jueves, septiembre 15, 2011

¿Podemos aumentar nuestra felicidad nacional bruta?

Por Peter Singer, profesor de Bioética en la Universidad de Princeton y profesor laureado en la Universidad de Melbourne. Entre sus libros, figuran Practical Ethics (“Ética práctica”), The Expanding Circle (“El circulo en expansión”) y The Life You Can Save (“La vida que podéis salvar”). Traducido del inglés por Carlos Manzano (Project Syndicate, 13/09/11):

El pequeño reino de Bután, en el Himalaya, es conocido internacionalmente por dos cosas: unas tasas elevadas para la obtención de visados, que reducen la afluencia de turistas, y su política de fomento de la “felicidad nacional bruta”, en lugar del crecimiento económico. Las dos están relacionadas: más turistas podrían impulsar la economía, pero dañarían el medio ambiente y la cultura del país, por lo que a la larga reducirían su felicidad.

Cuando me enteré por primera vez del objetivo de Bután de aumentar al máximo la felicidad de su pueblo, no sabía si significaría de verdad algo en la práctica o si era simplemente otro lema político. El mes pasado, cuando estuve en su capital, Timbu, para intervenir en una conferencia sobre “el desarrollo económico y la felicidad”, organizada por el Primer Ministro Jigme Y. Thinley y copatrocinada por Jeffrey Sachs, director del Instituto de la Tierra en la Universidad de Columbia y Asesor Especial del Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, me enteré de que es mucho más que un lema.

Nunca había estado yo en una conferencia que un gobierno nacional se tomara tan en serio. Esperaba que Thinley la inaugurara con una bienvenida oficial y después regresase a su despacho. En cambio, su discurso fue un meditado examen de las cuestiones fundamentales que entraña la promoción de la felicidad como política nacional. Después permaneció en la conferencia durante los dos días y medio que duró e hizo contribuciones pertinentes a nuestros debates. En la mayoría de las sesiones, varios ministros del Gobierno estuvieron también presentes.

Desde tiempos antiguos, se ha considerado buena la felicidad. Los problemas surgen cuando intentamos definirla y calibrarla.

Una cuestión importante es la de si consideramos que la felicidad es el excedente de placer respecto del dolor experimentado en toda una vida o el grado de satisfacción con nuestra vida. Con el primer criterio se intenta sumar el número de momentos positivos que tienen las personas y después substraer los negativos. Si el resultado es substancialmente positivo, consideramos feliz la vida de la persona; si es negativo, la consideramos desdichada. Así, pues, para calibrar la felicidad definida de ese modo, tendríamos que tomar al azar momentos de la existencia de las personas e intentar averiguar si están experimentando estados mentales positivos o negativos.

Un segundo planteamiento es el de preguntar a las personas: “¿Está usted satisfecho de cómo ha sido su vida hasta ahora?” Si dicen que están satisfechos o muy satisfechos, son felices, no desdichados, pero la cuestión de cuál de esas formas de entender la felicidad refleja mejor lo que debemos promover plantea cuestiones de valor.

En las encuestas que utilizan el primer criterio, países como Nigeria, México, el Brasil y Puerto Rico obtienen buenos resultados, lo que indica que la respuesta puede tener más que ver con la cultura nacional que con indicadores de objetivos como salud, educación y nivel de vida. Cuando se adopta el segundo planteamiento, suelen ser los países más ricos, como Dinamarca o Suiza, los que ocupan los primeros puestos, pero no está claro si las respuestas de las personas a las preguntas de las encuestas en lenguas y culturas diferentes significan de verdad la misma cosa.

Podemos convenir en que nuestro objetivo debería ser el de promover la felicidad, en lugar de los ingresos o el producto interior bruto, pero, si no tenemos un método objetivo de calibrar la felicidad, ¿tiene sentido? Es famosa la afirmación de John Maynard Keynes: “Prefiero tener vagamente razón que estar equivocado con precisión”. Señaló que, cuando las ideas aparecen por primera vez en el mundo, lo más probable es que sean imprecisas y haga falta una mayor labor para definirlas con precisión. Puede que así suceda con la idea de felicidad como objetivo de la política nacional.

¿Podemos aprender a calibrar la felicidad? El Centro de Estudios del Bután, creado por el Gobierno del Bután hace doce años, está elaborando actualmente los resultados de las entrevistas con más de 8.000 butaneses. En dichas entrevistas se registraron tanto factores subjetivos, como, por ejemplo, hasta qué punto están satisfechos los entrevistados con su vida, y factores objetivos, como, por ejemplo, el nivel de vida, la salud y la educación, además de la participación en la cultura, la vitalidad de la comunidad, la salud ecológica y el equilibrio entre el trabajo y otras actividades. Está por ver si los diversos factores se correlacionan bien. Intentar reducirlos a un número requerirá juicios de valor difíciles.

Bután tiene una Comisión de la Felicidad Nacional Bruta, presidida por el Primer Ministro, que examina todas las nuevas propuestas presentadas por los ministerios del Gobierno. Si se llega a la conclusión de que una política es contraria al objetivo de promover la felicidad nacional bruta, se la devuelve al ministerio para que la revise. Sin la aprobación de la Comisión, no puede seguir adelante.

Una ley polémica que sí que siguió adelante recientemente –y que indica lo dispuesto que está el Gobierno a adoptar medidas severas que aumentarán, a su juicio, la felicidad general– fue la prohibición de la venta de tabaco. Los butaneses pueden introducir en el país pequeñas cantidades de cigarrillos de tabaco desde la India para su propio consumo, pero no para revenderlo y, siempre que fumen en público, deben llevar consigo el recibo del impuesto de importación.

El pasado mes de julio, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó, sin oposición, una resolución patrocinada por Bután en la que se reconocía la búsqueda de la felicidad como un objetivo humano fundamental y se tomaba nota de que dicho objetivo no se reflejaba en el PIB. La resolución pedía a los Estados Miembros que adoptaran medidas suplementarias que reflejasen mejor el objetivo de la felicidad. La Asamblea General acogió también con beneplácito el ofrecimiento de Bután de convocar un coloquio sobre el tema de la felicidad y el bienestar en su sexagésimo sexto período de sesiones, que comienza este mes.

Esos debates forman parte de un movimiento internacional en aumento encaminado a reorientar las políticas gubernamentales hacia el bienestar y la felicidad. Debemos desearle éxito y esperar que en última instancia el objetivo llegue a ser el de la felicidad mundial, en lugar de la meramente nacional.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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