lunes, junio 02, 2008

El celo de la primera dama

Por Brahma Chellaney, profesor de estudios estratégicos del Centro de Investigación Política de Nueva Delhi (LA VANGUARDIA, 31/05/08):

Un desastre natural suele ser ocasión propicia para apartar a un lado las diferencias políticas y mostrar compasión. No obstante, la Birmania devastada por el ciclón, gobernada por elites militares ultranacionalistas y rapaces, temerosas de sanciones de parte de Occidente, se ha visto presionada para franquear sus áreas devastadas a la ayuda humanitaria o bien enfrentarse a una intervención armada de signo asimismo humanitario.

La politización de la ayuda ha oscurecido el papel de una protagonista cuyos esfuerzos han contribuido a ejercer mayores presiones sobre los generales birmanos. En cuanto el ciclón Nargis,con vientos de hasta 190 kilómetros por hora, devastó el delta del Irawadi, la esposa del presidente Bush, Laura, lanzó públicamente improperios contra los aislados gobernantes birmanos. En una comparecencia sin precedentes en la sala de prensa de la Casa Blanca - dominio tradicional del presidente y del secretario de Estado- Laura Bush peroró sobre política exterior y acusó a la junta birmana del elevado número de víctimas del ciclón. Y en diciembre, Laura Bush dijo en Nueva Delhi que “India, uno de los principales socios comerciales de Birmania, ya no vende armas a la junta”, para sorpresa de la audiencia.

A decir verdad, siendo China un suministrador de armas de confianza desde hace 20 años y pudiendo abastecerse de armas a través de Singapur y Rusia, la junta apenas precisa de armamento indio. India, en cualquier caso, tampoco llevará la contraria a la primera dama estadounidense, imbuida de furor moral y religioso.

Por otra parte, no es difícil optar por la prédica ética contra Birmania, uno de los países del mundo más endebles y en situación más crítica. Sancionar a Birmania de vez en cuando se había convertido en un pasatiempo tan dilecto al presidente Bush que sólo 24 horas antes del ciclón anunció otra tanda de sanciones. Ninguna instancia mundial, sin embargo, ha llegado a sugerir medidas penales (moderadas) contra China por su permanente represión brutal en Tíbet, pues las sanciones acarrearían pérdida de empleos y otros inconvenientes económicos a Occidente.

De hecho, incitado por su esposa, Bush ha firmado más medidas para sancionar a Birmania en los últimos cinco años que contra cualquier otro país. La cruzada de Laura Bush contra la junta militar que se considera a sí misma defensora de la unidad e identidad cultural birmana, predominantemente budista, obedece a la inspiración encarnada en algunas iglesias cristianas que cuentan con notables minorías étnicas, aparte de una reunión mantenida al parecer en aquel país con una víctima cristiana de una violación. En cambio, tanto Laura Bush como su marido encontraron la senda despejada en relación con una intervención militar en la política de países vecinos de Birmania, como Bangladesh y Tailandia.

Aunque la junta militar birmana accedió al poder en 1962, las primeras sanciones estadounidenses de importancia no llegaron hasta 1997. No obstante, el punto de mira sobre Birmania se fijó con mayor precisión y fuerza bajo el mandato de Bush.

Actualmente, Birmania se halla atrapada entre las sanciones lideradas por Estados Unidos y la creciente influencia de China. Azuzado por el diablo que le pisa los talones, el país se inclina hacia el profundo mar azul de la benevolencia china.

Al tratar a Birmania como un títere en el marco de un juego geopolítico más amplio e intentar llevar al país ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la Casa Blanca no hace más que aumentar la necesidad de protección política de la junta procedente de una China dotada de poder de veto, con la consiguiente obligación de agradecer tal protección a Pekín. Muestra de ello ha sido la firma de un contrato gasista de 30 años de vigencia.

Las iniciativas estadounidenses no sólo han obligado a Birmania a desplazarse del no alineamiento al alineamiento, sino que han motivado una dependencia mayor de la política estadounidense respecto de Pekín en lo concerniente a Birmania.

Como en el caso de Corea del Norte, Bush externaliza alegremente en China una parte de su política con relación a Birmania. Sin embargo, la política estadounidense acusa también el peso del celo misionero de Laura Bush sobre Birmania. Lejos de mejorar la situación de los derechos humanos en el país, este miope activismo ha contribuido a reforzar a la junta. La amenaza de una invasión por causas humanitarias de Birmania hiede a recurso desesperado y apunta a un deseo de valerse de la herramienta humanitaria para provocar un cambio político.

Ahora resulta que una mujer no electa ni titular de responsabilidad alguna secuestra la política de Estados Unidos para promover paradójicamente elecciones libres y responsabilidad pública en Birmania. Y el doblemente electo y renacido cristiano Bush da fe de hallarse bajo la influencia de su esposa, como se constata mediante la expresión “Laura y yo” en su último anuncio de sanciones contra Birmania.

Pero, como dice la Biblia, “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.

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