sábado, marzo 21, 2009

Cambio radical en El Salvador

Por Luis Alejandre, General. Formó parte de la misión de la ONU en El Salvador (Onusal) entre los años 1992 y 1994 (EL PERIÓDICO, 19/03/09):

Las elecciones presidenciales celebradas el pasado domingo en El Salvador se desarrollaron sin incidentes, según el informe de la misión de observadores de la Unión Europea, presidida por Luis Yáñez. Washington las ha clasificado de “muy libres, justas y democráticas”. Nos alegramos, por supuesto.

Ya es un logro importante para la estabilidad del querido país. España dedicó importantes esfuerzos durante y después de aquel difícil proceso, que culminó tras 12 años de cruenta guerra, con la firma del acuerdo de paz de Chapultepec (México), el 16 de enero de 1992.

Con la rúbrica final del secretario general de Naciones Unidas, Butros Butros Ghali, que recogía los indiscutibles esfuerzos de su antecesor, Javier Pérez de Cuéllar, firmaron en nombre del presidente Alfredo Cristiani, su canciller Álvaro Santamaría, los generales Martínez Varela y Vargas y los doctores David Escobar, Abelardo Torres y Rafael Contreras, y por parte del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), los cinco comandantes de las facciones que lo conformaban, Schafik Handal, Jovel, Salvador Sánchez Cerén, Sancho y Villalobos, más otros cinco dirigentes: Samalloa, Ana Guadalupe, Marta Valladares, Roberto Cañas y Dagoberto Gutiérrez.

Han pasado 17 años, en los que ha ocupado el poder la línea política que supo llegar a la paz, formada básicamente por el partido Arena. Hasta que el pasado domingo perdió por estrecho margen de votos, algo más de 68.000, la presidencia de la República.

País de reducidas dimensiones –21.000 km cuadrados, el equivalente a nuestra provincia de Cáceres–, densamente poblado por algo más de siete millones de personas, no supo o no pudo superar la crisis económica de 1973, que derivó en una violentísima crisis social y en guerra. Las imágenes que recogimos de aquel enfrentamiento son durísimas. Siempre la relación entre el territorio y la densidad de población agrava los enfrentamientos. En Bosnia encontramos un fenómeno parecido.

Uno de los comandantes firmantes de Chapultepec, Sánchez Cerén, comandante Leonel en la jerga de guerra, ha accedido a la vicepresidencia de la República, formando candidatura con el electo Mauricio Funes, un periodista de la CNN recién afiliado al partido y con “buena pegada mediática”, en expresión de ciertos analistas políticos.

SÁNCHEZ CERÉN representará, por tanto, la esencia del movimiento, aunque en El Salvador, como en las otras repúblicas americanas, el papel del vicepresidente es muy limitado. Aquí puede surgir la excepción. Lo he visto ahora más gordo, conserva su cabello blanco, y su amplia sonrisa electoral esconde una fuerte personalidad, que esgrimía ante nosotros, la misión de las Naciones Unidas (Onusal), ante sus compañeros del Frente y ante su propia formación.

Se vio seriamente comprometido en mayo de 1993, cuando, en el barrio de Santa Rosa de Managua (Nicaragua), estalló un polvorín importante de reservas de guerra, guardadas tras la firma de la paz. La carta que remitió al Frente Ghali era durísima: “Han comprometido ustedes mi propia honorabilidad y compromiso”. Luego aparecieron más depósitos, buzones, en Nicaragua y en el propio El Salvador. La crisis se cerró desviando la responsabilidad a “personas pertenecientes a un grupo de los que conforman el FMLN”, en referencia a las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), que lideraba Leonel. Pero había otros implicados: sandinistas nicaragüenses y un fuerte apoyo técnico y financiero de etarras españoles: Javier María Larreategui, Sebastián Echániz y Francisco Javier Aspiazu. Curiosos también sus nombres de guerra: Luis la hostia, Atxulo y El padrino. Fueron entregados a España por decisión de la presidenta de Nicaragua, Violeta Chamorro.

Pero han pasado muchos años, y estas circunstancias quedan para la historia. Lo positivo del momento es que se instale la alternancia de poder como vehículo de normalidad democrática. No puedo ni debo entrar en valoraciones políticas, pero siempre creo que las alternancias son sanas.

¿Aspecto negativo? El intento de hacer de la alternancia una alternativa de poder, un cambio de régimen, como declaró imprudentemente en plena campaña el teórico de la formación José Luis Merino. La victoria es muy limitada –el 51% frente al 49%– y se deberá legislar en un Parlamento en el que los partidos conservadores (Arena, Conciliación Nacional y Demócrata Cristiano) suman 50 escaños, frente a los 34 del Frente más los socialdemócratas de Cambio Democrático.

DIFÍCIL gobierno, por tanto, del electo presidente Funes: deberá enfrentarse a una nueva crisis económica, a conflictos sociales remanentes como el que crean las maras (3.179 homicidios en el 2008), a las tentadoras presiones del frente bolivariano de Hugo Chávez y a los compromisos con Estados Unidos, donde trabajan más de dos millones de salvadoreños, cuyas remesas de divisas representan el 17% del PIB.

Pero contará con un pueblo trabajador, dinámico, moderno, que ha sufrido demasiado en sus carnes el flagelo de la violencia fratricida, que no necesita más trincheras ni enfrentamientos, sino puentes y vías de esfuerzo en común.

De la capacidad de Mauricio Funes y de su equipo dependerá el futuro del querido país. De asumir la alternancia y no buscar la alternativa de poder. Ya pasaron aquellos años 80 de enfrentamientos, de violencia, de terror, de guerra. La democracia ofrece escasas opciones a las alternativas. Bendice, en cambio, las alternancias. No caigan en la tentación.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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