jueves, febrero 07, 2008

¿Alcanzará el elefante indio al dragón chino?

Por José Félix Merladet (EL CORREO DIGITAL, 12/11/07):

Este año se han cumplido seis décadas de la independencia de India. Es un buen momento para reflexionar sobre la evolución de este complejo y fascinante país hasta su sorprendente crecimiento actual. ¿Como será el mundo dentro de otros 60 años? Si nos fiamos de las últimas cifras de crecimiento y sus proyecciones, será un mundo con el centro de gravedad desplazado hacia Asia, donde China e India, con más de 1.000 millones de habitantes cada una, jugarán un rol fundamental. Pero, ¿cuál de estos dos rivales históricos tendrá el papel protagonista?

Decía Karl Deutsch que el mundo de la llamada periferia o Sur se dividía en naciones ‘protoindustriales’ y ‘contraindustriales’. Comprenderían las primeras todas aquellas cuya cultura propicia la búsqueda de objetivos distantes, el ahorro, la inversión, el ansia de precisión, fiabilidad y perfección, la valoración de la palabra contractual y el calculo arriesgado y a largo plazo que requiere la empresa industrial y, en suma, el respeto a la vertebración jerarquizada orteguiana. Así, los pueblos confucionistas y budistas de Oriente. China es el ejemplo señero de este grupo.

Las segundas serían naciones más proclives a la especulación cortoplacista y al rápido beneficio comercial que al esfuerzo prolongado manufacturero, más interesadas en el arte, las humanidades y las disputas teológicas que en la investigación científica. Llevados al extremo, son sibaritas gozadores del lujo y el ocio conspicuos o santones viviendo en el misticismo más depurado. Y ¿quiénes son para Deutsch estos pueblos? Los musulmanes y todos aquellos que han sufrido históricamente su dominación, incluyendo India. En una línea similar, Lee Kuan Yew, ex primer ministro de Singapur, ha escrito un conocido artículo sobre los ‘valores asiáticos’, entendidos como una defensa del autoritarismo confucionista, como explicación del crecimiento de su país y de todo el orbe sino-oriental en general. Desde ambos puntos de vista China estaría predeterminada a crecer más que India. De hecho, todos los indicadores señalan que el dragón rojo chino lleva aún una ventaja muy grande al elefante blanco indio.

Contra estas dos visiones surge el premio Nobel hindú Amartya Sen, para quien India, foco asiático de tolerancia y defensa de los derechos humanos, según él, epitomiza el desarrollo del continente. En un debate de gran calado y enjundia, Amartya preconiza que sólo un país libre y democrático puede alcanzar un verdadero desarrollo.

India es una democracia, la mayor del mundo, y tiene niveles de crecimiento similares a los de China. Para Amartya no hay mejor remedio a la mala gestión que luz y taquígrafos en los ‘media’ y democracia en las urnas. Son la mejor garantía de progreso frente a la falta de transparencia y exceso de arbitrariedad del Estado chino, donde el poder del partido aún no tiene cortapisas ni nadie que le fuerce a corregir sus errores. Lo cierto es que la realidad es compleja, y dentro de los propios Estados puede haber un Norte y un Sur independientes de la geografía, pueblos o regiones proto e industriales y otros contraindustriales. Además sus roles pueden intercambiarse en el decurso histórico.

Por eso podríamos sustituir la plúmbea disquisición de Deutsch por la más castiza y fabulada de gentes ‘hormiga’ y gentes ‘cigarra’. En India son tal vez cigarra al Norte el embelesado Rajastán, el dormido y violento Bihar, el mastodóntico e inmanejable Uttar Pradesh con sus más de 100 millones de habitantes, los sadhus cogitando por doquier sobre la supresión del karma y el ciclo cósmico, los tribales tántricos de Jharkhand y de Orissa… Sin embargo, hay sin duda cada vez más zonas y gentes hormiga. Así, los ’sillicon valleys’ del Sur: Bangalore y Hyderabad; el mercado financiero y de servicios del Oeste en Bombay; el granero feraz del Punjab al Norte, los 50 millones de hacendosos artesanos en todo el país Hoy, en pleno tercer milenio, parece que las viejas visiones deterministas están claramente periclitadas: el crecimiento actual indio (9%) rivaliza con el chino.

Sin embargo, la comparación de India con China supone para los indios un recordatorio brutal de las oportunidades perdidas para su desarrollo durante las cuatro décadas que duró la experimentación india con el socialismo fabiano. China tiene un PNB tres veces superior, una renta per cápita doble y unas exportaciones diez veces superiores. ¿Cómo espera India competir con el gigante del norte, con quien siempre se está comparando en ensayos y escuelas?

Los puntos fuertes para el crecimiento de India son: educación superior de alto nivel (por cada universitario chino hay seis indios), inglés (hablado por muchos millones), ‘media’ libres, Estado de Derecho, división estricta de poderes y gobernabilidad, ‘juventud’ demográfica y fuerte tradición cultural. Los puntos débiles son: infraestructura, pobre educación primaria (analfabetismo de un 40% aún por sólo un 10% en China), fuga de cerebros, fiscalidad deficiente, complejidad burocrática para hacer negocios, tensiones religiosas y étnicas, inestabilidad regional, conflicto con Pakistán (Clinton dijo que Cachemira era la disputa latente más peligrosa del planeta dada la capacidad nuclear de ambos países) y el sistema opresor de las castas.

En cuanto a las bazas de China, son: facilidad para establecer negocios, coste ínfimo de la mano de obra, flujo de inversión extranjera (más de diez veces mayor que en India: 60.000 millones de dólares contra 5.300 millones), infraestructuras aceptables, auge del sector manufacturero industrial como motor del crecimiento, calidad de la educación primaria, orden público, mayor cohesión nacional y más hábiles tecnócratas. En China falla el Estado de Derecho y la protección de las libertades públicas, el sistema bancario es muy vulnerable, los recursos se usan deficiente y masivamente en el sector estatal, escasean los recursos naturales y se producen serios perjuicios al medio ambiente, también hay fuertes desequilibrios regionales (entre las ricas zonas costeras y el interior), envejecimiento de la población (será un país viejo antes de ser rico) y el lenguaje sigue siendo una barrera.

En general puede decirse que por razones históricas e ideológicas el crecimiento chino procede de arriba a abajo, con aportación fundamental de inversión directa extranjera y escasa y restringida aportación privada nacional. Por su parte, India opera de abajo a arriba y se concentra en su empresariado nacional y en la escala micro. Sus mercados de capitales actúan con mayor eficiencia y transparencia. El empresario privado de éxito tipo Tata es un héroe nacional. Y además se proyecta al mundo sin complejos Por primera vez en 2006 la inversión directa en el extranjero de las sociedades indias superó a la recibida por el país. Si añadimos la reciente adquisición de Arcelor por Mittal, es cierto que en India se asiste a la sensación eufórica de estar comiéndose el mundo. Es en este contexto que el imperio de la ley, el respeto a la propiedad privada y los derechos humanos, el hecho de ser India una democracia establecerán en el largo plazo los cimientos de un desarrollo más saludable y sostenible que podrá alcanzar y sobrepasar al chino. El elefante va lento pero seguro y puede llegar más lejos que el dragón.

¿O caminamos hacia una sinergia de las acciones de ambos bloques? Ésta sería la visión de una China como taller del mundo y una India como oficina o centro de servicios del mundo. Habría que conciliar el hardware chino con el software indio. Ambas cuentan para ello con la ayuda inapreciable de una diáspora de 55 y 25 millones de personas, respectivamente.

En todo caso, el crecimiento de este pujante tándem que algunos ya llaman ‘Chindia’ tendrá un impacto notorio sobre la economía mundial. Según un estudio reciente, de seguir las tendencias actuales, la economía china pasaría a ser la mayor del mundo en 2041 y el PIB de India sobrepasaría al de Japón en 2032. Por más que algunos auguren que este crecimiento tiene pies de barro, es obvio que Occidente no podrá seguir mirándoles con su vieja e imprudente condescendencia. Y ello no sólo por la deslocalización de empresas, el ‘outsourcing’ y la pérdida de puestos de trabajo sino, sobre todo, porque habrá que conseguir entre todos que su desarrollo se haga de forma sostenible y que su absorción vertiginosa de recursos naturales (sobre todo los energéticos) y financieros no produzca un colapso del sistema económico internacional.

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