viernes, marzo 27, 2009

Educar y maleducar

Por Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB (LA VANGUARDIA, 26/03/09):

En la primera página de todos los periódicos, especialmente en los de Catalunya, encontramos estos días un vivo debate sobre las cargas de los Mossos d´Esquadra para hacer frente a las manifestaciones de estudiantes barceloneses durante la semana pasada. Nada se dice, sin embargo, de algo que me parece mucho más relevante y escandaloso: desde antes de la Navidad pasada, un numeroso grupo de estudiantes vivían acampados en el vestíbulo de la Universitat de Barcelona, debajo mismo del despacho del rector y, naturalmente, con su permiso.

Estos días se ha justificado el desalojo de estos estudiantes alegando que ocupaban un espacio público. Es una opinión incontestable. Ahora bien, se olvida que han estado ocupando ilegítimamente este espacio público durante tres meses y la autoridad académica no ha hecho nada para impedirlo, una autoridad que, precisamente, tiene como tarea primordial educarlos. ¿Es educativo consentirles, día a día, mes a mes, que conviertan en finca particular un recinto público?

Sin embargo, el foco político e informativo se ha situado en la responsabilidad de la policía catalana. Por lo visto en televisión y por los informes publicados, me parece que esta policía tenía sobrados motivos para actuar de la manera que lo hizo: la agresividad de algunos manifestantes, el hecho de ir encapuchados y armados, probablemente no ofrecía otra alternativa. En cambio, ni los poderes políticos ni los medios de comunicación piden responsabilidades al rector y al equipo de gobierno de la Universitat de Barcelona por su permisividad durante estos tres meses, por su antipedagógica falta de autoridad, por el mal ejemplo que ha dado a todos -empezando por los demás estudiantes de su universidad, que son la inmensa mayoría- al aceptar que un pequeño grupo se convirtiera en dueño y señor de algo que no es suyo. Esto, señor rector, no es educar, esto es maleducar, en todos los sentidos que se le pueda dar a este término.

No obstante, probablemente seríamos injustos si sólo pidiéramos responsabilidades a las citadas autoridades académicas. La cosa viene de lejos, de mucho más lejos, y también tienen mucho que ver en ello otros ámbitos de la enseñanza distintos a la universidad. En concreto, me estoy refiriendo a la enseñanza que se da en los grados de educación primaria y secundaria, es decir, en la escuela y en el instituto. En estos últimos meses, quizás gracias a estas manifestaciones estudiantiles, la opinión pública comienza a interesarse de nuevo por la universidad. Alegrémonos. Pero para hablar de los problemas de la universidad hay que tratar antes de uno que es previo: la mala preparación con la que acceden a sus aulas la mayoría de los alumnos. Este es, a mi parecer, el principal problema universitario, el que condiciona la solución de los demás problemas.

Esta mala preparación implica que se accede a la universidad con muy escasos conocimientos y muy poco espíritu de trabajo. La responsabilidad fundamental de tal situación no recae en los alumnos, sino en el vigente modelo pedagógico. Un modelo que empezó a ponerse de moda a finales de los sesenta, formó a varias generaciones de maestros y, finalmente, tomó carta de naturaleza legal con la aprobación de la Logse en 1990. Un modelo en el que se da prioridad absoluta a la felicidad del niño y del adolescente, se le cuida entre algodones dándole todos los mimos imaginables para evitarle supuestos traumas psicológicos, pero no se le pone en contacto con la vida real ni se le enseñan los conocimientos más básicos. Como consecuencia de todo ello, el joven llega a la conclusión de que el aprendizaje no exige ningún esfuerzo, que todo se le debe dar y a todo tiene derecho.

La supresión de las calificaciones escolares, el rechazo de la memoria como instrumento indispensable del saber, la sustitución de los exámenes - considerados pruebas represivas-por sencillos trabajos escolares que en muchas ocasiones se solucionan con simples descargas de internet, han resultado técnicas catastróficas para la educación de los jóvenes. Los alumnos cumplen con sus deberes escolares sin experimentar ninguna dificultad. Si quieren comprobar lo que les explico vayan a ver la espléndida película francesa La clase, un filme sutil que muestra sin concesiones el fracaso de esta pedagogía no represiva y motivadora, ingenua y bienintencionada, que tantos estragos provoca. Sin disciplina no hay educación. Esto es lo que ignora el simpático maestro que protagoniza la película y que sólo al final, cuando el mal ya está hecho, se entera del fracaso de sus métodos.

Esta filosofía pedagógica ha provocado que los estudiantes accedan a la universidad indefensos ante lo que se les viene encima. Antes no han aprendido el hábito de estudiar y no sólo escriben muy mal, sino que el simple esfuerzo de leer les supone un obstáculo insuperable. Los más capaces se espabilan solos, el resto, desorientado, abandona los estudios o, a trompicones, muy mal preparado, acaba la carrera. El mal causado ya es irremediable: lo que no se ha enseñado - y se ha debido enseñar- en primaria y secundaria, es muy difícil que se aprenda en la universidad. Este modelo pedagógico, aprovechando Bolonia, se intenta ahora trasladar a los estudios superiores.

Consentir que algunos estudiantes campen ya a su aire, sin límite alguno, va en esta línea. Bolonia se está imponiendo en Barcelona aunque no lo sepan los estudiantes anti-Bolonia.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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