martes, noviembre 11, 2008

El clima para el cambio

Por Al Gore, ex vicepresidente de EEUU entre 1993 y 2001. Es fundador de la Alianza para la Protección del Clima y Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional y Premio Nobel de la Paz, por su contribución a la lucha contra el cambio climático (EL MUNDO, 11/11/08):

La estimulante y novedosa opción que ha tomado el pueblo estadounidense al elegir a Barack Obama como nuestro 44º presidente sienta las bases de otra decisión trascendental que él, y todos nosotros, hemos de tomar el próximo mes de enero: la de iniciar un rescate de emergencia de la Humanidad ante la amenaza inminente y galopante que plantea la crisis climática. La revolucionaria idea de la Declaración de Independencia americana de que todos los seres humanos nacen iguales, es hoy el marco en el que se produce la renovación del liderazgo estadounidense en un mundo que necesita, desesperadamente, proteger su legado esencial: la integridad y habitabilidad del planeta.

El Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático -autoridad mundial sobre la crisis del clima tras 20 años de estudio detallado y cuatro informes unánimes- asegura que las pruebas son «inequívocas». Así que pido, por favor, que salgan de su letargo quienes todavía sienten la tentación de desestimar las alarmas cada vez más urgentes que nos llegan de los científicos de todo el mundo, ignorando la fusión del casquete polar ártico y el resto de advertencias apocalípticas que nos lanza el propio planeta, y quienes esbozan una expresión de hastío ante la simple mención de esta amenaza existencial para el futuro de la especie humana. Nuestros hijos y nietos necesitan que todos reconozcamos la realidad, antes de que sea demasiado tarde.

Ahora llegan las buenas noticias: los audaces pasos que se han de tomar para solucionar la crisis climática son exactamente los mismos que deberían darse para solucionar la crisis económica y la crisis del abastecimiento de energía. Economistas de todo el espectro ideológico (entre ellos, Martin Feldstein y Lawrence Summers) están de acuerdo en que una inversión cuantiosa en infraestructuras que requieran mucha mano de obra es la mejor manera de revitalizar la economía estadounidense de un modo rápido y sostenible. Y muchos de ellos coinciden también en que ésta perderá posiciones si se siguen gastando cientos de miles de millones de dólares al año en importar petróleo del extranjero. Además, los expertos en seguridad nacional tanto del Partido Demócrata como del Partido Republicano coinciden en que si el mundo pierde de repente el acceso al petróleo de Oriente Próximo EEUU se verá ante una peligrosa vulnerabilidad estratégica. Como dijo Abraham Lincoln en la hora más oscura de EEUU, «ante la ocasión se amontonan las dificultades, y nosotros debemos alzarnos con ella. Dado que nuestra situación es completamente nueva, tenemos que pensar desde cero, y actuar desde cero». En nuestra situación actual, pensar desde cero exige que descartemos una definición obsoleta y fatalmente fallida del problema al que nos enfrentamos.

La semana pasada se cumplieron 35 años desde que el presidente Richard Nixon creó el Proyecto Independencia, que marcó como objetivo nacional que, en un plazo de siete años, Estados Unidos desarrollaría «el potencial para cubrir las necesidades energéticas sin depender de ninguna fuente extranjera». Aquella declaración se produjo tres semanas después de que el embargo del petróleo árabe hiciera subir el precio del crudo por las nubes y despertara la conciencia de los estadounidenses ante los peligros de la dependencia del petróleo extranjero. Y, no por casualidad, aquello sucedió sólo tres años después de que la producción petrolífera de EEUU tocara su techo.

En aquel momento, Estados Unidos importaba menos de la tercera parte del petróleo que consumía. Pero hoy -después de que los seis presidentes que han sucedido a Nixon anunciaran un plan en términos similares a los del Proyecto Independencia-, la realidad es que la dependencia energética estadounidense se ha duplicado hasta casi los dos tercios. Y mucha gente tiene la impresión de que la producción mundial de petróleo está en su máximo o muy cercana a él.

Hay quien sigue viéndolo como un problema de producción doméstica. Sólo con que incrementáramos la producción de petróleo y carbón dentro de las fronteras de EEUU, aseguran, el país ya no tendría que depender de las importaciones desde Oriente Próximo. Y con ese objetivo, hay quien ha ideado nuevas técnicas, más sucias y caras aún, para extraer los viejos combustibles de siempre: carbones líquidos, pizarra de petróleo, arenas de alquitrán y tecnología de carbón limpio.

Sin embargo, en todos los casos, los recursos en cuestión son demasiado caros o contaminantes o, por lo que se refiere al carbón limpio, demasiado quiméricos como para que marquen alguna diferencia en la protección de nuestra seguridad nacional o del clima mundial. De hecho, quienes gastan cientos de millones en promocionar la tecnología del carbón limpio omiten sistemáticamente el hecho de que en Estados Unidos hay poca inversión, y ni un solo proyecto probatorio a gran escala, sobre la captura e inhumación segura de toda esta polución. Si la industria del carbón logra cumplir su promesa, entonces la apoyo por completo. Pero, mientras llega ese día, sencillamente no podemos seguir basando la estrategia para asegurar la supervivencia del hombre en una ilusión cínica e interesada.

He aquí lo que podemos hacer ahora. Podemos realizar una gran e inmediata inversión estratégica que ponga a la gente a trabajar en la sustitución de las tecnologías decimonónicas, que dependen de combustibles caros y peligrosos basados en el carbón, por otras más propias del siglo XXI, que empleen la energía del sol, el viento y el calor natural de la tierra.

Quiero esbozar, a continuación, un plan para dar un impulso a EEUU, y que le permitiría producir el 100% de la electricidad a partir de fuentes no carbónicas en los próximos 10 años. Es un plan que nos acercaría, de manera simultánea, a soluciones para la crisis climática y la crisis económica, y que crearía millones de nuevos empleos.

En primer lugar, el nuevo presidente y el nuevo Congreso deberían ofrecer a gran escala incentivos a la inversión para construir plantas termosolares concentradas en los desiertos del suroeste, granjas eólicas en el corredor que se extiende desde Texas a las Dakotas, y plantas avanzadas en los puntos geotérmicos que puedan producir grandes cantidades de electricidad.

En segundo lugar, EEUU tendría que planificar y construir una red nacional inteligente y unificada para transportar la electricidad procedente de energías renovables desde los focos rurales, donde mayoritariamente se producirá, a las ciudades donde mayoritariamente se consumirá. Pueden diseñarse nuevas líneas subterráneas de alto voltaje y escasas pérdidas, equipadas con recursos inteligentes que proporcionen a los consumidores información sofisticada y herramientas de fácil uso para conservar la electricidad, eliminar las ineficiencias y reducir sus facturas energéticas. El coste de esta red moderna (400.000 millones en 10 años) palidece si se le compara con la pérdida anual de 120.000 millones que sufren las empresas estadounidenses debido a los fallos en cascada, endémicos en nuestras actuales líneas eléctricas, anticuadas y disgregadas.

En tercer lugar, deberíamos ayudar a la industria automovilística (no sólo a los Tres Grandes del sector, sino también a las nuevas empresas innovadoras) a reconvertirse en fabricantes de coches híbridos que funcionen con la electricidad renovable que estará disponible en cuanto el resto del plan madure. En combinación con la red unificada, un parque automovilístico nacional de vehículos híbridos ayudaría a solucionar el problema del almacenaje de electricidad. Pensemos en ello por un momento: con esta clase de red, los coches podrían cargarse fuera de las horas punta de consumo de energía; durante las horas punta de consumo, cuando hay menos coches en la carretera, podrían devolver su contribución de electricidad a la red nacional

En cuarto lugar, habría que embarcarse en un esfuerzo nacional para equipar a los edificios con un mejor aislamiento, iluminación y ventanas energéticamente eficientes. Aproximadamente el 40% de las emisiones de dióxido de carbono que se generan en Estados Unidos procede de los edificios, y detener esta polución significaría también ahorrar dinero a los propietarios y empresarios. Esta iniciativa tendría que acompañarse de una proposición en el Congreso que ayudara a los estadounidenses agobiados por hipotecas superiores al valor de sus hogares.

Por último, EEUU debería liderar el proceso, poniendo un precio al carbón dentro de sus fronteras y dirigiendo al mundo hacia la sustitución, el año que viene en Copenhague, del tratado de Kioto por uno más eficaz que fije un límite a las emisiones mundiales de dióxido de carbono y anime a los países a invertir en formas eficientes para reducir los gases de efecto invernadero.

Por supuesto, la mejor manera -en realidad, la única- de garantizar un acuerdo mundial que salvaguarde nuestro futuro es que Estados Unidos vuelva a ser el país con la autoridad política y moral necesaria para liderar al mundo hacia una solución. Mirando adelante, tengo grandes esperanzas de que no nos faltará el coraje de acometer los cambios necesarios para salvar nuestra economía, nuestro planeta, y, en última instancia, a nosotros mismos.

En una era de transformación anterior en la historia de EEUU, el presidente John F. Kennedy retó a nuestro país a llevar a un hombre a la luna en el plazo de 10 años. Ocho años y dos meses después, Neil Armstrong puso el pie en la superficie lunar. La edad media que tenían los ingenieros de sistemas que aquel día celebraron el acontecimiento desde la sala de control de Houston era de 26 años, lo que significa que tenían 18 cuando Kennedy anunció su desafío.

De un modo similar, este año ha presenciado la aparición de unos jóvenes estadounidenses cuyo entusiasmo ha galvanizado la campaña de Barack Obama. Hay pocas dudas de que este mismo grupo de jóvenes enérgicos desempeñará un papel esencial en este proyecto, que garantizará el futuro de EEUU como nación y, una vez más, convertirá lo que parecía un objetivo imposible en un éxito que servirá de inspiración a otros.

Fuente: Bitácora AlmendrónTribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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