Por Francisco Rodríguez Adrados, de las Reales Academias Española y de la Historia (ABC, 11/10/08):
EN la lírica griega antigua, quiero decir. ¿Por qué no reposar alguna vez los ojos en los grandes temas y descansarlos de tanta acuciante actualidad, a veces artificial y desazonante? Así lo hacía ABC, intentemos renovarlo.
La lírica griega es un gran tema: o ha dejado su huella en toda la lírica posterior o, en todo caso, hay ahora motivos para que la conozcamos mejor. En los últimos años se han descubierto en los papiros que en Egipto devuelve el desierto nuevos e importantes fragmentos de versos.
Hay en ellos temas que rebotan hasta hoy: sea por los ecos que han dejado estos pasajes hasta ahora inaccesibles, sea porque existen constantes en el corazón humano.
Ese libro mío no es muy conocido en Europa: lo español sigue siendo poco conocido, al menos en el campo de lo humano, como no se enganche a las grandes modas y mitos. En fin, mi libro intenta penetrar en los orígenes de la lírica.
Pero esta es sólo una de las dos motivaciones. La otra: ahora preparo la cuarta edición de mis «Líricos griegos. Elegiacos y yambógrafos arcaicos», en la colección Alma Mater, bilingüe: griego y español. Hay ediciones de 1957, del 80, del 90; esta nueva, sin duda, saldrá en 2009.
Pues bien, la cosecha de fragmentos de papiro crece cada año. En mi edición del 90 pude incluir, entre otros, los nuevos fragmentos de Arquíloco, el gran renovador e innovador en mil terrenos. Luchaba con los tracios y, cuando perdió el escudo, escribió que ya se compraría otro mejor: había salvado la vida. Es el enamorado de Neóbula, el inventor del tema poético del hombre abandonado, como Garcilaso y Neruda. Pues bien, en esa edición mía, seguía, en los nuevos papiros, el tema de los amores, desamores y violencias de Arquíloco.
Y ahora, cuando preparo la cuarta edición, los líricos griegos han crecido con nuevos fragmentos en papiro. Nos ayudan a conocer mejor el mundo y los sentimientos de la lírica griega. Esta es mi segunda motivación para venir al tema: hacer que el lector participe, en alguna medida, de nuestro renovado conocimiento de un mundo que es también el nuestro.
Son tres, fundamentalmente, los poetas cuyo conocimiento crece ahora. Son Tirteo y Arquíloco, del séptimo siglo antes de Cristo, y Simónides, del sexto. En este mundo nuestro en que nos dominan el presente y un imaginario futuro, puro progreso para algunos, echar algún vistazo a los griegos, recuperar lo perdido, no está mal, digo yo. Extracto para los lectores de ABC algo de esos descubrimientos.
Está el viejo Tirteo, el que exhortaba en sus elegías a los espartanos al valor en la lucha contra los mesenios rebeldes -al valor, culminación de todas las virtudes, decía-. Hacía actuales el mundo y el lenguaje homéricos, decía aquello que Horacio repitió, que es bello morir por la patria. Era el poeta ciudadano que presentaba la Constitución lacedemonia dictada a Licurgo por Apolo, aquella de las asambleas, los reyes, la igualdad. Pues bien, ahora tenemos un nuevo fragmento bastante destrozado, pero que nos hace ver a Atenea, la diosa de ojos glaucos, deteniendo con su égida los proyectiles de los enemigos. Nos presenta el avance de los espartanos contra el muro de una fortaleza mesenia. Amenaza a cuantos retrocedan.
«… Por la dura necesidad impuesta por un dios, no debe hablarse de debilidad y cobardía… nos lanzamos a la huida: que hay un tiempo para huir. También una vez Télefo hijo de Arcaso, él solo, puso en fuga al numeroso ejército de los griegos, y ellos huían aun siendo valerosos. Hasta tal punto el destino de los dioses les empavorecía, y eran buenos lanceros. Y el Caico de bella corriente se llenaba de cadáveres caídos y lo mismo la llanura de Misia. Y hacia los bancos de arena del mar resonante, muertos a manos de un hombre implacable, apelotonados, escapaban los aqueos de hermosas grebas. Y alegres se embarcaron en las naves de rápido curso, ellos, hijos y hermanos de inmortales, a los que Agamenón había traído a la sagrada Ilion para luchar. Pero, extraviados en la ruta, llegaron a una playa y subieron a la amable ciudad de Teutrante… Les hizo frente Heracles, llamando a gritos a su hijo de corazón sufridor, guardián implacable en la guerra cruel, a Télefo que, impulsor para los dánaos de una mala huida, les acometía al frente de los suyos, complaciendo a su padre».
El poeta mercenario se disculpaba de sus fracasos, escudándose en los dioses y en los héroes de Homero. Nuevo para nosotros.
Y está luego Simónides, tan versátil: el autor de los epigramas que glorifican a los griegos frente al persa, de la lírica que celebraba a los vencedores en los Juegos, de los elogios o trenos a los muertos ilustres. Ahora se añaden a nuestro conocimiento fragmentos nuevos: de elegías a las batallas de Artemision, de Salamina, sobre todo de Platea, en un contexto entre heroico, humano y mítico. Las batallas que fundaron a Europa. ¡Al cabo de 2.500 años se nos devuelve esto!
Y al lado fragmentos melancólicos glosando la debilidad del hombre, llorando por aquello de Homero, «como la generación de las hojas es la de los hombres». Y fragmentos eróticos sobre los momentos de esplendor también del hombre.
Sabemos ahora algo más que antes sobre los griegos de la edad arcaica que fundaron el cultivo de la humanidad, la libertad, la belleza. Minúsculos fragmentos de papiros usados tal vez para hacer cartón para las cajas de las momias nos devuelven palabras tan humanas -y tan griegas- a través de los siglos.
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