valor de las máquinas y fábricas que las respaldan, puedan caer más. El temor se alimenta a sí mismo y la predicción de que las acciones perderán valor se cumple a sí misma.

La recesión de 2008 se desencadenó debido al colapso de la burbuja inmobiliaria. El patrimonio inmobiliario en los Estados Unidos ha caído un 34% desde su valor más elevado, en 2006, y sigue disminuyendo. El mercado de valores cayó casi un 50% desde su máximo, en 2007, y sigue por debajo de ese nivel en casi una tercera parte. Esta enorme pérdida de riqueza provocó una caída fuerte y sostenida de la demanda de consumo, que ha generado un aumento del desempleo. Hasta que estemos dispuestos a estudiar soluciones nuevas, el sufrimiento que experimentan millones de trabajadores desempleados continuará.

Una política de facilitación cuantitativa en la que un banco central compre activos riesgosos puede evitar las fluctuaciones de precios y restablecer el valor de la riqueza financiera. Estas compras requerirían el apoyo de la Tesorería, puesto que esta táctica es en efecto una política fiscal, no una política monetaria. Además, al involucrar a la Tesorería, la compra de activos riesgosos podría financiarse mediante la emisión de bonos, en lugar de imprimir más dinero, lo que mitigaría los temores sobre la inflación.

La Gran Recesión no se convirtió en una Segunda Gran Depresión debido a acciones coordinadas de los gobiernos de todo el mundo. Si bien la expansión fiscal pudo haber tenido algo que ver en este logro, la intervención de los bancos centrales fue por mucho el componente más importante. La restricción cuantitativa funciona pues aumenta el valor de la riqueza. Tanto en los Estados Unidos como en el Reino Unido redujo los rendimientos previstos reales a largo plazo de los bonos del gobierno, lo que a su vez alimentó una recuperación del mercado de valores.

No tenemos por qué tolerar que un desempleo del 9% sea la nueva norma. La confianza es una profecía que se cumple a sí misma y podemos, y debemos, manejarla mediante la intervención directa en los mercados de valores. El camino hacia adelante pasa por la ciencia, no por la ideología, el dogma y las teorías fracasadas.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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