sábado, marzo 26, 2011

Pánico nuclear

Por Walter Laqueur, director del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington (LA VANGUARDIA, 22/03/11):

¿Cuáles serán las consecuencias de la crisis nuclear mundial? Como apunta el dicho anglosajón que se enseña a los estudiantes de primer curso de Derecho, los casos complejos y enrevesados pueden acarrear sentencias deficientes y crear mal Derecho. En otras palabras, no se debe legislar bajo el impacto reciente de un acontecimiento fuera de lo común que haya conmocionado a la opinión pública. Una realidad aplicable, asimismo, al terreno político. Los japoneses se comportan de modo admirable, a diferencia de lo visto en otras latitudes donde algunos ciudadanos han agotado las existencias de contadores geiger y fármacos antirradiación.

Voltaire señala que cuando se registró el gran terremoto de Lisboa en 1755 se intensificó una notable variedad de remedios, que en nuestros días y según las circunstancias han adquirido un carácter más científico. Es menester extraer varias lecciones y consecuencias de la crisis actual. China ha suspendido provisionalmente la construcción de centrales nucleares al igual que EE. UU. y, probablemente, Rusia y otros países. Sin embargo, pocas dudas cabe abrigar en el sentido de que se reanudará la actividad acostumbrada una vez se apliquen nuevas y mejores medidas de seguridad. Un 13% del consumo energético mundial es de origen nuclear y en algunos países la proporción es mucho más alta, un 40%. Se trata de un porcentaje que no puede ser sustituido salvo tal vez a largo plazo y es indudable que deberían invertirse esfuerzos (y dinero) muy superiores en fuentes seguras de energía. En términos generales, la humanidad habrá de acostumbrarse a arreglárselas con menos energía más eficiente aunque ello comporte costes más elevados y quizá un descenso del nivel de vida.

Bajo el impacto reciente del tsunami en Japón, muchos pensaron en lo peor en lo concerniente a un grave daño nuclear y emisiones de radiactividad. Nuestros conocimientos son limitados y nuestras apreciaciones se basan sobre todo en el accidente de Chernóbil de 1986. En el momento del accidente y durante las semanas y meses posteriores se creyó que morirían o sufrirían daño genético permanente cientos de miles, si no millones, de seres humanos. Pero, según un estudio publicado por el OIEA y la OMS, veinte años después los efectos no revestían tanta gravedad como se temió en un principio. Doscientos mil trabajadores y mayor número aún de población civil habían resultado expuestos a dosis masivas de radiación. Al cabo de veinte años no habían muerto cientos de miles a resultas de la contaminación radiactiva, sino cincuenta; en su mayoría, se contaban entre los valientes agentes que lucharon contra el fuego.

Aunque muchos niños habían recibido masivas dosis de radiación y se temió la aparición de leucemias y cánceres de tiroides, la cifra de muertes atribuible a tales causas en la infancia fue de 15 y el índice de recuperación fue del 99%. Otros expertos han señalado el hecho de que la población residente en el área de las Montañas Rocosas en EE. UU. está expuesta a una radiación tres veces superior a la que se halla expuesta la población en otras regiones de Norteamérica, pero la incidencia de cáncer en ella es de hecho inferior. No podemos pasar por alto las lecciones de Fukushima. Deben adoptarse, por supuesto, precauciones especiales. La velentía de los bomberos y otros profesionales que luchan contra el fuego es admirable, aunque cabría preguntar: ¿no podrían usarse robots, de cuya tecnología se dispone?

El accidente no supone el final del uso de la energía nuclear. Muchas más personas han fallecido en accidentes en minas de carbón o en presas que han reventado, pero nadie ha apuntado que debería prescindirse de tales instalaciones o del uso de la energía hidroeléctrica.

¿Y qué puede decirse del terrorismo nuclear? Se trata de una amenaza indudable, pero para fabricar una bomba sucia (ingenio de dispersión radiológica) los terroristas no necesitan atacar una instalación nuclear, les basta acudir a un hospital cercano para obtener lo que les hace falta. La verdad es que no sabemos muchas cosas y deberíamos saber mucho más. En otro accidente nuclear importante, el de Three Mile Island en Estados Unidos en 1979, no se registraron muertes.

El pánico no es nunca buen consejero. Renunciar a los reactores nucleares supondría una mayor dependencia de los suministros de petróleo y gas procedentes de Oriente Medio y Rusia a un precio creciente y elevado riesgo político. Además, estos recursos se irán agotando gradualmente. Provocan emisiones peligrosas que causan efectos relacionados con el cambio climático incluidos según parece la fusión de los hielos y el aumento de nivel del océano, sin olvidar los tsunamis…

¿Qué futuro encara Japón? Se prevé que su PNB disminuirá un 2-3% este año. Pero Japón ha sufrido los efectos de desastres naturales quizá en mayor medida que cualquier otro país y sabe que lo que ha sido destruido puede ser y será reconstruido, tarea que probablemente dará el tan necesario impulso a la economía. El yen ha perdido parte de su valor pero subirá de nuevo. Es una ironía que el peligro principal que arrostra la economía mundial no provenga del Japón sino del excesivo nerviosismo de las bolsas.

Algunos se benefician del desastre. Ya navegan por internet cientos de canciones pop y Hollywood, sin duda, producirá nuevas películas sobre el fin del mundo. En un plano más serio, un profesor estadounidense llamado Spencer R. Weart publicará una nueva edición de su libro Temor nuclear sobre el temor ante las catástrofes nucleares. Y quizá no sea la última.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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