Por Tahar ben Jelloun, escritor y miembro de la Academia Goncourt (LA VANGUARDIA, 12/10/08):
Como suele decirse, el ánimo y la confianza entrañan, en el fondo, la decisión de tener miedo al miedo. Pero, a la par de la unión de la crisis financiera que ha sacudido el planeta, hemos tenido ocasión de asistir, sobre todo, a una generalización del miedo sin relación alguna con el ánimo ni con la confianza. En calidad de simples ciudadanos - con o sin patrimonio o propiedades, pequeños o grandes ahorradores-, hemos sido zarandeados en lo relativo a nuestra seguridad y certidumbre en diversos ámbitos. Sin ser ningún experto en ciencia económica, he aquí que yo también me he visto obligado a interesarme por la crisis. Habitualmente, cuando un tsunami devasta una región del mundo, suele decirse “eso sólo le pasa a los otros” mientras se ven las imágenes por televisión. En el caso que nos ocupa, la catástrofe no perdona a nadie. No obstante, he hecho un esfuerzo y he aprendido algo en lo que nadie ha parecido reparar: tras esta crisis financiera provocada por personas que han perdido el contacto con la realidad - que se limitan a hacer malabarismos con los números en una pantalla de ordenador, que viven en mayor medida en y con el mundo de lo virtual que en la vida concreta y real-, tras este ejército de lobeznos y viejos tunantes, asoma su faz una crisis moral, una ausencia de ética y de conciencia dignas de considerar debidamente la condición humana y su destino correspondiente.
En otro tiempo el capitalismo generaba dinero comprando y vendiendo mercancías e invertía los beneficios para repetir la operación con vistas a obtener un beneficio mayor. En la actualidad - y todo volverá a ponerse en marcha a partir de ese punto-, el capitalismo genera dinero mediante el dinero aunque este dinero no exista realmente, pero se procede como si existiera. Con cien dólares en el bolsillo, un banco se aviene a prestarle a usted mil dólares; si dispone de 1.100 dólares, puede prestarle 10.000 dólares y así sin interrupción hasta que se ha endeudado notablemente, de modo que no posee suficiente dinero para devolver los créditos sucesivos. He aquí - de manera sencilla y de forma caricaturesca- lo que ha sucedido a una escala muy considerable. Ahora bien, lo más grave radica en que los valores morales - la honradez, la justicia, el derecho, la ley, la confianza- han desaparecido de la pantalla: me refiero a la conciencia que cabe presuponer en quienes manejan el dinero abstracto.
Es el signo de los tiempos. Ha podido comprobarse cómo fortunas inmorales alardeaban y se exhibían sin pudor. Los medios de comunicación - especialmente la televisión- han amplificado esta trivialización del dinero (cuya procedencia no siempre se sabe). Se trata de la victoria del cinismo sobre el trabajo honrado y bien hecho. Hay que remontarse a los años ochenta y a los iniciadores de este liberalismo salvaje e implacable, Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Sin necesidad de coordinarse, el caso es que aplicaron las teorías liberales: qué se le va a hacer si tal sistema provoca víctimas… En fin, es la ley de la jungla. Y si uno es pobre, es culpa suya. Un cuarto de siglo después, el mundo se encuentra atascado en el barrizal de una crisis que es motivo de pánico y que debemos a otro adepto del liberalismo absoluto, ¡el muy inteligente, sagaz y gran jefe de Estado George W. Bush! Él solito, aconsejado por su equipo, se las ha arreglado para poner de patitas en la calle a cientos de miles de personas corrientes acosadas por préstamos tóxicos. Ha intentado hacer una tortilla con huevos cascados, pero lo cierto es que la tortilla en cuestión ya reposa en la sartén. En la guerra de Iraq ha gastado cientos de miles de millones de dólares. Y el dinero hay que obtenerlo o generarlo. Pero no importa: la lucha contra el terrorismo autoriza todos los abusos y extravíos, incluyendo el de poner en peligro la economía del planeta.
En mayor o menor grado, a todos nos afecta la política estadounidense, y ello explica la gran pasión que suscitan las próximas elecciones en ese país. Formulo de nuevo el deseo ya expresado hace cuatro años: todos hemos de tener el derecho de participar en las elecciones del presidente de Estados Unidos de América, porque, se quiera o no, no podemos quedar al margen de los estragos colaterales motivados por el desastre de la política de Bush.
La crisis moral no es únicamente estadounidense. Se observa en todas partes. El dinero, “sucio y vil metal”, se ha convertido en el valor supremo de todas las cosas. Y no vayan a creer que esta crisis perdona a los países del sur, por ejemplo los del Magreb. Las viejas generaciones magrebíes se sienten cada día más intimidadas por el triunfo de la apariencia, el poder del dinero y la arrogancia de los poseedores de grandes fortunas que alardean de ello. No es una casualidad que los jóvenes se refugien en el islam, ya que ahí al menos oyen un discurso distinto donde se anteponen valores humanistas. Algunos preconizan la moral del islam, otros se extravían en luchas extremistas. Y cabe decir que todo ello puede provenir de esa ausencia de moral que deja la puerta abierta a todos los abusos y, en consecuencia, todas las crisis. No son sólo los bancos los que van mal, es la sociedad moderna la que se halla al borde de la quiebra, porque el ser humano ha sido sacrificado con demasiada celeridad en aras del interés, el egoísmo y el cinismo de la rentabilidad, incluso siendo esta virtual.
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