Por Anders Aslund, Instituto Peterson de Economía Internacional (LA VANGUARDIA, 29/02/12):
El régimen de Vladímir Putin está advirtiendo a los rusos que su 
incipiente revolución de la nieve será un gran error igual que la 
revolución naranja de Ucrania en el año 2004. No obstante, si bien las 
similitudes entre estos dos movimientos populares son tangibles, sus 
diferencias son esenciales, por lo que compararlos podría ayudar a la 
oposición rusa a evitar algunos errores.
Al igual que la revolución de la nieve, la revolución naranja fue una
 reacción generalizada de las clases medias en contra de la corrupción y
 la falta del Estado de derecho. A diferencia de la primavera árabe, la 
revolución naranja fue totalmente pacífica, como lo ha sido la 
revolución de la nieve, y ninguna de las dos fue resultado de una crisis
 económica o social. En el 2004, la economía ucraniana tuvo un 
crecimiento sin precedentes de 12%, y el PIB de Rusia aumentó el año 
pasado en un considerable 4.3%. Sin embargo, también hay diferencias 
significativas. En Ucrania hay una gran división étnica entre las 
personas que hablan ruso y las que hablan ucraniano. La oposición 
ucraniana estaba bien anclada en el Parlamento y en los medios de 
comunicación, un factor que la hacía parte del viejo sistema.
Los grandes logros de la revolución naranja fueron las libertades 
políticas y civiles. Sin embargo, la semiparalización política fue su 
peor fallo, que condujo a una mayor corrupción y autoritarismo. Estuve 
en Ucrania, antes y después de la revolución naranja, y al pasar un 
tiempo en Moscú, noté claramente algunas de las trampas en las que puede
 caer la revolución de la nieve.
La revolución naranja fue pacífica porque un número suficientemente 
grande de personas tomó las calles. La oposición rusa ya se ha dado 
cuenta de ello y ha minimizado el riesgo de violencia.
No obstante, pudo haber sido un error en el 2004 ocupar el centro de 
Kiev y continuar con las constantes manifestaciones para provocar una 
rápida solución de la crisis porque condujo a un mal arreglo con el 
viejo régimen. El alivio repentino provocó una euforia peligrosa y 
orgullo en los miembros de la revolución naranja.
Por esta razón, tal vez la oposición rusa está siendo razonable y por
 ello realiza ocasionalmente grandes manifestaciones con las que muestra
 al régimen su fuerza, pero no presiona para llegar a una solución 
inmediata. En efecto, la repentina resolución de la revolución naranja 
condujo a la adopción de una Constitución disfuncional que marcaba una 
división de poderes confusa y compleja. Parecía una trampa preparada por
 los operadores del viejo régimen. No hay razones para repetir ese 
error. Una Constitución requiere de un análisis serio. Si el proceso va 
demasiado rápido, los adherentes del viejo régimen pueden fácilmente 
engañar a los nuevos actores para que asuman compromisos peligrosos.
Otro gran error de la revolución naranja es que Víktor Yúschenko 
resultó ser un presidente ineficaz e irresponsable. Al principio viajó 
por todo el mundo durante meses para celebrar su victoria ignorando el 
caos en su país. Después, empezó a vetar prácticamente todas las 
decisiones del Gobierno causando una paralización política y, en la 
parte final de su administración, tácitamente se unió a la vieja guardia
 (ahora de nuevo en el poder) en contra de la primera ministra, Yulia 
Timoshenko, (cuyo partido, hay que reconocerlo, había votado contra la 
Constitución.)
Sin embargo, mientras Víktor Yúschenko sirve de advertencia a los 
rusos para no elegir un presidente accidental con poderes excesivos, una
 de las causas subyacentes de la descomposición del gobierno naranja fue
 que la mayoría de sus ministros (nombrados por Yúschenko) pertenecían 
al viejo régimen. La mayoría casi nunca se opuso a la corrupción, y los 
hombres destacados que fundaron la revolución naranja tenían la 
esperanza de obtener ganancias generosas a cambio de su inversión 
política. Como resultado, no hubo una limpieza de los viejos cuadros, y 
la corrupción disminuyó pero sólo temporalmente.
En contraste, la revolución rosa de Georgia del 2003 conllevó un 
cambio general de los altos funcionarios, y se permitió la llegada de 
dirigentes jóvenes bien preparados en instituciones occidentales. Rusia 
necesita seguir el ejemplo de Georgia (y Estonia) promoviendo una nueva 
generación de profesionales calificados, jóvenes y limpios.
El error de política más grave de la revolución naranja fue haberse 
concentrado al principio en la reprivatización –renacionalización y 
reventa de empresas que se habían privatizado a precios excesivamente 
bajos–. El Gobierno naranja dedicó su primer semestre a discutir qué 
empresas debían privatizarse y cómo. Mientras tanto, la producción 
disminuía cada mes porque la incertidumbre sobre los derechos de 
propiedad ahuyentaba a los empresarios. Al final, solamente se 
reprivatizó una empresa grande de metalúrgica llamada Krivoryzhstal; 
para ese entonces la coalición naranja ya se había dividido. Para los 
políticos rusos, la reprivatización es una gran tentación política. De 
hecho, los tres partidos de la oposición en la Duma (el Parlamento) 
demandan una renacionalización de largo alcance, aunque tendría efectos 
políticos y económicos devastadores. En cambio, un nuevo gobierno 
democrático pediría mayores impuestos a la propiedad y el enjuiciamiento
 de los funcionarios corruptos. En comparación con Ucrania, Rusia tiene 
una legislación digna y sus tribunales económicos son respetados.
La razón fundamental por la que es de esperar que haya avances 
democráticos más exitosos en Rusia que los que hubo en Ucrania en el 
2004 es que Rusia es mucho más rica y desarrollada que Ucrania, con un 
PIB per cápita (al tipo de cambio actual) cuatro veces superior. Como 
habrían observado teóricos de la modernización como Seymour Martin 
Lipset y Samuel Huntington, Rusia es sencillamente demasiado rica, bien 
preparada y abierta como para ser tan autoritaria. De acuerdo con la 
oenegé Freedom House, sólo siete pequeños estados exportadores de 
petróleo y Singapur son más ricos que Rusia y siguen siendo 
autoritarios.
Rusia debería aprender cuatro grandes lecciones de la revolución 
naranja a medida que su propia revolución de la nieve continúa. Primero,
 los nuevos demócratas deben evitar caer en la trampa de un compromiso 
disfuncional con el viejo régimen. Segundo, los dirigentes son 
esenciales para un avance democrático sostenible, y esta elección es 
tanto vital como difícil. Tercero, Rusia necesita hacer una limpieza de 
los funcionarios corruptos, por lo que debería recurrir a su vasta 
juventud talentosa y bien preparada. Finalmente, la reprivatización es 
una píldora venenosa que hay que evitar.
La revolución naranja no fue un error, pero una causa justa no es 
garantía de victoria. Los revolucionarios de invierno rusos deben 
asegurar que su lucha es adecuada e inteligente.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona 
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