Por Irene Boada, periodista y filóloga (EL PERIÓDICO, 11/04/09):
Pocos días después de los asesinatos en el Ulster, los irlandeses hacían algo que saben hacer muy bien y que es muy sano: reírse de sí mismos. En la Opera House de Belfast se representaba The history of the troubles, accodin’ to my Da (La historia de los conflictos, según mi padre), de Martin Lynch, un autor local, en la que se ironiza sobre la parte más sórdida de los seres humanos al más puro estilo de Sean O’Casey o de tantos otros dramaturgos irlandeses. La obra, que ha agotado entradas y ha recibido aplausos en pie, empieza en 1969, cuando Gerry Courtney, un católico de un barrio obrero, espera en el hospital de Belfast el nacimiento de su hijo. Justo cuando vendrían 35 años de infierno, que se desarrollan durante hora y media como una memoria de las vidas trágicas de los norirlandeses. La obra acaba en 1998, año de la firma del Acuerdo de Paz de Belfast, cuando nuestro héroe, Gerry, vuelve a la sala de espera del mismo hospital, en esta ocasión por la llegada de su nieto y con el inicio de una esperanzada nueva era. Una buena observación sociológica de cómo el terrorismo es una locura colectiva sin sentido y de cómo llega a afectar a la forma de pensar de muchas personas, pero también de la diversa forma de reaccionar de cada individuo.
COMO RESULTADO del proceso de paz, la gran mayoría en Irlanda del Norte es contraria a la violencia política. Por tanto, el proceso de paz no está en peligro. Sin embargo, todavía quedan pequeños grupos marginales de terroristas que quizá cometerán atrocidades esporádicas, pero no una campaña sostenible. Son mayoritariamente grupos escindidos del IRA, que ya han atentado en estos últimos años sin lograr sus macabros objetivos hasta ahora. Fracasaron estrepitosamente en su intento de lograr representación política en las elecciones de hace dos años. Sus actos violentos, en realidad, han tenido el efecto inverso y han generado una unión contra la violencia más fuerte que nunca, que ha consolidado aún más un proceso de paz admirable, y así podía sentirse en aquellos aplausos más largos de lo habitual en aquel teatro.
Precisamente durante aquella semana, en la Universidad del Ulster y ante una audiencia con 200 vips del mundo político y cultural, el proceso de paz era analizado brillantemente por Jonathan Powell, que fue mano derecha de Tony Blair y acaba de publicar su experiencia en la obra Great hatred, little room: making peace in Northern Ireland (Grandes odios, pequeños espacios: construyendo la paz en Irlanda del Norte).
Powell cuenta que es muy difícil para gobiernos democráticos admitir que negocian con grupos terroristas cuando estos aún están matando a gente inocente. El político inglés tiene una original teoría de la bicicleta por la que un Gobierno nunca debe permitir que un proceso de paz se detenga, puesto que la alternativa siempre es peor y el Gobierno debe entretenerse en diseñar una coreografía bien secuenciada de acontecimientos para que el ritmo no decaiga. Es mejor tener a los grupos terroristas en el Gobierno, ya que en esta situación se moderan y nunca hay que descartar ninguna estrategia para lograrlo. Por ejemplo, la ambigüedad, en algunos momentos, puede utilizarse para evitar bloquear el proceso y nunca debe presentarse un desarme como una rendición. Powell se atrevió, incluso, a referirse al caso español acusando al PP de haber negociado más con ETA que el PSOE porque la oposición, o sea, los propios socialistas, no les criticaban por hacerlo.
Un ejemplo de dificultad para el Gobierno británico fue cuando el IRA de continuidad, uno de los grupos escindidos del IRA, justo después de haber firmado el Acuerdo de Paz, cometió el atentado de Omagh, el más trágico en la historia de Irlanda del Norte. Precisamente, el Gobierno se encontraba en aquel momento en la delicada situación de tener que decidir si debía seguir liberando a prisioneros. Al fin, Londres tomó una arriesgada decisión y lo hizo. Powell llega a confesar que en las negociaciones secretas con el IRA se hicieron concesiones en privado. Cuando fue necesario, incluso tuvieron que inventar un nuevo léxico, como las famosas “actas de desarme” que nadie sabía qué significaban. En definitiva, Powell recomienda hablar, hablar, hablar y lograr que los oponentes participen y se impliquen en el proceso de paz tanto como sea posible. La consecuencia para el mundo es que “tenemos que hablar con Hamás, con los talibanes, con Al Qaeda. Necesitamos canales de comunicación. Rendirnos no es la respuesta, pero hablar no es un error”.
DE POWELL también son interesantes algunas anécdotas. Desde que no puede olvidar el impacto de ver jugar a Adams y McGuinnes con los hijos de Blair por los jardines del número 10 de Downing Street, hasta unas conversaciones a altas horas de la madrugada en casa de Martin McGuinness en el oscuro barrio del Bog Side de Derry, donde todo empezó. Mientras hablaba, Powell estaba intentando arreglar su reloj cuando McGuinness se ofreció a llevarlo al relojero de al lado de su casa. Cuando se lo devolvió, Powell, que todavía no confiaba plenamente en el antiguo dirigente del IRA, hizo que lo miraran los especialistas, no fuera que le hubiesen puesto algún mecanismo sospechoso. Por fortuna, el tic-tac era inocente. Como vemos, en política no todo es macro: también está la parte personal, que posiblemente sea menos micro de lo que pensamos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Pocos días después de los asesinatos en el Ulster, los irlandeses hacían algo que saben hacer muy bien y que es muy sano: reírse de sí mismos. En la Opera House de Belfast se representaba The history of the troubles, accodin’ to my Da (La historia de los conflictos, según mi padre), de Martin Lynch, un autor local, en la que se ironiza sobre la parte más sórdida de los seres humanos al más puro estilo de Sean O’Casey o de tantos otros dramaturgos irlandeses. La obra, que ha agotado entradas y ha recibido aplausos en pie, empieza en 1969, cuando Gerry Courtney, un católico de un barrio obrero, espera en el hospital de Belfast el nacimiento de su hijo. Justo cuando vendrían 35 años de infierno, que se desarrollan durante hora y media como una memoria de las vidas trágicas de los norirlandeses. La obra acaba en 1998, año de la firma del Acuerdo de Paz de Belfast, cuando nuestro héroe, Gerry, vuelve a la sala de espera del mismo hospital, en esta ocasión por la llegada de su nieto y con el inicio de una esperanzada nueva era. Una buena observación sociológica de cómo el terrorismo es una locura colectiva sin sentido y de cómo llega a afectar a la forma de pensar de muchas personas, pero también de la diversa forma de reaccionar de cada individuo.
COMO RESULTADO del proceso de paz, la gran mayoría en Irlanda del Norte es contraria a la violencia política. Por tanto, el proceso de paz no está en peligro. Sin embargo, todavía quedan pequeños grupos marginales de terroristas que quizá cometerán atrocidades esporádicas, pero no una campaña sostenible. Son mayoritariamente grupos escindidos del IRA, que ya han atentado en estos últimos años sin lograr sus macabros objetivos hasta ahora. Fracasaron estrepitosamente en su intento de lograr representación política en las elecciones de hace dos años. Sus actos violentos, en realidad, han tenido el efecto inverso y han generado una unión contra la violencia más fuerte que nunca, que ha consolidado aún más un proceso de paz admirable, y así podía sentirse en aquellos aplausos más largos de lo habitual en aquel teatro.
Precisamente durante aquella semana, en la Universidad del Ulster y ante una audiencia con 200 vips del mundo político y cultural, el proceso de paz era analizado brillantemente por Jonathan Powell, que fue mano derecha de Tony Blair y acaba de publicar su experiencia en la obra Great hatred, little room: making peace in Northern Ireland (Grandes odios, pequeños espacios: construyendo la paz en Irlanda del Norte).
Powell cuenta que es muy difícil para gobiernos democráticos admitir que negocian con grupos terroristas cuando estos aún están matando a gente inocente. El político inglés tiene una original teoría de la bicicleta por la que un Gobierno nunca debe permitir que un proceso de paz se detenga, puesto que la alternativa siempre es peor y el Gobierno debe entretenerse en diseñar una coreografía bien secuenciada de acontecimientos para que el ritmo no decaiga. Es mejor tener a los grupos terroristas en el Gobierno, ya que en esta situación se moderan y nunca hay que descartar ninguna estrategia para lograrlo. Por ejemplo, la ambigüedad, en algunos momentos, puede utilizarse para evitar bloquear el proceso y nunca debe presentarse un desarme como una rendición. Powell se atrevió, incluso, a referirse al caso español acusando al PP de haber negociado más con ETA que el PSOE porque la oposición, o sea, los propios socialistas, no les criticaban por hacerlo.
Un ejemplo de dificultad para el Gobierno británico fue cuando el IRA de continuidad, uno de los grupos escindidos del IRA, justo después de haber firmado el Acuerdo de Paz, cometió el atentado de Omagh, el más trágico en la historia de Irlanda del Norte. Precisamente, el Gobierno se encontraba en aquel momento en la delicada situación de tener que decidir si debía seguir liberando a prisioneros. Al fin, Londres tomó una arriesgada decisión y lo hizo. Powell llega a confesar que en las negociaciones secretas con el IRA se hicieron concesiones en privado. Cuando fue necesario, incluso tuvieron que inventar un nuevo léxico, como las famosas “actas de desarme” que nadie sabía qué significaban. En definitiva, Powell recomienda hablar, hablar, hablar y lograr que los oponentes participen y se impliquen en el proceso de paz tanto como sea posible. La consecuencia para el mundo es que “tenemos que hablar con Hamás, con los talibanes, con Al Qaeda. Necesitamos canales de comunicación. Rendirnos no es la respuesta, pero hablar no es un error”.
DE POWELL también son interesantes algunas anécdotas. Desde que no puede olvidar el impacto de ver jugar a Adams y McGuinnes con los hijos de Blair por los jardines del número 10 de Downing Street, hasta unas conversaciones a altas horas de la madrugada en casa de Martin McGuinness en el oscuro barrio del Bog Side de Derry, donde todo empezó. Mientras hablaba, Powell estaba intentando arreglar su reloj cuando McGuinness se ofreció a llevarlo al relojero de al lado de su casa. Cuando se lo devolvió, Powell, que todavía no confiaba plenamente en el antiguo dirigente del IRA, hizo que lo miraran los especialistas, no fuera que le hubiesen puesto algún mecanismo sospechoso. Por fortuna, el tic-tac era inocente. Como vemos, en política no todo es macro: también está la parte personal, que posiblemente sea menos micro de lo que pensamos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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