domingo, marzo 22, 2009

Salud, desarrollo y religión

Por Josep Borrell, presidente de la Comisión de Desarrollo del Parlamento Europeo (EL PERIÓDICO, 22/03/09):

Para los vivos y los muertos, el sida es básicamente una enfermedad africana. De los 33 millones contaminados por el sida, casi el 70% viven en el África subsahariana. Allí mueren tres de cada cuatro de los dos millones de sus víctimas anuales. Y africanos son más del 90% de los niños que nacen portando la enfermedad.

En varios países africanos la extensión del sida plantea un grave problema para su desarrollo. La mortalidad que causa anula la mejora en la esperanza de vida, diezma la mano de obra disponible, especialmente en las regiones rurales, debilita el ahorro y crea la enorme carga social de 11 millones de huérfanos.

Así, el sida contribuye a ese “sufrimiento desproporcionado” del continente africano que el Papa denunció al llegar al Camerún, ante el cual “ningún cristiano puede ser insensible”. Pero antes de aterrizar en Yaundé, creyó oportuno reforzar la oposición de la Iglesia a toda forma de contracepción. En particular, al uso del preservativo que, según Su Santidad, no solo no resuelve el problema, sino que lo agrava. Solo la abstinencia, dijo, es la solución para detener el avance de esa mortal enfermedad.

Al considerar que el uso del preservativo “agrava” el problema, el papa Benedicto XVI ha ido más lejos de la doctrina de la Iglesia en materia de contracepción. En África le apoyarán los sectores más conservadores, religiosos y culturales. Sus palabras reforzarán la actitud de los que rechazan la protección profiláctica en las relaciones sexuales. Y harán mucho más difícil el trabajo de los que tratan de combatir la extensión del sida, tanto de los gobiernos como de los trabajadores sociales y sanitarios. Especialmente, en países como Uganda, Ruanda y Senegal, que han hecho de la lucha contra el sida una de sus prioridades políticas y desarrollan una intensa campaña de extensión del uso de los preservativos.

La posición del Papa influirá negativamente en el resultado de un combate contra la muerte y la pobreza que está lejos de ganarse. Los preservativos son caros y no todos los gobiernos pueden apoyar su distribución gratuita. Algunos países no han tenido hasta ahora clara conciencia de la urgencia en frenar el avance de la enfermedad, que se extiende de manera muy diferente. En el África austral –Zimbabue, Botsuana, Zambia–, los trabajadores emigrantes en las minas son contaminados por la prostitución y extienden la enfermedad a sus lugares de origen. La pobreza no deja de reducir la edad de la iniciación sexual de las jóvenes, y en Kenia y Etiopía la prostitución hace explotar la epidemia. En países como Nigeria y Camerún, al principio poco afectados, el crecimiento es exponencial. En los países en guerra, las mujeres son especialmente vulnerables (60% de los seropositivos son mujeres), expuestas a la violencia sexual de los combatientes o a las difíciles condiciones de la vuelta a la vida civil de los desmovilizados.

TODO ESO SE sabe, como se sabe que el sida es una de las mayores hipotecas para el desarrollo de África. Pero, para el Papa, lo importante es el dogma, y la solución solo puede basarse en algo tan irreal en esas circunstancias socioeconómicas como la castidad y la abstinencia. Sin ir tan lejos como el filósofo Friedrich Nietzsche, que consideraba la castidad como un crimen contra la naturaleza, no hay un solo responsable de la salud pública en África que piense que con el ideal católico de la castidad se puede detener el sida.

Nadie ha pretendido nunca que el uso del preservativo sea la solución. Pero la inmensa mayoría de las organizaciones que luchan contra la epidemia, incluidas las católicas, lo consideran un instrumento fundamental de prevención. Al considerar que su uso “agrava” el problema, el Papa se comporta de forma irresponsable y hace más rígida todavía una doctrina que algunos esperaban fuera más flexible. Por ello, muchos de los que trabajan en la ayuda al desarrollo se han sentido consternados por esa posición papal. Entre otros, la ministra belga de la Salud, que considera que con esa posición el Papa contribuye a desmantelar el esfuerzo de años de prevención y pone en peligro muchas vidas humanas.

PERO HAY OTRAS actitudes del Papa que provocan consternación. En una reciente carta, lamenta los “errores de apreciación y de comunicación” que han rodeado su decisión de levantar la excomunión a los obispos integristas seguidores de monseñor Lefebvre, opositor encarnizado al Concilio Vaticano II, entre ellos Richard Williamson, notorio negacionista del Holocausto.

Fue hecha pública el día antes de su encuentro con el Gran Rabino de Israel en un intento de cerrar la crisis abierta por esa decisión. Pero no hay ninguna referencia a otra decisión polémica: la del obispo de Recife de excomulgar a la madre de una niña de 9 años violada por su suegro y encinta de dos gemelos, y a todos los médicos del equipo que realizó un aborto terapéutico plenamente legal en un país tan restrictivo en materia de aborto como es Brasil.

Un drama familiar en un medio de extrema pobreza donde se suelen producir esos abusos sexuales y donde el aborto esta muy mal visto. La rebelión de la madre contra el entorno social para salvar la vida de su hija, en las condiciones previstas por la ley, recibe como respuesta la excomunión. En nombre del derecho a la vida, el Vaticano apoya la decisión de ese obispo, que substituyó a Helder Cámara, el obispo de los pobres, y liquidó su herencia progresista.

Un derecho que el discurso del papa en África pone gravemente en peligro.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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