lunes, marzo 31, 2008

Fondos soberanos

Por Fred Halliday, profesor visitante del IBEI y profesor de la London School of Economics. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 24/03/08):

La reciente lectura de noticias sobre los fondos soberanos en la prensa económica, en unión de la reflexión sobre las implicaciones de la existencia de esta enorme masa de capital - con su influencia potencial sobre los mercados y empresas occidentales-, me ha recordado la ocupación actual de un ex alumno mío, asesor de un banco del golfo Pérsico, que viaja por el mundo dando charlas sobre las oportunidades de inversión en la región. “Me llaman Abu Dekor - me dijo una vez-. Soy interiorista. Al elegir el color de una pared, indico mediante esta decisión que no hay inflación. Merced al color de otra, digo que no hay paro. Con el color de una tercera, doy a entender que no hay corrupción. Valiéndome del color de una cuarta sostengo que las perspectivas de inversión son excelentes. Me pagan por esto, y esto es lo que hago”.

Se calcula que el valor de estos fondos ronda los tres billones de dólares, cifra superior al producto nacional bruto (PNB) de Gran Bretaña y que puede quintuplicarse en el futuro próximo. En Davos se intentó negociar - en vano- un código de conducta con representantes de los fondos soberanos. Australia, por su parte, considera la aplicación de requisitos más estrictos. Y recientemente la Comisión Europea emitió una serie de directrices destinadas a regular las inversiones de los países de fondos soberanos en los mercados europeos y estadounidenses, que prevén que esos fondos declaren anualmente el origen y la venta de sus activos, se abstengan del uso político de las inversiones y garanticen la transparencia. La UE, interesada en mostrar que Europa cree en mercados de capitales abiertos y en impedir al propio tiempo el posible control de empresas estratégicas europeas, sobre todo francesas y alemanas, por parte de tales fondos soberanos, opta - ante la negativa de los fondos soberanos a firmar un acuerdo- por una lista a su medida.

Es indudable que los fondos en cuestión representan un importante cambio en el panorama de los mercados financieros y de inversión. No sólo la magnitud de su riqueza ha sido rápida y enorme - con un auge sin precedentes históricos-, sino que la propia significación de este auge reviste gran trascendencia: después de tres decenios de acción política y propaganda a bombo y platillo en los países occidentales - y de parte del FMI y el Banco Mundial- a favor de la liberalización de los mercados, la reducción del papel del Estado y el fomento del sector privado, estamos presenciando ahora un importante e imparable cambio de influencia a favor de las que son, en realidad, entidades de titularidad estatal. El nuevo poder de empresas estatales es más patente especialmente en el mercado energético y sobre todo en Oriente Medio, donde Estado y empresas asociadas son titulares de la principal producción y distribución de las riquezas, hecho de importantes implicaciones - como se observa en el caso de los fondos soberanos- en el plano internacional.

Las propuestas de la CE adolecen, sin embargo, de falta de realismo porque pasan por alto las distintas clases de países - y de sociedad- de que proceden los fondos soberanos. Es evidente lo que está sucediendo: al igual que la dirección y la gestión de una empresa familiar reflejan los intereses y la naturaleza de esta familia, el fondo de propiedad estatal mostrará un comportamiento similar al del propio Estado en cuestión. Resulta ilógico - y, sobre todo, poco realista- presuponer que tales fondos (dado, sobre todo, el control estatal ejercido sobre ellos) vayan a comportarse de manera distinta, en términos de administración y gestión, de los estados de los que constituyen un mero apéndice.

En Rusia y los países árabes del Golfo no existe una línea divisoria clara entre el Estado y los intereses privados, y, en un contexto de autoritarismo y secretismo, difícilmente puede disponerse de pruebas fehacientes del modo en que se adoptan las decisiones en el seno de los citados fondos ni con qué criterios. Y lo propio cabe decir de China.

En el caso de los países del Golfo, pese a sus modernas autopistas, altos rascacielos, ciudades del conocimiento y ostentosas cumbres y reuniones, lo cierto es que están controlados por un puñado de familias gobernantes que actúan con gran reserva y que consideran el Estado y sus rentas como objeto de su propiedad. Como me dijo recientemente un embajador árabe, el ministro de Finanzas es en realidad el contable privado del gobernante. Nadie conoce los ingresos del Estado o de sus gobernantes. Las rentas del petróleo permiten un cálculo aproximado, pero cuando se trata de los igualmente grandes ingresos procedentes del capital invertido en el extranjero y de quien los controla, la verdad es que navegamos sin rumbo.

Al propio tiempo, si bien se guarda un orden mínimo en los asuntos financieros y estatales, brillan por su ausencia tres requisitos básicos del libre mercado y la necesaria transparencia. No existe prensa libre ni, por tanto, investigación o información independientes en materia económica (no hay más que leer la prensa rusa o de los países de Golfo para cerciorarse); en segundo lugar, no se vislumbra por parte alguna el imperio de la ley: quienes tienen poder en estos países pueden quebrantar contratos y compromisos o reasignar activos arbitrariamente, para no hablar de sisar a hurtadillas o quedarse llanamente con fondos públicos según les conviene; en tercer lugar, no existe sistema parlamentario o político en general independiente: como muestran las últimas elecciones rusas, las legislaturas apenas cuentan, y lo demás (intimidación, exilio forzado, prisión o - mejor, si se puede- soborno) soluciona el resto. En cuanto a los países del Golfo, toda esa cháchara sobre una transición a la democracia o algo similar son bobadas y vaciedades: los gobernantes, y sus colaboradores, siguen tomando las principales decisiones. Y de China, mejor no hablar.

Uno de los requisitos de las aludidas directrices de la CE se refiere a la publicación de datos y estadísticas: dejando a un lado el hecho de que las prácticas contables occidentales (desde Enron hasta los inversores en bancos de Liechtenstein) dejan mucho que desear, cualquier conocedor de esos países sabe que todas (repito, todas) las estadísticas oficiales y empresariales son falsas. En Oriente Medio no hay estadísticas, cifras de ingresos por petróleo o de producción ni de ingresos o gastos públicos que sean de fiar. Algunos países disponen a lo sumo de una fuente estadística más o menos precisa y fiable… que también puede tergiversarse por intereses políticos. Y lo demás se maquilla según las conveniencias.

Una ojeada sumaria confirma, pues, que pensar en directrices en relación con tales países es un sueño imposible. En el caso de Rusia, por ejemplo, se han quebrantado reiteradamente los contratos con firmas extranjeras en tanto que empresarios rusos como Jodorkovsky, de Yukos, han visto cómo los socios del Kremlin se apoderaban de sus empresas. Podemos figurarnos qué sucederá en el caso de los países del Golfo si miramos a Arabia Saudí: cuando los británicos empezaron a investigar los presuntos sobornos del contratista militar BAE Systems Plc a Arabia Saudí, los saudíes amenazaron de inmediato con suspender la cooperación en materia antiterrorista e incluso aludieron a la eventualidad de nuevos ataques si no se paralizaba la investigación.

Cabe aplicar lo propio a la cuestión de la transparencia o a la separación entre economía y política.

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