viernes, marzo 14, 2008

Te perdono porque no pude matarte, Por Manuel E. Yepe

Escrito por labaez (Polilla cubana, 15 Mar 2008)

La ética no es precisamente lo que rige la política en los Estados Unidos. Mucho menos su política exterior.

Casi medio siglo de rudo ensañamiento contra una pequeña nación vecina por haberse atrevido a ejercer la independencia y la soberanía que le corresponden según lo establecido por el derecho internacional, no parecen haber repercutido en la conciencia nacional estadounidense como una vergüenza.

En cada uno de los últimos quince años, la comunidad mundial representada en la Organización de Naciones Unidas ha condenado de manera prácticamente unánime el bloqueo económico impuesto oficialmente por la superpotencia a la Isla en febrero de 1962. Pero Washington no se ha dado por enterado.

Cuando las incontables privaciones provocadas por el bloqueo se incrementaron a causa de la disolución de la Unión Soviética y la comunidad de los países socialistas europeos, único grupo de naciones con capacidad y disposición de apoyar los esfuerzos cubanos por la supervivencia, Estados Unidos recrudeció el cerco, con más restricciones a los viajes, al envío de remesas y al comercio agrícola.

Ello dio lugar a la crisis de los 90, que los cubanos identifican como “período especial”, que no quebró la voluntad de resistir de la ciudadanía, pero exigió mayores sacrificios y mucho heroísmo.

Aunque en todo momento ha habido en los Estados Unidos personas con sensibilidad y talento suficientes para sobreponerse a la inclemente campaña mediática de demonización de la revolución cubana, sobre todo entre los intelectuales y la gente más humilde, se aprecia ahora que gana cuerpo en sectores más amplios la idea de un cambio en la política hostil hacia Cuba, ante la constatación de que “no hemos podido vencerlos.”

En un artículo con su firma aparecido en el Miami Herald el diez de marzo, la Embajadora Vicki Huddleston, quien fuera Jefa de la Oficina de Intereses de los Estados Unidos en Cuba durante los últimos meses del gobierno de William Clinton y el período inicial de la Administración de G. W. Bush, opina que si el gobierno de su país "pudiera tratar con Cuba - no como un asunto de política doméstica, sino como entre dos estados soberanos - entonces reanudaríamos relaciones diplomáticas oficiales con el intercambio de embajadores y comenzaríamos, nuevamente, a conversar sobre asuntos que afectan el bienestar y la seguridad de ambos países, es decir, migración, anti-narcóticos, salud y medio ambiente.”

“Mientras más nos tardemos, mas posibilidades habrá de que los nuevos líderes cubanos se las arreglen sin nosotros. Dentro de tres o cinco años, Cuba, con la ayuda de inversionistas externos, habrá explotado el petróleo en aguas profundas y el etanol de caña de azúcar, agregando billones a sus ingresos anuales, convirtiendo a la isla en exportador de energía”, concluye la señora Huddleston”.

Leo también que el senador demócrata Byron Dorgan anunció que impulsará medidas para liberar los viajes de estadounidenses a Cuba y facilitar el envío de medicinas y comida. “El embargo de 45 años no funcionó, el pueblo cubano merece libertad y creo que abrir esos mercados ayudará a que eso ocurra," agregó.

En los discursos de los principales aspirantes a la nominación como candidatos a la presidencia en las elecciones de noviembre, se aprecia que ninguno reconoce improcedente la política hostil a Cuba y los males ocasionados al pueblo de la isla en el último medio siglo. Ni siquiera los aspirantes por la “oposición” demócrata a la nominación se pronuncian contra los efectos más crueles de la política hostil promovidos durante la administración de George W. Bush, desde el año 2000. Apenas se quedan en la disposición o no de sentarse a conversar con Cuba, considerando que la política actual no ha dado buenos resultados para Estados Unidos.

Recientemente, 104 congresistas – cuatro de ellos senadores -pertenecientes a los dos partidos que componen el sistema político norteamericano, enviaron un documento a la Secretaria de Estado, Condoleezza Rice, en el que le proponen un cambio en la política hacia Cuba afirmando que han fracasado los esfuerzos por el aislamiento de la isla con un embargo económico que ya casi llega a medio siglo.

“Por cinco décadas, la política de EEUU ha probado sanciones económicas y aislamiento para forzar cambios en el gobierno de Cuba. Estos acontecimientos demuestran que esa política no ha funcionado” afirman los legisladores en su carta.

“Aliados y adversarios han rechazado nuestra enfoque y, por el contrario, trabajan directamente con el gobierno cubano en asuntos diplomáticos y ganan billones de dólares en inversiones económicas en la isla, lo que hace aún menos probable que nuestras sanciones obtengan los propósitos declarados”, se lamentan.

Deploran los congresistas que “…nuestra política nos deja sin influencia en estos críticos momentos, y esto no sirve a los intereses nacionales de los Estados Unidos ni a los del cubano común, supuestos beneficiarios de nuestra política.”

Concluyen que “una revisión completa de la política de EEUU se precisa claramente ahora. Esto enviaría una señal útil al pueblo cubano de que nosotros intentamos relacionarnos con su gobierno de una manera nueva y positiva, y también brindaría a la política de EEUU una nueva lectura en muchos otros lugares de la región.”

La opinión mundial debe agradecer a estas personalidades estadounidenses la valentía de nadar contra la corriente en el contexto oficial tan difícil de su país, pero también hay que lamentar que no haya entre los argumentos para un cambio de política siquiera una manifestación de vergüenza o arrepentimiento por los perjuicios humanos y materiales que han ocasionado a un pueblo que no ha hecho más que afirmar su soberanía y su derecho inalienable a la autodeterminación.

Hay que lamentar que no se mencionen como fundamento para la rectificación, las muertes, los sufrimientos y las frustraciones que han causado a un pueblo que ha hecho una revolución que debió haber sido incruenta y pacífica, para alcanzar la justicia social, el desarrollo económico y la identidad cultural plena.

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