jueves, marzo 01, 2012

La revolución de la nieve

Por Anders Aslund, Instituto Peterson de Economía Internacional (LA VANGUARDIA, 29/02/12):

El régimen de Vladímir Putin está advirtiendo a los rusos que su incipiente revolución de la nieve será un gran error igual que la revolución naranja de Ucrania en el año 2004. No obstante, si bien las similitudes entre estos dos movimientos populares son tangibles, sus diferencias son esenciales, por lo que compararlos podría ayudar a la oposición rusa a evitar algunos errores.

Al igual que la revolución de la nieve, la revolución naranja fue una reacción generalizada de las clases medias en contra de la corrupción y la falta del Estado de derecho. A diferencia de la primavera árabe, la revolución naranja fue totalmente pacífica, como lo ha sido la revolución de la nieve, y ninguna de las dos fue resultado de una crisis económica o social. En el 2004, la economía ucraniana tuvo un crecimiento sin precedentes de 12%, y el PIB de Rusia aumentó el año pasado en un considerable 4.3%. Sin embargo, también hay diferencias significativas. En Ucrania hay una gran división étnica entre las personas que hablan ruso y las que hablan ucraniano. La oposición ucraniana estaba bien anclada en el Parlamento y en los medios de comunicación, un factor que la hacía parte del viejo sistema.

Los grandes logros de la revolución naranja fueron las libertades políticas y civiles. Sin embargo, la semiparalización política fue su peor fallo, que condujo a una mayor corrupción y autoritarismo. Estuve en Ucrania, antes y después de la revolución naranja, y al pasar un tiempo en Moscú, noté claramente algunas de las trampas en las que puede caer la revolución de la nieve.

La revolución naranja fue pacífica porque un número suficientemente grande de personas tomó las calles. La oposición rusa ya se ha dado cuenta de ello y ha minimizado el riesgo de violencia.

No obstante, pudo haber sido un error en el 2004 ocupar el centro de Kiev y continuar con las constantes manifestaciones para provocar una rápida solución de la crisis porque condujo a un mal arreglo con el viejo régimen. El alivio repentino provocó una euforia peligrosa y orgullo en los miembros de la revolución naranja.

Por esta razón, tal vez la oposición rusa está siendo razonable y por ello realiza ocasionalmente grandes manifestaciones con las que muestra al régimen su fuerza, pero no presiona para llegar a una solución inmediata. En efecto, la repentina resolución de la revolución naranja condujo a la adopción de una Constitución disfuncional que marcaba una división de poderes confusa y compleja. Parecía una trampa preparada por los operadores del viejo régimen. No hay razones para repetir ese error. Una Constitución requiere de un análisis serio. Si el proceso va demasiado rápido, los adherentes del viejo régimen pueden fácilmente engañar a los nuevos actores para que asuman compromisos peligrosos.

Otro gran error de la revolución naranja es que Víktor Yúschenko resultó ser un presidente ineficaz e irresponsable. Al principio viajó por todo el mundo durante meses para celebrar su victoria ignorando el caos en su país. Después, empezó a vetar prácticamente todas las decisiones del Gobierno causando una paralización política y, en la parte final de su administración, tácitamente se unió a la vieja guardia (ahora de nuevo en el poder) en contra de la primera ministra, Yulia Timoshenko, (cuyo partido, hay que reconocerlo, había votado contra la Constitución.)

Sin embargo, mientras Víktor Yúschenko sirve de advertencia a los rusos para no elegir un presidente accidental con poderes excesivos, una de las causas subyacentes de la descomposición del gobierno naranja fue que la mayoría de sus ministros (nombrados por Yúschenko) pertenecían al viejo régimen. La mayoría casi nunca se opuso a la corrupción, y los hombres destacados que fundaron la revolución naranja tenían la esperanza de obtener ganancias generosas a cambio de su inversión política. Como resultado, no hubo una limpieza de los viejos cuadros, y la corrupción disminuyó pero sólo temporalmente.

En contraste, la revolución rosa de Georgia del 2003 conllevó un cambio general de los altos funcionarios, y se permitió la llegada de dirigentes jóvenes bien preparados en instituciones occidentales. Rusia necesita seguir el ejemplo de Georgia (y Estonia) promoviendo una nueva generación de profesionales calificados, jóvenes y limpios.

El error de política más grave de la revolución naranja fue haberse concentrado al principio en la reprivatización –renacionalización y reventa de empresas que se habían privatizado a precios excesivamente bajos–. El Gobierno naranja dedicó su primer semestre a discutir qué empresas debían privatizarse y cómo. Mientras tanto, la producción disminuía cada mes porque la incertidumbre sobre los derechos de propiedad ahuyentaba a los empresarios. Al final, solamente se reprivatizó una empresa grande de metalúrgica llamada Krivoryzhstal; para ese entonces la coalición naranja ya se había dividido. Para los políticos rusos, la reprivatización es una gran tentación política. De hecho, los tres partidos de la oposición en la Duma (el Parlamento) demandan una renacionalización de largo alcance, aunque tendría efectos políticos y económicos devastadores. En cambio, un nuevo gobierno democrático pediría mayores impuestos a la propiedad y el enjuiciamiento de los funcionarios corruptos. En comparación con Ucrania, Rusia tiene una legislación digna y sus tribunales económicos son respetados.

La razón fundamental por la que es de esperar que haya avances democráticos más exitosos en Rusia que los que hubo en Ucrania en el 2004 es que Rusia es mucho más rica y desarrollada que Ucrania, con un PIB per cápita (al tipo de cambio actual) cuatro veces superior. Como habrían observado teóricos de la modernización como Seymour Martin Lipset y Samuel Huntington, Rusia es sencillamente demasiado rica, bien preparada y abierta como para ser tan autoritaria. De acuerdo con la oenegé Freedom House, sólo siete pequeños estados exportadores de petróleo y Singapur son más ricos que Rusia y siguen siendo autoritarios.

Rusia debería aprender cuatro grandes lecciones de la revolución naranja a medida que su propia revolución de la nieve continúa. Primero, los nuevos demócratas deben evitar caer en la trampa de un compromiso disfuncional con el viejo régimen. Segundo, los dirigentes son esenciales para un avance democrático sostenible, y esta elección es tanto vital como difícil. Tercero, Rusia necesita hacer una limpieza de los funcionarios corruptos, por lo que debería recurrir a su vasta juventud talentosa y bien preparada. Finalmente, la reprivatización es una píldora venenosa que hay que evitar.

La revolución naranja no fue un error, pero una causa justa no es garantía de victoria. Los revolucionarios de invierno rusos deben asegurar que su lucha es adecuada e inteligente.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

No hay comentarios.: