sábado, marzo 26, 2011

El levantamiento yemení

Por Abdullah Al-faqih, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Saná, Yemen (REAL INSTITUTO ELCANO, 22/03/11):

Tema: La era de Saleh ha estado marcada por una corrupción desbocada, la personalización del Estado, la distorsión de la cultura, la fragmentación social y el rentismo. A ojos de muchos yemeníes, el presidente Saleh es hoy parte del problema, no de la solución.

Resumen: Hay quienes sostienen que la caída del régimen autocrático del presidente Ali Abdullah Saleh no está ausente de riesgos. El argumento esbozado es el siguiente: dada la ubicación marcadamente estratégica del país y el hecho de que se enfrenta a una rebelión en el norte, un movimiento secesionista en el sur y una amenaza creciente de al-Qaeda, la salida de Saleh contribuiría a agravar más, si cabe, los problemas de Yemen y la amenaza que estos representan para la estabilidad nacional, regional e internacional. El país ya está sufriendo un alto grado de inestabilidad y el objetivo del cambio político es invertir la terrible tendencia hacia el anarquía y la descomposición del Estado. Hasta la fecha, Saleh no ha mostrado interés alguno en la construcción del Estado o en la estabilidad. Sus acciones durante los últimos años reflejan, más bien, un extraño interés por capear temporales y utilizar las crisis para cosechar apoyo financiero y político.

Análisis: A principios de octubre de 2010, el sempiterno presidente yemení, Ali Abdullah Saleh, cometió uno de sus mayores errores. Tras meses de diálogo con la oposición sobre cómo enfocar el diálogo nacional, Saleh ordenó de pronto al partido gobernante, el Congreso General del Pueblo (CGP), que se retirara del proceso que él mismo había iniciado en julio. Este gesto de Saleh se produjo después de que un comité integrado por dos miembros del CGP y otros dos miembros de una coalición de seis partidos de la oposición yemení, denominada Reunión Conjunta de las Partes (RCP), hubiera trazado una hoja de ruta para el proceso de diálogo nacional. Saleh también anunció la intención de su partido de convocar elecciones parlamentarias para abril de 2011, independientemente de la postura de la RCP. Para cumplir con su promesa, aprovechó la abrumadora mayoría del CGP en la Cámara de Representantes para enmendar de forma unilateral la ley electoral, y designó a título individual el comité que asumiría la responsabilidad de administrar las elecciones.

Asimismo, a principios de enero de 2011, el CGP acordó debatir una serie de enmiendas constitucionales en el Parlamento con objeto de eliminar el artículo de la Constitución yemení que establece los límites del mandato presidencial, dando, por lo tanto, luz verde a que Saleh se presentara a la reelección ilimitadamente. Según lo previsto, las enmiendas debían ser sometidas a la aprobación de los votantes en abril de 2011, coincidiendo con las elecciones parlamentarias.

Durante muchos meses, la coalición RCP reclamó un diálogo nacional incluyente en el que los principales partidos y fuerzas políticas pudieran abordar las cuestiones de interés para el país. La finalidad del diálogo, desde el punto de vista de la RCP, era doble: abordar las crisis y reivindicaciones actuales y reestructurar el Estado y el sistema político a fin de atajar las fuentes de tensión, la inestabilidad y los conflictos violentos. En definitiva, la RCP pretendía que dicho diálogo se saldara con un acuerdo histórico para desmantelar el gobierno autocrático de Saleh e instaurar un proceso democrático real.

Mediado el mes de julio de 2010 y bajo crecientes presiones internacionales y regionales, Saleh, conocido por sus dotes tácticas, convino en hacer un llamamiento a un diálogo nacional incluyente. Al hacerlo, probablemente deseaba adelantarse a una reunión de los Amigos de Yemen, prevista para el 24 de septiembre en Nueva York, para debatir el progreso realizado por el Gobierno yemení en la implantación de las reformas políticas y económicas exigidas por los donantes. No es de extrañar que Saleh, que siempre anda necesitado de efectivo, esperara que dicha reunión resultara en la asignación de nuevas partidas de fondos para Yemen.

Para desgracia de Saleh, la reunión de Nueva York no se tradujo en el ansiado paquete de ayudas, y mientras el propio Saleh perdía deliberadamente el tiempo, entre mediados de julio y finales de septiembre, tratando de decidr cómo dividir a sus adversarios antes de que arrancara el diálogo, los Amigos de Yemen emitieron una declaración conjunta instando al gobierno yemení, entre otras cosas, a acelerar el proceso de diálogo nacional, al que describieron como “el pilar más importante para la construcción de una seguridad y estabilidad duraderas”. Sin embargo, el mandatario, que había intentado forzar a los donantes a separar la política de la economía, reclamándoles apoyo económico que no una reforma política, optó finalmente por actuar de manera unilateral. Al decidir gestionar en solitario las elecciones parlamentarias y las enmiendas constitucionales, Saleh hizo una lectura totalmente errónea del contexto nacional, regional e internacional. Es probable que Saleh pensara que podía acometer con éxito lo que ya habían logrado antes que él el presidente Mohamed Hosni Mubarak en Egipto y el Rey Abdalá II de Jordania; organizar unas elecciones fraudulentas que anularan toda forma de representación por parte de la oposición y adaptaran la Constitución a las necesidades emergentes de su familia.

Mientras Saleh desplegaba planes anticonstitucionales e ilegítimos, los partidos de la oposición, políticos independientes, activistas e incluso algunos miembros del CGP continuaron con sus llamamientos a favor de una reanudación del diálogo. Saleh, sin embargo, optó por hacer oídos sordos a todas las reivindicaciones. Cuando, a finales de diciembre de 2010, el Departamento de Estado estadounidense emitió una declaración instando a todos los partidos yemeníes a “posponer la acción parlamentaria” y retomar el diálogo, el gobierno yemení lo interpretó como una “interferencia en sus asuntos internos”.

Tabla 1. Fechas clave del actual levantamiento yemení


La caída del régimen tunecino el pasado 14 de enero no fue una buena señal para Saleh, si bien fue capaz de convocar a altos cargos militares en una inmensa sala de conferencias para lanzarles el siguiente mensaje: “Yemen no es Túnez”. Muchos yemeníes probablemente convendrán en que el caso yemení es sustancialmente distinto al tunecino. Acto seguido, Saleh decidió subir los salarios de los militares y funcionarios yemeníes. Asimismo, ordenó que el gobierno absorbiera el 25% del desempleo y creara un fondo para los jóvenes desempleados.

Cuando la revolución se trasladó a Egipto y cobró fuerza, Saleh se apresuró a convocar una reunión conjunta de emergencia de la Cámara de Representantes electa y el Consejo Shoura (consultivo) designado. La fecha fijada para la reunión era el 2 de febrero, es decir, la víspera de la fecha elegida por la RCP para una manifestación a gran escala, lo cual apunta a que Saleh estaba, como de costumbre, enfrascado en sus maniobras, tratando de desviar la atención de la gran manifestación organizada por la oposición. Refiriéndose a ella como una iniciativa, un Saleh tembloroso y exhausto hizo la siguiente declaración ante un público integrado por representantes de ambas cámaras: “no habrá reelección ni sucesión”, lo cual debía interpretarse como que no pretendía ampliar su mandato más allá de 2013 y que no traspasaría el poder a su hijo. También hizo un llamamiento a un aplazamiento de las enmiendas constitucionales y las elecciones parlamentarias, así como a la reanudación del diálogo. Con todo, sus maniobras no triunfaron y fueron miles los yemeníes que se dieron cita en las calles el 3 de febrero, reclamándole, por primera vez, que se apeara del poder.

El punto de inflexión más crítico para el régimen de Saleh y las protestas juveniles fue el 11 de febrero, momento en que el ejército egipcio obligó a Mubarak a abandonar el poder. En ese preciso instante, cientos de estudiantes y activistas tomaron las calles para celebrar la caída del “faraón” de Egipto. Al mismo tiempo, Saleh dio órdenes a agentes de las fuerzas militares y de seguridad vestidos de paisano y a un grupo de matones para que ocuparan la Plaza de al-Tahreer (liberación), en pleno corazón de la capital yemení, Saná. Sin embargo, el gesto de Saleh no impidió que los jóvenes levantaran su propio fuerte frente a la Universidad de Saná, en la que denominaron Plaza de al-Tagheer (cambio). El movimiento de protesta se propagó después hasta Taiz, Adén y otras grandes ciudades yemeníes. Si bien la RCP se mostró inicialmente reacia a sumarse a las protestas, la presión en las calles y la incapacidad de Saleh para dar pasos concretos le llevó finalmente a respaldar la causa.

Desde el 11 de febrero, el levantamiento contra Saleh se ha expandido social y geográficamente, aglutinando a líderes religiosos, jeques, las principales tribus, funcionarios públicos, académicos, abogados, ingenieros y demás colectivos. Algunos parlamentarios de GPC y altos funcionarios del Estado dimitieron del partido y, en el caso de estos últimos, abandonaron sus puestos de trabajo. Hasta la fecha, los partidarios de la salida de Saleh han recabado el apoyo de los rebeldes houthi, las influyentes confederaciones tribales de los hashid y bakeel, las instancias religiosas, los grupos salafistas, la RCP, los líderes sureños en el exilio y el movimiento secesionista del sur.

La masacre del viernes 18 de marzo, en la que un grupo de francotiradores de Saleh asesinó a al menos 52 manifestantes e hirió a cientos, parece haber contribuido sustancialmente a decantar la balanza del lado de los manifestantes. El 19 de marzo, los jeques tribales que tradicionalmente habían prestado su apoyo a Saleh decidieron sumarse a las protestas. Asimismo, la mayoría de los jeques tribales, personalidades del mundo de la empresa y líderes religiosos exigieron abiertamente la salida inmediata de Saleh con objeto de evitar una guerra civil. Al mismo tiempo, altos funcionarios del Estado, incluidos ministros, secretarios de Estado y embajadores, entre otros, dimitieron de sus cargos públicos o en el partido gobernante, o bien de ambos.

Imperativos para el cambio

Según algunos medios, el actual levantamiento yemení es fruto de los acontecimientos vividos en Túnez y Egipto. Algunos van más allá y sugieren que los jóvenes yemeníes tomaron las calles únicamente para imitar a sus homólogos en otros países árabes. Este retrato de las revueltas está muy alejado de la realidad. Si bien los acontecimientos en otros países árabes han abierto las puertas al cambio en Yemen, las causas del levantamiento están profundamente enraizadas en el propio Yemen y en el corazón y la mente de sus jóvenes, que representan en torno al 70% de la población del país.

En primer lugar, cabe destacar que Saleh lleva demasiado tiempo afincado en el poder y, como resultado, ha perdido totalmente el contacto con la realidad. A ojos de muchos yemeníes, es hoy parte del problema, no de la solución. Saleh, que “gestiona recurriendo a las crisis” –es decir, o bien provoca una crisis para reforzar sus posición o bien deja que problemas menores escalen hasta convertirse en crisis de gran alcance–, ya no es capaz de actuar como un hombre fuerte capaz de salvar a la nación en momentos de dificultad. Su gestión de la rebelión de los houthis en el norte, el movimiento secesionista en el sur, al-Qaeda en la Península Arábiga y el deterioro de las condiciones económicas y sociales de Yemen son todas ellas pruebas de su falta de visión a la hora de abordar los complejos desafíos a los que se enfrenta el país.

En segundo lugar, Saleh ha utilizado su largo reinado para concentrar el poder militar, civil y económico y la riqueza en su familia cercana, allegados y familia política, alienando así a prácticamente todos los grupos políticos y sociales relevantes dentro de su propio partido gobernante, los partidos de la oposición, las instituciones militares y de seguridad y la sociedad en su conjunto. El hecho de anteponer su familia a los intereses de los ciudadanos es posiblemente el factor determinante de la caída de los regímenes de Ben Ali y Mubarak. Todo apunta a que también será un factor de peso en la caída de Gadafi y Saleh. Irónicamente, al inicio de la crisis actual, la oposición yemení pidió por primera vez a Saleh que retirara a sus parientes de los cargos públicos y de mando en las fuerzas militares y de seguridad así como en el sector financiero. Al hacerlo, es probable que la oposición estuviera lanzando un salvavidas a Saleh, pero éste no logró atraparlo.

En tercer lugar, la era de Saleh ha estado marcada por una corrupción desbocada, la personalización del Estado, la distorsión de la cultura, la fragmentación social y el rentismo. Si bien algunos líderes del CGP gozan de respeto desde todos los frentes sociales, el partido como tal se percibe por lo general más como una mafia que como una organización política propiamente dicha. La infancia atormentada de Saleh, su pobre educación y su falta de ética política le han convertido en alguien temeroso de las personas dotadas de una fuerte ética, inteligencia y visión. Conforme ha ido envejeciendo, su confianza se ha reducido a un grupo muy limitado de personas entre sus parientes cercanos que carecen de experiencia y aptitudes políticas y que se han movido por la acumulación de la riqueza. Estas circunstancias han terminado por convertir a Saleh en una carga para el Estado.

En cuarto lugar, el asediado Saleh parece haber perdido gran parte de su legitimidad regional e internacional. Una lectura atenta de los cables diplomáticos estadounidenses filtrados revela que el estilo de gestión de Saleh es percibido local, regional e internacionalmente como una amenaza a la estabilidad y la seguridad. Esto responde a múltiples razones, siendo la más relevante la incapacidad de Saleh para cumplir con las expectativas regionales e internacionales respecto de numerosos asuntos de gran importancia. Por ejemplo, Saleh no sólo falló estrepitosamente a la hora de contener a al-Qaeda, sino que parece estar cortejando a la organización para utilizarla como palanca frente a sus opositores nacionales, los saudíes y Occidente. Por ejemplo, antes de la reunión de los Amigos de Yemen celebrada en septiembre en Nueva York, Saleh había lanzado lo que era, en aquel momento, una implacable “guerra contra el terrorismo”. Sin embargo, la guerra terminó de forma ambigua el mismo día en que los Amigos de Yemen celebraron su reunión, como si Saleh hubiera programado la batalla únicamente para hacerse con una partida extra de efectivo. Paralelamente, durante el XX Copa de Naciones del Golfo, organizada en dos ciudades del sur de Yemen entre el 22 de noviembre y el 5 de diciembre de 2010, se comunicó que Saleh había capturado y encarcelado a todos los sospechosos de pertenecer a al-Qaeda. Sin embargo, tan pronto hubo terminado el torneo de fútbol, los supuestos miembros de al-Qaeda fueron liberados.

Aparentemente la alianza de Saleh con EEUU no está exenta de problemas. Como revela uno de los cables diplomáticos estadounidenses filtrados, tras los numerosos intentos fallidos de Saleh de convencer a los estadounidenses de que la guerra contra los rebeldes houthi se enmarcaba dentro de la “guerra global contra el terrorismo”, decidió, durante la sexta fase de la contienda bélica, enviar una Unidad Antiterrorista entrenada y financiada por EEUU a combatir a los houthis en Saada. Como era de esperar, la Unidad sufrió importantes bajas debido a la “falta de formación para este tipo de enfrentamiento bélico”. El destino de los barcos patrulla facilitados a la Guardia Costera yemení por los estadounidenses tampoco estaba llamado a ser mejor. Tal y como informó el diario Wall Street Journal el 4 de enero de 2011, los barcos con militares a bordo fueron alquilados, a través de empresas privadas, a buques comerciales que buscaban escoltas armados para combatir a los piratas en el Golfo de Adén en lugar de proteger el litoral yemení contra la infiltración de terroristas.

De igual modo, las relaciones de Saleh con los saudíes durante las últimas dos décadas han sido todo salvo estables o cooperativas. Mientras que los saudíes o, al menos, algunos miembros de la familia real saudí, han seguido inyectando miles de millones de dólares para financiar el beligerante gobierno de Saleh, parece evidente que lo que les mueve es más el temor a los problemas que pueda ocasionar el mandatario yemení a los países vecinos que el afecto hacia su persona o el apoyo a sus políticas. Irónicamente, estos miles de millones entregados por los saudíes a Saleh no han impedido que Yemen se haya convertido en un refugio para los saudíes vinculados a al-Qaeda y en un paso seguro para el tráfico ilegal de seres humanos, drogas y armas.

Riesgos potenciales

Mientras que los estudiantes, licenciados universitarios en paro y activistas pasan la mayor parte de su tiempo en las calles reclamando la salida del Saleh, el mandatario y sus consejeros yemeníes y extranjeros invierten millones de dólares en alentar temores, a nivel local e internacional, sobre los riesgos asociados a su salida. La mayoría de estos temores sólo son legítimos si se consideran de forma separada a los riesgos implicados con que Saleh permanezca en el poder. Los riesgos más comúnmente citados incluyen: (1) la secesión del sur; (2) el vacío de poder; (3) la falta de precedentes; (4) la guerra civil; y (5) el secuestro del Estado.

(1) La secesión del sur

Hay quienes opinan que la caída del régimen autocrático de Saleh significará también la secesión del sur, pues todo apunta a que la salida de Saleh vendrá acompañada del colapso de las fuerzas miliares y de seguridad erigidas en torno a su familia. A esto se suma que conferir libertades al pueblo yemení significa –y debe significar– conceder a los yemeníes del sur el derecho a la autodeterminación. Este riesgo se ve agravado por el hecho de que las políticas corruptas y servilistas de Saleh desde 1994 han dañado seriamente la identidad nacional y la cohesión social en Yemen.

De hecho, Saleh se ha afanado en explotar la división norte-sur a través de sus políticas. En Saná, se imprimieron banderas del antiguo Estado de Yemen del Sur y enviaron a continuación al sur para su distribución. También en Saná se creó un equipo de medios de comunicación para defender la causa del sur. Peor aún, las fuerzas de seguridad del sur han estado cargando contra quienes reclaman la salida de Saleh y el número de muertos sólo en Adén supera los 30, según algunas estimaciones. Entre las víctimas de Adén, la que fuera capital de Yemen del Sur, había personas que habían sido tiroteadas en sus propios hogares, sólo para demostrar que los yemeníes, como siempre había advertido el presidente Saleh, combatirían entre sí casa por casa en caso de que cayera el régimen. Es posible que el régimen quisiera emplear una fuerza extrema en el sur para alentar a los yemeníes del sur a reclamar la secesión en lugar de la salida de Saleh.

Ahora bien, huelga mencionar que el riesgo de secesión en un Yemen post-Saleh es menor al existente si Saleh se aferra al poder. Esto responde, fundamentalmente, al hecho de que las políticas de Saleh o la ausencia de las mismas son las causas del nacimiento y desarrollo del movimiento secesionista de mediados de 2007. Saleh ha tenido casi cuatro años para gestionar las reivindicaciones políticas, económicas y culturales formuladas por los habitantes del sur, que se han sumado ahora al movimiento de protesta. Por ejemplo, podría haber ordenado a sus parientes a devolver las vastas extensiones de tierra de las que se apropiaron en el sur tras la guerra de 1994. También podría haber designado a sureños para que ocuparan posiciones gubernamentales de peso y haberles otorgado una verdadera gobernanza a nivel local. Pero Saleh siguió actuando como de costumbre. Por un lado, trató en vano de comprar a líderes del movimiento secesionista mediante dádivas, como efectivo y automóviles. Por otro, recurrió al uso de la violencia y la represión, lo cual terminó resultando contraproducente.

Aparentemente, la supervivencia de la unidad yemení no depende de las fuerzas militares y de seguridad de Saleh, sino del desarrollo de un Estado-nación democrático que garantice la igualdad de derechos al conjunto de la ciudadanía sin discriminación. En cuanto a la unidad propiamente dicha, existe la firme creencia de que su persistencia está en el interés de todos los yemeníes, sus vecinos y la comunidad internacional en general. Ahora bien, preservar la unidad requerirá sin duda alguna un enfoque distinto hacia las reivindicaciones de los yemeníes del sur, la estructura del Estado y el tipo de políticas de desarrollo que deben adoptarse. A corto plazo, debe promoverse el poder de los sureños asignándoles puestos públicos de alto nivel, integrándoles en la economía formal y dándoles una porción justa de los recursos terrestres.

(2) Un vacío de poder

Dada la ubicación marcadamente estratégica del país y el hecho de que se enfrenta ya a una rebelión en el norte, un movimiento secesionista en el sur y una amenaza creciente de al-Qaeda, son muchos los que sostienen que la salida de Saleh contribuiría a agravar más, si cabe, los problemas yemeníes y la amenaza que estos representan para la estabilidad nacional, regional e internacional. Suele decirse que quienes se han sumado a la causa actual a favor de la salida de Saleh no conseguirán ponerse de acuerdo, si en efecto se produce dicha salida, sobre cómo llevar a cabo la transición y la reforma. El modelo de revolucionarios unidos contra un dictador y acto seguido incapaces de ponerse de acuerdo sobre las reformas a emprender es un fenómeno de sobra conocido.

La estabilidad yemení es sin duda un tema espinoso. Por ejemplo, entre los años 2004 y 2010, Saleh libró seis guerras contra los rebeldes houthis. Asimismo, desde mediados de 2007, ha convertido al menos a tres gobernaciones del sur en un campo de batalla entre, por un lado, sus fuerzas militares y de seguridad y, por otro, el movimiento del sur o al-Qaeda. Resulta evidente que Saleh, siempre preocupado por su supervivencia política, ha minado sustancialmente la seguridad y estabilidad del país, a veces incluso tratando con el “diablo” para mantenerse en el poder.

En resumidas cuentas, ya existe un vacío de poder en el país y el objetivo del cambio político es invertir la terrible tendencia hacia un escenario crecientemente anárquico y apátrida. Hasta la fecha, Saleh no ha mostrado interés alguno en construir Estado ni fomentar la estabilidad. Sus acciones durante los últimos años reflejan más bien un extraño interés por capear temporales y utilizar las crisis para cosechar apoyo financiero y político.

(3) Falta de precedentes

En línea con el mismo argumento, los yemeníes nunca han conseguido cambiar de presidente a través de medios pacíficos. Desde 1962, se han derrocado dos presidentes del que fuera Yemen del Norte en golpes de Estado incruentos, mientras que los dos siguientes fueron asesinados. La situación en el antiguo Yemen del Sur fue incluso peor, puesto que los dos primeros presidentes fueron ejecutados, el tercero logró escapar y el cuarto y quinto acabaron en el exilio tras ser derrotados en devastadoras guerras civiles. Además de este desalentador historial, la falta de precedentes no debería significar que una revolución pacífica no pueda saldarse con éxito; de ser así, las revoluciones tunecina y egipcia no hubieran logrado expulsar del poder a dos dictadores aparentemente poderosos. Los yemeníes, al igual que los tunecinos y egipcios, han descubierto un nueva “arma” que blandir contra sus dictadores, y no hay motivos para dudar de la eficacia de dicha arma en Yemen. Parece que los yemeníes, con su prolongado y pacifico levantamiento, no sólo quieren librarse de un dictador, sino deshacerse de las dictaduras de una vez por todas.

(4) Guerra civil

Algunos mantienen que el presidente Saleh tiene dinero así como un control tan férreo sobre las fuerzas militares y de seguridad que los acontecimientos en Yemen podrían alcanzar un impasse o, peor aún, derivar en una guerra civil. Hay quienes sostienen que las fuerzas militares y de seguridad han desempeñado un papel fundamental a la hora de propiciar la caída de los regímenes tunecino y egipcio. Por tanto, se preguntan por el futuro papel del ejército yemení dado que tanto las fuerzas militares como de seguridad están controladas por allegados de Saleh.

Es improbable que las fuerzas militares y de seguridad de Yemen desempeñen un papel relevante a la hora de decantar esta larga crisis a favor del pueblo yemení, si bien entre sus mandos altos e intermedios los hay que se han sumado a las protestas juveniles. Ahora bien, no es menos cierto que las fuerzas militares y de seguridad por sí solas no pueden interponerse entre el pueblo yemení y sus aspiraciones de cambio político. El ejército, por su parte, está dividido internamente debido a los esfuerzos realizados por Saleh para reconstruir el ejército en torno a la figura de su hijo, el general Ahmed, que está al frente de la Guardia Republicana a expensas de varios hermanastros del presidente. Además, al ejército yemení anda escaso de armamento y está mal remunerado, si bien es cierto que las fuerzas de Ahmed perciben salarios más altos que el resto de las unidades. La debilidad del ejército yemení resultó patente durante las seis contiendas bélicas que el régimen lanzó sobre Saada. Asimismo, mientras que el liderazgo en el ejército se concentra en las manos de Saleh y su familia, el personal militar y de seguridad procede de diversos contextos tribales, geográficos y sectarios. Podría incluso irse más allá y argumentar que, como mínimo, algunos de los parientes cercanos del presidente se mostrarán altamente reacios a utilizar la fuerza contra los manifestantes civiles, ya sea porque tienen más sentido común que Saleh o por los riesgos que ello implica.

Pero esto, evidentemente, no impide que Saleh, sus parientes y sus socios continúen recurriendo a militares y agentes de seguridad vestidos de paisano dispuestos a matar por dinero, por un ascenso o por pura lealtad. Lo han hecho en varios puntos del país, incluida la capital Saná. También han demostrado, en algunos lugares del país, su voluntad de utilizar efectivos uniformados para matar a los manifestantes, como ha ocurrido en Adén, donde se han registrado más de 30 muertos desde que arrancaron las protestas actuales. La masacre del 18 de marzo en Saná, en concreto, confirma el riesgo al que se enfrentan los yemeníes.

No debe descartarse que el régimen o algunos de sus acólitos recurran, en caso de estancamiento prolongado, a grupos extremistas o terroristas, como al-Qaeda u otros, ya sea para aterrorizar a la población o para acabar con algunos de sus principales opositores. El régimen de Saleh ha demostrado su capacidad y deseo de utilizar el terrorismo tanto en tiempos de paz como de guerra, ya sea para ganar votos o extorsionar dinero de otros países. Por peligroso que pueda resultar, el régimen puede sentirse tentado a utilizar esta preciada estrategia si se encuentra en una situación desesperada.

(5) El secuestro del Estado

La última amenaza, que no menos grave, que destacan algunos es la posibilidad de que el Estado sea tomado por al-Qaeda u otros fanáticos religiosos. Los liberales yemeníes temen a la extrema derecha religiosa y viceversa. Paralelamente, los miembros de las tribus temen a los hachemitas, y viceversa. Ahora bien, la lista de temores sobre el posible secuestro o toma del Estado entre los distintos grupos no acaba ahí. Mientras que los temores son legítimos en lo que respecta a los distintos grupos, resulta evidente que ignoran el hecho de que la sociedad yemení es altamente heterogénea, que Yemen es un país y no un universo aislado y que, como es lógico, no es el único país islámico del mundo. El extremismo ya no está en posición de vender en el mercado político, como tampoco puede hacerlo la extrema izquierda. Además, el sufrimiento de los yemeníes bajo el gobierno de Saleh les ha enseñado una lección importantísima: nunca confíes en un único hombre, clan, tribu, región o secta en el poder.

Conclusión: Cada 17 de julio, Saleh celebra el aniversario de su llegada al poder, un acontecimiento que se produjo en Yemen del Norte en julio de 1978. Como presidente de Yemen del Norte, Saleh sobrevivió a la unificación de los dos Yémenes, la guerra civil de 1994, las seis contiendas bélicas en Saada, el movimiento secesionista en el sur y muchas otras crisis. Si resiste a este levantamiento, el próximo mes de julio celebrará sus 33 años en el poder.

No obstante, es altamente improbable que Saleh sobreviva al presente levantamiento, especialmente en vista de que los acontecimientos han alcanzado un punto de no retorno. A estas alturas, el cambio ya no es solo una opción para los yemeníes, es la única opción posible. De hecho, muchos yemeníes creen que en estos momentos la principal amenaza a la seguridad y estabilidad de Yemen es el propio Saleh y que cuanto más tiempo permanezca en el poder, mayor será la probabilidad de que el país se enzarce en una guerra civil.

En lo respecta a la salida de Saleh, pueden contemplarse tres escenarios posibles. El primero y más probable es que las protestas juveniles centren sus esfuerzos en la capital, Saná, y que esto, acompañado de las presiones ejercidas a nivel nacional, regional e internacional, termine por expulsar a Saleh del poder. El segundo escenario es que las tribus y manifestantes yemeníes movilicen a sus bases y se apoderen de las unidades militares y de seguridad que tengan a su alcance para después hacer una marcha hacia Saná para enfrentarse a las unidades militares de Saleh, sus vástagos y sus sobrinos. Este segundo escenario, aunque viable, resulta improbable dado el riesgo de guerra civil que entraña. El tercer escenario, que es también el menos plausible, es que Yemen siga los pasos de Libia. Esto resulta altamente improbable por dos motivos: porque Saleh carece de apoyo social y político, y por la capacidad militar necesaria para que esto ocurra. Asimismo, todo apunta a que las acciones políticas y militares de la comunidad internacional contra Gadafi acabarán disuadiendo a Saleh de seguir la estela del mandatario libio.

En cuanto a Yemen, la caída del régimen corrupto de Saleh generaría algunos temores pero también grandes dosis de esperanza. Los temores son y siempre serán parte de la escena política yemení. Sin embargo, la esperanza es lo que importa a los yemeníes, siendo su principal fuente los miles de jóvenes que acampan en las calles y espacios públicos de distintas ciudades del país en un esfuerzo por derrocar no sólo a un dictador sino también a la dictadura propiamente dicha. Como país, Yemen cuenta primero y por encima de todo con la voluntad, la determinación y la visión de sus jóvenes, a lo que se suma el apoyo de la comunidad internacional. Asimismo, los países vecinos y amigos pueden minimizar los riesgos potenciales de la caída de Saleh allanando el camino para una transición rápida y pacífica hacia un gobierno post-Saleh. También deberán invertir en el desarrollo de procesos tanto económicos como políticos, lo cual exige generosidad y esfuerzos altamente coordinados por su parte.

Todos los partidos implicados deberían saber que la seguridad y estabilidad de Yemen a corto, medio y largo plazo dependerán en gran medida de su capacidad para mantener la unidad, concebir un modelo flexible de Estado y de sistema político, repartir el poder horizontal y verticalmente, asignar recursos al desarrollo y no a la militarización y preconizar, en la teoría y en la práctica, la moderación religiosa, la tolerancia cultural y la aceptación.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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